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sábado, 28 de septiembre de 2024

... Y TENDRÁS EL CIELO DE GUADALCANAL

Manuel Machado, Poeta

            Anualmente se celebra en Teruel, ciudad dende vivo La Semana Cultural sobre el Modernismo y la Generación de 98, curioseando en la exposición de libros encontré un viejo libro de la Editorial Azteca de México titulado “Manuel Machado de la Generación del 98 al Modernismo”, en este libro encontré en el capítulo dedicado a su obra Ars Moriendi (Arte de Morir), en el apartado Sevilla y otros poemas de 1918, en el que sin título comienza un párrafo de un poema inacabado dedicado a Guadalcanal:

Mezcla de plata y gloria,
risa, azul y sal…
y tendrás el cielo de Guadalcanal.

             Me puse en contacto con un amigo que trabaja en el Centro de Estudios Turolenses y solicité permiso para indagar en los archivos de ésta fundación, una vez concedido me puse manos a la obra con dos objetivos claros, encontrar toda la información sobre este principio de poema y la relación del otro Machado con Guadalcanal, la bibliografía de Manuel Machado es muy extensa y algo distinta a mis ideas, pero a la vez, admito que a mi edad la poesía no se debe juzgar por ideas políticas, simplemente hay escritores y tendencias respetables, compartidas o no.

            Las pesquisas fueron decepcionantes, al menos creo que para mí, consulté libros, Obras Completas tan prestigiosas como las editadas por Mundo Latino o las de Editorial Plenitud, La Generación del 98 de Pedro Laín Entralgo, Alma, Ars Moriendi del profesor Pedro del Barco, y varios más, revistas como Cuadernos Hispanoamericanos, El Modernismo, Poesía Hispánica, La Farsa, El Castellano, El lunes del Imperial, Cosmópolis y otras, en la mayoría de estos libros y revistas no aparece ninguna acotación del poema o simplemente aparece con sus tres líneas.

            Lo curioso es que, dentro de su obra del arte de morir, Manuel Machado apela a describir la belleza de paisajes como Finisterre, Regreso o el dedicado a Guadalcanal, escapando de su mente atormentada aparando en el alma y la muerte y refugiándose en la geografía paterna y materna de Galicia y Andalucía.

            Nada, efectivamente en las publicaciones citadas aparece como un poema inacabado, pero curiosamente en una edición Mundo Latino de 1.929, dice en su comentario final que en esta obra desaparecen algunos poemas, entre ellos, después de ”Sevilla” , el que, sin título comienza por Mezcla de título plata y gloría…”, pero en una edición anterior de la misma publicación, en un capítulo en el que comenta que Manuel Machado “recurre a la pintura en su obra Ars Moriendi” y se refugia en el paisaje, aparecen poesías nostálgicas y hermosas como Finisterre, Sevilla y Guadalcanal, y aquí me llevo la sorpresa que aparece bajo el título “poema inacabado de Guadalcanal”, una “versión” distinta:

Mezcla de plata y gloria,
risa, azul y cal,
y tendrás el cielo de Guadalcanal.

             Puede que sea un error tipográfico, pero a mí, particularmente me cuadra más cal que sal, ya que nuestro pueblo es de interior y con minas de plata y no de sal, igualmente se caracteriza por la cal que adereza las paredes de sus casas y hacen blancas y hermosas nuestras plazas y calles, y tal vez por esas calles paseara alguna vez el otro Machado y se enamorara de nuestro pueblo, aun pensando que un poeta no tiene que haber estado en un lugar para describir su hermosura.

            Mis deducciones me hacen pensar que “Guadalcanal” no es un poema inacabado como se induce de varias publicaciones consultadas, simplemente, el poeta seleccionó las palabras justas para describir la belleza de nuestro pueblo.

            ¿Y por qué no pudo estar el poeta en Guadalcanal?, por una parte, su padre, Antonio Machado Álvarez (Demófilo), era íntimo amigo y colaborador en los estudios folklorista de nuestro paisano Juan Antonio Torre Salvador (Micrófilo), y por otra, es sabido que, siendo muy niño, apenas contaba 9 años, su familia abandonó Sevilla y se instaló en Madrid, pero en 1896 su familia le envió nuevamente a Sevilla durante un tiempo, para alejarlo de un lío de faldas y la vida bohemia.

            Durante esa época, combinó sus estudios de filosofía en Sevilla bajo la supervisión y tutela de su tío materno Rafael Ruiz, con su vida de juergas y borrachera, las crónicas dicen que se dedicó a viajar por gran parte de Andalucía e incluso se le sitúa en un ateneo literario en Constantina, en alguna tertulia literaria, taurina o flamenca, así que yo pienso que perfectamente en esa, o en otra época pudo visitar Guadalcanal, y por qué no, visitar a Micrófilo en la calle Guaditoca, amigo de la familia y enfermo ya por aquellas fechas.

Hemerotecas 

sábado, 21 de septiembre de 2024

Guadalcanal Monumental 2

La Capilla de San Vicente Ferrer de Guadalcanal y la antigua Hermandad del Rosario de la Aurora

           La Iglesia de San Vicente.- Edificio barroco cuya planta tiene forma de Cruz Latina, de una nave cubierta por bóveda de medio cañón con lunetas y cúpula en el crucero, pr su construcción y portada, parece obra del siglo XVIII, en ella se encontraba una imagen de San José, obra dl insigne escultor Juan de Mesa. Desde hace muchos años, este edificio, en manos particulares ha tenido múltiples funciones ajenas al culto, actualmente es una cafetería.

    La antigua capilla de San Vicente, destinada hoy a usos bien distintos de su función religiosa ordinaria, es uno de los monumentos de Guadalcanal de más desconocida historia, vacío que queremos llenar aportando una serie de noticias históricas ciertamente dispersas y aisladas, pero evocadoras de su origen, sus vicisitudes y su desaparecido patrimonio artístico, todo ello bajo el denominador común del culto del Santo Rosario, añeja y olvidada devoción de otros siglos en la localidad.
    Esta devoción, propagada por la Orden Dominicana desde la Baja Edad Media, se consolida en el siglo XVI gracias a la institución en 1573, por el Papa Pío V, de la festividad de Nuestra Señora del Rosario para conmemorar la victoria de Lepanto (7 de octubre de 1571) y alcanza su mayor auge durante los siglos XVII y XVIII gracias a los numerosos Rosarios públicos que se crearon entonces, especialmente en Sevilla y su archidiócesis. En efecto la religiosidad popular adquiere en Sevilla auténtica naturaleza en torno a la segunda mitad del siglo XVII, fenómeno en el que jugó importante papel las misiones cuaresmales pro­movidas por las autoridades eclesiásticas, en las que el rezo del Santo Rosario, como devoción a la vez individual y comunitario, es fomentado por los propios misioneros. De esta forma, el Rosario se convierte en signo visible y tangible de la presencia de Dios y en un auténtico medio de salvación, por lo que esta práctica piadosa se constituye en paradigma de la religiosidad popular (1). Tras el falleci­miento en olor de santidad del dominico Fray Pedro de Ulloa (1690), se genera todo un movimiento fundacional de congregaciones de marcado carácter peni­tencial y de culto interno en relación con esta devoción del Santo Rosario. Así se inició una auténtica explosión que se expandió por las diversas parroquias, iglesias y conventos en un cortísimo espacio de tiempo (2).
    En el caso de Guadalcanal, los orígenes de la Hermandad del Rosario nos son conocidos gracias a unas notas históricas elaboradas por Don Antonio Muñoz Torrado e insertas en el expediente incoado en 1925 por el Arzobispado de Sevilla sobre la venta de la ermita de San Vicente (3). Según nos relata Muñoz Torrado, las reglas de la Hermandad del Rosario de Guadalcanal fueron aprobadas el 8 de octubre de 1691 por el Prior del convento Santo Domingo de Llerena, dada la pertenencia de la localidad durante aquella época y hasta fines del siglo XIX en lo eclesiástico a la antigua Provincia de León de la Orden de Santiago. Por ello los vínculos con la citada localidad pacense, donde residían las autoridades religiosas de dicha Provincia de León, eran estrechos, no debiendo extrañar que los dominicos del convento Llerenense, como el más cercano a Guadalcanal, se encargasen de fomentar en la localidad la devoción al Rosario mediante predi­caciones y la fundación de una hermandad de esta advocación mariana.
    A principios del siglo XVIII y como nos sigue contando Muñoz Torrado, la Hermandad, instalada desde su origen en la parroquia de Santa María, entró en decadencia, de la que salió gracias al impulso del Venerable Simón el Ermitaño, muerto en 1711 y al que se debió la edificación de la capilla de la que tratamos, dedicada a San Vicente Ferrer -y no a su homónimo mártir-, santo dominico valenciano (1350-1419) famoso por sus fervorosas y multitudinarias misiones. El Venerable Simón, que vivía retirado en la ermita de San Benito, consiguió enfervorizar de nuevo a los cofrades y devotos del Rosario mediante la salida procesional por las calles de la localidad al amanecer. Y para tener un templo propio donde celebrar sus cultos, poco después de su muerte la Hermandad del Rosario de la Aurora comenzó a labrar el templo de San Vicente, que vino finalizarse en 1739. Ya a fines de siglo, el 1 de enero de 1792, la cofradía aprobar nuevas Reglas.
    A lo largo del siglo XIX la cofradía permanece activa en San Vicente, aunque sufriendo diferente altibajos y vicisitudes. En los primeros años de dicha centuria ocurrió un curioso episodio relacionado con esta iglesia, que igualmente nos es relatado por Muñoz Torrado:
    Por los años de 1818 vino a Guadalcanal a residir una ilustre dama que ocupó cargo en la corte, cerca de la Reina. Presentóse un día festivo en Santa Maria; a la hora de la Misa Mayor, con traje poco honesto. Pasaba el tiempo y los fieles se impacientaban, acercándose alguno a la Sacristía para preguntar la causa de la no celebrarse la Misa. Era Vicario D. Paulino de Caro, Caballero Santiaguista Vicario y Juez Eclesiástico de la villa, y salió al altar y dijo que no saldría la Misa hasta que no se retirara aquella Señora que no vestía conforme a la honestidad. Salió la Señora del templo humillada en su soberbia, y retiróse a su casa. Desde aquel día vistió honesta y humildemente, y asistía todos los días a Misa en la iglesia de San Vicente, y obtuvo privilegio del Obispo Prior (de Llerena) para que hubiese Reservado allí. Su cadáver recibió sepultura en el centro del crucero.
    Dicha señora era Doña Rosa Maffeito, fallecida en 1838. Su hija, Doña Ana Espinosa de los Monteros y Morales, esposa de Don Leandro López y Ayala, ambos vecinos de Guadalcanal, consiguieron en 1851 autorización eclesiástica para que en la ermita de San Vicente se establece el sagrario donde rendir continuo culto al Santísimo (4). El 22 de enero de dicho año dicho matrimonio se dirigía por escrito al Gobernador Eclesiástico del Priorato de San Marcos de León ofrecién­dose a mantener el culto eucarístico en dicho recinto sagrado. Tres días más tarde el citado Gobernador Eclesiástico pidió informes sobre el asunto al Párroco de Santa María de la Asunción, quien el siguiente día 27 contestó en sentido positivo a la propuesta de dichos señores, "pues además de ser bastante crecido el número de cofrades y devotos del Santo Rosario de la Aurora, sito en dicha ermita, y de concurrir diariamente a sacar por las calles y hora de la madrugada el Santo Rosario, se celebran en dicha ermita funciones de iglesia y misas rezadas en todos los días del año, a las que concurren muchos fieles, lo mismo que a recibir el Sacramento de la Penitencia, particularmente en la Cuaresma". El 1 de febrero siguiente dicho Gobernador pidió a los solicitantes que otorgasen, ante notario, escritura de obligación de sus bienes, por lo cual se comprometen al manteni­miento del culto eucarístico en San Vicente, que, en efecto, fue otorgada el 6 del propio mes ante el escribano Antonio José Calleja, siendo testigos Dionisio Palacios, Juan Pérez y Narciso Calleja. Los bienes con que se garantizaba el cumplimiento de los devotos propósitos de Don Leandro y Doña Ana eran sus casas en la calle Valencia, "que lindan a mano derecha entrando en ellas con huerto de casas de Doña Joaquina Sánchez y por la izquierda y espaldas con el mismo huerto (...)” y la finca "La Jayona". Finalmente, el 3 de marzo siguiente el Doctor Don Genaro de Alday, Provisor del Obispado Priorato de San Marcos de León, concedió su permiso para que se estableciese sagrario con Sacramento perpetuo en San Vicente, encomendando su inspección al Párroco de Santa María, corriendo a cargo del matrimonio López de Ayala y de sus sucesores el man­tenimiento de la lámpara que habría de iluminar al Santísimo, de los vasos sagrados y de otros enseres del culto.
    Ya en 1855 el Ayuntamiento de Guadalcanal había solicitado a las autoridades eclesiásticas de la Orden de Santiago la cesión de las ermitas de San Vicente y de los Milagros para instalar en ellas las Casas Consistoriales y escuelas (5), lo que parece que no se llevó a cabo, aunque una década después, con motivo de la Revolución de septiembre de 1868, el templo fue incautado por la Junta Revolucionaria que tomó el poder en la localidad, siendo desmontados los retablos y pulpitos, todavía sin instalar cuando en 1874 es devuelta la capilla (6). Al año siguiente de 1875 el templo estaba ya restaurándose y se preveía su pronta apertura al culto, para la cual el 10 de abril de dicho año el Párroco Don Juan Climaco Roda solicitaba permiso al Arzobispado de Sevilla -jurisdicción eclesiás­tica a la que la localidad se había incorporado por entonces-, bendiciéndose finalmente la capilla el siguiente 18 de abril. Por esa época el capellán de la Hermandad celebraba en San Vicente la misa de los domingos y festivos, después de cantado el Rosario por las calles del pueblo, además de los Septenarios de San José y de la virgen de los Dolores, la Función anual de la cofradía el día de la Circuncisión del Señor, con sermón y exposición del Santísimo, y los oficios de Semana Santa el sermón de la Institución de la Eucaristía (7).
    Sin embargo, no tardaron en presentarse nuevamente las fricciones entre la autoridad eclesiástica y la municipal. El 4 de febrero de 1876 el Gobierno Civil de la provincia exponía al Arzobispado sus quejas sobre el párroco de Santa María de la Asunción, quien se había negado a que el templo de San Vicente se utilizase como colegio electoral, a lo que se respondió desde la Misa alegando que el Ayuntamiento de Guadalcanal debería haberse dirigido al Palacio Arzobispal, "única (jurisdicción) a quien corresponde ceder para un servicio profano las iglesias abiertas y destinadas al culto público", y no al citado párroco de Santa María, con lo que se hubiese conseguido la pertinente autorización para instalar el colegio electoral en la citada capilla y se habrían evitado los enfrentamientos entre el párroco y el alcalde (8), agravados por la incautación de dicha ermita el 20 de enero de dicho año por parte del Ayuntamiento, quien la devolvió a las manos de la Iglesia el 13 de marzo del año siguiente (9).
    Todavía a fines del siglo XIX la Hermandad del Rosario de la Aurora permanecía activa en su templo de San Vicente, saliendo en procesión "todos los días de madrugada cantando el Santo Rosario por las calles de la población, y costeando el estipendio de la misa que se celebra en dicha ermita los días festivos terminada la procesión", según informaba al Arzobispado el Mayordomo de la misma, Don Rafael Arcos Romero, al tiempo que solicitaba permiso para emprender en dicho templo la construcción de un coro en alto a los pies de la nave al objeto de albergar a los numeroso fieles que concurrían a los cultos, obra que había sido tasada en 900 reales por los alarifes locales (10).
    No volvemos a tener más noticias de la capilla y hermandad hasta los primeros años del siglo XX. Todavía en 1914 salía diariamente el Rosario de la Aurora, celebrándose en noviembre la Novena de Animas (11). Sin embargo, la decadencia por la que atravesaba la cofradía del Rosario era irreversible, llegando a disolverse en 1916 y pasando sus libros y objetos a la Parroquia de Santa María, aunque su extinción canónica no se planteó hasta el decreto dado por el Cardenal Ilundain el 4 de junio de 1925, año en que el Arzobispado se plantea la venta de la capilla de San Vicente, cerrada al culto desde 1917 y sirviendo como almacén, aunque conservando los retablos y algunas imágenes. Los pocos hermanos que perdu­raban de la cofradía del Rosario alegaron el siguiente 9 de julio la propiedad de la Hermandad sobre el edificio, oponiéndose a su enajenación y nombrando una Junta de Gobierno interna para reorganizar la corporación. No sabemos si la Hermandad logró salir de su postración, aunque sí se consiguió paralizar la venta, suspendida por decreto arzobispal del 16 de septiembre de dicho año. Ya en 1931 el Párroco de Santa María recibió algu­nas peticiones para destinar el edificio a escuela, lo que fue desestimado por la Mitra (12).
    Finalmente, en los desgraciados su­cesos de 1936 el edificio fue saqueado, destrozándose sus retablos e imáge­nes (13). Gracias a un inventario de 1924 podemos hacernos a la idea del patri­monio artístico perdido (14). El retablo mayor era de madera tallada, presidido por la Virgen del Rosario, acompañada a los lados por Santo Domingo de Guzmán y San Vicente Ferrer, imágenes todas de talla. En sendos retablos laterales se veneraban un Crucificado y San Anto­nio, respectivamente. Y ya en la nave, dentro de hornacinas formadas en los muros, las esculturas de San José, procedente del antiguo convento de Santa Clara e interesantísima obra atri­buida a Juan de Mesa (15) y San Diego de Alcalá. Sobre las pilastras del presbi­terio se situaban dos pinturas proce­dentes del desaparecido convento de San Francisco.
    Hoy sólo podemos contemplar, como recuerdo de esta desaparecida devo­ción del Rosario, la antigua capilla de San Vicente, sobrio y sencillo edificio barroco compuesto por una sola nave con planta de cruz latina cubierta por bóveda de cañón y lunetos y media naranja sobre el crucero (16), la cual se trasdosa al exterior por medio de tambor poligonal cubierto con linterna ciega, siguiendo un modelo muy difundido en la época por Extremadura. Al interior se accede por medio de simples portadas adinteladas, apilastradas y rematadas por frontones, destacando en la fachada de los pies una sencilla espadaña de vano único.

NOTAS: -

(1) ROMERO MENSAQUE, Carlos José: "La conformación popular del universo religioso: los Rosarios públicos y sus Hermandades en Sevilla durante el siglo XVIII", en Religión y Cultura, vol. I. Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía - Fundación Machado, Sevilla, 1999. Pág. 428.
(2) Ibidem, págs. 428-429.
(3) ARCHIVO GENERAL DEL ARZOBISPADO DE SEVILLA (en adelante, A.G.A.S.), sección II (Gobvr serie Asuntos Despachados, legajo 587: Expediente de venta de la ermita de San Vicente de Guadalcanal (1925-1935).
(4) A.G.A.S., sección III (Justicia), legajo 3703: Guadalcanal. Sacramento en la ermita de San Vicente (1851).
(5) A.G.A.S., sección II (Gobierno), serie Asuntos Despachados, legajo 275 (1855).
(6) A.G.A.S., sección II (Gobierno), serie Asuntos Despachados, legajo 327 (1874).
(7) A.G.A.S., sección II (Gobierno), serie Asuntos Despachados, legajo 632, expediente n.911: Guadalcanal. Ermita de San Vicente. Sobre su reedificación, bendición y Sagrado permanente (1875).
(8) A.G.A.S., sección II (Gobierno), serie Asuntos Despachados, legajo 332 (1876): Guadalcanal. Parroquia de Santa María. Queja del alcalde por haberse negado el Cura a ceder la ermita de San Vicente para colegio electoral.
(9) A.G.A.S., sección II (Gobierno), serie Asuntos Despachados, legajo 336 (1877).
(10) A.G.A.S., sección II (Justicia), serie Hermandades, legajo 225.
(11) A.G.A.S., sección II (Gobierno), serie Asuntos Despachados, legajo 414 (1914).
(12) A.G.A.S., sección II (Gobierno), serie Asuntos Despachados, legajo 587: Expediente de venta de la ermita de San Vicente de Guadalcanal (1925-1935).
(13) HERNÁNDEZ DÍAZ, José - SANCHO CORBACHO, Antonio: Edificios religiosos y objetos de culto saqueados y destruidos por los marxistas en los pueblos de la provincia de Sevilla. Sevilla, 1937. Pág. 131.
(14) A.G.A.S., sección IV (Administración General), serie Inventarios, legajo 693.
(15) GÓMEZ MORENO, María Elena: Escultura del siglo XVII, vol. XVI de "Ars Hispaniae". Madrid, 1963. Pág. 179; HERNÁNDEZ DÍAZ, José: Juan de Mesa. Escultor de Imaginería (1583 - 1627). Sevilla, 1983. Pág. 82.
(16) HERNÁNDEZ DÍAZ, José - SANCHO CORBACHO, Antonio - COLLANTES DE TERAN, Francisco: Catálogo arqueológico y artístico de la provincia de Sevilla, vol. IV. Sevilla, 1953. Pág. 224; V.V.A.A.: Guía artística de Sevilla y su provincia. Sevilla, 1981. Pág. 583.

Salvador Hernández González
Revista de Feria 2000

sábado, 14 de septiembre de 2024

Reflexiones

Los niños de los años cincuenta de Guadalcanal

         El agua se desparrama por el pretil de la ancha alberca de la huerta. Va calentar el sol cada vez más y la tierra, reseca, acoge agradecida el reguerito de agua fresca derrama la alberca.

A las dos de la tarde, el campo en verano se deja aplastar por el calor y el silencio. Sólo un moscardón o un gran abejorro zumba inquieto sin que sepamos nunca dónde está. La calina derrite los sesos de un pollino, inmóvil como una gran figura de peluche desvaído, que se acoge a la sombra de una higuera enorme que hay unos pasos más No se inquieta el asno por los movimientos y las voces estridentes del grupo de chavales que chapotean en la alberca redonda y grande. Ahora uno de ellos, apoyándose en el borde salta fuera ágilmente. Lleva un bañador oscuro, azul marino, con peto y tirantas. Es un bañador de esos que eran comunes allá por los años cincuenta cuando apenas hacía poco más de diez años que había concluido la guerra civil.

         Entonces, todavía nadie pensaba en democracias ni en políticas. España comenzaba a levantarse de una catástrofe espantosa que había costado las mejores vidas de gente en uno y otro bando.

Comenzábamos a olvidar. Las heridas sanaban, quedaban cicatrices enormes en los pueblos y en las almas, pero el mundo entero estaba, por fin, en paz después de sufrimiento y de tanta locura, y las puertas de la esperanza se nos iban abriendo poco a poco. Eran, todavía, años de penuria, de escasez, con los cementerios demasiado llenos y las despensas demasiado vacías. Se comía mal y poco, se remendaban las camisas y los zapatos, se parcheaban las perolas y los cubos y se les daba la vuelta a los abrigos y las chaquetas.

         Los que entonces éramos niños nada sabíamos de huelgas, ni de reivindicaciones laborales, ni de injusticias sociales. Veíamos a nuestros padres luchar a brazo partido con la vida para llevar un jornal al hogar y les admirábamos por su tesón y su constancia. Oíamos que en Sevilla los estudiantes tumbaban tranvías, en lucha con los “grises”, sin saber muy bien por qué lo hacían y nosotros, por solidaridad con ellos, hacíamos novillos en la escuela. Pero nada más. Todo el que tenía un trabajo procuraba cumplir y conservarlo sin querer pensar en más, porque apenas si había derechos y sí muchas obligaciones...

         Después, las hojas del calendario fueron sucediéndose una a otra con vertiginosa rapidez. Los años, la vida, volaban. Mil novecientos sesenta, sesenta y cinco, setenta... Francisco Franco, el Caudillo salvador de España para unos, el tirano para otros, admirado y odiado a un mismo tiempo, acaba sus días y se presenta ante el juicio de Dios a rendir cuentas de sus actos. Y ante los españoles se abre un nuevo capítulo de la Historia. Muchos malintencionados y muchos oportunistas, que aguardaban su momento, salen a la luz. “Ahora somos libres” se escucha por doquier. Pero la Libertad es un arma de doble filo, sirve para todo y para todos. Con ella y en su nombre, se puede hacer el bien y el mal, se puede trabajar generosamente por los demás y se puede trabajar egoístamente por uno mismo. Se puede jugar limpio y se puede mentir... Y, sin embargo, es la gran riqueza del ser humano.

         Ahora, en mil novecientos noventa y cuatro, en la madurez de nuestras vidas, los niños de los años cincuenta, que no fuimos educados en los difíciles vericuetos de la política, nos encontramos, tal vez, desorientados en lo más íntimo de nuestro ser.

         Tenemos, tiene España, la gran oportunidad de progresar en paz y en libertad y está quedando atrás ya el sarampión desorientador de los primeros años de democracia.

         No son estas páginas el lugar idóneo para vaticinios políticos, ni para mostrar preferencias, y no voy a caer en ese ridículo, pero tengo derecho a preguntarme a mí mismo y a todos, noblemente, hasta dónde estamos dispuestos a dar para salir adelante. Sí, tengo derecho, y lo tenemos todos los españoles, a pedir que sean barridos todos los vividores y todos los oportunistas, sean quienes sean y del color que sean, para que un viento de honradez y limpieza refresque nuestra patria, nuestras ciudades, nuestros campos y nuestros pueblos

         Para que todos seamos uno solo, codo con codo, en el común afán de un futuro mejor nuestros hijos.

PLÁCIDO DE IA HERA
REVISTA DE FERIA Y FIESTAS – 1994

sábado, 7 de septiembre de 2024

Guadalcanal monumental 1

 

Iglesia Parroquial de Santa María de la Asunción 

Introducción
    Sin duda alguna la parroquia de Santa María de la Asunción constituye el principal monumento de Guadalcanal, a la vez que depositaria de un patrimonio artístico que, cuantioso y de notable calidad en siglos pasados, nos ha llegado muy esquilmado por los trágicos y desgraciados acontecimientos de 1936. La evocación de este patrimonio perdido tiene, aparte de su interés para la historia del arte local, el objetivo de que tomemos conciencia de la importancia de lo que todavía nos queda. Mal podremos defender y conservar lo que tenemos si no lo conocemos ni valoramos.
    Por ello, y a modo de pequeña guía artística del templo, vamos a trazar una descripción de sus valores arquitectónicos, seguida del recuerdo de las obras de arte desaparecidas, para finalizar con las obras que actualmente podemos contemplar.

1.- Descripción arquitectónica.
    El templo de Santa María es uno de los más interesantes ejemplos de la arquitectura medieval en la Sierra Norte sevillana. Las diferentes etapas que han ido marcando su historia constructiva han dejado su huella en el edificio, definiendo un amplio muestrario de elementos de los estilos islámico, gótico, mudéjar, renacimiento y barroco.
    En el solar que ocupa la parroquia se levantó la primitiva fortaleza musulmana, de época almohade, de la que sólo ha llegado a nosotros un trozo de muro situado junto a la cabecera del templo y en el que se abre un arco de herradura apuntada encuadrado por alfiz. Esta construcción militar fue derribada para levantar un templo gótico-mudéjar, construido a base de sillares y ladrillo, de planta rectangular y dividido en tres naves repartidas en cuatro tramos por medio de pilares cruciformes, rematados por capiteles muy sencillos en forma de cavetos, sobre los que apoyan arcos apuntados. Dichas naves primitivamente debieron estar cubiertas por techumbres de madera en forma de artesa en la nave central y de colgadizo en las laterales.
    La nave central comunica a través de un arco toral apuntado, con el presbiterio o capilla mayor compuesto por dos tramos, ambos cubiertos con bóvedas góticas de nervaduras. El primero el más cercano a la nave y de planta rectangular, lo hace con bóveda sex partita, mientras que el segundo, de planta poligonal, se cubre con bóveda de crucería dispuesta en forma de abanico, cuyos nervios arrancan de baquetones coronados por capiteles de sección troncopiramidal cuyas caras se decoran con figuras de gran tosquedad. Las naves laterales terminaban primitivamente antes de construirse las capillas que constituyen sus cabeceras, en testeros planos, iluminándose por medio de óculos de cinco lóbulos abiertos en la cabecera y ventanas en forma de arcos de herradura a los lados. El arcaísmo de algunos de los elementos descritos ha llevado a la crítica histórico-artística a fechar el templo a comienzos del siglo XIV, continuando las obras a lo largo de dicho siglo y desarrollándose hasta el siguiente. Así lo prueba la construcción de la capilla adosada a la nave derecha o de la Epístola, fechable en momentos avanzado del siglo XV o comienzos del XVI y compuesta por dos tramos, el primero cubierto con bóveda de crucería estrellada con terceletes, mientras que el segundo, producto de una reforma de época bastante posterior, lo hace con bóveda semiesférica sobre pechinas.
    También a estos años de transición entre los siglos XV y XVI se deben otras partes del templo, como su portada y la torre. La primera, abierta en el muro izquierdo o del Evangelio, está formada por un vano adintelado cobijado por arquivoltas apuntadas y abocinadas, encuadrándose lateralmente por sendos baquetones rematados por pináculos y coronándose el conjunto por un alero de modillones. Obra muy característica de fines del gótico, muestra cierto parentesco con las portadas laterales de la parroquia de Santiago de Llerena. Esta relación artística no resulta nada extraña si se tiene en cuenta la pertenencia de Guadalcanal hasta mediados del siglo XIX en lo eclesiástico a la denominada Provincia de León de la Orden de Santiago. Esta institución religiosa-militar tenía establecido un Provisorato en la citada localidad pacense, del cual dependía todo lo relativo a la vida religiosa en Guadalcanal hasta su incorporación en 1851 al Arzobispado de Sevilla.
    La torre, ubicada a los pies de la misma nave izquierda, está ejecutada en ladrillo y se compone de cinco cuerpos, abriéndose los vanos del cuerpo de campanas, por medio de arcos conopiales que enlazan con la moldura que da paso al pretil que corona el conjunto. En esta construcción puede advertirse la influencia del modelo de campanario fuerte, macizo y monumental presente en muchas localidades de la provincia de Badajoz, pudiéndose citar a este respecto, entre otras muchas, las torres de las parroquias de Azuaga y Granja de Torrehermosa.
    Conforme avanza el siglo XVI continúan las obras en el templo. Se construyen las capillas de cabecera de las naves laterales. La de la cabecera de la nave izquierda, dedicada en tiempos a Nuestra Señora del Espino y fundada por Alonso Ramos, hijo de Rodrigo Ramos el Viejo, es de planta rectangular y se cubre con bóveda elíptica sobre pechinas, mientras que la de la nave contraria, edificada en torno a 1550 a expensas de Francisco López, clérigo, venido poco antes del Perú, muestra bóveda vaída de intradós acasetonado.
    El siglo XVII contempló la construcción de la sacristía, según declara la inscripción situada en la pequeña portada, rematada por frontón triangular, que le da acceso: “Esta sacristía se hizo siendo Mayordomo Francisco Ximénez Sotomayor, Regidor Perpetuo. Año de 1600. La gloria sea a Dios”. Ya en el XVIII debió emprenderse la construcción del coro, a los pies del templo, y la reforma de las cubiertas de las naves, sustituyendo las primitivas techumbres de madera por bóveda de medio cañón rebajado en la nave central y de medio cañón simple en las laterales. En este sentido hay que tener en cuenta que el 28 de agosto de 1719 Francisco del Toro y Antonio González, maestros de albañilería y de carpintería, respectivamente, vecinos de Llerena, otorgaban escritura ante Pedro de Figueroa, notario de Guadalcanal, sobre la obra que necesitaba este templo.
    Ya en nuestro siglo, concretamente en 1931, se construyó la torre del reloj, recientemente reconstruida a raíz del derribo sufrido a consecuencia de un fuerte temporal.

2-. El patrimonio artístico desaparecido, a través de un inventario de 1924.
    La parroquia de Santa María fue acumulando a lo largo de su dilatada historia un nutrido patrimonio artístico compuesto por retablos, esculturas, pinturas, piezas de orfebrería y ornamentos sagrados de diferente época y estilo, en su mayor parte destruido pasto de las llamas en los desgraciados sucesos en 1936.
    Ya en el siglo XVI se registran algunos encargos de obras para este templo. El 6 de diciembre de 1585 Antonio Rodríguez de Cabrera concertaba con el escultor Juan Bautista Vázquez el Viejo la ejecución de un retablo compuesto por banco, un cuerpo articulado por pilares de orden corintio y ático. La hornacina del único cuerpo albergaría una pintura de la Anunciación, mientras que el ático estaría presidido por la figura de Dios Padre. Y seis años después, el 18 de octubre de 1591 Luis de Porres, Abogado de la Real Audiencia de Sevilla y tutor de García Díaz de Villarrubia de Ortega, concertaba con Diego López Bueno y Francisco Pacheco, quienes se ocuparían de la parte arquitectónica y pictórica, respectivamente, un retablo compuesto por banco, un cuerpo articulado en tres calles por columnas y pilastras estriadas y ático. En el banco se representaba a los Evangelistas, flanqueando el tema de la Sagrada Cena, mientras que en la hornacina central figuraba la Asunción de la Virgen, acompañada en las hornacinas de las calles laterales por Santo Domingo y San Francisco, cuyas efigies eran rematadas por los bustos de la Magdalena Penitente y Santa Catalina mártir, apareciendo la Trinidad en el ático y la figura de Jesús en el remate del retablo.
    El siglo XVII asiste a la ejecución de un monumental retablo mayor, contratado en 1638 con el escultor Mateo Méndez de Llerena, quien tres años antes, en 1635, concertó otro retablo para la capilla que en el mismo templo tenía Francisco de Rojas Bastida.
    La actividad artística continúa también en el siglo XVIII. En primer lugar se procede al dorado del citado retablo mayor, tarea de la que se encargó entre 1703 y 1707 Antonio Gallardo, maestro dorador vecino de Sevilla. Y en segundo lugar, el 1 de abril de 1.712 José García Zambrano, maestro escultor vecino de Llerena, concertó un retablo para la capilla de la cofradía de Nuestra Señora del Rosario, el cual “ha de tener seis columnas salomónicas talladas de rosas, Sagrario de uso, nicho para la imagen y todos los demás adornos competentes arreglado a planta que muestra, peana para la imagen con tres serafines”.
    A través de estos contratos podemos comprobar que en el patrimonio artístico de Guadalcanal se hace presente una doble influencia: por un lado, la de la escuela sevillana, lógica por la situación geográfica de la localidad y a la que llegan obras de artistas tan destacados como el escultor Juan Bautista Vázquez el Viejo y el pintor Francisco Pacheco, este último más conocido por ser suegro de Velázquez y por su obra literaria que por su labor propiamente pictórica y por otro lado, la pertenencia de Guadalcanal a la Orden de Santiago, como antes se dijo, motiva las naturales relaciones con un centro artístico de tanto peso en la Baja Extremadura como era Llerena, considerada como “la Atenas de Extremadura”. De esta forma, Guadalcanal aparece como un verdadero cruce de influencias artísticas, imprimiendo esta mezcla de rasgos andaluces y extremeños un peculiar sello a sus monumentos.
    Desgraciadamente todas las obras citadas en las noticias documentales arriba expuestas han desaparecido, como la mayor parte de las que se repartían por el templo que estamos analizando. Gracias a un inventario de 1924 ya los estudios de los profesores Hernández Díaz y Sancho Corbacho podemos hacernos una idea de este patrimonio perdido y su situación en el templo.
    El presbiterio estaba presidido por el retablo mayor ejecutado por Mateo Méndez.
    Era una monumental estructura arquitectónica en madera dorada distribuida en tres planos para adaptarse a la forma poligonal del testero. El plano central estaba organizado por una gran hornacina conteniendo un relieve de la Asunción de la Virgen, de madera tallada y rodeada de ángeles, que procede de la iglesia de San Vicente, flanqueada por columnas pareadas estriadas de orden corintio sobre las que apeaba entablamento y frontón triangular partido. Sobre esta hornacina montaba el segundo cuerpo, articulado por columnas también corintias y estriadas entre las que se repartían cartelas con atributos marianos, dando paso al ático, compuesto por una hornacina con la figura del Crucificado. El plano derecho o de la Epístola se organizaba en dos cuerpos, articulados por medio de columnas jónicas en el primero y corintias en el segundo, entre las que se abrían hornacinas, rematadas en medio punto las inferiores y adinteladas las superiores, todas rematadas por frontones rectos y rotos, albergando esculturas de los santos Pedro, Pablo, Atanasio y Crispín. Como remate, un pequeño ático con pintura de tema sin identificar. El plano del lado contrario consistía en una hornacina abierta en arco muy rebajado, a modo de pequeña capilla, “llamada de las Llagas de San Francisco”, quizás por contener un lienzo en el que se representase el episodio de la Estigmatización de dicho santo, aunque antes de su destrucción albergaba una imagen de vestir de la Virgen, según se advierte en fotografías antiguas. Sobre dicha hornacina descansaba el segundo cuerpo, organizado como su compañero del lado contrario por medio de hornacinas rematadas por frontones en las que se cobijaban las imágenes de San Cristóbal y San Blas, El frontal del altar estaba formado “de preciosos azulejos de refractos (reflejos) metálicos, de gran mérito y antiguos, encontrados detrás de un muro”.
    Al arco toral se adosaba, aparte de sendas esculturas de ángeles lampareros, un púlpito de hierro forjado “del siglo XV, formado recientemente de un balcón de aquella época y adosado a la verja del Sagrario, constituyendo un hermoso conjunto por ser del mismo estilo y antigüedad, viniendo a sustituir al que existía, de madera, feo y de mal gusto”.
    Situándonos ya en la nave izquierda o del Evangelio, ésta era encabezada por la capilla del Sagrario, dedicada antaño a Nuestra Señora del Espino, como antes se dijo. Ocupaba su testero un retablo de madera, tallado y dorado, presidido por la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, flanqueado por la de la Inmaculada Concepción y el Arcángel San Rafael, mientras que en la parte superior figuraba un lienzo pequeño de Nuestra Señora del Espino. El tabernáculo del Sagrario era también de madera, tallado y dorado, “Y por dentro con piedra de jaspe y forrado de pequeñas cornucopias”.
    Ya en la nave y bajo arcos abiertos en los muros se cobijan tres altares. El primero contenía un retablo dorado que albergaba un grupo escultórico de Nuestra Señora de las Angustias, “con el Señor muerto en los brazos y un angelito que le sostiene una mano”. El segundo estaba dedicado a San Juan Nepomuceno. Y el tercero, también con retablo dorado, contenía la imagen de San Antonio.
    La capilla bautismal, cerrada por una verja de hierro forjado, tenía en su altar una pintura en lienzo de San Juan Bautista y las imágenes de San Isidro y Santa María de la Cabeza, situándose sobre una repisa una urna con la imagen del Señor de la Humildad y Paciencia.
    Pasando ya a la nave contraria o de la Epístola, en su cabecera se abría la Capilla del Amarrado y Soledad, en la que se hallaban dos retablos. El principal estaba presidido por la imagen de Nuestra Señora de la Soledad, abriéndose a sus pies una urna con el Señor yacente. A los lados de la escultura mariana se situaban las esculturas del Niño Jesús y de San José, ésta “de gran mérito”. En el otro retablo, de madera pintada con adornos dorados, obra de la segunda mitad del siglo XVIII, se veneraba la imagen del Señor amarrado a la Columna, de escuela sevillana del primer tercio del siglo XVIII y en la parte superior la Virgen de la O.
    La siguiente capilla era la de Nuestra Señora del Rosario, también denominada del Cristo de las Aguas, dividida en dos tramos, el primero cubierto con bóveda de nervaduras gótica y el segundo con semiesférica sobrepechinas, como ya se dijo al describir el templo. En el segundo tramo, que cumplía la función de presbiterio, se levantaba un retablo “muy deteriorado y de pésimo gusto con la imagen de Nuestra Señora de la Asunción (. ..) Y debajo un cuadro-relicario con varias reliquias de santos”. A su izquierda se situaba el altar del Crucificado de las Aguas, “imagen de colosales proporciones”, al parecer de papelón, flanqueada por San Juan Evangelista y Santa María Magdalena, situándose en dos repisas la Virgen de los Remedios y Santa Clara. En el primer tramo, situado junto a la verja de entrada, se ubicaban otros dos retablos. El primero, de madera tallada y dorada, decorado con columnas salomónicas, estaba dedicado a Nuestra Señora del Rosario, debiéndose identificar con el que antes vimos había concertado en 1712 el maestro escultor José García Zambrano. El segundo, pintado en blanco, albergaba una interesante escultura de San Francisco de Asís, de escuela sevillana del primer cuarto del siglo XVII, atribuida por el inventario de 1924 a Martínez Montañés, aunque quizás habría que relacionarla más bien con el estilo de Juan de Mesa, a quien se atribuye la desaparecida escultura de San José con el Niño de la iglesia de San Vicente de la propia localidad.
    Ya de nuevo en la nave, en ella se situaban la capilla de Nuestra Señora de Guaditoca, “toda ella alicatada a metro y medio, siendo también de azulejos el retablo, gradas, mesa y frontal del altar”, y el altar de las Animas, con pintura de este tema.
    Finalmente, de los muros del templo colgaban diferentes pinturas, como las de la Asunción de la Virgen, la Inmaculada, San Juan Nepomuceno, Santo Domingo de Guzmán, San Ignacio de Loyola y la Virgen de las Angustias.

3.- El patrimonio artístico actual.
    La parroquia de Santa María alberga hoy entre sus muros un conjunto de obras, en gran parte de moderna ejecución, que han venido a llenar el vacío dejado por la desaparición de las piezas antes mencionadas.
    El actual retablo mayor, ejecutado en 1955, alberga una serie de pinturas de Rafael Blas Rodríguez realizadas en la misma fecha e inspiradas en los grandes temas de la pintura flamenca e italiana de los siglos XVI y XVII. En el ático se sitúan una escultura del Crucificado del siglo XVI, y dos tablas de fines del Siglo XVI representando a San Pedro y San Pablo y la Última Cena, que quizás pudiera tener alguna relación con el retablo que antes veíamos había sido encargado en 1591 por Luis de Porres a Diego López Bueno y Francisco Pacheco con destino a este templo. De gran interés es el frontal del altar, de azulejos sevillanos, fechable hacia 1600.
    La capilla de cabecera de la nave izquierda se cierra, en el frente que mira a la capilla mayor, por medio de una interesante reja renacentista fechada a fines del siglo XVI, cuyos dos pisos se articulan por medio de balaustres, figurando en el friso que los separa inscripción alusiva a los fundadores de la capilla.
    Ya por la nave se reparten algunas imágenes modernas de serie, como las de San Antonio, San Isidro Labrador, Virgen del Pilar, San Rafael, Virgen Milagrosa y Virgen de Fátima, además de un lienzo de las Ánimas, firmado por el citado Rafael Blas Rodríguez y fechado en 1957. Muy interesante resulta la pila bautismal, de estilo mudéjar y fechable en el siglo XIV, cuyas caras exteriores se ornamentan a base de arcos de herradura apuntados.
    En la nave contraria, aparte de algunas rejas de forja del siglo XVI, entre las que sobresale la que cierra la capilla de cabecera, obra atribuida al rejero Francisco Medina, hay que destacar, algunos retablos, recompuestos a base de elementos procedentes de otros desaparecidos y diversas esculturas, algunas antiguas, como la de San José con el Niño, Cristo de la Humildad y un Niño de Jesús, todas del siglo XVIII, y otras de moderna ejecución. De estas, algunas son de serie como las del Resucitado, Santa Teresita, Virgen del Carmen, San Juan de Dios, Sagrado Corazón y Cristo en su Entrada en Jerusalén, de la Hermandad de la Borriquita, mientras que las pertenecientes a otras hermandades de penitencia son debidas a afamados artistas sevillanos de nuestro siglo. Así, a Castillo Lastrucci se deben las imágenes del Cristo de la Sangre Amarrado a la Columna y Nuestra Señora de la Esperanza, titulares de la Hermandad de la Vera Cruz, y San Juan Evangelista, perteneciente a la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno, cuyo titular es obra de José Fernández Andes, debiéndose su cotitular, la Virgen de la Amargura, a Antonio Illanes, quien también ejecutó la imagen de Nuestra Señora de la Soledad. cotitular de la Hermandad de su nombre, siendo el Cristo Yacente de autor desconocido. El Santísimo Cristo de las Aguas y Nuestra Señora de los Dolores, titulares de la Hermandad de las Tres Horas, son obra de José Blanco (1952) y Rafael Quilez, respectivamente. La más reciente de las imágenes procesionales es la de la Virgen de la Paz, ejecutada en 1982 por Matilde García, discípula de Buiza, titular junto al Cristo de la Humildad de la Hermandad del Costalero.
    Finalmente habría que mencionar la colección de piezas de orfebrería del templo, fechadas entre los siglos XVI al XIX y entre las que destacan un ostensorio de plata dorada y cincelada del último tercio del siglo XVI, la cruz parroquial de plata dorada y cincelada decorada con figuras de los Evangelistas y relieves de la Asunción de la Virgen y los santos Pedro, Pablo, Catalina, Lorenzo, Santiago y María Magdalena, fechable hacia 1600; un ostiario de plata en forma de caja circular cubierta por tapa cónica con gallones, con decoración tardogótica, obra del segundo cuarto del siglo XVI; y un cáliz manierista del último cuarto del siglo XVI.

Salvador Hernández González
Revista de Guadalcanal año 1999