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sábado, 16 de noviembre de 2024

Guadalcanal Monumental 6


La Iglesia de Santa Ana

1.Introducción. –
    Como es de todos conocido, la iglesia de Santa Ana de Guadalcanal, sometida a un proceso de restauración a lo largo de los últimos años, es edificio de gran interés arquitectónico, pero de poco conocida historia, habiendo sido muy mermado su primigenio patrimonio artístico a raíz de los desgraciados sucesos de la Guerra Civil.
    Siguiendo nuestra línea de puesta en valor del elenco monumental de la localidad queremos trazar en esta ocasión una visión panorámica de la historia y el arte de este templo, engarzando una serie de datos sobre sus vicisitudes históricas con la descripción de sus valores arquitectónicos y la evocación de las piezas artísticas desaparecidas que ornamentaron su hoy vacío interior, que a pesar de todo constituye una destacada muestra de la arquitectura medieval de la comarca de la Sierra Norte.

2. Descripción arquitectónica. -
    Tal como ha llegado a nuestros días, la arquitectura de la iglesia de Santa Ana expone elocuentemente las diferentes fases por las que atravesó su construcción y los estilos en boga en cada una de ellas, en un largo proceso que partiendo de la Baja Edad Media se introduce en el Renacimiento y el Barroco, dando como resultado la combinación en el templo de una serie de elementos de diferente fecha y estilo, cuya secuencia ha sido analizada, precisamente a raíz del reciente proceso de restauración del templo, por Miguel Ángel Tabales Rodríguez y Carmen Romero Paredes, cuyas conclusiones sintetizaremos en estas líneas (1). Aunque la tradición local identifica una mezquita en el emplazamiento del templo, las excavaciones arqueológicas realizadas en el edificio cuando las obras de restauración no han arrojado materiales anteriores al siglo XV ni han puesto al descubierto vestigios islámicos anteriores a la iglesia, aunque las transformaciones sufridas por el edificio en épocas posteriores han podido eliminar las huellas del edificio musulmán.
    Entre el siglo XIII y la primera mitad del XV se acomete la construcción de un ambicioso templo, comenzando la obra por un ábside poligonal muy arcaico, del que sólo ha perdurado la cimentación, flanqueado por dos dependencias de planta cuadrada, y que vendría a unirse a una nave preexistente - ¿resto de la mezquita almohade? - que se pensaría derribar para levantar en su lugar otra nueva en consonancia con la cabecera y por tanto más acorde con los cánones estéticos del arte cristiano medieval.
    Sin embargo, la falta de medios económicos retrasó la conclusión de este proyecto constructivo hasta los últimos años del siglo XV, época a que se remontan las 'noticias documentales más antiguas que conocemos. En efecto, el informe de la Visita Canónica de 1494 señala que el templo estaba sin abovedar, ni siquiera la capilla mayor, cubierta su nave con madera tosca con cañas y teja encima, abriéndose a la entrada de la iglesia un portal con arcos de cal y ladrillo, techado igual que la iglesia (2). El resultado final de estas obras fue por tanto un templo de nave única, de gran anchura, dividida en cinco tramos por medio de arcos transversales apuntados de gran luz, cubierta con armaduras mudéjares de par y nudillo decoradas con estrellas de ocho puntas, menados moldurados y elementos florales policromados, uniéndose a una cabecera constituida por un ábside de menores dimensiones que el primitivo (al perder espacio en beneficio del primer tramo de la nave) unido a su vez a las dos dependencias laterales antes citadas, convertidas en capillas, dedicadas en el futuro a San Ignacio de Loyola y la Virgen del Carmen, a izquierda y derecha respectivamente del presbiterio. A los pies de la nave comenzaba a levantarse, con gran lentitud, la torre campanario sobre el muro testero, aprovechado del edificio primitivo, levantándose delante del muro derecho o de la Epístola un pórtico articulado por tres arcos ligeramente apuntados encuadrados por alfices que arrancan de pilares ochavados, de características típicamente mudéjares (3).
    Este esquema de nave única articulada por medio de arcos transversales apuntados y cubierta con techumbre de madera es muy representativo no sólo de la arquitectura medieval de la comarca, sino también de otras zonas vecinas, como la Baja Extremadura y las sierras de Huelva y Córdoba, teniendo en Guadalcanal otra buena muestra del mismo modelo en la parroquia de San Sebastián, de la que nos hemos ocupado en otra ocasión en esta misma revista. De construcción rápida y barata por los materiales empleados mampuesto, ladrillo y madera, este modelo de templos serranos, todavía mal estudiados y que parecen ponerse de moda a partir de 1400, se va a extender a otras zonas; como las comarcas levantinas y las tierras del reino de Granada, zona esta última donde a raíz de la reconquista y bajo la iniciativa de los Reyes Católicos se van a levantar iglesias de estas mismas características.
    Otro elemento muy habitual en este tipo de templos de la Sierra es la torrefachada, cuyo fuste o caña arranca sobre el ingreso situado a los pies de la nave, componiendo un imafronte de gran verticalidad de líneas al unir visualmente con gran sentido ascensional la entrada y el campanario. La de la parroquia de Santa Ana corona su esbelto fuste con un cuerpo de campanas en el que se abren arcos de medio punto con baquetoncillos apilastrados enmarcando los vanos, siendo el remate un chapitel de tipo piramidal.
    En el paso del siglo XV al XVI se acometen otras intervenciones en el templo, adosando nuevos espacios a la nave o reformando lo recientemente levantado. En esta época puede encuadrarse la torre comentada y la construcción, a los pies de la nave, de la actual Capilla Bautismal, de planta cuadrada y cubierta con falsa bóveda de ladrillo sobre pechinas y solada con pavimento de olambrillas. Otras dos capillas se levantan adosadas al muro izquierdo o del Evangelio, ambas de planta cuadrada y comunicadas con la capilla abierta con anterioridad al brazo del crucero. El interior de la iglesia adquiere un nuevo aspecto gracias a la reforma de las cubiertas (que en algunos tramos incorporan armaduras de par y nudillo con ladrillos sobre las alfarjías), y al programa decorativo gótico a base de pinturas murales al temple, que representan escenas aisladas sobre un fondo general blanco, de las que se han podido identificar una imagen femenina con nimbo y túnica roja, San Cristóbal con el Niño Jesús, y la Virgen y un abad entronizados con un fondo de cortinajes rematados por una crestería y caracteres góticos no descifrados. Ya entrado el siglo XVI se emprenden otras obras de menor consideración, como el pórtico lateral antes comentado, y el coro, que en 1575 se apoyaba sobre un pilar grande de piedra (4)
    De esta forma, el templo había llegado a su plenitud funcional, al disponer de todos los elementos espaciales y estructurales para atender las necesidades religiosas de la comunidad, habiendo culminado el proceso de reformas en su interior. La iglesia resultante es de nave única articulada por arcos transversales y cubierta con armaduras mudéjares, contando además con torre fachada y escalera de caracol, varias capillas laterales, unos pórticos laterales en las zonas más afectadas por la lluvia y una relativamente rica decoración pictórica recubriendo los paramentos interiores.
    Sin embargo, la llegada del Barroco no se resistió a dejar su huella en la iglesia de Santa Ana, máxime al contrastar su austero interior gótico - mudéjar con la riqueza del nuevo estilo, que comenzaba a enmascarar las viejas construcciones medievales con los sinuosos ropajes ornamentales de la nueva estética. De esta forma, a mediados del siglo XVII la ornamentación mudéjar dio paso a un programa pictórico más colorista y dinámico, al decorarse los pilares con roleos y molduras, y representarse en la entrada de la capilla del Carmen las figuras de San Pedro y San Pablo. Se van a levantar nuevas bóvedas vaídas o semiesféricas en las capillas colaterales al presbiterio, ya dedicadas a San Ignacio y la Virgen del Carmen, respectivamente, al tiempo que las portadas exteriores adoptan programas decorativos clasicistas a base de pilastras que encuadran arcos rebajados y sustentan frontones partidos con hornacinas y remates piramidales. Y finalmente se acomete la gran reforma esperada desde mucho tiempo antes: la sustitución de la primitiva cabecera gótica, todavía en pie y en malas condiciones, por un nuevo presbiterio o capilla mayor de planta cuadrada, de grandes dimensiones y cubierta por una gran bóveda semiesférica. A partir del siglo XVIII se acometerán otras intervenciones de menor cuantía, como la erección de la tribuna a los pies de la nave, reformas en las cubiertas y pavimentación, etc.

3 El desaparecido patrimonio artístico.
    La antigua parroquia de Santa Anafre cobijando entre sus muros un completo patrimonio artístico integrado por retablos, esculturas, pinturas, piezas de orfebrería y ornamentos sagrados de diferente época y estilo, en su mayoría destruidos en los lamentables sucesos de 1936.
    Ya desde los mismos días de la construcción del templo, la Orden de Santiago se fue preocupando de dotarlo del correspondiente ajuar litúrgico. Así, la Visita Canónica de 1494 nos proporciona un minucioso listado de vasos sagrados y ornamentos, al tiempo que se señala la existencia de varios altares: el mayor, presidido por la escultura de Santa Ana tríplex, es decir, la representación de la Abuela de Cristo siguiendo aquella vieja fórmula iconográfica de raigambre medieval que muestra a la Santa llevando en brazos a su Hija y ésta a su vez al Niño Jesús; el de la Virgen con el Niño; el de Santa Brígida, con imagen de esta advocación; el de San Bartolomé, con efigie y pintura de este santo, más una tabla pintada con el tema de la Santa Cena; y otro de la Virgen con el Niño, acompañada por la figura de Santa Lucía. Debajo de uno de los arcos del coro se situaba una viga sobre la que descansaba un grupo escultórico del Calvario (5)
    Ya en el siglo XVI se anotan algunos encargos de obras para esta iglesia. En agosto de 1571 el entallador Antonio Florentín concierta la hechura de un retablo, cuya realización se retrasó varios años, motivando un pleito con otro artista, Hans de Bruselas, que no se zanjó hasta cuatro años después, cuando Florentín se compromete a ejecutar una imagen de la titular de la iglesia (6)
    Por desgracia las obras mencionadas en estas noticias documentales han desaparecido, como todas las que se repartían por los muros del templo que nos ocupa; destruidas en su mayoría en 1936. Aunque en la posguerra se repusieron algunas piezas aprovechando elementos de retablos desaparecidos, en la última restauración se han redistribuido entre otros templos de la localidad. Gracias a un inventario de 1924 (7) a los trabajos de los profesores Hernández Díaz y Sancho Corbacho s podemos hacernos una idea de este patrimonio perdido y su situación en el templo.
    Presidía el presbiterio el retablo mayor, con la imagen de la Titular, flanqueada por San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, situándose en el ático un Crucifijo y las imágenes de San Cayetano y Santa Rosalía. Ya por la nave seguían, por el muro izquierdo o del Evangelio, el altar de San José y la capilla de San Ignacio de Loyola, en cuyo retablo se veneraban, junto al fundador de la Compañía de Jesús, la Virgen de los Dolores, San Antonio y un valioso Crucifijo de marfil, al que después nos referiremos. A continuación, las capillas del Cristo del Socorro, con pintura de Cristo Crucificado y una imagen de talla de la Virgen; y la de la Virgen de Gracia, en la que además recibía culto el Cristo de los Desamparados. En el pilar que separaba ambas capillas se situaba el retablo de las Animas. Al final de la nave se ubicaba el coro, con sillería compuesta por veintiún asientos, facistol y dos banquetas. Pasando al muro contrario o de la Epístola, se encontraban en primer lugar dos altares: el de San Marcos, con las imágenes de dicho Evangelista yolas de San Joaquín y San Bartolomé; y el de la Virgen de Belén, con "valiosísimo cuadro representando a la Santísima Virgen dando de mamar al Niño Jesús", atribuido a Alonso Cano en el inventario de 1924. Seguía la capilla del Sagrario, cuyo retablo presidía la Virgen del Carmen, acompañada por San Juan Bautista y San Miguel, situándose sobre una mesa el Cristo de las Misericordias. Y próximo al presbiterio; el altar de la Purísima, con la Titular y San Andrés y San Juan Nepomuceno, situándose no lejos una urna con la imagen de San Joaquín.
    En la sacristía se conservaban algunas piezas de orfebrería de los siglos XVII y XVIII, como una custodia procesional, un viril, un cáliz y una cruz parroquial, y algunos ornamentos de igual cronología, como varias casullas y dalmáticas.
    Como antes señalamos, en la posguerra se recompusieron varios retablos con elementos de otros desaparecidos, especialmente con los restos del mayor de la parroquia de San Sebastián y el de San José de la de Santa María. Desmontados a causa de las obras de restauración, sólo restan en el templo, como elementos destacables, la lápida situada junto al presbiterio, con inscripción alusiva al enterramiento de Juan de Castilla y sus herederos; la pila de agua bendita, realizada en barro, con interesantísima decoración mudéjar de motivos vegetales; la pila bautismal, igualmente mudéjar, realizada en piedra con forma hemisférica, y el púlpito, en hierro forjado, del siglo XVIII. Los fondos documentales del archivo parroquial de Santa Ana se conservan integrados - junto con documentación procedente de San Sebastián - en el de la parroquia de Santa María, arrancando su cronología desde el siglo XVI (9).
    En la misma parroquia se conserva un interesante Cristo de marfil, obra ejecutada en Flandes en la segunda mitad del siglo XVII, que estuvo expuesta en la Exposición Iberoamericana de 1929 (10), como elocuente testimonio de las riquezas que albergó esta histórica iglesia de Santa Ana, cuyo recuerdo hemos querido traer a estas páginas.

Notas.-
(1) (TATABES RODRIGUEZ, Miguel Ángel — ROMERO PAREDES, Carmen: " Investigaciones arqueológica en la iglesia de Santa Ana de Guadalcanal", en Anuario Arqueológico de Andalucía (1996). Sevilla, 2001. Págs. 486 — 505; " La Iglesia mudéjar de Santa Ana de Guadalcanal (Sevilla). Análisis constructivo ", en Actas del V Congreso de Arqueología Medieval Española (Valladolid, 22 a 27 de marzo de 1999). Junta de Castilla y León, Valladolid, 2001. Págs., 879-895. (2) MUÑOZ TORRADO, Antonio: " Visitas hechas a los pueblos de Andalucía, León y Extremadura de la referida Orden (de Santiago) ", en Boletín de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, tomo IX, n ° 47 (1925), Pág. 97; FLORES GUERRERO, Pilar: El arte del Priorato de San Marcos de león de la Orden de Santiago en los siglos XV y XVI: arquitectura religiosa. Universidad Complutense, Madrid, 1987. Vol. I, pig. 483.
(3) HERNANDEZ DIAL, José — SANCHO CORBACHO, Antonio — COLLANTES DE TERAN, Francisco: Catálogo arqueológico y artístico de la provincia de Sevilla, Vol. IV. Sevilla, 1955. Pág. 218; V.V. A.A.: Guía artística de Sevilla y su provincia. Diputación Provincial de Sevilla, 1981. Pág. 581; Inventario artístico de Sevilla y su provincia. Madrid, 1982. Vol. I, Págs. 156 - 157; HERNANDEZ DIAZ, José: "'Informes, propuestas sobre monumentos andaluces (I) `'l, en Boletín de Bellas Artes, XV (1987), Págs. 245— 246; V.V. A.A.: Edificios de tradición mudéjar en Andalucía. Consejería de Cultura, Sevilla, 2000. Págs. 87 — 88; ANGULO IÑIGUEZ, Diego: Arquitectura mudéjar sevillana de los siglos XIII, XIV y XV. Ayuntamiento de Sevilla, 1983. Págs. 130 y 157.
(4) FLORES GUERRERO. Pilar Op. cit., pág 483.
(5) MUÑOZ TORRADO, Antonio: Op. cit., Págs. 94-95; MENDEZ VENEGAS, Eladio: " Una Visita de la Orden de Santiago al Provisorato de Llerena de la Diócesis de Mérida — Badajoz: aspectos artísticos en ella señalados ", en Memoria Ecclesiae, vol. XVII (Arte y archivos de la Iglesia, II). Oviedo, 2000. Págs. 452 —453. Ç
(6) SOLIS RODRIGUEZ, Carmelo: " Escultura y pintura del siglo XVI ", en Historia de la Baja Extremadura, vol. I1. Badajoz,1986. Págs. 596-597; FLORES GUERRERO, Pilar: Op. cit., Pág. 483.
(7) ARCHIVO GENERAL DELARZOBISPADO DE SEVILLA, sección IV. (Administración General), serie Inventarlos, legajo 693. 8 HERNANDEZ DIAZ, José — SANCHO CORBACHO, Antonio: Edificios religiosos y objetos de culto saqueados y destruidos por los marxistas en los pueblos de la provincia de Sevilla. Sevilla, 1937. Pág. 129. 9 V.V. A.A.: Catálogo de los archivos parroquiales de la provincia de Sevilla. Banesto, Sevilla, 1992. Vol. I, págs. 561 — 574.
(8) ESTELLA MARCOS, Margarita: La escultura barroca de marfil en España. Las escuelas europeas y las coloniales. C.S.I.C., Madrid, 1984. Vol. I, págs. 89 — 90.
(9) V.A.A.: Catálogo de los archivos parroquiales de la provincia de Sevilla. Banesto, Sevilla,1992. Vol. 1, págs. 561— 574.
(10) ESTELLA MARCOS, Margarita: La escultura barroca de marfil en España. Las escuelas europeas y las coloniales. C.S.I.C., Madrid, 1984. Vol. I, págs. 89-90.

Salvador Hernández González
Revista de Feria 2003

sábado, 2 de noviembre de 2024

Guadalcanal Monumental 5


Convento de la Concepción

          Convento de Franciscanas según un texto o Clarisas según otro, el de la Concepción, fundado por legado testamentario del indiano guadalcanalense Álvaro de Castilla y Ramos, otorgado el 11 de septiembre de 1641 en Guanajuato (México). Su apertura se produjo en 1649 con 11 monjas venidas del convento de la Concepción de Mérida del que tomó su nombre. Este Convento debió tener una enorme extensión, abarcando desde la actual Iglesia hasta el que se llamó Paseo de la Cruz, actualmente Avenida de la Constitución. A este respecto todavía recuerdo haber visto, hace unos cuarenta años, como las dependencias que daban a esta calle eran transformadas en garajes para camiones de gran tonelaje de la familia Gálvez. Parece de lo que antecede que es de este Centro religioso del que tenemos menos noticias y fuentes documentales.

            Aparte de los tres indianos mencionados en lo que antecede Julia Mensaque nos informó, en su trabajo citado, de la existencia de Teresa de Morales, guadalcanalense, vecina de Panamá, que legó 3.000 ducados para establecer una capellanía en la Iglesia Mayor de Santa María. Otras Capellanías fundadas por emigrantes guadalcanalenses a Indias han sido exhaustivamente documentadas por el investigador sevillano del CSIC Javier Ortiz de la Tabla Ducasse que enumera las siguientes personas como fundadores de estos legados: Alonso Bonilla, Alonso López de la Torre, Diego Ramos Gavilanes, Diego Ramos el Rico, Fernando Rodríguez Hidalgo, Juan Bonilla Mexías, Jerónimo de Ortega Fuentes, Luis Ortega Suárez, Antonio de la Bastida y Cristóbal de Arcos.   

            De los datos anteriores llama poderosamente la atención el contraste entre la religiosidad interna de los guadalcanalenses de los siglos precedentes, particularmente los que habían hecho las Indias, que estuvieron muy preocupados por la salvación de sus almas, con cuyo fin fundan los monasterios y capellanías en su pueblo natal, y la actual vivencia externa del hecho religioso, que se manifiesta en la Semana Santa y Romería, y que algunos sociólogos de guardia llaman “marcadores de identidad”.

            Llegado a este punto creí oportuno, con vistas a rellenar las enormes lagunas existentes, hacer una investigación en la Biblioteca Cardenal Cisneros de Madrid de los PP. Franciscanos, donde fui atendido amablemente por su director Padre Hipólito. La búsqueda en este Centro concluyó que no había nada relacionado con nuestro pueblo, pero dicho fraile tuvo la amabilidad de facilitarme la dirección de dos Centros regidos por su Orden, y otro de los Dominicos de la Provincia de Filipinas que tienen en Valladolid una Biblioteca que contiene fondos procedentes de la Desamortización de Mendizábal. Lamentablemente, en ninguno de los cuatro Centros me pudieron facilitar datos que completaran los anteriores. En cualquier caso, quiero agradecer desde estas líneas las amables respuestas que recibí de los Padres Franciscanos Hermenegildo Zamora del Santuario del Loreto (Espartinas), Jesús España del Santuario de Regla (Chipiona) y el Sr. C. Mielgo de la Biblioteca Estudio Agustiniano de Valladolid.

Concluyo estas líneas animando a los historiadores guadalcanalenses, profesionales y aficionados, tanto nativos como foráneos, a que hurguen en esta parcela de nuestra historia con el fin de completar la documentación existente y aportar las fuentes correspondientes que aún no han sido citadas.

FUNDACIÓN DEL HOSPITAL Y CONVENTO DE LA CONCEPCIÓN.

             A principios del siglo XVII vivía en las Indias un individuo llamado Pedro de Ledesma, el cual envió cierta cantidad de dinero para fundar en Guadalcanal, donde había nacido, un hospital y otras obras pías, nombrando por albacea a don Álvaro de Castilla.

            Llegada una suma de 40.000 ducados, juntamente con el testa­mento, a poder del consignatario Rodrigo de Castilla, hermano del cita­do albacea, como transcurrido algún tiempo y conforme a la voluntad del testador, ni dicho capital se había impuesto a renta, ni tampoco se había comenzado la erección de dicho establecimiento, en 10 de enero de 1613 un tal Francisco Torres recurrió ante el fiscal de la Casa de la Contratación de las Indias de Sevilla, a fin de que se ejecutase lo dis­puesto por Pedro de Ledesma en su testamento.

            Esta Audiencia comisionó, pues, a Cristóbal Chamorro para que viniera a Guadalcanal e investigara en el caso. Resultó, en primer lu­gar, que el denunciante no existía. Por declaración que hicieron ciertos testigos, se supo que don Álvaro de Castilla había marchado a Améri­ca, y por la que ofreció doña Isabel de Castilla, hija de don Rodrigo, pudo averiguarse que "en su poder hay treinta y cuatro mil ducados, enviados desde Indias por don Álvaro, y que Pedro de Ledesma hace diez y ocho años que vino de Indias a casa de Rodrigo de Castilla, su pariente".

            Añadió Chamorro en el instrumento que redactó que "esía gente (la familia de Castilla), que es tan poderosa y de tanto dinero", había tenido sospecha de que el albañil Juan Bautista Ruiz Callejón había sido el verdadero delator, quien, a su vez, por denuncia que contra él había presentado en el Juzgado de esta villa Baltasar Gómez Tamayo. fue encarcelado y preso en la cárcel de Cazalla de la Sierra.

            El 26 de febrero de 1613, el comisionado de la Audiencia de la Casa de la Contratación solicitó de uno de los alcaldes ordinarios de Guadalcanal hiciera las oportunas gestiones para que se le entregasen el prisionero y los autos correspondientes, a lo que se negó la autori­dad local. Les fueron entonces demandados por la propia Audiencia, obedeció puntualmente.

            Nada más sabemos de estos extraños incidentes. Consta documentalmente, en fin, de cuentas, que este año de 1613 se comenzó a labrar el hospital, "en la plazuela que sale a la calle Olleros", según lo sitúa una de las escrituras fundacionales, y así lo cita don Antonio Mu­ñoz Torrado en su pormenorizada y bien urdida historia de la Cofradía y santuario de la Virgen de Guaditoca.

            Como queda dicho, el albacea testamentario del instituidor de este hospital, don Álvaro de Castilla, emigró a las Indias y allí consiguió reunir una gran fortuna. Por su testamento, otorgado en Guanajato (Méjico) el 17 de septiembre de 1614, ordenó la fundación de un con­vento de religiosas, junto al recién construido hospital, a las que impuso la obligación de asistir a cuatro enfermos acogidos en el mismo, para lo que les asignó una renta anual de 500 ducados. Nombró por patraña a su mujer, doña María de Loja y Meneses y dispuso que a la muerte de ésta pasase el patronato a su hija Agustina Bermúdez de Meneses y sus descendientes, en cuyo defecto lo ostentaría su otra hija Leonor y sus herederos.

            Muerto don Álvaro de Castilla, su viuda otorgó una escritura el 19 de abril de 1616, en nombre propio y en el de sus hijas, como tutora y curadora de ellas, por la que mandó eximir a las religiosas del conven­to la obligación de curar y asistir a los pobres del hospital anejo y dero­gó la cláusula del documento fundacional según la cual las monjas de su linaje quedaban exentas de tributar a la comunidad.

            Doña María de Loja dotó la iglesia del convento -que ya se em­pezó a llamar de la Concepción- de la primera capellanía que en ella existió, para cuyo desempeño nombró al presbítero don Francisco de Sotomayor, según escritura de 19 de enero de 1619.

            El 17 de agosto de 1622 entraron en la clausura las religiosas sor Josefa Moreno, abadesa nombrada; sor Leonor del Espíritu Santo, sor Inés de San Gregorio y sor Olalla de Santiago, oriundas del con­vento de la Concepción de Mérida.

            Según el "Memorial" de 1646, "hay en el convento algunas reli­giosas que tratan de mucha virtud, oración y mortificación; tienen todo el año ejercicios eremíticos y otros ejercicios que un religioso de esta santa provincia de los Ángeles les dio, con que se recogen grandes medros espirituales en este nuevo jardín".

            Algunos indicios quedan hoy día de este convento (patios, arca­das, etc.) en casas inmediatas a la iglesia, que, afortunadamente y muy i a pesar de su abandono, se conserva en pie todavía.

            Esta iglesia, que posee una extraordinaria elevación, es de una sola nave, cubierta por bóvedas de cañón y lunetos y media naranja en el presbiterio. En el altar mayor labraron un retablo de yesería, que recuerda un tanto el estilo plateresco, y cubrieron su frontal y gradas azulejos sevillanos de cuenca, probablemente de acarreo, pues i de época muy anterior a la de la erección del templo.

            Pero lo que más destaca del edificio es la soberbia portada -hoy cegada- de la calle Concepción, de corte clásico, bien conservada.

 Hemerotecas

domingo, 20 de octubre de 2024

Guadalcanal Monumental 4

 

CONVENTO DE SANTA CLARA

             La sensible despoblación que Guadalcanal sufrió en el siglo XVI a causa de la emigración ya que muchos de sus hijos emprendieron a las Indias, perjudicó grandemente los intereses de esta villa, proporcionó en cambio, notables beneficios en el orden espiritual, como se vio por la larga serie de fundaciones de obras pías, instituciones religiosas y mandas para ayuda de los necesitados que efectuaron gran número de guadalcanalenses enriquecidos en el Nuevo Mundo.

            El convento de Santa Clara de Guadalcanal fue consecuencia devota y benemérita de estos hechos.

            El capitán Jerónimo González de Alanís, natural de esta villa, había pasado a las Indias hacia el año de 1538. Habiendo reunido una fortuna decidió hacer testamento el 19 de abril de 1584 ante Francisco Pliego, en la Plata (Perú) -debajo del cual murió veinte días después-, y por él ordenó que de su hacienda se tomasen 30.000 pesos de plata para la fundación de un convento de monjas de la observancia regular de Santa Clara en Guadalcanal, adscrito a la provincia de los Ángeles. Instituyó también la capellanía de dicho convento y un pósito, ajeno al mismo.

            Una vez el dinero en esta villa y en poder de la hermana del testador, doña Catalina López de Alanís, a quien nombró por patrona, se compraron 582.953 maravedíes, los cuales se impusieron sobre las alcabalas de Guadalcanal, Llerena y Azuaga, con autorización real, otorgándose la escritura correspondiente ante Agustín de Binaldo, en 19 de marzo de 1589.

            Por la escritura de fundación -que se leyó en esta villa en la escribanía de Fernando de Arana, el 4 de noviembre de 1589- cono­cemos ciertas normas por las que según la voluntad del instituidor había de regirse este convento. Consta en ella que la dotación de la capellanía sería de 400 pesos de principal, equivalente a 108.000 maravedíes, cuyo cargo ostentaría el clérigo pariente más cercano del fundador residente en Guadalcanal. A falta de parientes, pasaría la prebenda al sacerdote secular que nombrase el guardián del convento de la Piedad de esta villa, que lo era a la sazón Fray Antonio Delgado, quien en principio no hubo de usar esta facultad, pues fue primer cape­llán del nuevo cenobio don Juan López Rincón, hijo de la mencionada doña Catalina López de Alanís y de Cristóbal Muñoz, su marido. Se especifica asimismo en la escritura de referencia que el capellán debe­ría ser previamente examinado por el guardián del convento francisca­no de esta localidad de "ciencia y loables costumbres".

            Establecíase también que el patrono tendría una consignación anual del orden de los 100 pesos, equivalentes a 27.000 maravedíes, con obligación de dar al guardián de la Piedad 300 reales, así para gastos de ornamentos como para atención de las necesidades propia de la comunidad.             Por voluntad del testador, el patronato pasaría asi­mismo a un pariente suyo en la villa, siéndolo, tras la muerte de doña Catalina López, Diego de Fuentes.

            En cuanto a la entrada de las religiosas en la clausura, en fin, las parientes del fundador tenían derecho a abonar sólo la mitad de la dote.

            Pasaron algunos años.

            El 4 de marzo de 1591 llegó la licencia del Consejo de las Ór­denes para la erección del convento, en cuya fecha el Cabildo munici­pal, el entonces provincial del distrito angélico, Fray Diego de Espinosa, y los párrocos de las iglesias, juntamente con el guardián de San Fran­cisco y doña Catalina López, acompañados de otros religiosos y mucha gente principal de la villa, procedieron a la colocación de la primera piedra del edificio conventual, al que se llamó de San José, sito en la actual calle de Santa Clara, en casas que se compraron a Cristóbal Muñoz y a Hernando Rodríguez. Dio testimonio del acto el alcalde ordi­nario don Juan González Hidalgo.

            Concluida la construcción y dotación del edificio, el provincial de los Ángeles, que a la sazón lo era Fray Juan del Hierro -hijo preclaro de Alanís-, comisionó a Fray Alonso de Aspariegos para que fuese al convento de San Juan que las clarisas tenían en Belvis y trajera las monjas fundadoras, que fueron: Isabel del Espíritu Santo, abadesa nombrada; Juana de la Cena, vicaria; María de la Columna, María de la Transfiguración, Dionisia de la Encarnación y María del Pesebre.          

            El licenciado don Fernando Sánchez Duran, con autorización del provisor de Llerena, llevó el Santísimo Sacramento en solemne procesión al sagrario que en la capilla del convento se había deputado, entrando las religiosas en la clausura el 28 de abril de 1593.

 

Hemerotecas

 

sábado, 5 de octubre de 2024

Guadalcanal Monumental 3

 

Iglesia de San Sebastián 

1.INTRODUCCIÓN.
    Como es de todos conocido, el mercado de abastos de Guadalcanal cuenta con la particularidad de hallarse instalado en el inmueble de la antigua parroquia de San Sebastián, edificio de gran interés arquitectónico pero de poco conocida historia y hoy totalmente vacío de su primigenio patrimonio artístico a raíz de los desgraciados sucesos de la Guerra Civil.
    Siguiendo nuestra línea de puesta en valor del elenco monumental de la localidad queremos trazar en esta ocasión una visión panorámica de la historia y el arte de este templo, engarzando una serie de datos sobre sus vicisitudes históricas con la descripción de sus valores arquitectónicos y la evocación de las piezas artísticas desaparecidas que ornamentaron su hoy vacío interior, que a pesar de todo constituye una destacada muestra de la arquitectura medieval de la comarca de la Sierra Norte.

2. DESCRIPCIÓN ARQUITECTÓNICA.
    Tal como ha llegado a nuestros días, la arquitectura de la Iglesia de San Sebastián revela las diferentes etapas por las que atravesó su construcción y los estilos en boga en cada una de ellas, en un largo proceso que arrancando de las postrimerías de la Baja Edad Media llega a alcanzar incluso el Barroco, determinando por ende la combinación de elementos de distinta cronología y filiación estilística.
    Las noticias documentales más antiguas que conocemos nos hablan de su fundación por el maestre Don Alonso de Cárdenas en torno a la década de los ochenta del siglo XV y muestran el templo en obras ya en los años finales de la centuria. En efecto, el informe de la Visita Canónica de 1494 señala que el templo se está construyendo con las limosnas de los vecinos y el dinero procedente de la asignación de sepulturas, quedando por cubrir una parte de la iglesia, que constaba de tres naves separadas por medio de arcos de ladrillo y cal; cuyas techumbres eran a base de madera tosca con cañas y barro y teja encima, situándose en la cabecera el presbiterio, cubierto con bóveda 1. En definitiva, un edificio que seguía la tipología gótico-mudéjar de templo basilical cubierto con techumbre lignaria en las naves y capilla mayor abovedada, modelo al que obedece en la misma localidad la parroquia de Santa María.
    Sin embargo, a mediados del siglo XVI se van a acometer importantes obras, responsables de buena parte de su fisonomía actual, por cuanto las tres naves que componían la iglesia de San Sebastián se van a reducir a una sola, al tiempo que se levantará un nuevo presbiterio o capilla mayor. En 1549 se está cubriendo la nave con techumbre de madera de castaño, con vigas talladas y racimos dorados 2, siguiendo los modelos mudéjares de la denominada carpintería de lo blanco, especializada en levantar los genéricamente denominados «artesonados» tan propios de la arquitectura española y que se hallan presentes en no pocos de nuestros templos y palacios. Por su parte, la capilla mayor se construyó a mediados del siglo, hallándose ya abovedada en 1575, año en que no sólo se levantó la sacristía que se techó con madera de pino y ladrillos por tabla, sino que también se abordó la ampliación del templo, empeño en el que se tropezó con la falta de espacio y que pudo solucionarse mediante la incorporación del solar de un antiguo hospital vecino, espacio en el que se incluía una pequeña capilla puesta bajo la advocación de Santiago y en la que celebraba sus cultos la hermandad del mismo nombre 3.
    En definitiva, estas intervenciones quinientistas son las responsables del templo que nos ha llegado a nuestros días 4. Construido en mampuesto y ladrillo, su nave principal a la que se le adosa otra lateral en el lado izquierdo o del Evangelio, de gran elegancia a causa de su gran elevación, se divide en cuatro tramos el primero desviado del eje del edificio por medio de arcos transversales apuntados de gran luz que apean sobre pilastras adosadas al muro, muy esbeltas y con capiteles muy sencillos, cubriéndose hasta hace unos años con techumbre de madera, sustituida por la cubierta actual, dispuesta a dos aguas y que mantiene el recuerdo de la primitiva en la utilización de los maderos. 
    Por su parte, el presbiterio, igualmente desviado en relación al eje longitudinal de la nave y al que se accede a través de arco toral o triunfal apuntado y perfilado por dos sencillos baquetones, se cubre con bóveda estrellada, compuesta por dos nervios diagonales que al unirse entre sí por medio de otros nervios secundarios -los terceletes- dibujan una estrella de cuatro puntas, dentro de la que se inscribe un círculo. Las nervaduras que componen la bóveda que acabamos de describir muestran en sus uniones una serie de rosetas decoradas con interesantes temas heráldicos que, no hemos podido estudiar debidamente por su gran altura, pero que tal vez aludan al Priorato de San Marcos de León y a la Orden de Santiago, arrancando dichos nervios de ménsulas decoradas con relieves que representan los símbolos de los Evangelistas, unidas entre sí por medio de sendas impostas que recorren solamente los muros laterales del presbiterio, desapareciendo en el muro del testero a causa de la colocación del retablo que en su día ocupaba su superficie. En uno de dichos muros laterales se abre el ingreso a una pequeña capilla, cubierta igualmente con bóveda estrellada, pero de diseño mucho más simple, parecido a dos puntas de arpón unidas por sus vértices.
    Otra capilla, que en su día fue la del Sagrario, se abre al primer tramo de la nave, vecino del arco toral que conduce a la cabecera del templo. De planta cuadrada, su cubierta es también una bóveda estrellada con terceletes, cuya plementería todavía muestra restos de la decoración pictórica barroca con la que se la enriqueció en una reforma posterior, tal vez del siglo XVIII, a la que también debe corresponder la bóveda de medio cañón con arcos fajones que cubre la nave lateral.
    En definitiva, nos encontramos en el templo de San Sebastián con una combinación de elementos estilísticos del gótico, mudéjar, renacimiento y barroco. El esquema de nave única articulada por medio de arcos transversales apuntados y cubierta con techumbre de madera es muy representativo no sólo de la arquitectura medieval de la comarca, sino también de otras zonas vecinas, como las sierras de Huelva y Córdoba, teniendo en Guadalcanal otra buena muestra del mismo en la parroquia de Santa Ana, de la que nos ocuparemos en otra ocasión. De construcción rápida y barata por los materiales empleados -ladrillo y madera-, este modelo de templos serranos, todavía mal estudiados y que parecen ponerse de moda a partir de 1400, se va a extender a otras zonas, como las comarcas levantinas y las tierras del reino de Granada, zona esta última donde a raíz de la reconquista y bajo la iniciativa de los Reyes Católicos se van a levantar iglesias de estas mismas características. Otro elemento muy habitual en este tipo de templos de la sierra es la torre -fachada-, cuyo fuste o caña arranca sobre el ingreso situado a los pies de la nave, componiendo un imafronte de gran verticalidad de líneas al unir visualmente con gran sentido ascensional la entrada y el campanario, aunque en el caso de la iglesia de San Sebastián las transformaciones sufridas por dichos elementos han acabado por desdibujar el modelo originario 5.
    Por su parte, la estética gótica, en su fase más tardía y decadente, prolongando el agonizante estilo ojival hasta prácticamente los años centrales del siglo XVI, se manifiesta en las ya descritas bóvedas estrelladas del presbiterio y capillas laterales. El Renacimiento aparece tímidamente en la decoración heráldica de las nervaduras de la capilla mayor y en las ménsulas e impostas de las que arrancan y finalmente, el barroco asoma, aparte de la decoración pictórica de la antigua capilla del Sagrario, en la portada del edificio, compuesta por sencillo vano adintelado encuadrado entre pilastras y coronado por frontón recto y roto. Las reformas barrocas trajeron de la mano otras intervenciones, de cuya visión nos han privado los avatares sufridos por el templo, como la reparación del artesonado de la nave y la construcción de unas puertas nuevas para la capilla bautismal por parte del carpintero Jerónimo Espino en 1778, fecha también en la que el alarife Francisco de Ávila contrata la ejecución de la bóveda de dicha capilla y otros reparos 6.

3. EL DESAPARECIDO PATRIMONIO ARTÍSTICO.
    La antigua parroquia de San Sebastián fue cobijando entre sus muros un completo patrimonio artístico integrado por retablos, esculturas, pinturas, piezas de orfebrería y ornamentos sagrados de diferente época y estilo, en su mayoría destruidos en los lamentables sucesos de 1936.
    Ya desde los mismos días de la construcción del templo la Orden de Santiago se fue preocupando de dotarlo del correspondiente ajuar litúrgico. Así, la Visita Canónica de 1494 nos proporciona un minucioso listado de vasos sagrados y ornamentos, al tiempo que se señala la existencia de dos altares: el mayor, presidido por la escultura del Titular, «hecha de bulto, de madera», y otro dedicado a la Virgen, «de bulto, con su hijo en brazos, de madera, bien pintada e dorada» 7.
    Ya en el siglo XVI se anotan algunos encargos de obras para esta iglesia. Entre 1514 y 1515 el pintor Antón de Madrid se ocupa en la realización de un retablo 8, seguramente el mayor, que en la Visita de 1549 se describe como de talla dorada y valorado en 17.000 maravedís 9. Años después, entre 1565 y 1566 el escultor Juan de Valencia, activo en Llerena, ejecuta una nueva imagen de San Sebastián, cuyo pago aún no se había producido en su totalidad en 1571 10.
    En la Visita Canónica de 1575 se consignan diversos pagos al platero Alonso Pérez el Mayor y se señala que el rejero Domingo Hernández, avecindado en Guadalcanal, tiene cobrados más de 100.000 maravedís, importe de la reja que hizo para la capilla de Diego Ramos en el propio templo 11. Dentro de este campo de la rejería habría que recordar la reja de la capilla del clérigo Melchor Suárez, obra del segundo tercio del Quinientos y que, procedente de este templo, se halla colocada hoy día en la parroquia de Santa María, cerrando la capilla del primer tramo de la nave derecha o de la Epístola 12. Y a fines del siglo, el 20 de agosto de 1587 Alonso Ramos en representación del difunto Fernando Ramos y con destino a la capilla funeraria de este último, concertaba con el escultor Juan Bautista Vázquez el Mozo, la ejecución de un retablo compuesto por banco, un cuerpo y ático, presidiendo el conjunto un grupo escultórico del Calvario y situándose en las calles laterales las efigies de San Juan Bautista y San Benito 13. De este desaparecido retablo proceden, en opinión del profesor Palomero Páramo, dos relieves con las figuras de los citados santos y un Crucificado que hoy día forman parte de un retablo compuesto por elementos de acarreo y situado a los pies de la nave en la parroquia de Santiago de la vecina localidad de Llerena 14.
    El siglo XVII contempla la ejecución de un nuevo retablo mayor, contratado en 1639 con el escultor Mateo Méndez, de la citada localidad de Llerena, quien también ejecutó el de la parroquia de Santa María y el del convento del Espíritu Santo en nuestra villa 15.
    Por desgracia las obras mencionadas en estas noticias documentales han desaparecido, como todas las que se repartían por los muros del templo que nos ocupa. Gracias a un inventario de 1924 16 y a los trabajos del doctor Gordón Bernabé 17 y de los profesores Hernández Díaz y Sancho Corbacho 18 podemos hacernos una idea de este patrimonio perdido y su situación en el templo.
    Presidía el presbiterio el retablo mayor ejecutado por Mateo Méndez. Su estructura arquitectónica, muy clasicista, a tono con la sobriedad ornamental y rigor arquitectónico propios de la retablística de la primera mitad del siglo XVII, constaba de banco, dos cuerpos divididos en cinco calles y ático, distribuyéndose por sus registros tanto pinturas en lienzos encuadradas en cajas rectangulares como esculturas exentas cobijadas en hornacinas semicirculares. De este modo, en las hornacinas centrales del primer cuerpo figuraban el Titular, acompañado por San Joaquín y San Roque, situándose en el centro del segundo cuerpo la imagen de la Dolorosa, al tiempo que por las calles laterales se repartían diversas pinturas, como las de la Huida a Egipto, el Arcángel San Rafael y la Imposición de la Casulla a San Ildefonso.
    Dentro del arco que daba acceso a la sacristía se ubicaba el retablo de San Juan de Dios, en el que figuraban un lienzo del Titular y una pequeña imagen de la Dolorosa. A la altura del arco toral – que daba acceso a la capilla mayor- se situaba el retablo de Animas, con lienzo de este tema y coronado por otra pintura con la Virgen de Montserrat.
    La capilla del Sagrario se cerraba con reja de hierro forjado y albergaba un retablo de fines del siglo XVIII, dorado, presidido por la imagen de San José, más las efigies de San Rafael y Santa Catalina, situándose en el ático el Crucificado, acompañado por San Francisco de Asís y Santa Teresa de Jesús. El tabernáculo sacramental, flanqueado por dos esculturas del Niño Jesús, se ornamentaba con cornucopias y mostraba en su portezuela un cuadro de cristal con la Dolorosa. En otro retablo lateral dentro de la misma capilla recibía culto la primitiva imagen de Jesús Nazareno, acompañado por las de San Juan Evangelista y Santa María Magdalena, más otra efigie del Niño Jesús, denominado el Niño Perdido. Esta capilla fue al parecer fundada por Diego Ramos, natural de la localidad, quien en su testamento, otorgado el 31 de Octubre de 1573, dejó encargado que se hiciese la cubierta abovedada y que sobre su altar de piedra labrada se colocase un retablo, dejando para ello la suma de 1.000 ducados 19.
    Siguiendo por el muro de la nave, el retablo de la Inmaculada mostraba una pintura de esta advocación mariana y una pequeña imagen de San Roque. A continuación se situaba el de Santiago, compuesto por tres pinturas que representaban al titular, San Lorenzo y la Virgen, respectivamente.
    Ya en el muro contrario, una vez pasada la puerta del templo, se encontraba la capilla del Resucitado, cerrada con verja y con retablo integrado por tres pinturas: la Resurrección del Señor, Santa Ana y San Pedro. En los muros laterales y dentro de dos hornacinas se contemplaban las imágenes de San Diego de Alcalá y San Juan Nepomuceno.
    A la altura del arco toral y haciendo pareja con el de Animas, se situaba otro retablo con la imagen de la Virgen del Reposo.
    El retablo de San Antonio, con pintura de este santo, se ubicaba dentro de la pequeña capilla que vimos se comunicaba con el presbiterio, la cual podría identificarse con la perteneciente a Gonzalo Xuárez y sus herederos, que la compraron por 200 ducados con el fin de ser enterrados en ella 20.
    Para finalizar, señalaremos que la parroquia contaba con algunas piezas de orfebrería de interés, como una interesante caja–copón de fines del siglo XV, un copón de principios del siglo XVII y la custodia procesional, de fines del siglo XVIII y compuesta por tres cuerpos con columnillas decoradas con motivos rocalla. Los fondos documentales del archivo parroquial de San Sebastián se conservan integrados -junto con documentación procedente de Santa Ana- en el de la parroquia de Santa María, arrancando su cronología desde mediados del siglo XVI 21.

BIBLIOGRAFÍA
1 MUÑOZ TORRADO, Antonio: Visitas hechas a los pueblos de Andalucía, León y Extremadura de la referida Orden (de Santiago), en Boletín de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, tomo IX, n.º 47 (1925), pág. 91.
2 FLORES GUERRERO, Pilar: El arte del Priorato de San Marcos de León de la Orden de Santiago en los siglos XV y XVI: arquitectura religiosa. Universidad Complutense, Madrid, 1987. Vol. 1, pág. 480.
3 Ídem, págs. 480-481
4 HERNÁNDEZ DÍAZ, José; SANCHO CORBACHO, Antonio; COLLANTES TERÁN, Francisco: Catálogo arqueológico y artístico de la provincia de Sevilla, Vol. IV Sevilla, 1955. Págs. 220-223; V. V. A. A.: Guía artística de Sevilla y su provincia. Diputación Provincial de Sevilla, 1981. Pág. 582-583; Inventario artístico de Sevilla y su provincia. Madrid, 1982. Vol. 1, pág. 160; Edificios de tradición mudéjar en Andalucía. Consejería de Cultura, Sevilla, 2000. Págs. 85 -86; ANGULO IÑIGUEZ, Diego: Arquitectura mudéjar sevillana de los siglos XIII; XIV y XV Ayuntamiento de Sevilla, 1983. Pág. 130.
5 ANGULO IÑIGUEZ, Diego: Arquitectura mudéjar sevillana…, pág. 157
6 VILLA NOGALES, Fernando de la; MIRA CABALLOS, Esteban: Documentos inéditos para la Historia del Arte en la provincia de Sevilla, 1993. Págs. 14 y 67.
7 MUÑOZ TORRADO, Antonio: “Visitas hechas a los pueblos…, pág. 91; MENDEZ VENEGAS, Eladio: “Una Visita de la Orden de Santiago al Provisorato de Llerena de la Diócesis de Mérida-Badajoz: aspectos artísticos e ella señalados”, en Memoria Ecclesiae, vol XVII (Arte y archivos de la Iglesia, II). Oviedo 2000. Pág. 452.
8 SOLÍS RODRÍGUEZ, Carmelo: “Escultura y pintura del siglo XVI” en Historia de la Baja Extremadura, vol II. Badajoz, 1986. Pág. 604.
9 FLORES GUERRERO, Pilar: “El arte del Priorato…” pág. 481.
10 SOLÍS RODRIGUEZ, Carmelo: “Escultura y pintura…” , pág, 582.
11 TEJADA VIZUETE, Francisco: “Artes suntuarias en la Baja Extremadura en los siglos XVI y XVII”, en Historia de la Baja Extremadura, op. cit., págs. 782 y 804,
12 ídem, pág. 806; MATA TORRES, Josefa La rejería sevillana en el siglo XVI. Diputación Provincial de Sevilla, 2001. Págs, 297-298.
13 LOPEZ MARTÍNEZ, Celestino: Desde Jerónimo Hernández hasta Martínez Montañés. Sevilla, 1929. Págs. 120-121.
14 PALOMERO PARAMO, Jesús Miguel: El retablo sevillano del Renacimiento: análisis y evolución (1560-1629). Diputación Provincial de Sevilla, 1982. Pág. 339.
15 MENSAQUE URBANO, Julia: “El mecenazgo artístico del indiano Alonso González de la Pava en Guadalcanal”, en Andalucía y América en el siglo XVII. Actas de las III Jornadas de Andalucía y América. Sevilla, 1985. Vol. II, pág. 64.
16 ARCHIVO GENERAL DEL ARZOBISPADO DE SEVILLA, sección IV (Administración General), serie Inventarios, legajo 693.
17 GORDON BERNABE, Antonio: “La Iglesia de San Sebastián”, en Revista de Guadalcanal (1985), s.p.
18 HERNANDEZ DÍAZ, José; SANCHO CORBACHO, Antonio: Edificios religiosos y objetos de culto saqueados y destruidos por los marxistas en los pueblos de la provincia de Sevilla. Sevilla, 1937 Págs. 126-128.
19 FLORES GUERRERO, Pilar: ”El arte del Priorato…”, pág. 482,
20 ídem, pág. 481,
21 V. V. A. A. .Catálogo de los archivos parroquiales de la provincia de Sevilla, Banesto, Sevilla, 1992, Vol. I, págs. 561-574.

Salvador Hernández González. 
Revista de Feria 2002 

sábado, 21 de septiembre de 2024

Guadalcanal Monumental 2

La Capilla de San Vicente Ferrer de Guadalcanal y la antigua Hermandad del Rosario de la Aurora

           La Iglesia de San Vicente.- Edificio barroco cuya planta tiene forma de Cruz Latina, de una nave cubierta por bóveda de medio cañón con lunetas y cúpula en el crucero, pr su construcción y portada, parece obra del siglo XVIII, en ella se encontraba una imagen de San José, obra dl insigne escultor Juan de Mesa. Desde hace muchos años, este edificio, en manos particulares ha tenido múltiples funciones ajenas al culto, actualmente es una cafetería.

    La antigua capilla de San Vicente, destinada hoy a usos bien distintos de su función religiosa ordinaria, es uno de los monumentos de Guadalcanal de más desconocida historia, vacío que queremos llenar aportando una serie de noticias históricas ciertamente dispersas y aisladas, pero evocadoras de su origen, sus vicisitudes y su desaparecido patrimonio artístico, todo ello bajo el denominador común del culto del Santo Rosario, añeja y olvidada devoción de otros siglos en la localidad.
    Esta devoción, propagada por la Orden Dominicana desde la Baja Edad Media, se consolida en el siglo XVI gracias a la institución en 1573, por el Papa Pío V, de la festividad de Nuestra Señora del Rosario para conmemorar la victoria de Lepanto (7 de octubre de 1571) y alcanza su mayor auge durante los siglos XVII y XVIII gracias a los numerosos Rosarios públicos que se crearon entonces, especialmente en Sevilla y su archidiócesis. En efecto la religiosidad popular adquiere en Sevilla auténtica naturaleza en torno a la segunda mitad del siglo XVII, fenómeno en el que jugó importante papel las misiones cuaresmales pro­movidas por las autoridades eclesiásticas, en las que el rezo del Santo Rosario, como devoción a la vez individual y comunitario, es fomentado por los propios misioneros. De esta forma, el Rosario se convierte en signo visible y tangible de la presencia de Dios y en un auténtico medio de salvación, por lo que esta práctica piadosa se constituye en paradigma de la religiosidad popular (1). Tras el falleci­miento en olor de santidad del dominico Fray Pedro de Ulloa (1690), se genera todo un movimiento fundacional de congregaciones de marcado carácter peni­tencial y de culto interno en relación con esta devoción del Santo Rosario. Así se inició una auténtica explosión que se expandió por las diversas parroquias, iglesias y conventos en un cortísimo espacio de tiempo (2).
    En el caso de Guadalcanal, los orígenes de la Hermandad del Rosario nos son conocidos gracias a unas notas históricas elaboradas por Don Antonio Muñoz Torrado e insertas en el expediente incoado en 1925 por el Arzobispado de Sevilla sobre la venta de la ermita de San Vicente (3). Según nos relata Muñoz Torrado, las reglas de la Hermandad del Rosario de Guadalcanal fueron aprobadas el 8 de octubre de 1691 por el Prior del convento Santo Domingo de Llerena, dada la pertenencia de la localidad durante aquella época y hasta fines del siglo XIX en lo eclesiástico a la antigua Provincia de León de la Orden de Santiago. Por ello los vínculos con la citada localidad pacense, donde residían las autoridades religiosas de dicha Provincia de León, eran estrechos, no debiendo extrañar que los dominicos del convento Llerenense, como el más cercano a Guadalcanal, se encargasen de fomentar en la localidad la devoción al Rosario mediante predi­caciones y la fundación de una hermandad de esta advocación mariana.
    A principios del siglo XVIII y como nos sigue contando Muñoz Torrado, la Hermandad, instalada desde su origen en la parroquia de Santa María, entró en decadencia, de la que salió gracias al impulso del Venerable Simón el Ermitaño, muerto en 1711 y al que se debió la edificación de la capilla de la que tratamos, dedicada a San Vicente Ferrer -y no a su homónimo mártir-, santo dominico valenciano (1350-1419) famoso por sus fervorosas y multitudinarias misiones. El Venerable Simón, que vivía retirado en la ermita de San Benito, consiguió enfervorizar de nuevo a los cofrades y devotos del Rosario mediante la salida procesional por las calles de la localidad al amanecer. Y para tener un templo propio donde celebrar sus cultos, poco después de su muerte la Hermandad del Rosario de la Aurora comenzó a labrar el templo de San Vicente, que vino finalizarse en 1739. Ya a fines de siglo, el 1 de enero de 1792, la cofradía aprobar nuevas Reglas.
    A lo largo del siglo XIX la cofradía permanece activa en San Vicente, aunque sufriendo diferente altibajos y vicisitudes. En los primeros años de dicha centuria ocurrió un curioso episodio relacionado con esta iglesia, que igualmente nos es relatado por Muñoz Torrado:
    Por los años de 1818 vino a Guadalcanal a residir una ilustre dama que ocupó cargo en la corte, cerca de la Reina. Presentóse un día festivo en Santa Maria; a la hora de la Misa Mayor, con traje poco honesto. Pasaba el tiempo y los fieles se impacientaban, acercándose alguno a la Sacristía para preguntar la causa de la no celebrarse la Misa. Era Vicario D. Paulino de Caro, Caballero Santiaguista Vicario y Juez Eclesiástico de la villa, y salió al altar y dijo que no saldría la Misa hasta que no se retirara aquella Señora que no vestía conforme a la honestidad. Salió la Señora del templo humillada en su soberbia, y retiróse a su casa. Desde aquel día vistió honesta y humildemente, y asistía todos los días a Misa en la iglesia de San Vicente, y obtuvo privilegio del Obispo Prior (de Llerena) para que hubiese Reservado allí. Su cadáver recibió sepultura en el centro del crucero.
    Dicha señora era Doña Rosa Maffeito, fallecida en 1838. Su hija, Doña Ana Espinosa de los Monteros y Morales, esposa de Don Leandro López y Ayala, ambos vecinos de Guadalcanal, consiguieron en 1851 autorización eclesiástica para que en la ermita de San Vicente se establece el sagrario donde rendir continuo culto al Santísimo (4). El 22 de enero de dicho año dicho matrimonio se dirigía por escrito al Gobernador Eclesiástico del Priorato de San Marcos de León ofrecién­dose a mantener el culto eucarístico en dicho recinto sagrado. Tres días más tarde el citado Gobernador Eclesiástico pidió informes sobre el asunto al Párroco de Santa María de la Asunción, quien el siguiente día 27 contestó en sentido positivo a la propuesta de dichos señores, "pues además de ser bastante crecido el número de cofrades y devotos del Santo Rosario de la Aurora, sito en dicha ermita, y de concurrir diariamente a sacar por las calles y hora de la madrugada el Santo Rosario, se celebran en dicha ermita funciones de iglesia y misas rezadas en todos los días del año, a las que concurren muchos fieles, lo mismo que a recibir el Sacramento de la Penitencia, particularmente en la Cuaresma". El 1 de febrero siguiente dicho Gobernador pidió a los solicitantes que otorgasen, ante notario, escritura de obligación de sus bienes, por lo cual se comprometen al manteni­miento del culto eucarístico en San Vicente, que, en efecto, fue otorgada el 6 del propio mes ante el escribano Antonio José Calleja, siendo testigos Dionisio Palacios, Juan Pérez y Narciso Calleja. Los bienes con que se garantizaba el cumplimiento de los devotos propósitos de Don Leandro y Doña Ana eran sus casas en la calle Valencia, "que lindan a mano derecha entrando en ellas con huerto de casas de Doña Joaquina Sánchez y por la izquierda y espaldas con el mismo huerto (...)” y la finca "La Jayona". Finalmente, el 3 de marzo siguiente el Doctor Don Genaro de Alday, Provisor del Obispado Priorato de San Marcos de León, concedió su permiso para que se estableciese sagrario con Sacramento perpetuo en San Vicente, encomendando su inspección al Párroco de Santa María, corriendo a cargo del matrimonio López de Ayala y de sus sucesores el man­tenimiento de la lámpara que habría de iluminar al Santísimo, de los vasos sagrados y de otros enseres del culto.
    Ya en 1855 el Ayuntamiento de Guadalcanal había solicitado a las autoridades eclesiásticas de la Orden de Santiago la cesión de las ermitas de San Vicente y de los Milagros para instalar en ellas las Casas Consistoriales y escuelas (5), lo que parece que no se llevó a cabo, aunque una década después, con motivo de la Revolución de septiembre de 1868, el templo fue incautado por la Junta Revolucionaria que tomó el poder en la localidad, siendo desmontados los retablos y pulpitos, todavía sin instalar cuando en 1874 es devuelta la capilla (6). Al año siguiente de 1875 el templo estaba ya restaurándose y se preveía su pronta apertura al culto, para la cual el 10 de abril de dicho año el Párroco Don Juan Climaco Roda solicitaba permiso al Arzobispado de Sevilla -jurisdicción eclesiás­tica a la que la localidad se había incorporado por entonces-, bendiciéndose finalmente la capilla el siguiente 18 de abril. Por esa época el capellán de la Hermandad celebraba en San Vicente la misa de los domingos y festivos, después de cantado el Rosario por las calles del pueblo, además de los Septenarios de San José y de la virgen de los Dolores, la Función anual de la cofradía el día de la Circuncisión del Señor, con sermón y exposición del Santísimo, y los oficios de Semana Santa el sermón de la Institución de la Eucaristía (7).
    Sin embargo, no tardaron en presentarse nuevamente las fricciones entre la autoridad eclesiástica y la municipal. El 4 de febrero de 1876 el Gobierno Civil de la provincia exponía al Arzobispado sus quejas sobre el párroco de Santa María de la Asunción, quien se había negado a que el templo de San Vicente se utilizase como colegio electoral, a lo que se respondió desde la Misa alegando que el Ayuntamiento de Guadalcanal debería haberse dirigido al Palacio Arzobispal, "única (jurisdicción) a quien corresponde ceder para un servicio profano las iglesias abiertas y destinadas al culto público", y no al citado párroco de Santa María, con lo que se hubiese conseguido la pertinente autorización para instalar el colegio electoral en la citada capilla y se habrían evitado los enfrentamientos entre el párroco y el alcalde (8), agravados por la incautación de dicha ermita el 20 de enero de dicho año por parte del Ayuntamiento, quien la devolvió a las manos de la Iglesia el 13 de marzo del año siguiente (9).
    Todavía a fines del siglo XIX la Hermandad del Rosario de la Aurora permanecía activa en su templo de San Vicente, saliendo en procesión "todos los días de madrugada cantando el Santo Rosario por las calles de la población, y costeando el estipendio de la misa que se celebra en dicha ermita los días festivos terminada la procesión", según informaba al Arzobispado el Mayordomo de la misma, Don Rafael Arcos Romero, al tiempo que solicitaba permiso para emprender en dicho templo la construcción de un coro en alto a los pies de la nave al objeto de albergar a los numeroso fieles que concurrían a los cultos, obra que había sido tasada en 900 reales por los alarifes locales (10).
    No volvemos a tener más noticias de la capilla y hermandad hasta los primeros años del siglo XX. Todavía en 1914 salía diariamente el Rosario de la Aurora, celebrándose en noviembre la Novena de Animas (11). Sin embargo, la decadencia por la que atravesaba la cofradía del Rosario era irreversible, llegando a disolverse en 1916 y pasando sus libros y objetos a la Parroquia de Santa María, aunque su extinción canónica no se planteó hasta el decreto dado por el Cardenal Ilundain el 4 de junio de 1925, año en que el Arzobispado se plantea la venta de la capilla de San Vicente, cerrada al culto desde 1917 y sirviendo como almacén, aunque conservando los retablos y algunas imágenes. Los pocos hermanos que perdu­raban de la cofradía del Rosario alegaron el siguiente 9 de julio la propiedad de la Hermandad sobre el edificio, oponiéndose a su enajenación y nombrando una Junta de Gobierno interna para reorganizar la corporación. No sabemos si la Hermandad logró salir de su postración, aunque sí se consiguió paralizar la venta, suspendida por decreto arzobispal del 16 de septiembre de dicho año. Ya en 1931 el Párroco de Santa María recibió algu­nas peticiones para destinar el edificio a escuela, lo que fue desestimado por la Mitra (12).
    Finalmente, en los desgraciados su­cesos de 1936 el edificio fue saqueado, destrozándose sus retablos e imáge­nes (13). Gracias a un inventario de 1924 podemos hacernos a la idea del patri­monio artístico perdido (14). El retablo mayor era de madera tallada, presidido por la Virgen del Rosario, acompañada a los lados por Santo Domingo de Guzmán y San Vicente Ferrer, imágenes todas de talla. En sendos retablos laterales se veneraban un Crucificado y San Anto­nio, respectivamente. Y ya en la nave, dentro de hornacinas formadas en los muros, las esculturas de San José, procedente del antiguo convento de Santa Clara e interesantísima obra atri­buida a Juan de Mesa (15) y San Diego de Alcalá. Sobre las pilastras del presbi­terio se situaban dos pinturas proce­dentes del desaparecido convento de San Francisco.
    Hoy sólo podemos contemplar, como recuerdo de esta desaparecida devo­ción del Rosario, la antigua capilla de San Vicente, sobrio y sencillo edificio barroco compuesto por una sola nave con planta de cruz latina cubierta por bóveda de cañón y lunetos y media naranja sobre el crucero (16), la cual se trasdosa al exterior por medio de tambor poligonal cubierto con linterna ciega, siguiendo un modelo muy difundido en la época por Extremadura. Al interior se accede por medio de simples portadas adinteladas, apilastradas y rematadas por frontones, destacando en la fachada de los pies una sencilla espadaña de vano único.

NOTAS: -

(1) ROMERO MENSAQUE, Carlos José: "La conformación popular del universo religioso: los Rosarios públicos y sus Hermandades en Sevilla durante el siglo XVIII", en Religión y Cultura, vol. I. Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía - Fundación Machado, Sevilla, 1999. Pág. 428.
(2) Ibidem, págs. 428-429.
(3) ARCHIVO GENERAL DEL ARZOBISPADO DE SEVILLA (en adelante, A.G.A.S.), sección II (Gobvr serie Asuntos Despachados, legajo 587: Expediente de venta de la ermita de San Vicente de Guadalcanal (1925-1935).
(4) A.G.A.S., sección III (Justicia), legajo 3703: Guadalcanal. Sacramento en la ermita de San Vicente (1851).
(5) A.G.A.S., sección II (Gobierno), serie Asuntos Despachados, legajo 275 (1855).
(6) A.G.A.S., sección II (Gobierno), serie Asuntos Despachados, legajo 327 (1874).
(7) A.G.A.S., sección II (Gobierno), serie Asuntos Despachados, legajo 632, expediente n.911: Guadalcanal. Ermita de San Vicente. Sobre su reedificación, bendición y Sagrado permanente (1875).
(8) A.G.A.S., sección II (Gobierno), serie Asuntos Despachados, legajo 332 (1876): Guadalcanal. Parroquia de Santa María. Queja del alcalde por haberse negado el Cura a ceder la ermita de San Vicente para colegio electoral.
(9) A.G.A.S., sección II (Gobierno), serie Asuntos Despachados, legajo 336 (1877).
(10) A.G.A.S., sección II (Justicia), serie Hermandades, legajo 225.
(11) A.G.A.S., sección II (Gobierno), serie Asuntos Despachados, legajo 414 (1914).
(12) A.G.A.S., sección II (Gobierno), serie Asuntos Despachados, legajo 587: Expediente de venta de la ermita de San Vicente de Guadalcanal (1925-1935).
(13) HERNÁNDEZ DÍAZ, José - SANCHO CORBACHO, Antonio: Edificios religiosos y objetos de culto saqueados y destruidos por los marxistas en los pueblos de la provincia de Sevilla. Sevilla, 1937. Pág. 131.
(14) A.G.A.S., sección IV (Administración General), serie Inventarios, legajo 693.
(15) GÓMEZ MORENO, María Elena: Escultura del siglo XVII, vol. XVI de "Ars Hispaniae". Madrid, 1963. Pág. 179; HERNÁNDEZ DÍAZ, José: Juan de Mesa. Escultor de Imaginería (1583 - 1627). Sevilla, 1983. Pág. 82.
(16) HERNÁNDEZ DÍAZ, José - SANCHO CORBACHO, Antonio - COLLANTES DE TERAN, Francisco: Catálogo arqueológico y artístico de la provincia de Sevilla, vol. IV. Sevilla, 1953. Pág. 224; V.V.A.A.: Guía artística de Sevilla y su provincia. Sevilla, 1981. Pág. 583.

Salvador Hernández González
Revista de Feria 2000

sábado, 7 de septiembre de 2024

Guadalcanal monumental 1

 

Iglesia Parroquial de Santa María de la Asunción 

Introducción
    Sin duda alguna la parroquia de Santa María de la Asunción constituye el principal monumento de Guadalcanal, a la vez que depositaria de un patrimonio artístico que, cuantioso y de notable calidad en siglos pasados, nos ha llegado muy esquilmado por los trágicos y desgraciados acontecimientos de 1936. La evocación de este patrimonio perdido tiene, aparte de su interés para la historia del arte local, el objetivo de que tomemos conciencia de la importancia de lo que todavía nos queda. Mal podremos defender y conservar lo que tenemos si no lo conocemos ni valoramos.
    Por ello, y a modo de pequeña guía artística del templo, vamos a trazar una descripción de sus valores arquitectónicos, seguida del recuerdo de las obras de arte desaparecidas, para finalizar con las obras que actualmente podemos contemplar.

1.- Descripción arquitectónica.
    El templo de Santa María es uno de los más interesantes ejemplos de la arquitectura medieval en la Sierra Norte sevillana. Las diferentes etapas que han ido marcando su historia constructiva han dejado su huella en el edificio, definiendo un amplio muestrario de elementos de los estilos islámico, gótico, mudéjar, renacimiento y barroco.
    En el solar que ocupa la parroquia se levantó la primitiva fortaleza musulmana, de época almohade, de la que sólo ha llegado a nosotros un trozo de muro situado junto a la cabecera del templo y en el que se abre un arco de herradura apuntada encuadrado por alfiz. Esta construcción militar fue derribada para levantar un templo gótico-mudéjar, construido a base de sillares y ladrillo, de planta rectangular y dividido en tres naves repartidas en cuatro tramos por medio de pilares cruciformes, rematados por capiteles muy sencillos en forma de cavetos, sobre los que apoyan arcos apuntados. Dichas naves primitivamente debieron estar cubiertas por techumbres de madera en forma de artesa en la nave central y de colgadizo en las laterales.
    La nave central comunica a través de un arco toral apuntado, con el presbiterio o capilla mayor compuesto por dos tramos, ambos cubiertos con bóvedas góticas de nervaduras. El primero el más cercano a la nave y de planta rectangular, lo hace con bóveda sex partita, mientras que el segundo, de planta poligonal, se cubre con bóveda de crucería dispuesta en forma de abanico, cuyos nervios arrancan de baquetones coronados por capiteles de sección troncopiramidal cuyas caras se decoran con figuras de gran tosquedad. Las naves laterales terminaban primitivamente antes de construirse las capillas que constituyen sus cabeceras, en testeros planos, iluminándose por medio de óculos de cinco lóbulos abiertos en la cabecera y ventanas en forma de arcos de herradura a los lados. El arcaísmo de algunos de los elementos descritos ha llevado a la crítica histórico-artística a fechar el templo a comienzos del siglo XIV, continuando las obras a lo largo de dicho siglo y desarrollándose hasta el siguiente. Así lo prueba la construcción de la capilla adosada a la nave derecha o de la Epístola, fechable en momentos avanzado del siglo XV o comienzos del XVI y compuesta por dos tramos, el primero cubierto con bóveda de crucería estrellada con terceletes, mientras que el segundo, producto de una reforma de época bastante posterior, lo hace con bóveda semiesférica sobre pechinas.
    También a estos años de transición entre los siglos XV y XVI se deben otras partes del templo, como su portada y la torre. La primera, abierta en el muro izquierdo o del Evangelio, está formada por un vano adintelado cobijado por arquivoltas apuntadas y abocinadas, encuadrándose lateralmente por sendos baquetones rematados por pináculos y coronándose el conjunto por un alero de modillones. Obra muy característica de fines del gótico, muestra cierto parentesco con las portadas laterales de la parroquia de Santiago de Llerena. Esta relación artística no resulta nada extraña si se tiene en cuenta la pertenencia de Guadalcanal hasta mediados del siglo XIX en lo eclesiástico a la denominada Provincia de León de la Orden de Santiago. Esta institución religiosa-militar tenía establecido un Provisorato en la citada localidad pacense, del cual dependía todo lo relativo a la vida religiosa en Guadalcanal hasta su incorporación en 1851 al Arzobispado de Sevilla.
    La torre, ubicada a los pies de la misma nave izquierda, está ejecutada en ladrillo y se compone de cinco cuerpos, abriéndose los vanos del cuerpo de campanas, por medio de arcos conopiales que enlazan con la moldura que da paso al pretil que corona el conjunto. En esta construcción puede advertirse la influencia del modelo de campanario fuerte, macizo y monumental presente en muchas localidades de la provincia de Badajoz, pudiéndose citar a este respecto, entre otras muchas, las torres de las parroquias de Azuaga y Granja de Torrehermosa.
    Conforme avanza el siglo XVI continúan las obras en el templo. Se construyen las capillas de cabecera de las naves laterales. La de la cabecera de la nave izquierda, dedicada en tiempos a Nuestra Señora del Espino y fundada por Alonso Ramos, hijo de Rodrigo Ramos el Viejo, es de planta rectangular y se cubre con bóveda elíptica sobre pechinas, mientras que la de la nave contraria, edificada en torno a 1550 a expensas de Francisco López, clérigo, venido poco antes del Perú, muestra bóveda vaída de intradós acasetonado.
    El siglo XVII contempló la construcción de la sacristía, según declara la inscripción situada en la pequeña portada, rematada por frontón triangular, que le da acceso: “Esta sacristía se hizo siendo Mayordomo Francisco Ximénez Sotomayor, Regidor Perpetuo. Año de 1600. La gloria sea a Dios”. Ya en el XVIII debió emprenderse la construcción del coro, a los pies del templo, y la reforma de las cubiertas de las naves, sustituyendo las primitivas techumbres de madera por bóveda de medio cañón rebajado en la nave central y de medio cañón simple en las laterales. En este sentido hay que tener en cuenta que el 28 de agosto de 1719 Francisco del Toro y Antonio González, maestros de albañilería y de carpintería, respectivamente, vecinos de Llerena, otorgaban escritura ante Pedro de Figueroa, notario de Guadalcanal, sobre la obra que necesitaba este templo.
    Ya en nuestro siglo, concretamente en 1931, se construyó la torre del reloj, recientemente reconstruida a raíz del derribo sufrido a consecuencia de un fuerte temporal.

2-. El patrimonio artístico desaparecido, a través de un inventario de 1924.
    La parroquia de Santa María fue acumulando a lo largo de su dilatada historia un nutrido patrimonio artístico compuesto por retablos, esculturas, pinturas, piezas de orfebrería y ornamentos sagrados de diferente época y estilo, en su mayor parte destruido pasto de las llamas en los desgraciados sucesos en 1936.
    Ya en el siglo XVI se registran algunos encargos de obras para este templo. El 6 de diciembre de 1585 Antonio Rodríguez de Cabrera concertaba con el escultor Juan Bautista Vázquez el Viejo la ejecución de un retablo compuesto por banco, un cuerpo articulado por pilares de orden corintio y ático. La hornacina del único cuerpo albergaría una pintura de la Anunciación, mientras que el ático estaría presidido por la figura de Dios Padre. Y seis años después, el 18 de octubre de 1591 Luis de Porres, Abogado de la Real Audiencia de Sevilla y tutor de García Díaz de Villarrubia de Ortega, concertaba con Diego López Bueno y Francisco Pacheco, quienes se ocuparían de la parte arquitectónica y pictórica, respectivamente, un retablo compuesto por banco, un cuerpo articulado en tres calles por columnas y pilastras estriadas y ático. En el banco se representaba a los Evangelistas, flanqueando el tema de la Sagrada Cena, mientras que en la hornacina central figuraba la Asunción de la Virgen, acompañada en las hornacinas de las calles laterales por Santo Domingo y San Francisco, cuyas efigies eran rematadas por los bustos de la Magdalena Penitente y Santa Catalina mártir, apareciendo la Trinidad en el ático y la figura de Jesús en el remate del retablo.
    El siglo XVII asiste a la ejecución de un monumental retablo mayor, contratado en 1638 con el escultor Mateo Méndez de Llerena, quien tres años antes, en 1635, concertó otro retablo para la capilla que en el mismo templo tenía Francisco de Rojas Bastida.
    La actividad artística continúa también en el siglo XVIII. En primer lugar se procede al dorado del citado retablo mayor, tarea de la que se encargó entre 1703 y 1707 Antonio Gallardo, maestro dorador vecino de Sevilla. Y en segundo lugar, el 1 de abril de 1.712 José García Zambrano, maestro escultor vecino de Llerena, concertó un retablo para la capilla de la cofradía de Nuestra Señora del Rosario, el cual “ha de tener seis columnas salomónicas talladas de rosas, Sagrario de uso, nicho para la imagen y todos los demás adornos competentes arreglado a planta que muestra, peana para la imagen con tres serafines”.
    A través de estos contratos podemos comprobar que en el patrimonio artístico de Guadalcanal se hace presente una doble influencia: por un lado, la de la escuela sevillana, lógica por la situación geográfica de la localidad y a la que llegan obras de artistas tan destacados como el escultor Juan Bautista Vázquez el Viejo y el pintor Francisco Pacheco, este último más conocido por ser suegro de Velázquez y por su obra literaria que por su labor propiamente pictórica y por otro lado, la pertenencia de Guadalcanal a la Orden de Santiago, como antes se dijo, motiva las naturales relaciones con un centro artístico de tanto peso en la Baja Extremadura como era Llerena, considerada como “la Atenas de Extremadura”. De esta forma, Guadalcanal aparece como un verdadero cruce de influencias artísticas, imprimiendo esta mezcla de rasgos andaluces y extremeños un peculiar sello a sus monumentos.
    Desgraciadamente todas las obras citadas en las noticias documentales arriba expuestas han desaparecido, como la mayor parte de las que se repartían por el templo que estamos analizando. Gracias a un inventario de 1924 ya los estudios de los profesores Hernández Díaz y Sancho Corbacho podemos hacernos una idea de este patrimonio perdido y su situación en el templo.
    El presbiterio estaba presidido por el retablo mayor ejecutado por Mateo Méndez.
    Era una monumental estructura arquitectónica en madera dorada distribuida en tres planos para adaptarse a la forma poligonal del testero. El plano central estaba organizado por una gran hornacina conteniendo un relieve de la Asunción de la Virgen, de madera tallada y rodeada de ángeles, que procede de la iglesia de San Vicente, flanqueada por columnas pareadas estriadas de orden corintio sobre las que apeaba entablamento y frontón triangular partido. Sobre esta hornacina montaba el segundo cuerpo, articulado por columnas también corintias y estriadas entre las que se repartían cartelas con atributos marianos, dando paso al ático, compuesto por una hornacina con la figura del Crucificado. El plano derecho o de la Epístola se organizaba en dos cuerpos, articulados por medio de columnas jónicas en el primero y corintias en el segundo, entre las que se abrían hornacinas, rematadas en medio punto las inferiores y adinteladas las superiores, todas rematadas por frontones rectos y rotos, albergando esculturas de los santos Pedro, Pablo, Atanasio y Crispín. Como remate, un pequeño ático con pintura de tema sin identificar. El plano del lado contrario consistía en una hornacina abierta en arco muy rebajado, a modo de pequeña capilla, “llamada de las Llagas de San Francisco”, quizás por contener un lienzo en el que se representase el episodio de la Estigmatización de dicho santo, aunque antes de su destrucción albergaba una imagen de vestir de la Virgen, según se advierte en fotografías antiguas. Sobre dicha hornacina descansaba el segundo cuerpo, organizado como su compañero del lado contrario por medio de hornacinas rematadas por frontones en las que se cobijaban las imágenes de San Cristóbal y San Blas, El frontal del altar estaba formado “de preciosos azulejos de refractos (reflejos) metálicos, de gran mérito y antiguos, encontrados detrás de un muro”.
    Al arco toral se adosaba, aparte de sendas esculturas de ángeles lampareros, un púlpito de hierro forjado “del siglo XV, formado recientemente de un balcón de aquella época y adosado a la verja del Sagrario, constituyendo un hermoso conjunto por ser del mismo estilo y antigüedad, viniendo a sustituir al que existía, de madera, feo y de mal gusto”.
    Situándonos ya en la nave izquierda o del Evangelio, ésta era encabezada por la capilla del Sagrario, dedicada antaño a Nuestra Señora del Espino, como antes se dijo. Ocupaba su testero un retablo de madera, tallado y dorado, presidido por la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, flanqueado por la de la Inmaculada Concepción y el Arcángel San Rafael, mientras que en la parte superior figuraba un lienzo pequeño de Nuestra Señora del Espino. El tabernáculo del Sagrario era también de madera, tallado y dorado, “Y por dentro con piedra de jaspe y forrado de pequeñas cornucopias”.
    Ya en la nave y bajo arcos abiertos en los muros se cobijan tres altares. El primero contenía un retablo dorado que albergaba un grupo escultórico de Nuestra Señora de las Angustias, “con el Señor muerto en los brazos y un angelito que le sostiene una mano”. El segundo estaba dedicado a San Juan Nepomuceno. Y el tercero, también con retablo dorado, contenía la imagen de San Antonio.
    La capilla bautismal, cerrada por una verja de hierro forjado, tenía en su altar una pintura en lienzo de San Juan Bautista y las imágenes de San Isidro y Santa María de la Cabeza, situándose sobre una repisa una urna con la imagen del Señor de la Humildad y Paciencia.
    Pasando ya a la nave contraria o de la Epístola, en su cabecera se abría la Capilla del Amarrado y Soledad, en la que se hallaban dos retablos. El principal estaba presidido por la imagen de Nuestra Señora de la Soledad, abriéndose a sus pies una urna con el Señor yacente. A los lados de la escultura mariana se situaban las esculturas del Niño Jesús y de San José, ésta “de gran mérito”. En el otro retablo, de madera pintada con adornos dorados, obra de la segunda mitad del siglo XVIII, se veneraba la imagen del Señor amarrado a la Columna, de escuela sevillana del primer tercio del siglo XVIII y en la parte superior la Virgen de la O.
    La siguiente capilla era la de Nuestra Señora del Rosario, también denominada del Cristo de las Aguas, dividida en dos tramos, el primero cubierto con bóveda de nervaduras gótica y el segundo con semiesférica sobrepechinas, como ya se dijo al describir el templo. En el segundo tramo, que cumplía la función de presbiterio, se levantaba un retablo “muy deteriorado y de pésimo gusto con la imagen de Nuestra Señora de la Asunción (. ..) Y debajo un cuadro-relicario con varias reliquias de santos”. A su izquierda se situaba el altar del Crucificado de las Aguas, “imagen de colosales proporciones”, al parecer de papelón, flanqueada por San Juan Evangelista y Santa María Magdalena, situándose en dos repisas la Virgen de los Remedios y Santa Clara. En el primer tramo, situado junto a la verja de entrada, se ubicaban otros dos retablos. El primero, de madera tallada y dorada, decorado con columnas salomónicas, estaba dedicado a Nuestra Señora del Rosario, debiéndose identificar con el que antes vimos había concertado en 1712 el maestro escultor José García Zambrano. El segundo, pintado en blanco, albergaba una interesante escultura de San Francisco de Asís, de escuela sevillana del primer cuarto del siglo XVII, atribuida por el inventario de 1924 a Martínez Montañés, aunque quizás habría que relacionarla más bien con el estilo de Juan de Mesa, a quien se atribuye la desaparecida escultura de San José con el Niño de la iglesia de San Vicente de la propia localidad.
    Ya de nuevo en la nave, en ella se situaban la capilla de Nuestra Señora de Guaditoca, “toda ella alicatada a metro y medio, siendo también de azulejos el retablo, gradas, mesa y frontal del altar”, y el altar de las Animas, con pintura de este tema.
    Finalmente, de los muros del templo colgaban diferentes pinturas, como las de la Asunción de la Virgen, la Inmaculada, San Juan Nepomuceno, Santo Domingo de Guzmán, San Ignacio de Loyola y la Virgen de las Angustias.

3.- El patrimonio artístico actual.
    La parroquia de Santa María alberga hoy entre sus muros un conjunto de obras, en gran parte de moderna ejecución, que han venido a llenar el vacío dejado por la desaparición de las piezas antes mencionadas.
    El actual retablo mayor, ejecutado en 1955, alberga una serie de pinturas de Rafael Blas Rodríguez realizadas en la misma fecha e inspiradas en los grandes temas de la pintura flamenca e italiana de los siglos XVI y XVII. En el ático se sitúan una escultura del Crucificado del siglo XVI, y dos tablas de fines del Siglo XVI representando a San Pedro y San Pablo y la Última Cena, que quizás pudiera tener alguna relación con el retablo que antes veíamos había sido encargado en 1591 por Luis de Porres a Diego López Bueno y Francisco Pacheco con destino a este templo. De gran interés es el frontal del altar, de azulejos sevillanos, fechable hacia 1600.
    La capilla de cabecera de la nave izquierda se cierra, en el frente que mira a la capilla mayor, por medio de una interesante reja renacentista fechada a fines del siglo XVI, cuyos dos pisos se articulan por medio de balaustres, figurando en el friso que los separa inscripción alusiva a los fundadores de la capilla.
    Ya por la nave se reparten algunas imágenes modernas de serie, como las de San Antonio, San Isidro Labrador, Virgen del Pilar, San Rafael, Virgen Milagrosa y Virgen de Fátima, además de un lienzo de las Ánimas, firmado por el citado Rafael Blas Rodríguez y fechado en 1957. Muy interesante resulta la pila bautismal, de estilo mudéjar y fechable en el siglo XIV, cuyas caras exteriores se ornamentan a base de arcos de herradura apuntados.
    En la nave contraria, aparte de algunas rejas de forja del siglo XVI, entre las que sobresale la que cierra la capilla de cabecera, obra atribuida al rejero Francisco Medina, hay que destacar, algunos retablos, recompuestos a base de elementos procedentes de otros desaparecidos y diversas esculturas, algunas antiguas, como la de San José con el Niño, Cristo de la Humildad y un Niño de Jesús, todas del siglo XVIII, y otras de moderna ejecución. De estas, algunas son de serie como las del Resucitado, Santa Teresita, Virgen del Carmen, San Juan de Dios, Sagrado Corazón y Cristo en su Entrada en Jerusalén, de la Hermandad de la Borriquita, mientras que las pertenecientes a otras hermandades de penitencia son debidas a afamados artistas sevillanos de nuestro siglo. Así, a Castillo Lastrucci se deben las imágenes del Cristo de la Sangre Amarrado a la Columna y Nuestra Señora de la Esperanza, titulares de la Hermandad de la Vera Cruz, y San Juan Evangelista, perteneciente a la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno, cuyo titular es obra de José Fernández Andes, debiéndose su cotitular, la Virgen de la Amargura, a Antonio Illanes, quien también ejecutó la imagen de Nuestra Señora de la Soledad. cotitular de la Hermandad de su nombre, siendo el Cristo Yacente de autor desconocido. El Santísimo Cristo de las Aguas y Nuestra Señora de los Dolores, titulares de la Hermandad de las Tres Horas, son obra de José Blanco (1952) y Rafael Quilez, respectivamente. La más reciente de las imágenes procesionales es la de la Virgen de la Paz, ejecutada en 1982 por Matilde García, discípula de Buiza, titular junto al Cristo de la Humildad de la Hermandad del Costalero.
    Finalmente habría que mencionar la colección de piezas de orfebrería del templo, fechadas entre los siglos XVI al XIX y entre las que destacan un ostensorio de plata dorada y cincelada del último tercio del siglo XVI, la cruz parroquial de plata dorada y cincelada decorada con figuras de los Evangelistas y relieves de la Asunción de la Virgen y los santos Pedro, Pablo, Catalina, Lorenzo, Santiago y María Magdalena, fechable hacia 1600; un ostiario de plata en forma de caja circular cubierta por tapa cónica con gallones, con decoración tardogótica, obra del segundo cuarto del siglo XVI; y un cáliz manierista del último cuarto del siglo XVI.

Salvador Hernández González
Revista de Guadalcanal año 1999