Apuntes de Diego “El Sereno”
Novena parte
La Bellísima Patrona de Guadalcanal Santísima Virgen María de Guaditoca
Sería imperdonable para mí como guadalcanalense, y muy devoto de la Santísima Virgen, que no la mencionara en el presente libro.
Desde que era muy joven, cuando venía de Navaldurazno con mi yegua para la Feria, traía mi ilusión puesta en acompañar a tan Celestial Señora en su salida procesional el sábado por el Real de la Feria.
Nunca lo hice como promesa, es más bien un compromiso el que tengo creado desde siempre, de acompañarla en todas sus salidas. Mi tío Martín, al que nunca lo vi en la iglesia, tenía la misma costumbre, y todos los años hacíamos el recorrido los dos en la fila, desde la salida hasta la entrada.
La calle Concepción, siempre se engalana para el paso de nuestra Señora. El membrillo del huerto de mi casa vertía sus frondosas ramas a la calle, y era un motivo a tener en cuenta a la hora de pasar la Virgen, pues se paraban los de la procesión para verlo. Yo quise en alguna ocasión cortarle alguna rama para facilitar el paso a nuestra Señora, pero los propios costaleros me dijeron que no, que así se lucían haciendo las maniobras correspondientes, para que la corona de la Virgen no se enganchara en el árbol, así que todos los años se esperaba el paso de la Virgen por el árbol como un pequeño acontecimiento.
Pasó el tiempo y el árbol se secó, y no pocas personas me preguntaron por él, lamentándose de la pérdida. Ahora tengo puesto otro en el mismo lugar y de la misma especie, y espero que con el paso del tiempo se vuelva a repetir la misma historia, y sea un aliciente más para la calle Concepción, el poder ofrecer al paso de nuestra Patrona, los amarillos y olorosos frutos de tan generoso árbol.
En las soledades de su Santuario, en un pintoresco rincón, a orillas del arroyo de Guaditoca, también me gusta hacerle alguna visita, aunque sea a través del ojo de la cerradura, si es que no está abierta la puerta de la ermita.
En el interesante libro “El Santuario de nuestra Señora de Guaditoca”, de Antonio Muñoz Torrado, hace la siguiente descripción de nuestra santa Patrona, que por ser bella y hermosa me ha parecido bien, reflejarla en el presenta comentario:
“La venerada imagen es una hermosa escultura de vestir, de rostro un poco alargado; tiene una gravedad severa al par que dulce, que atrae reverente a quien la mira, infundiendo respeto, amor y confianza filial; la frente es ancha y despejada, las cejas menudas, negras y arqueadas; los ojos negros y grandes con mirada tan agradable y serena que subyuga y llega hasta lo hondo del alma; la nariz larga y afilada; la boca pequeña y los labios finos y encendidos; teniendo junto a la vaca en el lado izquierdo un lunar, que da expresión de singular belleza a todo el rostro.”
“Es Guadalcanal su nombre; su población, la primera de la Extremadura, yendo de la Andalucía a ella”.
Esas son las palabras que dedicó Lope de Vega a esta localidad, blanca de cal, enclavada entre la Sierra del Agua y la Sierra del Viento, al filo de las tierras extremeñas.
Este bonito pueblo serrano, de ribazos y olivares, tan vinculado en la antigüedad a las tierras extremeñas; no le falta cada año el olor a cirios penitentes, que van ardiendo por sus calles, al ritmo de tambores y trompetas, toda una legión de voluntarios costaleros, con paso firme y seguro, ponen todo su empeño en esa labor conjunta de llevar a las imágenes de su pueblo y demostrar que lo llevan en la sangre como buenos guadalcanalenses.
Da la sensación de que el otoño y la primavera dan un rodeo por Guadalcanal, mientras que el invierno y el verano, entran triunfantes por sus calles. El viento de arriba, en invierno, te deja helado cuando cruzas por la calle Concepción; mientras que en verano el de abajo, te reconforta y te acaricia cuando entras en el paseo del Palacio, y cuando llegas a la Poza, te crees que estás en Biarritz.
Los jóvenes en invierno dábamos los primeros paseos por la plaza, para ir abriendo boca. Luego, según entraba el mal tiempo, a sacar agua dando vueltas en los Mesones, las muchachas lo hacían en un sentido y nosotros en otro, (siempre igual), para vernos las caras cada vez que nos cruzábamos, y así era más fácil, si te gustaba alguna no tenías más que cambiar de sentido.
El invierno aquí es largo y frío. Había que buscar alguna distracción, así que lo mejor que podías hacer era echarte una novia, y te reservabas un poco detrás de la puerta, porque más para dentro, no te dejaban pasar. El verano es otra cosa en Guadalcanal, aquí hay para todos.
La feria cierra las puertas del verano. Es como la clausura de la temporada veraniega, luego ya quedamos los de siempre, con la lluvia, el frío, y el aburrimiento por compañía, pero las migas, el mosto, y las sardinas asadas al amor de la lumbre en las casitas de campo, nos ayudan a dar una de cal y otra de arena a las inclemencias atmosféricas.
En las tibias tardes de otoño, nos íbamos a pelar la pava a la “Piedra de Santiago”, o a “El Cristo”, o a “El Coso”, o a la “Estación”. Ahora no veo a nadie por estos lugares pelando la pava, ¿o es que las de ahora no tienen plumas?, ¿o es que se las comen con plumas y todo?
Venían muchos veraneantes por entonces a Guadalcanal y algunos de ellos eran clientes asiduos de todos los años. Les encantaba leer la prensa en el Palacio, y tomarse un tintito de Usagre, en la “Cantina del Campiñerín”, que la montaba detrás del Ayuntamiento. Allí paseaba todo el mundo por las noches, y los domingos tocaba la Banda Municipal en el tablado que había en el centro del paseo, y tocaban muy bien, porque aquí de siempre ha habido muy buenos músicos. Un tío de mi padre fue muchos años el maestro de música, luego quedo su hijo, “El Musiquín”. Aunque nunca supe porque le decían este apodo.
Ya no se pone la jarra de agua y el vaso encima de la mesa-camilla, con sendos pañitos de encaje como tapaderas, ¿es que bebemos menos agua?
Desde que dejó de caer por su pie en la fuente de la plaza, o en el pilar de la “Cava”, o en el pozo de mi casa, que se bebía sin ganas cuando Mari mi esposa, ¿la sacaba con el cubo tirando de la cuerda?
El agua de Guadalcanal se pregonaba en el tren hasta que llegabas a Sevilla, en el botijo de barro colorado que hacía mi amigo Pepe, el alfarero con su padre Segundo un extremeño de Salvatierra de los Barros, que sentó cátedra aquí con el oficio bien aprendido, allá por el año 1919. También vendían carbón en la calle Las Sánchez para alimentar las cocinas de entonces.
Ahora no se toma el aguardiente de Cazalla, en la Puntilla. Entonces los mayores se levantaban muy temprano a fumar y tomar el aguardiente, mientras que charlaban con los viajeros del ómnibus que salía a las seis de la mañana para Sevilla.
El chofer del coche-correos era Carmelo, un hombre algo primitivo, pero agradable y bromista, que manejaba con cierta destreza la desvencijada guagua, por la carretera de la estación.
El chofer de la Bética era “Sanani”, y Cote, el cobrador, que también tenían su puntito cuando les llegaba la ocasión. Cote tenía una escopetilla que llevaba en el coche, para ir tirándoles a las liebres que saltaban a la carretera por las madrugadas camino de Constantina, y cuando mataba alguna los propios viajeros les ayudábamos a cobrarla, luego se la comían entre los amiguetes los domingos con arroz en casa Granaito.
Juan Berza y su madre Manuela, pregonaban los bollos de pan recién hechos al amanecer por todas las calles para desayunar las gentes de campo, y los molineros, antes de hacer el relevo, se tomaban su bollo mojado en aceite de él que salía por las torvas, que era el mejor y no sabía a alpechín, y además no costaba nada.
Funcionaban cuatro o cinco almazaras de aceite en el pueblo y las gentes por las mañanas solían ir por allí a calentarse las manos en el calderín. Las mujeres cogían agua caliente, de la que usaban los molineros para lavar los capachos al salir de las prensas.
Entre la gente menuda se ha perdido la costumbre de jugar a las canicas (los bolis), con lo buenas que las hay ahora en las tiendas de todo a cien, no como antes que teníamos que esperar a que se rompiera una botella de gaseosa de las de Perelló, que las tenían de tapón. En el Coso los hacían de barro, pero no eran del todo esféricos y chocaban muy mal.
Y las trompas de encina, cuando Matarriñas, les echaba las púas en la fragua, capaz de partir por medio la del más apuesto rival, con el cordel de cáñamo que comprábamos en casa de Julio el del estanco, un metro era la medida, Carmelita la dependienta lo sabía muy bien.
Su madre también se llamaba Carmelita, y confeccionaba muy bien las camisas de caballero a medida, en la calle Espíritu Santo, y había que encargarlas con mucha anticipación. Y el sastre, el Sr. Silva de Constantina, nos hacia los trajes a toda la trinca. Las niñas que tenía cosiendo en el taller se lo pasaban muy bien cuando teníamos que ir a las pruebas, estaba la sastrería en una esquina de la plaza de España.
En la calle, Santa Clara, arrendaban bicicletas, y era un regocijo para cualquier chaval de entonces darse un paseo en bici. Así aprendimos a montar la mayoría de nosotros,
El circuito era el Palacio, aunque también dábamos alguna vuelta por la Plaza, que estaba prohibido, y había que tener cuidado con “Pípoles”, el jefe de los municipales, un señor cojo, pero que andaba más de prisa que los que no lo eran. De aspecto agrio y cascarrabias, pero que no se la daba ningún pollo, por muy hábil que fuera.
En las ferias siempre había peleas entre gitanos, que comenzaban con los tratos de las bestias que se vendían y compraban. Él siempre las disolvía a sablazo limpio, con el sable que tenía para aquellas ocasiones; sin pensar en el peligro que corría metiéndose entre navajas gitanas.
Ramón Fernández, tenía una bici envidiable, con cambio y todo, era el único que le daba la vuelta al Palacio por encima del poyete, sin apearse de la bici, en tres o cuatro minutos se ponía en la estación.
Era radioaficionado y operaba con una emisora que él mismo se construyó, con las válvulas de los aparatos de radio, y otros componentes que él hacía, como bobinas, resistencias, antenas, entre otros, que soldaba con soldador de latonero que calentaba en el anafe de carbón.
Marchó a Venezuela y no sé si volvió alguna vez por Guadalcanal; hace unos años tuve ocasión de conocer a uno de sus hijos, que también era radioaficionado, y hablamos largo y tendido de la radioafición como colegas.
Exploro las cuevas de Santiago que están al borde de la rivera. Todos los que bajaban al abismal laberinto lo hacían con una cuerda para no perderse a la hora de regresar, pero había cierta dificultad para encontrar cuerdas tan largas, pero este hombre resolvió ese problema con paja, que iba dejando poco a poco, y así no tuvo ninguna dificultad para volver por el mismo sitio.
Estas cuevas por entonces eran muy visitadas por mucha gente, que no tenían otra cosa que hacer, ya que de antemano se sabía que no tenían ningún interés, aunque cuenta la historia que debido a ellas y a los restos arqueológicos del paleolítico encontrados allí, se pudo saber de los asentamientos de fenicios y romanos, y que cruzaban estas tierras por la vía, “Híspalis” y “Emérita Augusta”, en época posterior, (musulmana), llevó el nombre de Guad al Kanal, o Río de Creación.
Los Reyes Católicos, podrían haber seguido esta vía cuando viajaron, desde Sevilla a Madrid. Cazalla, Guadalcanal, Llerena, Guadalupe; en los primeros días de marzo de 1502.
Nunca anidó en mí la idea de bajar a esos abismos oscuros y fríos, por el contrario, la altura sí que me gustó de siempre, quizás sea porque la conozco mejor.
Antes de cerrar página, quisiera dar cabida en este libro, a todos los aromas campestres, tomillos, lentiscos, juagarzos, romeros, almoradux y adherirlos a cada página con las resinas de las jaras, para dar la sensación de estar asomado al brocal de la umbría, y volver a recordar todos esos incomparables aromas que la sierra sabe poner graciosamente en el aire sutil de aquellas montañas; que por mi torpeza no fui capaz de describir esos prodigios de la naturaleza que aquí se dan cita, a pesar de haber sentido como nadie el latido del corazón en Sierra Morena, pero que siguen estando ahí como mudos testigos de una eterna realidad, mientras que yo me rindo como un fracasado, antes lo que no fui capaz de conquistar con mi modesta filosofía.
Isidro Escote Gallego.