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sábado, 10 de septiembre de 2022

El observatorio astronómico AIKAID de Guadalcanal, una realidad

 


Y las ayudas económicas que no llegaron y la obra muere victima del olvido

Tras dos años de grandes esfuerzos, nos parece ya una realidad este observatorio que se está construyendo en la Sierra Norte y del que mostramos dos fotografías de cómo se encuentran las obras en este momento.

         En el Monte del Viento tenemos a Manuel Fernández Chaves, quien está llevando a cabo esta singular obra, a quien preguntamos.

__  ¿Con que objetivo te pusiste a hacer todo esto, que a nosotros no nos parecía en un principio que iba a ser de tanta envergadura, y sin embargo a medida que va avanzando el tiempo, nos va pareciendo más importante?

_ Creo que siempre que se comenta con alguien algo que uno vio y le impresionó mucho, nadie puede hacerse una idea tan clara como el que lo tuvo ante sus ojos. Y el objeto principal de esta obra es la de aportar más cultura para mi pueblo en la medida de mis posibilidades.

__  Dices que, para tu pueblo, esto hay que explicarlo más extensamente.

_ Digo para mi pueblo, y digo bien. Este observatorio es para Guadalcanal “ya lo dije en una charla en la biblioteca”, así como para toda la comarca a la que podrán venir estudiosos de la Astronomía, Colegios, Instituto e incluso de la Universidad de Sevilla.

__  ¿Qué organismos le han ayudado entonces?

_ Económicamente, hasta ahora ninguno. Aunque en la Junta de Andalucía me han dado muy buenas impresiones sobre una ayuda que pedí y La que posteriormente me den por medio de las Consejerías de Medio Ambiente, educación y Cultura. He tenido ayudas muy valiosas en lo que se refiere a materiales, mano de obra por el Ayuntamiento y varios particulares.


    Pues amigo Manuel yo agradezco esta oportunidad en nombre de todos , lo que haces por nuestro pueblo, en todo lo que te he pedido siempre, y de verdad deseamos que se vea terminada esta gran obra en la que tanto sacrificio, constancia y sudor te está costando y lo que es peor, sin ninguna ayuda económica, desde aquí invitamos a los dirigentes de la Junta de Andalucía para que nos visiten y comprueben cuanto decimos y traten de prestar ayuda económica para ver terminada esta magnífica obra, orgullo Guadalcanalense, y de Andalucía.

    Gracias, una vez más, Manuel, hombres como tú hacen falta muchos.

La redacción

Revista de Feria 1985

domingo, 21 de noviembre de 2021

GALERÍA DE GUADALCANALENSES

 


EL MÉDICO DE LOS POBRES 

        Don José Torrico y López Calero médico cirujano, ejerció su profesión desde su licenciatura hasta sus últimos días en Guadalcanal, fundador del Banco Agrícola de Labradores de Guadalcanal. Gran filántropo, pues se caracterizaba por su amor a las personas desfavorecidas de nuestra villa, trabajando por ellas y procurando su bienestar y progreso poniendo todo su capital al servicio de los labradores y agricultores, siendo considerado en el terreno profesional como el “médico de los pobres”, se puede considerar como uno de los Guadalcanalenses olvidados.

Nació en Guadalcanal en el año 1815 (el 15 de marzo o de mayo, el mes difiere según varios datos contrastados). Hijo de Don Pedro Torrico (también cirujano y “sanador en Guadalcanal” con referencia en varios capítulos de la guerra de la independencia en el año 1810), y de Doña María del Carmen López-Calero procedente de la vecina Azuaga. Murió soltero y sin descendencia.

Vivía en la calle Tentudía número 8 (actualmente Médico Antonio Porras), en ella pasaba consulta; en la misma calle esquina a la actual Costaleros poseía otra casa, en ella, en los años cuarenta del pasado siglo, se montó en los bajos un almacén que tenía por objeto vender productos agrícolas, herramientas para el campo, aperos de caballerías e incluso, pequeñas ventas y trueques de productos de las huertas. (información facilitada por nuestro paisano Manuel Muñoz Serrano Q.P.D.).

Tuvo gran protagonismo en la actividad social de la segunda mitad del siglo XIX en Guadalcanal, en los años 1854/55: “Se declaró una pandemia de cólera morbo asiática en los pueblos vecinos, que poco a poco llegó a esta nuestra villa y empezó a mermar la población, ante esta eventualidad, los médicos cirujanos titulares Don José Torrico y Don Dionisio Palacios, reunidos con el Ayuntamiento, acuerdan en conjunto hacer un nuevo cementerio en el Prado de San Francisco, actuando de primer edil, el primer teniente alcalde Don Leonardo Castelló i Donoso, y asistieron a la misma, además los concejales, los curas párrocos Don Juan Antonio Salvador, Don Mariano Martín de Arriva y Don Gonzalo Canelo Hidalgo” (sic)

Siendo muchas sus actividades y funciones públicas, su principal iniciativa consistió en la fundación de un banco que fue a su vez, de los pioneros en la España del último tercio del siglo XIX, para favorecer a los labradores de la localidad. Para ello, testó de forma verbal ante su amigo personal Don Manuel Pardillo Sánchez, Notario del Colegio de Sevilla, distrito de Cazalla de la Sierra, con residencia en esta población, dejando sus bienes inmuebles para la capitalización del citado banco.

Que en el protocolo de instrumentos públicos dice: “En la villa de Guadalcanal a veintiséis de marzo de mil ochocientos ochenta y tres” villa (Archivos de Cazalla de la Sierra), aparece bajo el número cincuenta y cinco el expediente sobre declaración del testamento de la célula testamentaría de Don José Torrico López Calero, dice así:

CÉDULA “Testamento de palabra que yo Don José Torrico López Calero, vecino de Guadalcanal, hago en presencia de los cinco testigos asistentes todos a este acto, rogados por mí al efecto, todos ellos vecinos de esta villa y que todos saben leer y escribir, autorizados con sus firmas, y esta mi espontánea y libre misma declaración, que reducirán a documento público mis herederos con arreglo a las prescripciones de la Ley de Enjuiciamiento Civil, hallándome en el pleno uso de mis facultades físicas, intelectuales y morales, y en el libre ejercicio de todos mis derechos civiles y políticos, he determinado deliberada y libremente, ordenar esta mi última voluntad en la forma siguiente conforme a la legislación patria”. (sic).

A continuación: “Declaro llamarme y ser conocido por Don José Torrico López Calero licenciado en medicina, vecino de Guadalcanal, con cédula personal número mil trescientos sesenta y siete, edad de setenta y ocho años cumplidos, hijo legítimo de Don Pedro Torrico y de Dña. María del Carmen López Calero, difuntos, natural de la expresada villa, de estado soltero y sin herederos forzosos y que profesa la religión católica, Apostólica y Romana. Prohíbo la intervención civil o eclesiástica en el cumplimiento de este mi testamento y ordeno que los bienes de los que soy dueño y poseo y los derechos y acciones que me correspondan, se hereden y suceda de la manera que se eximieran en el mismo” (sic)

Encontrándose muy enfermo, organiza sus recursos y testamenta para dejar distribuidos sus bienes, siempre pensando en favorecer a sus paisanos y familiares:

“Lego a Rogelio Vázquez Rivero, hijo de José Vázquez y María Jesús Rivero, la cantidad de dos mil reales cumpliendo la voluntad de mí difunto hermano cuya suma será entregada por mis herederos, luego que el legatario cumpla los diecinueve años”

“Es mi voluntad a la moza que me haya asistido en mi última enfermedad se le dé por mis herederos doscientos reales de remuneración y para los lutos”. “Es también mi voluntad, que los muebles, efectos, dinero, créditos y alhajas, entendiéndose en los dos primeros, los cuadros, mesas, sillas y menaje de la casa, loza y cristalería, aceite, granos, cecina y demás enseres, se formen ocho partes iguales, de las cuales llevará una solamente cada una de las tres primas , existen tres en Azuaga, llamadas Doña Guaditoca, Doña Brígida y Doña Rufina López Calero y Puga; dos partes para mi prima Doña Josefa López Calero y Puga y las tres partes restantes para mi otra prima Doña Antonia López Calero y Puga, cuyas ocho partes en la forma expresada la tendrán como herencia en propiedad, pudiendo disponer en ellas libremente”

“Es también mi voluntad que los libres inmuebles (excepción hecha de los frutos pendientes que se entiendan comprendida en la cláusula anterior) se distribuyan en usufructo por iguales partes entre mis cinco primas ya nombradas las cuales conservaran y poseerán mis dichas fincas utilizando sus rentas y productos, manteniendo siempre la esencia de las fincas y su buen cultivo o reparaciones, de este usufructo se dará a Dña. Antonia la parte que le corresponda en el olivar de las Umbría, lindando el que ella posee allí, y a Doña Josefa las cosas de mi habitación calle Tentudía número ocho. En las partes respectivas de este usufructo irán sucediéndose respectivamente los superviviente a las fallecidas en la misma proporción que las han recibido o sea por partes iguales”

“Igualmente es mi voluntad que al terminar el usufructo establecido en la cláusula anterior. O sea, al fallecimiento de la última de mis primas, la propiedad de todos los bienes inmuebles que me corresponden, sirva para establecer y contribuir en esta villa un banco agrícola para la clase labradora, conforme y con arreglo a la legislación que se halle entonces vigente y consultando los reglamentos y estatutos establecidos por el Gobierno de la Nación para esta institución acomodándolos en cuanto sea posible a las circunstancias, usos y costumbres de esta localidad”

“Considerando que a más de resulta el propósito de hacer testamento él Don José Torrico instituido herederas a sus primas llamadas Dña. Guaditoca, Doña Brígida y Doña Rufina López calero y Puga, (dos partes para su otra prima Doña Josefa López Calero y Puga) Doña Josefa y Doña Antonia López Calero y Puga en usufructo y permanente de sus dichas cinco primas destinará su caudal hereditario a la formación de un Banco Agrícola aparece que los testigos han ido de boca del testador y simultáneamente su disposición considerando que para el otorgamiento del testamento de que trata se ha guardado la formalidad exigida por la ley, él por ente el Eximo. Dijo: Le declaraba testamento del difunto Don José Torrico López Calero que resulta de dichas declaraciones y cedula presentadas sin perjuicio de tercero, mandando que se protocolice en el Registro del Notario de esta villa Don Francisco de Paula Muñoz por lo cual se darán a los interesados las copias pidieren o fuesen conducente”. (sic)

Hombre de convenciones religiosas y viéndose enfermo, confía a su buen amigo el presbítero Don Modesto Buiza, las exequias a su fallecimiento, bajo los siguientes puntos:

“Declaro ser mi voluntad que reducido mi cuerpo o cadáver ser decentemente vestido y colocado en un ataúd de buenas condiciones que será conducido hasta el cementerio público de esta villa y enterrado en nicho al que se pondrá después lápida moratoria con el rótulo correspondiente por mis albaceas, siendo conducido por cuatro criados de la casa o pobres que se designen y además veinticuatro de estos últimos que serán pagados a cinco reales cada uno para que lucen acompañamiento al cadáver al cementerio, asistiendo los clérigos de las tres parroquias de esta villa que gusten cantando y haciendo seis pozas hasta la salida de la población y terminándolas hasta el cementerio”.

“Es mi voluntad se apliquen por mi eterno descanso en misas rezadas mil reales al precio cada una de seis reales y asimismo que se den al presbítero Don Gregorio, y si no existiese dicho presbítero, se reducirá la cantidad a trescientos reales pasa el sacerdote quien se encargasen” “Es mi voluntad que al siguiente día de mi fallecimiento si es posibles se verifique al cabo del año y en este día se dé la cantidad de mil quinientos reales en limosnas a pobres, por mis herederos, con intervención de mis albaceas”

“Es mi voluntad que los vestidos y adornos de mi persona, se den por mis albaceas, que saben cuáles son, al presbítero Don Modesto Buiza”. (sic)

Don José Torrico era amigo de un reducido círculo de tertulias de personas relevantes de la época que se reunían en la casa del boticario Manuel de Alvarado, entre ellas y a pesar de la diferencia de edad, estableció gran amistad con don Juan Antonio Torre y Salvador (Micrófilo), así lo atestigua algunas referencias encontrada en un artículo de la revista científica y literaria, “El Alabardero” (hemeroteca portal archivos españoles), igualmente fue amigo del padre del doctor Vallina, así lo describe en las primeras memorias publicadas en México 1968 de Pedro Vallina Martínez, médico nacido en Guadalcanal, dice en uno de sus apuntes:

 “Mi padre era de Asturias y se vino a Andalucía andando junto con un grupo de amigos en busca de fortuna, mi madre era de Cantillana (Sevilla). Cuando se casaron se establecieron en la localidad de Guadalcanal, población serrana de la provincia de Sevilla, donde iniciaron un negocio pequeño montando una confitería y laborando unas fincas que fueron comprando y cultivando. Mi padre de naturaleza afable y buena persona por vocación, hizo enseguida amistad con Don José Torrico y López Calero, médico de profesión en la localidad, natural de la misma y gran benefactor de la gente humilde de su pueblo, era muy querido entre ese sector de la población y compartía con mi padre la inquietud social por ayudar a los pobres de necesidad, campesinos y jornaleros desfavorecidos de la localidad, cargados de hijos en su mayoría”. (sic)

El doctor José Torrico y López Calero falleció en la villa de Guadalcanal el 3 de diciembre de 1883 a las 10,00 de la mañana a causa de una infección intestinal, según consta en el acta de defunción folio 422, asiento 144 del Registro Civil. No pudo ver en funcionamiento su proyecto de banco, pero dejó establecidas las bases y nombrado tres albaceas administradores para su puesta en marcha. 

FUENTES: Archivos Municipales (apuntes de Leopoldo Tena) y Registro Civil de Guadalcanal, Archivo Notarial del Colegio de Sevilla, distrito de Cazalla de la Sierra, Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, Archivo Virtual de Prensa 

 Revista de Guadalcanal Feria y Fiestas - Año 2021

Rafael Spínola Rodríguez

domingo, 26 de septiembre de 2021

La lluvia infinita y 18



Epílogo

PEDRO SARMIENTO se querelló contra Mendaña tras el viaje a las Islas Salomón, pero jamás pudo cumplir su sueño de volver al Mar del Sur para descubrir Australia, cuya posición tan bien intuyó, y que no fue vista hasta 1605, cuando Váez de Torres atisbó el cabo de York, que llamó del Espíritu Santo. Sarmiento, a quien Mendaña destruyó todos sus papeles cuando llegaron de las Salomón, también persiguió a Francis Drake, fue hecho prisionero por los ingleses y confinado en la Torre de Londres.

Tuvo como carcelero al corsario inglés Raleigh, que le tuvo siempre en gran estima. Tras su liberación, quiso colonizar el Estrecho de Magallanes, pero fracaso. Murió en 1585.

Álvaro de Mendaña tuvo muchos problemas tras su regreso de las Salomón pues su tío, don Lope García De Castro, fue relevado del puesto. Hasta 1595 no consiguió, tras ímprobos esfuerzos, organizar un viaje para colonizar las islas descubiertas casi treinta años antes. No llegó a verlas nunca, pues sus anotaciones eran incorrectas.

Arribó a las Islas Marquesas, en una de las cuales murió y fue enterrado. Su esposa, Isabel Barreto, que le acompañó en el viaje, asumió el mando de la escuadra, cuyo piloto era el portugués Pedro Fernández de Quirós.

Isabel de Barreto se convirtió en la primera mujer de la Historia que obtuvo el cargo de almirante.

De Hernán Gallego nunca más se supo tras el regreso de la expedición en enero de 1569.

Las Salomón permanecieron olvidadas durante siglo y medio, hasta que el marino francés Louis Antoine de Bougainville llegó a las islas más septentrionales del archipiélago; pero no fueron colonizadas hasta finales del XIX, por marinos y misioneros ingleses.

En 1942 la isla de Guadalcanal fue escenario de una de las más largas y sangrientas batallas navales de toda la Segunda Guerra Mundial. Gadarukanaru, que así llamaron a la isla los japoneses, había de ser la cabeza de puente para la invasión de Australia. En esta batalla, que tanta literatura y cine ha inspirado, combatieron dos presidentes norteamericanos: John F. Kennedy y George Bush y escritores como Henry James, autor de libros como De aquí a la eternidad o La delgada línea roja, ambas felizmente adaptadas al cine.

Desde la década de los 70, las Islas Salomón conforman un estado independiente miembro de la Commonwealth. Su capital es Honiara, en Guadalcanal. La ciudad, cuya calle principal se llama Mendaña Avenue, se levanta muy cerca del Puerto de la Cruz al que arribó Ortega en 1567.

En la isla de San Jorge todavía recuerdan, pues así ha sido transmitido de padres a hijos, el encuentro entre Beko y Pedro de Ortega.

 JESÚS RUBIO

Toledo, 23 de noviembre de 1999

  CALLE DE ORTEGA VALENCIA EN GUADALCANAL. -

 

En esta calle nació

Don Pedro Ortega Valencia.

Se sabe de su existencia

que a las Indias emigró.

Una isla descubrió

en la lejana Oceanía.

Preso de melancolía,

y por alejar su mal,

la llamó Guadalcanal.

Tan presente lo tenía.

Andrés Mirón, Calicanto. Sevilla 1992

 

Jesús Rubio Villaverde. 1999 

domingo, 12 de septiembre de 2021

La lluvia infinita 17/18


Capítulo 17

 Carta de Pedro de Ortega

 Nieto del mariscal del mismo nombre, a Don Pedro de Arana.

 En Cuenca, a 14 de enero de 1598.

Poderoso señor don Pedro de Arana, general de las Galeras y de las Armadas del Mar del Sur: 

Hace dos meses que llegué a Cuenca, en la Audiencia de Quito, para hacerme cargo, como único heredero, de la encomienda que mi abuelo, el mariscal don Pedro de Ortega Valencia, ya fallecido, como sabrá, tenía en esta ciudad; y ha resultado que, entre sus legajos, he descubierto el diario de su viaje, con don Álvaro de Mendaña, a las Islas Salomón, diario que yo quiero entregarle, pues creo que es merced que merece la memoria de quien tan bien sirvió a Su Majestad y a usted mismo en tantas ocasiones.

Alguien de tanta dignidad como lo es Su Excelencia sabrá sacar provecho de él; suyo es, poderoso señor, pero no quiero acabar esta carta sin recordarle algunos de los méritos de don Pedro de Ortega Valencia, cuya sangre corre por mis venas para mi dicha y orgullo.

Mi abuelo llegó a Panamá hace más de cincuenta años, y al poco de su llegada, se levantó contra Su Majestad don Gonzalo Pizarro y varios encomenderos; y los hermanos Contreras, sabedores de que el licenciado Lagasca había ordenado llevar tres millones de pesos incautados al rebelde a Panamá, quisieron apoderarse de ellos tomando la ciudad, y mi abuelo, como miembro de la partida del capitán Ruiz de Marchena, desbarató a los bandidos, matando a casi todos sus hombres, y salvando los pesos y también la ciudad, pues los tiranos antes citados estaban dispuestos, si lo hubieran necesitado, a prenderle fuego.

Sabe Su Excelencia que mi abuelo también fue de la partida de Hernán Santillán contra el encomendero Hernández Girón, que también se levantó contra Su Majestad; si no lo recuerda eran aquellos que portaban un medallón en el que podía leerse: "Comerán los pobres y se hartarán".

Mi abuelo acudió a la llamada de la Audiencia de Lima y combatió a Girón y a sus hombres, ganándose el aprecio de sus capitanes por su coraje y su valor.

Por estos méritos, y por otros, recibió en 1563 el cargo de Alguacil Mayor de Panamá, ciudad a la que sirvió, en la que se casó con mí abuela, doña Isabel Hidalga, a quien Dios tenga en su gloria, y tuvo dos hijos, Jerónimo, mi padre, y Pedro, mí tío, fallecidos antes que mi abuelo. Allí tuvo que sacrificar su hacienda, que tanto sudor le costó conseguir, para, en 1567, marchar, con todo a su costa, a las Islas Salomón; fue requerido para ello por don Lope García de Castro, en aquel año gobernador interino del virreino del Perú, y a quien conoció mi abuelo cuatro años antes, cuando don Lope llegó a Panamá para restaurar la Audiencia de Panamá, ciudad en la que don Pedro Ortega sirvió, además, como factor y veedor de la Real Hacienda, durante muchos años y con gran provecho para S Majestad. Debe saber Su Excelencia que mi abuelo fue requerido por Su Majestad, el rey Don Felipe, que le hizo marchar a Madrid, con el fin de nombrarle general en jefe de la partida que pacificó el Bayano, región de Panamá en la que se habían sublevado los negros cimarrones, a los que persiguió por tierra y mar, a los que dio castigo grande y a los que consiguió pacificar, por más que el capitán Diego de Frías tratase, después, de oscurecer su labor, con insidias, diciendo que no buscaba nada más que su provecho y su gloria, llegando a pactar incluso con los cimarrones.

Sabe Su Excelencia que estos negros cimarrones, además de feroces guerreros, eran apoyados por el corsario Francisco Dráquez, inglés, que desde hacía tiempo andaba hostigando las costas de Perú y Panamá; y mi abuelo, con un batel le persiguió, pudiendo alcanzar a algunos de sus hombres, que marchaban en una barcaza, a la salida de un río, ordenando que fueran colgados y recuperando, así, todo el oro y demás riquezas que habían robado.

Todas estas empresas las acometió poniendo él mismo, de su hacienda, miles de pesos, y llevando consigo muchos siervos y criados, uno de los cuales, un negro llamado Antón Zape, consiguió la libertad por orden de Su Majestad por lo bien que sirvió y el valor que demostró en la lucha de mi abuelo contra los cimarrones.

Y no sólo se gastó su dinero, sino también otro mucho que pidió prestado, con lo que se endeudó con muchos vecinos, a los que pagó siempre, gracias a la renta de dos mil pesos anuales que, por dos vidas, obtuvo de Su Majestad por sus méritos ya descritos.

Y sabe Su Excelencia muy bien, pues Su Excelencia fue quien se lo ordenó, que mi abuelo también se distinguió por su rigor en el cobro de las acábalas.

Es de justicia, Excelencia, que el relato de su viaje a las Salomón que hizo mi abuelo, que sirvió siempre tan bien a Su Majestad en islas olvidadas bajo lluvias infinitas y contra indios caribes, bajo soles ardientes y contra tiranos sedientos de oro e ingleses taimados, sea conocido de todos, y por ello me atrevo a pedirle que divulgue este diario como usted entienda y pueda.

Es justicia que se debe a la memoria de mi abuelo, don Pedro de Ortega Valencia, que fue su amigo, Excelencia.

Dios guarde a Su Excelencia muchos años. 

Jesús Rubio Villaverde. 1999

domingo, 29 de agosto de 2021

La lluvia infinita 16/18

 


Capítulo 16

Diario de Pedro de Ortega 15 

24 DE JUNIO.

Tres islas más, muy pequeñas y casi gemelas: se les ha bautizado como Tres Marías, y están pobladas, pues hemos visto bohíos en la orilla, pues no hemos bajado a tierra.

Están hacia el Sureste de Treguada.

Cerca de ellas hemos descubierto dos más, a las que hemos puesto los nombres de Santiago y San Urbán.

25 DE JUNIO.

San Cristóbal, isla a la que hemos llegado hoy, es una isla muy grande y muy poblada. Los naturales, cuando han desembarcado nuestros hombres, con el fin de que nos marcháramos, han empezado a agitarse, doblarse y escarbar con las dos manos en la tierra; luego, se metían en el agua y se echaban agua por la cabeza. Pero no se les hizo caso, y se marcharon sin dar batalla.

26 DE JUNIO.

Hoy han vuelto los indios, en mucho mayor número, y con macanas y arcos y flechas.

Pero como estábamos todos en las naos, no ha habido enfrentamiento, pero es cosa de ver, Isabel, y no de contar, cómo aúllan y hacen señas para que nos vayamos.

El caso es que, al poco iniciar su algarada, y viendo que los despreciábamos, se han subido a sus canaluchos y se han venido hacia las naos, pero de dos arcabuzazos han ido todos al agua, unos heridos y otros aterrados.

He podido ver cuan diestros son nadando estos perros. Porque son perros, Isabel, y no hombres, que les hemos visto andar a cuatro patas.

29 DE JUNIO.

Ha vuelto el bergantín, en que salieron anteayer Rico y Gallego, con varios hombres, en demanda de dos islas que se vieron al Noreste de San Cristóbal.

Dicen que las han llamado Pauro y Santa Catalina, y los indios que en ellas viven son iguales que los que hemos visto hasta ahora: amulatados, medianos, caribes, hoscos y feroces.

Pero han podido parlamentar con algunos de ellos, que les han dicho que, hacia el Suroeste hay una gran tierra. A Sarmiento se le han iluminado los ojos:

-El gran continente.

1 DE JULIO.

Llevamos dos días abasteciendo los navíos para la partida definitiva hacia Perú.

Hoy, Mendaña nos ha llamado a los jefes y pilotos para tratar el asunto de la vuelta, que ya todos, creo que hasta Sarmiento, anhelamos.

-Recorreremos el archipiélago y volveremos a la isla de Jesús. Gallego dice que lo mejor es partir cuanto antes, pues de otra manera no encontraremos vientos favorables.

Sarmiento ha interrumpido, de improviso, el discurso del almirante:

-Opino, señor, que por lo que dijeron los indios de Pauro, estamos muy cerca, a no más de cuarenta leguas, del gran continente al Austro.

Pero Mendaña ha sido afilado:

-Eso ya se trató en su día, señor Sarmiento, y no hay nada más que discutir.

Pero han discutido, y con tal ardor, que de no haberme, necesitado Mendaña hasta el último hombre para el viaje regreso, hubiera ordenado colgar a Sarmiento por amotinado.

Al final, la púrpura ha pesado más que mil razones, Sarmiento, ya resignado, se ha limitado a preguntar:

-¿Qué ruta?

-A Nueva España.

Y el cosmógrafo ha vuelto a estallar:

-¡¡Nueva España!! ¿Estamos aquí todos locos o qué? ¡Señor almirante, bien está, pues ya se ha sentenciado, que no se descubra más, pero por el Norte de la Equinoccial en estas fechas, no haremos sino encontrarnos con una mar muy brava y enormes aguaceros! Por esa ruta señor, y ya no lo pido, lo ruego, no vamos hacia Nueva España, sino a nuestra perdición. Debemos volver por donde hemos venido.

Mendaña ha mirado a Gallego y éste a Mendaña. No se han dicho nada.

Al menos, no con palabras.

El almirante ha dicho, tras unos instantes de reflexión:

-Está bien: haremos lo que dice el señor Sarmiento. Saldremos en cuatro días con rumbo a Guadalcanal, y luego a Santa Isabel, para volver por el camino andado.

6 DE JULIO.

Tres puercos, una cacatúa blanca como la nieve, cientos  de      cocos, ñames,       panaes,       jengibre,      un puñado de perlas, agua para tres meses de navegación y mucha alegría en la almiranta: con eso estamos abastecidos de sobra para la vuelta.

Vamos a Lima.

Voy hacia ti, Isabel.

Pero esta pierna...

8 DE JULIO.

Nada de viento.

Todavía no hemos dejado atrás San Cristóbal.

10 DE JULIO.

Fuerte tormenta.

Hemos perdido parte de la carga.

He enviado a diez de mis hombres en el bergantín a por más comida y agua.

16 DE JULIO.

En Guadalcanal, por fin.

Hoy el viento ha sido muy propicio, hasta el punto de que hemos creído que nos llevaba volando hacia la Nueva Guinea.

Sarmiento no ha podido sujetar su lengua:

-El viento nos castiga por dejar escapar la gran tierra incógnita del Sur.

Tal es su tenacidad que ya empiezo a echar en falta el silencio de Gallego.

17 DE JULIO.

Seguimos en Guadalcanal.

Últimos abastecimientos. 

1569. 22 DE ENERO.

Un mes hace ya que llegamos, Isabel, a Salagua, puerto de Santiago de Colima, en Nueva España.

He visto la última anotación que hice en esta relación: 4 de septiembre, el día de la traición de Gallego y Mendaña, que se olvidaron de su promesa y, a la altura dé la isla de Jesús, a la que tardamos en llegar por culpa de 1a flojera de los vientos, en vez de mudar la derrota hacia Lima, continuaron hacia la Nueva España, por el Noreste, cuarta al Norte.

Y si desde e14 de septiembre no he escrito más es porque el dolor de la pierna, el ardoroso trabajo, la fiebre, la Capítulo 15fatiga, el hambre, el sueño y la ira no me han dejado ni un hilo de aliento para ello.

En suma, Isabel, he estado muy ocupado salvando mi vida y la de mis hombres.

Cómo habrá sido nuestro viaje que, en noviembre, ya no recuerdo el día, llamé a Jerónimo, Rico y Sarmiento para dictarles mi testamento, de tan malo como me vi, y, aunque desesperaba por no verte más, sentía una gran paz pues por fin iba a poder descansar.

Pero ahora sé que fuiste tú quien me salvó la vida, pues me diste fuerzas para ello.

Para aclarar toda esta historia, diré que, como dijo Sarmiento, los vientos no sólo no nos acompañaron, sino que nos hostigaron, en alianza con el mar, que yo creo que hemos debido recorrer de un lado al otro de su inmensidad. Y cuando el mar no nos zarandeaba, se estaba tan quieto que hemos estado, desde noviembre, cuando se separaron las dos naos, varados días y días en el mismo lugar.

Porque en el mar, Isabel, la calma es más peligrosa que la tempestad.

Casi sin agua y comida, que hasta nos hemos alimentado de cuero cocido y de cucarachas molidas, ha sido un milagro de Dios que sobreviviéramos.

Milagro de Dios y obra de Pedro Sarmiento, a quien Mendaña ha querido condenar y, con él, a todos nosotros. Cómo sería de cruel la mar, Isabel, que hasta nos dejó sin arboladura, y con un mástil que pudimos salvar, y una frazada, hemos llegado hasta Salagua, cuya costa salvadora vimos el 22 de enero, tres días después de que llegara la capitana.

Que Dios maldiga a Mendaña y a Gallego, y a su vez bendiga a Sarmiento, que siempre tomó decisiones que nos salvaron la vida, aunque perdimos, en todo el viaje de vuelta, entre ambas naos, a quince hombres, para los que pido toda la misericordia de Dios. Yo rezo por su salvación.

Y rezo por el día, ya cercano, en que te he de volver a ver. 

Jesús Rubio Villaverde. 1999

domingo, 15 de agosto de 2021

La lluvia infinita 15/18

 

Capítulo 15 

Diario de Pedro de Ortega 14

19 DE MAYO.

Casi una semana sin escribir, Isabel, pues nada hay que escribir.

Tan sólo alguna leve entrada de los nuestros para recordarle a los indios quienes son los dueños de estas islas, pues si ellos estaban antes, no las respetan, pues si lo hicieran, la trabajarían y sacarían provecho de ella y no se andarían comiendo los unos a los otros, pues ni siquiera se alimentan de puercos, a los que parecen adorar.

¡Adorar puercos!

Hoy ha intentado hacer una entrada el alférez Enríquez pero había muchos indios en la orilla y Mendaña, con buen criterio, ha parado la expedición.

22 DE MAYO.

Hoy han salido en el bergantín Enríquez y Gallego con el fin de bojar Guadalcanal para ver su extensión y explorar el río Gallego, antes río Ortega.

Prosigue el martirio de mi pierna. Casi quisiera no tenerla, Isabel.

26 DE MAYO.

Hoy hemos salido en una de las chalupas a buscar algo de comida, pues ya empieza a estar muy justa.

Nos han acompañado también hombres de la capitana, con lo que hemos juntado, en total, treinta hombres, los suficientes como para desbaratar cualquier ataque de los indios.

Hemos tomado una senda que salía a la izquierda desde Puerto de la Cruz y llegado a un poblado en el que el tauriqui nos ha recibido en paz. Se llama Nabalmúa.

Nos ha prestado hombres, lo que ha de sernos muy útil, pues creemos que aquí se hacen la guerra los unos a los otros.

27 DE MAYO.

Hemos acampado a una legua del pueblo de Nabalmúa. Se ha avanzado tan poco porque la vegetación de esta isla nos asfixia, como en Santa Isabel, y es que es ésta una tierra muy fértil y llueve mucho, y si mil árboles se talan, mil árboles que brotan de inmediato.

El primer poblado que hemos topado es enemigo de Nabalmúa y su gente, porque nada más vernos han empezado a lanzarnos flechas.

Nuestra respuesta ha sido tan certera y violenta que parece que no volverán a ser enemigos ni nuestros ni de Nabalmúa.

El problema es que los indios que venían con nosotros se han asustado tanto con el estruendo de los arcabuces que también han huido.

Como el poblado se ha quedado vacío, hemos aprovechado para coger muchos cocos, tres puercos y un par de gallinas; hemos retornado al poblado de Nabalmúa, al que sus hombres han debido contar lo ocurrido, pues nos han recibido con el terror pintado en sus rostros.

Por señas les hemos hecho saber que a ellos los considerábamos amigos; Nabalmúa se ha llevado la mano al pecho y tras llevarla a continuación al mío, ha dicho:

-Nabalmúa.

Eso quiere decir que es mi amigo. Yo he hecho lo mismo y dicho: -Ortega.

Con el trueque de nombres ha quedado sellada la alianza. Tiene esta gente, que es de piel negra, el pelo tintado de rubio, lo que no he visto nunca en ninguna otra raza. Después de esto, nos han acompañado cincuenta de ellos, con Nabalmúa al frente, hasta el Puerto de la Cruz y yo les he señalado las naves, en las que, le he contado, estaba mi taurique, que también es el suyo.

Al fin, Isabel, hemos encontrado un aliado en esta isla, que es la isla más fiera de todas en las que hemos desembarcado.

1 DE JUNIO.

Conversación Sarmiento:

-No hacemos sino perder tiempo. Pronto los vientos han de sernos desfavorables si queremos buscar el gran continente al Austro, pues soplarán del Suroeste hacia el Nordeste, y esa tierra se encuentra en la dirección contraria.

-Quizás sea el momento de hablar con Mendaña.

-Confío en usted, señor Ortega.

Pero el almirante no ha querido atender a razones.

-Ya veo que anda usted también excitado con los relatos del señor Sarmiento.

-¿Y si tuviera razón?

-¿Y si no la tuviera? Señor Ortega: los relatos de Sarmiento no son más que eso, relatos. Créame, este es nuestro destino, aunque no tengamos pruebas ciertas de que estén repletas de riquezas. Pero los bancos de arena de ese río las perlas de San Jorge... ¿No son acaso señales de esperanza? ¿No ve que andan nuestros hombres muy cansados y temerosos de seguir la misma triste suerte de veintitrés compañeros? Recogeremos todas las muestras que podamos de cuanto estas islas nos ofrezcan, esperaremos la llegada de Enríquez y volveremos a Lima, todo lo más, el primero de agosto, y no se hable más, señor Ortega que parece usted muy cansado, y yo también lo estoy hace ya tres días que tengo el estómago un poco desasentado.

No     hay    manera       de reconciliar        los pareceres de Sarmiento y Mendaña.

No hay manera, Isabel.

3 DE JUNIO.

Ha regresado el bergantín.

Lo ha hecho con buenas noticias.

Dicen que el río Gallego, y otro más que han descubierto, el río de Santa Elena, son ricos en oro, pues en los bancos de arena han encontrado granos de un metal que llaman oro bajo.

-Y en uno de los puertos, que hemos llamado Puerto Escondido, pues es muy cerrado, hay indios que usan unas mazas redondas, cuya punta es de un metal que también parece oro bajo.

he preguntado a Enríquez si no traían una de esas mazas como muestra.

-La traíamos, señor maestre de campo, pero la perdimos en un aguacero que casi vuelca el bergantín, de tan fiero que era.

Con lo relatado por Enríquez, Mendaña ha dispuesto seguir la misma ruta del bergantín, aprovechando todos los puertos que Enríquez y Gallego han visto y señalado en su carta.

Así que abandonamos el Puerto de la Cruz, Isabel.

15 DE JUNIO.

Llevamos casi dos semanas bojando la isla de Guadalcanal y salvo que el viento ha sido más bien poco propicio y que mi pierna, también, pues la mayoría de las veces me ha estado flagelando, nada, Isabel, nos ha acaecido que mereciera ser transcrito. Hasta hoy.

Unos indios han atacado desde una canoa a ocho hombres que iban en una de nuestras chalupas cargados con alimentos para los dos navíos y han hecho volcar la embarcación, perdiéndose todo; por ello Mendaña ha ordenado a Sarmiento bajar a tierra con siete hombres para dar castigo a los indios, que no eran los de Nabalmúa porque no se atreven, y recoger, de nuevo, alimentos para todos nosotros.

-¿Acaso Mendaña quiere que no vuelva ninguno de ellos? La acotación de Rico ha sido de lo más certera.

Así se lo he reseñado a Mendaña, con grandes voces, desde la almiranta.

El almirante me ha mirado, se ha girado y, sin responderme siquiera, se ha recluido en el alcázar.

Pero Dios ha estado con Sarmiento, pues a la tarde, ha regresado la chalupa con él y sus siete hombres, todos sanos y salvos, y con buena cantidad de cocos y piñas para sus compañeros.

Debo decir, Isabel, que he sentido un alivio grande. Y una gran alegría.

16 DE JUNIO.

Hoy se han acercado tres canaluchos de indios y, con toda insolencia, han comenzado a lanzar flechas a los navíos. No hemos podido hacer otra cosa sino reírnos y disparar unas postas sobre sus cabezas.

Y no han navegado, han volado sobre las aguas.

18 DE JUNIO.

Hacia el Oeste, a unas siete leguas, a mediodía, hemos visto la isla de Ramos, que hace canal con la de Guadalcanal.

Desde nuestra posición, la isla de Ramos parece una ballena muerta en la playa.

Espero que no sea un presagio, Isabel.

19 DE JUNIO.

De nuevo con ruta Sureste tras tocar la punta Norte de Guadalcanal; a las cuatro leguas de doblar hemos dado con un puerto muy bello y abrigado.

Se le ha llamado Puerto de la Asunción y los navíos han fondeado.

No me duele la pierna, pero no se debe a una mejora, sino a que llevo dos días sin levantarme casi de mi catre.

21 DE JUNIO.

Por señas nos han dicho desde la capitana que dejásemos de bojar Guadalcanal, en lo cual, según Sarmiento, se ha de precisar al menos seis meses, de tan grande como es.

Se ha virado hacia el Este, en dirección a otra isla que está a unas ocho leguas; creo que es San Jorge.

Y yo espero que no vayamos a ella, Isabel, pues es mi deseo partir, ya hacia Lima.

22 DE JUNIO.

Al final no hemos enfilado la proa hacia San Jorge, pero hemos llegado a otra nueva, que se ha bautizado como Treguada.

Y se le ha llamado así porque cuando ha bajado el alférez Enríquez, con Ricio y Jerónimo, para tomarla en posesión, se han acercado unos indios con modos amistosos, pero, mientras parlamentaban, les iban rodeando poco a poco; pero nuestros hombres se han percatado de ello y han hecho uso de sus arcabuces, pero sin herir a ninguno de ellos, que han huido con el estruendo de la pólvora.

Por su falsa tregua, se le ha puesto Treguada de nombre, porque ya con tanto descubrimiento, se nos agotan los nombres.

En lengua natural la llaman Brava.

Y ambos nombres, Isabel, son ajustados.

 

Jesús Rubio Villaverde. 1999

domingo, 1 de agosto de 2021

La lluvia infinita 14/18

 


Capítulo 14

 Diario de Pedro de Ortega 13

1 DE MAYO.

El viento ha mejorado.

Hemos avanzado algo.

Pero una terrible visión nos ha azotado a todos: la corriente nos ha traído unos maderos que sólo pueden ser de la balsa de Jerónimo.

El solo hecho de que no se haya visto ningún cuerpo flotando ha impedido que enloquezca, pues Jerónimo ha naufragado, no cabe duda, y no podemos hacer nada más porque nuestro navegar es lentísimo.

No.

No puede ser, Isabel.

Jerónimo no ha podido venir hasta estas islas malditas y olvidadas para encontrar la muerte.

No.

No hago más que rezar.

Ya sé que tú, Isabel, lo estás haciendo desde que te dejamos en Panamá, hace ya de esto casi un año.

2 DE MAYO.

Dios nos ha escuchado, Isabel.

Pues pese a nuestro corto avance hemos dado con unas peñas en las que hemos visto a unos hombres haciéndonos señas.

Eran ellos.

Dios Santísimo que estás en los cielos, Creador de todo lo visible y lo invisible, alabado seas por no haber abandonado a estos, tus hijos.

Nos hemos acercado hasta ellos, y aunque hemos tardado poco, a mí me ha parecido que no llegábamos nunca.

Tras un centenar de abrazos y besos, Jerónimo me ha contado lo sucedido.

Así me ha hablado:

-No habíamos navegado más de cuatro leguas, costeando la isla, cuando el mar nos ha empujado hasta unos arrecifes, que han destrozado la balsa como si fuera de papel. Ya nos creíamos perdidos, pero, gracias a Dios, hemos podido alcanzar la orilla a nado, aunque hemos perdido todos el hato. Como no teníamos armas con las que defendernos, hemos preferido esperar al bergantín y no andar por la costa en busca de las naos, pues de habernos encontrado con indios, ya nos podíamos dar por muertos. El caso es que o estas rocas nos han ocultado bien o esta parte de la isla está despoblada pues no hemos visto a ninguno. Pero aquí estamos, vivos, alabado sea Dios, la Virgen María y todos los santos del cielo.

Tan grande ha sido mi contento que he estado tentado de sacrificar uno de los puercos que llevamos a Mendaña para celebrarlo.

Pero me he retenido, pues ya debemos estar cerca de los navíos.

3 DE MAYO.

Día triste, pese a todo.

La aflicción se ha apoderado de mi corazón y del de todos los del bergantín cuando hemos llegado, al atardecer, al puerto de la Estrella.

Pues no menos de quince cruces, alineadas en la playa, nos han contado que la muerte y la desgracia han visitado la armada.

Y eso que el contento de la gente de los navíos, al vernos, ha sido muy grande, pero esas quince cruces parecen clavadas en lo más hondo de nosotros, y no en la arena de la playa.

Esta tu isla, Isabel, ahora enlutada por la sangre de nuestros compañeros.

Dos de ellos han muerto por la mano de los indios, los cuales, por suerte, han sido duramente castigados por Sarmiento, que se ha empleado con gran valor y firmeza.

Ha crecido mi aprecio por él.

El resto ha perecido por culpa de unas fiebres violentísimas, y han muerto en medio de grandes espasmos y dolores.

¿Y cómo dar castigo a la fiebre? ¿Cómo, en el nombre del cielo?

Mañana debo hablar con Mendaña pues era ya tarde cuando he llegado a la almiranta; debo convencerle de que abandonemos esta isla maldita, que si algo me duele, Isabel, es que lleve tu nombre.

Ese nombre tuyo tan dulce, ese nombre tuyo que, junto a la Cruz del Sur, han sido mis guías en estas latitudes enfermas.

4 DE MAYO.

Opino que Mendaña también esperaba cualquier signo para ordenar el abandono de esta isla, pues acabar el relato: de nuestros descubrimientos y dar las órdenes para que se dispusiera la  salida  en  el menor tiempo posible ha sido todo uno. Iremos hacia Guadalcanal.

-Parecen esas islas, señor Ortega, las que hemos estado buscando en todo momento, pues en Santa Isabel, por más que lo hemos hecho, no hemos encontrado nada de lo que sacar el más mínimo aprovechamiento.

Tras decirme esto, Mendaña me ha referido que Sarmiento, que ha estado en todo momento muy silencioso, se ha mostrado como mejor hombre de guerra que marino.

Y yo digo, Isabel, que los hombres que son válidos de verdad lo son en cualquier parte y bajo cualquier sol. Cuando he salido a la cubierta de la capitana, Sarmiento, que estaba dando instrucciones a los marineros para arreglar unas velas maltratadas por un aguacero, me ha asaltado:

-¿Ha visto usted alguna señal de ese gran continente austral?

-Nada he visto. Pero hay en estas latitudes muchas islas, que siempre suelen preceder a una gran tierra. Además, algunas de ellas, como las de Guadalcanal o San Jorge, pueden sernos provechosas.

La respuesta de Sarmiento me ha sorprendido: -Pues yo espero que no tengan nada de provecho. Más tarde, Isabel, he comprendido.

Sarmiento teme que si, en efecto, encontramos en dichas islas oro o cualquier otro tipo de riqueza, no iremos nunca jamás en demanda de ese gran continente, por lo que prefiere que nuestra próxima visita a Guadalcanal sea un fracaso más rotundo que la famosa expedición de los Marañones. Pero yo no.

Yo quiero que algo de provecho saquemos de estas islas, en las que la hostilidad, las fiebres y la copiosa lluvia parecen las únicas señoras.

5 DE MAYO.

Ha empezado a dolerme la pierna derecha, casi a la altura de la ingle.

De tanto esfuerzo y de tanto agua, creo; y cuando no era salada, era dulce y maldición del cielo.

Jerónimo ya ha recuperado su ánimo de su reciente desventura.

La gente trabaja a buen ritmo en el abastecimiento, reparación y calafateado de los navíos.

En dos días se podrá zarpar. ¿Pero cuando a Lima? Hace ya un siglo que dejamos El Callao, Isabel, o eso es lo que me parece a mí.

6 DE MAYO.

La pierna duele mucho. Mucho.

Pero no tengo fiebre.

Al atardecer, con los barcos, como quien dice, ya dispuestos, Mendaña nos ha convocado a jefes y oficiales para decidir el nuevo destino.

He tenido que estar sentado todo el tiempo, pues parecía que la pierna iba a desprendérseme del cuerpo. Ni Gallego ni Sarmiento han abierto la boca; yo y Mendaña hemos sido los que más hemos hablado.

-Y se ha dispuesto ir a Guadalcanal e inspeccionar mejor el río de Ortega y sus bancos de arena, pues todos estamos seguros de que esas arenas arrastran oro. Pero yo sólo anhelo ya una riqueza, Isabel: tus ojos.

7 DE MAYO.

 

No hemos zarpado hoy, pues aunque estaba todo previsto y preparado, Mendaña ha querido, por la tarde, rezar por los que aquí se quedan ya para siempre.

Todos hemos acompañado a Francisco Gálvez y a Juan de Torres en los rezos, con mucho fervor, y hasta con lágrimas muchos de nosotros, pues aunque en vida las diferencias pueden ser muchas, en la muerte todas ellas se olvidan. Ante la gran cruz que se levantó cuando llegamos, hace ya dos meses de ello, hemos rogado por ellos por última vez.

Descansen para siempre en paz, en esta isla de lluvia infinita, bañados por el mismo mar que vieron en Perú, pero a un universo de distancia.

Descansen para siempre Tomás Fuertes, Alonso Pérez, Diego de Frías, Juan Trejo, quien divisara tierra por vez primera, Gaspar Montero, Hernán Criado, Juan Montero, Pedro Martínez, Pedro Garrido, José Merino, Alonso García, Santiago de Lora, Diego de Chozas y Román Contreras.

Ellos ya están con la verdad.

Nosotros, Isabel, la seguiremos esperando.

Hasta cuando?

8 DE MAYO.

Hoy hemos visto que ya no estaba la cruz en la playa. ; Se la habían llevado los indios.

Hemos querido bajar a tierra, darles castigo y recuperar el símbolo de nuestra vida eterna, pero Mendaña ha dicho que ello nos retrasaría mucho y que esa blasfemia ya la pagarán algún día.

Así, muchos de nosotros nos hemos quedado mirando la bahía de la Estrella con los puños apretados.

Que se abrasen para siempre en el fuego eterno esos salvajes.

Por toda la eternidad.

Ha habido trueque de puestos: ahora, en la almiranta se han embarcado conmigo Pedro Sarmiento y el piloto Pedro Rodríguez.

Y a Jerónimo esto no le gustado nada.

-Han estado compinchados todo el viaje y ahora van jun-tos. No me gusta este vino, padre. Amarga. Yo no sé que pensar.

11 DE MAYO.

Tres días hemos tardado en llegar a Guadalcanal, pues no han sido muy propicios los vientos. Tres días con la pierna dándome martirio.

Juan de Torres dice que tengo la vedija quebrada. Y que sólo se cura con reposo.

Reposo que aquí no puedo tener.

Reposo que sólo tendré contigo, Isabel.

Hoy no he salido de mi cámara en el alcázar.

12 DE MAYO.

Se ha tomado solemne posesión de la isla de Guadalcanal, cuyo nombre Mendaña ha respetado.

Eso me alegra.

Se ha izado en la bahía otra gran cruz, y se ha decidido llamarla así: Puerto de la Cruz.

Pero el general me ha dicho que cambiaría el nombre del río por el de río Gallego, ya que el piloto mayor ha participado mucho y bien, dice, en estos descubrimientos y por tanto, merece ser honrado también.

13 DE MAYO.

Día aciago y desgraciado, el más negro y triste desde que llegamos, Isabel, a estas islas que no son de Salomón, sino de Judas.

Han bajado nueve de nuestros hombres a tierra a recoger agua y cocos; cuando estaban a lo suyo, todavía en el Puerto de la Cruz, han sido sorprendidos por unos cien indios, que portaban macanas, hondas y también arcos y flechas.

Han muerto todos: Diego Quirós, Antonio de Méntrida, Martín Muñoz, Gil Álvarez, soldados; y Gonzalo Cota, Luis Méndez, Luis de Córdoba, Tomé González, marine-ros; y un criado del alférez Enríquez, un negro llamado Matías.

El ataque ha sido tan repentino y salvaje que no han podido defenderse y repelerlos, y a nosotros no nos ha dado tiempo a socorrerlos.

Luego, los indios han derribado la cruz, y pese a que la mar estaba algo violenta, he ordenado echar al agua una balsa de cañas que estábamos preparando para pescar entre los arrecifes.

Matías Pinedo me ha pedido acompañarme a darle castigo a los indios, pese a que Sarmiento me ha recomendado no salir, porque decía que yo y los que fueran conmigo nos íbamos a perder entre las olas.

Desde la capitana, Mendaña ha dicho lo mismo, con grandes voces, desde el castillo de proa de la capitana. - Ninguno de nosotros servirá de comida para estos salvajes.

Así les he dicho y hemos embarcado yo, Pinedo, Juárez, Rico y otros dos arcabuceros.

No sin dificultad hemos llegado al puerto y allí hemos disparado los arcabuces, que han hablado con tal furia que habremos matado y herido, al menos, a cincuenta de estos semihombres, que por su fiereza y color están más emparentados con los chacales que con cualquier raza humana.

Después de huir los indios, hemos dado cristiana sepultura a todos los nuestros, lo que nos ha llevado tiempo pese a que se han acercado más hombres de la capitana para ayudarnos.

Los cuerpos de los indios, los hemos tirado al mar, para regocijo de los tiburones, que han llegado al momento y en gran número, pues el olor de la sangre se propaga muy veloz en el agua.

He llegado, después de todo esto,  a  la  capitana,  y Mendaña se me ha abrazado llorando:

-¡Bendita sea su temeridad o su locura, señor Ortega! Nunca he visto, en todos los días de mi vida, semejante muestra de coraje. Los nuestros hallarán descanso eterno gracias a usted. Sepa que nunca olvidaré esto y que mi tío será informado de ello. Gallego también me ha felicitado.

Pero mi pierna, y mi aflicción, no han permitido a mi vanidad que se solazara en demasía.

 

Jesús Rubio Villaverde. 1999