Del Siglo XVIII al XIX
SIGLO XVIII .-
Este
siglo nace bajo el signo de la Guerra de Sucesión. No ofrece grandes cambios
respecto al pasado anterior en lo que se refiere a una reactivación de la minería
española en general y andaluza en particular, al menos en su primera mitad. Haría
falta el acceso de Carlos III para que, siguiendo modelos europeos, se tomasen
las iniciativas adecuadas en orden a un mejor conocimiento y aprovechamiento de
los recursos minerales; así, a mediados de siglo el Marqués de la Ensenada daba
los primeros pasos para la regeneración de la minería y se iniciaban tímidas gestiones
para la implantación de la enseñanza oficial de esta minería, que no se vería
materializada hasta 1777 con la creación de la Escuela de Minas de Almadén.
Por
otro lado, este periodo sigue estando caracterizado por una atención preferente
a la explotación y beneficio de los recursos minerales del mundo
colonial
americano.
No
obstante, una serie de adelantos tecnológicos, entre otros el empleo de la pólvora
en las operaciones de arranque en los primeros años del siglo XVIII, o la
llegada de la primera máquina de vapor aplicada a la minería a finales del
mismo, así como una mayor afición y facilidades para la publicación de textos
escritos, favorecen el resurgir minero.
La historia
más sugerente en materia minera en Andalucía se produce a partir de 1725,
cuando el súbdito sueco Liberto Wolters Vonsiohielm, antiguo buzo dedicado -infructuosamente- a la búsqueda de
galeones hundidos en la ría de Vigo, obtuvo licencia para explotar las minas de
Riotinto, así como las de Guadalcanal, Cazalla, Aracena y Galaroza, durante el
plazo de treinta años, con la sola condición de que a su término pasasen a la
Real Hacienda todos los edificios, ingenios y demás utensilios que allí se
hubiesen establecido. Para ello, redactó un documento proyectando la formación
de una compañía explotadora de 2000 acciones de 500 dólares cada una, el asunto
se puso de moda especialmente entre la clase alta de la Corte, participando
varias damas ilustres. Este Manifiesto provocó una dura polémica a nivel
nacional en la que participaron personas tan ilustres como Fray Martín de
Sarmiento.
Francisco
Antonio de Ojeda y otros que con gran empeño y sarcasmo ridiculizaron el
referido Manifiesto, llamado «bobos» a los
españoles que se interesasen en el tema y calificando a Riotinto de «río revuelto para pescar incautos».
Al fin
la compañía se constituyó, encargándose un informe sobre los criaderos al
ingeniero alemán Roberto Shee, quien concluyó de manera favorable. De ahí que
se afirmara la Compañía de Minas y se recaudaran los fondos necesarios para
acometer la explotación, lo que no pudo evitar el que las desavenencias entre
los socios y el común deseo de eliminar al fundador extranjero retrasaran el
comienzo de los trabajos y a que, por último, la empresa se dividiera en dos:
una, destinada a trabajar en Guadalcanal, y otra, en Riotinto, centrándose la
labor de Wolters en esta última.
A la
muerte de Wolters, las minas de plata de Guadalcanal pasó a la dirección de María
Teresa Harbert, hija del Duque de Powis y Par de Inglaterra, quien, tras un
mandato irregular marcado por los pleitos, los herederos originales de la compañía
provocaron la disolución de ésta. Y no fue hasta el año 1768, después de
numerosas tentativas de reactivación, cuando, una compañía francesa, bajo el
dominio del Conde Clonard y la dirección de Luis Lecamus de Limase, volvía a
intentar el beneficio de estas minas, aunque con similar resultado. La falta de
resultados favorables, tras una inversión estimada de 80.000 ducados, obligó a
la compañía a contratar en 1775 los servicios del hábil perito sajón Juan Martín
Hoppensak, quien, investigó el cruce de los filones y organizó el desagüe, anunciando
asimismo la proximidad de la falla en las labores más profundas de la parte de
Mediodía; a pesar de los esfuerzos, la empresa quebró como consecuencia de las
dificultades del desagüe, paralizándose la actividad en 1778.
Con
posterioridad, el 14 de septiembre de 1796, el mencionado Hoppensak tomaba por
su cuenta el beneficio de estas minas de Guadalcanal y Cazalla, proporcionándole
el Gobierno el azogue necesario al precio de 500 reales el quintal, siendo esta
concesión por tiempo limitada para él y su familia mientras se cumpliesen las
condiciones establecidas.
Estas
minas habían sido visitadas por el físico y naturalista Guillermo Bowles,
venido de Alemania, por los años de 1752, por encargo de Carlos III, y en su Introducción a la Historia Natural y a la Geografía Física
de España >, publicada en 1775, da cuenta del reconocimiento practicado en el
Pazo Rico y en el denominado Campanilla a la vez que hace una reseña histórica
de las mismas; asimismo refiere la existencia de dos planos antiguos, uno con
diez pozos y otro con once, entre 80 y 120 pies de profundidad. Por otra parte,
describe otras diferentes minas situadas en la zona de su entorno, algunas de
ellas en trabajos, entre otras las localizadas en el mismo Guadalcanal, así
como en Alanís; en los parajes de Puerto Blanco y Cañada de los Conejos, en
Cazalla, y en Fuente de la Reina, en Constantina, todas ellas de minerales
argentíferos.
Transcribiendo
noticias anteriores Nicasio Antón del Valle, en «El Minero Español» de 1841, también se
refiere a la existencia de las minas de Guadalcanal y Cazalla y a las situadas
en Alanís y que se denominaban de Onza y La Beltrana, y en los lugares de
Cervigueros de Huesma, Cerro de la Hermosa y Fuente de la Reina, en
Constantina.
SIGLO XIX
.-
Diversos
factores negativos incidirán notablemente en la creación de un marco propicio
para la reactivación del sector extractivo tan maltrecho durante los siglos
anteriores. Guerra de la Independencia, situación de hambre y miseria, que se
acentuó por las series de epidemias que acaecieron en la primera mitad de este
siglo. A esta disminución de los recursos humanos se sumó el factor de la
emigración a tierras americanas.
Esta no
envidiable situación se vio continuada por las Guerras Carlistas así como por
continuos conflictos políticos, internos y externos, a los que no fueron ajenos
la progresiva pérdida de las colonias americanas que culminaba en 1898 con la pérdida
de Cuba.
Ni la
aplicación de la máquina de vapor a la industria minera, ni las continuas
legislaciones mineras fueron capaces de compensar la situación de crisis, sobre
todo en la primera mitad del siglo.
Durante
la segunda mitad del siglo se produce un hecho importante que viene a potenciar
el desarrollo minero: la implantación de los ferrocarriles que, en sus
principios, con frecuencia estaban planteados como asistencia a la minería
siendo común la existencia de socios y promotores coincidentes, en general
extranjeros e importadores de las tecnologías de las que el país carecía,
provocaron una fuerte penetración de capital europeo. Como ejemplo es
destacable el nacimiento durante el último tercio del siglo de dos empresas que
con el tiempo llegarían a constituir una de las más señaladas multinacionales
en el ramo minero y que ostentan la denominación de sendas localidades
andaluzas: Riotinto y Peñarroya de capital inglés y francés respectivamente.
En
cuanto a las explotaciones de cobre y plomo con leyes altas en plata tenemos en
términos de Constantina las minas Santa Cecilia, Santa Victoria y Coto
Cervigueros, cuyas labores en 1834 alcanzaban la profundidad de 100 metros y
también en el mismo municipio, en el Pago de Gibla, que explotó un filón
cobrizo con plata que en 1870 volvía a ser trabajado con el nombre de mina
Josefina. Entre 1880 y 1884 en Alanís se beneficiaban los escóriales de la mina
Josefa Diana que permanecía inactiva por problemas de desagüe. Asimismo, en la
década de 1860 se explotaban pequeños yacimientos plomizos de Las Navas de la Concepción.
En las
minas de plata de Guadalcanal, en 1806 se continuaban los trabajos, así como en
Cazalla, por cuenta de Juan Martín de Hoppensak que las había tomado en
arriendo en 1796. En 1822 la Comisión Especial de Recaudación del Crédito Público
encargó el levantamiento y estudio de la zona a Fausto de Elhuyar y Francisco
de la Garza, sin que el informe emitido abriese nuevos horizontes al desarrollo
de este criadero. De nuevo en 1830 bajo el reinado de Fernando VII, intentó
resucitarse este histórico tema encargándose
al presbítero Tomás González el reconocimiento de la bibliografía concerniente
a Guadalcanal, fruto del cual en 1831 publicaba la; esta información, en dos
tomos de 600 y 724 páginas, constituyen una recopilación curiosa y prolija por
orden cronológico hasta finales del siglo XVII de todos los documentos
oficiales a que dio motivo el arriendo, explotación y beneficio de estas
famosas minas de plata.
En la década
de 1840 se reanudaron las labores en Guadalcanal por parte de una compañía británica
y que fueron abandonadas en corto plazo a pesar del informe favorable que poco
tiempo antes había dado el capitán John Rule, negociante minero de gran
reputación, como resultado de su visita personal.
Hacia
1836 el activo e ilustrado oficial de Artillería Francisco de Elorza iniciaba
el montaje de la ferrería de El Pedroso, en la provincia de Sevilla, auxiliado
por el ingeniero de origen ruso Gustavo Wilke procedente de las minas de
Riotinto. Sin embargo el primer intento serio de explotación y desarrollo de
los criaderos de hierro de esta zona fue el que promovió la Compañía de Minas y
Fábricas de El Pedroso que floreció en la segunda mitad del siglo XIX; para
iniciar sus actividades esta compañía consiguió reunir en su mano casi toda la
propiedad minera de importancia de la región de El Pedroso y sus proximidades,
así como la totalidad de la del Cerro del Hierro, que denunciaba en 1872 a la
vez que extendía su patrimonio a los términos de Cazalla, Constantina y Alanís.
Sobre esta sólida base de propiedad que totalizaba unas 8.000 hectáreas, se
lanzó a la construcción del complejo industrial denominado Fábrica de El
Pedroso, en la confluencia del río Huesna y del arroyo de San Pedro, agrupando
en ella los talleres e instalaciones siderúrgicas así como las construcciones auxiliares
y albergues con capacidad para 500 obreros y sus familias, escuelas, etc., y
una central hidráulica además de diversas plantas locomóviles.
Los
altos precios de arranque y del transporte de combustible desde la cuenca de
Villanueva del Río, distante 31 kilómetros, impidieron la marcha favorable del
negocio viéndose obligada la empresa a ceder sus minas más importantes a The
Lima Iron Mines, en El Pedroso y a la sociedad escocesa Willian Baird Mining
Co. Ltd. En el Cerro del Hierro. En 1895 separalizó la marcha de la fábrica
siderúrgica y en 1899 otra parte de sus minas aparecen a nombre de la compañía
también inglesa Iberian Iron Ore Co. Ltd.
Por su
parte la firma Willian Baird Mining Co. Ltd. inició la explotación del criadero
de Cerro del Hierro en 1895, año en que comenzaba la construcción de una línea
férrea de 15 kilómetros de longitud desde el centro minero a la línea de
Sevilla a Mérida, conocido como -El
Empalme-.
En término
de Guadalcanal, en la Sierra de la Jayona, se explotaron una serie de
concesiones bajo la titularidad del Marqués de Bogaraya a finales del siglo; el
criadero a se trabajaba a cielo abierto y los productos se enviaban como
fundentes a la fundición de plomo de Peñarroya.
En el término
de Peñaflor se demarcaron una serie de minas en 1883 y 1884 para beneficiar
minerales de cobre y níquel; entre otras, se señalaron las denominadas San
Guillermo, en el Arroyo de la Higuera, y San José, en el Arroyo del Portugués,
que trabajaron a pequeña escala hasta 1890.
Sobre
esta comarca en 1885 se realizaron diversos ensayos y estudios por el profesor
Nogues, en particular sóbrelas que en una extensión del orden de 20.000 hectáreas
se distribuyen por los términos de Peñaflor, Puebla de los Infantes y Lora del
Río, en las que se detectaron contenidos auríferos; este hecho provocó una auténtica
fiebre aurífera, si bien el asunto no se quedó más que en los puros trámites
administrativos y no existen noticias sobre una posible actividad industrial ni
siquiera experimental.
En La
Puebla de los Infantes y en la segunda mitad de este siglo se beneficiaron
diversos yacimientos de plomo. Las labores más notables se localizan en la mina
El Galayo Viejo, donde se reconoce una escombrera importante y en la denominada
El Galayo Nuevo en la que trabajó una compañía francesa cuyas labores
profundizaron hasta 100 metros. En la mina Holanda también se realizaron
trabajos de relativa magnitud aunque carentes de planificación minera.
Rafael Remuzgo Gallardo