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miércoles, 30 de mayo de 2018

Historia de la minería de Guadalcanal 2

Del Siglo XVIII al XIX

SIGLO XVIII .-
Este siglo nace bajo el signo de la Guerra de Sucesión. No ofrece grandes cambios respecto al pasado anterior en lo que se refiere a una reactivación de la minería española en general y andaluza en particular, al menos en su primera mitad. Haría falta el acceso de Carlos III para que, siguiendo modelos europeos, se tomasen las iniciativas adecuadas en orden a un mejor conocimiento y aprovechamiento de los recursos minerales; así, a mediados de siglo el Marqués de la Ensenada daba los primeros pasos para la regeneración de la minería y se iniciaban tímidas gestiones para la implantación de la enseñanza oficial de esta minería, que no se vería materializada hasta 1777 con la creación de la Escuela de Minas de Almadén.
Por otro lado, este periodo sigue estando caracterizado por una atención preferente a la explotación y beneficio de los recursos minerales del mundo
colonial americano.
No obstante, una serie de adelantos tecnológicos, entre otros el empleo de la pólvora en las operaciones de arranque en los primeros años del siglo XVIII, o la llegada de la primera máquina de vapor aplicada a la minería a finales del mismo, así como una mayor afición y facilidades para la publicación de textos escritos, favorecen el resurgir minero.
La historia más sugerente en materia minera en Andalucía se produce a partir de 1725, cuando el súbdito sueco Liberto Wolters Vonsiohielm, antiguo buzo dedicado -infructuosamente- a la búsqueda de galeones hundidos en la ría de Vigo, obtuvo licencia para explotar las minas de Riotinto, así como las de Guadalcanal, Cazalla, Aracena y Galaroza, durante el plazo de treinta años, con la sola condición de que a su término pasasen a la Real Hacienda todos los edificios, ingenios y demás utensilios que allí se hubiesen establecido. Para ello, redactó un documento proyectando la formación de una compañía explotadora de 2000 acciones de 500 dólares cada una, el asunto se puso de moda especialmente entre la clase alta de la Corte, participando varias damas ilustres. Este Manifiesto provocó una dura polémica a nivel nacional en la que participaron personas tan ilustres como Fray Martín de Sarmiento.
Francisco Antonio de Ojeda y otros que con gran empeño y sarcasmo ridiculizaron el referido Manifiesto, llamado «bobos» a los españoles que se interesasen en el tema y calificando a Riotinto de «río revuelto para pescar incautos».
Al fin la compañía se constituyó, encargándose un informe sobre los criaderos al ingeniero alemán Roberto Shee, quien concluyó de manera favorable. De ahí que se afirmara la Compañía de Minas y se recaudaran los fondos necesarios para acometer la explotación, lo que no pudo evitar el que las desavenencias entre los socios y el común deseo de eliminar al fundador extranjero retrasaran el comienzo de los trabajos y a que, por último, la empresa se dividiera en dos: una, destinada a trabajar en Guadalcanal, y otra, en Riotinto, centrándose la labor de Wolters en esta última.
A la muerte de Wolters, las minas de plata de Guadalcanal pasó a la dirección de María Teresa Harbert, hija del Duque de Powis y Par de Inglaterra, quien, tras un mandato irregular marcado por los pleitos, los herederos originales de la compañía provocaron la disolución de ésta. Y no fue hasta el año 1768, después de numerosas tentativas de reactivación, cuando, una compañía francesa, bajo el dominio del Conde Clonard y la dirección de Luis Lecamus de Limase, volvía a intentar el beneficio de estas minas, aunque con similar resultado. La falta de resultados favorables, tras una inversión estimada de 80.000 ducados, obligó a la compañía a contratar en 1775 los servicios del hábil perito sajón Juan Martín Hoppensak, quien, investigó el cruce de los filones y organizó el desagüe, anunciando asimismo la proximidad de la falla en las labores más profundas de la parte de Mediodía; a pesar de los esfuerzos, la empresa quebró como consecuencia de las dificultades del desagüe, paralizándose la actividad en 1778.
Con posterioridad, el 14 de septiembre de 1796, el mencionado Hoppensak tomaba por su cuenta el beneficio de estas minas de Guadalcanal y Cazalla, proporcionándole el Gobierno el azogue necesario al precio de 500 reales el quintal, siendo esta concesión por tiempo limitada para él y su familia mientras se cumpliesen las condiciones establecidas.
Estas minas habían sido visitadas por el físico y naturalista Guillermo Bowles, venido de Alemania, por los años de 1752, por encargo de Carlos III, y en su Introducción a la Historia Natural y a la Geografía Física de España >, publicada en 1775, da cuenta del reconocimiento practicado en el Pazo Rico y en el denominado Campanilla a la vez que hace una reseña histórica de las mismas; asimismo refiere la existencia de dos planos antiguos, uno con diez pozos y otro con once, entre 80 y 120 pies de profundidad. Por otra parte, describe otras diferentes minas situadas en la zona de su entorno, algunas de ellas en trabajos, entre otras las localizadas en el mismo Guadalcanal, así como en Alanís; en los parajes de Puerto Blanco y Cañada de los Conejos, en Cazalla, y en Fuente de la Reina, en Constantina, todas ellas de minerales argentíferos.
Transcribiendo noticias anteriores Nicasio Antón del Valle, en «El Minero Español» de 1841, también se refiere a la existencia de las minas de Guadalcanal y Cazalla y a las situadas en Alanís y que se denominaban de Onza y La Beltrana, y en los lugares de Cervigueros de Huesma, Cerro de la Hermosa y Fuente de la Reina, en Constantina.

SIGLO XIX .-
Diversos factores negativos incidirán notablemente en la creación de un marco propicio para la reactivación del sector extractivo tan maltrecho durante los siglos anteriores. Guerra de la Independencia, situación de hambre y miseria, que se acentuó por las series de epidemias que acaecieron en la primera mitad de este siglo. A esta disminución de los recursos humanos se sumó el factor de la emigración a tierras americanas.
Esta no envidiable situación se vio continuada por las Guerras Carlistas así como por continuos conflictos políticos, internos y externos, a los que no fueron ajenos la progresiva pérdida de las colonias americanas que culminaba en 1898 con la pérdida de Cuba.
Ni la aplicación de la máquina de vapor a la industria minera, ni las continuas legislaciones mineras fueron capaces de compensar la situación de crisis, sobre todo en la primera mitad del siglo.
Durante la segunda mitad del siglo se produce un hecho importante que viene a potenciar el desarrollo minero: la implantación de los ferrocarriles que, en sus principios, con frecuencia estaban planteados como asistencia a la minería siendo común la existencia de socios y promotores coincidentes, en general extranjeros e importadores de las tecnologías de las que el país carecía, provocaron una fuerte penetración de capital europeo. Como ejemplo es destacable el nacimiento durante el último tercio del siglo de dos empresas que con el tiempo llegarían a constituir una de las más señaladas multinacionales en el ramo minero y que ostentan la denominación de sendas localidades andaluzas: Riotinto y Peñarroya de capital inglés y francés respectivamente.
En cuanto a las explotaciones de cobre y plomo con leyes altas en plata tenemos en términos de Constantina las minas Santa Cecilia, Santa Victoria y Coto Cervigueros, cuyas labores en 1834 alcanzaban la profundidad de 100 metros y también en el mismo municipio, en el Pago de Gibla, que explotó un filón cobrizo con plata que en 1870 volvía a ser trabajado con el nombre de mina Josefina. Entre 1880 y 1884 en Alanís se beneficiaban los escóriales de la mina Josefa Diana que permanecía inactiva por problemas de desagüe. Asimismo, en la década de 1860 se explotaban pequeños yacimientos plomizos de Las Navas de la Concepción.
En las minas de plata de Guadalcanal, en 1806 se continuaban los trabajos, así como en Cazalla, por cuenta de Juan Martín de Hoppensak que las había tomado en arriendo en 1796. En 1822 la Comisión Especial de Recaudación del Crédito Público encargó el levantamiento y estudio de la zona a Fausto de Elhuyar y Francisco de la Garza, sin que el informe emitido abriese nuevos horizontes al desarrollo de este criadero. De nuevo en 1830 bajo el reinado de Fernando VII, intentó resucitarse este histórico  tema encargándose al presbítero Tomás González el reconocimiento de la bibliografía concerniente a Guadalcanal, fruto del cual en 1831 publicaba la; esta información, en dos tomos de 600 y 724 páginas, constituyen una recopilación curiosa y prolija por orden cronológico hasta finales del siglo XVII de todos los documentos oficiales a que dio motivo el arriendo, explotación y beneficio de estas famosas minas de plata.
En la década de 1840 se reanudaron las labores en Guadalcanal por parte de una compañía británica y que fueron abandonadas en corto plazo a pesar del informe favorable que poco tiempo antes había dado el capitán John Rule, negociante minero de gran reputación, como resultado de su visita personal.
Hacia 1836 el activo e ilustrado oficial de Artillería Francisco de Elorza iniciaba el montaje de la ferrería de El Pedroso, en la provincia de Sevilla, auxiliado por el ingeniero de origen ruso Gustavo Wilke procedente de las minas de Riotinto. Sin embargo el primer intento serio de explotación y desarrollo de los criaderos de hierro de esta zona fue el que promovió la Compañía de Minas y Fábricas de El Pedroso que floreció en la segunda mitad del siglo XIX; para iniciar sus actividades esta compañía consiguió reunir en su mano casi toda la propiedad minera de importancia de la región de El Pedroso y sus proximidades, así como la totalidad de la del Cerro del Hierro, que denunciaba en 1872 a la vez que extendía su patrimonio a los términos de Cazalla, Constantina y Alanís. Sobre esta sólida base de propiedad que totalizaba unas 8.000 hectáreas, se lanzó a la construcción del complejo industrial denominado Fábrica de El Pedroso, en la confluencia del río Huesna y del arroyo de San Pedro, agrupando en ella los talleres e instalaciones siderúrgicas así como las construcciones auxiliares y albergues con capacidad para 500 obreros y sus familias, escuelas, etc., y una central hidráulica además de diversas plantas locomóviles.
Los altos precios de arranque y del transporte de combustible desde la cuenca de Villanueva del Río, distante 31 kilómetros, impidieron la marcha favorable del negocio viéndose obligada la empresa a ceder sus minas más importantes a The Lima Iron Mines, en El Pedroso y a la sociedad escocesa Willian Baird Mining Co. Ltd. En el Cerro del Hierro. En 1895 separalizó la marcha de la fábrica siderúrgica y en 1899 otra parte de sus minas aparecen a nombre de la compañía también inglesa Iberian Iron Ore Co. Ltd.
Por su parte la firma Willian Baird Mining Co. Ltd. inició la explotación del criadero de Cerro del Hierro en 1895, año en que comenzaba la construcción de una línea férrea de 15 kilómetros de longitud desde el centro minero a la línea de Sevilla a Mérida, conocido como -El Empalme-.
En término de Guadalcanal, en la Sierra de la Jayona, se explotaron una serie de concesiones bajo la titularidad del Marqués de Bogaraya a finales del siglo; el criadero a se trabajaba a cielo abierto y los productos se enviaban como fundentes a la fundición de plomo de Peñarroya.
En el término de Peñaflor se demarcaron una serie de minas en 1883 y 1884 para beneficiar minerales de cobre y níquel; entre otras, se señalaron las denominadas San Guillermo, en el Arroyo de la Higuera, y San José, en el Arroyo del Portugués, que trabajaron a pequeña escala hasta 1890.
Sobre esta comarca en 1885 se realizaron diversos ensayos y estudios por el profesor Nogues, en particular sóbrelas que en una extensión del orden de 20.000 hectáreas se distribuyen por los términos de Peñaflor, Puebla de los Infantes y Lora del Río, en las que se detectaron contenidos auríferos; este hecho provocó una auténtica fiebre aurífera, si bien el asunto no se quedó más que en los puros trámites administrativos y no existen noticias sobre una posible actividad industrial ni siquiera experimental.
En La Puebla de los Infantes y en la segunda mitad de este siglo se beneficiaron diversos yacimientos de plomo. Las labores más notables se localizan en la mina El Galayo Viejo, donde se reconoce una escombrera importante y en la denominada El Galayo Nuevo en la que trabajó una compañía francesa cuyas labores profundizaron hasta 100 metros. En la mina Holanda también se realizaron trabajos de relativa magnitud aunque carentes de planificación minera.

Rafael Remuzgo Gallardo

miércoles, 16 de mayo de 2018

Historia de la minería de Guadalcanal 1

De la época Romana al siglo XVII.

ÉPOCA ROMANA.-
Tres años después de la caída de Cartago-Nova a manos de Escisión en el año 209 antes de Cristo, Roma se hizo dueña de forma progresiva de los territorios del sur de la Península, cuyas minas comenzó a trabajar con gran intensidad, prosiguiendo explotaciones en curso o investigando nuevos yacimientos de minerales. La romanización trajo consigo el florecimiento de la industria minera, a la que aplicaron singulares tecnologías de arranque y profundización, en ocasiones verdaderamente espectaculares.
La primera legislación en materia minera conocida como «Lex Metalli Vistapacensis » se debe a la época de denominación romana.
Pocos fueron los filones importantes que escaparon a la actividad romana; siempre atacaron los criaderos bien mineralizados y jamás se entretuvieron en seguir pequeñas ramificaciones. De hecho, en épocas recientes, aún se consideraba« que una concesión que encerrase trabajos romanos tenía serias posibilidades de éxito».
Sobre una posible explotación de las minas sevillanas de plata de Guadalcanal, no se conocen testimonios directos; tan solo el historiador - Barrantes-, a mediados del siglo XIX, se refiere a un manuscrito mutilado del siglo XVII titulado «Guadalcanal y su antigüedad», en el que existe alguna alusión a una actividad romana, al igual que lo reseña –Guillermo Bowles-.
Por otro lado, en el plano elaborado por Goetz Phillipi, que trabajó dicho criadero en Guadalcanal a principios del siglo actual, se anota la existencia de una «casa romana».
Se reconocen también vestigios de trabajos romanos en la mina del Pago de Gibla, de cobres grises argentíferos y auríferos, en término de Constantina; y también en las de hierro del Cerro del Hierro.
De estos trabajos proceden candiles y útiles mineros localizados hasta 50 metros de profundidad.
Asimismo se reconocen vestigios de actividad minera en los criaderos de plomo argentífero en los términos de Alanís y Cazalla de la Sierra.

ÉPOCA VISIGODA.-
A partir del siglo III después de Cristo, las incursiones germanas en el norte de la Península y los beréberes en el sur, debieron estorbar y entorpecer la gran actividad minera, que inicia así una etapa grande de languidecimiento hasta su práctica extinción.

ÉPOCA MUSULMANA .-
No existen demasiadas referencias sobre extracción minera en la bibliografía que corresponde a este milenario de civilización, aunque sí hay constancia de determinadas explotaciones y muy en particular, existen numerosos comentarios mencionando con cierto detalle la riqueza del subsuelo andaluz, a la vez que dan precisiones en general exactas sobre el emplazamiento de los criaderos de minerales.
De entre la multitud de referencias alusivas a la existencia de minerales en territorio andaluz por parte de historiadores y geógrafos musulmanes, referente a la provincia de Sevilla encontramos la de Chiab-Ed-Din Ahmed Ben Yahya, muerto en el año 1348, quien refiriéndose al Cerro del Hierro, que denomina Constantina del Hierro, dice “Hay en las montañas cercanas hierro, siendo unánime reconocer la buena calidad, y que se exporta al mundo entero”.
En el viaje que Guillermo Bowles realizó a partir de 1752 por encargo de Carlos III para reconocer diversas minas españolas, las explotaciones de hierro se citan en el Cerro del Hierro.
En el año 1499, en Ocaña, se concierta Real Asiento con Francisco de Herrera sobre los mineros, entre otros, de las villas de El Pedroso y Constantina.

SIGLOS XVI y XVII.-
El 10 de Enero de 1559, la Princesa Gobernadora, Doña Juana en ausencia de su hermano Felipe II promulgó en Valladolid una Pragmática - auténtica ley de minas- declarando caducas todas las concesiones, salvo algunas excepciones, a la vez que establecía el modo de beneficiar las minas y obligaba a asentar las mismas en el Registro General de Minas.
En esta Pragmática «se incorporan a la Corona todas las minas de oro, plata y azogue», y entre otras disposiciones se señala que «solo los naturales y súbditos del Reino podrán cavar y buscar las referidas minas de oro y plata», declarando que todo esto se hacía extensivo «a las demás minas de cualquier clase que fueran». Esta normativa fue complementada por otra dictada en 1563.
El efecto de estas disposiciones pronto se dejó sentir y el interés que la Corona mostraba por los asuntos mineros se materializó con la solicitud de gran número de registros mineros, lo que obligó a la promulgación de las famosas Ordenanzas de Felipe II en 1584 que regirían con eficacia durante los siguientes doscientos cuarenta y un años.
Durante la primera mitad del siglo XVI, el régimen legal minero siguió estando determinado por el otorgamiento de concesiones en grandes dominios geográficos. De este periodo destacan los concedidos por los Reyes Católicos entre los años 1511 a 1514.
Entre otros, en el año 1514 a Rodrigo Ponce de León, Duque de Arcos, de todos los del Arzobispado de Sevilla y Obispados de Córdoba, Jaén y Cádiz.
En dicho año «1514», también se hizo asiento con Francisco de Herrera sobre el Maestrazgo de Alcántara con el Condado de Belalcázar y las villas de El Pedroso y Constantina, y con Cristóbal López de Aguilera sobre la Sierra de Sevilla en los términos de Alanís, Cazalla, Puebla de los Infantes, San Nicolás del Puerto...... y la Sierra de Aroche.
A partir de la segunda mitad del siglo XVI y durante el siguiente, la actividad minera se ve potenciada por disposiciones legales promulgadas por Felipe II referidas anteriormente, multiplicándose de forma espectacular las solicitudes de concesiones mineras. Sin embargo la conquista americana son sus abundantes riquezas minerales, hace que influya negativamente al desviarse en gran medida la atención hacia dichas tierras americanas.
Sobre la multitud de concesiones mineras otorgadas, hasta nuestros días han llegado noticias clasificadas de las mismas a través de la obra publicada por Tomás González en 1832 en dos tomos y titulada «Registro y Relación General de Minas de la Corona de Fernando VII» y siendo Director General del ramo el insigne Elhuyar. Estos mismos datos, ampliados y corregidos, verían después la luz también en la obra de Nicario Antón del Valle, denominada «El Minero Español», impresa en 1841.
En concreto, la actividad minera de mayor relevancia en territorio andaluz durante esta etapa fue sin duda la que constituyó la explotación del yacimiento de plata de Guadalcanal. La historia de estas minas surge en el año 1555, cuando fueron descubiertas por Martín Delgado, teniente alcalde de la villa, llegando la noticia a conocimiento de la Princesa Gobernadora en Valladolid durante la ausencia de su hermano Felipe II, que se encontraba a la sazón en Flandes para recibir de su padre los Reinos de España; enviado por la Casa Real el Marqués de Falces para su reconocimiento, se procedió a la incautación de las minas mediante el pago de 33.500 ducados en concepto de indemnización, comisionándose a Agustín de Zárate para hacerse cargo de la administración de los trabajos. Este hecho causó serios incidentes con el alemán Juan de Xedler, titular de un Real Asiento sobre determinadas minas de la zona, llegándose a un acuerdo con Zárate sobre su participación que compartía con sus compatriotas Juan de Xuren y Juan de Gilist, quienes tuvieron gran preponderancia en las técnicas de explotación.
Corría entonces la voz de que estas minas « producían lo bastante para pagar las tropas de Fuenterrabía, las obras de los Alcázares de Toledo, Madrid y El Pardo y las empresas de Melilla, Orán y del Príncipe Andrea Doria » así como para financiarlas obras del Monasterio del Escorial; sin llegar a tanta fantasía y de acuerdo con la correspondencia cruzada entre la Corona y la Administración de las minas, lo que sí parece cierto es que se obtenían grandes beneficios.
Afines de 1556 y a la vista de los numerosos registros mineros que surgen entorno al éxito de Guadalcanal, se nombró Inspector General de las minas a Francisco de Mendoza, hijo del Virrey de las Indias y conocedor de la minería en aquellos territorios; se variaron los procesos de tratamiento, suprimiéndose el lavado para fundir directamente los minerales, al mismo tiempo que se instalaban molinos de caballerías y parece ser que se comenzaron a emplear esclavos negros para las operaciones mineras, muy especialmente las de desagüe. Cuando Agustín de Zárate dejó la mina, a principios del año siguiente, se trabajaba a cuarenta metros de profundidad, con grandes problemas de agua, iniciándose una etapa de decaimiento; en ese mismo año se comenzó a aplicar el proceso de amalgamación para la recuperación de la plata, tal y como se venía haciendo en las minas americanas y a cuyo efecto se mandó venir de Méjico a Mosén Antonio Boteller, quien había trabajado en el descubrimiento de estos procesos junto al sevillano Bartolomé de Medina.
En 1564 se inicia una nueva fase explotadora a cargo del minero Francisco Blanco, quien en 1570 desviaba el arroyo en su lucha contra la inundación, poniéndose al descubierto una nueva metalización, encomendándose de nuevo a Záratela dirección de los trabajos, que por aquel entonces alcanzaban la profundidad de 130 metros diversos derrumbamientos de las labores y pozos, así como la imposibilidad de dominar las aguas, dieron al traste con la actividad minera en 1576. Tras numerosos y efímeros intentos de reactivación no volvió a haber laboreo importante hasta el año 1632 en que vinieron a caer a manos de los banqueros alemanes Fuggers (llamados en España los Fucares) y cuyos antecesores venían explotando minas de mercurio de Almadén desde 1525. El periodo de explotación tan solo duró dos años, no sin pocas dificultades y sí con una gran dosis de mitos y leyendas sobre las riquezas que les proporcionaron.
Es curioso que precisamente sobre esta mina de Guadalcanal es por vez primera donde, de alguna forma, se instrumenta la figura de reserva estatal: así en la Pragmática de 1559 se prohíbe cualquier trabajo en una legua alrededor de Guadalcanal y a un cuarto de legua de las minas de Cazalla, Galaroza y Aracena, en las provincias de Sevilla y Huelva, y por entonces en explotación por cuenta de la Corona.
En estos siglos XVI y XVII proliferaron los textos relativos a la descripción de minas andaluzas y del arte minero. Así, en 1627, el licenciado López Madera recibía instrucción de la Real Junta de Mina para un viaje de reconocimiento de minas en Andalucía, y en 1681 se dictaba cédula por Carlos II, encargándose a Fray Diego de Herrera el reconocimiento de «las
minas descubiertas y por descubrir en Guadalcanal, Extremadura y Andalucía ».
A partir de la segunda mitad del siglo XVI el arte y el conocimiento de la industria minera y del beneficio de sus productos de desarrolla de tal forma que, no sin razón, algunos autores han dado en denominar a escala minera como la «la centuria minera» Andalucía no sólo no fue ajena a esta etapa de progreso, sino que innumerables apellidos sureños destacaron en el conjunto de este movimiento tecnológico.
De entre las valiosas publicaciones relativas a la minería de este periodo destacamos por su relación la de 1663 por el capitán Fernando Contreras, titulada «Noticias del mineraje de Indias y de las minas que hay en España», donde se propone el restablecimiento de varias minas, entre ellas las de Guadalcanal y Riotinto, proponiendo la creación de una escuela real minera en una de las dos localidades.
También en 1621 debían hallarse en explotación algunas minas de carbón de Villanueva del Río, ya que por Real Cédula de facultaba al licenciado Pedro de Herrera para investigar si «se habían hecho fraude por algunos mineros en las minas de carbón de piedra descubiertas en término de Villanueva del Río».
Al finalizar el siglo XVII, la minería se situaba en un periodo de franca decadencia; el Estado labraba por su cuenta las minas de Guadalcanal, Riotinto y Linares, así como la de grafito de Marbella, y algunos particulares
trabajaban algunos veneros, fundamentalmente de plomo y cobre argentífero, en las provincias de Granada y Sevilla.

Rafael Remuzgo Gallardo