De la época Romana al siglo XVII.
ÉPOCA
ROMANA.-
Tres años
después de la caída de Cartago-Nova a manos de Escisión en el año 209 antes de
Cristo, Roma se hizo dueña de forma progresiva de los territorios del sur de la
Península, cuyas minas comenzó a trabajar con gran intensidad, prosiguiendo
explotaciones en curso o investigando nuevos yacimientos de minerales. La
romanización trajo consigo el florecimiento de la industria minera, a la que
aplicaron singulares tecnologías de arranque y profundización, en ocasiones verdaderamente
espectaculares.
La
primera legislación en materia minera conocida como «Lex Metalli Vistapacensis » se debe
a la época de denominación romana.
Pocos
fueron los filones importantes que escaparon a la actividad romana; siempre
atacaron los criaderos bien mineralizados y jamás se entretuvieron en seguir
pequeñas ramificaciones. De hecho, en épocas recientes, aún se consideraba« que
una concesión que encerrase trabajos romanos tenía serias posibilidades de éxito».
Sobre
una posible explotación de las minas sevillanas de plata de Guadalcanal, no se
conocen testimonios directos; tan solo el historiador - Barrantes-, a mediados
del siglo XIX, se refiere a un manuscrito mutilado del siglo XVII titulado «Guadalcanal y su antigüedad», en el
que existe alguna alusión a una actividad romana, al igual que lo reseña –Guillermo
Bowles-.
Por
otro lado, en el plano elaborado por Goetz Phillipi, que trabajó dicho criadero
en Guadalcanal a principios del siglo actual, se anota la existencia de una «casa romana».
Se
reconocen también vestigios de trabajos romanos en la mina del Pago de Gibla,
de cobres grises argentíferos y auríferos, en término de Constantina; y también
en las de hierro del Cerro del Hierro.
De
estos trabajos proceden candiles y útiles mineros localizados hasta 50 metros
de profundidad.
Asimismo
se reconocen vestigios de actividad minera en los criaderos de plomo argentífero
en los términos de Alanís y Cazalla de la Sierra.
ÉPOCA
VISIGODA.-
A
partir del siglo III después de Cristo, las incursiones germanas en el norte de
la Península y los beréberes en el sur, debieron estorbar y entorpecer la gran
actividad minera, que inicia así una etapa grande de languidecimiento hasta su
práctica extinción.
ÉPOCA
MUSULMANA .-
No
existen demasiadas referencias sobre extracción minera en la bibliografía que
corresponde a este milenario de civilización, aunque sí hay constancia de
determinadas explotaciones y muy en particular, existen numerosos comentarios
mencionando con cierto detalle la riqueza del subsuelo andaluz, a la vez que
dan precisiones en general exactas sobre el emplazamiento de los criaderos de
minerales.
De
entre la multitud de referencias alusivas a la existencia de minerales en territorio
andaluz por parte de historiadores y geógrafos musulmanes, referente a la
provincia de Sevilla encontramos la de Chiab-Ed-Din Ahmed Ben Yahya, muerto en
el año 1348, quien refiriéndose al Cerro del Hierro, que denomina Constantina
del Hierro, dice “Hay en las montañas cercanas hierro,
siendo unánime reconocer la buena calidad, y que se exporta al mundo entero”.
En el
viaje que Guillermo Bowles realizó a partir de 1752 por encargo de Carlos III
para reconocer diversas minas españolas, las explotaciones de hierro se citan
en el Cerro del Hierro.
En el año
1499, en Ocaña, se concierta Real Asiento con Francisco de Herrera sobre los
mineros, entre otros, de las villas de El Pedroso y Constantina.
SIGLOS XVI
y XVII.-
El 10
de Enero de 1559, la Princesa Gobernadora, Doña Juana en ausencia de su hermano
Felipe II promulgó en Valladolid una Pragmática - auténtica ley de minas-
declarando caducas todas las concesiones, salvo algunas excepciones, a la vez
que establecía el modo de beneficiar las minas y obligaba a asentar las mismas
en el Registro General de Minas.
En esta
Pragmática «se incorporan a la Corona todas las minas
de oro, plata y azogue», y entre otras disposiciones se señala que
«solo los naturales y súbditos del Reino
podrán cavar y buscar las referidas minas de oro y plata»,
declarando que todo esto se hacía extensivo «a las
demás minas de cualquier clase que fueran». Esta normativa fue complementada
por otra dictada en 1563.
El
efecto de estas disposiciones pronto se dejó sentir y el interés que la Corona
mostraba por los asuntos mineros se materializó con la solicitud de gran número
de registros mineros, lo que obligó a la promulgación de las famosas Ordenanzas
de Felipe II en 1584 que regirían con eficacia durante los siguientes
doscientos cuarenta y un años.
Durante
la primera mitad del siglo XVI, el régimen legal minero siguió estando
determinado por el otorgamiento de concesiones en grandes dominios geográficos.
De este periodo destacan los concedidos por los Reyes Católicos entre los años
1511 a 1514.
Entre
otros, en el año 1514 a Rodrigo Ponce de León, Duque de Arcos, de todos los del
Arzobispado de Sevilla y Obispados de Córdoba, Jaén y Cádiz.
En
dicho año «1514», también se hizo asiento
con Francisco de Herrera sobre el Maestrazgo de Alcántara con el Condado de
Belalcázar y las villas de El Pedroso y Constantina, y con Cristóbal López de
Aguilera sobre la Sierra de Sevilla en los términos de Alanís, Cazalla, Puebla
de los Infantes, San Nicolás del Puerto...... y la Sierra de Aroche.
A
partir de la segunda mitad del siglo XVI y durante el siguiente, la actividad minera
se ve potenciada por disposiciones legales promulgadas por Felipe II referidas
anteriormente, multiplicándose de forma espectacular las solicitudes de
concesiones mineras. Sin embargo la conquista americana son sus abundantes
riquezas minerales, hace que influya negativamente al desviarse en gran medida
la atención hacia dichas tierras americanas.
Sobre
la multitud de concesiones mineras otorgadas, hasta nuestros días han llegado
noticias clasificadas de las mismas a través de la obra publicada por Tomás
González en 1832 en dos tomos y titulada «Registro y
Relación General de Minas de la Corona de Fernando VII» y
siendo Director General del ramo el insigne Elhuyar. Estos mismos datos, ampliados
y corregidos, verían después la luz también en la obra de Nicario Antón del
Valle, denominada «El Minero Español»,
impresa en 1841.
En
concreto, la actividad minera de mayor relevancia en territorio andaluz durante
esta etapa fue sin duda la que constituyó la explotación del yacimiento de
plata de Guadalcanal. La historia de estas minas surge en el año 1555, cuando
fueron descubiertas por Martín Delgado, teniente alcalde de la villa, llegando
la noticia a conocimiento de la Princesa Gobernadora en Valladolid durante la
ausencia de su hermano Felipe II, que se encontraba a la sazón en Flandes para
recibir de su padre los Reinos de España; enviado por la Casa Real el Marqués
de Falces para su reconocimiento, se procedió a la incautación de las minas
mediante el pago de 33.500 ducados en concepto de indemnización, comisionándose
a Agustín de Zárate para hacerse cargo de la administración de los trabajos.
Este hecho causó serios incidentes con el alemán Juan de Xedler, titular de un
Real Asiento sobre determinadas minas de la zona, llegándose a un acuerdo con Zárate
sobre su participación que compartía con sus compatriotas Juan de Xuren y Juan
de Gilist, quienes tuvieron gran preponderancia en las técnicas de explotación.
Corría
entonces la voz de que estas minas « producían lo bastante para pagar las
tropas de Fuenterrabía, las obras de los Alcázares de Toledo, Madrid y El Pardo
y las empresas de Melilla, Orán y del Príncipe Andrea Doria » así como para
financiarlas obras del Monasterio del Escorial; sin llegar a tanta fantasía y
de acuerdo con la correspondencia cruzada entre la Corona y la Administración
de las minas, lo que sí parece cierto es que se obtenían grandes beneficios.
Afines
de 1556 y a la vista de los numerosos registros mineros que surgen entorno al éxito
de Guadalcanal, se nombró Inspector General de las minas a Francisco de
Mendoza, hijo del Virrey de las Indias y conocedor de la minería en aquellos
territorios; se variaron los procesos de tratamiento, suprimiéndose el lavado
para fundir directamente los minerales, al mismo tiempo que se instalaban
molinos de caballerías y parece ser que se comenzaron a emplear esclavos negros
para las operaciones mineras, muy especialmente las de desagüe. Cuando Agustín
de Zárate dejó la mina, a principios del año siguiente, se trabajaba a cuarenta
metros de profundidad, con grandes problemas de agua, iniciándose una etapa de decaimiento;
en ese mismo año se comenzó a aplicar el proceso de amalgamación para la
recuperación de la plata, tal y como se venía haciendo en las minas americanas
y a cuyo efecto se mandó venir de Méjico a Mosén Antonio Boteller, quien había
trabajado en el descubrimiento de estos procesos junto al sevillano Bartolomé
de Medina.
En 1564
se inicia una nueva fase explotadora a cargo del minero Francisco Blanco, quien
en 1570 desviaba el arroyo en su lucha contra la inundación, poniéndose al
descubierto una nueva metalización, encomendándose de nuevo a Záratela dirección
de los trabajos, que por aquel entonces alcanzaban la profundidad de 130 metros
diversos derrumbamientos de las labores y pozos, así como la imposibilidad de
dominar las aguas, dieron al traste con la actividad minera en 1576. Tras
numerosos y efímeros intentos de reactivación no volvió a haber laboreo
importante hasta el año 1632 en que vinieron a caer a manos de los banqueros alemanes
Fuggers (llamados en España los Fucares) y cuyos antecesores venían explotando
minas de mercurio de Almadén desde 1525. El periodo de explotación tan solo duró
dos años, no sin pocas dificultades y sí con una gran dosis de mitos y leyendas
sobre las riquezas que les proporcionaron.
Es
curioso que precisamente sobre esta mina de Guadalcanal es por vez primera
donde, de alguna forma, se instrumenta la figura de reserva estatal: así en la
Pragmática de 1559 se prohíbe cualquier trabajo en una legua alrededor de
Guadalcanal y a un cuarto de legua de las minas de Cazalla, Galaroza y Aracena,
en las provincias de Sevilla y Huelva, y por entonces en explotación por cuenta
de la Corona.
En
estos siglos XVI y XVII proliferaron los textos relativos a la descripción de
minas andaluzas y del arte minero. Así, en 1627, el licenciado López Madera
recibía instrucción de la Real Junta de Mina para un viaje de reconocimiento de
minas en Andalucía, y en 1681 se dictaba cédula por Carlos II, encargándose a
Fray Diego de Herrera el reconocimiento de «las
minas
descubiertas y por descubrir en Guadalcanal, Extremadura y Andalucía ».
A
partir de la segunda mitad del siglo XVI el arte y el conocimiento de la industria
minera y del beneficio de sus productos de desarrolla de tal forma que, no sin
razón, algunos autores han dado en denominar a escala minera como la «la centuria minera» Andalucía no sólo no fue
ajena a esta etapa de progreso, sino que innumerables apellidos sureños destacaron
en el conjunto de este movimiento tecnológico.
De
entre las valiosas publicaciones relativas a la minería de este periodo destacamos
por su relación la de 1663 por el capitán Fernando Contreras, titulada «Noticias del mineraje de Indias y de las minas que hay
en España», donde se propone el restablecimiento de varias minas, entre ellas
las de Guadalcanal y Riotinto, proponiendo la creación de una escuela real
minera en una de las dos localidades.
También
en 1621 debían hallarse en explotación algunas minas de carbón de Villanueva
del Río, ya que por Real Cédula de facultaba al licenciado Pedro de Herrera
para investigar si «se habían hecho fraude por algunos mineros
en las minas de carbón de piedra descubiertas en término de Villanueva del Río».
Al
finalizar el siglo XVII, la minería se situaba en un periodo de franca decadencia;
el Estado labraba por su cuenta las minas de Guadalcanal, Riotinto y Linares,
así como la de grafito de Marbella, y algunos particulares
trabajaban
algunos veneros, fundamentalmente de plomo y cobre argentífero, en las provincias
de Granada y Sevilla.
Rafael Remuzgo Gallardo
No hay comentarios:
Publicar un comentario