https://guadalcanalpuntodeencuentro1.blogspot.com/

domingo, 16 de junio de 2019

El vino de Guadalcanal

De Guadalcanal es, y aún tiene un es no es de yeso el señorico...

Fue siempre excelente y de muy extendida fama el vino de Guadalcanal. Todavía es y quedan vestigios, cierto que muy pocos, de nuestra pasada grandeza vinícola. Tinajas de lagares aquí y allí; pocas ya, muy pocas, pero se suelen ver. Nombres de fincas, como el de “Las Viñuelas”, nos dicen de este pasado. Hay viñas, desaparecidas casi ayer, que en unión del nombre de quien lúe su dueño han dado a conocer, hasta recientemente, el paraje en el que es­tuvieron ofreciendo sus frutos; tal sucede con la “Viña de Juan Guerrero”, enclavada a la altura de la torre de la Iglesia de Santa María, dando vista a este campanario, descolgada, pendiente abajo, entre la línea férrea y la carretera del puerto Llerena. La predilección, que perdura en nuestro pueblo, por el consumo de mostos, denotan, a leguas, su ascendiente vinatero.
Cervantes, en toda su obra, acusa la bien ganada fama del vino de Gua­dalcanal. No podía por meaos, ya que en el siglo XVII llega a su más alto nivel el buen tomar de los caldos de esta sevillana zona septentrional, ocupada, a la sazón, en extensa superficie, por viñedos, que la filoxera hizo se extinguieran en un santiamén, y a la cual se debe, desconocida en un principio la resistencia a ella de la vid americana, el nacimiento del actual cultivo extensivo del olivar, en el presente amenazado de gravísimas plagas, no sólo de insectos y hongos.
Rige Monipodio el hampa de Sevilla, y la gobierna, como cofradía de ma­leantes, en un patio celebérrimo, porque así lo quiso el autor del Quijote, en su novela ejemplar “RINCONETE Y CORTADILLO”.
Pues bien, la madre Pipota —que así se llamaba la vieja (abundante de faldas, confiando su eterna salvación, pese a sus complicidades, en sólo alum­brar imágenes de su devoción) que dio el ser al señor Monipodio—, cuando en­tra en la dicha cueva de perversión, luego de practicar sus devociones y desem­pernar el negocio sucio que le traía, pide un trago con el que reponer energía.
Se lo dan abundante.
Se lo bebe más que aprisa.
Y tragado, alaba:
“De Guadalcanal es, y aún tiene un es no es de yeso el señorico...”
Y más.
Al temor de la señora Pipota de no caerle bien sin desayunar, le replica su hijo —seguro de la buena calidad del caldo—, que lo beba sin cuidado por fu? es trasañejo.
Con sólo esta no única cita de don Miguel a todo lo largo de su obra, ha­tea debido bastar para que la fachada de nuestra Casa-Ayuntamiento luciera aoüFjo recordatorio de ser Guadalcanal lugar cervantino.
Pero, ¡ay!, que de poco vale decirlo.

Pedro PORRAS IBAÑEZ

Revista de Feria 1978

No hay comentarios:

Publicar un comentario