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domingo, 18 de julio de 2021

La lluvia infinita 13/18


 
Capítulo 13

Diario de Pedro de Ortega 12

19 DE ABRIL.

En esta isla de Guadalcanal los pueblos son más grandes y ricos que en el resto del archipiélago.

Tienen en sus poblados, que se componen de varios bohíos dispuestos en círculos y uno grande, en el centro, en el que se reúnen, muchos puercos, gallinas y un gran número de frutas y raíces, entre las que reconocimos el jengibre.

Cuando estábamos en el bohío y ya dispuestos a marcharnos, han reaparecido los indios, que con gran estruendo de aullidos y caracolas, nos han atacado con fiereza.

Pero Dios ha puesto en nuestras manos los arcabuces; para que triunfemos sobre estos salvajes; tras matar y herir u, de ellos, han huido, con lo que hemos retornado al: bergantín sin más problemas.

He ordenado la construcción de una balsa, pues tengo la intención de navegar por el río de Ortega en busca de más poblados y para comprobar si arrastra arenas ricas en oro.

Y este trabajo nos ha llevado toda la tarde.

Casi anochecido, por la parte del Noreste han llegado nubes; una de ellas semejaba una calavera. Rico me ha dicho:

-¿No será eso un presagio?

Me he estremecido, pues el aspecto de la nube en verdad aterraba, Isabel.

20 DE ABRIL.

Río arriba hemos visto más pueblos, en los que vive - mucha gente.

Debe de haber en esta isla, la más grande de cuantas hemos visto, al menos un millón de personas, de las cuales, si se exceptúan las mujeres y los niños muy pequeños, son todos guerreros.

En muchos trechos se han visto bancos de arena, por lo que creemos que se puede hallar oro.

Pero lo que sí es cierto es que es tierra de enormes caimanes, que al menos son tres veces más grandes que los que he visto hasta ahora en Panamá y Perú.

Y también de loros y guacamayos de todos los colores. Hemos subido casi media legua de río, con grande esfuerzo porque en algunas partes es muy estrecho y se rinde a la selva; hemos dado la vuelta.

Aupados por la rápida corriente, al poco, hemos llegado al lugar donde estaba fondeado el bergantín. Mañana dejaremos Guadalcanal.

21 DE ABRIL.

Tanto yo como los demás hemos estado de acuerdo en que, con lo visto en Guadalcanal ya era hora de dejarse de descubrimientos y volver a dar noticia de todo lo visto hasta ese día.

Es la primera decisión, mía o de cualquier otro, que no ha sido contestada por nadie.

22 DE ABRIL.

Los vientos son proclives a nuestra demanda, y como no tenemos previsto hacer ninguna entrada más, debemos estar en Santa Isabel con Mendaña en no más de tres días.

23 DE ABRIL.

Al sur de Santa Isabel hemos visto otra isla; por ser el día que es la hemos llamado San Jorge. He resuelto acercarnos a ella.

Gallego no se ha mostrado conforme con mi orden, y he tenido que recordarle que fue Mendaña quien me dio el mando del bergantín.

Pero debe ir en su naturaleza el discutirlo todo.

Aunque yo también quiero llegar a Santa Isabel, no dejaré que por desidia, por el ansia de acabar con nuestro viaje, dejáramos pasar una isla que quién sabe si es la verdadera Ofir.

26 DE ABRIL.

Esta isla, en lengua natural se llama Varnesta y su taurique, Beko, y se nos ha mostrado muy amistoso, contándonos, por señas, que es amigo de los tiburones y de los caimanes, pero estos indios usan más de la astucia que de la fuerza, lo que les convierte en el doble de peligrosos.

Y digo esto porque, mientras parlamentábamos con Beko, varios de sus indios, en una canoa, se han acercado ` al bergantín, reducido al soldado que allí dejé y robado los dos puercos que llevábamos con nosotros desde que salimos de la isla Florida.

Hasta que no nos hemos vuelto al Santiago y visto a Rodrigo Montes sin sentido, y los puercos desaparecidos, no nos hemos percatado de su treta.

Hemos partido yo y diez hombres al pueblo más cercano, construido sobre una loma muy cercana a la playa y hemos dado con Beko.

Por señas le hemos hecho saber que nos devolviera los puercos.

Él ha hablado durante mucho rato, pero hemos sabido, por sus gestos que no tenía intención de devolverlos.

A una seña mía Juárez ha disparado su arcabuz.

Al ver todos los indios que uno de los suyos ha caído ful-minado, han huido a la selva, con lo que hemos recuperado los puercos y regresado al bergantín; y cuando ya estábamos en la playa reparando la balsa se han acercado a nosotros, de nuevo, Beko y toda su gente; señalaban a los puercos y nos mostraban un collar hecho de dientes de un gran animal, quizás un caimán o un tiburón, y que parecían tener en gran estima.

Lo he rechazado.

Entonces, Jerónimo ha visto que uno de los indios llevaba un collar con una enorme perla atada en él.

Les hemos preguntado si tenían más y no parece que las tengan en mucho aprecio pues Beko ha dado varias voces y han corrido varios indios al poblado; al rato han vuelto con varias perlas en sus manos.

Las he tomado y, a una seña mía, Juárez ha disparado su arcabuz por encima de sus cabezas, con lo que han corrido más que el Diablo detrás de un alma:

Hemos regresado al Santiago, donde he dispuesto que pasaremos la noche.

A los tramposos, trampas, Isabel.

Las perlas nos han provocado tal estado de excitación que por vez primera la alegría ha tomado el bergantín como si de una ciudadela se tratase.

27 DE ABRIL.

Con el alba hemos dejado la isla de San Jorge en demanda de otras islas muy cercanas, que están hacia el Oeste, con lo que hemos desandado parte del camino. Pero entre que se nos acaba el plazo y que están muy pobladas de arrecifes no nos hemos ni acercado a ellas; simplemente las hemos bautizado como San Nicolás y Arrecifes.

28 DE ABRIL.

Ya hemos tocado la punta más austral de Santa Isabel, por el lado contrario al que están fondeados los navíos; antes de bojarla hacia el Norte, he ordenado fondear y desembarcar.

En una de las lomas cercanas a la costa, había una decena de árboles desnudos de hojas pero de los que colgaban, cabeza abajo, enormes murciélagos que han de tener, al menos, cuatro pies con sus alas extendidas. Visión terrible pues tenía oído, y así me lo ha certificado uno de los soldados, que estos repugnantes animales, en una sola noche, son capaces de dejar sin sangre a un hombre sano, que si no muere por la debilidad, lo hace acometido por una fiebre terrible e incurable, que lo hace saltar, en su delirio, al menos tres palmos sobre el catre.

29 DE ABRIL.

Seguimos bojando Santa Isabel, que es una isla muy` extensa, pues hemos navegado cerca de cuarenta leguas hasta que hemos llegada a su punta Norte.

Durante el día de hoy hemos podido ver numerosas isletas, algunas pobladas y otras no, y a muchos indios pescando, que no nos han molestado, aunque muchos de ellos se han alzado sobre sus canaluchos para gritarnos y amenazarnos con el puño.

Hemos seguido viendo más murciélagos, los cuales, cuando llega la noche y se dan a la caza, provocan tal estruendo con su aleteo y sus chillidos que a uno le parece que ha llegado a la misma puerta del Infierno. No he querido que desembarquemos.

A todos mis hombres les he dicho que, a la hora de acostarse, se cubran totalmente y no dejen nada de su piel al descubierto.

Es inmensa ésta, tu isla, Isabel.

30 DE ABRIL.

Hemos estado varados todo el día, pues los vientos han debido ahuyentarse con tanto murciélago.

Así que he dispuesto que, bogando en la balsa, se nos adelantasen Jerónimo y otros cinco hombres para anunciarle a Mendaña nuestra llegada.

Hacia el Oeste hemos visto otra isla, que hemos bautiza-do San Marcos.

Pero como el viento no aparece y son ya muchos los días que llevamos fuera no tengo intención de ordenar que nos lleguemos hasta ella.

Espero que Jerónimo sepa cuidarse, aunque sé que no he de temer nada porque ha mostrado mucho ánimo en todo momento. Estoy muy orgulloso de él, Isabel, y tú también debes estarlo.

 

Jesús Rubio Villaverde. 1999

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