CARTA DE PASCUAS QUE DESDE GUADALCANAL ESCRIBE UN BARBERO A DON PEDRO DEL PARRAL, VECINO DE MADRID, DICIÉNDOLE LO MAL QUE LE HA PARECIDO LOS PAPELOTES DEL RDMO. PADRE FEIJOO, DE TORRES, DE AQUENZA, DE MARTÍNEZ, DE RIVERA, y DEL MÚSICO.
Introducción.
- Hace algún tiempo me encontraba,
investigando en la Biblioteca Nacional de Madrid, y casualmente descubrí unos
documentos que, en forma de cartas escritas a distintos destinatarios, hablaban
de asuntos relacionados con Sevilla y su provincia. Entre esas cartas había una
muy interesante -e incluso graciosa por su contenido- escrita en Guadalcanal en
diciembre de 1726, en la cual un barbero de esta localidad cuyo nombre
desconozco por el momento, aunque me propongo investigarlo- escribe a un amigo
suyo de Madrid para manifestarle sus opiniones sobre ciertos “papelotes" y
referirse de paso a sus relaciones con su difunta esposa, teñidas con una
especie de amor/odio. Sorprende de este documento la frescura de sus
expresiones y la filosofía crítica y moralizante que de él se desprende; para
configurar a su autor como un erudito que en el siglo XVIII ejerce la crítica
literaria desde una población como Guadalcanal, supuestamente considerada hasta
ahora como ajena de los mentideros cultos de la época y que, por mediación de
este barbero se nos revela como un foco de cultura en el cual participan el
cura y posiblemente otros nativos o forasteros llegados al lugar, según parecen
indicar las alusiones a libreros, autores o impresores, o a que "todo
perro cristiano saca su papelote" para leerlo, quizás, en alguna también
supuestamente tertulia literaria que el barbero-autor celebraría con sus amigos
en el mismo Guadalcanal, aunque esto no podamos asegurarlo con certeza y sólo
sean pistas para una posible investigación posterior.
El azar ha querido que hablando un
día en Sevilla de mi hallazgo con el poeta Andrés Mirón, me propusiera éste la
publicación de dicha carta en una revista promovida por el Ayuntamiento de
Guadalcanal, y dada la amistad y admiración que siento por Mirón, he accedido
gustoso a su propuesta, pensando en dar a conocer la carta encontrada en Madrid
a los actuales habitantes de la antigua Sisip (o a divulgarla si por alguien
fuera ya conocida), pues tengo la intención de incluirla en un futuro libro, en
el cual podrían responderse (si los hados nos son propicios y encontramos
editor) algunas de las preguntas que cualquier lector atento de este documento
puede plantearse, no sólo en lo referente a los nombres que en él se mencionan,
sino también en cómo era la vida en Guadalcanal en el año 1726, para que
pudieran desarrollarse las inquietudes culturales y críticas de nuestro
desconocido barbero-autor.
En la transcripción del original y
con el fin de facilitar su lectura, me he tomado la licencia de actualizar
algunos arcaísmos lingüísticos y de suprimir o añadir algunas comas y puntos,
conservando en lo demás el texto su integridad:
RAFAEL RAYA RASERO,
Sevilla, mayo 1990.
Amigo don Pedro. Aunque en este país no me falta en que
divertir mi pobre imaginación, con la máquina de estas Minas, y fatiga de mis barbarismos
lances, pues le aseguro a vuesa merced que el día que tuve ayer no quisiera que
nadie de mis amigos lo pasara, pues en menos de dos horas, sajé a tres enfermos
ventosas, sangré a cuatro, y lo que más es, que a mi mujer se la llevó Dios de
un sincopado accidente le duró tres horas y tres cuartos y medio, y le durará
para sécula seculorum. Sea Dios bendito y alabado, que gracias le debo dar por
haberme concedido una de las muchas cosas que le he pedido, que es enviudar. En
fin, amigo don Pedro, a vuesa merced estimo tanto como a mí mismo, pues apenas
me halo en tan triste lance, cuando lama a mi puerta un mozo, con su coletazo,
con más mugre que un aceitero, con una carta de vuesa merced y un envoltorio de
papeles. Veo su carta, y en ela me dice me remite varios papelotes de diversión
que han escrito, y ruedan en Madrid, contra un Crítico Padre, o Padre para
mortificarse y el barbero para afeitar. ¿No digo en esto bien, amigo don Pedro?
Pero también siento mucho el enjambre de desatinos, que han ido emballestando
unos contra otros, y muchos contra ese Critico. Válgate Dios por Critico, y el
ruido que has metido con tus critiqueces. Parecen conjurados contra ti todos
los batallones de la muerte, pues harto trabajo te mando. Preguntó un discreto
en la Corte, cuando estaba el Señor Don Carlos Segundo a lo último de su vida,
qué ¿cuántos médicos le asistían? y dijo un criado de Palacio: Señor, siete le
asisten. Harto trabajo le mando -dijo el Cabalero- si escapa de entre siete
pecados mortales, que mientras más peones entran en una viña, más presto la
acaban. Harto trabajo le mando yo al Critico, si se escapa de tanto enemigo de la
salud. Dios me libre de hombres que desean que los otros no tengan vida: el
diablo le tentó al Padre meterse a Critico.
Pero, señor don Pedro, lo que más me admira es que un
médico como Aquenza, con cien años a cuestas, cuando había de tratar de rezar solo,
y arrepentirse del dinero mal levado en sus muy caras visitas, pues a título de
Cámara del Rey no hay dinero para pagarle, pues a doblón serian como los
sermones- sus visitas, se meta ahora a reparitos, y repliquitas. Deje a cada
uno con su tema; y pues está ya más para morir, que, para otra cosa, trate de
rumiar santos, oír misas, encomendarse a Dios, comer bien, y beber mejor, y
dejar correr las cosas, que quien no ha de enmendar el mundo, déjele como está,
y ya que escribe, gastara el tiempo en algún Tratadillo en romance, porque el
de Sanguinis, que escribió en latín, para mi es lo mismo que si escribiera en
griego. Déjese ya el doctor Aquenza de repuestitas, que ya no está para eso
quien está más para morir, que para escribir, tome su coche, pues no le cuesta
nada, paséese, y orille, que le tendrá más cuenta que oír disparates como los
que dice el Médico de Sevilla, a quien yo, si le cogiera, diera con una piña
verde; porque no anduviera en cuentecitos, que a un hombre como el doctor
Aquenza no es razón se le digan tales dicterios, como los que él ha encajado en
medio pliego de papel, lleno de disparates.
Mediquillo
debe de ser principiante, quien tanta envidia arroja en tan poco papel, con sus
palos, y más palos. No es nuevo entre la maldita turba de matadores de
cristianos, o médicos, que es lo mismo, andar en quimeras. Ya se acordará vuesa
merced, señor don Pedro, diez años ha, los librotes que salieron unos contra
otros, de Crítico, o Crítico Teatro, que para mí lo mismo es al derecho que al
revés. En suma, que están siendo objeto de mi diversión en ocasión tan
propicia. Cierto, amigo don Pedro, que no me harán daño los papelotes, y por ellos
doy repetidas gracias a vuesa merced, y halándonos cerca de las pascuas, tan
celebradas entre los católicos, del Nacimiento, debo anunciárselas a vuesa
merced ahora, porque no se me olviden después, que yo no escribo cartas a
nadie, sin que sea respuesta de alguna o acompañada con algo. Y pues vuesa
merced vino con los papelillos, diré lo que siento de ellos, aunque no entiendo
mucha Teología, pero mal dije si supiera yo escribir y contar como entiendo
Teología. En fin, amigo don Pedro, en este mundo todo pasa y habiendo pasado y
repasado algunos de los papelotes seis o siete veces, leve el diablo si me
acuerdo de una palabra de ellos: si solo me recuerdo que uno de ellos habla
también de una burra que fue Balaán, célebre burra debió de ser. Yo me alegrara
ser como ela. Todos estos papeles, según mi gran capacidad, me parece que son
sobre el Teatro Crítico. Válgame Dios lo que se ve en estos siglos. Si mi
abuelo viviera, y viera lo que ahora pasa, sin duda o se volviera a morir, o de
cólera reventara, porque fue muy devoto de San Benito, que en Toledo les trajo
a cuestas más de seis años. Pero, señor d. Pedro, lo que a mí me desquicia el
entendimiento es el ver que un religioso grave, que me dice vuesa merced lo es
el Padre del Crítico Teatro, se meta a médico, a astrólogo, a músico, a
letrado, y a otras muchas cosas, que no son de su profesión. Deje el Padre el
mundo como está, que lo mismo hago yo y hacen otros. Hubiera escrito un librazo
de Teología Moral, o de Sermones, u otra materia, que a lo menos si no hubiera
sacado de ganancia cuatro doblones no me hubiera malquistado con tanta
diversidad de clases, que, aunque yo no tengo que sentir (pues con el cónclave
Barberato no parece se mete) me da mucho enfado que un hombre de cerquillo y cogulla
ande rodando por estas calles, estrados y palacios, y lo cierto es que se le
puede decir lo que el vizcaíno a la liebre: Más te valiera estar duermes.
Déjese el Padre de crítico, que eso fue bueno para Gracián, y no para otro. Y
si no, vuelva los ojos al Librazo del padre Cabrera, de su Crisis Política, y
verá el despacho que tiene en las confiterías de esa Corte. Los que se destinan
para místicos y moralistas, no son buenos para críticos, cada uno para lo que
fue destinado: el soldado para la guerra, el labrador para cultivar, el señor
para mandar, el religioso Corral, de Boix, y de Díaz, uno con agravios, otro
con desagravios, otro con vindicaciones, y otros defendidos, que todos paran en
pasto de polilas en las tiendas, o entre girapliega en las boticas. ¿Qué quiere
decir toda esta máquina? que no hay más maldita Facultad que la de esta
farándula, que con lo que yerran matan, y con lo que aciertan quitan la vida.
Dios me libre de gente que matando viven, y no mueren matando. También se
acordará vuesa merced, señor don Pedro, dos años ha, de otra cuestión de otros
dos matasanos, uno Navarro soberbio, y otro Vallenato, apacible escéptico, que,
sobre la clientela médica, maldita sea su alma, que en la librería de la calle
Atocha me costó diez reales, que maldita la palabra yo la entiendo, y ahora la
diera por tres reales para una misa a mi mujer. Dios la haya perdonado, amén.
Digo, amigo, que ya se acordará, que estos dos anduvieron a palos en la calle
de Barrio Nuevo. Si yo fuera Presidente de Castilla, entonces los hubiera desterrado
de esa Corte para siempre, que no tienen vergüenza de que se diga que dos
médicos anduvieron a palos; y esto sería porque ni uno ni otro tuvieron
habilidad para manejar los monda dientes. Ya se sabe, amigo don Pedro, que esta
clase de gente no hieren con armas, que matan con plumas. Yo me abolo el seso
de contemplar las quimeras, desvergüenzas, y disparates, que entre estos faramalleros
ha habido, hay, y habrá: quien malas mañas ha. En fin, amigo mío, buen provecho
les haga, San Antón se la bendiga, que ni vuesa merced ni yo de eso no
entendemos, y sólo acá con nuestras Porradas Berberinas lo pasamos como
Corregidores. Pero, mi muy caro amigo don Pedro, reparo que entre los papelotes
halo uno de Rivera, el salamanquino; y cierto que tiene sus rasgos claustrales:
él parla bien, no se le quedó el pico en Salamanca, y habla de manera que todos
le entendemos, él no es tonto, y dice lo que yo dijera, escribamos de suerte
que sea para todos, y corra la mosca fresca, como en Tabla Carnicera. Él hace
bien, pero podía dejarse también de puntillos críticos, que nació tarde para
aderezar el mundo. Pero reparo en el Crítico la inmensidad de cosas que trata
en un solo libro: ya veo, don Pedro, que caben muchas letras en uno sólo, que
como yo solo trato con mi Porrillas, se me hacen grandes los demás. Este
Crítico todo lo ha escudriñado; a cuezo de albañil me parece, que en entrando
en una casa, todo lo embadurna. 0 me parece mejor al cajón de sastre, que
teniendo en si diversos retales juntos, de ninguno hay pieza, ni hoja de
calzones, ni mangas. En fin, son los hombres, que todo pican como el gorrión.
Pero volvamos, amigo don Pedro, a mi buen Rivera. No fuera mejor que estudiara,
mientras escribía cien frialdades, que ha arrojado de sí sobre cuatro pliegos
que no sirven más que de cebo a los golosos, o curiosos, que es lo mismo.
Climatérico me parece este año de 26, pero más lo fuera el 27, que yo con
número de no tengo poca fe; y cuando lega un tabardillero al sexto, si pudiera
le diera yo la Santa Unción, de miedo no se me fuera sin Sacramentos. Si, amigo
mío, estos hombres quieren descalabrarle con tinta, y papel, y para nadie es
esto mejor que para impresores y libreros, que, a lo menos, si no ganan, no
pierden nada. En suma, gente que cuando entra en las casas de cotidiano es
perniciosa: Dios, por su infinita bondad, me libre de ela. Amén.
Segundo reparo se me ofrece, amigo don Pedro, o tercero,
que para mí lo mismo es por delante que por detrás; y es que también nuestro
don Martínez entra con sus repulidlos términos y acicalados vocablos,
defendiendo al Crítico, y ofendiendo al astrólogo, que no lo es fingido; pues
voto años, amigo, que todo cuanto ha dicho este año de 26, en su calendario, he
observado yo en estos países. No me parece bien que este Martínez, con sus
quijadas de cangrejo, gane dinero y le pierda aun el tiempo. Halagar a uno, por
morder al otro, es propiedad de culebra, que lo ejecuta a un tiempo. Cuide el
doctor Martín (mal nombre este, ello a duende me huele) cuide, digo, de su
Teatro Anatómico, y déjele al Crítico, que lo primero le ha dado de comer, y lo
segundo ni aun de cenar; ya fe que limpie de la centinela, le ha de sudar el
rabo, que el Navarrillo lo puso para pelar, según me ha dicho el cura de este
lugar, que yo leve el diablo palabra entiendo de ela. Amigo mío, cada cual, a
su negocio, a obrar bien, que Dios es Dios, así he oído decir lo dice San
Agustín, no porque yo lo he visto, pero me acuerdo de lo que me decía mi
abuela: Hijo, cuando oyeres cosa que haya dicho algún santo, ten cuidado, pues
te acreditas en referirlo de discreto, de leído, y no de necio. Yo, amigo, y
querido de mi alma, ni soy lo uno, ni lo otro, pues sólo soy lo que vuesa
merced quisiere, y así le suplico tenga paciencia conmigo, que como estoy con
el grande sentimiento de la prenda más amada que tenía, que ya por justos
juicios de Dios, la levó, ojalá lo hubiera hecho dos años ha, que estuve casado
con ela. Le aseguro me sirve de gran gusto el dilatarme en la conversación con
vuesa merced, o en la carta, que es lo mismo. Ya habrá usted reparado, amigo,
como se explica el astrólogo salamanquín: Es un demonio en el modo de decir tan
sutil. El pardiez, amigo, que al Padre le dice bravas cosas, y a mí me han
parecido bien: Y aquel reparillo de que contra un Padre no hay razón, estuviera
mejor si dijera: contra un fraile no hay razón, que para mí es lo mismo fraile,
que diablo. ¿Pero a este Torres quién le mete con frailes, ni con médicos?
Trate de componer su Piscator, que se lega ya el tiempo, prevéngale buenas
alforjas, hágale buenas mantillas, que el frío es, y será terrible: repase sus
discípulos en su Cátedra, y déjese de posdatas, que es lo mismo que cosas
postreras. Ya veo, que me dirá vuesa merced que como ha caído en gracia (como
las cosas extranjeras a los españoles) sus escritos, que hasta las Madamas
gustan de oír sus dichánganos, que con estos papelillos él no pierde nada, pues,
aunque sea una friolera, en sonando Torres, corre que rabia, y al mismo paso la
moneda. Buen tiempo, amigo don Pedro, que todo perro cristiano saca su papelote,
se divierte la curiosidad, comen los autores, cenan los libreros, y almuerzan
los impresores, y a mí me sucede lo mismo. Acuérdome, amigo don Pedro, haber
visto otro papelón que laman Glosas, y de paso digo que en los días de mi vida
vi Glosas más disparadas, mejor las había de hacer el sacristán de este lugar,
aunque no sabe ayudar a misa. Yo me ralo las tripas, y me riego el estómago en
considerar que haya hombres que se pongan a escribir tan amontonados de
latinos. Pero, amigo, es verdad que el mundo de todo se compone, y es preciso
haya de todo, es infinito el número de necios. Pues el Músico, con sus Arres, o
Arias, que para todo es a un precio, tal arrear como el hombre arrea en diez
pliegos y medio de imprenta. No he visto en mi vida, amigo, que quiere decir
Aria, o Arri, que yo sólo entiendo es andar a prisa; pues vemos que cuando va
alguno tras de un jumento, poco menos que él, todo es: arre, arre, arre:
Reventarás arriando, le dijera yo al jumento, o al músico, que para mí lo mismo
es correr que andar de prisa. El dichoso músico debía de estar despacio cuando
tuvo lugar para cuatro arias, o recitados, encajar diez pliegos, que juro a
Cristo que puede ir a la bruja de su abuela, que los lea, si está despacio, que
yo, el demonio cargue conmigo, y con él, si lo leyere. ¿Pues qué diremos, amigo
don Pedro del Aquenza Fingido, y el verdadero? Debe ser demonio este hombre, que
finge, y hace verídico a un tiempo. Yo, si le conociera, léveme Dios, si antes
de hablarle no sacara el rosario. Dios me libre de persona que de uno hace dos,
semejantes que esto lo que suelen decir: hará de un diablo dos por apocarlos:
mejor dijera yo por aumentarlos; no quiero nada con tal hombre. Pues no digo
nada de don Martínez y su rocín; yo me alegrara que ahora nos vinieran otro
Sancho Panza con Don Quijote, aunque aquí faltara Doña Dulcinea, sino que
pongamos en su lugar al Crítico, siquiera por lo que tiene de faldas. Y a fe,
amigo mío, que, si ha de montar en su rocín, el amigo, bien puede transformarse
en duende, que otra suerte dudo alcancen sus gatillos, aunque me han dicho es
ligero. Y siendo de la calidad del pescado su contextura, echándole en buena
porción de agua, subirá, que amigo don Pedro el Torres creo es bien grande, que
según me acuerdo en el Sacudimiento de Mentecantos dice tiene dos varas y
cuarta de largo, de marca es el rocín, bien vale lo que pesa; y más cuando creo
no ha cerrado, ni don Duende tampoco. Bien se echa de ver que no han cerrado
las moleras hombres que andan como los niños, unas veces a coz y bocados, otras
a palos, y otras a papelazos. Halo, amigo don Pedro, por remate de espinazo,
entre los papelotes el de don Matilde, tan frío como él mismo, pues al cabo de
cien años que Torres escribió el Viaje Fantástico y otros ciento que le vino el
correo con las seis cartas del otro mundo, sale esto otro meaquedito, con su
Paracelso, o Paracelsa, con seis docenas de patochadas, sin sustancia. Sin duda
fue preñado y no parió de todo tiempo, que, si Torres le coge en una velada, lo
dará mil vueltas y lo pondrá a parir de nuevo, de éste, diré yo, que lo ha
pensado mucho, y es propio de borricos. Amigo muy amado, a cada loco dejarle con
su tema, y más que se desmochen, que yo de toda esta turba multa solo debo
decir que algunos estarán, con la subida de moneda, estrechos de cuartos, ya
título de discretos, y peliagudos, como conejos, han querido recoger cuartos
para gastarlos esta pascua. Buena fe la de Dios, que no les tengo envidia, que
yo con mis Minas lo pasaré mejor que ellos con sus papelazos. Y sólo me queda
el escozor de que se sufra en esa Corte, que un galenista traiga bastón, como
si fuera militar de guerra, que de traje todos los somos. Es verdad que más
matan ellos con paz, que los soldados en la guerra, y son enemigos declarados
de las vidas. Pues otra cosa más se consiente que es anden declarados de las
vidas. Pues otra Cosa más se consiente que anden en coche, habiendo muchísimos
que le debían arrastrar. Vuesa merced no se fíe de ninguno de ellos, mire que
el que más santo parece, diezma. Y, sobre todo, amigo, dejar cada uno para lo
que es. Vuesa merced cuide de su pucherito, poca fruta, buen trinquiforti, y
malos años para medicastrones, que curen sus mulas para que tiren lo que ellos
debían tirar, y mire vuesa merced que esto se lo aconseja un tonto que le
estima, y desea que Nuestro Señor le guarde muchos años.
Guadalcanal, y diciembre 12, de 1726.
RAFAEL RAYA RASERO.
Revista
de feria 1990
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