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martes, 31 de julio de 2018

Estaba arando cuando se topó casualmente con un rico filón 1/2


La real empresa minera de Guadalcanal

Primera parte

La plata de Guadalcanal fue ya famosa en tiempos de fenicios y romanos, como así ha quedado recogido por historiadores de la antigüedad clásica. Después de un prolongado ostracismo, o al menos en ausencia de datos durante toda la Edad Media, en 1555 asistimos a su redescubrimiento, asunto salpicado de múltiples anécdotas y de hechos transcendentales en los campos de la política, de la economía y del desarrollo metalúrgico y tecnológico. La riqueza y abundancia argentífera fue en principio tan sorprendente que empezó a circular el rumor de que las famosas minas del rey Salomón no eran de oro y piedras preciosas, sino de plata, y éstas se localizaban en Guadalcanal, una villa y encomienda santiaguista limítrofe con el reino-concejo de Sevilla, justo donde se interrumpe la penillanura extremeña para dar paso a los Montes Marianos que citaba Plinio.
Según las referencias bibliográficas y documentales localizadas, de entre las que destacamos los estudios de Tomás González (1) y Julio Sánchez Gómez (2), el redescubrimiento se debió a Martín Delgado, un guadalcanalense a quien unos atribuían cierta candidez (…estaba arando cuando se topó casualmente con un rico filón…) y otros una gran experiencia en el descubrimiento y registro de minas tras su retorno de América, donde seguramente había tenido contacto con dichas actividades. Esta última teoría parece encajar más en la personalidad de Martín Delgado, a juzgar por el posterior desarrollo de los acontecimientos, aunque posiblemente la fiebre de la plata y la riqueza que su registro le proporcionó terminaron por desajustarle emocionalmente.
Sabemos que Martín Delgado se personó ante las autoridades locales para registrar su descubrimiento el 8 de Agosto de 1555 (3). Desde ese momento la potencial explotación minera debería quedar sometida a lo estipulado legalmente; es decir, de la plata extraída debería entregarse una quinta parte al fisco, quedando el resto para el descubridor y explotadores. Pero como los primeros resultados fueron sorprendentes, por cuantiosos y a pesar de los rudimentarios métodos tecnológicos empleados en la extracción y afinamiento, rápidamente aparecieron numerosos interesados reclamando supuestos derechos por asientos o acuerdos previos con la Corona. Y fue así porque, en efecto, la Corona, más concretamente el Consejo de Hacienda, tenía establecido previamente determinados conciertos de explotación con distintas empresas mineras de la época, algunas de las cuales, ante la riqueza de la que se hablaba, alegaban tener prioridad sobre Martín Delgado. Entre tantos interesados, fue la compañía de los poderosos Fugger (o Fuccares) (4) la que pudo sostener documentalmente dichas pretensiones.
No obstante, Martín Delgado (quien encontró en un pariente y protegido suyo, Gonzalo Delgado, un interesado competidor que consiguió diez días después registrar a su nombre otro pozo próximo al primero de los descubiertos (5) continuó con su rudimentaria explotación, obteniendo 18.000 ducados (6.732.000 maravedíes) de beneficio en menos de dos meses, una auténtica fortuna si tenemos en cuenta que sólo 15 años antes el Hospital de la Sangre de la ciudad de Sevilla había comprado a la Orden de Santiago todos los derechos que la Mesa Maestral poseía en la villa de Guadalcanal y su término, más la mitad de las rentas de su encomienda, en 40.000 ducados. O que un minero de la época, trabajando de sol a sol, sólo recibía unos 50 mrs. Sin duda, el mineral, aparte su elevada riqueza y ley, debía estar a flor de piel en las viejas galerías ya labradas en la antigüedad clásica.
En cualquier caso, ambos descubridores, con el asesoramiento de algunos de los guadalcanalenses más influyentes, buscaron distintas fuentes de financiación, para lo cual debieron repartir parte de los derechos que les correspondían, situación que adquirió tintes caóticos (6). No obstante, el tal Martín Delgado, que evidentemente no era tan cándido, después de ceder parte de su explotación consiguió hacerse con la mayoría de los derechos de su pariente y competidor, el ya citado Gonzalo Martín.
Las noticias del descubrimiento no tardaron en llegar a la corte vallisoletana, donde desde hacía tiempo, con una Hacienda Real casi en bancarrota, esperaban un golpe de suerte de esta naturaleza. Por ello, inmediatamente se pusieron en contacto con el gobernador de Llerena, la máxima autoridad real en la zona, comisionándole tres importantes tareas:
- Como subdelegado de rentas reales y de la Mesa Maestral, debería ocuparse en cobrar para la Hacienda Real el quinto de la producción. Para ello, forzando el asunto de competencia con las autoridades locales, el gobernador situó en la explotación a un alguacil mayor con la finalidad de poner orden en la zona minera.
- Como juez de segunda instancia, debía sentenciar en las numerosas causas surgidas sobre la propiedad y explotación de los distintos pozos, una vez desbordada la competencia judicial de los alcaldes ordinarios de la villa en la impartición de la primera instancia. En función de la documentación aportada, reconoció a la compañía de los Fugger como propietaria de la explotación, aunque más tarde, siguiendo instrucciones de la corte vallisoletana, dio orden para suspender la extracción de nuevo mineral.
- Finalmente se le pidió que informara sobre la riqueza de la explotación, contestando el gobernador que de cada quintal de mineral extraído y lavado, una vez sometido a fusión, salía una cuarta parte de plomo argentífero, cuya riqueza en plata, tras su afinación, era igualmente de un cuarto. Es decir, el mineral producía 125 Kg. de plata por quintal.
Más adelante, en Octubre del mismo año desde la corte se envió a la zona a Agustín de Zárate, un funcionario de la máxima confianza de la Hacienda Real y con cierta experiencia en minas tras su periplo americano. Llevaba por comisión informar sobre la explotación, expresándose en los siguientes términos:
Hay en la zona de Martín Delgado cinco pozos, i en los tres de ellos se labró solamente siete días, y con estar poco más hondo de dos estados, se sacaron de ello más treinta mil ducados de valor, y si dura en lo que parece, en lo cual hasta ahora ninguna quiebra ni disminución se siente, saldrá tanta riqueza cuanta jamás se visto ni oído en estos reinos... que es cosa que jamás se vio en Potosí...
Ante tan buenas noticias, la corona dio órdenes para confiscar las minas, como paso previo a la expropiación que se preparaba, que no entró en vigor hasta la publicación de la Real Pragmática de 10 de Enero de 1559. Según la citada Pragmática, se incorporaba al Real Patrimonio las principales minas conocidas de entre las cuales la estrella, la explotación por excelencia, era la de Guadalcanal, que para entonces había dado la suficiente plata como para entrar en el campo de lo mitológico.
El documento de expropiación contemplaba la forma de indemnizar a Martín Delgado (7) y a los Fugger (8), éstos ya retirados de la explotación minera desde principios de 1556. El proceso fue largo y complejo, mediando recursos contra la decisión de la Hacienda Real, de los cuales tenemos noticias en el Archivo de la Real Chancillería de Granada. No era para menos, si tenemos en cuenta la respuesta de los distintos pozos, cuyos beneficios netos en favor de la Real Hacienda se presentan en el cuadro que sigue (9):
Años Resultados netos en maravedíes
1556-1559 550.000.000
1560 18.728.184
1561 -6.659.739
1562 1.210.170
1563 -9.322.403
1564 20.428.422
Resultados que, naturalmente, presentaron altibajos en función de la suerte, de la mayor o menor necesidad de invertir en infraestructuras y de la creciente dificultad que aparecía a medida que la explotación iba cogiendo profundidad. En la tabla que sigue se recogen datos sobre la extracción de mineral correspondiente a distintos períodos de los primeros años (10):
Años          Meses       Periodo Cantidad en Kg.
1557 Noviembre Semanal 26.455
1557 - Diaria 4.409
1559 Enero Mensual 40.652
1559 Marzo 14.660.
1562 Febrero 12.908
1562 Marzo 25.154
1562 Abril 26.036
1563 Noviembre 7.903
1564 Mayo 14.881
1564 Junio 11.067
1564 Agosto 6.029
El destino de los beneficios de las minas, una vez amonedada la plata en la Casa de la Contratación de Sevilla, estaba ya predeterminado: atender a las deudas más acuciantes del hacienda real, hacer efectiva la paga y pertrechos para los ejércitos del imperio allende los Pirineos y para financiar parte de la construcción del monasterio del Escorial, aparte de ayudar a reparar la torre de Santa María en Guadalcanal, comprar una campana para la parroquia de Santa Ana en esta misma villa y otras asignaciones anecdóticas o testimoniales.
Naturalmente, el requerimiento de manos de obra especializada fue en aumento, concurriendo en los momentos de mas actividad (Octubre de 1559) hasta 1.285 trabajadores relacionados directamente con la explotación (desde la extracción al afinamiento (11) y de origen muy diverso, aunque especialmente se trataban de vecinos de Guadalcanal y pueblos aledaños con antecedentes mineros (Azuaga, Berlanga, Llerena, Hornachos), moriscos del reino de Granada y un buen número de esclavos comprados en la feria de San Juan de Zafra. Aparte, hemos de contemplar al personal auxiliar, encargados de los aprovisionamientos, aventureros, amigos de lo ajeno, alcahuetas, pícaros, etc. No se incluye en la cifra anterior al personal no laboral, de los que sí se tiene relación pormenorizada en determinados momentos. Así, el año de mayor actividad (1558) aparecían registrados 4 oficiales de designación real (administrador general, contador, tesorero y veedor), 12 personas elegidas directamente por el administrador general y 34 más ocupadas en actividades auxiliares y de vigilancia (12). En definitiva, un poblado de nueva creación en término de Guadalcanal, pero sometido a la jurisdicción real por expreso deseo de la corona, que de esta manera eliminaba cualquier posible injerencia en los asuntos propios de la mina, tanto de las autoridades locales como de la propia Orden de Santiago.
Intencionadamente se ha obviado la participación de los guadalcanalenses en la explotación, que al parecer fue más escasa de lo deseado, entre otras circunstancias para limitar la intrusión del concejo en los asuntos mineros. En efecto, desde un primer momento se produjo un choque desigual entre las pretensiones del humilde concejo de Guadalcanal y los intereses del poderoso Consejo de Hacienda, quejándose la primera institución del desgaste de sus dehesas y baldíos, mermados a cuenta de la continua extracción de leña para las minas, el daño que el sobrepastoreo de los bueyes y mulas destinados a la explotación producía en las dehesas concejiles y el encarecimiento de los bienes de consumo generados en la zona (13). Ya en los primeros momentos (1557) la princesa gobernadora, residiendo Felipe II en Flandes, dio órdenes en este sentido:
...en cuanto a lo que decía que convenía que los oficiales y personas que andan en las fábricas sean forasteros y no naturales, para lo que toca al buen recaudo y seguridad, aunque se les acrecentasen algo más los salarios, proveerlos heis como mejor os pareciere...
Pero los buenos augurios duraron poco; justo el tiempo necesario para que los mejores ingenios tecnológicos conocidos en la época quedaran desbordados por la profundidad que iban adquiriendo las labores de extracción, siendo las inundaciones y la falta de ventilación las principales dificultades a salvar. Estas circunstancias, más la creciente merma en riqueza del mineral extraído, ya era crítica sobre 1570, acentuándose en 1576 a raíz del hundimiento generalizado de los pozos, tras las excesivas lluvias de la última primavera. En efecto, el día 16 de Mayo de 1576, después de veintiún años de explotación cesaron las labores y se despidió al personal, pasando estos últimos a las minas de mercurio de Almadén, junto con los ingenios y el resto del material elaborado expresamente para la explotación guadalcanalense.

Fuentes: Ver notas
(1)GONZÁLEZ, T. Noticia histórica documentada de las célebres minas de Guadalcanal, desde su descubrimiento en el año de 1555, hasta que dejaron de labrarse por cuenta de la Real Hacienda, Madrid, 1832
(2)SÁNCHEZ GÓMEZ, J. De Minería, metalúrgica y comercio de metales, Salamanca, 1990
(3)...a do dicen el Molinillo y destajos, linde con el arroyo Gaitero y con la senda del Moral...
(4) Eran, por esas fechas, los empresarios mineros más poderosos de la época, precisamente con estrechos lazos financieros con el dueño de la mitad de Europa, el emperador Carlos V. Estos empresarios habían establecido un asiento con la Real Hacienda por el que se les reservaban las explotaciones mineras descubiertas o por descubrir en una amplia zona de la Península, entre ellas los territorios bajo la jurisdicción de la Orden de Santiago. Se exceptuaban ciertas zonas periféricas a Guadalcanal, como las de la encomiendas de Reina y Azuaga, ya comprometidas anteriormente con otros asentistas.
(5) En realidad, fueron numerosos los guadalcanalenses que intentaron registrar distintos pozos en la misma zona, dando paso a múltiples pleitos que desbordaban la capacidad y preparación de los alcaldes ordinarios locales, responsables de la primera instancia e, incluso, las del gobernador de Llerena.
(6) Concretamente, Martín Delgado cedió en primera instancia 3/20 de su propiedad a cuatro personas; una de ellas, un cura de Hornachos, vendió 3/80 de su parte a tres vecinos de Llerena en 232.250 mrs. A su vez, de los 17/20 que seguían perteneciéndole, cedió 1/20 a otras dos personas, y de las 16/20 restantes vendió 1/30 a un vecino de Llerena. En definitiva, un extraordinario enredo administrativo y mercantil, que más adelante arreglaría la Real Hacienda de un plumazo.
(7) 33.000 ducados, más un juro de 109.000 ducados de principal, con unas rentas anuales equivalentes a 1.526 ducados.
(8) 34.000 ducados.
(9) SÁNCHEZ GÓMEZ, op. cit. p. 632
(10) Ibídem, p. 515.
(11) Administradores en sus distintas categorías, alguaciles, guardas, fundidores, horneros, acemileros, herreros, ensayadores, torneros, plomeros, carpinteros, encargados de los ingenios, albañiles, acarreadores, etc.
(12) SÁNCHEZ GÓMEZ, p. 453.
(13) Debe V. M. mandar al dicho concejo de Guadalcanal no encorralen, prendan ni penen los bueyes que en carretas y carros traen plomo, leña y carbón y otras cosas a esta fábrica... Ibídem, p. 596

Manuel Maldonado Fernández

lunes, 23 de julio de 2018

Mereció la pena

“Joseito, un niño yuntero”

Sentado en la escalinata que antecede a los soportales del templo de Santa Ana, José Hernández observa a sus pies la impresionante estampa que le ofrece la vista del pueblo que lo viera nacer hace ya muchas decenas de años.                                                       Puede adivinar desde su privilegiada atalaya el espacio que va desde el Coso hasta el cementerio de San Francisco, y también cada una de las calles que conforman el núcleo urbano de un Guadalcanal que, a pesar de los años, no ha perdido aún su identidad y mucho menos ese gracejo que albergan en su interior los habitantes de este pueblo de casas impecablemente blancas haciendo contraste con el enrojecido de sus tejados.
Como si fuera la torre del homenaje de un gran castillo, emerge el campanario de “Santa María”, torre desmochada y sobria, que parece llevar de la mano a su pequeño hijo, rubio y gracioso que nos recuerda la medición del tiempo cada cuarto de hora, con la alegría de sus tres campanas que con distintos tamaños y melodías nos recuerda que el tañer de su bronce es mucho más agradable que esos fríos y monótonos pitidos que emite el perfecto reloj del observatorio astronómico. ¡Donde va a parar!
Al fondo y como una muralla, la “Sierra del Agua” sobresale en el horizonte dejando a su derecha la de “Lo Cazalla” con sus tonos azules que contrastan con el oscuro de la ladera que sobresale sobre el arroyo de San Pedro pudiendo distinguirse claramente el “Cerro Monforte” en primer término y más a la derecha el cortijo de la Florida así como los parajes de “las Lapas” sobresaliendo por encima de sus colinas un gran pino. Luego “la Utrera” que casi se toca con las estribaciones de la sierra de “El Viento” obstáculo que impide ver la belleza de los campos de la ”Zarza” “San Julián” “Santa Marina” “La conejera” Y “Guaditoca” entre otros así como las tierras extremeñas. Mientras por su ladera sur se puede ver como se desliza el camino que llega hasta “La Venta de la Salud” y la ermita de “El cristo” para entrar en el pueblo por el “Espíritu Santo”
José, (Joseito como le llamábamos los que lo queríamos) enciende un pitillo mientras disfruta de todo ese paisaje que tanto quiere y comienza a recordar los años transcurridos en ese pueblo. Las vivencias se agolpan en su mente, pero poco a poco las va desgranado en un mosaico de recuerdos que abarcan desde 1908 año en el que nació, hasta meses antes del 2005, año en que la naturaleza se impuso a la cruda realidad y la materia inerte de aquel hombre de cuerpo diminuto pero de gigantesco corazón y extraordinaria nobleza tubo que sucumbir ante la poderosa muerte. Pero eso sí: con la elegancia y el honor de haber cumplido la condición que todo ser humano ha de tener en la vida: respeto, tolerancia y una gran dosis de ironía ante cualquier adversidad.
Ejerció de monaguillo en esa misma iglesia que ahora tiene a su espalda y fue con las propinas de los casamientos y los bautizos con lo que se compró los primeros zapatos de su vida, que su madre solo le permitía ponerse los domingos. Luego guardó cerdos, trabajó con una yunta de mulas, segó las mieses de los “baldíos” cogió el fruto de los bellos olivos de la “la hombría” y los taló uno a uno piqueta en mano haciendo frente al riguroso invierno de la sierra.  
Igual que tantos hombres de nuestro pueblo él fue un niño yuntero y tuvo que dar fatigosamente con sus huesos en la tierra teniendo que arar los rastrojos mientras devora un mendrugo y preguntar con los ojos que porque es carne de yugo, pues nació como la herramienta, a los golpes destinado de una tierra descontenta y un insatisfecho arado.
Estos fragmentos del poema que escribiera hace muchos años Miguel Hernández han venido a la mente de quien desglosa estas líneas porque veo en “Joseito” la imagen de ese niño del que nos habla el poeta como la de tantos otros de su generación a los que les tocó vivir una de las peores etapas de nuestra reciente historia pero a los que hay que rendir un sincero homenaje.
Vinieron los tiempos en que las dos Españas ya no podían aguantarse más la una a la otra, así que tomó el camino de la libertad que la ”República” le ofrecía a muchos de los de su generación poniendo todo su entusiasmo en aquella aventura, pero la intolerancia y el odio acumulado durante siglos no hizo posible ese sueño que tantos jóvenes de aquella época albergaban en su interior y todo se vino al traste teniendo los niños yunteros (y los que no eran yunteros) que verse envueltos en el peor de los acontecimientos que un pueblo ha vivido a lo largo de su historia: un enfrentamiento fratricida en el que no hubo sitio nada más que para la razón de la sinrazón.
Tuvo Joseito que liarse la manta a la cabeza aquel día en que el comandante Rodrigo con sus moros y legionarios entró en Guadalcanal aquel caluroso 19 de agosto de 1936 y poner los pies en polvorosa porque no eran buenas las noticias que llegaban a través de las ondas de radio Sevilla donde las arengas del general Quipo de Llano no eran una patraña sino todo lo contrario. Estas se hacían realidad lo mismo que realidad eran los desmanes cometidos por aquellos otros que irresponsablemente se escondían tras la bandera tricolor para poner en practica la irracionalidad más absoluta. Todo era un incomprensible desconcierto y cada cual se puso en el lado que más oportuno creía para luchar por algo que en el fondo creían era ilógico. Pero aquello no fue más que el espíritu de un pueblo que se ponía al servicio de la tragedia y de la barbarie.
Después del largo calvario vivido en aquellos fatídicos años llegó el final pero no fue la paz lo que vino, aquello era la victoria y con ella el exilio, la cárcel, el hambre y más odio si cabe que en los años anteriores porque la vieja piel de toro se había dividido en vencedores y vencidos y eso tampoco era la solución.
Pasó por las peores situaciones que el perdedor de una guerra pueda pasar: desde los campos de concentración vigilados por soldados senegaleses en Francia hasta las cárceles de Zaragoza, Yeserías en Madrid y finalmente Sevilla de la que salió para volver a su pueblo.
Había que empezar una nueva vida en Guadalcanal y tal vez se encontraría con alguien que pudiera hacerle rendir cuentas por sus ideas, pero no fue así, se tragó su orgullo como también lo hicieron su hipotéticos enemigos y haciendo valer su gran sentido de la tolerancia supo coger la mano de quien se le extendió.
Joseíto sabía que esa era la única forma de que aquellas dos España de las que tanto nos habló Antonio Machado se unieran en una única patria en la que la concordia y el respeto estuvieran por encima de cualquier ideario ya sea político o religioso.
           Vino la llamada transición y esta le cogió viviendo en Madrid en donde trabajaba como portero de una finca en la que en muchas ocasiones tuvo que comulgar con ruedas de molino, pero poco a poco fue descubriendo que la victoria no era ya un pretexto para que la intransigencia siguiera haciendo de la suyas y pudo ver como sus antiguos compañeros luchadores como él por la libertad salían de las cárceles y otros regresaban del extranjero en donde tuvieron que sufrir un largo exilio.
Ahora sentado en los escalones de la iglesia de santa Ana “Joseíto” ve como su pueblo ha conseguido que esa tolerancia sea una realidad y disfruta viendo como derrocha belleza por sus cuatro costados. La restaurada iglesia ahora brilla con luz propia, además de la que un verdadero artista de la iluminación ha sabido darle. Mientras ve como los niños juegan en la cuesta con un balón a ser Joaquín del Betis o Reyes del Sevilla (bueno ahora ya no), ajenos a todos los recuerdos de aquel que con el pitillo entre los labios ve como su sueño se hizo realidad y así los niños de Guadalcanal han dejado de ser yunteros creados para dar con sus huesos en la tierra para ser niños felices, alegres y libres.
Entre dientes y con lágrimas en los ojos Joseito los mira satisfecho y dice para sus adentros “ahora sí ha llegado la paz, ha sido largo el camino pero ha merecido la pena”.
El día 12 de septiembre del año 2005 José Hernández Veloso fue enterrado en el cementerio Jardín de Alcalá de Henares. Pero solo es su cuerpo lo que en aquella sepultura descansa pues su espíritu estará presente en todos los que pensamos que debemos mucho a aquella generación a la que él perteneció y a la que debemos la libertad de la que disfrutamos.
Sea este un homenaje a todos aquellos que como “Joseito” fueron víctimas de la locura que les tocó vivir sin distinguir en qué lado se encontraron en aquel momento. Gracias a ellos ahora las nuevas generaciones podemos sentirnos orgullosos de la libertad de la que disfrutamos. ¡¡Gracias a todos, abuelos!!
                                                                                                                     
Manuel Barbancho Velasco
Revista de Feria 2006

lunes, 16 de julio de 2018

Comunidad de pastos entre encomiendas de Reina y Guadalcanal y 2

Incidencia en el término de Guadalcanal 2

En efecto, se interesaron los visitadores sobre ciertas pretensiones de Guadalcanal, que estimaba tener derecho en los pastos y demás aprovechamientos de dos dehesas situadas en término de la encomienda de Reina, denominadas el Alcornocal y el Madroñal, argumentando en Guadalcanal que no se trataban de dehesas privativas, sino de baldíos interconcejiles. Sin embargo, los visitadores, a la vista de los documentos presentados por Reina y el resto de pueblos de su encomienda, sentenciaron que los referidos predios no eran baldíos sino dehesas privativas y, por lo tanto, fuera de la intercomunidad de pastos y otros aprovechamientos que presidían en los baldíos interconcejiles. En definitiva, sentenciaron defendiendo los intereses de la encomienda de Reina, prohibiendo la entrada a los vecinos y ganados de Guadalcanal en las precitadas dehesas.

También defendían los guadalcanalenses sus intereses sobre dos pedazos de baldíos de la encomienda de Reina, el uno formando parte del baldío interconcejil de Valdelacigüeñas, “al puerto de García Galindo y a la majada de Domingo Hidalgo, hasta dar con el arroyo de la Caleguera”, y el otro, que se llama del Campillo, “que está de dicho puerto de Galindo arriba hasta la sierra de la Fuente el Arco, hasta encima de la sierra que dicen de la Jayona”. Sobre este particular, vistas las probanzas de una y otra parte, los visitadores sentenciaron que al tener Valdelacigüeñas la consideración de baldío interconcejil [viii], la totalidad de sus aprovechamientos (pastos, abrevaderos, bellota, leña, caza y pesca) debían ser comunes a los vecinos y ganados de ambas encomienda. Sin embargo, la sentencia sobre los aprovechamientos del predio conocido por el Campillo fue algo más enrevesada, pues determinaron considerarlo como baldío interconcejil con ciertas limitaciones. En efecto, este último predio fue declarado como baldío interconcejil y, por tanto, en la comunidad de aprovechamiento entre vecinos y ganados de ambas encomienda, aunque los aprovechamientos del “vuelo”, que sólo incluía la leña y bellota, quedaba en exclusividad para los vecinos y ganados de la encomienda de Reina.
Tras las sentencias anteriores, ambas encomienda firmaron una concordia, recogiendo fielmente lo dispuesto por los visitadores del maestre e infante de Aragón [ix], ratificada posteriormente en Reina el 27 de mayo de 1460, en tiempos de don Juan Pacheco, el penúltimo de los maestres de la orden de Santiago, cediendo en reciprocidad Guadalcanal a los vecinos de Reina y su encomienda el derecho a pastar en los denominados Campos de Guadalcanal, concretamente en la zona enmarcada del croquis que se adjunta, según el texto que aparece en el documento últimamente citado.
Más adelante, ahora el 5 de mayo de 1480, bajo el maestrazgo de don Alonso de Cárdenas, el último de los maestres de la Orden de Santiago, dicho maestre “oyendo la opinión de los priores de la Orden, del comendador mayor de León y de los “treces” de la Orden [x], durante el Capítulo General de esta institución, iniciado en la villa de Uclés y finalizado en la villa de Ocaña, ratificó todas las sentencias pronunciadas por los visitadores del maestre-infante en 1442, entre ellas la sentencia y concordia de asentimiento firmadas entre las encomiendas de Reina y Guadalcanal.

Como las disputas reverdecían periódicamente, a instancia de la propia villa de Guadalcanal se ratificó la sentencia y concordia firmada con Reina, primero el 4 de junio de 1494, durante el capítulo general de Tordesillas presididos por los Reyes Católicos [xi], y después el 6 de abril de 1527, ahora durante el Capítulo General celebrado en Valladolid bajo el reinado del emperador Carlos I. Es más, nuevamente el 24 de mayo de 1537 -a instancia de don Enrique Enríquez de Rivera, marqués de Tarifa, comendador de Guadalcanal durante casi cincuenta años e hijo de la fundadora del Hospital de las Cinco Llagas de la ciudad de Sevilla, doña Catalina de Rivera- dicho comendador solicitó un traslado de la referida concordia con Reina, certificada por los escribanos de la gobernación de Llerena.

Pese a las ratificaciones anteriores, en 1548 Guadalcanal pretendió desentenderse de algunas de las consideraciones asumidas, negando el derecho de los vecinos y ganados de la encomienda de Reina a disponer de los pastos de los baldíos interconcejiles del Campo de Guadalcanal. La chispa que hizo prender la llama de esta nueva discordia, con independencia que pudiera ser más o menos intencionada o provocada, fue la incautación de cinco ovejas de la manada de Pedro Gómez, vecino de Valverde, por haber sido sorprendida dicha manada de noche y en el baldío interconcejil aludido, concretamente al sitio de la Jineta. La respuesta de Pedro Gómez fue inmediata, personándose ante el alcalde mayor de Llerena para reclamar justicia, decidiendo la máxima autoridad judicial de dicha ciudad y de su zona de influencia encarcelar a los tres vecinos de Guadalcanal (Juan Caballero, Juan de Mata y Gonzalo Degollado) que se apropiaron de las cinco ovejas. Pero como en realidad los guadalcanalenses citados eran sólo unos mandados, pues actuaron en nombre de su concejo como guardas de campo oficiales, inmediatamente se personó en la causa el concejo de Guadalcanal demandando la liberación de sus oficiales. Justificaba su petición haciendo una lectura interesada de la sentencia de los visitadores del maestre e infante D. Enrique de Aragón y de las concordias firmadas con Reina y los pueblos de su encomienda, al defender que los aprovechamientos de pastos y demás beneficios en favor de los vecinos de la encomienda lindera era sólo de día, de sol saliente a sol poniente, y no de noche, que fue el período durante el cual fue prendida y penada (multada) la manada de ovejas de Pedro Gómez, cobrándole, a modo de multa, cinco cabezas, tal como se contemplaba en las ordenanzas municipales de Guadalcanal. Lógicamente, también se personaron en la causa Reina y el resto de pueblos de su encomienda, alegando que el día incluía las horas de sol y las de oscuridad, pidiendo que fuese el concejo de Guadalcanal quien asumiese sus compromisos y aceptase ser sancionado conforme a lo contemplado en las concordias firmadas. Como conclusión del proceso, que fue largo, pues no concluyó hasta el 3 de Agosto de 1553, el alcalde mayor de Llerena dio la razón al vecino de Valverde e indirectamente a Reina y al resto de los concejos de su encomienda, según el texto que sigue, resumido en relación suficiente:
“...en el pleito que contra Pedro Gómez, vecino del lugar de Valverde, de una parte y de la otra Juan Caballero, Juan de Mata y Gonzalo Degollado, vecinos de la villa de Guadalcanal, reos, y el concejo de la dicha villa que a esta causa por su interés salió (...) atento que se prueba que los vecinos de Valverde y los otros de la encomienda de Reina están en posesión de pastar con sus ganados de día y de noche al sitio de la Jineta sin penas (...), debo condenar y condeno a los dichos vecinos de Guadalcanal insolidium a que dentro de seis días vuelvan y restituyan al dicho Andrés Gómez las cinco ovejas que le llevaron, o su justo valor con más los frutos y rentas desde que la tomaron... [xii]
La sentencia anterior fue apelada por el concejo de Guadalcanal ante el tribunal inmediatamente superior y definitivo, como lo era la Real Chancillería y Audiencia de Granada, presentándose también en el caso Reina y los pueblos de su encomienda. En dicha Audiencia, sus oidores y jueces pronunciaron sentencia, fechada en Granada a 18 de junio de 1563, ratificando la del alcalde mayor de Llerena por considerarla “buena, justa y derechamente dada”, por lo que no procedía la apelación de Guadalcanal y sus guardas oficiales. Vuelve a insistir Guadalcanal en la revisión del caso, pronunciándose nuevamente los jueces y oidores granadinos en favor de Pedro Gómez y de Reina y pueblos de su encomienda, dejando claro que los ganados de los vecinos de estos pueblos podían aprovecharse de los pastos del baldío interconcejil en cuestión, tanto de día como de noche, según sentencia definitiva de 15 de abril de 1567.

Y en esta situación permanecieron las relaciones entre ambas encomiendas, en lo referente a la cuestión descrita, hasta justo un siglo después, concretamente hasta 1670, cuando distintas manadas de vecinos de Berlanga y Valverde fueron penadas por pastar en los baldíos interconcejiles situados en término y jurisdicción de la villa y encomienda de Guadalcanal, concretamente en los ya referidos Campos de Guadalcanal. Esta nueva discordia llegó otra vez al tribunal granadino, que resolvió inmediatamente en favor de los vecinos de la encomienda de Reina, teniendo en cuenta la sentencia ya pronunciada en 1567, tal como aparece en la correspondiente Ejecutoria de Carlos II.

No tenemos constancia de que surgiesen más pleitos y discrepancia por esta cuestión entre Guadalcanal y Reina a lo largo del siglo XVIII. Es más, ambas encomienda manifestaron asumir la comunidad de pastos en las respuestas al Catastro de Ensenada de mediados del XVIII. Concretamente, en Guadalcanal manifestaron disponer en su término de unas 2.130 fanegas de baldíos propios, es decir, de uso exclusivo de su vecindario, y unas 8.121 fanegas de baldíos interconcejiles, es decir, en comunidad de pastos con Reina y Azuaga, las dos encomiendas con las que alindaba.
Las intercomunidades de pastos referidas, cuestionadas ya en los tiempos ilustrados (último tercio del XVIII y hasta la Guerra de la Independencia), desaparecieron con el Antiguo Régimen, quedando adscritos en exclusividad de usos y aprovechamientos cada uno de estos baldíos al concejo del término en el que históricamente estaban encuadrados. Más adelante, al amparo de la Ley Madoz (1855), dichos baldíos comunales se vendieron en subasta pública, pasando estos bienes comunales, y también las dehesas concejiles, a manos privadas.


[viii] No confundir con la dehesa de Valdelacigüeña (actuales fincas de la Encomienda, la Mata, el Serrano y Cabezagarcía), que era la dehesa propia de la encomienda y comendador de Reina a la linde del referido baldío. Éste último, tras un proceso confuso y complicado, hoy pertenece a los propios de Fuente de Arco, aunque algunas de sus parcelas son de titularidad privada.

[ix] Concordias similares se establecieron, por las mismas fechas, entre la práctica totalidad de las encomiendas entonces existentes, en un intento de poner paz y orden en los territorios santiaguistas.
[x] Dos priores-obispos tenía la Orden: uno para la provincia de León, con sede en San Marcos de León, y el otro para la provincia de Castilla, con sede en Uclés. El consejo de los Treces era un órgano colegiado de la institución, con cuyo parecer el maestre debía gobernar la Orden. El Capítulo General eran una especie de Cortes, donde se tomaban disposiciones para el gobierno de la institución santiaguista.
[xi] AMG, leg. 1644. Entre otros documentos: Confirmación de los privilegios de Guadalcanal por parte de los Reyes Católicos:
[xii] Aparte el documento de referencia, más información sobre esta sentencia en MIRÓN, A. Historia de Guadalcanal, pág.116, Guadalcanal, 2006.

Publicado en las revistas de Reina y Guadalcanal, 2007
Manuel Maldonado Fernández

lunes, 9 de julio de 2018

Guadalcanal en datos desde el Medievo

Situación de Guadalcanal
Extensión y Población desde su reconquista hasta la actualidad.

Extensión.-

Guadalcanal tiene actualmente una extensión de 274,97 km², una densidad de población de 10,61 hab/km² y una población de 2907 habitantes a finales del pasado siglo, esta extensión ha sufrido transformaciones desde el siglo XV a nuestros días por distintos factores que a continuación describimos.
Por una parte, Guadalcanal después de su reconquista por Rodrigo Iñiguez (XV maestre de la orden y comendador de Montalbán) y sus caballeros de la Orden de Santiago entre los que figuraban  don Lope Sánchez de Porras, trece de la Orden  y los comendadores don Rodrigo de Valverde, don Juan Muñiz de Gogoy, don Hernán Meléndez; don Rodrigo Yáñez y Albar Martínez de Aibar  entre otros, en el año del señor de  1421 a los invasores moros  donde pusieron sitio que acabó con la rendición y entrega de la villa por el gobernador de Axataf, caudillo de la ciudad de Sevilla, tomó relevancia en la zona y su población comenzó a crecer, con este motivo, don Enrique de Trastámara (Infante de Aragón), gran maestre de la Orden de Santiago y la ejecución de la orden de su secretario D. Gonzalo Ruíz, cedió  el 10 de Abril de 1428 a Guadalcanal, según un privilegio otorgado a la villa expedido en Tordesillas firmado por el citado parte del término de Azuaga, concretamente, la partida donde se encontraba el santuario de nuestra patrona y conocida como la Vega del Encinar y aledaños.
            Este hecho produjo grandes debates y contiendas entre los concejos de las dos villas santiaguistas, nombrando el gran maestre a varios jueces que finalmente dieron una sentencia aclaratoria a Guadalcanal, el día 20 de Noviembre de 1469, y, finalmente ratificada por los Reyes Católicos en 1494.
            Por otra parte, el Infante don Enrique concedió a Guadalcanal ésta presente merced, casi en las mismas fechas concedió a la villa otras tierras en perjuicio de Reina, Casas, Fuente del Arco, Berlanga, Valverde, Trasierra y Ahillones para ampliar su alfoz. Existe varios pleitos entre los concejos de Guadalcanal y de la que dependían las poblaciones limítrofes por las disputas de tierras y dehesas, casi siempre favorables a nuestra villa según actas de confirmación de pactos conciliatorios dadas por al maestre Cárdenas, en 5 de mayo de 1480, por los Reyes Católicos, en fecha 4 de junio de 1484, y por el Rey Carlos  V, el 6 de abril de 1527.
            Este término municipal más o menos identificado se mantuvo con pequeñas alteraciones debidas principalmente a las compras, ventas y adhesiones de dehesas de pastos y tierra de labor desde el siglo XV al XIX, que contaba la villa con una extensión de 301,17 km², situación que cambió en 1833 cuando con la nueva ordenación territorial de España hecha por Javier de Burgos por mandato de Isabel II, pasando Guadalcanal a la provincia de Sevilla  (Andalucía) y segregándose  la aldea de  Malcocinado que pasó a entidad propia en el partido judicial de Llerena y provincia de Badajoz (Extremadura).
            La segregación y cesión de tierras por parte de Guadalcanal fue de 26,20 km², por ello, quedó Guadalcanal con un término de 274,97 km²., situada en el puesto 17º de la provincia de Sevilla.

Flujo de población en Guadalcanal
Población.-  

  De la época del medievo y posterior hasta prácticamente finales del siglo XVIII, se tienen pocas referencias o confusas, hay que tener en cuenta que los censo o recuentos pueden deducir de los libros de Visitas de la Orden de Santiago, estos recuentos que se hacían cada cierto tiempo no son fiables, por una parte, se anotaban “los vecinos o unidades familiares”, estos recuentos habría que multiplicarlos por tres o cuatro para tener una cifra más o menos real, y estas cantidades se hacían a veces por redondeo o declaración del súbdito, eran considerados “vecinos” el cabeza de familia de los moradores de cada casa, cortijada o asentamiento, por otra parte, dependiendo de la fecha en la que se hiciera este recuentro o censo se incluían vecinos de derecho, es decir, transeúntes e individuos de otros pueblos que en la fecha de la visitas se encontraban en la villa. 
            La densidad de población a conocido tiempos mejores a los actuales, que no alcanzamos los 3.000 habitantes, a continuación vamos a ver el desarrollo de la curva de población desde que se tienen ciertos datos en el siglo XV, después de la reconquista empezó a aumentar la población según consta en una primera acta de los visitadores  de la Orden de Santiago en 1428 de 1082 vecinos o familias hasta el pico de población que se produjo en los años 30 del pasado siglo con 7.376 habitantes (según censos y padrones municipales) y una densidad de población de 28,44 hab/km².
            Durante el último tramo del siglo el siglo XV la situación privilegiada de la villa, camino franco entre Andalucía y la Provincia de León de Extremadura, el paso natural hacía el norte y el abundante trabajo en sus viñas y dehesas hizo que se asentaran individuos y familias de otras zonas, así consta en otra visita  en una visita de la Orden hay datos de 972 vecinos o familias en el recuento de 1467, esto equivale a 3.900 individuos.
            En el siguiente siglo ya en la edad moderna, es decir en el XVI,  hubo una fluctuación importante, partiendo de datos que se aproximaban a las 5.100 almas (1275 vecinos) en 1567, incluyendo las llamadas “cortijadas” como Malcocinado. El descubrimiento de las minas de Pozo Rico en 1555 por los hermanos Martín y Diego Delgado y en los siguientes años de esplendor de la dicha mina hicieron que se asentaran bastantes familias de otras localidades, esclavos y moriscos que trabajaban en la mina, (estos residían en su mayoría en el poblado construido a tal fin) y los llamados no laboral que si es establecieron en la población, ésta población migratoria compensaba la perdida de la misma por la emigración al nuevo mundo procedente de Guadalcanal, ya que se calcula que durante este siglo y la siguiente centuria emigraron más de 500 individuos, mermando la población nativa en un 10% aproximadamente.
            Del siglo XVII hay las mismas referencias, parece que la densidad de población se mantuvo o inclusive aumento en los primeros años segunda parte de la centuria, según los visitadores de La Orden a propuesta de la Corona de 1656 contabilizaron 1.370 vecinos (5.500 individuos aproximadamente), curiosamente en la visita de este mismo año en Llerena (cabeza de partido) se censaron 1.110 vecinos (4.450 individuos aproximadamente), durante los siguiente años hasta el final de la centuria la población de Guadalcanal parece que fue disminuyendo, llegando al final de la centuria a unos 3.000 habitantes, debido estos años de crisis, penurias y decadencia generalizada..
Llegamos al siglo XVIII, ya encontramos censos más fiables, por una parte existen censos del catastro de Ensenada, de Floriblanca y tal vez los datos más exactos de las respuestas al interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura, siguiendo el flujo de población finales del siglo anterior, en la segunda mitad de este siglo comienza la recuperación de habitantes de Guadalcanal y la zona, así encontramos en el año 1752 un Catastro de la Ensenada en el que constan 1.042 familias en Guadalcanal y 8 en la aldea de Malcocinado (4.248 individuos), cifras que variaron un poco al final de siglo, contabilizando en 1792 un menor número de familias en Guadalcanal 1.027 frente a las 1.051 del censo del 52, pero aumentando las familias de la aldea de Malcocinado (46), parece que la razón principal es que en este último censo se unen la población de varias cortijadas cercana al censo de la aldea.
Sí que está datado que durante estos dos últimos siglos los números de la población de derecho eran muy estables, no así la población de hecho que dependiendo de épocas aumentaba bastante, debido a la gran cantidad de comerciantes transeúntes que se establecían durante determinados periodos en la villa, del siglo XVII podemos tomar como testimonio el despacho de D. Juan de Silva y Pantoja (Intendente general de la provincia de  León de Extremadura) que en 1797 cifra la población de Guadalcanal en 3863 almas, curiosamente y no muy normal tal longevidad  para aquella época existían de 80 a 90 años un varón y tres hembras y de 90 a 100  un varón y una hembra y ninguno por encima de los 100 años.
            Durante el siglo XIX empezó la curva ascendente de la población de Guadalcanal, así en 1829 había 4110 almas, en 1843 el censo pasó a 5.446, el año 1854 el padrón registraba 5.506, el año 1877 se produjo el mayor número de habitantes 5.742 y el último año de este siglo 5.702.
            Pasamos al siglo XX, según el Instituto Nacional de Estadística la información demográfica de Guadalcanal es la siguiente:
AÑO
HOMBRES
MUJERES
TOTAL
1999
1.496
1.524
3.020
1998
1.516
1.551
3.067
1996
1.526
1.569
3.095
1995
1.547
1.577
3.124
1994
1.544
1.577
3.121
1993
1.552
1.582
3.134
1992
1.560
1.599
3.159
1991
1.556
1.588
3.144
1999
1.496
1.524
3.020
1998
1.516
1.551
3.067
1996
1.526
1.569
3.095
1995
1.547
1.577
3.124
1994
1.544
1.577
3.121
1993
1.552
1.582
3.134
1992
1.560
1.599
3.159
1991
1.556
1.588
3.144
1990
1.630
1.691
3.321
1989
1.642
1.694
3.336
1988
1.644
1.682
3.326
1987
1.635
1.668
3.303
1986
1.622
1.665
3.287
1981
sin datos
sin datos
3.261
1970
sin datos
sin datos
4.372
1960
sin datos
sin datos
6.075
1950
sin datos
sin datos
6.855
1940
sin datos
sin datos
6.931
1930
sin datos
sin datos
7.376
1920
sin datos
sin datos
6.714
1910
sin datos
sin datos
6.563
1900
sin datos
sin datos
5.786
          Como vemos, el mayor censo en Guadalcanal a través de la historia analizada  fue el año 1935 con 7.376 habitantes, durante las siguientes dos décadas fue disminuyendo poco a poco, en la década del 50 al 60 comenzó la población a disminuir con la emigración (estimándose en 240 familias y más de 800 almas), quedando la población de derecho en 6.075, pero la verdadera corriente migratoria fue en la década del 60 y primeros años de 70, cuando se perdieron más de 1.500  habitantes.
Según el cuaderno de anotaciones que me facilitó en su día Leopoldo Tena, del uno de Enero de  1961 al 31 de Diciembre de 1.971 fueron un total de 1.517 guadalcanalenses los que emigraron (entre los que se incluye mi familia), a gran parte del territorio nacional, las mayores cifras de recepción las encontramos a la zona de Cataluña, así en Barcelona y provincia, para la capital pidieron baja del censo 297 individuos, a San Baudilio de Llobregat, 97, Cornellá 57 y al resto de esta provincia casi de dos centenares, la siguiente provincia en recibir nuestros emigrantes fue Madrid, capital 172, Alcalá de Henares  47 y resto de pueblos  de la provincia medio centenar, a Sevilla capital 219 y pueblos 89, en otras zonas lejanas como Álava emigraron 23 a la capital y a pueblos como Luyando 35 o Maestu 27, algunas familias emigraron a zonas tan lejanas como Hontoria del Pinar (Burgos), Vergel (Alicante), La Llosa y Onda (Castellón), Logrosán (Cáceres)  con cuatro a cada uno de estos pueblos o Utrillas (Teruel) con un paisano.
Durante los siguientes años hasta llegar a final de siglo la población fue disminuyendo en menor medida, por una parte, la emigración ya fue testimonial, no obstante, hay que reseñar que por primera vez en cinco siglos se invirtió la curva de nacimiento<defunción, menos matrimonio y población más envejecida, hasta llegar a la cifra de 3.020 a final del siglo XX.
En el siglo actual la población sigue en descenso años tras años, ¿culpables?, hay muchos factores, la mecanización del campo con menos mano de obra o la autogestión familiar, y, sobre todo el cierre o traslado de empresas que ocupaban a un número importante de guadalcanalenses y empezaban a estabilizar la población.

Rafael Spínola R.
Guadalcanal 2018     


BIBLIOGRAFÍA.-

Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía, Red Patrimonial de Andalucía, Instituto Nacional de Estadística, Diccionario Geográfico-Estadístico Histórico de Andalucía, Éxodo a Indias en los siglos XVI y XVII de Extremadura, Interrogatorios Real Audiencia de Extremadura, Catastros de la Ensenada y Floridablanca y Censo del Ayuntamiento de Guadalcanal (datos extraídos por Leopoldo Tena)