Interrogatorio de la Real Audiencia
de Extremadura
Primera parte
En 1791, en la décima respuesta al Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura, los oficiales guadalcanalenses
emitieron el siguiente informe sobre la feria de Guaditoca:
En la Pascua del Espiritusanto se
celebra una feria en la Ermita de Nuestra Señora de
Guaditoca de esta jurisdicción, distante dos leguas de esta villa, consistente
sus mercancías en la mayor parte de caballerías, concurriendo a ella la mayor
parte de Extremadura y de Andalucía, pero se considera por muy útil el
establecimiento de un mercado en un día de cada semana franco, para que la
población pueda socorrerse del comestible y efectos pertinentes a los
industriosos de dichos vecinos...
Los tres párrocos locales informaron en los siguientes términos:
Se concurre a ella los tres días de la Pascua del Espíritu Santo, en los
que se celebran otras tantas misas cantadas y en la última procesión, y tiene
de renta como dos mil trescientos reales, productos de algunas fincas y
limosnas de los fieles; tiene dos ermitaños nombrado por el administrador.
Finalmente, el Sr. Alfranca, Intendente en el Interrogatorio citado,
decía al respecto:
Hay una sola feria o mercado en el santuario de
Nuestra señora de Guaditoca (...) donde concurren algunas tienda de mercería,
telas, paños, jergas, quincalla y bujería, todo ganado mayor y toda especie de
caballería, las que pastan durante la feria en un baldío y en las dehesas
inmediatas.
Hay en este sitio unos portales para las tiendas en
suelo tenidos por públicos a costa de la casa del alférez mayor Ortega, que es
administradora perpetua de dicho santuario.
No hay privilegio para esta feria, sino una costumbre
antigua de celebrarla. Se pagan los derechos reales de alcabalas conforme a las
instrucciones, y el administrador percibe a título de limosna un tanto por los
portales, mesas y puestos de venta, que en efecto es una verdadera extracción o
arriendo, y la justicia cobra también los derechos de los despachos.
Sobre cuya feria, derechos reales, exacciones del
administrador del santuario y pastos de los ganados que concurren, hay informe
pendientes en el Consejo de Órdenes, hechos al mismo y al gobernador de
Llerena, como subdelegados de rentas, por el corregidor anterior, don Antonio
Sánchez Donoso e Iranzo.
Convendría se celebrase dicha feria dentro de la
villa, y no en el despoblado por los inconvenientes de los daños que se hacen
en las dehesas de los particulares por los ganados y por los robos, excesos y
delitos que son frecuentes y no pueden precaverse fácilmente en distancia de la
villa, y por no haber casas ni comodidad para los concurrentes, que sería mayor
en la villa, y finalmente, por el aumento y mayor seguridad de los derechos
reales...
Conociendo los precedentes de la feria en cuestión, especialmente los
acontecimientos desarrollados a partir de la celebrada en la primavera de 1784,
el Sr. Alfranca, como oidor de la Real Audiencia de Extremadura, sentenciaba anticipadamente el fin de dicha feria en el
prado del río o arroyo de Guaditoca, junto a la ermita del mismo nombre,
aconsejando su traslado a la villa de Guadalcanal.
En efecto, con los datos que se manejan sobre el santuario y los actos
devociones y festivos que en él se desarrollaban, se estima que el informe fue
tendencioso pues, aunque eran ciertas la mayoría de las afirmaciones,
Alfranca (intendente en el Interrogatorio, pero también unos de los jueces de la Real Audiencia de Cáceres) ocultaba el verdadero entramado del asunto, especialmente
la circunstancia de que en aquellas fechas ya estaba establecido un pleito ante la Audiencia cacereña por el control de los asuntos civiles y religiosos que allí se
entremezclaban, enfrentándose el Ayuntamiento de Guadalcanal, encabezado por el
nuevo corregidor, y el heredero legal del patronato del santuario, el alférez
mayor Ortega. Por ello, no resulta extraño que en 1792, es decir, un año
después del informe anterior, la feria ya se celebró en Guadalcanal, siendo
cacharrera y de tenderetes en la plaza de los Naranjos y alrededores, y
ganadera en el coso y ejidos aledaños al pueblo.
La afirmación más cierta y con menos subterfugios de todas las vertidas
por el Sr. Alfranca se refería a que el evento se celebraba sin que mediara el
expreso privilegio real, pero conociendo los oficiales reales de su existencia
desde principios del XVIII, colaborando en su desarrollo. Otro hecho cierto,
sobre el que interesadamente pasó por alto el intendente, fue no mencionar que
la familia Ortega, tras facultad real, había conseguido el patronato y
administración perpetua del santuario y de todas las actividades religiosas que
en torno a él se celebrasen, privilegios ratificados por el Consejo de Órdenes
Militares cada vez que el titular fallecía, recayendo los derechos en el
heredero legal del mayorazgo de los Ortega. También era cierto que en ningún
caso se contemplaba que el título de patrón implicase el control y beneficio
económico de las actividades mercantiles que espontáneamente aparecieron bajo
la dirección interesada de esta poderosa familia, mercaderías que alcanzaron a
finales del XVIII cifras más que interesantes. Igualmente era cierto que dicha
familia resultaba claramente beneficiada con esta actividad ferial, arriesgando
muy poco en la celebración del evento, pues dejaba en manos de las autoridades
civiles de la villa el control del orden publico.
En cualquier caso, estamos en
presencia de una feria que surge en torno y como consecuencia de las prácticas
piadosas y religiosas propiciadas alrededor de un santuario, el de Nuestra
Señora de Guaditoca, hoy patrona de Guadalcanal pero antaño objeto de
devoción en la extensa comarca santiaguista del partido histórico de Llerena,
especialmente significada en los pueblos de las encomiendas de Azuaga,
Guadalcanal y Reina.
A la vista de la documentación consultada, resulta imposible concretar
el origen de las mercaderías que allí se desarrollaban. Muñoz Torrado (1) sitúa el
inicio del culto y devoción a Nuestra Señora de Guaditoca en fechas
inmediatamente posteriores a la Reconquista de la zona, con ocasión de la milagrosa aparición de la Virgen a un humilde pastor en el sitio y arroyo de Guaditoca, explicación
usual que sostiene una buena parte de la devoción mariana por toda la Península.
Suponemos que poco después debió erigirse el primer santuario, aunque han de
pasar dos siglos para localizar alguna referencia documental sobre el mismo,
concretamente en las escuetas notas localizadas en los libros de las visitas de la Orden de Santiago de finales del XV (2), si bien en ningún caso, por las concretas
finalidades de dichas visitas, se hacía mención alguna a ferias o mercaderías,
consignando al conjunto de los eventos allí concitados bajo el epígrafe de
veladas.
Antes de abordar el análisis de la evolución
del santuario, queda un asunto pendiente que, aunque precisa de mayor
profundidad investigadora, justifica en gran medida el carácter comarcal del
santuario. Me refiero a la jurisdicción civil que en su origen afectaba al
paraje donde se ubicaba el primer santuario. Según los libros de visitas
últimamente citados, la ubicación del santuario no ofrece lugar a duda,
situándolo dentro del término y jurisdicción de Guadalcanal, pero justo en el
límite externo de una dehesa comunal de dicha villa (el Encinar), donde también confinaban intereses territoriales muy diversos, como
varios predios o terrazgos de propiedad privada, una dehesa privativa y comunal
de Valverde de Llerena (el Encinalejo), los
baldíos supra concejiles usufructuados en mancomunidad con los vecinos de los
pueblos de la encomienda de Reina, un predio de unas 200 fanegas propiedad de
la familia Ortega y, por concluir, las históricas reclamaciones que sobre el
territorio en cuestión venía alegando el concejo y encomienda de Azuaga. Ya en
los siglos XVII y XVIII, las discordias por el control del santuario y su feria
se centraban entre el concejo guadalcanalense y los sucesivos patronos y
administradores del santuario, siempre un miembro de la familia Ortega, el
mismo en quien desde mediados del XVII también recaía el oficio de alférez
mayor de la villa, aparte de una regiduría perpetua. En cualquier caso, por
encima de estas discordias administrativas y económicas, la devoción y el culto
por las sagradas imágenes de la
Virgen de Guaditoca y su divino hijo, “el Niño Bellotero”, quedó enraizada
entre los pueblos comarcanos, especialmente sostenido por las cofradías
instituidas en Guadalcanal, Ahillones, Berlanga y Valverde.
Aparte las visitas de la Orden de Santiago, ya citadas, la siguiente referencia al santuario la
encontramos en las Ordenanzas Municipales de Valverde de 1554 (3), donde
reservaron parte de un capítulo para regular el descanso de las bestias que los
devotos, comerciantes y curiosos locales utilizaban para aproximarse a la
ermita en los días de su fiesta y feria, circunstancia propicia en cualquier
caso para entablar negociaciones sobre las mismas y para que mercaderes de
distintos géneros se asentasen en el prado de Guaditoca, satisfaciendo así las
necesidades del gentío que concurría durante los tres primeros días de la Pascua del Espíritu Santo.
Las visitas de la Orden correspondientes a 1575 y 1603 reflejan un considerable deterioro del
santuario soporte de la devoción y del comercio relatado, resultando este
último aspecto especialmente perjudicado por uno de los mandatos de carácter
general que, en plena efervescencia tridentina, hicieron inscribir los
visitadores en los libros de fábrica de las ermitas y cofradías fiscalizadas,
prohibiendo las celebraciones de veladas.
En este estado de cosas (ahora en el cogollo de la crisis y decadencia
generalizada que asoló el reino durante la etapa final del quinientos y casi
todo el seiscientos) debieron continuar los festejos y cultos en Guaditoca,
hasta que la iniciativa de un guadalcanalense se interpuso para, al menos,
recuperar el culto y devoción de antaño, objetivo que al parecer consiguió. Me
refiero a Alonso Carranco Ortega, a quien Muñoz Torrado considera descendiente
del famoso Pedro Ortega Valencia, maestre de campo de la armada, que en tiempos
de Felipe II descubrió y conquistó para el imperio la conocida isla de Guadalcanal,
en pleno Pacífico. Lo cierto es que el referido Alonso, considerando
irrecuperable el antiguo santuario, construyó otro de nueva planta en lo que
llamaban prado del río Guaditoca, a corta distancia del anterior y de la peña
donde la tradición ubicaba la aparición de la
Virgen. Además ,
con miras a que sus herederos cuidasen del santuario y fomentasen el culto a la
patrona, adosado a la ermita se hizo construir unos aposentos con acceso
directo a la misma. El nuevo santuario, tras una dilatada espera, fue bendecido
en 1649.
Muerto Alonso, su hijo Pedro Ortega Freire le sucedió en tales
compromisos y beneficios, ocupándose casi permanentemente de la mayordomía de
la cofradía y recuperando el arraigo popular de antaño. Estas circunstancias
animaron al patrón a invertir en lo que parecía un floreciente negocio, pese a
que en diversas ocasiones tuvo que soportar el envite de sus convecinos, que le
conminaban a cerrar la puerta de acceso directo al santuario desde las casas de
su morada, circunstancia que no le supondría muchos quebraderos de cabeza, pues
por facultad real había conseguido comprar el título de alférez mayor de
Guadalcanal, con voz, voto y preeminencia de sitio en el Ayuntamiento, en la
iglesia mayor y en todas las celebraciones civiles y religiosas de la villa.
Con la finalidad de ganarse al clero, aparte aumentarle la congrua por su
participación en los actos y festejos religiosos, consiguió de Su Santidad
indulgencias para los devotos que asistieran al santuario en los días festivos
programados. En definitiva, ató los cabos precisos para fomentar las
mercaderías, rematando sus actuaciones con la construcción a finales del XVII
de unos soportales en torno a la ermita, facilitando el floreciente y rentable
comercio ferial.
Según relata Porras Ibáñez (4), la animación durante la Pascua del Espíritu Santo empezaba la víspera del domingo de Pentecostés,
cuando a la caída de la tarde hacía su entrada en la explanada del recinto la
cofradía matriz de Guadalcanal, seguida de las de Valverde, Berlanga,
Ahillones…, que incluso llegaron a disponer de casa propia en las proximidades
del recinto. El referido autor, seguramente en una libre interpretación de la
documentación manejada, habla del vistoso desfile de presentación de las
distintas cofradías y hermandades ante las santas imágenes, actos presididos
por oficiales de mesa, mayordomos y autoridades religiosas y civiles. También
da cuenta de los numerosos actos devocionales, materializados con la entrega de
limosnas en dinero y especies (alhajas, viandas, gallinas, quesos, turrón,
frutas, etc., después reducidas a dinero en las subastas programadas), todo
ello atentadamente seguido por el mayordomo y colaboradores. La última tarde se
remataba el culto con la procesión general de las sagradas imágenes, que
lentamente recorrían la explanada, sublimándose este acto devocional al colocar
las andas sobre la misma peña en la que la tradición situaba la aparición de la Virgen para, finalmente, entablar la puja para portar las andas a la entrada
de las imágenes en el santuario.
Fuentes: las
citadas al pie.
(1) MUÑOZ TORRADO, A.
- El santuario de Nuestra señora de Guaditoca,
Sevilla, 1918. En este caso se utiliza la edición del Excmo. Ayuntamiento de
Guadalcanal, prologada por I. Gómez. Los Santos de Maimonas, 2002.
- Los últimos días de la Feria de Guaditoca, Sevilla, 1922
(2) AHN, Sec. OO.MM. Libros de Vistas 1.234 C, 1.101 C y 1.102 C.
(3) A. M.
Valverde de Llerena, leg. 3, carps. 1, 2 y 3.
(4) PORRAS IBÁÑEZ, P. Mi Señora de Guaditoca, Guadalcanal, 1970.
Artículo publicado en las Actas del Congreso Internacional "550 feria de San Miguel"
Zafra 2004
Manuel Maldonado Fernández