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domingo, 23 de septiembre de 2018

La feria de Guadalcanal en el santuario de Nuestra señora de Guaditoca

Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura

Primera parte

En 1791, en la décima respuesta al Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura, los oficiales guadalcanalenses emitieron el siguiente informe sobre la feria de Guaditoca:
En la Pascua del Espiritusanto se celebra una feria en la Ermita de Nuestra Señora de Guaditoca de esta jurisdicción, distante dos leguas de esta villa, consistente sus mercancías en la mayor parte de caballerías, concurriendo a ella la mayor parte de Extremadura y de Andalucía, pero se considera por muy útil el establecimiento de un mercado en un día de cada semana franco, para que la población pueda socorrerse del comestible y efectos pertinentes a los industriosos de dichos vecinos...
Los tres párrocos locales informaron en los siguientes términos:
Se concurre a ella los tres días de la Pascua del Espíritu Santo, en los que se celebran otras tantas misas cantadas y en la última procesión, y tiene de renta como dos mil trescientos reales, productos de algunas fincas y limosnas de los fieles; tiene dos ermitaños nombrado por el administrador.
Finalmente, el Sr. Alfranca, Intendente en el Interrogatorio citado, decía al respecto:
Hay una sola feria o mercado en el santuario de Nuestra señora de Guaditoca (...) donde concurren algunas tienda de mercería, telas, paños, jergas, quincalla y bujería, todo ganado mayor y toda especie de caballería, las que pastan durante la feria en un baldío y en las dehesas inmediatas.
Hay en este sitio unos portales para las tiendas en suelo tenidos por públicos a costa de la casa del alférez mayor Ortega, que es administradora perpetua de dicho santuario.
No hay privilegio para esta feria, sino una costumbre antigua de celebrarla. Se pagan los derechos reales de alcabalas conforme a las instrucciones, y el administrador percibe a título de limosna un tanto por los portales, mesas y puestos de venta, que en efecto es una verdadera extracción o arriendo, y la justicia cobra también los derechos de los despachos.
Sobre cuya feria, derechos reales, exacciones del administrador del santuario y pastos de los ganados que concurren, hay informe pendientes en el Consejo de Órdenes, hechos al mismo y al gobernador de Llerena, como subdelegados de rentas, por el corregidor anterior, don Antonio Sánchez Donoso e Iranzo.
Convendría se celebrase dicha feria dentro de la villa, y no en el despoblado por los inconvenientes de los daños que se hacen en las dehesas de los particulares por los ganados y por los robos, excesos y delitos que son frecuentes y no pueden precaverse fácilmente en distancia de la villa, y por no haber casas ni comodidad para los concurrentes, que sería mayor en la villa, y finalmente, por el aumento y mayor seguridad de los derechos reales...
Conociendo los precedentes de la feria en cuestión, especialmente los acontecimientos desarrollados a partir de la celebrada en la primavera de 1784, el Sr. Alfranca, como oidor de la Real Audiencia de Extremadura, sentenciaba anticipadamente el fin de dicha feria en el prado del río o arroyo de Guaditoca, junto a la ermita del mismo nombre, aconsejando su traslado a la villa de Guadalcanal.
En efecto, con los datos que se manejan sobre el santuario y los actos devociones y festivos que en él se desarrollaban, se estima que el informe fue tendencioso pues, aunque eran ciertas la mayoría de las afirmaciones, Alfranca  (intendente en el Interrogatorio, pero también unos de los jueces de la Real Audiencia de Cáceres) ocultaba el verdadero entramado del asunto, especialmente la circunstancia de que en aquellas fechas ya estaba establecido un pleito ante la Audiencia cacereña por el control de los asuntos civiles y religiosos que allí se entremezclaban, enfrentándose el Ayuntamiento de Guadalcanal, encabezado por el nuevo corregidor, y el heredero legal del patronato del santuario, el alférez mayor Ortega. Por ello, no resulta extraño que en 1792, es decir, un año después del informe anterior, la feria ya se celebró en Guadalcanal, siendo cacharrera y de tenderetes en la plaza de los Naranjos y alrededores, y ganadera en el coso y ejidos aledaños al pueblo.
La afirmación más cierta y con menos subterfugios de todas las vertidas por el Sr. Alfranca se refería a que el evento se celebraba sin que mediara el expreso privilegio real, pero conociendo los oficiales reales de su existencia desde principios del XVIII, colaborando en su desarrollo. Otro hecho cierto, sobre el que interesadamente pasó por alto el intendente, fue no mencionar que la familia Ortega, tras facultad real, había conseguido el patronato y administración perpetua del santuario y de todas las actividades religiosas que en torno a él se celebrasen, privilegios ratificados por el Consejo de Órdenes Militares cada vez que el titular fallecía, recayendo los derechos en el heredero legal del mayorazgo de los Ortega. También era cierto que en ningún caso se contemplaba que el título de patrón implicase el control y beneficio económico de las actividades mercantiles que espontáneamente aparecieron bajo la dirección interesada de esta poderosa familia, mercaderías que alcanzaron a finales del XVIII cifras más que interesantes. Igualmente era cierto que dicha familia resultaba claramente beneficiada con esta actividad ferial, arriesgando muy poco en la celebración del evento, pues dejaba en manos de las autoridades civiles de la villa el control del orden publico.
            En cualquier caso, estamos en presencia de una feria que surge en torno y como consecuencia de las prácticas piadosas y religiosas propiciadas alrededor de un santuario, el de Nuestra Señora de Guaditoca, hoy patrona de Guadalcanal pero antaño objeto de devoción en la extensa comarca santiaguista del partido histórico de Llerena, especialmente significada en los pueblos de las encomiendas de Azuaga, Guadalcanal y Reina.
A la vista de la documentación consultada, resulta imposible concretar el origen de las mercaderías que allí se desarrollaban. Muñoz Torrado (1) sitúa el inicio del culto y devoción a Nuestra Señora de Guaditoca en fechas inmediatamente posteriores a la Reconquista de la zona, con ocasión de la milagrosa aparición de la Virgen a un humilde pastor en el sitio y arroyo de Guaditoca, explicación usual que sostiene una buena parte de la devoción mariana por toda la Península. Suponemos que poco después debió erigirse el primer santuario, aunque han de pasar dos siglos para localizar alguna referencia documental sobre el mismo, concretamente en las escuetas notas localizadas en los libros de las visitas de la Orden de Santiago de finales del XV (2), si bien en ningún caso, por las concretas finalidades de dichas visitas, se hacía mención alguna a ferias o mercaderías, consignando al conjunto de los eventos allí concitados bajo el epígrafe de veladas.
Antes de abordar el análisis de la evolución del santuario, queda un asunto pendiente que, aunque precisa de mayor profundidad investigadora, justifica en gran medida el carácter comarcal del santuario. Me refiero a la jurisdicción civil que en su origen afectaba al paraje donde se ubicaba el primer santuario. Según los libros de visitas últimamente citados, la ubicación del santuario no ofrece lugar a duda, situándolo dentro del término y jurisdicción de Guadalcanal, pero justo en el límite externo de una dehesa comunal de dicha villa (el Encinar), donde también confinaban intereses territoriales muy diversos, como varios predios o terrazgos de propiedad privada, una dehesa privativa y comunal de Valverde de Llerena (el Encinalejo), los baldíos supra concejiles usufructuados en mancomunidad con los vecinos de los pueblos de la encomienda de Reina, un predio de unas 200 fanegas propiedad de la familia Ortega y, por concluir, las históricas reclamaciones que sobre el territorio en cuestión venía alegando el concejo y encomienda de Azuaga. Ya en los siglos XVII y XVIII, las discordias por el control del santuario y su feria se centraban entre el concejo guadalcanalense y los sucesivos patronos y administradores del santuario, siempre un miembro de la familia Ortega, el mismo en quien desde mediados del XVII también recaía el oficio de alférez mayor de la villa, aparte de una regiduría perpetua. En cualquier caso, por encima de estas discordias administrativas y económicas, la devoción y el culto por las sagradas imágenes de la Virgen de Guaditoca y su divino hijo, “el Niño Bellotero”, quedó enraizada entre los pueblos comarcanos, especialmente sostenido por las cofradías instituidas en Guadalcanal, Ahillones, Berlanga y Valverde.
Aparte las visitas de la Orden de Santiago, ya citadas, la siguiente referencia al santuario la encontramos en las Ordenanzas Municipales de Valverde de 1554 (3), donde reservaron parte de un capítulo para regular el descanso de las bestias que los devotos, comerciantes y curiosos locales utilizaban para aproximarse a la ermita en los días de su fiesta y feria, circunstancia propicia en cualquier caso para entablar negociaciones sobre las mismas y para que mercaderes de distintos géneros se asentasen en el prado de Guaditoca, satisfaciendo así las necesidades del gentío que concurría durante los tres primeros días de la Pascua del Espíritu Santo.
Las visitas de la Orden correspondientes a 1575 y 1603 reflejan un considerable deterioro del santuario soporte de la devoción y del comercio relatado, resultando este último aspecto especialmente perjudicado por uno de los mandatos de carácter general que, en plena efervescencia tridentina, hicieron inscribir los visitadores en los libros de fábrica de las ermitas y cofradías fiscalizadas, prohibiendo las celebraciones de veladas.
En este estado de cosas (ahora en el cogollo de la crisis y decadencia generalizada que asoló el reino durante la etapa final del quinientos y casi todo el seiscientos) debieron continuar los festejos y cultos en Guaditoca, hasta que la iniciativa de un guadalcanalense se interpuso para, al menos, recuperar el culto y devoción de antaño, objetivo que al parecer consiguió. Me refiero a Alonso Carranco Ortega, a quien Muñoz Torrado considera descendiente del famoso Pedro Ortega Valencia, maestre de campo de la armada, que en tiempos de Felipe II descubrió y conquistó para el imperio la conocida isla de Guadalcanal, en pleno Pacífico. Lo cierto es que el referido Alonso, considerando irrecuperable el antiguo santuario, construyó otro de nueva planta en lo que llamaban prado del río Guaditoca, a corta distancia del anterior y de la peña donde la tradición ubicaba la aparición de la Virgen. Además, con miras a que sus herederos cuidasen del santuario y fomentasen el culto a la patrona, adosado a la ermita se hizo construir unos aposentos con acceso directo a la misma. El nuevo santuario, tras una dilatada espera, fue bendecido en 1649.
Muerto Alonso, su hijo Pedro Ortega Freire le sucedió en tales compromisos y beneficios, ocupándose casi permanentemente de la mayordomía de la cofradía y recuperando el arraigo popular de antaño. Estas circunstancias animaron al patrón a invertir en lo que parecía un floreciente negocio, pese a que en diversas ocasiones tuvo que soportar el envite de sus convecinos, que le conminaban a cerrar la puerta de acceso directo al santuario desde las casas de su morada, circunstancia que no le supondría muchos quebraderos de cabeza, pues por facultad real había conseguido comprar el título de alférez mayor de Guadalcanal, con voz, voto y preeminencia de sitio en el Ayuntamiento, en la iglesia mayor y en todas las celebraciones civiles y religiosas de la villa. Con la finalidad de ganarse al clero, aparte aumentarle la congrua por su participación en los actos y festejos religiosos, consiguió de Su Santidad indulgencias para los devotos que asistieran al santuario en los días festivos programados. En definitiva, ató los cabos precisos para fomentar las mercaderías, rematando sus actuaciones con la construcción a finales del XVII de unos soportales en torno a la ermita, facilitando el floreciente y rentable comercio ferial.
Según relata Porras Ibáñez (4), la animación durante la Pascua del Espíritu Santo empezaba la víspera del domingo de Pentecostés, cuando a la caída de la tarde hacía su entrada en la explanada del recinto la cofradía matriz de Guadalcanal, seguida de las de Valverde, Berlanga, Ahillones…, que incluso llegaron a disponer de casa propia en las proximidades del recinto. El referido autor, seguramente en una libre interpretación de la documentación manejada, habla del vistoso desfile de presentación de las distintas cofradías y hermandades ante las santas imágenes, actos presididos por oficiales de mesa, mayordomos y autoridades religiosas y civiles. También da cuenta de los numerosos actos devocionales, materializados con la entrega de limosnas en dinero y especies (alhajas, viandas, gallinas, quesos, turrón, frutas, etc., después reducidas a dinero en las subastas programadas), todo ello atentadamente seguido por el mayordomo y colaboradores. La última tarde se remataba el culto con la procesión general de las sagradas imágenes, que lentamente recorrían la explanada, sublimándose este acto devocional al colocar las andas sobre la misma peña en la que la tradición situaba la aparición de la Virgen para, finalmente, entablar la puja para portar las andas a la entrada de las imágenes en el santuario.

Fuentes: las citadas al pie.

(1) MUÑOZ TORRADO, A.
-          El santuario de Nuestra señora de Guaditoca, Sevilla, 1918. En este caso se utiliza la edición del Excmo. Ayuntamiento de Guadalcanal, prologada por I. Gómez. Los Santos de Maimonas, 2002.
-          Los últimos días de la Feria de Guaditoca, Sevilla, 1922
(2) AHN, Sec. OO.MM. Libros de Vistas 1.234 C, 1.101 C y 1.102 C.
(3) A. M. Valverde de Llerena, leg. 3, carps. 1, 2 y 3.
(4) PORRAS IBÁÑEZ, P. Mi Señora de Guaditoca, Guadalcanal, 1970.

Artículo publicado en las Actas del Congreso Internacional "550 feria de San Miguel" 
Zafra 2004

Manuel Maldonado Fernández

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