Excursión para conocer
Guadalcanal
Hoy el decimoquinto día de
primavera amanece Guadalcanal guapa y con olor a azahar, cruzo la plaza para ir
a la Puntilla, allí he quedado con un matrimonio de Madrid para enseñarle
nuestro pueblo, después de tomar café con jeringos del Calé nos disponemos a
visitar Guadalcanal y sus encantos.
Comenzamos por la Ermita de San Benito, desde el puente de del mismo nombre, si se llega desde Sevilla,
avistamos la mole portada de la ermita de tal nombre. Un angosto callejón,
franqueado de huertas, nos lleva al pórtico del templo, con pozo delantero para
la sed del peregrino. Se compone de una nave cubierta por bóveda de cañón y
lunetos, casquete esférico en el ante presbítero y cúpula en el camarín. En el
muro del Evangelio existe una portada con arco apuntado y en el de la Epístola,
una puerta mudéjar de época tardía. Aquí, el anacoreta Manuel de la Cruz fundó
una cofradía de ambos sexos, con el título de Nuestra Señora de la Consolación
y San Benito Abad, según un breve dado en Roma el 5 de marzo de 1722.
Saliendo de nuevo a la carretera,
luego de un km de recorrido, el pueblo nos recibe con lo que, de entrada, es ya
efectivamente una "recreación": el Paseo del Coso, El Alto y el Bajo,
según el nomenclátor. Lo divide, en dirección norte, la carretera de
Extremadura. A un lado quedan las instalaciones deportivas municipales, y, ya
tocando el pueblo, el paseo propiamente dicho. La fronda arbórea compite en
altura con los herrajes de las casetas perennes para los días feriados. En el
suelo, siempre en ascensión como el pueblo mismo, se alinean bancos y rosales.
Abajo, la fuente estrepitosa, con lápida mariana y patronal prodigando
bienvenidas. Ni memoria queda de la sinagoga judía existente en este lugar;
pero así lo trae un informe de la visita santiaguista de 1494.
Por la antigua calle de los
Olleros, rotulada hoy de la Feria, se llega al Paseo de la Cruz, así llamado
por la que aquí se alza, que en realidad no es sino un ensanchamiento de la
actual avenida de la Constitución. Y poco más allá, a la vuelta de la esquina,
nos hallamos ante la fachada ingente del desamortizado y, por ende, ruinoso Convento
de Santa Clara, en la calle de este nombre, con restos de arcadas y cornisas.
Fue fundado por el hijo de esta villa enriquecido en las Indias Jerónimo
González de Alanís, según escritura otorgada en La Plata (Perú) el 19 de abril
de 1584.
Calle de Santa Clara arriba y
torciendo por la primera de la izquierda, encontramos uno de los monumentos de
la arquitectura civil urbana más antiguos de toda la región. Nos referimos a lo
que comúnmente se conoce por La Almona, en razón de una de sus últimas "bárbaras" utilidades, pate de ella,utilizada como un bar. Arquitectónicamente, es una construcción de planta ligeramente
trapezoidal de sillería. Consta de dos pisos, formado cada uno de ellos por una
nave de cubierta de entramado de madera, sostenida la del bajo por arcos
apuntados que arrancan del pavimento, como a modo de contrafuertes interiores.
La cubierta de la parte superior es de dos aguas, hallándose sostenida por
pilares alineados en el eje central de la nave. El frente de la construcción
avanza en su parte derecha sobre la línea de fachada para servir de asiento a
la rampa que exteriormente da acceso al piso superior. Las puertas a ambas
plantas se superponen en el centro de la fachada, la baja es de arco apuntado
de escasa altura, que apea en impostas constituidas por un toro y una gola. La
puerta de la nave de arriba, precedida de un porche sostenido por pilares de
ladrillos, es también de arco apuntado, más peraltado que el inferior, sobre
moldura de cuarto bocel. El edificio recibe la luz por estrechas saeteras. Una
lápida del interior nos informa que fue construido el año de 1307. Desafiando a
los siglos, pues, aquí sigue, incólume y recoleta, la primitiva sede del
bastimento de la Orden de Santiago.
De La Almona, dos pasos apenas,
llegamos a la Plaza La Plaza Mayor o Plaza de España y en otra época conocida
por Plaza de Los Naranjos, de par en par abierta como un abrazo interrumpida.
Su recinto, en lo antiguo, quizás estuvo porticado. En el centro del gran óvalo
alzado que la constituye se alza el monumento al orador, dramaturgo y político
decimonónico Adelardo López de Ayala, hijo preclaro de la localidad. A un lado,
la Capilla de San Vicente, del siglo XVIII, otra joya dedicada hace décadas a usos profanos. Y al otro extremo, señera y
sobria, la iglesia y torre de Santa María de la Asunción, atalaya en la que el vencejo lo
mismo vela el cadáver del verano a la hora de la siesta, que, a la del ángelus,
ronda por las arista dejando por el aire su alada algarabía. La torre data del
siglo XVI. Construida sobre los restos de la muralla que tuvo carácter militar
y pertenece al estilo románico, si con alguna influencia gótica en los adornos
de los arcos conopiales del último cuerpo de campanas. Está construida sobre un
dado de aparejo irregular a base de ladrillos. Conservó las almenas hasta el
siglo XVIII.
Una bellísima portada, de
espléndida composición, en La iglesia en la que persisten numerosos elementos
del goticismo decadente, da acceso al templo mayor de Guadalcanal, asegurado el
dominio cristiano de la villa e iniciado el desbordamiento de su población, las
murallas que la circundaban perdieron su originaria finalidad. Esta
circunstancia, sin duda, hizo que se levantara el muro norte de esta iglesia
sobre parte del sistema fortificado, como se colige por la misma extraña
orientación de dicha fachada y por el arco de herradura que describe la puerta
de la sacristía, de feliz aprovechamiento. Esto ocurría en las postrimerías del
siglo XIII.
Por su arquitectura, Santa María
obedece en gran parte a la corriente mudejárica propia del tiempo de su
construcción y al gusto que se prodigó en esta zona de la Sierra Norte
sevillana, en la que el gótico de los vencedores y el almohade de los vencidos
trataron de imponer sus fórmulas arquitectónicas. El templo tiene forma
basilical, de tres naves que primitivamente estuvieron cubiertas de madera,
siendo las laterales de cabeceras planas, en cuya parte superior una de ellas
conserva un óculo de cinco lóbulos. Construida con arcos transversales, siendo
apuntados los del centro, éstos descansan sobre pilares cruciformes, que, salvo
el alicatado de la parte inferior, no ha sufrido modificación alguna, pues
hasta el sencillo capitel de caveto que poseen abonarían por su antigüedad.
Pero aquí en donde a los cristianos interesó sobre manera plasmar su estilo,
esto es, en el presbiterio, los alarifes locales lograron imponer su arte,
ejecutando la bóveda ochavada, con espléndida crucería en abanico, tramo previo
sexpartito, nervio de espinazo decorado con dientes de sierra e impostas de
cabezas de clavos. Pertenecen, también, a este período constructivo los
capiteles de los baquetones en forma de tronco de pirámide invertida con
figuras de gran tosquedad, un decorado de estrellas próximo a la escalera del
coro y algunos ventanales, destacando el que se encuentra oculto por el retablo
mayor y el que vemos al lado de la Epístola, formado por un óculo central y dos
arcadas unidas por un parteluz.
Que la iglesia estuvo
originariamente aislada y no adosada a la manzana, como hoy se encuentra, se
evidencia por los modillones en forma de caveto y unas pequeñas ventanas con
arcos de herradura que advertimos en dependencias del lado de la Epístola y que
debieron corresponder a la fachada sur.
Otras partes de la Epístola
pueden también situarse en este periodo mudéjar, tales como el altar mayor, la
nave de la Epístola, las dependencias anejas al coro y el muro de donde éste
sale.
La pila bautismal es mudéjar, con
decoración de arcos de herradura apuntados, del siglo XIV.
En los albores de la décimosexta
centuria se ejecutó el frontal del altar mayor, a base de azulejos de cuenca
del tipo de bordados y reflejos dorados y azules. De traza gótica son la bóveda
y la reja de la capilla del Sagrario. Poco después se realizan la bóveda
rebajada y casetonada de la capilla del Cristo Amarrado y la oval del testero de
La Milagrosa, ambas renacentistas. De la misma época y estilo son las
magníficas rejas que comunican estas capillas con el presbiterio, compuestas
por dos cuerpos de balaustres y barrotes entorchados con rica cresteria y cruz,
ángeles, grifos y otros elementos decorativos, semejantes a las que separan de
ambas naves colaterales y a la que -aunque algo más simplificada se halla en
la capilla de Nuestro Padre Jesús Nazareno.
Vemos en el lado de la Epístola
de la capilla mayor Una puerta que sale a la sacristía, la cual está rematada
por un frontón semicircular, en cuyo friso una inscripción nos informa que
"ESTA SACRISTÍA SE HIZO SIENDO MAYORDOMO FRANCISCO XIMENEZ SOTOMAYOR,
REGIDOR PERPETUO. LA GLORIA SEA A DIOS". Y en la misma época se
ejecutó asimismo el frontal del lado opuesto de este altar, a base de azulejos
planos con motivos florales, en cuyo centro se halla una gran cartera con un
escudo cardenalicio.
Uno de los más remotos vestigios
sepulcrales se encuentra en el muro de la nave del Evangelio, junto a la verja
de la capilla de La Milagrosa, consistente en una lápida de caracteres
monacales y cenefa gótica, que dice:
AQI JAZ LOURENÇO MORIS CLERICO
SERVUS D DIOS NATURAL DE ESENABRIA E FINO EL POSTREMERO DIA DE N OVEMBRO E DE
MCCC VI ANNOS REQISCAT I PACE
El único resto romano de que se
tenga constancia dentro de la población, se halla, precisamente, a la entrada
de este templo. Se trata de un capitel compuesto, de mármol blanco, ahuecado
para servir de pila de agua bendita. El templo discreto del trépano lo sitúa
cronológicamente entre los siglos II y III. Y, aunque se ignora su procedencia,
es curioso el caso de que en el lugar extramuro conocido por la Piedra
Corcovada se han encontrado restos de un despoblado romano, consistentes en
tegulae, imbrices, ladrillos y fragmentos de vasijas.
Orfrería.-Ostensorio de plata dorada y
cincelada (0,60). Está formado por una base lobulada decorada con relieves de
bustos de guerreros que soportan un templete de dos cuerpos, con columnillas de
fuste estriado el primero y una estructura arquitectónica con relieves el
segundo. Puede ser fechable en el último tercio del siglo XVI.
Ostensorio de plata repujada y
dorada (0,50), de estilo imperio, fechable hacia 1800.
Cruz parroquial de plata
cincelada y dorada (0,83). Nudo de forma arquitectónica decorado con figuras de
los evangelistas y en la cruz relieves de la Asunción de la Virgen, San Pedro,
San Pablo, Santa Catalina, San Lorenzo, Santiago y María Magdalena. Es fechable
hacia 1600.
Copón de plata dorada (0,31), con
decoración de gallones y punteado en la copa de temas vegetales, del primer
cuarto de siglo XVII.
Copón de plata dorada (0,26) con
gallones y astil torneado. Lleva el punzón de la ciudad de México y data del
siglo XVII.
Hostiario de plata (0,24). Tiene
forma de caja circular cubierta por tapa cónica de gallones. Se decora con una
inscripción en caracteres góticos que dice "Pange Lingua" y una banda
calada gótica en la base. Es fechable en el segundo cuarto del siglo XVI.
Cáliz de plata cincelada y dorada
(0,24) con decoración manierista de cintas planas, carteras y querubes, del
último cuarto del siglo XVI.
Cáliz de plata lisa (0,23),
fechable en la primera mitad del siglo XVII.
Cáliz de plata repujada y dorada
(0,26) con decoración de fines del rococó, de hacia 1800, con los punzones
Luque/ Martínez y la marca de Córdoba.
Portapaz de metal dorado (0,15)
con un relieve de la Resurrección. Fechable hacia 1600. Dos navetas de plata
repujada (0,17 x 0,15) con decoración de estilo imperio de principios del siglo
XIX, con la marca de Sevilla y el punzón de Flores.
Naveta de plata repujada (0,17x
0,13) con decoración de fines del rococó, fechable en los últimos años del
siglo XVIII.
Vaso de óleos de plata grabada
(0, 13), con decoración de cintas planas y carteras, fechable a finales del
siglo XVI.
Crismeras de plata lisa, de
principios del siglo XVII.
Lámpara de plata repujada de
estilo imperio, de principios del siglo XIX.
Incensario de plata repujada
(0,15) de estilo imperio, de hacia 1800.
Dos ciriales de plata (1,78) de
principios del siglo XIX.
Esta iglesia de Santa María la
Mayor o de la Asunción es Filial Perpetua de la Basílica Patriarcal Liberiana
de Roma.
Salgamos de nuevo al
deslumbramiento de la Plaza Mayor. Una vía pública separa Santa María del
edificio del Ayuntamiento, el cual se alza sobre lo que fue, sucesivamente,
alcázar musulmán y palacio de la Orden de Santiago. A su espalda, encontramos
el Paseo del Palacio, pulmón, vergel y acuarela viviente con que el pueblo se
solaza y atrae y embelesa a su numerosa colonia veraniega. En la calle que, en
descenso, lo franquea por la izquierda se halla el edificio, moderno y amplio,
de la Biblioteca Pública Municipal. Los árboles gigantes urden un entramado
verde oscuro y una turba de invisibles aves pone la nota melódica a lo largo
del espacioso recinto. Se compone de un paseo central a cielo abierto, con
parterres dispuestos longitudinalmente y fuente decorativa en el centro, y
otros dos laterales -separados por bancos, rosales y adelfas - umbrosos por la
fronda. Al final, la conjunción del cedro hace más íntimo y amable el
recorrido. La Sierra del Agua, como telón de fondo. Nosotros lo hemos visto
así:
Aquí
en la gloria, es decir,
en el Paseo del Palacio,
donde el tiempo y el espacio
olvidan su discurrir,
sacar quiero a relucir,
con permiso de la cal,
que no hay belleza rival
de este viejo paraíso
que porque Dios pudo y quiso
lo puso en Guadalcanal.
Del Palacio, si gustan, podemos
dirigirnos a la calleja de la Caridad, que toma tal denominación del hospital
que aquí existió. Ya -enseguida- en la calle Luenga,
avistamos al final el lugar de la desaparecida Puerta de los Molinos, que
estuvo practicada en el sistema murado y por la que arrancaba el camino que se
dirigía a Cazalla de la Sierra, pasando cerca de los molinos existentes en el
arroyo de este nombre.
Por la calleja de Santa María
-escalones abajo-- desembocamos en la Puerta del Jurado, cuyo nombre se
conserva en el pueblo no tanto por el acceso fortificado, cuanto por el mesón
que, llamado por su enclave del Jurado, hubo en este lugar. Por aquí se salía
al Convento de San Francisco de la Piedad, que dio al traste la desamortización
de Mendizábal y que hoy es el cementerio de Guadalcanal. Digamos, de rechazo,
que aquel cenobio fue mandado erigir por don Enrique Enríquez, comendador mayor
de la Provincia de León de la Orden de Santiago y tío materno de Don Fernando
el Católico. Y otra curiosidad: éste fue nieto del maestre don Fadrique Enríquez
y una judía de Guadalcanal que apodaban "La Paloma".
Pueblo arriba, salvo los Mesones,
los Cantillos y poco más, el pueblo es una pura cuesta. Situándonos en los
primeros, cualquier perpendicular es válida para iniciar el ascenso. Hagámoslo
por la calle de López de Ayala. Pronto, llegamos a la Casa rectoral, antiguo
palacio de los marqueses de San Antonio, que lo legaron, "para perpetua memoria",
a la parroquia de Santa Maria. En ella se pueden admirar un patio con columnas
y arcadas, de dos plantas, y el artesonado del techo del vestíbulo, que se
cubre con azulejos de cuenca de dos por tabla del siglo XVI. Y enfrente, el Hospital
de los Milagros, en que estuvo instituida la llamada Escuela de Cristo, con
portada compuesta por vano de arco carpanel con arquivoltas decoradas y una
hornacina sobre el alfiz que la en, marca.
En el número 10 de esta calle
nació Adelardo López de Ayala, cuyas armas lucen en la parte superior de la
fachada. Sus descendientes poseen una de las más importantes colecciones
artísticas que particularmente existian en Guadalcanal y actualmente han
desaparecido y la casa amenaza ruina, que consiste en:
Díptico de esmaltes. En una de
las hojas se representa a David y Goliat (firmado I.R., 1545) y en la otra a
Sansón derribando el templo (Año de 15 ... ). Miden 0,41 x 0,61.
Ecce Homo. Pintura en tabla,
española, del siglo XVII. Mide 0,18 x 0,13.
Virgen con el Niño. Pintura en
tabla del siglo XVI. Mide 0,65 x 0,50. Escena mitólogica.
Pintura en tabla, del siglo XVII.
Mide 0,39 x 0,65.
Crucificado. Interesantísima
imagen de marfil, de principios del siglo XVII. Mide 0,38.
Santa Ana, maestra de la Virgen.
Esculturas de marfil del siglo XVIII. Miden 0,15.
Santa María Magdalena. Escultura
de marfil, muy interesante y fina de ejecución. Mide 0,14.
Niño Jesús. Escultura de marfil
del siglo XVII. Mide 0,46. Dos albarelos decorados en blanco y azul, de hacia
1700.
Gran jarrón de porcelana de
estilo isabelino.
Seguimos calle arriba, esta calle
de López de Ayala, en el pequeño altozano que se produce al confluir esta vía
con la de Granillos, dejamos la Puerta de LLerena, de donde partía el camino
que llevaba a aquella localidad extremeña. Y todavía más alto, se recorta en el
cielo la airosa espadaña del Convento del Espíritu Santo, vigía de vuelos superlativos
y reclamo del visitante ávido de historia y de arte. Prosigamos nuestra marcha enpinada hasta alcanzar las calles últimas del pueblo.
Este convento de religiosas fue
fundado por un hijo de la localidad afincado en América, para cuya erección
destinó de su hacienda la cantidad de 80.000 pesos de plata. Tomó esta
advocación el nuevo cenobio, precisamente, por levantarse junto al hospital
que, con este nombre, fundara el presbítero don Benito Garzón en 1511. La
capilla que aneja a este convento se labró, aunque ha sufrido algunas reformas,
aún conserva huellas del tiempo de su edificación, especialmente en el altar
mayor, en cuyo banco se halla el retrato del patrono y la leyenda “ESTE
CONVENTO FUNDO Y DOTO ALONSO GONZÁLEZ DE LA PAVA, A HONRA Y GLORIA DE DIOS Y DE
SU BENDITA MADRE... DE NOVIEMBRE, SIENDO MAYORDOMO JUAN GONZÁLEZ DE LA PAVA”.
Año de 1635. El edificio está construido en mampuesto y ladrillo revocado.
Posee planta de cruz latina, cubriéndose la nave y el presbiterio de bóveda de
cañón con lunetos y fajones y media naranja en el crucero. La portada situada a
los pies es de vano adintelado entre pilastras y entablamento con frontón
recto. El retablo se decora con pinturas de Pentecostés, la imposición de la
casulla a San Ildefonso, Santa Catalina, la Coronación de Nuestra Señora, la
Natividad del Señor y la Natividad de la Virgen. Del tiempo fundacional
prevalece, también, un patio de ordenación toscana en el interior de lo que fue
convento de las comendadoras del Espíritu Santo, hoy (desde l903) de las
Hermanas Misioneras de la Doctrina Cristiana.
Y, ya puestos a ascender,
salgamos hacia el extrarradio por el camino que antaño -y hogaño- llevaba a la
capital de este distrito santiaguista, esto es, Llerena. Porque, a pocos pasos,
encontramos lo que otrora fue escenario de devotos festejos y entrañables
tradiciones. Se trata del Humilladero del Cristo de la Salud, así llamado por
el que existe aledaño a la ermita. Los viajeros que -Berrocal Grande adelante-
por este camino transitaban, solían detenerse en este santuario para implorar
suerte en el viaje o dar gracias los que regresaban. Se ha perdido la velada
que anualmente se celebraba en la parte delantera de la ermita. Algo parecido
se hace hoy en la Plaza Mayor en recuerdo de aquella otra Velada del Cristo,
con que todavía se conoce en Guadalcanal. Así la ermita como el humilladero
anejo son construcciones del siglo XVIII, si bien algún edificio debió existir
con anterioridad en este lugar -más antiguamente conocido por la Cruz del Abad
Santo-, en donde ya en el siglo XV se había erigido un establecimiento piadoso.
Poco más allá, se halla el templete del humilladero, con una fuente y un
azulejo en la pared frontal, fechado en 1770, representando un calvario, orlado
de florones y grecas, con algunos versos. En la parte superior del Crucifijo se
lee: “HVMILLAVIT
SEMETIPSVM VSQVE AD MORTEM ADP¨L”. Debajo, una cartera nos informa que
el Cardenal Solís, arzobispo de Sevilla, concede cien días de indulgencias a
quien rezare un credo delante de este Cristo.
A ambos lados del calvario hay
estas décimas que vemos -en tejaroz- en la portada lateral del Evangelio.:
DESDE
ESSE SACRO MADERO
AGVAS VIVAS DISPENSAIS
JESVS 1 CON ELLAS DAIS
FORTALEZA AL PASAJERO
EN AQVESTE HVMILLADERO
SOL RESPLANDECEIS HERMOSOQVITANDO DVEÑO PIADOSO
DE LAS TINIEBLAS EL VELO
DIRIGIENDO HACIA EL CIELO
DEL CANSANCIO LO PENOSO.
DVLCE IMAN QVE A LOS SENTIDOS
ATRAES CON DVLCE CALMA
DEXANDO
SVSPENSA EL ALMA
DE LA FEE POR LOS OIDOS
A TVS PIES COMO AFLIGIDOS
TVS PIEDADES INVOCAMOS
NVESTRAS DESDICHAS LLORAMOS
I EN MISTERIOSA PISCINA
CON TV FVENTE CRISTALINA
OI NVESTRAS MANOS LAVAMOS.Y
a los pies, esta quintilla,
JVNTO
A VNA FVENTE HVMILLADO
MI AMOR A BEBER CONVIDA
I
EN VNA CRVZ EXALTADO
DOI AGVA DE Aff COSTADO
QVE SALTA A LA ETERNA VIDA.
La capilla de la Virgen del
Carmen, en el lado de la Epístola, data de comienzos del XVII. En su retablo
contemplamos unas pinturas que representan la Huida a Egipto, la imposición de
la casulla a San lldefonso y San Miguel Arcángel, y en el arco de entrada a
dicha capilla, sendas pinturas barrocas de San Pedro y San Pablo. Son también
de esta época los retablos de la nave del Evangelio, en que se hallan,
respectivamente, San Ignacio de Loyola, el Niño Jesús de Praga y el Padre
Eterno. Aquí vemos las lápidas sepulcrales de don Cayetano de Tena e Hidalgo y
de su esposa doña Josefa de Vargas y Federigui, la de don Ignacio Sánchez
Martínez y la de estilo gótico, magnífica, que dice:
“ESTA SEPOL / TURA ES DE / ANTON
MARTIN / DE PALENCIA Y DE / SU MUGER FRAN / CISCA MARTIN”.
Desde la explanada delantera de
Santa Ana, contemplamos la danza dilatada y caprichosa de calles que bajan, o
de repente suben, o a veces se retuercen. Desde aquí, los tejados pajariles
coronados de veletas caudales, las palmeras salpicadas probando esbelteces por
los tapiales blanqueados, la mole verdosa -como una mancha oceánica- allá donde
El Palacio, el clamor de las torres y espadañas por los cielos... Y la sierra
-siempre la sierra- enviando el agua ideal con este río de creación extingue cualquier
sed.
Continuemos el itinerario.
Podemos hacerlo por la rampa lateral que, bordeando dicha explanada, conduce a
la calle de la Mina, hundida y larga, como una galería abierta. Humilde es
-ahora- la collación de Santa Ana, pero pulcra y blanca, con la gracia andaluza
del geráneo, la gitanilla o la dama de noche fluyendo por patios y brocales. De
pronto, una calle escalonada con un peldaño para cada portal. Pero vayamos, en
dirección contraria, hacia la calle del Costalero que llaman, para -cruzándola-
proseguir la bajada por la de Ortega Valencia, podemos seguir recorriendo
calles e impregnándonos de cultura pero así terminamos un recorreido que nos
intruduce en el pasado y en el presente de Guadalcanal, edificios catálogados y
calles con casas blancas que guardan una perfecta armónia con el contorno.
María Isabel Gómez Gordón