Capítulo 11
Diario de Pedro de Ortega 10
2 DE MARZO.
A la ruina no se le había olvidado ni nuestro
nombre ni dónde estábamos, pues durante estos dos últimos días sé han desatado
tales tormentas, y el mar se ha embravecido de tal manera, que tuvimos que
trabajar con denuedo en las naos para que no se nos hundieran.
Las hemos salvado.
Pero no al bergantín.
Cuando hemos llegado a la playa, a media mañana,
hemos comprobado que la Naturaleza ha querido que todos nuestros esfuerzos
anteriores fueran en balde.
Hay que empezar otra vez, Isabel.
El propio Mendaña, compadecido, ha ordenado que se
espere a mañana para rehacer el bergantín.
Juan de Torres ha dicho misa, y en ella hemos
pedido a Dios que se acuerde de nosotros y que si debemos trabajar,
trabajaremos, pero que apelamos a su misericordia infinita para no tener que reandar
lo andado.
El resto del día lo hemos empleado en holgar, si es
que aquí se puede descansar, y en tomar del mar parte de lo que nos ha robado.
Los peces que hemos pescado eran pequeños y con
muchas espinas, pero muy sabrosos.
Mi barba, Isabel, es ya más blanca que negra, como
si llevara diez años en esta isla.
5 DE MARZO.
Sólo un suceso ha ocurrido hoy digno de ser
reseñado en esta memoria.
Un sólo suceso pero no pequeño.
Se ha presentado un indio con una mujer toda herida
y magullada.
Hemos entendido que era su esposa.
Nos decía el indio, pues Sarmiento ya domina algo
de su lengua, que uno de los nuestros, ayer, había pretendido forzarla.
Nos ha señalado al hombre: Pedro Esquivias, rufián
que lo ha negado todo.
Pero ella se ha acercado, ha señalado el cuello del
marino, en el que se apreciaba una larga señal, como de un arañazo, y luego,
nos ha mostrado su larga uña. Ella se lo había hecho.
Entonces, Esquivias se ha defendido diciendo que
primero se le acercó ella y se mostró muy solícita, a lo que
el respondió, muy cariñoso, y que cuando quiso ir un poco más lejos, se le
revolvió como una loba.
He ordenado azotar al esposo de la india y a Esquivias,
que ha perdido el conocimiento primero. Luego tenían razón el indio y su mujer.
Y tenía razón yo cuando le dije a don Lope que
debíamos llevar soldaderas en esta armada. Pero él no quiso, Isabel.
6 DE MARZO.
La lluvia ya no es infinita, sino esporádica.
Hoy me he sentado sobre una peña de la playa, para
ver atardecer.
Me he estremecido por vez primera desde que llegué
a Santa Isabel.
A tu isla, Isabel.
8 DE MARZO.
Dios se ha puesto de nuestro lado: la lluvia ha
desaparecido.
Y, de repente, Isabel, esta isla parece la patria
de la luz.
27 DE MARZO.
Mendaña ha decidido, en honor a su tierra, llamar
Santiago al bergantín.
Ha ordenado después al piloto Pedro Rodríguez,
timonel de la capitana, que boje, junto con Enríquez y dieciocho hombres, Santa
Isabel para averiguar por qué parte de ella se ven más islas, y para comprobar
cómo se maneja el pequeño velero en estas aguas en las que
los bajos y los arrecifes parecen tener ojos y oídos.
Los indios no han vuelto a molestar; se ve que el
castigo que se les ha dado hace tres días les ha hecho recapacitar.
O será que sus funerales duran todavía más que los
nuestros.
28 DE MARZO.
Con el alba ha zarpado el bergantín, y los
franciscanos han rezado por un buen viaje.
Nosotros les hemos seguido en sus rezos.
He de decir, Isabel, que se ha hecho un buen
trabajo, pues el Santiago surca estas ladinas aguas con gran agilidad.
La desaparición de la lluvia, hace ya casi un mes,
ha sido nuestra más útil herramienta.
Los atardeceres en Santa Isabel siguen siendo
descomunales.
Ni en Panamá son tan bellos.
30 DE MARZO.
Ha llegado hoy el Santiago, tan gallardo como
cuando partió, y Mendaña nos ha convocado, en el acto, en su cámara de la
capitana.
Rodríguez y Enríquez han mostrado su parecer: hacia
el Sureste han visto muchas islas, que desde el bergantín parecen tan grandes,
al menos, como Santa Isabel.
El viento les ha acompañado y el Santiago se
muestra dócil en estas aguas.
El almirante ha dicho que con eso bastaba y que esa
era 1a derrota que convenía seguir.
Todos hemos asentido y Sarmiento, que desde que
Mendaña le comunicó hace tres semanas que no iría en el bergantín guardaba un
silencio absoluto, no ha abierto en ningún momento la boca.
A mí también lleva tiempo sin hablarme; debe
entender que no he mediado por él ante Mendaña para acompañarnos en el
Santiago. Tiene razón si piensa así.
Pero llevar a mi lado a Sarmiento y a Gallego me
obligaría a tirar por la borda a los dos, a no ser que prefiera que acabemos
todos en el fondo del mar.
Ya le llegará la hora del desquite si las cosas
siguen como hasta ahora.
31 DE MARZO.
Hemos visto indios merodear entre las palmeras,
pero no se han acercado.
Era, pues, gente de Bile, que anda temerosa
todavía desde el último castigo.
Mucho dolor, pues, debimos provocarles.
Como dolor me provoca a mí también tan larga
separación, Isabel.
1 DE ABRIL.
El júbilo se ha desatado entre los hombres que no
van a ir en el bergantín, pues desde que el tiempo ha mejorado nadie quiere
embarcarse.
Tan poca disposición me ha enfurecido y he estado a
punto de azotar a alguno de ellos.
Jerónimo es quien me ha parado.
Él sí viene conmigo.
Así lo he pedido yo, pues cada vez aborrezco más
tanto a los marinos como a los soldados, y necesito un rostro querido en este
viaje que no sabemos cuán largo ha de ser.
2 DE ABRIL.
Hoy se debía haber cargado todo lo necesario para
el bergantín, pero se ha desatado tal tormenta que hemos tenido que trabajar
para que no se nos escapara mar adentro.
Más de media jornada se nos ha ido en sujetarlo y
reparar los daños, aunque pequeños, que ha sufrido el Santiago.
Así que hemos dejado el abastecimiento para mañana.
3 DE ABRIL.
Hemos cargado el Santiago con grandes cantidades de
cocos, ñame, jengibre y palmas para conservar los peces que pesquemos; el resto:
pólvora y mechas para que los arcabuces nos defiendan.
A media tarde se ha decidido largar celas, pero no
se saldrá hasta mañana, ya que el viento no acompañaba. Antes de marchar a la
almiranta a descansar, se me ha acercado Sarmiento, que ha surgido de entre las
sombras: -Cualquiera costa que tenga más de doce leguas de extensión puede ser
alguno de los extremos del Gran Continente Austral.
Signe, señor Ortega, bien su posición, pues puede ser la llave del más grande
descubrimiento desde el de América. Prométame, señor maestre de campo, que así
lo hará. Así lo he hecho.
Ello, Isabel, no cuesta nada.
Luego, he mirado la Cruz del Sur, y a ella y a
la Virgen de Guaditoca, patrona de mi pueblo, me he encomendado.
4 DE ABRIL.
Un fuerte viento ha rajado casi todo el velamen del
bergantín apenas hemos salido del puerto.
Estaba mal cosido y aparejado por las malas prisas.
¿Es que Dios, acaso, no quiere que dejemos
nunca esta isla?
7 DE ABRIL.
Un día entero se tardó en arreglar las velas del
Santiago; pero tampoco pudimos hacernos a la mar porque el viento, si antes
vociferante, luego se tornó mudo. Pero esta mañana, por fin, lo hemos hecho.
Al poco de bojar Santa Isabel, y ya con derrota del
Sureste, hemos visto dos isletas y una isla grande, que se encuentra a unas
seis leguas del puerto en que han quedado fondeadas las naos.
Las dos isletas no tienen más vegetación que
palmeras y deben estar despobladas, pues no nos han salido indios en canaluchos
ni hemos logrado ver pueblos o bohíos.
Hemos gobernado el bergantín hacia la isla más
grande, pero el viento ha amainado y no creo que lleguemos a ella hasta mañana.
Es la mar tan serena ahora, cuando escribo esto,
que no parece que naveguemos, sino que estamos suspendidos en el aire.
La Cruz del Sur, que de tan brillante parece que se
nos ha acercado, nos une, Isabel.
Hoy me he acordado de Pedro, al ver como la brisa,
cuando soplaba, espoleaba la larga cabellera de su hermano Jerónimo.