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domingo, 26 de junio de 2022

Crónicas de una añoranza 1

Apuntes de Diego “El Sereno”

Primera parte

A continuación, pueden leer ustedes, parte de los primeros apuntes que realizó Isidro Escote Gallego, de lo que posteriormente sería un libro.

Prólogo. -

    Jamás cayó en mis manos un libro tan autentico y espontáneo, como el de este guadalcanalense de bien, Isidro Escote Gallego, el que, ya adelanto diciendo que, como Don Quijote, además de ser un visceral soñador, siempre fue gran madrugador y amigo de la caza.
    Creo que el presente libro es tal y como lo he calificado, por estar, precisamente, desnudo en su totalidad de oropeles y falsos ropajes literarios que, en muchos casos, no son sino grotescas máscaras que disfrazan, con ridiculez, lo que sólo son muñecos rellenos de despreciables harapos o, en todo caso, de humo que, como tal, solo sirve para diluirse en el vacío y ensuciar en horizonte.
    Conforme me fui adentrando en la lectura de esta historia de nostalgias y sueños, se fue arraigando en mí, más y más, la cesación de que, lejos muy lejos, de que fuera expresada con falso artificio literario y cierta hipocresía, había ido brotando, por el contrario, de lo más profundo del alma de este trovador del pueblo sencillo, con tal naturalidad, con sinceridad y con tal espontaneidad como, por poner un ejemplo, brotan las fresillas silvestres a la vera de una vereda perdida en el monte, o a orillas de algún arroyuelo cantarín, por el solo hecho de ser Primavera.
    No es precisamente el bueno de Isidro un hombre de “pluma y letra”, según el castizo decir de la gente sencilla del pueblo, en el sentido de ser un hombre que vive de los libros y entre los libros a la sombra de unos estudios universitarios, no, pero esto no quiere decir, ni mucho menos, que le esté vedado ser un hombre que sienta el arte, en su sentido más amplio, como el que más, y que esos sentimientos afloren, ya sea en la pluma o sea, incluso, en el taller, pues de hecho, este honrado hijo de Guadalcanal es un admirable artista en eso de le taxidermia y en otras muchas obras de arte que él sabe crear con “las navajas” de un jabalí o con las cuernas de un venado. No olvidemos que el verdadero artista jamás se hace, sino que nace.
    Todo esto viene a corroborar aún más lo que ya he afirmado de este trovador de Guadalcanal en cuanto a aquello de la autenticidad, espontaneidad y naturalidad, es decir, en eso de llamar al pan, pan, y al vino, vino, sin más sortilegios ni eufemismo, pues esta es la manera en que Isidro Escote escribe este su libro de añoranzas y entrañables recuerdos, que si bien lo son de unos tiempos muy difíciles, en los que no había de nada -pan tampoco- y en un escenario muy aislado y depauperado, allá por las bravías y montaraces Sierras de Hornachuelos, es tal el cariño e, incluso, “el güenángel” con que lo expresa, que más que a llorar, obliga al lector a sonreír entre tierno y compasivo, y es que, a su vez, -¿cómo no? Isidro, entre sevillano y cordobés, es un andaluz de pura cepa, pues nació (allá por la Guerra Civil) en el luminoso y encantador pueblo de la Sierra Norte de Sevilla, Guadalcanal, pero se crío en las cinegéticas sierra de Navaldurazno, del término de Hornachuelos (Córdoba).
    Un hombre que nace y se cría en tan espectacular y campestre escenario, tiene que ser, necesariamente, el amante de la naturaleza más bravía y el ancestral cazador que Isidro es.
    Pero si, además, aunque solo sea por aquello de que “de raza le viene al galgo”, es nieto de aquel mítico y sabio conocedor del campo y de todos sus entresijos, que fuera Diego “El Sereno”, entonces ya no hay más que hablar aquí.
    Y esto es, así como a vuela pluma, lo que pienso de la presente historia, que mi buen amigo Isidro Escote ha intentado dibujar con esos sus pinceles, limpios de todo artificio y al natural en este libro. Una añoranza vibrante y emotiva que, arrancando de aquel admirable Diego “El Sereno”, su abuelo, transcurre a través de su niñez y juventud en unos tiempos que, al lado de los presentes, parecen de la prehistoria, y en unos parajes que, esos sí, antes los actuales debían ser de no sabría decir que Sierra de un paraíso que sólo se puede soñar.
    Y como punto final, ya no me atrevo a decir aquello otro de “como broche de oro”, por parecerme demasiado jactancioso, aquí llevas, estimado amigo Isidro, estas trovas a ti dedicadas.
    Leyendo, Isidro, tu historia de cazador campero, debo decirte sincero, en tu honor y en tu memoria, que he aprendido con euforia, lo que es la auténtica caza y todo cuanto ella abraza, pues heredaste de lleno de aquel tu abuelo “El Sereno”, su “hombría de bien” y su raza.
    La raza del cazador, que atrocha en la serranía, con la casta e hidalguía, del que es todo un señor.
    La raza del deportista, y del que tiene la vista, el poderío y majestad, de la gran águila imperial. La raza en fin de un artista.
    Pues de todo buen cazador, todo un señor debe ser, el pecho lleno de amor, y los pies como un lebrel.
Texto de José F. Titos Alfaro.

Añoranzas de un cazador. -


    Diego “El Sereno”, mi abuelo, fuente de mis amores por el campo y por la caza.
    Los hechos más significativos ocurridos en historia reciente, me van a permitir realizar esta centuria tan llena de acontecimientos en los que siempre he permanecido como fiel testigo para evocarlos con verdadera nostalgia y añoranza.
    Por sus páginas desfilarán suficientes elementos de juicio para ver en perspectiva aquellos episodios que forman parte del acervo de nuestro pasado, con especial hincapié en la temática de la caza y en mi gran amor por el campo.
 También convivirán con nosotros, acontecimientos anecdóticos, pero no menos representativos, que han trazado el curso de las actitudes y comportamientos, en el complicado siglo pasado.
    Trataré de hacer revivir escenas y personajes que han dejado huella en el transcurso de mi vida para poner a nuestro alcance de un modo ameno, sugestivo y riguroso todo el producto de una historia familiar.
    Después de esta pincelada, como introducción, entremos de lleno en materia; empezando por el que fuera la fuente de mi apasionado amor por la caza y por el campo; mi inolvidable abuelo materno, el mítico Diego “El Sereno”.
    Era un hombre alto, más bien delgado, de ojos pequeños y mirada penetrante. Sonreía con facilidad cuando llegaba su momento, y actuaba con rectitud cuando tenía que hacerlo.
    En su rostro, abatido por mil solaneras y otros tantos cierzos, parecían luchar a porfía la pureza y la bondad. Todo un caballero a la antigua usanza, para quién la dignidad y honor de un hombre con patrimonio del alma y sabiendo a su vez, que el alma solo es de Dios.
    Procedente del medio rural, fue Sereno en Guadalcanal sobre el año 1924, de ahí su apodo.
    Cuando tuvo alrededor de 30 años, tomó escopeta y perros y comenzó para él y para los suyos una nueva vida.
    No sé si la necesidad, la suerte o las circunstancias lo hicieron ser la mejor escopeta del lugar, para doctorarse pronto en la difícil ciencia cinegética, y cumplir y hacer cumplir el buen hacer de tan noble deporte.
    Hombre duro, incansable, con unas piernas de acero que llegaba a cansar a las perdices, según me comentaban todos los que lo vieron cazar en la sierra del Viento o de la Albarrana junto a otros cazaderos por donde solía andar, con la Cuerda. (Cuerda se le decía al conjunto de hombres, que cazaban en mano y a un zurrón)  

 
La cómo mejor escopeta, era jefe y por supuesto el que tenía que llevar “la mano baja” que es la que más tiene que andar, al tener que rodear las montañas, mientras que el “la mano alta” no tiene prácticamente más que andar unos centenares de metros en circulo y esperar y esperar a que los demás vayan cerrando, sobre todo al de “la mano baja” que es el que va por la base de cada cerro, para ir copando la caza.
    Por tal motivo el de “la mano baja”, “El Sereno”, tenía que tirar a las perdices a gran altura y a una velocidad de crucero, al cruzar de un lado a otro de las montañas. Esas perdices que, al decir de los castizos van “hablando con Dios”.
    Había dos formas de repartir la caza que se mataba en la jornada, una era “a un zurrón”, (repartir por igual) y la otra, cada uno lo que matara. En esta última solía haber discusiones cuando dos tiraban a la misma pieza. Entonces había que someterlo a juicio de “El Sereno”, quien tras soplar a la pluma o al pelo para ver las entradas de los perdigones, dictaminaba a quien pertenecía y sin mediar palabra, se la echaba a los pies del que la había matado, (nunca se la entregaba en la mano).
    “El Cabrero”, que es como él le llamaba a su escopeta de dos tiros de ante carga, que a pesar del proceso que suponía efectuar la carga de cada disparo, parece ser que lo superaba con la suficiente habilidad y rapidez como para ganarle la acción a las perdices, y no había redención posible cuando se echaba la escopeta a la cara. Un alto porcentaje de las perdices que tiraba tenían que pasar por el enorme zurrón que colgaba de sus espaldas.
    Comentaban los componentes de la cuerda que en las grandes hondonadas abría el compás y no dejaba pasar ni a una perdiz por alta y rápida que pasara. La necesidad le había enseñado a no fallar, porque del esfuerzo físico y de su habilidad de cazador pendía el sustento de toda su familia. ¡Como el que no dice nada!
    Él tenía gran estima por su escopeta, que conocía muy bien y se sentía muy seguro con ella; una anterior le había reventado, y lo pudo dejar manco de la mano izquierda que desde entonces tenía un poco tarada, pero que no le impedía para nada en el desenvolvimiento diario, por eso se agenció “El Cabrero”, que tenía los cañones alambrados, para evitar que sucediese lo peor.
    Cuando regresaba, bien entrada la noche, con el zurrón bien repleto de caza, me contaba mi abuela que ella tenía que salir por todo el pueblo, para vender la caza, de la que por lo menos, tres o cuatro piezas, que era el valor de las alpargatas, que “El Sereno” rompía cada día de caza andorreando por esos de Dios, con la innata sabiduría de un superdotado y la astucia de un gato montés.
Así, más o menos, transcurre la segunda etapa de la vida de Diego “El Sereno”, hasta que cierto día, un señor extremeño, enterado de su valía en el arte venatorio, lo mandó llamar para que se pusiese a su servicio, cosa que “El Sereno” aceptó complacido, y desde aquel día comenzó la tercera etapa de su vida para tomar los hábitos y velar las armas de la guardería andante, y la que ya no cambiaría, mientras vivió.
    El señor extremeño, dueño nada más y nada menos que de “Cantargallo”, una enorme dehesa considerada en aquel tiempo como una de las mejores de Extremadura en lo que a caza menor se refiere y sobre todo a perdices.
    Por ineludibles compromisos, este señor tenía que disponer de una cantidad de perdices todos los días, para mandarlas a determinadas personalidades de la villa y corte, y esto creo yo que fue el principal motivo por el cual mi abuelo fue requerido por D. Fernando Zambrano de Ardáy,
    El señor extremeño estaba interesado por aquel tiempo en la compra de un coto de caza Mayor, y quien mejor que “El Sereno”, para su elección, que no dudo en poner los ojos en Hornachuelos, ya que conocía buena parte de aquellas tierras por sus andancias cinegéticas, y así un determinado día, mi abuelo, montando una yegua castaña, partió por orden de D, Fernando a la búsqueda de un coto que estuviese en venta en las sierras de Hornachuelos, que entonces era muy reducida con respecto a lo que hay hoy.
    Volvía mi abuelo al cabo de unos días enamorado de Navaldurazno, -el coto seleccionado- y comento largamente con el nuevo jefe todo lo que había visto por toda la zona. Parece ser que todo aquel comentario impresionó al señor extremeño y antes las afirmaciones que le hizo “El Sereno”, no dudó en comprarlo, y sin molestarse en ir a verlo, lo mandó de nuevo a Hornachuelos con la señal de compra de la tan codiciada finca.

Isidro Escote Gallego.

domingo, 12 de junio de 2022

La Sierra Morena de Sevilla y sus paisajes y 6

Última  Parte

 4.1_ Diagnóstico general del paisaje

    Pese a la creciente consideración de los valores y recursos paisajísticos, no puede obviarse el carácter novedoso que esta nueva dimensión y funcionalidad del territorio presenta tanto a nivel institucional como social. Resulta, por tanto, fundamental acompañar cualquier estrategia de protección o mejora del paisaje en un determinado ámbito con iniciativas destinadas a resaltar la importancia que, en términos patrimoniales, socioeconómicos y de calidad de vida, ha adquirido el paisaje en las últimas décadas. Esta tarea de sensibilización, acompañada de las tareas formativas o de asesoramiento a los poderes públicos locales, se hace especialmente necesaria en áreas como la Sierra Norte sevillana, donde todavía se observan algunas reservas respecto a las políticas ambientales, siendo entendidas por determinados colectivos o sectores sociales como negativas para el desarrollo del área.

    Se plantea, de esta manera, la necesidad de hacer evidentes las posibilidades que ofrece el paisaje en relación con la cualificación y singularización de los productos y servicios del ámbito serrano, como un nuevo recurso patrimonial que puede ser movilizado y, en definitiva, como un eficaz indicador de la calidad de vida del área. Por el contrario, debe desecharse cualquier lectura que identifique al paisaje como una imposición burocrática que viene a sumarse a las limitaciones específicas que afectan al ámbito en virtud de sus valores ambientales o culturales.

    A partir de este reconocimiento del paisaje como patrimonio territorial, deberán desarrollarse las medidas oportunas para preservar y revalorizar los componentes y espacios que contribuyen a generar la cualificada imagen paisajística de la que disfruta este sector de la provincia de Sevilla. En este sentido, es preciso indicar que, junto con la recuperación de determinados recursos en claro proceso de degradación (fundamentalmente, edificaciones vernáculas y muros de piedra seca), es necesario reforzar la dimensión paisajística de determinados elementos patrimoniales (tanto naturales como culturales), en los que no han sido suficientemente explicitados o gestionados sus valores estéticos y perceptivos.

    En algunos casos, la reconsideración desde una perspectiva paisajística de estos componentes del patrimonio territorial pasará por el estudio de las relaciones espaciales y visuales que establecen con su entorno inmediato o con otros referentes más lejanos con los que de alguna forma interactúan. En otras ocasiones, el tratamiento paisajístico de estos elementos patrimoniales deberá compatibilizar el mantenimiento de sus valores ambientales, históricos o culturales con los usos y significados que la población les atribuye o les ha atribuido tradicionalmente. No debe olvidarse en ningún caso que la accesibilidad y el disfrute social de estos recursos también contribuyen a su preservación, evitando su abandono o su olvido con el consiguiente peligro de degradación ambiental y paisajística. La apertura y el mantenimiento de itinerarios y equipamientos públicos que permitan el acercamiento a los referentes territoriales y paisajísticos del área deben formar parte, por tanto, de la estrategia general de intervención en el paisaje serrano.

    Siendo importante la adopción de medidas paisajísticas relativas a los elementos o espacios con mayor grado de reconocimiento o singularidad, no puede obviarse el carácter dinámico y evolutivo de la mayor parte del territorio serrano, conformado a partir de la actuación continuada del ser humano sobre el medio. El mantenimiento de los paisajes agroforestales del área, con la dehesa al frente, necesitan fundamentalmente actuaciones y medidas orientadas a mantener su funcionalidad. Desde este punto de vista, la preservación de la calidad paisajística del ámbito está estrechamente ligada a la gestión y al mantenimiento de las labores y actividades tradicionales que, en última instancia, son las que han generado los paisajes que actualmente percibimos y apreciamos (prácticas ganaderas extensivas, tareas de mantenimiento de la dehesa, saca del corcho, explotación de recurso selvícolas, mantenimiento de huertas en los entornos urbanos). Junto a estas prácticas tradicionales, la continuidad y la integridad ambiental de los paisajes serranos también requerirá de la adopción de intervenciones e iniciativas destinadas a evitar incendios forestales, a renaturalizar y reforestar espacios degradados, a minimizar los procesos erosivos asociados a la agricultura, así como a promover la integración paisajística de las nuevas construcciones e infraestructuras en el territorio.    


En el entorno de los núcleos, así como en determinados enclaves productivos, la actuación paisajística debe orientarse fundamentalmente a la ordenación física del espacio (comenzando por la eliminación de los focos de suciedad o degradación existentes), al control de los procesos constructivos (dimensionándolos y ubicándolo correctamente), a la integración de las actividades o elementos con mayor incidencia paisajística (antenas, instalaciones técnicas, depósitos, playas de descarga o almacenamiento, áreas de estacionamiento) y, cuando resulte pertinente, su recualificación a través de intervenciones con criterios paisajísticos.

 4.2_Definición de objetivos de calidad paisajística

• Unos paisajes adehesados sostenibles y multifuncionales que preserven y pongan en valor sus recursos patrimoniales, culturales y paisajísticos.

• Unos paisajes agrícolas serranos compatibles y adaptados a las limitaciones del terreno pero que resulten competitivos en función de su especificidad o de la aplicación de prácticas productivas ecológicas o tradicionales.

• Una imagen tradicional de los núcleos serranos acorde con los valores históricos y culturales que atesoran, siendo imprescindible a tal efecto el máximo respeto por las características urbanas y tipologías constructivas en las que se sustentan las representaciones y significados socialmente atribuidos. Especial atención merecen en este sentido, las vistas externas, los bordes y periferias urbanas recientes, así como las entradas a los núcleos, que presentan una especial sensibilidad en función de los procesos urbanizadores y edificatorios que suelen desarrollarse en ellos.

• Un patrimonio cultural asociado a la explotación de los recursos naturales de la Sierra Norte (minería, aprovechamientos agroforestales, ganadería, obras hidráulicas,…) que se mantenga en buen estado de conservación y que se incorpore como un activo territorial para la implementación de estrategias diversificadas de desarrollo socioeconómico del ámbito mariánico.

• Unos paisajes naturales connotados (parajes o espacios que gozan de un mayor reconocimiento institucional y social) en los que se concilien el acceso y disfrute público de los recursos y valores sobre los que se sustenta su mayor consideración con la preservación de los procesos y formas que los singularizan o caracterizan.

• Unas implantaciones productivas y terciarias (polígonos industriales, enclaves turísticos u hosteleros, naves de transformación o distribución de los productos serranos,…) en medio rural adaptadas a los significados de naturalidad e integridad que se atribuyen a amplios sectores de la sierra.

 Bibliografía de referencia y saber más

• AGUDO TORRICO, J. (1984), Arquitectura popular en la provincia de Sevilla, en VÁZQUEZ MEDEL, M. (dir.), Sevilla y su provincia. Tomo I. Ediciones Gever S.A.: Sevilla. pp. 115-148.

• BUENO MANSO, F. (1995), Guía de la naturaleza de la provincia de Sevilla. Centro Andaluz del Libro, Diputación Provincial de Sevilla, 127 pp.

• CARMONA GRANADO, A. y JIMÉNEZ CUBERO, S. (1995), Cazalla de la Sierra. Naturaleza e historia. Sevilla, Ayuntamiento de Cazalla de la Sierra.

• CONSEJERÍA DE MEDIO AMBIENTE (1999), Manual práctico Parque Natural Sierra Norte de Sevilla. Consejería de Medio Ambiente, Junta de Andalucía.

• DÍAZ QUIDIELLO, J. (Coord.) (2009), Atlas de la historia del territorio de Andalucía Consejería de Vivienda y Ordenación del Territorio, Instituto de Cartografía de Andalucía, Junta de Andalucía.

• DIRECCIÓN GENERAL DE LA RED DE ESPACIOS NATURALES PROTEGIDOS Y SERVICIOS AMBIENTALES (2003), Plan de Desarrollo Sostenible del Parque Natural Sierra Norte (Sevilla), Servicio de Fomento de Espacios Naturales, Consejería de Medio Ambiente, 2 vol.

• FERNÁNDEZ CACHO, S., FERNÁNDEZ SALINAS, V., HERNÁNDEZ LEÓN, E.,

LÓPEZ MARTÍN, E., QUINTERO MORÓN, V., RODRIGO CÁMARA, J.M., ZARZA BALLUGUERA, D. (2010), Paisajes y patrimonio cultural en Andalucía. Tiempo, usos e imágenes. Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, Junta de Andalucía, Consejería de Cultura, 2 vol.

• Plan Especial de Protección del Medio Físico de la provincia de Sevilla (1987), Consejería de Obras Públicas y Transportes, Junta de Andalucía.

• REQUENA SÁNCHEZ, M.D. (1993), Permanencia y cambios de la Sierra Norte de Sevilla. Estudios Integrados de Geografia. Sevilla, 1993.

• SILVA GARCÍA, J.A. (2002), El Parque Natural de la Sierra Norte, Excmo. Ayuntamiento de Constantina.

• ZOIDO NARANJO, F., SILVA PÉREZ, R., FERNÁNDEZ SALINAS, V., RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ, J., TROUT TATE, A., PARDO GARCÍA, S.M. (2011), Entorno urbano de Constantina. Identificación, caracterización y cualificación de recursos paisajísticos. En: Paisajes de Oportunidad. Convención Europea del Paisaje y Participación: las acciones piloto del proyecto

PAYS.MED.URBAN, Ed. Maggioli, pp. 98-103.

Catálogos de Paisajes de la Provincia de Sevilla 

domingo, 5 de junio de 2022

Últimos días de la feria de Guaditoca

La historia de la feria y la ermi­ta se confunden en su origen

No nació la feria, que desde re­mota fecha se celebraba alrede­dor del Santuario de Guaditoca, en Guadalcanal, de privilegio de los Reyes; ni debió su origen a con­cepción de los grandes Maestres de la Orden de Santiago, a la cual perteneció por luengos años el se­ñorío de la Villa; ni lo instituyó el Ayuntamiento por auto de sus al­caldes y regidores; nació como otras instituciones populares de una necesidad y creció y se des­arrolló a lo sombra de la Virgen de Guaditoca.

La historia de la feria y la ermi­ta se confunden en su origen con la romería anual que la Pascua del Espíritu Santo se celebraba coinci­diendo con las fiestas religiosas de los pueblos y hermandades de la comarca dedicaban en honor de la que hoy es su Patrona muy ama­da, a quien veneran con amor de hijos fieles.

De no existir carta o privilegio de concepción del ferial, se quiso hacer argumento poderoso a fines del siglo XVIII contra la permanen­cia de la feria en los llanos que rodean la ermita de Guaditoca.

Del incremento que llegó a al­canzar en los días gloriosos del Santuario, puede darnos idea el número de mercaderes y tratantes que acudían en busca de lucro y ganancia al ferial. El cuaderno for­mado en 1786 para el ajuste de la cuenta de maravedíes que cobró en aquel año la justicia de la Vi­lla, nos da testimonio de que allí se vendía desde las vituallas más necesarias hasta los objetos más lujosos y superfluos.

En los porta­les que formaban una gran plaza delante del Santuario estaban las tiendas de lienzos, sedas, sombre­ros. En los puestos de las esqui­nas ya adosados a los muros del Santuario se vendían vinos, taba­co, chacinas y toda clase de alimentos. En mesas y tablas que arrenda­ba el Santuario, tenían sus vende­jas los jilgueros de Sevilla, de Carmona, de Tocina, de Medina de las Torres y de Fuente de Cantos; los de Montemolín vendían costa­les, los granadinos pitos, los de Berlanga bayetas, frutas los de Palma y mil y mil cosas en que pu­dieran gastar dinero los peregri­nos, ya para proveerse de cera o para tener algún recuerdo de aquellos días pasados en las ve­gas de Guaditoca.

Pero la parte más importante del ferial era el mercado de gana­do. El sitio reunía para ello las me­jores condiciones, ya que los pas­tos son abundantes en las dehesas próximas al río.

La causa principal del incre­mento que adquirió la feria no era otra que la devoción a la Virgen Bendita de Guaditoca, que atraía a su Santuario legiones de devo­tos para asistir a las fiestas religio­sas que en su honor se celebran. Sólo las hermandades de Guadalcanal, Valverde, Berlanga y Ahillones daban buen número de ro­meros, a los que no les importaba lo penoso del camino, ni las mo­lestias de la estancia, y aunque las hermandades tenían casas pro­pias, no había alojamiento para todos.

La animación y vida comenzaba desde la víspera del día de Pen­tecostés, en el que hacían entra­da Cofradías para el culto a la Virgen.

Desde el amanecer de dicho día se celebraban misas en el Santuario. La función principal se cele­braba el segundo día de Pascua por el clero de Santa María. La úl­tima tarde salía la procesión, for­mada primero por las mujeres, que llevaban en andas de plata al Ni­ño Bellotero, y después los hom­bres con la imagen de la Virgen, en andas de plata también.

Se recorría la plaza, siguiendo por la acera derecha y volviendo por la izquierda; y al pasar por los puestos de confituras arrojaban puñados de ellas a las andas.

Colocábanse las andas de la Virgen sobre la peña de la apari­ción, volviendo al Templo, donde se pujaban los mástiles para tener el honor de entrar a la Virgen en Santa Casa.

El final de la feria era el regreso de aquella multitud a sus hogares, hasta el año siguiente. Tal era la feria de Guaditoca.



PLACIDO COTE (Hijo) Alumno de 8.° Curso. 14 años
Revista de Feria 1980