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domingo, 24 de julio de 2022

Crónicas de una añoranza 3

Apuntes de Diego “El Sereno”

Tercera parte

Penigote. -

    El paraje del Penigote no es desconocido para nadie de Guadalcanal, aunque sólo lo visitaba una minoría, debido al difícil acceso que tenía, por la cantidad de maleza que lo rodeaba.
    Las coscojas y las aulagas, hacían casi impenetrable la subida que se hacía por una vereda, que partía del Puerto de Cazalla y que luego seguía por toda la loma de Hamapega, y cuando quedaba poco, se hacía más fuerte la pendiente hasta llegar a lo alto.
    Un punto a 904 metros de altitud donde los cazadores se reunían para tomarse un descanso, y planificar el seguimiento de la caza, sobre todo cuando cazaban a mano la Sierra del Agua y las Umbrías.
    Las perdices de la Sierra del Agua morían en la ribera de Benalijar, y las de las Umbrías lo hacían por la tarde en las puertas del pueblo.
    Los hombres de la cuerda que mandaba “El Sereno”, sabían muy bien de una vez para otra lo que tenían que hacer, para conducir la caza a través de la sierra sin volverse y que les tirara alguna escopeta.
    Valiéndose de la estrategia que ellos tenían tan ensayada, sabían mantener la caza copada todo el tiempo que hiciera falta hasta llevarla al matadero.
    Cuando cazaban la sierra del Viento, y parte de la que pertenece al término de Fuente del Arco, solían entrar las perdices dentro de las calles del pueblo, y las mujeres y los niños las cogían sin ningún esfuerzo al estar completamente agotadas.
    En el pueblo, se sabía de antemano el día de la cacería y la gente salía al encuentro de los cazadores, para coger las perdices cansadas.
    Entonces no había alambradas ni lindes cinegéticas, ni nada de eso, y se podían cazar grandes extensiones de terreno en una sola jordana, sin nada que lo impidiera.
   Nadie podía presagiar que, con el tiempo, el Penigote se convertiría en un punto estratégico para instalar el famoso canal cuatro de V.H.F. hoy desaparecido, la Televisión, (la tele), para entendernos mejor, sólo la conocíamos de haberla visto en alguna película americana.
    La Televisión, dio comienzos a finales de la década de los cincuenta, en Madrid, en el Paseo de la Habana, aunque en Andalucía no lo hizo hasta finales de 1961.
    Con la famosa emisora de Guadalcanal, la tercera que se montaba en la península, después de Navacerrada y Santiago de Compostela, comenzaba para todos, algo nuevo y novedoso, sobre todo para los que de una manera o de otra, hacíamos posible que el milagro entrara cada día en todos los hogares de Andalucía.
    Los comienzos de la “Tele” no fueron nada fáciles para nadie, los medios técnicos y económicos disponibles eran escasos, y llagaba a destiempo y con cuentagotas.
    Todo aquel complejo mundo, se montó con premura, nunca supe por qué, aquel montaje corría tanta prisa hacerlo, cuanto antes, tal vez para que el primero de octubre, lo inaugurara “el Caudillo”; se hizo desde Guadalcanal, un simulacro de conmutación automática a distancia, (entonces inexistente), para que el mismo lo pusiera en marcha desde Madrid.
Entonces se hacían todo tipo de retransmisiones desde Guadalcanal con equipos móviles que se montaban sobre la marcha en la torre, y cuando se conseguía enlazar con el sitio que fuera, se mandaba la señal a Madrid (Control Central), y luego de vuelta se transmitía por Guadalcanal que era el único transmisor que había en toda Andalucía.
    Los cambios climáticos arriba en invierno, son variables y frecuentes, de un momento a otro cambia el tiempo, y había veces que nos pillaba desprevenidos y teníamos que aguantar como fuese donde nos pillara.
Tuvimos que fabricar nosotros mismos, una especie de bípode (hoy lo tengo en La Ponderosa de mesita en el merendero como recuerdo), para poder sujetar los equipos a la torre con unos tensores de acero, y así y todo había que pedir a Dios que no hiciese mal tiempo, después se hicieron los montajes definitivos, y a prueba de la climatología ambiente.
    Todo aquello se hacía con la mayor naturalidad, era una especie de normativa que se hacía rutinariamente, no existía ningún tipo de conmutación manual ni automática; todo se hacía cambiando los cables por la parte posterior de los equipos, y es que entonces había tiempo para todo.
    El tiempo transcurría sin medida, no teníamos jornada de trabajo, era supervivencia lo que hacíamos en la emisora. Las emisiones daban comienzo a las 14,00, horas con el telediario, hasta las 17,00, y por la noche terminaban a las 00:00, horas el resto del tiempo se emitía carta de ajuste y un tono de mil Hz.
    Mientras tanto el personal permanecía haciendo las labores de mantenimiento y reparaciones, y cuando no teníamos servicio eléctrico, que ocurría con frecuencia, por ser entonces de madera las líneas de alta, se caían los postes a consecuencia del agua y el viento, y al no disponer de grupo electrógeno no se podía dar ningún tipo de programa; igual que cuando se producían cortes de enlace que también estaban a merced del mismo servicio eléctrico; mientras tanto manteníamos la emisora con una carta de ajuste, pero esto no convencía a nadie, y seguían acordándose de toda nuestra familia.
    Cuando los cortes se prolongaban mucho, hacíamos lumbre en la chimenea del comedor para ambientar un poco la casa y de camino asar alguna que otra castaña, que, junto con las aceitunas machacadas cogidas al paso, y sorbete del duende, (el Duende es un clarete que elaboran en un lagar a orillas de la carretera en la sierra lo “cazalla”), nos ayudaban a paliar el temporal.
    Las averías en la antena, comenzaron a hacer su aparición, con la llegada del mal tiempo, y era un problema que nadie quería asumir, por la peligrosidad que suponía subir a tanta altura, y había que esperar a unos técnicos que tenían que venir de Madrid, pero que siempre tardaban un par de días en llegar, porque no se encontraban disponibles cuando se les avisaba. Mientras tanto el transmisor se mantenía a media potencia o apagado, en prevención de males mayores: yo conocía un poco cómo funcionaba todo el complejo de antenas, porque había visto su montaje a los holandeses; y aunque no era de mi competencia me ofrecí para subir y repararlo.
    Desde entonces ya siempre me encargué de resolver todas las averías que surgían arriba, hasta que me hice mayor y me relevaron de tan peligroso trabajo.
    Teníamos muchas visitas, de gentes que les picaba la curiosidad de subir por el solo hecho de conocer aquello, sobre todo en los primeros tiempos, aunque se marchaban sin haber comprendido nada a pesar de las explicaciones que les dábamos, a grandes rasgos de cómo funcionaba todo aquello; y al final de todo lo que más les gustaba era el paseo que se daban por los exteriores para contemplar el bello paisaje que desde allí se domina.
    La tele fue para todos nosotros un centro de aprendizaje donde cada día aprendíamos algo nuevo: los que sabían electrónica, aprendieron otras técnicas, y los que no la sabíamos terminamos siendo maestros en el oficio.
    Hacíamos de todo. Igual reparábamos una avería de origen electrónico, que le poníamos el percutor a una escopeta, que hacíamos una paella, (que para eso teníamos un hermoso recetario de cocina), o cazábamos un par de gazapos al tenazón por las cercanías, para el regocijo de los más glotones que se flotaban las manos a la hora de comer.
    Fueron asignaturas que, con el tiempo, fuimos asimilando para nuestra propia supervivencia.
De expedición con el Reclamo de Perdiz

    Joaquín Llamazares y mi abuelo, el mítico Diego “El Sereno”, eran muy amigos y cazaban el Pájaro en La Loma (entonces de Carrizosa), del término de Hornachuelos.
    Todos los años solían acudir desde Guadalcanal con sus reclamos y correspondientes bártulos, y se estaba quince o veinte días por aquellos páramos, y he aquí, que cierto día, sorprendió una cierva en el puesto a Joaquín, lo que dio para charlar cada vez que pasaban por aquel lugar y siempre lo comentaban largamente como algo que no se había visto antes por allí.
    Los cotos de caza mayor por aquel entonces terminaban en Mata Román, y las reses raramente se veían por aquellos lugares.
    Hoy estos cotos están prácticamente en el centro de lo que es la famosa zona de caza mayor de Hornachuelos.
    En los últimos tiempos, la caza mayor ha crecido mucho en el término de Hornachuelos y se ha extendido incluso a otros términos de las provincias de Badajoz y Sevilla
    En la vega de “Las Ventosillas”, en el río Bembézar, y en el lado de la finca San Calixto, que se llegaba por el barranco de “La Tiembla”, era por donde solían bajar a cazar el Pájaro. Había un colmenar en una especie de tornasol antes de arrancar a subir a unos morros que había en frente. Allí eran muy valientes los Pájaros,
    Y decían ellos que merecía la pena bajar a colgar por aquellos parajes que siempre son más abrigados y por supuesto más tempranos para la caza del reclamo.
    Joaquín tenía la costumbre de encender un cigarro puro cuando se levantaba del puesto, pero esta vez le dijo mi abuelo: Joaquín a mala hora te vas a poner a fumarte el puro con la pechuga que nos queda hasta llegar a lo alto, no tardara ni cinco minutos en que se apague o lo tengas que tirar. Joaquín no dijo nada, pero cuando aparecieron por San Calixto, después de subir por una umbría impresionante, le dijo a mi abuelo: Mira, Diego, ni se ha apagado ni lo he tenido que tirar. Esta anécdota nos da una idea de la capacidad de aguante que tenían aquellos hombres.
    San Calixto por entonces era una pequeña aldea de veinte o treinta habitantes y solo se podía encontrar vino, pan, tabaco y pocas cosas más, pero siempre paraban un rato para tomar algo y charlar con algún conocido; allí los esperaba un muchacho con unas caballerías para llevarlos a La Loma, que era donde tenían la queda, porque, a su vez, eran también muy amigos de Manuel Carrizos el dueño de la finca, tenían que pasar por la casa del Enano que no era enano, que era apodo. Había un pilar y siempre les daban agua a los caballos, pero cuando estaban lavando las hijas del Enano que eran muy guapas, ellos no sabían que hacer para que tardaran más tiempo en beber los caballos, y así no alejarse de allí y charlar más rato con las dos bellas mujeres.

Isidro Escote Gallego.

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