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domingo, 28 de agosto de 2022

Emigración y población de Guadalcanal

Una villa que languidece

 

                Este estudio pretende analizar la población y emigración de Guadalcanal y sus factores durante la segunda mitad del siglo XX, pero antes analizaremos unos datos que convienen recordar a través de los siglos.

         Los primeros censos fiables que hemos encontrado se retrotraen a finales del siglo XV y durante el siglo XVI. El primer factor a tener en cuenta es que Guadalcanal hasta 1521 la villa se encontraba fuertemente fortificada, por ser Guadalcanal comunero, fue mandado por Carlos I tirar las murallas, así pues, existían dos tipos de censo, los vecinos propios de la villa y los que vivían en extramuros, esta última población era menos numerosa y más flotante, principalmente eran comerciantes y pecheros atraídos por el comercio de la Encomienda de Guadalcanal, tales como pieles, carnes,  cereales, vinos, ganados, zumaque y otros derivados de sus ricas dehesas y campos de labor.

         Durante el siglo XVI hay que analizar que influyeron en la fluctuación de las estadísticas, por una parte en la primera mitad del siglo, la emigración a Indias mermó la población, entre 1506 y 1526 se contabilizaron 375 individuos que viajaron al nuevo mundo para probar fortuna y durante la siguiente década emigraron de la villa otros casi doscientos individuos, unos como soldados de fortuna, es el caso de Pedro Ortega Valencia que con la expedición  de Alvaro de Mendaña en Enero de 1568 descubren las islas de Salomón y bautizando a la mayor más importante con el nombre de su villa. Otros eran comerciantes y la mayoría como sirvientes, muchos de los cuales llegaron a hacer fortuna y llegaron a formar capellanías y favorecieron los iglesias y conventos de la villa.

          Otro dato destacable de este siglo fue el descubrimiento y posterior explotación en el término de las minas de plata de Pozo Rico, en el año 1555 por Martín Delgado. Si bien este acontecimiento atrajo en los años siguientes gran cantidad de técnicos, obreros y esclavos para su explotación, tuvo poca incidencia en la población del Concejo, ya que en principio la mayoría se quedaban en barracones junto a la mina y posteriormente llegó a formarse un poblado que contaba con iglesia, almacenes de suministros, etc., llamado San Antonio de la mina y que llegó a contar con más de 150 almas. 

Año

1494

1498

1515

1571

1591

Habitantes

1370

1500

1700

1200

1055

          En la hambruna primera mitad de la centuria del siglo XVII se estableció la población ligeras fluctuaciones, en la segunda mitad del siglo, la pandemia de la peste y la hambruna provocada por la misma, provocó que la población de Guadalcanal disminuyera en más de un 50%, así, en el año 1639 se contabilizaban casi mil vecinos y en 1650, apenas sobrepasaban los 500, la población poco a poco se fue recuperando, terminando este siglo con aproximadamente 1.200 habitantes. 

Año

1612

1639

1646

1670

1689

Habitantes

1000

1080

480

591

639

 Durante los siglos XVIII y XIX la población de Guadalcanal, así como la del resto de España registró un considerable incremento. En el siglo XVII una vez superada las hambrunas y pandemias del siglo anterior, la villa registró un avance demográfico muy considerable, por una parte, se expandió la villa con nuevas edificaciones en el casco urbano, así como la creación de nuevos barrios en los aledaños de la misma, Erillas, Majalillo, Cotorrillo y otros, así como el incremento de habitantes en el asentamiento pedáneo de Malcocinado y en las cortijadas del término municipal, vinieron nuevos pobladores de pueblos cercanos e incluso de la vecina Portugal, atraídos por el trabajo en el campo, principalmente en la vendimia y recogida de grano, estos individuos que en su mayoría venían solos, esposaron con mujeres de la villa y formaron familias, otros venían con la familia, principalmente, los que tenían hijos aptos por su edad para trabajar.

Por otra parte, en este siglo ya eran más fiables las estadísticas, gracias a los recuentos periódicos que se hacían a través del Vecindario General de España de Campoflorido. Así, Guadalcanal comenzó el siglo con apenas 1.200 habitantes y termino con una cantidad cercana a los cuatro mil.

Año

1710

1725

1750

1780

1795

Habitantes

1280

1890

2365

3770

3845

El siglo XIX continuó con la progresión demográfica de la centuria anterior, con datos censales aún más fiables pues en la segunda mitad comenzó a funcionar el Instituto Nacional de Estadística, hay varios factores que si conviene analizar, por una parte, en 1833 comenzó el expediente de segregación del barrio pedáneo de Malcocinado y terminó el proceso en 1842, con está disyunción, la villa perdió aproximadamente 325 vecinos entre los residentes en la propia población y las cortijadas cercanas que quedaron bajo su jurisdicción. En 1855 llegó a la villa la epidemia de cólera, aun cuando no fue tan nefasta como en otros pueblos cercanos, mermó la población,  A partir de ese año, Guadalcanal siguió recuperando población, mayor número de nacimientos y nuevas familias foráneas que se establecían, sin bien, en los años finales de la centuria, la población se estabilizó o incluso se percibe una ligera disminución, uno de los acontecimientos atribuible es la pérdida del 90% del viñedo a consecuencia de la filoxera en el sur de la península. 

Año

1820

1840

1860

1887

1897

Habitantes

4460

5446

5441

6139

5935

 Pasamos a analizar el siglo XX por proximidad y por objeto principal de este estudio. Hay un dicho en Guadalcanal que por repetido no es cierto, “cuando Guadalcanal tenía diez mil habitantes”, el mayor índice de población recogido en Guadalcanal por el Instituto Nacional de Estadística fue en 1935 con 7.629 habitantes.

En la primera mitad del siglo y hasta la siguiente década, Guadalcanal conoció una floreciente industria, con fábricas de aguardiente, alfarerías, molinos de aceite, orujos y cereales, carpinterías, fraguas, fábricas de tejas y refractarios, jabones, harina y pan, aguardientes, construcción y un complejo entramado de pequeñas industrias, talleres de artesanos y establecimientos de todo tipo que daban cobertura a las necesidades de la población, asentando la misma.

A partir del citado 1935 el declive ha sido progresivo, hasta la fecha actual que se registran apenas 2.630 habitantes. Si analizamos las consecuencias son muchas y decrecientes. En la siguiente década, Guadalcanal perdió más de 1.000 habitantes, la guerra civil disminuyó la población lamentablemente, por una parte, los muertos de ambos bandos, por otra, la cantidad de familias que tuvieron que abandonar sus hogares por motivos políticos.

El censo de 1.960 del INE reflejaba una población de 6.075 habitantes. Pero el gran éxodo y pérdida de población fue en la veintena del 60 al 80, cuando disminuyo la población prácticamente en un 50%, el trabajo empezó a disminuir, los padres no querían para sus hijos el futuro que se avecinaba y empezó el gran éxodo a  grandes ciudades y pueblos industriales, En la década de los 60 solicitaron la baja del padrón municipal 1.517 guadalcanalenses, siendo sus destinos principales a Madrid capital 172 vecinos, pueblos de la provincia 88, Barcelona capital 259 y pueblos 188, Sevilla capital 219, y así, una larga lista de ciudades y pueblos hasta completar la citada cifra. Este éxodo continuó en menor pero apreciable cuantía hasta 1.980, terminando con un censo de 3.261 habitantes.

Año

1900

1920

1930

1935

1940

1960

1980

Habitantes

5,786

6,714

7,376

7.629

6,931

6,075

3,261

 Progresivamente a la falta de trabajo en el sector principal del pueblo, las tareas en el campo y la ganadería principalmente, las empresas fueron cerrando o trasladándose a pueblos cercanos, como el caso de Industrias metálicas Serna a Llerena o Refractarios San José que se trasladó a la vecina Berlanga. La industria de refractarios de gran incidencia en el tejido empresarial de Guadalcanal ha quedado reducida en la actualidad a solo una que trabaja de forma casi residual, otros gremios que desaparecieron fueron los molinos de aceite, limitándose en la actualidad a una cooperativa, un grupo olivarero y un particular, o las carpinterías, en la actualidad agrupadas en una cooperativa y gran parte de ellas desaparecidas.

Año

1990

1998

1999

2000

2010

2019

Habitantes

3,321

3,067

3,015

2,976

2,962

2.627

 A partir de los años 80 del pasado siglo, la población va decreciendo en cantidad menos progresiva, lamentablemente, es una población envejecida, la falta de trabajo y oportunidades para la juventud, va condenando a Guadalcanal a una desolación alarmante, que si los políticos o quien corresponda no interceden, nunca saldremos de la rueda de la España despoblada.

Fuentes. - Archivo personal, Hemerotecas, Instituto Nacional de Estadística, Guadalcanal siglo XX (Ignacio Gómez Galván), Historia de Guadalcanal (Andrés Mirón), La villa Santiaguista de Guadalcanal (Manuel Maldonado Fernández), Emigración a Indias y Capellanías en Guadalcanal (Javier Ortiz de la Tabla Ducasse), Economía y Sociedad en Guadalcanal durante el antiguo régimen (Manuel Maldonado Fernández) y Revistas de Ferias y fiestas de Guadalcanal.

Rafael Spínola Rodríguez

domingo, 21 de agosto de 2022

Crónicas de una añoranza 5

Apuntes de Diego “El Sereno”

Quinta parte 

El Furtivismo


    El furtivismo es la escuela de donde siempre salieron los mejores guardas jurados de caza. A primera vista esto parece un contrasentido pues la transformación de un furtivo en guarda jurado, manda narices, sin embargo, no es un caso extraño ni mucho menos, casi todos los grandes guardas jurados han pasado por el noviciado del furtivismo antes de tomar los hábitos para velar las armas de la guardería andante.
    ¿Quién no conoce a alguno de estos hombres, nacidos en el fondo de la serranía, con el olor de las jaras pegado a la ropa?
    Pecadores de todos los pecados cinegéticos a lo largo y a lo ancho de nuestros montes para al final tomar los hábitos de la canonización.
    No es nada nuevo el furtivismo en ninguna parte, es algo que se viene practicando desde tiempos inmemorables acentuándose en unas épocas más que en otras, por una gran cantidad cazadores.
    Aunque todos digamos lo contrario, hemos sido participes en este tipo de caza en alguna ocasión a pesar de la dureza que las leyes de caza han tratado de siempre a este tipo de infractores.
    A raíz de la aparición masiva del automóvil, cuando todo se pone al alcance de la mano, y no importan las distancias para transportarse en poco tiempo, y de una manera rápida lo que en el furtivismo es primordial, para evadirse de la intervención de los agentes de guardería o de la Guardia Civil, parece que se hace más popular esta forma de cazar.
  Existe diversas formas de practicar el furtivismo, todas ellas casi siempre de eficaces resultados, sobre todo cuando se caza desde el automóvil, difícilmente se marra una pieza sobre todo si se trata de caza mayor.
    En los viejos tiempos, el furtivismo se hacía utilizando medios muy rudimentarios, pero que también daban buenos resultados, porque eran manejados por hombres muy diestros en el uso de aquellos pertrechos; y las circunstancias les habían enseñado a afinar al máximo sus cualidades de cazador para no volver con las manos vacías.
    En la actualidad se hace un furtivismo muy refinado, que deja mucho que desear sobre el que se hacía antes; pero que cuenta con buen número de adictos, sin disponer de más arma que el propio automóvil, suficiente para hacer buena cacería por cualquier carretera de las que cruzan los cotos, tanto de caza menor como de mayor y que dan acceso a todo el mundo.
    El furtivismo es una modalidad de caza apasionada incluso para los que la practican por primera vez, así generalmente nos hemos iniciados todos en la caza, viviendo lances de incalculable valor cinegético, que hoy recordamos con nostalgia, aunque tristes, confesos y arrepentidos.
    Grandes cazadores me contaron en muchas ocasiones sus vivencias cinegéticas furtivas, calificándolas como las mejores de su vida; parece ser que al cazador le gusta vivir la gran aventura de la caza con todas sus consecuencias, sin darle importancia alguna a los muchos sinsabores que les puede acarrear esta forma de practicar el bello y legendario deporte de la caza.
    Los secretos de la caza los revela ella misma, pero hace falta una completa dedicación para lograr el éxito.
    Los cazadores conocemos bien a estos hombres transformados, con los que nos gusta siempre dialogar largo y tendido, sobre todo lo relativo a la caza, cuando nos salen al paso en nuestra andadura, o cuando nos conducen por los serpenteantes caminos de la sierra, hasta llegar al puesto para darnos las ultimas instrucciones pertinentes, y desearnos buena suerte en la jornada. Hasta aquí es donde generalmente llegan nuestros conocimientos sobre los furtivos, pero detrás de todo esto quedan muchos años de duro trabajo, en la constante convivencia con la caza en su medio natural, que es donde ellos tienen su campo de acción y desarrollan una tarea extraordinaria, colaborando siempre en la planificación de la caza, haciendo constante uso de los conocimientos adquiridos sobre la estrategia cinegética, que en tantas ocasiones les conducirían al éxito en su constante deambular por esos campos de Dios.
    El furtivo es hombre que vive más de cerca la aventura de la caza, y siempre está presto a partir con su perro hacia el solitario encuentro con la caza, despreciando la pereza que nunca conoció, porque la afición a la caza no le permite muchas comodidades, y sabe que ha de estar en forma como un deportista más, enamorado de su profesión, a la cual dedica todo el tiempo posible porque se encuentra a gusto en el entorno campestre, lejos de la contaminación y del ajetreo.
    Una vez redimidos y caminando por los caminos de la ley, los buenos cazadores tendrán que agradecerles el gran servicio que prestan como verdaderos maestros en el arte venatorio, es por lo que desde aquí quiero rendir homenaje a todos ellos que, con su callado trabajo, han sabido siempre proporcionarnos el placer de una buena cacería.
    Siempre he visto en estos furtivos la esencia del cazador de nacimiento, impasibilidad, aguante hasta donde sea, párpados inmóviles y trallazo a punto.
    Por otra parte, es muy importante su aportación a la tecnología de la caza. Nadie mejor que ellos conoce el campo y las reacciones de los animales en todos sus aspectos. Ya que, empujados por la necesidad, tal vez, se hicieron los grandes maestros que suelen ser.
    Es, pues, esencial su activa colaboración para tener mejores posibilidades en el ejercicio de nuestra afición.
    El furtivo tuvo su época dorada en los viejos tiempos, cuando la caza daba para todos, atraídos quizás más que por el logro, por esa llamada ancestral por la que nos sentimos llamados, muchas veces los cazadores, aunque no seamos furtivos, para mantener el legado histórico de nuestra fauna, sobre la que tanto se ha escrito y comentado a través de todos los tiempos.
    El furtivismo en todas las épocas se ha considerado como un acto delictivo, penado por todas las leyes de caza, para el bien equitativo de la caza y de los cazadores, despreciando todas las posibilidades de aprendizaje que el hombre encontrara al paso por el mismo hasta sentar cátedra en el arte venatorio.
    No cabe duda de que existe mucha leyenda negra sobre esta forma de cazar, casi siempre mal vista por infinidad de aficionados, preciándose de no haber roto nunca un plato, (valga la expresión).
    Hoy día se hace un furtivismo lucrativo y de ocasión, el cual solo sirve para satisfacer a despreciables aficionados, de los que nunca aprenderá nada bueno el cazador novel, sino todo lo contrario, por considerarse fuera de la ética que exige siempre el arte del buen cumplir, Hoy es algo que no tiene excusa, ni podrá, por ser algo que les degrade y envilece.
    Este tipo de furtivos no hace maestros como los de antaño, los que tantas veces nos condujeron por los intrincados atajos de nuestras sierras en persecución de la caza copada, en la lucha natural, siempre dentro de ese escenario campestre y bravío, a veces inhóspito como el campo mismo, aprendiendo cada día las leyes de la cinegética más venturosa.

Esta forma de cazar no está a la captura de ninguna determinada pieza o especie, sino a la configuración del entorno campestre con todos los animales que lo pueblan discriminadamente; así comenzaron hace muchos millones de años los primeros homínidos furtivos y no precisamente para decaer en el transcurso del tiempo, ni desfallecer por la dureza con que lo practicaban: hacían constantes renovaciones para mejorar sus útiles de caza dentro de sus escasos medios, hostigados en superarse cada día, afanados en una tarea que nunca veremos terminada.
    A lo largo de la historia de caza, se pueden ver las innumerables innovaciones que han tenido las armas para este fin; desde la ballesta al fusil de chispa ideado a finales del año 1.537, hemos ido pasando por más sofisticados modelos, sobre los que se han montado potentes, teleobjetivos, (últimamente electrónicos), capaces de hacer blanco a centenares de metros con una sorprendente precisión.
    No voy a criticar aquí, la belleza que tiene apretar el gatillo y ver rodar a gran distancia las piezas de caza, porque yo soy un pecador más, que sabe cómo los demás que no estamos dentro del ético arte venatorio.
    La caza debe ser perseguida por el hombre, y no privada de sus facultades de supervivencia, por un poderoso medio mecánico que a veces nos sorprende a nosotros mismos. La caza ha sido considerada como un deporte, para hombres y mujeres que siempre han sabido amar a la naturaleza como a ellos mismos, considerémosla como un bien común que hay que cuidar.
La Caza Mayor

    La madre naturaleza domina el espíritu, aunque el hombre muchas veces cree lo contrario, y fabrica nuevos cauces para cambiar, a su antojo, la marcha de los ecosistemas, lo que configura un ambiente un tanto enrarecido, sobre el modo antiguo de montear, basándose en rebuscadas técnicas sobre el arte sanatorio.
    Los trofeos, de venado generalmente, en la zona de Hornachuelos, se ven cada año descender de calidad, quizás por la masiva cantidad de reses existentes en cada coto. Hoy se cobran una gran cantidad de reses en cada montería, pero de escaso valor sus trofeos para los monteros. Que siempre buscamos volver con un buen ejemplar para que ocupe ese sitio que aún nos queda vacío en el salón.
    Estando, así las cosas, cada vez constituye para el montero menos entusiasmo el lance de un venado, el cual, tras el derribo, quedará solamente para contar en la lista de reses cobradas, sin prestarle la más mínima atención al trofeo por su escaso valor.
    A cortar ese descenso en calidades, acude con cierta premura el cerramiento de las dehesas. Pero no creo que esto solucione el problema, porque aun dando por bueno lo de los cotos cercados y que puedan superar sus propias dificultades y pervivir, no cabe duda de que traerán consigo un tipo de monterías que todavía se parecerán menos a las de los viejos tiempos.
    Esto parece que lo animales lo van superando a fuerza de darse golpes, y de haberse aprendido por dónde va la alambrada, parece que hay cierta tendencia en esto de las cercas, a cortar las huidas o querencias de las reses, con lo que se benefician unos y se perjudican otros.
    Estamos viendo claro cómo los cotos de más rancia solera de Hornachuelos, se están convirtiendo en granjas cinegéticas, pues no cabe duda de que el airoso porte de un venado, con el solo hecho de contemplarlo a través de una alambrada, pierde todo su encanto como animal salvaje.
    Los viejos cotos de Hornachuelos, considerados en la antigüedad como los mejores de España, hoy siguen siéndolo debido al incremento que ha tenido la caza mayor en esta zona. De aquí se han surtido y repoblado de ciervos, extensas zonas por todo el país, allá por los años cincuenta se llevó a cabo una campaña de capturas en esta zona para repoblar de ciervos diversos puntos de la península. Fue una idea acertadísima de D. Jaime de Foxa, hombre íntegro, cazador de solera, dedicado a la caza desde todos los agudos y desde toda la vida, amén de ingeniero de Montes y jefe Nacional de Caza y Pesca, por entonces.
    Este humilde aficionado tuvo la gran suerte de compartir con él muchas jornadas de caza, y de escuchar sus comentarios, con ese calor que nadie como él sabía poner en cada frase, cuando se refería a sus vivencias cinegéticas.
    El excesivo número de hembras repercute notablemente en la calidad de los trofeos, los prematuros machos tienen que cubrir a los grandes rebaños de hembras, lo que conduce al raquitismo y degeneración de las cuernas.
    No es extraño darse de cara en cualquier aguada, entre las vértebras de nuestra hermosa serranía cordobesa, con cierta cantidad de ciervas: no ocurre así con los venados de cabeza, que apenas sí se les ve, parece que tienen cierta tendencia hacia los nuevos cotos, para quedar las ciervas con los machos jóvenes en los cotos históricos. Esto es algo que pone a cavilar a guardas y técnicos en la materia, sin que hasta el momento se haya llegado a encontrar alguna razón que justifique esta especie de migración, y menos aun tratándose de una especie bastante sedentaria como la que nos ocupa.
    Puede que esto justifique un poco los cerramientos de los cotos, y también puede llevar consigo cortar el paso a estos contingentes venatorios, y cambiar los ecosistemas ecológicos de siempre; consecuencia de todo esto es, que se puedan oír berrear a los ciervos durante todo el año, al estar en constante compañía de las hembras, que siempre hay alguna receptiva y provoca la atención de los machos.
La Berrea

    En el seco y polvoriento mes de septiembre, en los comienzos de la otoñada es cuando los primeros frutos inmaduros de los Quejigos, picados por los pájaros y las ratas caen al suelo poniéndose al alcance de toda una legión de hambrientos ungulados, que después del largo estío los van saboreando con deleite para empezar a sentirse los primeros acordes nupciales de los ciervos tan abundantes en nuestra sierra.
    La berrea es una especie de sinfonía nocturna que a todos los aficionados nos gusta oír por las noches, desde un collado hablando bajo y haciendo planes, sobre la próxima salida al campo, y en los posibles lance que nos esperan en la temporada que se avecina, esperando siempre un ejemplar mejor.
    El ciervo muge con el cuello tendido hacia el cielo y la cuerna casi tocando la espalda. Su grito de amor es tenue al principio, y a medida que pasan los días se torna intenso y desafiante: para algunos aficionados la berrea es la llamada a la hembra, para otros, el reto que el macho lanza a sus posibles rivales, son bramidos lanzados al aire, aviso de un destino que se cumplirá.
    Mientras los veteranos luchan al empujón por las hembras a punto, los ciervos jóvenes, que se mantienen lejos de las peleas, pero cerca del rebaño femenino aprovechan el apasionamiento hostil de los mayores para introducirse en el rebaño y montar alguna hembra esquivando la presencia de los grandes machos.
    La cierva será la novia complacida, el macho, amo de la manada, será la que hace velar sus derechos poligámicos, y un año más darán sus frutos.
    A mediados de octubre la función biológica se habrá cumplido. El macho se independiza, para retirarse a los jarales donde se verá libre de los últimos insectos del estío, y vivirá por su propia cuenta caminando despacio como si padeciera del agobiante peso de las cuernas, para llegar a la cumbre desde la cual dará un giro a su hermosa cabeza y tal vez desde allí bramará por última vez, rubricando así la función procreadora que Dios le ha encomendado.
    Para la mayoría, el venado es simplemente un trofeo para colgar en la pared, Para mí es algo más. Representa el espíritu de nuestros montes, junto con su porte airoso y señorial tan soñado por el verdadero aficionado, disfrutando cada segundo de su presencia, lamentablemente caída en la actualidad en esa falsa de la montería en todas sus facetas, para menospreciar su belleza, y mirarlo solo desde el punto de vista comercial, y no desde el ángulo que siempre se ha mirado la caza.

Isidro Escote Gallego.

domingo, 14 de agosto de 2022

Nadar con alas de mariposas

Náufragos en la corriente del amor

El amor no se mide por el tiempo que dura, sino por las huellas que te deja. (Proverbio árabe)

    Los seres humanos estamos dotados de una serie de órganos vitales, solo uno de ellos, el corazón es capaz de fallarnos cuando nos ataca el virus del amor. Las células defensivas no reaccionan a tal enfermedad, convirtiéndose en un tumor voraz y maligno que impide nuestra capacidad de corrección mutándose en metástasis emocional, y sin defensas nos deja vivo para seguir muriendo. El exceso de amor te bloquea un ojo, por ello, no calculas la distancia de las consecuencias, el desamor envuelve los dos, o reaccionas o te impide analizar las secuelas.
    Carmen se vio en un país extraño escasa de equipaje, su bagaje, una mochila atestada de cosas prescindible y un corazón vacío de amor, o tal vez, lleno de desamor.
    Vagaba por las calles de Marrakech vencida por los acontecimientos, unas consecuencias que aquella mañana le habían producido estupor y zozobra y aquella noche la arrullarían con asombro.
    Aquel atentado sin sentido no exento de mitología islámica alteró su naufragio, muertos y heridos nativos sin tierra o cielo conocido se hacinaban en las aceras, lamentablemente solo serían considerados cifras que añadir a otras cifras que nadie se molestaría en contabilizar para no perturbar la conciencia de los occidentales, su cabeza daba vueltas y más vueltas, incapaz de dar respuesta adecuada a tal sinrazón.
    En aquel instante, su mundo se limitaba a querer instalarse en un mar desconocido, ser pez, alejarse de la orilla del desencanto y poder nadar y nadar. Hacer una metamorfosis para nadar con alas de mariposas, sin embargo, quedó quieta, paralizada como si hubiese caído en un charco de sangre espesa y decidió huir del lugar, madurando en que cuando todo el mundo va en la misma dirección, solo el que elige la dirección opuesta, está en posesión de equivocarse.
    Pensaba..., la tierra es un inmenso bosque en cuyos árboles anidamos los humanos, árboles a punto de aniquilarse por la barbarie de sus pobladores, estos no serán destruido por un rayo divino, sino por la carcoma de los parásitos gobernantes que le roban la savia, nos contaminarán la comida, nos envenenaran sus frutos por locos extremistas o ratas capitalistas que con sus actos especuladores roen y destruyen las raíces.
    Escuchó su voz como un murmullo lejano y callado llamándola sin ser escuchada, de pronto, su imagen se reflejó en las cristalinas aguas residuales de la última tormenta, visualizó por enésima vez en la lejanía el oscuro cabello de un platónico amor, solo visible en su mente un poco distorsionada. Se imaginaba localizando allí en la acera al ser que le robaba la capacidad de reaccionar, de repente, le inundaban sus lágrimas húmedas, puras, cristalinas... que afluían de su mirada intensa y una voz sensual le susurraba, cariño no puedo amarte, perdóname.
    Continuó caminando con destino hacia la nada por aquellas calles desiertas o llenas de seres autómatas que transitaban sin rumbo. El espeso calor africano de Julio le martilleaba las sienes, el frío presentimiento de no volver a ser protegida por sus brazos le helaba la esperanza.
    Avanzó calle arriba, caminaba y caminaba, no progresaba, por aquellas pequeñas calles estrechas como el impasible acero de una espada la atrapaban. Llegó al Zoco y se detuvo en seco, ante la puerta de una destartalada tienda de exóticas esencias y telas multicolores que le resultaba familiar, no podía precisar si era la imagen de alguna vieja foto, la pintura de la habitación de un cuadro de hotel barato, la postal recibida de algún olvidado amor, o simplemente era producto de su imaginación.
    El mimetismo de aquella folclórica música y los intensos efluvios de olores orientales que despedía aquella morada la forjó a entrar en su interior impregnado de vivos colores rojizos, violetas, morados y un largo abanico de arco iris de matices indescriptibles. De pronto, sorprendió a dos amantes sin pudor acariciándose sentados uno sobre el otro en una vieja y desvencijada hamaca. Mirando a aquellos dos jóvenes comprendió que el término de su largo camino finalmente tenía apeadero de llegada.
    Inmóvil, cautivada por la música, impregnada por los olores, adherida a la realidad por los intensos olores y colores se cuestionó si merecía la pena esperar su recompensa, o simplemente huir y abandonar nuevamente sus sentimientos en aquella melancólica calle, añadir una nueva herida en su corazón, admitir una nueva frustración en su ego y desterrar el derecho a un amor furtivo como las lágrimas de un niño descubierto en una travesura, persevero se dijo, con una decisión aplastante.
    Después de un largo tiempo que apenas le pareció un instante, contemplaba inmóvil desde aquella puerta como el sol se escondía en el horizonte encendiendo, el paisaje de sombras chinescas a lomos de un aire ardiente y contagioso fijaba su atención, como avergonzado de haber parido aquel fatídico día.
    Y de pronto, surgieron del interior los dos amantes, tostados, de estatura desigual, ojos azabaches, cabellos largos y ondulados, estatura media Ella, alto, de pelo rizado, ojos azul mediterráneo, Él, Zoraida se llamaba ella, Ahmed se llamaba él. Ambos observaron a Carmen con una pícara sonrisa, inhibidos por la felicidad del amor fugaz, los jóvenes se despidieron con una dulce mirada de indiferencia como si se tratase de dos amantes eventuales.
    Unas horas más tarde se encontraba Carmen en una habitación del hotel Atlas Medina de Marrakech, con su amante en un amplio lecho ceñidos en sábanas de lino. El tiempo se detuvo, envueltas en silencios cómplices, ambas se arropaban con sus miradas carnales, el mundo, su mundo era impenetrable para seres imperfectos, náufragos en la corriente del amor. Carmen se agitó presa de sus miedos sobresaltada, la helada brisa del alba le acarició la cara, encontró una cama mitad deshabitada, partida en dos orillas por la luz rosada del amanecer,
    Zoraida, la bella Zoraida no estaba, su amante imperfecta le dejó una nota sobre la almohada, cariño no puedo amarte, perdóname.

    Sonó el despertador en el amplio ático que compartía Carmen con su marido en una zona residencial de cualquier ciudad española, se avergonzó de aquel sueño, o tal vez no, pensó, la cama no está vacía, miró a Jorge y su presencia por primera vez le pareció extraña y caricaturesca, se levantó lentamente y encendió la luz, Zoraida, la bella Zoraida no estaba.
    Después de una reconfortante ducha entró de nuevo en la habitación, Jorge dormía profundamente en el lugar que en ficción ocupaba Zoraida. Carmen dejó cuidadosamente una nota manuscrita sobre la almohada, cariño no puedo amarte, perdóname.
    Preparó despacio su bagaje, escasa de equipaje, una mochila atestada de cosas prescindible y un corazón vacío de amor, o tal vez, lleno de desamor, inició un viaje incierto a cualquier parte, a cualquier lugar, a escudriñar cualquier amor, tal vez platónico, tal vez real.

Finalista concurso de microrrelatos “Historias Perdidas de León”
Autor. - Rafael Spínola R.

lunes, 8 de agosto de 2022

Crónicas de una añoranza 4

Apuntes de Diego “El Sereno”

Cuarta parte

En Memoria de mi Abuelo, el mítico cazador, Diego “El Sereno”


    Incansable compañero, y a todos cuantos recorren nuestros montes en el arte y señorío de la caza.
    Para entrar de lleno en los temas de la caza, en Guadalcanal o en cualquier otro lugar habría que gastar mucha tinta, pero no es esa mi intención, me limitaré a hablar de todo un poco sin ánimo de cansar a nadie, y siempre dedicado a mi abuelo, principal protagonista del presente comentario.
    Pues todo en el arte del buen cumplir es tarea conjunta. Nadie mejor que nosotros los cazadores saben apreciar la valía de un compañero. Vivimos y sentimos las inquietudes del cazador que transido de frío, calor o agotamiento, espera impaciente, con tensa incertidumbre, el lance de un aguardo, entre las sombras y luces de un amanecer incierto.
    Sabemos del cansancio y las fatigas ocasionadas por la práctica de un deporte tan duro y apasionado como legendario, y sabemos esperar un largo periodo de ved, con la esperanza puesta en mejorar nuestras capturas y saborear nuevos lances que siempre nos parecerán mejores, confiando al azar la aventura a lo largo del caminar diario.
    Al cazador no siempre le salen las cosas como él quisiera, pero se conforma con muchas adversidades que la caza le depara y lo acepta todo con resignación, porque así se lo exige la condición del que se precie de buen aficionado.
    En infinidad de ocasiones, amigo cazador, habrás tenido ocasión de comprobar, que, en una inmensa mayoría de aficionados, esto no tiene repercusión alguna en el ánimo de cazador, ni tan si quiera le considera la menor importancia a este tipo de incidencias; considerándolas como anécdotas para comentarlas luego en la tertulia.
    Por otra parte, esto está en el ánimo de todo cazador, llevando consigo el pronóstico del fatídico fracaso: cuanto más te aseguran el éxito, parecen más posibles toda una serie contrariedades imprevisibles, para el más experto cazador, para llevarte al fracaso.
    El cazador acepta de buen gusto las inclemencias atmosféricas, y agota todas las posibilidades a lo largo de la jornada, para él nunca es tarde ni es temprano en este quehacer. No se lamenta del duro caminar ni demuestra el acusado cansancio por el agotador esfuerzo, para ganar la montaña, porque todo esto se revalida con una racha de buena suerte, para nosotros de un estimable valor, y todas las penalidades quedan sobradamente compensadas.
    El hombre amante de la naturaleza y de la caza como algo suyo, el que responde en cualquier momento a la llamada del compañero, para hacer frente a las adversidades, tanto climáticas como fisiológicas, sabe que a la hora de la verdad hay que responder como tal, sabe entrar cuando hay que entrar, y sabe esperar cuando hay que esperar.
    En infinidad de ocasiones a lo largo de mi andadura como aficionado a la caza en todas sus facetas, he tenido ocasión de comprobar la gran importancia que tiene en la caza hacer las cosas bien. Muchas jornadas de caza suelen ser fracasos debido a estas circunstancias, alegando vagas teorías unos, pesimismo e impaciencia otros, con lo que nunca se resuelva nada.
    La prisa es el factor imperante en todas las facetas de la vida, y en la caza no podía serlo menos. Hoy se recorren grandes distancias para asistir a una cacería, lo que hace que el cazador se encuentre incómodo en la larga espera, tres o cuatro horas sentado casi inmóvil en la monótona espera del puesto, es mucho tiempo para quien tiene que regresar a la lejana ciudad.
    Por otro lado, la espera es fundamental en la caza, en cualquier momento puede surgir la oportunidad, tras la cual vendrá el lance tan esperado durante tanto tiempo, que nos dejará ese sabor, y ese recuerdo imborrable en nuestro largo historial cinegético.
    Con bastante frecuencia vemos al compañerote al lado, cuando asistimos a una cacería en amplio espectro campestre de nuestras sierras, se comienza a impacientar, terminando por levantarse del puesto y dar así por finalizada la jornada, cerrando el paso a todas las posibilidades, precisamente cuando las condiciones pueden ser más propicias para que surja la deseada ruptura del monte y se culminen nuestros deseos.
    En otras ocasiones ocurre todo lo contrario, sentimos grandes deseos de abandonar el puesto, por los fríos de la tarde en la umbría, la lluvia, o el aburrimiento, pero nos consuela ver al compañero, embozado en el capote atento con la mirada fija en su entorno, hasta el punto de hacernos pensar en la posible oportunidad, poniendo en nuestro ánimo una nota de esperanza.
    No cabe duda, amigo cazador, que en el gran contexto que configura nuestra afición, encontramos infinidad de sin sabores a lo largo de la temporada cinegética. Hay que sobrellevar todo lo bueno y todo lo malo en ese trascendental menester, dentro de la ética que nos exige nuestra condición de cazador de raza.
    La lluvia, el frío, la picazón de los mosquitos, el agotador esfuerzo para ganar la montaña; son poderosos inconvenientes que han de ser vencidos para desenvolverse en este medio.
    Dentro de las lides cinegéticas se puede encontrar el placer de una cacería cómoda, donde se den bien las cosas, y se pueda disfrutar plenamente de nuestra afición. Las piezas de caza, entran en juego para tocar a cada uno las que la suerte le depare; pues es una especie de lotería de la cual todos llevamos una participación.
    Cuando cogemos del sombrero el clásico papelillo doblado tres veces, no hacemos otra cosa más que poner en marcha la gran ruleta donde se centran todas nuestras ilusiones.
    En este juego nadie es más que nadie, al estar al alcance indiscriminado de todos los cazadores las mismas posibilidades; el más profano cazador, a veces es el más acariciado por la suerte y, otras veces, ocurre lo contrario, pero siempre a la hora de la tertulia entra la conformidad, cuando somos invitados para otra jornada de caza, y olvidamos lo ocurrido,(especialmente si ha sido malo), y comenzamos a hacer planes para la próxima jornada, despreciando la zozobra que a veces interfiere en el desenvolvimiento normal de nuestro quehacer particular.
    Así por lo general transcurre cada temporada, que a su paso nos va dejando recuerdos de lances y vivencias que nos mantienen dentro del encantador juego de la caza.
    En los angostos caminos de la caza, a lo largo de la temporada hábil, en esos ciegos treinta días aproximadamente, el cazador se da de cara, infinidad de veces, con la caza en su constante deambular por el campo en su medio natural.
    Las piezas de caza, nos pueden sorprender o ser sorprendidas, al tiempo que entra en juego nuestra estrategia, en ese desafío. Unas veces salimos ganando y otras perdiendo según se den las cosas.
    En Guadalcanal donde siempre ha existido una gran afición por la caza, se pueden encontrar con facilidad buenos cazadores, que nos pueden comentar como eran las cacerías y como se desarrollaban antaño en esta zona.
    Todos los razonamientos y teorías de estos viejos lobos de la sierra, llevados a la práctica en un lejano día en cualquier rincón de este bello paraje, pueden ser de gran utilidad para nuestros conocimientos cinegéticos, y así seguir más de cerca este arraigado costumbrismo.
    Quizás con la caza se comience a conocer un poco más a Guadalcanal. Parece ser que los cazadores, tenemos más publicitario que los alcaldes de la villa; que la Televisión, y que el propio Ortega Valencia, cuando tuvo el buen gusto de dar este nombre a la isla del Pacifico, que él descubrió.
    Nos sentimos fatigados, agotados, vencedores o vencidos, pero siempre felices durante muchas horas dedicadas a ese duro y trascendental menester, incluso hemos aumentado nuestra comprensión y justificación a muchas actividades humanas, que son más que nada, fruto de esos instintos trasmisibles a que antes me he referido.
    Luego considero que siempre estaremos en deuda con la caza, con lo que nos daremos cuenta claramente que la atracción enorme y multitudinaria de la caza, no reside nunca en el éxito asegurado de la misma, si no en esa transfiguración del hombre llamado civilizado, en un ser más primitivo. Más y más duro, que trata de auto limitar su poder, su poder descendido en lo posible, (o ascendiendo según se mire), a nivel del animal salvaje, su libertad y situación a pesar de que cada día la sociedad y no el cazador lo coartan y lo degradan.
    Lo que no tiene duda es que, incluso en aquellas cacerías en las que no se hacen las cosas como Dios manda, siempre puede encontrar el aficionado al campo y a las cinegéticas lides compensaciones inesperadas.
    Una preciosa vista sobre la hermosa serranía, la emoción de una ladra que se aproxima, el inconfundible latir del perro Campanero que nos hace vibrar de emoción, la inesperada ruptura del monte para dar salida a un hermoso venado o a un poderoso jabalí, el reencuentro con los amigos que no se habían visto desde la temporada anterior.
    Esto despierta en nosotros un sinfín de sensaciones embriagadoras y olvidadas, cuyo origen habría que buscarlo quizás, entre nuestras más recónditas y atávicas vivencias, cuando hace muchos años, nuestros antepasados asociaron el esplendoroso paisaje otoñal, con la abundancia de frutos de zarzamoras, castaños y encinas, o cuando los arroyos medio secos, por el prolongado estiaje, facilitaban la pesca de pillaje y de ocasión, cuando la brama de los encelados ciervos rompe el silencio de la noche, imponiéndose una vez más como dueños y señores de algo tan suyo como poseer la hembra, y ser a la vez presa fácil en fructíferas cacerías, para proporcionar el buen yantar de aquellos hombres, que diestros en el manejo de la ante carga sabían asegurar cada lance.
    Nada de todo esto se le puede pasar por alto al cazador amante a la naturaleza, que muchas veces, escopeta en mano, deja de sentirse el dueño y señor, para convertirse en extasiado espectador ante la hermosa silueta del ciervo en la cumbre o la breve parada del agreste jabalí.
    Los mejores momentos de mi vida como aficionado transcurrieron así, convirtiéndome en espectador más que en cazador, así se pueden ver cosas interesantes que nos pueden llenar de satisfacción, a la vez que nos pueden aportar conocimientos para conocer mejor a las distintas especies, y familiarizarnos con sus costumbres y comportamientos tan necesarios para dar caza a determinadas piezas, por su astucia y cautela, para dar la cara al cazador. Pues bien es sabido de todos que en la caza hay que ganarle siempre por la mano.
    Cuando se sorprende la caza, como tantas veces oí decir a mi abuelo, al que menciono tantas veces, Diego “El Sereno”, tiene uno el cincuenta por ciento a su favor.
    Por ello se deben imprimir inquietudes en el cazador, para llevar a su ánimo la necesidad de emplear en la caza perros de auténtica valía como auxiliares indispensables en ejercicio cinegético.
    En el complejo mundo de la caza son muchos los factores que entran en juego, casi todos de auténtica naturaleza, a la hora de dar comienzo a una jornada. La convivencia con la caza está cuajada de complejos laberintos para el cazador, el empeño común en superar las dificultades que el cazador encuentra en su camino, y que constituyen el mayor estimulo de su esfuerzo, es y será siempre tarea del auxiliar canino.
    La práctica de la caza, no por remontarse a los tiempos de la prehistoria, ha dejado de tener entre sus participantes un medio de supervivencia antes, y una aventura emocional después.
    Para algunos, el cazador tiene mala prensa, y a veces se les tacha de inciertos sus relatos nacidos de su solitaria aventura campestre, o de la emulación alterada por la negra honrilla.
    En este amigable dialogo de caza, no pretendo, ni me capacita para ello mi experiencia, enseñar nada nuevo a nadie en las diversas modalidades del ejercicio cinegético, ni en la forma de comportarse en la práctica del mismo.
    Quiero únicamente penetrar en el ánimo de todos los aficionados, para consolidar la opinión que une a esta gran familia, en los quehaceres de este tan bello y legendario deporte.
    Nuestros perjuicios, quizás nuestra propia experiencia, nos haga ver esta forma de comportarnos como negativa e indeseable. Cuando la caza se practica con elegancia y el señorío digno de su alto rango o mejor dicho como mandan los cánones, se siente uno satisfecho y honrado en algo que, para el cazador no tiene precio. Lejos de hacer malos lances ni de ridiculizar a los compañeros con una caza adversa y chanteada.
    La caza y la pesca desde antaño han constituido para el hombre una riqueza incalculable, y, a la vez, poco alabada por él mismo. Así y para la regulación y el disfrute de todos, desde antiguo aparecen normas sobre caza y pesca, dictadas de acuerdo con la época y con mero carácter legislativo y regulador.
    Sin ánimos de profundizar en la historia de las leyes de caza, ni de hacer comentarios ajenos al presente comentario, citaré como los mejores documentos cinegéticos, los de un puñado de aficionados excelentes, cuyos trabajos tan dispersos como parciales, se han podido exhumar en el transcurso del tiempo.
    Tras una larga andadura de la mano de grandes aficionados, decanos monteros, y renombrados furtivos, cuando uno llega a la atalaya de la vida, surgen en la mente del cazador grandes recuerdos de tantos lances vividos de cerca, en los días de buena suerte, deseada por los compañeros al quedar solo en su puesto de espera como celoso vigía oculto en el silencio, y atento al leve zigzagueo de la caza, o en el afanoso caminar con ese empeño que el cazador sabe poner a este fin, haciendo desprecio de su cansancio.
    Pero como en todos los quehaceres, la caza tiene su especial y embriagador encanto, que nos hace acudir sin demora al lugar de la cita, en cualquier pintoresco rincón de nuestra hermosa serranía donde se habla de todo un poco mientras se preparan armas y vituallas, entre ladridos de perros que manifiestan su alegría en los comienzos de los siempre tan inciertos y tensos lances

Isidro Escote Gallego.