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lunes, 8 de agosto de 2022

Crónicas de una añoranza 4

Apuntes de Diego “El Sereno”

Cuarta parte

En Memoria de mi Abuelo, el mítico cazador, Diego “El Sereno”


    Incansable compañero, y a todos cuantos recorren nuestros montes en el arte y señorío de la caza.
    Para entrar de lleno en los temas de la caza, en Guadalcanal o en cualquier otro lugar habría que gastar mucha tinta, pero no es esa mi intención, me limitaré a hablar de todo un poco sin ánimo de cansar a nadie, y siempre dedicado a mi abuelo, principal protagonista del presente comentario.
    Pues todo en el arte del buen cumplir es tarea conjunta. Nadie mejor que nosotros los cazadores saben apreciar la valía de un compañero. Vivimos y sentimos las inquietudes del cazador que transido de frío, calor o agotamiento, espera impaciente, con tensa incertidumbre, el lance de un aguardo, entre las sombras y luces de un amanecer incierto.
    Sabemos del cansancio y las fatigas ocasionadas por la práctica de un deporte tan duro y apasionado como legendario, y sabemos esperar un largo periodo de ved, con la esperanza puesta en mejorar nuestras capturas y saborear nuevos lances que siempre nos parecerán mejores, confiando al azar la aventura a lo largo del caminar diario.
    Al cazador no siempre le salen las cosas como él quisiera, pero se conforma con muchas adversidades que la caza le depara y lo acepta todo con resignación, porque así se lo exige la condición del que se precie de buen aficionado.
    En infinidad de ocasiones, amigo cazador, habrás tenido ocasión de comprobar, que, en una inmensa mayoría de aficionados, esto no tiene repercusión alguna en el ánimo de cazador, ni tan si quiera le considera la menor importancia a este tipo de incidencias; considerándolas como anécdotas para comentarlas luego en la tertulia.
    Por otra parte, esto está en el ánimo de todo cazador, llevando consigo el pronóstico del fatídico fracaso: cuanto más te aseguran el éxito, parecen más posibles toda una serie contrariedades imprevisibles, para el más experto cazador, para llevarte al fracaso.
    El cazador acepta de buen gusto las inclemencias atmosféricas, y agota todas las posibilidades a lo largo de la jornada, para él nunca es tarde ni es temprano en este quehacer. No se lamenta del duro caminar ni demuestra el acusado cansancio por el agotador esfuerzo, para ganar la montaña, porque todo esto se revalida con una racha de buena suerte, para nosotros de un estimable valor, y todas las penalidades quedan sobradamente compensadas.
    El hombre amante de la naturaleza y de la caza como algo suyo, el que responde en cualquier momento a la llamada del compañero, para hacer frente a las adversidades, tanto climáticas como fisiológicas, sabe que a la hora de la verdad hay que responder como tal, sabe entrar cuando hay que entrar, y sabe esperar cuando hay que esperar.
    En infinidad de ocasiones a lo largo de mi andadura como aficionado a la caza en todas sus facetas, he tenido ocasión de comprobar la gran importancia que tiene en la caza hacer las cosas bien. Muchas jornadas de caza suelen ser fracasos debido a estas circunstancias, alegando vagas teorías unos, pesimismo e impaciencia otros, con lo que nunca se resuelva nada.
    La prisa es el factor imperante en todas las facetas de la vida, y en la caza no podía serlo menos. Hoy se recorren grandes distancias para asistir a una cacería, lo que hace que el cazador se encuentre incómodo en la larga espera, tres o cuatro horas sentado casi inmóvil en la monótona espera del puesto, es mucho tiempo para quien tiene que regresar a la lejana ciudad.
    Por otro lado, la espera es fundamental en la caza, en cualquier momento puede surgir la oportunidad, tras la cual vendrá el lance tan esperado durante tanto tiempo, que nos dejará ese sabor, y ese recuerdo imborrable en nuestro largo historial cinegético.
    Con bastante frecuencia vemos al compañerote al lado, cuando asistimos a una cacería en amplio espectro campestre de nuestras sierras, se comienza a impacientar, terminando por levantarse del puesto y dar así por finalizada la jornada, cerrando el paso a todas las posibilidades, precisamente cuando las condiciones pueden ser más propicias para que surja la deseada ruptura del monte y se culminen nuestros deseos.
    En otras ocasiones ocurre todo lo contrario, sentimos grandes deseos de abandonar el puesto, por los fríos de la tarde en la umbría, la lluvia, o el aburrimiento, pero nos consuela ver al compañero, embozado en el capote atento con la mirada fija en su entorno, hasta el punto de hacernos pensar en la posible oportunidad, poniendo en nuestro ánimo una nota de esperanza.
    No cabe duda, amigo cazador, que en el gran contexto que configura nuestra afición, encontramos infinidad de sin sabores a lo largo de la temporada cinegética. Hay que sobrellevar todo lo bueno y todo lo malo en ese trascendental menester, dentro de la ética que nos exige nuestra condición de cazador de raza.
    La lluvia, el frío, la picazón de los mosquitos, el agotador esfuerzo para ganar la montaña; son poderosos inconvenientes que han de ser vencidos para desenvolverse en este medio.
    Dentro de las lides cinegéticas se puede encontrar el placer de una cacería cómoda, donde se den bien las cosas, y se pueda disfrutar plenamente de nuestra afición. Las piezas de caza, entran en juego para tocar a cada uno las que la suerte le depare; pues es una especie de lotería de la cual todos llevamos una participación.
    Cuando cogemos del sombrero el clásico papelillo doblado tres veces, no hacemos otra cosa más que poner en marcha la gran ruleta donde se centran todas nuestras ilusiones.
    En este juego nadie es más que nadie, al estar al alcance indiscriminado de todos los cazadores las mismas posibilidades; el más profano cazador, a veces es el más acariciado por la suerte y, otras veces, ocurre lo contrario, pero siempre a la hora de la tertulia entra la conformidad, cuando somos invitados para otra jornada de caza, y olvidamos lo ocurrido,(especialmente si ha sido malo), y comenzamos a hacer planes para la próxima jornada, despreciando la zozobra que a veces interfiere en el desenvolvimiento normal de nuestro quehacer particular.
    Así por lo general transcurre cada temporada, que a su paso nos va dejando recuerdos de lances y vivencias que nos mantienen dentro del encantador juego de la caza.
    En los angostos caminos de la caza, a lo largo de la temporada hábil, en esos ciegos treinta días aproximadamente, el cazador se da de cara, infinidad de veces, con la caza en su constante deambular por el campo en su medio natural.
    Las piezas de caza, nos pueden sorprender o ser sorprendidas, al tiempo que entra en juego nuestra estrategia, en ese desafío. Unas veces salimos ganando y otras perdiendo según se den las cosas.
    En Guadalcanal donde siempre ha existido una gran afición por la caza, se pueden encontrar con facilidad buenos cazadores, que nos pueden comentar como eran las cacerías y como se desarrollaban antaño en esta zona.
    Todos los razonamientos y teorías de estos viejos lobos de la sierra, llevados a la práctica en un lejano día en cualquier rincón de este bello paraje, pueden ser de gran utilidad para nuestros conocimientos cinegéticos, y así seguir más de cerca este arraigado costumbrismo.
    Quizás con la caza se comience a conocer un poco más a Guadalcanal. Parece ser que los cazadores, tenemos más publicitario que los alcaldes de la villa; que la Televisión, y que el propio Ortega Valencia, cuando tuvo el buen gusto de dar este nombre a la isla del Pacifico, que él descubrió.
    Nos sentimos fatigados, agotados, vencedores o vencidos, pero siempre felices durante muchas horas dedicadas a ese duro y trascendental menester, incluso hemos aumentado nuestra comprensión y justificación a muchas actividades humanas, que son más que nada, fruto de esos instintos trasmisibles a que antes me he referido.
    Luego considero que siempre estaremos en deuda con la caza, con lo que nos daremos cuenta claramente que la atracción enorme y multitudinaria de la caza, no reside nunca en el éxito asegurado de la misma, si no en esa transfiguración del hombre llamado civilizado, en un ser más primitivo. Más y más duro, que trata de auto limitar su poder, su poder descendido en lo posible, (o ascendiendo según se mire), a nivel del animal salvaje, su libertad y situación a pesar de que cada día la sociedad y no el cazador lo coartan y lo degradan.
    Lo que no tiene duda es que, incluso en aquellas cacerías en las que no se hacen las cosas como Dios manda, siempre puede encontrar el aficionado al campo y a las cinegéticas lides compensaciones inesperadas.
    Una preciosa vista sobre la hermosa serranía, la emoción de una ladra que se aproxima, el inconfundible latir del perro Campanero que nos hace vibrar de emoción, la inesperada ruptura del monte para dar salida a un hermoso venado o a un poderoso jabalí, el reencuentro con los amigos que no se habían visto desde la temporada anterior.
    Esto despierta en nosotros un sinfín de sensaciones embriagadoras y olvidadas, cuyo origen habría que buscarlo quizás, entre nuestras más recónditas y atávicas vivencias, cuando hace muchos años, nuestros antepasados asociaron el esplendoroso paisaje otoñal, con la abundancia de frutos de zarzamoras, castaños y encinas, o cuando los arroyos medio secos, por el prolongado estiaje, facilitaban la pesca de pillaje y de ocasión, cuando la brama de los encelados ciervos rompe el silencio de la noche, imponiéndose una vez más como dueños y señores de algo tan suyo como poseer la hembra, y ser a la vez presa fácil en fructíferas cacerías, para proporcionar el buen yantar de aquellos hombres, que diestros en el manejo de la ante carga sabían asegurar cada lance.
    Nada de todo esto se le puede pasar por alto al cazador amante a la naturaleza, que muchas veces, escopeta en mano, deja de sentirse el dueño y señor, para convertirse en extasiado espectador ante la hermosa silueta del ciervo en la cumbre o la breve parada del agreste jabalí.
    Los mejores momentos de mi vida como aficionado transcurrieron así, convirtiéndome en espectador más que en cazador, así se pueden ver cosas interesantes que nos pueden llenar de satisfacción, a la vez que nos pueden aportar conocimientos para conocer mejor a las distintas especies, y familiarizarnos con sus costumbres y comportamientos tan necesarios para dar caza a determinadas piezas, por su astucia y cautela, para dar la cara al cazador. Pues bien es sabido de todos que en la caza hay que ganarle siempre por la mano.
    Cuando se sorprende la caza, como tantas veces oí decir a mi abuelo, al que menciono tantas veces, Diego “El Sereno”, tiene uno el cincuenta por ciento a su favor.
    Por ello se deben imprimir inquietudes en el cazador, para llevar a su ánimo la necesidad de emplear en la caza perros de auténtica valía como auxiliares indispensables en ejercicio cinegético.
    En el complejo mundo de la caza son muchos los factores que entran en juego, casi todos de auténtica naturaleza, a la hora de dar comienzo a una jornada. La convivencia con la caza está cuajada de complejos laberintos para el cazador, el empeño común en superar las dificultades que el cazador encuentra en su camino, y que constituyen el mayor estimulo de su esfuerzo, es y será siempre tarea del auxiliar canino.
    La práctica de la caza, no por remontarse a los tiempos de la prehistoria, ha dejado de tener entre sus participantes un medio de supervivencia antes, y una aventura emocional después.
    Para algunos, el cazador tiene mala prensa, y a veces se les tacha de inciertos sus relatos nacidos de su solitaria aventura campestre, o de la emulación alterada por la negra honrilla.
    En este amigable dialogo de caza, no pretendo, ni me capacita para ello mi experiencia, enseñar nada nuevo a nadie en las diversas modalidades del ejercicio cinegético, ni en la forma de comportarse en la práctica del mismo.
    Quiero únicamente penetrar en el ánimo de todos los aficionados, para consolidar la opinión que une a esta gran familia, en los quehaceres de este tan bello y legendario deporte.
    Nuestros perjuicios, quizás nuestra propia experiencia, nos haga ver esta forma de comportarnos como negativa e indeseable. Cuando la caza se practica con elegancia y el señorío digno de su alto rango o mejor dicho como mandan los cánones, se siente uno satisfecho y honrado en algo que, para el cazador no tiene precio. Lejos de hacer malos lances ni de ridiculizar a los compañeros con una caza adversa y chanteada.
    La caza y la pesca desde antaño han constituido para el hombre una riqueza incalculable, y, a la vez, poco alabada por él mismo. Así y para la regulación y el disfrute de todos, desde antiguo aparecen normas sobre caza y pesca, dictadas de acuerdo con la época y con mero carácter legislativo y regulador.
    Sin ánimos de profundizar en la historia de las leyes de caza, ni de hacer comentarios ajenos al presente comentario, citaré como los mejores documentos cinegéticos, los de un puñado de aficionados excelentes, cuyos trabajos tan dispersos como parciales, se han podido exhumar en el transcurso del tiempo.
    Tras una larga andadura de la mano de grandes aficionados, decanos monteros, y renombrados furtivos, cuando uno llega a la atalaya de la vida, surgen en la mente del cazador grandes recuerdos de tantos lances vividos de cerca, en los días de buena suerte, deseada por los compañeros al quedar solo en su puesto de espera como celoso vigía oculto en el silencio, y atento al leve zigzagueo de la caza, o en el afanoso caminar con ese empeño que el cazador sabe poner a este fin, haciendo desprecio de su cansancio.
    Pero como en todos los quehaceres, la caza tiene su especial y embriagador encanto, que nos hace acudir sin demora al lugar de la cita, en cualquier pintoresco rincón de nuestra hermosa serranía donde se habla de todo un poco mientras se preparan armas y vituallas, entre ladridos de perros que manifiestan su alegría en los comienzos de los siempre tan inciertos y tensos lances

Isidro Escote Gallego.

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