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domingo, 25 de septiembre de 2022

Un proyecto sin terminar que languidece con los años

UN OBSERVATORIO ASTRONÓMICO EN LA SIERRA DEL VIENTO (GUADALCANAL)

 En el año 1981 un guadalcanalense, un visionario, un artista, alguien con la sensibilidad y conocimientos suficientes para darse cuenta que el cielo de Guadalcanal era un lugar inmejorable para su observación nocturna decidió empezar una obra titánica; una obra que solo se podía llevar a cabo con la ayuda de las instituciones y estamentos públicos, que debía contar con la necesaria complicidad de sus convecinos y de los pueblos aledaños, y cuyos resultados redundasen en la preparación de futuros científicos estelares, sirviese para el ocio, aprendizaje y diversión de los escolares, y fuera fuente de progreso económico y turístico para toda la zona.

El tiempo le fue condenando al ostracismo, y lo que fue la idea de un genio andaluz se quedó en boca de todos nosotros, vecinos que conformamos una hermandad simbólica en torno a nuestro pueblo en el que rige un rancio sistema de control social donde la envidia y la crítica al diferente conforma los procesos de inclusión/ exclusión de dicha comunidad; como la extravagante idea de un loco, de un diferente, de un extraño.

        Yo tuve el placer de conocer a Manolo Chaves en los años 80 a través de mi querido Rafael Rodríguez (“Electrovira”) otro guadalcanalense de pro al que la historia deberá poner en el sitio que le han negado sus deudores. En aquellos entonces Rafalito me dijo que tenía que hablar con uno de esos personajes con los que a mí me gustaba departir, esos que tienen que decir algo, aunque hablen poco, que saben callar y escuchar, que saben mirar de frente y que no se amilanan, aunque vengan mal dadas. Mi sorpresa fue descubrir un genio en medio de la sierra, un excepcional pintor y en aquellos momentos, alguien muy motivado por la idea de hacer de Guadalcanal un referente en la observación astronómica. No me extraña que fuera tertuliano adicto y amigo de Rafael; y por supuesto el que pintara la portada de su obra póstuma: “Guadalcanal, un pueblo en la memoria”.

        Pues bien, han pasado 33 años desde que a Manuel Fernández Chaves se le ocurriese construir su observatorio astronómico, ese que está en la Sierra del viento, visible desde cualquier punto de Guadalcanal mirando al noroeste o desde las tierras y pueblos limítrofes de la campiña extremeña mirando al sur; ese que sigue año tras año deconstruyendo a ratos, como si de una obra postmodernista se tratase.

La semana pasada me lo encontré, como no puede ser de otro modo, en la tienda de Rafalito “electrovira” y él, muy eufórico, me enseñó la foto de cómo estaba quedando la entrada al recinto del observatorio, al que se accede a través de un arco de ladrillos muy del gusto de la arquitectura historicista sevillana de principios del siglo XX que tan de moda puso Aníbal González. Fue entonces cuando le pregunté: Manolo ¿qué ayudas has recibido para hacer el observatorio astronómico?; a lo que me contesto con palabras cansadas que salen de la impotencia y de la frustración de quien ya no confía en nada ni en nadie: “A mí nadie me ha dado un duro, económicamente no me ha ayudado nadie, solamente en la época de Amador ( alcalde de Guadalcanal) me enviaron albañiles para que me echaran una mano en la construcción; por lo demás y hasta el día de hoy todo lo he hecho con mis manos, nadie me ha dado un duro”

Precisamente esa respuesta me hizo plantearme escribir este artículo dado que estoy al día con las nuevas oportunidades de negocio que se plantean para la sierra Norte Sevillana a partir de este año debido a la calificación que ha obtenido Sierra Morena al ser declarada “Reserva y Destino Turístico Starlight, una certificación que acredita y avala la calidad de sus cielos nocturnos para la práctica de la astronomía y la observación del firmamento. Este galardón es otorgado por la Fundación Starlight y está avalado tanto por la UNESCO como por la Organización Mundial del Turismo”; y que debemos agradecer al trabajo y esfuerzo de la Asociación para el desarrollo integral Territorial de sierra Morena (ADIT) “y ejecutado por el consorcio Dark Sky Advisors formado por la unión de la Asociación Astronómica Hubble y la empresa Iberus Medio Ambiente”.

Esta misma asociación ha creado una página web dedicada a la astronomía en Sierra Morena que podéis consultar en la siguiente dirección: http://www.astronomiasierramorena.com o http://astronomia.sierramorena.com.

Igualmente podéis indagar sobre Starlight en la página del Instituto de Astrofísica de Canarias http://www.iac.es/, donde hallareis un artículo muy interesante sobre el nuevo producto turístico de Sierra Morena ligado a la observación de estrellas: http://fundacionstarlight.org/sierra-morena-y-sierra-sur.../ , en el que se pueden leer párrafos como: “A este respecto, destacó que el turismo astronómico será uno de los nuevos productos que quedarán recogidos en la futura la Estrategia Integral de Fomento del Turismo de Interior Sostenible de Andalucía 2014-2020, que movilizará alrededor de 230 millones de fondos públicos”.

Últimamente se ha puesto de moda todo lo relacionado con la observación de estrellas en Sierra Morena como podéis comprobar en las numerosas noticias aparecidas en prensa de la que os pongo un ejemplo: http://www.europapress.es/.../noticia-casi-decena-pueblos..., y que nosotros achacamos a la afluencia de dinero que en un futuro no muy lejano hará su aparición en la zona y de los que ya se está viendo algunos resultados. Extraemos unos párrafos del artículo anterior:

“Casi una decena de municipios de la provincia sevillana realizarán obras encaminadas a la ordenación y promoción turística gracias a los más de 300.000 euros que recibirán del Plan Complementario del Plan Provincial Bienal 2014/2015 para inversiones financieramente sostenibles, también denominado Plan Supera, desarrollado con fondos del superávit de la Diputación de Sevilla de 2012.

    Según la información a la que ha tenido acceso Europa Press, en concreto, son un total de nueve los pueblos que se beneficiarán de estos fondos, siendo Guadalcanal el que mayor número de actuaciones acumula, con un total de cinco proyectos previstos, para lo que cuentan con una inversión de 29.431 euros.

En este municipio, las obras del Plan Supera irán destinadas al acondicionamiento de parte del recinto ferial para uso alternativo como explanada para el estacionamiento de autocaravanas, el acabado de la oficina de información del Parque Natural Sierra Norte, la adecuación de una zona para visualización astronómica y ubicación de una estación de observación 'Starlight' en el enclave de la Piedra de Santiago, así como para la realización de un video documental HD sobre la Semana Santa de Guadalcanal y la reurbanización y remodelación de la calle Santa María.”

Y yo me pregunto: ¿Ahora que hay dinero para desarrollar la observación de las estrellas en Guadalcanal tampoco hay dinero para Manolo Fernández? Chaves y su observatorio? ¿Qué pasa en este pueblo que el único que ha creído de verdad en las posibilidades de la sierra como visor estelar lo ningunean y lo excluyen de lo que puede ser un verdadero motor económico del turismo en esta localidad?; ¿Cuáles son las razones ( yo me las imagino) para que se tenga que realizar una nueva ubicación para ver estrellas existiendo un observatorio astronómico?; ¿Por qué Guadalcanal nunca se da a valer y defiende con uñas y dientes su preeminencia en estos temas dado que posee un telescopio e instalaciones adecuadas para la observación del firmamento desde hace 30 años?; ¿Por qué no se ha contado con Manolo para absolutamente nada cuando él fue el pionero en estos temas en la Sierra Norte de Sevilla con la creación e instalación de un observatorio astronómico?; ¿Quién sabia de estrellas en Guadalcanal y pueblos aledaños en los años 80 y 90 del siglo pasado?

Entonces, después de estas reflexiones, tengo que pensar que quizás el interés no está en el conocimiento de las estrellas, en la investigación y observación de las constelaciones; en tener un lugar para educar y divulgar el conocimiento a nuestros escolares; quizás tan solo sea otra moda que exprimir para sacar el dinero los más rápidamente posible sin interés de construir futuro.

De todas formas, para quien le interese, a continuación, doy aquí unos pocos datos del Observatorio “ALKAID” de Guadalcanal, denominado así porque el mismo día que se le ocurrió a Manolo la idea de construir un telescopio para ver las estrellas se hallaba con sus hijos jugando en la Ribera y en el cénit del firmamento se encontraba dicha estrella denominada también Benetnasch, siendo la tercera estrella más brillante de la constelación de la Osa Mayor:



NOMBRE: OBSERVATORIO “ALKAID
PROPIETARIO: MANUEL FERNANDEZ CHAVES
AÑO DE CONSTRUCCIÓN (INICIO): 1982
SITUACIÓN: SIERRA DEL VIENTO. GUADALCANAL.
COORDENADAS: 5º 49´ 50´´ W / 38º 06´ 35´´ N
ACTUALIDAD: INCONCLUSO. FALTAN OBRAS DE ACONDICIONAMIENTO
DIMENSIONES: ADMITE UN TELESCOPIO DE 1.000 mm. DE APERTURA.
TELESCOPIO: AUTOCONSTRUIDO
AÑO: 1981
TIPO: NEWTON REFLECTOR
FOCAL: 6,5
APERTURA: 310 mm.
MONTURA: ECUATORIAL

Alberto Bernabé Salgueiro.


domingo, 18 de septiembre de 2022

Crónica de una añoranza 7

 Apuntes de Diego “El Sereno”


Séptima
  parte


Las chozas de Juan Luis

    Mi abuelo Diego “El Sereno”, me contaba cuando yo era un chaval, de sus andanzas por la serranía cordobesa, incluso desde antes de afincarse en Navaldurazno.
    Juan Luis era muy conocido de este mi abuelo. Pertenecía a una familia muy numerosa afincada por allí desde muchos años, en unos terrenos de propiedad casi desconocida.
    Vivía en unas chozas de medias paredes, cerca del río Bembézar, en lugar denominado, “Las Vegas de Palacio”. Y daban cobijo nocturno a todos los miembros de la Cuerda, todo el tiempo que permanecían cazando por la sierra de “La Albarrana”, “El Cabril”, que había muchas perdices por entonces, y allí sacaban el jornal como ellos decían.
    Tenían un recovero con una mula que llevaba todos días la caza a Constantina, para venderla y de camino traía comestibles y artículos de primera necesidad.
    Una de las veces que llegara, mi abuelo por allí, encontró a la familia de Juan Luis, muy apenada. Las mujeres llorando se les echaron en sus brazos. Diego por Dios nos han robado una collera de mulas, y “El Sereno”, no dudó en ningún momento, y puso en marcha su estrategia. Conocedor como nadie de la sierra, y haciendo gala de sus poderosas piernas, emprendió la búsqueda de las mulas con su inseparable cabrero.
    Tras las huellas, tomaba los atajos que él conocía perfectamente, para darles alcance cuanto antes a los ladrones, hasta que en uno de los pocos vados del río Nevado, divisó a dos individuos montando las mulas, y sin mediar palabra, como él sabía hacer las cosas, les mandó un par de recados con el cabrero.
    Los cacos comprendieron enseguida que aquello no era en broma y abandonaron las mulas, para huir en desesperada carrera por aquellos campos de Dios.
    Los hombres que andaban con las labores del campo, fueron los primeros en divisar a “El Sereno” con las mulas, y dando gritos de alegría llamaron a las mujeres, para que vieran como este buen samaritano regresaba feliz. Con lo que tanto significaba para aquella familia.
    Aquella familia nunca supo cómo pagar el gesto de aquel buen hombre, que, sin pensarlo, se lanzó al encuentro de aquellos cuatreros para arrebatarles el botín.
    No hace mucho tuve la oportunidad, monteando el pedrejón, de pasar por aquel lugar, donde todavía se conservan unos paredones de lo que fue la vivienda de aquella familia, llamada “Las chozas de Juan Luis”.
    Mi abuelo siempre me comentaba de la buena amistad que le unía, a esta buena y humilde familia, así que cuando comenzó la guerra, en 1936, nos llevó a toda la familia a refugiarnos allí unos días, Hasta que pasó la contienda cuando yo solo contaba cinco años, por eso cuando pasé por aquel sitio, lo recordé todo, mientras me invadía la emoción, ¡ay aquellos hombres y mujeres que vivían allí, tan solitarios y apartados, sin conocer más que su solitario trabajo! Apoyado en el rectángulo que hace el paredón, me puse a recordar un momento y hasta me parecía ver recortarse en la lejanía la silueta de mi abuelo con el sombrero de ala ancha y como enseña, al hombro su inseparable cabrero.
Las vísperas de una montería

    Cuando el sol traspone por los altos picachos de la sierra, y la noche comienza a tender su oscuro manto en medio de la imponente soledad, se dejan sentir los cantos de los búhos desde las altas copas de los viejos árboles, que van dando escolta al estrecho y serpenteante sendero que nos conducirá entre, tropezones y traspiés a la casucha que servirá de cobijo a mis amigos y a mí.
    Seguimos el camino casi de memoria. Algunos de mis amigos siguen el camino con el pensamiento, y aunque no se ve nada, nosotros sí sabemos en cualquier momento donde nos encontramos.
    Cuando llegamos a la vieja casilla donde pensamos pernoctar, prendemos fuego a la chimenea y se comienzan a ver las caras al leve resplandor de la lumbre, que cada vez se va haciendo más acusado al tiempo que van prendiendo los troncos, que mi amigo Chito había traído por la mañana.
    Nos vamos acomodando cada uno como puede en torno a la lumbre, menos mi amigo Juan que ocupa el aparejo de la burra. De cuando en cuando, a mi amigo se le deja ver al resplandor de la lumbre un rostro de señorón como si presidiera la humilde velada.
    A la hora de cenar echa mano uno de ellos al techo para alcanzar unos tomates que prenden del mismo con rama y todo, de los que había recolectado Chito, en un pequeño fuertecillo que tenía hecho en una carbonera, y que regaba con la misma agua del río. Luego vamos sacando unas tortillas resecas, queso de cabra muy duro, y unas aceitunas, con lo que se compone el menú nocturno. Yo pongo un banco de corcho a una distancia prudencial de la pared, para dejar descansar un poco a los pobres riñones, y comienzo a tirarle al reseco tomate que Chito había preparado en un desconchado plato granadino, que solo Dios sabe cuántos quebrantos llevaría en su historial.
    El queso y la tortilla van desapareciendo como por encanto entre risas y chirigotas. El vinillo es un tintorrote que deja mucho que desear. Sabe a leña más que a otra cosa, no falta quien se acuerde del Montilla y del Moriles, que en tantas y tantas ocasiones nos alegró en las vísperas de tantas jornadas de caza.
    Siempre que los acontecimientos preceden a una jornada de caza, se aceptan de buen gusto todas las incomodidades, por eso dormir al amor de la lumbre, sobre un maloliente aparejo o una silla de montar no es ninguna molestia para todo aquel aficionado a la caza.
    Enseguida nos viene a la memoria, Navaldurazno, mi hermano Diego, y el Montilla que siempre estaba disponible para todo el que llegaba por allí. Era como el saludo que se hacía indispensable para dialogar largamente sobre cualquier tema. El que pasaba por allí no se podía marchar sin tomarse unas copas, y que siempre quedaron en el recuerdo de todo el que lo visitó.
    Siempre que le hacíamos una visita, María y yo, lo llamaba por la emisora, por si hacía falta algo, y él me decía tráete lo que quieras menos vino y yo no me preocupaba nunca de llevar vino, porque sabía que allí no faltaba, así que solo me preocupaba de llevar los aperitivos, y casi siempre había alguna visita para ayudarnos a dar buena cuenta del botín.
    Debido a la distancia que existe entre Navaldurazno, y El Escamaron nos fuimos a pernoctar a aquel lugar por encargo del dueño, para ponernos por la mañana muy temprano, y cortar la huida de las reses, al paso por el río Pajarón que va haciendo linde por el “Cerrejón de la Calcaría”.
    Antes de clarear el día, sentí removerse a Chito, yo no había pegado un ojo como es mi costumbre, y lo que estaba deseando que alguien se removiera para empezar a charlar sobre nuestro cometido. Todavía quedaba un tronco ardiendo en la chimenea, y de cuando en cuando salió una llamilla que apenas iluminaba la estancia, luego se apagaba y se quedaba todo en penumbras.
    Yo permanecía recostado en el aparejo, mientras que Chito, buscaba el viejo candil para arrimarlo al fuego y encenderlo.
    Para cuando el candil empezó a funcionar ya estábamos todos dispuestos para salir andando.
    Nos quedaba un largo trecho hasta llegar al río, luego sería peor el camino, río abajo, pero para entonces ya se vería algo.
    Por aquellos días había llovido mucho y el piso de la umbría se hacía muy resbaladizo, había que cruzar el río muchas veces debido a las exigencias de la orografía. Los farallones de piedra caen verticales, y teníamos que buscar la otra orilla para poder pasar y llegar a donde teníamos que ponernos a la espera. Estos sitios eran los que antaño ocupaban las escopetas negras.
    Llevábamos un borriquillo de reata, para poder sacar lo que cobráramos, así y todo, no faltarían penalidades para salir de allí con un venado, o un marrano, y por otra parte había que justificarse y no desaprovechar la oportunidad y cobrar lo que entrara.
    Apenas clareaba, aún no se había ido la noche, y gracias a la luna que a esas horas parece que es cuando más alumbra pudimos sortear un rosario de agrestes canchales.
    Para evitar males mayores, decidimos atrochar por un descolgado sendero que remataba en una pequeña vaga que hace el río en una curva, ensimismados mirando las hozaduras de los jabalíes, el borriquillo que no guardaba las debidas precauciones hizo que se partiera una rama al rozarse por ella.
    La respuesta al desatino fue el grave y sonoro ladrido de una cierva, para anunciar a todos sus congéneres de tan inoportuna visita. Desde mi puesto dominaba la umbría del tabaco que es uno de los lugares más bonitos que conozco.
    Mil folios no bastarían para describir tanta belleza, para el cazador que busque el auténtico contacto con la naturaleza. El caso es que, de regreso, soñaba despierto con volver otro día a mi umbría preferida porque aquí parece que se está más cerca de Dios.
Las alimañas como recurso económico

    Mis principios en las cinegéticas lides, fueron los de un alimañero, las pieles de las alimañas eran un recurso más de la sierra que había que sacar, era una labor exigible a la guardería, lo de tener el coto libre de alimañas era sinónimo de elogio para el guarda, y en esa labor casi siempre le ayudaba algún familiar o persona de su confianza.
    Había muchos bichos en la sierra entonces, muchos más que ahora, con todo lo que digan los entendidos del momento, quizás como excusa para echarle la culpa a algo de la notoria disminución de la caza menor.
    Entonces no estaba prohibido el uso de las malas artes ni, por supuesto, sobre alguna especie determinada. Se podían capturar todas las especies, que entonces eran siete u ocho las que había, entre ellas, la nutria, la garduña, el tejón y el zorro carbonero, que se cotizaban más que las otras y no era difícil ver las nutrias en las orillas de los ríos y de las riberas retozando por las tardes.
    Luego cuando llegaba la hora de vender había que regatear para que no te engañaran.
    En esto de las pieles había mucho trapicheo, y muchos precios. Había que tener en cuenta la época que se había cogido el ejemplar, porque dependiendo de ello varia su valor. Las capturadas en invierno eran las más caras, porque tienen el pelaje más tupido. Las de lobo casi nunca se vendían Se dedicaban más que nada para los pies de la cama. Se mandaban a curtir a Constantina que las apañaban muy bien y terminaban siendo un regalo para algún compromiso.
    El lobo de “El Puntal del Macho”, lo capturé en la vega del “Marín”, una pequeña vega que había en el lado de las Mesas del Bembézar, que no era mayor que un campo de tenis y que había unos almezos justamente donde el río tenía un rápido que sonaba mucho y hacía que se confundieran los demás ruidos, que siempre gusta identificar a cada uno para ir deduciendo a quien pertenecen.
    Por eso no oí el ruido del cepo que llevaba el lobo enganchado, que al final se refugió en “El Puntal del Macho”, y dos días después los perros que tenía Baldomero con las cabras lo siguieron hasta la “Piedra de los Azores”, que está en el río Nevado, a unos cuatro kilómetros de donde lo apresara el cepo en la vega del Marín.
    El cepo no era para lobos ni yo esperaba que allí cayera un lobo. Yo allí lo que esperaba capturar más bien era alguna nutria. Parece que el cepo le partió la pata en primer momento de caer y ya no pudo escupirlo, como ocurre con los ejemplares grandes cuando se trata de cepos que no tienen dientes. Este lobo no se pudo cobrar. Supuse por las huellas que dejó en la arena, que el cepo lo había cogido por una de las patas traseras, así se pudo defender de los perros y seguir por una pendiente impresionante, cortada por cortantes farallones de piedras.
    Los cepos para lobos tenían una hilera de dientes grapeados por el interior de cada costilla de forma alterna, para que al cerrar quedaran entrelazados de forma que hacía imposible ser escupidos por ninguna pieza por grande que fuese. Los cepos para zorro y conejo no tenían dientes y eran más livianos de peso que los otros.
    Los cepos se fabricaban y se reparaban en la antigua herrería de José Obrero de Hornachuelos, también se hacían en Don Benito, pero estos eran más que nada para conejos y eran más ligeros de peso. Había otros más pesados y peligrosos que no se dé donde eran ni quien los fabricaba.
    Mi hermano Diego, tenía una gran destreza en el manejo de los cepos, y sabía perfectamente todo lo que había que hacer para que los lobos no se percataran en lo más mínimo del peligro que corrían si se acercaban por sus dominios.
    En una ocasión le dio un premio la Sociedad de Labradores y Ganaderos de Córdoba, por ser el guarda que más lobo capturó con los cepos. Había cierto pique entre los guardas, cada uno tenía sus formas de actuar que guardaban celosamente, los solían poner en las veredas y collados donde los lobos arañaban el suelo (a lo que ellos le decían firmar). Por las noches se podían oír los aullidos desde la casa, en la zona por donde estaban puesto los cepos, sobre todo por las veredas que daban acceso a las manchas donde ellos solían tener sus encames
    Entonces había pocas reses en los cotos y los guardas apretaban con los cepos sobre todo antes de montear por temor a que los lobos le chanteraran las manchas, cuando se fracasaba en las monterías se decía que había lobadas en el coto y que las reses se habían ido de allí.
    Los guardas de los cotos estaban obligados a poner en sitios visibles unas tablillas que decían “peligro cepos” o simplemente “cepos”, para evitar males mayores, no obstante, se dieron casos de personas que pasaron la noche enganchadas en un cepo hasta por la mañana que llegara el guarda.
    En aquellos tiempos se andaba mucho de noche. Las distancias eran muy largas para ir andando y casi nunca se llegaba con luz del día, y entonces sucedía lo peor por no poder ver las tablillas anunciadoras del peligro.
    Muchas veces cabalgando por la sierra no dejábamos la carretera o carriles, aunque se diera más rodeo por temor a tener un percance con los cepos al tomar algún atajo. Los cepos estaban mucho tiempo puestos hasta que incluso nacía la hierba encima de ellos y se hacía casi imposible saber el sitio exacto donde estaban puestos, pero se daba la paradoja de que entonces era cuando mejor podía caer el lobo porque ya se había perdido todo tipo de contacto humano, que para los lobos es fundamental dada la desconfianza que tienen de todo.
    Esto lo sabían perfectamente los guardas, y ellos no se acercaban para verlos, para no dejar ningún tipo de rastro ni olor, y los solían mirar desde lejos a veces incluso con los prismáticos para no acercarse, y a la vez asegurarse de que permanecía allí.
    En el silencio de las noches sin luna, los lobos dejaban sentir sus aullidos como poniendo esa nota tenebrosa que me gustaba oír sobrecogido en la esquina de la casa cuando era un chaval. El lobo entre los campesinos siempre fue el protagonista y autor de algún estrago en el ganado, aunque a veces sin causar baja.
    En la sierra no era muy difícil enganchar alguno que otro lobo con los cepos, pero eso no fue lo que terminó con ellos ni mucho menos.
    Los venenos, pudieron ser el principal y único motivo por el cual se exterminarán los lobos en la sierra, a pesar de ser extremadamente peligroso, tanto para los animales que lo comían por temor al envenenamiento, como para las personas que lo manejaban.
    Tampoco era tan preocupante como para que hubiese que pensar en el exterminio de los lobos para mejorar una especie que después llegaría a los límites que ha llegado, nadie podía pensar en que se podían tener encerradas dos y tres mil reses en un coto, para que luego por no sé qué razones, se sacrificaran a tiro limpio indiscriminadamente, a todo lo que entre al rifle o la escopeta.
    Algo que tampoco se puede entender, es que esto lo hagan personas que se precian de ser aficionados a la caza mayor incluso dueños de cotos, y que permitan a otras personas, totalmente indocumentadas en el tema, que lo hagan, como si se tratará de una jornada de caza cualquiera, y regocijarse matando sin ningún tipo de control, por un personal no cualificado para llevar a cabo ese tipo de selección.
    Creo yo que existen otras soluciones para hacer esta selección, lo que pasa es que esto se aprovecha como lances de montería. Pero tampoco creo yo que a ningún aficionado le deje buen sabor de boca eso de matar ciervas, por muy bien hechas que estén las cosas, pero esto es lo que alegan los que lo practican.
    Esto de la caza siempre ha sido cosa de nobles y aristócratas, pero en estos tiempos actuales sobre todo en los últimos años, los cotos de caza mayor han crecido notablemente y esto ha permitido que una buena parte de aficionados a la caza menor se hayan visto participando en esta modalidad, engrosándola de tal forma, que hoy se puede decir que hay tantos aficionados de una modalidad como de otra. Lo que siempre fue una minoría hoy cuenta con miles de aficionados y todo es debido a la masiva cantidad de caza mayor y al mayor nivel de vida.
    Debido a la notable disminución de la caza menor, hoy se puede uno encontrar con jabalí con la misma facilidad que lo hacía antes con un conejo. Los conejos entre la Mixomatosis y la enfermedad hemorrágica, VED, amén de la depredación, que siempre ha tenido este animal lo han disminuido alarmantemente. De seguir así, va a terminar siendo una especie protegida. Estos factores de mortalidad afectan más que nada en mayor medida a los conejos más jóvenes.
    Lo que no he comprendido nunca de la caza es por qué todo lo que se mueve alrededor de la misma, desfigura a las personas, de tal forma que de la noche a la mañana dejan de ser amigos tuyos sin ningún motivo aparente que lo justifique. Esto parece ser que no ocurría en otros tiempos según yo he podido comprobar a lo largo de los años, cuando la camarería y el compañerismo son fundamentales en este bello y legendario oficio, o deporte como se le dice ahora, y digo ahora porque no era ningún deporte para mi abuelo, lo de tener que hacerlo a diario para ganarse las habichuelas.

Isidro Escote Gallego.

sábado, 10 de septiembre de 2022

El observatorio astronómico AIKAID de Guadalcanal, una realidad

 


Y las ayudas económicas que no llegaron y la obra muere victima del olvido

Tras dos años de grandes esfuerzos, nos parece ya una realidad este observatorio que se está construyendo en la Sierra Norte y del que mostramos dos fotografías de cómo se encuentran las obras en este momento.

         En el Monte del Viento tenemos a Manuel Fernández Chaves, quien está llevando a cabo esta singular obra, a quien preguntamos.

__  ¿Con que objetivo te pusiste a hacer todo esto, que a nosotros no nos parecía en un principio que iba a ser de tanta envergadura, y sin embargo a medida que va avanzando el tiempo, nos va pareciendo más importante?

_ Creo que siempre que se comenta con alguien algo que uno vio y le impresionó mucho, nadie puede hacerse una idea tan clara como el que lo tuvo ante sus ojos. Y el objeto principal de esta obra es la de aportar más cultura para mi pueblo en la medida de mis posibilidades.

__  Dices que, para tu pueblo, esto hay que explicarlo más extensamente.

_ Digo para mi pueblo, y digo bien. Este observatorio es para Guadalcanal “ya lo dije en una charla en la biblioteca”, así como para toda la comarca a la que podrán venir estudiosos de la Astronomía, Colegios, Instituto e incluso de la Universidad de Sevilla.

__  ¿Qué organismos le han ayudado entonces?

_ Económicamente, hasta ahora ninguno. Aunque en la Junta de Andalucía me han dado muy buenas impresiones sobre una ayuda que pedí y La que posteriormente me den por medio de las Consejerías de Medio Ambiente, educación y Cultura. He tenido ayudas muy valiosas en lo que se refiere a materiales, mano de obra por el Ayuntamiento y varios particulares.


    Pues amigo Manuel yo agradezco esta oportunidad en nombre de todos , lo que haces por nuestro pueblo, en todo lo que te he pedido siempre, y de verdad deseamos que se vea terminada esta gran obra en la que tanto sacrificio, constancia y sudor te está costando y lo que es peor, sin ninguna ayuda económica, desde aquí invitamos a los dirigentes de la Junta de Andalucía para que nos visiten y comprueben cuanto decimos y traten de prestar ayuda económica para ver terminada esta magnífica obra, orgullo Guadalcanalense, y de Andalucía.

    Gracias, una vez más, Manuel, hombres como tú hacen falta muchos.

La redacción

Revista de Feria 1985

domingo, 4 de septiembre de 2022

Crónicas de una añoranza 6

Apuntes de Diego “El Sereno”

Sexta parte

Las Escopetas Negras

    Las escopetas negras están ya en el olvido de todos. En estos tiempos se ha modernizado el modo de montear, y las armadas se colocan en coches, incluso en los más recónditos cotos de sierra morena. Se han practicado caminos para este fin a través de los cuales se colocan las escopetas, con un considerable ahorro de tiempo, quedando así suprimidas las caballerías tan características en la montería andaluza.
    Así se pueden evitar chanteos y ruidos molestos para las reses; que tantas veces llevaron al fracaso en monterías de renombrada fama.
    Hoy se puede llegar a todas partes en automóvil apropiado, lo que también resulta bueno para el acarreo de las reses cobradas, y así llega
n mucho antes a la junta de la carne, quedando un tanto desplazada la tradicional figura del arriero, aquellos hombres que saben cargar los venados en los burros como nadie, con las cuernas en todo lo alto y un lazo corredizo para soltarlos con facilidad en los momentos de aprieto, los burros perfectamente jaezados daba gusto verlos venir cargados por aquellas cuestas del río.
    Las escopetas negras eran por lo general, Guardas, Pastores y Rancheros de las inmediaciones, que eran avisados por aquellos días para participar en la montería, pero sin figurar en lista ni en sorteo
    Las armas que usaban estos hombres eran escopetas de ante carga, con bolas redondas que dejaban caer por el cañón de la vieja escopeta, atacándolo después con estopa, o bien con el nudo de una cuerda, o unos tallos de jaras si no había otra cosa. A este hecho le decían un “nuo”.
    Las balas se confeccionaban en un balero, y el crisol donde se fundía el plomo, casi siempre era un candil de los que servían para alumbrarse en las largas noches de invierno.
    Luego se perfeccionaban las bolas golpeándolas con un martillo para que quedaran lo más esféricas posible. Otros los que tenían buena dentadura, hacían esta operación con la boca. Cada uno tenía su forma personal de hacer las cosas, y para cada uno la suya era siempre la mejor.
    Estos hombres conocedores del terreno como nadie, sabían perfectamente su cometido, ocupaban pasos de huida en los barrancos y encrucijadas inaccesibles para los monteros, y como es de suponer casi siempre cobraban las mejores piezas de la jornada, cuyos trofeos, en la mayoría de los casos, eran adjudicados al noviazgo de alguna personalidad importante, de las muchas que suelen hacer acto de presencia en este tipo de cacerías desde tiempos inmemoriales.
    En incontables ocasiones el noviazgo se hacía creer el autor de la muerte de la pieza, con una serie de datos y vagas teorías que terminaban por convencer al novel y falaz montero, el cual, plenamente convencido, comenzaba a dar saltos de alegría, sin saber lo que le esperaba por haber dado muerte a su primera res de Caza Mayor.
    El noviazgo comenzaba en el campo con unas palmaditas en la cara, con las manos llenas de sangre, mientras que otros lo felicitaban cortésmente, en tanto que alguno por detrás le cortaba un poco de pelo con el cuchillo de monte, el hombre lo aceptaba todo con resignación, a la vez que se le iba agriando un poco el carácter.
    La noticia del noviazgo como reguero de pólvora de unos a otros para ir haciendo planes sobre todas las fechorías que le aguardaban al profano cazador, mientras que el hombre, entre risas y chirigotas por el camino hacia la casa lo aceptaba todo, aunque se da cuenta de que algo se está cociendo a su alrededor.
    Cuando se llegaba a la casa mientras que el novio tomaba una copa, entre las naturales felicitaciones de todos los que van llegando, otros se encargaban de preparar una mesa grande para poner encima el aparejo de un burro lo más sucio posible, un cubo con agua y una escoba, que habría de servir de campanilla para hacer guardar silencio a la concurrencia rociándoles agua a todos, y cuando todo estaba dispuesto hacían traer al reo maniatado y escoltado por los perreros, y lo sentaban en un banco de corcho al lado de la mesa.
    Entre tanto los perreros no dejaban de pegar trabucazos, capaces de reventarles los tímpanos a cualquiera, al tiempo que se formalizaba un jurado constituido por los propios monteros, y así comenzaba la acusación y la defensa. En el viejo aparejo, abierto sobre la mesa, se leían toda las penalidades y delitos que había cometido, y que además de todas las calamidades por las que tenía que pasar, tendría que pagar una fuerte suma en metálico, después entraba la defensa con la rebaja y si eran buenas las deliberaciones, la cosa no pasaba de pagar unos cuantos miles de pesetas, para los guardas y perreros, que al fin y al cabo eran los principales protagonistas.
    En el doctorado no se molestaba nadie. Todo se hacía en buena lid y al finalizar el improvisado juicio, se comentaban las incidencias del día. Cada uno lo hacía a su manera y al lado de la lumbre.
    (Esto es una costumbre ancestral en la montería, sólo que difiere mucho de cómo se hace hoy, y es por lo que me he permitido comentarlo aquí, aunque sea a grandes rasgos.)
    Los comentarios se hacían tan extensos que muchas veces llegaban hasta el amanecer, dando lugar a discusiones que eran llevadas al propio terreno donde había tenido lugar el lance el día anterior, para quedar completamente claro a quien pertenecía la pieza cobrada.
    Otros quizás menos apasionados por el arte venatorio echaban una partida a cartas, sin importarles para nada el acaloramiento de los demás.
    Entre tanto el casero, ajeno a todo aquello y navaja en mano, trazaba el nuestro de cada día, para las migas, que al amanecer serán servidas en medio del comedor, cucharada y paso atrás, menos el cocinero que permanece quieto sosteniendo con el hombro el mango de la enorme salten.

Vivencias cinegéticas en una tarde de agosto

    El aguardo a jabalíes es algo que emociona al más experto cazador, por practicarse en soledad y en los más recónditos lugares de nuestras sierras. El que voy a describir aquí tiene lugar en una tarde de agosto que sólo Dios y yo sabemos de qué año. El puesto preparado de antemano sobre unas piedras en forma de balcón, donde he puesto una especie de pantalla de jaras cuidadosamente tejidas a la altura de mi cabeza, y el asiento también fabricado con piedras separadas con una capa de monte para que no hagan ruido al moverme. Frente a mi tengo un pequeño raso donde nace una fuente casi agotada y se inicia el arroyo que se pierde a un centenar de metros en una curva poco pronunciada. A la derecha cae una aguada que desemboca en la misma fuente, separando un cerrote con un jaral impresionante. A la izquierda caen tres aguadas también muy poco pronunciadas, formando tres lomas muy suaves. Por esta zona se visan unos claros a unos trescientos metros del puesto, lo suficientes grandes como para verse el lomo de un jabato.
    La arboleda en este lugar es escasa, un álamo medio seco y unos alcornoques a mi derecha componen todo el entorno arbóreo de este inhóspito paraje.
    A la hora de hacer el puesto, he tenido en cuenta muchos factores. Darle una buena orientación, en sitio que domine bien la fuente y el veredón medio metido en polvo que desemboca en la misma, y sobre todo en sitio alto y despejado donde corte bien el viento; enemigo número uno de este tipo de cacería.
    El sol en esta época del año es bondadoso. Las siete y veinte de la tarde eran cuando llegué al puesto, y todavía el sol pega fuerte Procuro no hacer ni el más leve ruido, porque según mis cálculos los jabatos tienen sus encames a corta distancia de la fuente, y no me gustaría que se percataran de mi presencia, y menos por tratarse de jabalíes a los que tanto me gusta sorprender.
    Me acomodo lo mejor que puedo, porque pienso que la espera será larga. Los jabatos antes de bajar a la fuente tomaran sus precauciones, que casi siempre suelen ser lentas, sobre todo para el que está esperando.
    Los conejos son los primeros protagonistas de la tarde. Justamente en el pequeño raso que tengo delante, de vez en cuando echan una carrera uno detrás de otro para quedar más o menos en el mismo sitio, sin atreverse todavía a llegar a la fuente.
    Esto sirve de tranquilidad, cuando se está de aguardo, porque es señal evidente de que el viento está favorable, el humo de mi cigarrillo coincide con esta teoría, corroborando la gran contingencia que supone una bocanada en contra, al menor soplo de viento, pues en estas condiciones, los conejos darían el clásico taconazo, a todos sus congéneres y a cualquier animal que lo pueda oír, con lo que tendría que dar por finalizada la espera, y así verse todas mis ilusiones.
    Mi abuelo nunca fumó, pero solía llevar un yesquero al que le daba un pescozón de cuando en cuando, para asegurarse de la dirección del viento, yo también lo llevo para estas ocasiones, aunque solo lo uso cuando estoy saturado de fumar.
    Los estorninos hacen acto de presencia, sin duda para esperar su turno en el pequeño abrevadero desde las altas y resecas ramas del viejo álamo, remedan mil cantos burlones quizás para amenizar el silencio de la calurosa tarde estival, poniendo esa bubónica nota que Dios enseñó a todas las criaturas de nuestra fauna. A pesar de estar bien tapado ellos desde lo alto me han localizado, dan una especie de chirrido y se marchan, no son más de cuatro o cinco.
    A mi izquierda comienza a sentirse un ruidillo de hojas secas, y enseguida aparece un zorro. La cola a media altura, se para un momento para mirar hacia atrás y continua su trotecillo con la boca entreabierta por el calor de la tarde. Se para de nuevo y levanta la cabeza como si olfateara algo. En ese momento llegan de nuevo los estorninos y se posan en el mismo sitio, miran de soslayo hacia el puesto desconfiados y como de reojo, se aseguran estirando el cuello de que permanezco allí y se marchan de nuevo sin emitir ningún sonido.
    Al zorro parece que todo esto no le preocupa en absoluto y comienza a bajar muy despacio y por fin llega hasta el agua. Bebe durante unos segundos, levanta la cabeza y empieza a andar lentamente cuesta arriba como si estuviese cansado, hasta que desaparece.
    El sol está ya ene. Ocaso, y los mosquitos son ahora mi mayor preocupación. Me preveo de una ramita de brezo y comienzo a moverla lentamente para no hacer movimientos bruscos y evitar que me ataquen en la cara y en las manos. Me bajo las mangas de la camisa de color garbanzo, que me regaló un amigo que hizo su compromiso militar por tierras africanas en un tabor de Regulares según me contó. Perfectamente mimetizada con los colores del campo por estas fechas del año, pero el grosor de su tejido no impide para nada al aguijón de los mosquitos. Trato de embeberme dentro de ella para que no les sea posible llegar a la piel, pero siempre encuentran algún pliegue por donde conectar con el cuerpo.
    La noche cae lentamente, los rasos que divisaba a lo lejos se van haciendo cada vez más tenues, y los conejos los he perdido de vista. Ahora tendré que afinar más el oído que es el único órgano del que puedo confiar para poder seguir en mi sito, y estar seguro de que todo sigue bien. El taconazo de los conejos llegaría a mis oídos tan pronto como sospecharan el menor peligro.
    La esfera del reloj comienza a dibujarse como si fuera una ruleta mágica, cuando son las nueve y veinte de la noche el silencio se hace cada vez más denso. Todos los pajarillos que, durante la tarde han estado dando con su canto el último adiós al día, ahora han enmudecido para cobijarse fuera del alcance de los posibles depredadores, y así esperar el nuevo día.
    Los mosquitos se han retirado a consecuencia de una leve brisilla que se ha levantado, y aprovecho para tomarme un caramelo mentolado, que siempre cae bien para evitar el mal gusto de boca que se pone cuando se espera a alguien que no ha dado palabra de venir, (como decía siempre mi abuelo en estos casos) y, además, para perder un poco el deseo de fumar. Ahora no sé por dónde anda el viento, ni puedo fumar, ni encender el mal oliente mechero, bastaría un pescozón para echarlo todo a perder.
    Unas ciervas pasan a pocos metros de la fuente, pero éstas no tienen intención de beber. Van cuatro o seis muy despacito una tras otra. Delante va la más vieja como siempre, posiblemente la madre y la abuela de todas. Hacen tan poco ruido que sólo se les oye el leve crujido de los músculos cuando doblan las manos delanteras. Son como sombras fantasmagóricas que se van perdiendo en la oscuridad de la noche. Yo permanezco inmóvil casi sin respirar, mientras dura la improvisada procesión.
    Temo que alguna se percate de mi presencia porque eso sería fatal. Darían un ladrido para poner en guardia a todas las reses en área de varios kilómetros, posiblemente cuando los jabalíes se encuentren ya camino de la fuente, pero me consuela ver como todo ha pasado sin más consecuencia, y el corazón vuelve a su ritmo normal a la vez que se va haciendo imperceptible el sonido de las canillas, tan familiar para mí a lo largo de toda una vida estrechamente ligada a estos animales.
    Los claros siguen siendo cada vez más pequeños y más difícil su identificación. La luna tardará todavía veinte minutos en aparecer por la alta cumbre que tengo a mi izquierda. Consulto de nuevo el reloj, que ya está perfectamente iluminado. Son las diez y diez, el sentadero, mitad piedra mitad monte, se hace cada vez más duro, intento inútilmente estirar las piernas, están dormidas.
    Comienzo a sentir ese clásico hormigueo que se siente cuando se permanece inmóvil y sin cambiar de posición. Siento grandes deseos de ponerme de pie, pero temo que pueda hacer algún ruido, está todo seco, y el silencio es tan grande que solo partirse una hoja, se oiría a centenares de metros, por lo que decido darme un masaje, y al cabo de unos minutos empiezo a notar que todo está normal.
    A lo lejos y de cuando en cuando, se empieza a sentir un ruido tan leve que me hace desconfiar de mi aparato auditivo. Escucho con gran atención, pero el ruido solo llega a veces y tan lejano que no me permite asegurar nada.
    Los mosquitos vuelven a atacar empecinadamente. Están hambrientos. Me han picado en la cara y en la espalda, la picazón es tan grande que no paro de rascarme.
    Ahora el ruido llega hasta mí con mayor claridad. Es un raspajeo entre el monte que tengo a mi derecha. Conozco perfectamente el lugar y sé que hay un jaral muy fuerte hasta llegar al agua, por el que tendrán que pasar los jabatos, y harán el suficiente ruido como para ser detectados por mí, por mucho cuidado que tengan al cruzar por el monte hacia el agua.
    El ruido llega ahora con más nitidez, ya puedo precisar mejor su procedencia y asegurar que están cerca. La emoción es cada vez más tensa, y el corazón late cada vez más fuerte. Trato de darme animo a mí mismo sin conseguirlo, hasta el punto de hacerme desconfiar de mi acusada paciencia en estos casos.
    La tardanza de la luna me empieza a preocupar, me hace pensar en malos presagios. No me agradaría que el esperado lance tenga lugar a oscuras. En estos lances de ocasión hay que tomar toda clase de medidas para no marrar el primer disparo, que es siempre el que más posibilidades tienes de acertar. A pesar de tener la escopeta semiautomática, yo no confío en los demás disparos, sé bien que el primero romperá el silenció de la noche y los jabatos saldrían dispersos en todas direcciones desbandada confusión. En estas condiciones es fácil marrar una pieza en las penumbras de la noche.
    Poco a poco el silencio se está apoderando del ambiente nocturno. Van trascurriendo los minutos, y se confunden los leves rumores procedentes de varios sitios a la vez. La luna ya asomó y se dejan ver sus resplandores a través de las copas de los árboles que tengo enfrente, es todo un espectáculo indescriptible por el solemne silencio en que se desenvuelve tan campestre belleza.
    Nada de todo esto me asegura un pronóstico fiable. El resplandor de la luna parece que lo ha cambiado todo, y los jabatos se han echado otras cuentas muy distintas a las mías. El silencio se acentúa cada vez más. Se han marchado hasta los mosquitos.
    Hago una consulta al reloj, y son las doce cuarenta de la madrugada, parece que el tiempo ha pasado a pesar de todo, lo he pasado distraído desde las diez y diez que consulté el reloj por última vez.
    No cabe duda de que los marranos han tomado otra dirección distinta, y yo me he quedado, según el dicho popular compuesto y sin novia.
    Yo sé de antemano que, en este tipo de aguardo, el éxito está por regla general, al anochecer o al amanecer, casi nunca de las doce en adelante.
    Así que como no tengo prisa, volveré y volveré, hasta que suene la flauta, y será tema de otro capítulo en el que espero dejar mejor sabor de boca a los que tengan la paciencia de leerme.

Isidro Escote Gallego.