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sábado, 27 de abril de 2024

Historia de la historia 3

Un magnífico arquero de Guadalcanal y persona cabal

    Lo primero que me viene a la memoria al evocar aquella dolorosa guerra es el número incontable de los compañeros muertos o desaparecidos en combate, cuyos nombres recitábamos como una letanía todas las tardes al toque de oración para que Dios tuviera piedad de sus almas y la fama esparciera sus nombres sobre la faz de la tierra, para que su recuerdo alimentara nuestro coraje y no olvidáramos la deuda con ellos contraída, porque habían muerto para que nosotros pudiéramos poner término a la jornada y conquistar aquel reino.
    No gustaba a los capitanes, particularmente al capitán general, que recitáramos aquella letanía, porque temían que la evocación de los muertos nos lastrase el ánimo. Pero los soldados nos empeñábamos en ello y no había fuerza de capitanes que nos hiciera desistir.
    Ya sabe vuesa merced, porque lo habrá escuchado o se lo habrá dicho fray Bernardino, que me llamo Juan Vázquez de Zúñiga, soy hijodalgo de Jerez de los Caballeros, Bachiller por Salamanca y conquistador del Anáhuac. He matado a miles de “indios”, he amado a algunas “indias” y perdido a mis mejores amigos en las puentes de Tenochtitlan y la guerra del Anáhuac: Al Piloto y Candela perdí entonces, a Remedios y Pantaleón.
    El Piloto fue mi mejor amigo, mi hermano y mi padre. Era de Sevilla, se llamaba Francisco Sánchez Bermejo, pero le decían Francisco de Triana, porque era de este arrabal de marineros. Navegó con el Almirante, descubrió el Nuevo Mundo y murió en las puentes de Tenochtitlan, en las puentes de la calzada de Tlacopan, junto a otros cientos de compañeros, junto a miles de tlaxcaltecas y mexicas, en una noche de lluvia. Aquella noche también murieron Remedios, mi naboría, que era de Cempoallan y me enseñó el arte amatoria, y Candela, que tenía luminarias en los ojos y música en la voz, y Pantaleón, que era el mejor médico y cirujano que he conocido y siempre me sirvió fielmente, y Alonso Almesta, de Olivares, que decíamos el Adelantado y extendió la mano cuando se lo llevaban, pero no pude llegar a él, y Pedro Tostado, el Viejo, que decía cómo el fornicar mucho y bien es la mayor y única fortuna que pueden tener los mozos pobres, y Antonio Vargas, de Sevilla, que en Cempoallan bailó con María Estrada, la única mujer de Castilla que teníamos, y armaron un alboroto, y Alonso de Guadalcanal, que era cazador y parecía el divino Odiseo cuando tensaba el arco, y Gabriel Ortiz, el músico, que lo acompañó a la vihuela cuando cantó en el palacio de Axayácalt, y Alonso Hernández, un buen ballestero que siempre competía con el de Guadalcanal, pero nunca le ganaba. Todos murieron en las puentes mientras llovía y sonaban las trompas y gritos de guerra de los mexicas...
    Perdóneme vuesa merced, me he confundido, que el de Guadalcanal y toda su compañía murió en los patios de Axayácatl, sitiados cuando se vieron cortados y hubieron de retroceder... ¡Oh, Dios misericordioso! Tenían los mexicas la costumbre de sacrificar a sus dioses los prisioneros enemigos y a los mejores de éstos ponían adobados como trofeo en el altar del Huitzilipochli. Así pude ver varios cueros de caballos muy bien curtidos, que los tenían por animales fabulosos, y los rostros de algunos soldados, entre los cuales estaba el de Alonso Guadalcanal, que bien lo reconocí por los rizos de la guedeja y el rostro afeitado, que decía nuestro pintor Ribera cómo se parecía al David que Miguel Ángel había puesto en la plaza mayor de Florencia, según una estampa que tenía su maestro. ¡Virgen Santísima! Lo miré con cuidado y era su rostro, la nariz aguileña y labios delgados. Me puse malísimo. No sé lo que sentí, como si el mundo me aplastase o me tragase el infierno. Un sudor frío me subió por la espalda, me mareé y tuve que sentarme un rato en el suelo, luego tomé una tea encendida y prendí fuego a todos aquellos tristes despojos. ¡Tan magnífico arquero y persona cabal! Entonces noté que un sacerdote, aquellos sacerdotes engreñados, sucios y malolientes, me contemplaba en silencio y sin pensarlo, lleno de furia, me fui a él y lo degollé. No hizo nada por evitarlo y se derrumbó como un saco vacío, mientras su negra sangre se derramaba por las losas de piedra. ¿Cómo se puede entender la misericordia divina? ¿Dónde estaba el Dios de la misericordia?
Oh, perdóneme vuesa merced...
    Sesenta años hace ahora de todo eso, que son ya ochenta los que tengo. Ochenta años he cumplido y comienzo a escribir o dictar esta relación de la conquista y destrucción de Tenochtitlan por consejo y encargo de mi amigo fray Bernardino de Sahagún, de la Venerable Orden Tercera del Seráfico San Francisco, estudioso de las cosas y cultura de los antiguos mexicas.
    No sé si podré llevar este empeño a buen término, que ya soy demasiado viejo, ochenta años son muchos años para tanto empeño, tal vez sea alguno más y la cabeza se me pierde. En ocasiones la cabeza se me va y me olvido de dónde estoy y qué hago. Por eso ya no salgo, como solía, solo por estos bosques y sierras, que me sucedió un día que anduve extraviado, errante y sin tino por estas quebradas y barrancas. Pero quiso Dios enviarme unos “indios” buenos que me trajeron a casa, que, si no, en el monte habría tenido que pasar la noche con peligro del frío y las fieras. Sin embargo, para las cosas antiguas tengo buena memoria y me precio de acordarme bien de todos los hechos sucedidos en aquella jornada y aún de los nombres de los más de los compañeros, porque, como yo era muy mozo entonces, todo lo guardaba en la memoria o apuntaba en este cuadernillo, no ahora que todo se me escapa.
    Como digo, acabo de cumplir ochenta años. Fíjese vuesa merced que tengo la misma edad que nuestro hermano fray Bernardino, que nací a catorce días andados del mes de enero de 1499, en Jerez de los Caballeros, como el bueno de Miguel Lezcano, que tan bravamente peleaba con un montante y por eso llamábamos Galaor, aunque la cabeza se me pierde a veces, mientras él la mantiene aún fresca como si tuviera la mitad de años y tengo para mí que me sobrevivirá muchos más, porque, si no fuera por el amor y cuidado de mi ahijado Francisco, no me sabría valer y acaso ya me habría recogido Dios, que seguramente sería lo mejor, porque no sé qué hago ya en este mundo, si no es contemplar la muerte y ruina lamentable de todo lo que aquí vivió y alentó en otro tiempo. Pero Francisco me quiere y cuida, como es obligado que los hijos cuiden a sus padres, aunque Francisco no es mi hijo, sino mi nieto, que hijos ya no tengo. Tengo nietos, dos nietos legítimos tengo, Gonzalo y Juan, varios biznietos y algunos tataranietos, pero éstos, los nietos legítimos, antes querrían verme muerto que no vivo por mor de la herencia.
    Francisco es nieto de una mujer de Cempoallan, que me dejó mi señor don Alonso Hernández de Portocarrero cuando se fue a España por procurador nuestro. Era hija de un cacique y tan hermosa era que no parecía “india”, gitana o morisca parecía, que no “india”. Cuando se bautizó, se le puso por nombre Francisca y tuve once hijos de ella, que tanto me amó y así me dio buenos hijos, que no mi mujer, que sólo uno me dio, porque era estrecha y beata, y no entendía las necesidades que tenemos los hombres, mayormente si hemos sido soldados y hemos estado en grandes peligros, con la muerte al ojo, como yo lo estuve.
    Pero dejémoslo, que esto no hace a nuestra historia, y digamos sólo cómo merced a los cuidados de este nieto, Francisco, hoy puedo estar aquí relatando todo lo que vieron mis ojos en los días de la conquista, según me lo pide fray Bernardino de Sahagún.
    Fray Bernardino me lo había pedido ya desde muy antiguo, desde el tiempo en que fuera maestro en el colegio de Santa Cruz de Tlatelolco me lo tenía pedido y luego más tarde, cuando comenzó la investigación de las cosas de estos pueblos, que muchos no aprueban que fray Bernardino ande estudiando las idolatrías de los mexicas, vuesa merced bien lo sabe. Son muchos los que desconfían y temen sus pesquisas, y el Santo Oficio tiene prohibido que se publiquen libros en náhuatl, que es la lengua natural de esta nación, por lo que nuestro hermano se ha visto en la necesidad de traducir su obra al castellano. Pero ni aun en castellano quiere el Santo Oficio que se impriman los textos sagrados de los mexicas y le quitaron sus papeles, le apartaron sus secretarios y no lo dejaron trabajar, que aquello fue una grandísima amargura para nuestro hermano, porque lo acusan de difundir las idolatrías y maldades de los mexicas, de lo que él se defiende argumentando que de igual modo que el médico conoce el cuerpo y la enfermedad para curarla, así el predicador y el misionero deben conocer los vicios de la república para enderezar contra ellos su doctrina. Pero es en vano, que tengo para mí que las razones del Rey y el Santo Oficio son de otra índole que las de fray Bernardino y nunca alcanzarán un acuerdo. El Santo Oficio y el Rey pretenden el poder y dominio de los pueblos, en tanto que fray Bernardino sólo busca la salvación de las almas. Ahora que soy viejo puedo decirlo claramente, que ya nada me importa lo que hagan con mi cuerpo y nada pueden con mi alma.
    Fray Bernardino desde siempre ha escuchado con atención a los ancianos que le contaban cosas de los antiguos mexicas, que son los señores que había en el valle del Anáhuac cuando los españoles llegamos, y luego todo lo escribía muy menudo y prolijo en papelones de corteza de amate, que son doce libros los que tiene escritos en cuatro grandes volúmenes con dibujos bellísimos, esos dibujos que tanto admiraban a nuestro pintor Antonio Ribera, que era de Marchena, e influyeron tanto en su pintura. ¡El Ribera era un artista! Puede apreciarlo en el retrato que me hizo, que está en la antesala.
    Pero no sé por qué me entretengo en pláticas de cosas que vuesa merced conoce tan bien o mejor que yo. Digo, pues, que hace mucho tiempo que me pidió que escribiera mis recuerdos de la guerra del Anáhuac y sólo ahora me ha persuadido, o por mejor decir, sólo ahora me decido a hacerlo, porque convencido ya lo estaba, que debe ser porque ya siento el hálito de la muerte junto a mí y sé que mis días están contados. Me dijo que Dios Nuestro Señor me ha conservado la vida para que escriba los acontecimientos que tuvieron lugar durante la guerra del Anáhuac.
    —Dios ha elegido a vuesa merced para recuperar la memoria de lo que aquí pasó— me dijo Fray Bernardino.
    Y yo le dije:
    –Pero si ya otros lo han escrito con excelente pluma —le repliqué—. Nadie puede escribir nada mejor de lo que Bernal Díaz del Castillo ha escrito. ¿Qué podría yo añadir de nuevo que no lo hayan dicho el propio Castillo, Hernando Cortés o López de Gómara?
    —Todo— me contestó fray Bernardino.
    La verdad de las cosas tiene tantas caras como testigos hay de ellas y todas son gratas a los ojos de Dios, aunque a veces nosotros no podamos comprenderlo. En cada corazón alienta una parte de la verdad de Dios, cada criatura es única a la mirada de Dios, y, así como los mexicas vieron y supieron cosas que pasaron entre ellos durante la guerra, las cuales ignoraron los españoles, así también cada soldado sin duda supo, vio y entendió hechos y razones que no alcanzaron o callaron otros soldados y capitanes. Aparte de que vuestra merced sabe perfectamente cómo Díaz del Castillo escribió su historia porque no estaba de acuerdo con la versión del padre López de Gómara, que escribía al dictado de Cortés, ni por supuesto con la del propio capitán general que negaba la honra y prez a sus capitanes y soldados.
    Esto me dijo. Pero yo aún insistí:
    –Tiene vuesa merced entre sus hermanos algunos buenos frailes, que también fueron conquistadores, como Sindos de Portillo y Francisco de Medina, que sin duda escribirán una estupenda crónica según vuesa merced quiere--.
    Sonrió fray Bernardino y dijo:
    –Precisamente son ellos quienes me han aconsejado que encargue este trabajo a vuesa merced, que ellos no tienen tantas letras y además saben que vuesa merced llevaba un minucioso diario con todo lo que acontecía--.
    Aquello me desarmó. Se me ocurrió visitar a Sindos Portillo.
    ¿Cómo se te ocurre meterme en este embrollo? –le dije–. Yo no sé escribir.
    ¡Qué tonterías dices! –sonrió–. Nadie mejor que tú para mostrar la trama y urdimbre del hermoso tapiz tejido por nuestro capitán general, que es justamente lo que fray Bernardino pretende. Piénsalo, reúne tus apuntes, que yo sé que los tienes, y haz lo que te pide nuestro hermano.
    La trama y urdimbre... –reflexioné–. Ésa tan sólo la pueden conocer los guerreros mexicas que estuvieron en aquella guerra. Ya me habría gustado a mí conocer a un chollolteca o mexicano que me las contara...

Segundo capítulo de la novela inédita sobre la Conquista de México, del profesor Aurelio Mena Hormedo

sábado, 20 de abril de 2024

Arrieros en el tiempo

 Los últimos arrieros de Guadalcanal

      Se denomina arriero a la persona dedicada a arrear las bestias para que echen a andar y aviven el paso a la voz de “arre” o “arrié”.

    Los arrieros eran personajes del entorno rural que, con sus bestias, bueyes, burros y mulas, cargaban sobre sus lomos productos del campo para su transporte como cereal, paja, aceituna, corcho, carbón, cisco, maderas, piedras, cal y uvas entre otras, igualmente, hicieron una gran labor en nuestra zona cuando existían las minas como único modo de trasladar todos los materiales de las épocas, hasta que la mecanización fue acabando poco a poco con este sector.
    En nuestro pueblo se recuerda a varias familias dedicadas a este oficio durante décadas, LOS GARULLOS, LOS JUAN ANTONIOS, LOS NARANJEROS, LOS TEJAS, LOS LEONES, EL JARERO entre otros.
    “LOS GARULLOS”: Miguel Gallego, padre de Jesús Gallego Espino, naturales de Alanís, y abuelo, de Jesús Gallego Bernabé nacido ya en Guadalcanal el 22-10-1936.
    Miguel llegó a nuestra villa a principios de 1900 con sus seis hijos, al quedarse viudo, se instaló en la calle Sevilla donde les proporcionan las cuadras necesarias para el cobijo de las bestias y nos transmitía sus recuerdos:
    “Mi padre Jesús, junto con sus hermanos Manuel, Antonio y José, eran arrieros y siempre trabajaban juntos. Tenían los burros de mi abuelo y los suyos propios, acarreaban todo tipos de materiales… Maderas al aserradero de los Julianas para la construcción de carros y otros enseres., piedras de cal de la sierra del porrillo, allí los caleros hacían la cal de obra, la Toba para la cal blanca. Piedras para la construcción de casas, cercas, etc.”.
    
    La corcha de los alcornoques, la sacaban en el Real de la Jara y la llevaban a Santa Olalla, Hornachos, pesaban la corcha al final de la sierra, estaban allí toda la temporada que duraba la época de la saca; llevaban sus ¨jateos¨ y dormían al lado de las bestias encima de sus aparejos a la intemperie, terminada la campaña volvían a Guadalcanal junto a su familia.
    El carbón, una de las fuentes más importantes de la época, se extraía de leña obtenida de las talas de las encinas y alcornoques de las dehesas de Extremadura y Andalucía, entre ellos Guadalcanal, Alanís, Constantina, San Nicolás del Puerto y Cazalla, en cuyo término municipal estaba proyectado la construcción de un pantano ¨El Pintado”. Tuvieron que limpiar toda la demarcación del agua extrayendo las piedras para las cercas, la leña para hacer carbón y cisco.
    Todo ello, se transportó por las bestias, desde Galeón, Cascajosa, Cabeza García y todas las fincas colindantes hasta Guadalcanal por el Inquisidor y a otros pueblos. Parte de las fincas antes mencionadas fueron expropiadas para tal causa quedando los cortijos enteros cubiertos por el agua, todo a cambio de tener agua para el ganado y las labores del riego del campo. Yo, ya por aquel entonces tenía diez años, tardábamos desde el pintado al pueblo de ocho a diez horas transportando el carbón en los serones llamados “serás”, los cuales estaban hechos de esparto. Los burros al llegar al pueblo después de tan larga caminata sabían donde tenían que ir para que le aligeraran la carga y ellos mismos cruzaban el pueblo con rapidez. Paraban en las puertas de Pepito, Jesusita, Joaquina, etc. donde les aliviarían la pesada carga. Casi ya finalizada la construcción del pantano más o menos por el año 1948, los burros tenían como misión sacar desde los lugares poco accesibles a sitios afables para su posterior traslado con los camiones de los García, los primeros en tenerlos en nuestro pueblo... Hasta la estación del ferrocarril de Guadalcanal y desde allí salían a sus diferentes destinos.    

    Todo lo que cogería la demarcación del agua, fueron expropiadas parte de las fincas, La Cascajosa, Galeón, Cabeza García, a cambio de tener agua para el ganado y las labores del campo. Y cortijos enteros fueron enterrados debajo del agua
    tuvo que ser talado y cortado para hacer cisco, carbón y aprovechamiento de toda la madera, todo ello se transportó por las bestias en los serones llamados serás, desde Galeón, Cascajosa, Cabeza García y todas las fincas colindantes, hasta Guadalcanal, por el Inquisidor y a otros pueblos. Los serones utilizados para el carbón se llamaban seras. Cuando ya todo llegaba a su fin y corría prisa para las obras del pantano, los burros sacaban las mercancías a sitio afable para juntarlas todas y los Garcias con sus camiones lo transportaban a la estación de ferrocarril de Guadalcanal, para ser enviadas.
    De las cuevas de Santiago exportaban murcielaguinas, la cagada de los murciélagos (guano), era muy valioso, lo transportaban en sacos hasta la estación del tren, se enviaban en vagones hasta un destino desconocido para ellos.
    La paja la acarreaban en barsinas de las eras de Sanjunco, el Charco de la sal, la Plata, etc. En esa época empezaron Manolo joropo y su hermano Antonio (el cano) y José con los bueyes a sacar la paja en carros.
    Era un oficio durísimo y se ganaba muy poco trabajaban con los burros en el Real de la Jara y en Santa Olalla, sacando corcho, dormían todos en un corro a la intemperie encima de los aparejos, al cuidado de las bestias, podían juntarse hasta 200 burros; el jateo no era muy abundante y la temporada larga y lejos de sus casas y familias, el jornal era de unos 20 duros al día. Jesús tendría 15 años.
    Esta circunstancia llevó a Jesús al contraer matrimonio con Encarna a los 23 años buscar otro trabajo que pudiese sustentar a su nueva familia.
    Su padre siguió solo con sus seis burros y una noche de las que normalmente se +dormía al lado de los burros, los lobos atacaron mordiendo a uno de ellos, estaban los dos solos al lado del cortijo La Cascajosa (propiedad del tío Porrillo)..    

    A los 70 años aun mantenía su ultimo burro al que llamaba platero, todos los días le echaba de comer y darle un paseo para beber en el pilar del coso, murió en el 1.982.
  Casado durante 52 años con Jesusa Espínola Murillo conocida en todo el pueblo por ´´Jesusita La del carbón´´ aún vive y tiene en la actualidad…años, nos cuenta lo duro que fue para ellos quedarse sin madre cuando él contaba con tan solo tres años de edad. Aprendió el oficio de arriero con su padre y junto a sus hermanos Jesús y Antonio q era el mayor, una vida muy dura y hombres muy luchadores.
        LOS JUAN ANTONIOS.- Otra familia de tradición arriera. Tenemos la gran satisfacción de haber conocido y hablado personalmente con uno de nuestros últimos arrieros.
    JESUS GONZALEZ GARCIA casado con FRANCISCA GOMEZ RUIZ, nació en Guadalcanal en la calle Feria n. 12 el día 10 de mayo de 1942 en una familia ya de tradición arriera, sus padres fueron Alonso Gonzales García y Carmen García Reyes naturales de Guadalcanal y su abuelo José Antonio Gonzales Paria también arrieros y de los buenos según cuenta Jesús con mucho orgullo y admiración hacia ellos.
    Alonso tenía seis hermanos, cuatro de los cuales eran varones, ellos dedicaron toda su vida a este oficio, tenían catorce y hasta quince burros todos machos con los que acarreaban leñas, chupones, piedras y muy especialmente carbón en los serones propios para este menester, seras, cesta o capacho de esparto resistente para la carga de productos como piedras, arena, carbón, etc. El aceite lo llevaban en otros diferentes hechos de los pellejos de las cabras, lo recogían de los cortijos con gran cantidad de olivos donde tenían su propio molino y lo transportaban hasta los pueblos para ser vendidos.
    Las piedras se acarreaban en Pedreras
    Los arreos de las bestias eran bastantes y todos hechos artesanalmente, muchas de las veces ellos mismos los hacían y cuando el tiempo se metía en lluvia se ocupaban en remendarlos y prepararlos para que su uso fuese lo más duradero posible.
    Lo más curioso y sorprendente era el comportamiento de los burros, el primero de la arria se le llamaba Libiano y encima de la carga se le colocaba un cencerro grande para cuando echara a andar fuese sonando todo el camino y los demás le siguiesen siempre en orden, cada uno sabia su lugar, Golondrino, Mojino, Raudo, Careto, Jerezano, bandolero entre otros… estos eran sus nombres.
    Alonso murió en 1992. a los 85 años, toda una vida dedicada a sus bestias y al trabajo duro para el sustento de su familia.
    JESUS AUN GUARDA CON GRAN ESMERO TODOS ESTOS ARREOS QUE NOS ACOMPAÑAN EN LAS FOTOGRAFIAS DE ESTE TEXTO Y LE AGRADECEMOS ENORMEMENTE.
    También nos cuentan como LOS TEJAS tenían sus cuadras en la calle Sevilla y contaban con arrias bastantes numerosas, y “EL JARERO CON SUS BURROS Y DESPUES CON CARROS SE ENCARGABA DE ABASTECER DE JARAS A LOS HORNOS DE LAS PANADERIAS DE GUADALCANAL Y A LOS HORNOS DE LOS LLANOS DE LEÑA DE LOS OLIVOS Y CHUPONES, EPOCA EN LA QUE LOS NIÑOS DEL PUEBLO DISFRUTABAN EN EL COSO SUVIENDO PARA JUGAR EN LOS MONTONES.
    TAMBIEN UNA AFECTUOSA MENSION AL QUE FUE VECINO DE NUESTRO PUEBLO ANTONIO TORRADO AGUION, EL MELLAO. GRAN TRABAJADOR, BUEN ARRIERO Y MEJOR PERSONA.
    A PARTIR DE FINALES DE LOS AÑOS CINCUENTA ESTE OFICIO FUE SUSTITUIDO POR CAMIONES EN LAS LARGAS DISTANCIAS, , Y LOS ANIMALES SIGUIERON JUNTO AL HOMBRE EN LA MAYORIA DE LOS OFICIOS DEL CAMPO, LABOREOS DE LA TIERRA Y TRANSPORTE DE ACEITUNAS DESDE EL OLIVAR HA LOS MOLINOS DEL PUEBLO ,ES ALLI DONDE YA SE TRANFORMA EN ACEITE VIRGEN EXTRA , EL OLIVAR ES LA MAYOR RIQUEZA DE GUADALCANAL.

    Ojalá todos los vecinos de Guadalcanal con memoria de sus antepasados puedan seguir dándonos información tan valiosa, es historia viva de nuestro pueblo y su gente, son ejemplo del buen hacer y la grandeza que llevan en el corazón.

    Gracias a todos los que nos han regalado su tiempo.


Trabajo publicado y realizado por el Grupo recuperación de patrimonio de Guadalcanal. 

Fotos propiedad del grupo

sábado, 13 de abril de 2024

CON EL DEBIDO RESPETO, SEÑOR

 

Cartas desde Whuzland/primera

Whuzland, Enero 2024

 Estimado Sr. español:

         Señor, permitidme que desde la perspectiva que me permite mi condición de Whuzlanlés, subidito de un pequeño país africano y vecino de aún más pequeño poblado, en el que carecemos de algo tan básico como servicios médicos, agua en nuestras casas, luz y otros servicios elementales, os exponga como os veo, señor, a vos y a vuestros compatriotas.

            Se que sois sedentarios y que amáis la botánica a tal punto que deseáis ser como los árboles, en efecto, aspiráis, señor, a nacer, crecer, reproduciros y morir en el mismo lugar, no os gusta en absoluto moveros, vivís enraizados en vuestro terruño en un alarde tanto de querencia al terreno como de una escasa capacidad para la aventura, y cuando viajáis preferís hacerlo en vuestros lujosos coches, o vuestros rapidísimos trenes y líneas aéreas subvencionadas por el gobierno….

            Nosotros señor, ya sabéis a pie por el desierto o en patera. Hecho este que resulta extraño habida cuenta vuestra pertenencia a un país que tanto explorador dio a la historia y que ahora vuestros congéneres descubridores de la ciencia de la democracia sólo visitáis las colonias para cumbres políticas inútiles, claro que el temple y la raza de aquellos hombres de antaño distan muchos de los actuales.

            Vds. Con el debido respeto, señor, son egoístas, chovinistas y prepotentes. Claro que en nuestro caso, el hambre, el sufrimiento y otros factores, templan el cuerpo y el alma, el hartazgo y el placer los enervan en la opulencia, en su caso, no está mal si no fuera porque lo que demandáis, señor, trabajo poco y bienestar mucho, no lo entiendo, decidme, señor, ¿vuestros compatriotas pretenden encontrarlo a la puerta de casa, al doblar la esquina?,    Ciudadanos de toda África, Europa del Este y Sudamérica llegan a vuestro país en busca de empleo, nosotros en patera, los otros pagando a mafias tres veces más el importe del billete, y vuestros españoles, ¿por qué no se mueven por el ámbito europeo en busca de empleo? ¿Qué idea tenéis, señor, de Europa, de la Unión Europea? ¿Pensáis acaso que solo se trata de unas siglas?, en absoluto, es vuestra gran nación.

            La Europa que se pretende será, es ya, un amplio espacio vital, un gueto para los nacionales de los países no "europeos", una Europa de ciudadanos y no de personas, una Europa de los estados y no del mundo. Pero, pregunto: ¿lo tenéis presente, señor? ¿Se encarga algún gobierno europeo con peso e influencia de hacer ver esto?, yo insto a mis hijos a que se muevan por Europa, señor, a que aprovechen las múltiples posibilidades que se les ofrecen por su condición de seres humanos, bien es verdad que no dominan el inglés, el francés o el español, pero el hambre es el mejor profesor y verá que pronto aprenden.         Quiero ahora, señor, haceros ver que vuestros españoles me recuerdan a las perchas, hablan y no callan de la solidaridad, de la riqueza compartida… pero parecen ignorar que esta debe ser recíproca. Podrán exigir un perchero en la medida en que sean perchero para otras perchas, pero nunca si solo pretenden colgarse en la opulencia, esto supone entregarse a la tarea de ser livianos, nada pesados para los demás y no compadecerse de los pobres negritos que venden pañuelos en los semáforos o cds regrabados.

            Se les ha solicitado el esfuerzo solidario por parte de su gobierno señor, de prolongar la edad de jubilación, las razones son evidentes. Dígame, señor, ¿cuál ha sido la respuesta? , yo os lo digo: negativa, argumentando que echen a los extranjeros de España para recuperar nuestro trabajo, ese trabajo basura y mal pagado que hasta ahora hacían ellos, los negritos, los sudacas... y que sus prepotentes compatriotas no querían, bien, sus españoles verán, pero esta mentalidad botánica y de perchero estático o esta proclividad a la superioridad de la raza europea, resultan incomprensibles para un Whuzlanlés como yo con una renta per cápita de 100 dólares anuales. Con el debido respeto, señor.

 Se despide, un anciano observador


Rafael Candelario Repisa

La fragua del pensamiento. 

sábado, 6 de abril de 2024

Historia de la historia 2


Yo, señores, dijo, soy de Guadalcanal

         Solía coincidir en estos corros el cazador y arquero que habló en el vivaque de Potonchan y vi en la batalla de Cintla, un tipo recio y fuerte como una encina, con guedeja de rizos menudos: Yo, señores, dijo, soy de Guadalcanal, en la sierra Norte de Sevilla, y a renglón seguido contó cómo recorría los pueblos con su padre vendiendo los animales que cazaban, con trampas cazaban, aunque también con arco y flechas, que era un grandísimo tirador de arco según ya había observado y aún tendría ocasión de comprobar muchas veces. Y una vez en Cazalla, en casa del alcalde, notó que la alcaldesa lo miraba de modo especial y así a la vez siguiente se metió en la braga un palo liado en trapos para hacer bulto, a manera de soldado, y ver qué pasaba. Sucedió entonces que dijo la alcaldesa a su padre que fuera a la cocina a limpiar la caza porque se le había ido la cocinera y entretanto se encerró con él en un cuarto chico y sin más trámite, se levantó la falda y enaguas, le mostró lo que guardado tenía y dijo apresúrate que no tenemos mucho tiempo. “Tuvo ella que cogerme el chorizo y meterlo en la olla” –así lo contó–, que yo no atinaba de tan nervioso que me puse, como era la primera vez y no sabía, y ella me agarraba del culo y me atraía con fuerza hacía sí, tanto que en un instante se me escapó la fuerza. La mujer se enfadó entonces mucho, dijo que no era hombre y que se lo diría a su marido, y empezó a gritar, ay, que me violan, gritaba. Nos persiguieron con perros –concluyó–: “Huimos a Sevilla, que mi padre quería irse a la serranía de Ronda, pero yo decidí venirme a las Indias”.
        Este de Guadalcanal formaba en la compañía de ballesteros y manejaba el arco con una eficacia y celeridad envidiables, que por cada tiro de ellos él hacía tres o cuatro y nunca fallaba. Luego recogió varios arcos y aljabas con flechas de mayas y mexicas, dijo que eran de una calidad admirable y desde entonces los usó siempre, que era un lujo ver cómo lo tensaba y derribaba un venado al galope. Allí, en los arenales, lo retó un Alonso Hernández, que era buen ballestero, pusieron blancos de veinte en veinte pasos y al llegar a cien falló el ballestero, pero atinó el cazador. Ajustaba la flecha, tensaba el arco, la cuerda contra la nariz, los labios y el mentón y soltaba. Vibraba el arco resonando semejante a un arpa y volaba la flecha como un halcón a su presa. Otros ballesteros también lo retaron y a todos ganó, por lo que desde entonces tuvo fama y todos admiraron, pero dijo el arquero por no humillar a los ballesteros: --No crean vuesas mercedes que mi destreza es virtud, sino la práctica continua a que mi oficio de cazador me obliga--. De niño mi padre me decía: “Si aciertas, comes, si fallas, no hay comida”. Y así era. Otra pendencia hubo de esas que no se pueden creer de increíbles que son. Fue que el hidalgo que se decía Carmona y Río Guadaíra compró un ave al de Guadalcanal, la pagó y el cazador se la dio, pero dijo entonces el hidalgo que le había comprado dos y no una. Desconcertado quedó el de Guadalcanal un instante y luego respondió: Creo, señor, que se equivoca vuesa merced, y con la mirada buscó testigos que avalasen sus palabras, pero no los encontró porque el Carmona tenía ya fama de pendenciero y torcido. Sin embargo, fiado de la amistad inicial que con él contraje en río Tabasco, quise intervenir a favor del cazador. –Señor hidalgo –dije–, no sé por qué razón, pero yo también creo que se equivoca vuesa merced.
        –¿Me está llamando vuesa merced mentiroso? –bramó entonces–.
       -- ¿A mí, que lo he curado y salvado la vida? –Señor, digo solamente que ha habido un malentendido y que la manera de solucionarlo es volver a negociar o deshacer el trato--.
        No hubo manera, tiró de la toledana el Carmona y dijo que uno a uno o los dos al tiempo habríamos de conocer el sabor de su acero. –Permítame vuesa merced, señor, que soy el primer agraviado– dijo el serrano, sacó el cuchillo de monte, una hoja de palmo y medio de largo por dos pulgadas de ancho, y se plantó ante el alcalaíno. Habían acudido los compañeros a hacer corro y tapar el duelo por la fama del Carmona y el de Guadalcanal, y la extraña escena que formaban, que mientras el uno presentaba espada y daga, el serrano en cambio adelantaba el cuchillo y la mano izquierda abierta como escudo. Pero el pintor de Marchena lanzó una manta al serrano que de inmediato se lio en el brazo izquierdo y las fuerzas se equilibraron un tanto. Pareció un instante confundido el alcalaíno mientras evaluaba la guardia de su contrario, tanteó un par de veces y luego atacó el primero, que era justo lo que esperaba el cazador, quien desvió la estocada con la cruz del cuchillo, avanzó como un rayo y trabó al Carmona de tal modo que le puso la hoja de acero en la garganta. ¡Si os movéis sois hombre muerto! –amenazó–. Soltad las armas. Trató de resistir el alcalaíno, apretó el serrano el cuchillo y al fin hubo de ceder el Guadaíra. –¡Quietos! –gritó entonces una voz–. Os estamos apuntando escopetas. Creí reconocer la voz e hice señal a los nativos de que no se movieran. 
        Enseguida salió el Carmona de entre los árboles seguido del mancebo tantas veces dicho, que fornicaba con una perra, y uno de los bribones que solían acompañarlo. –Ahora no te valdrán trucos –dijo al de Guadalcanal–. Luego el “indio” perderá la mano que debió perder. Señor bachiller, dé a su amigo una de sus espadas. Quiero saber si la maneja tan bien como el cuchillo. Tomó el de Guadalcanal muy lentamente la espada que le tendía, la Florida, al tiempo que con la izquierda empuñaba el cuchillo de monte. Pero de pronto, con celeridad pasmosa, asió la espada como si fuera jabalina y la arrojó contra el bribón, luego, cuando ya el Carmona se le venía encima gritando como un demonio, se arrojó al suelo, rodó sobre sí mismo e hizo caer al alcalaíno. Inmediatamente, con la rapidez felina que lo caracterizaba, fue sobre él, le puso el cuchillo en la garganta y le obligó a jurar por su honor que nunca más haría armas contra nosotros. --Así lo recordaréis mejor – dijo y le rajó la cara con la punta del cuchillo. Nos incendiaron varios aposentos y no paraban de caer flechas, varas y piedras, que estaban los suelos cubiertos de ellas y no podíamos andar por los patios sino arrimados a las paredes porque no nos diese alguna piedra o flecha suelta. Entonces fue cuando Alonso Guadalcanal, el cazador sevillano de la Sierra Norte, mostró su talla de grandísimo arquero y buen estratega, que subió al teocali que teníamos, desde el que dominaba la posición de los arqueros y honderos mexicas, comenzó a tirarles y no perdía flecha. Le disparaban ellos, pero no lo alcanzaban porque estaba más alto, no obstante, lo vio Cristóbal de Olid y mandó a dos o tres soldados que le subiéramos más flechas y lo protegiéramos con nuestras rodelas, y yo fui uno de estos soldados. También subieron algunos ballesteros, pero no tenían la destreza ni sangre fría del Guadalcanal, que se parecía a Hércules, hijo de Zeus, el divino Odiseo flechando a los pretendientes parecía, tanta era su mortífera eficacia. Colocaba la flecha en la cuerda, tensaba el arco, aquel magnífico de madera de roble que salvó de la Joyería, y la soltaba sin tomar puntería como en los retos de los arenales, que ahora tiraba por instinto con una celeridad pasmosa.                                                                                             Disparaba el Guadalcanal y caía un mexícatl, hasta que no quedó ninguno, que unos cayeron y huyeron otros. ¡Oh, Dios misericordioso! Tenían los mexicas la costumbre de sacrificar a sus dioses los prisioneros enemigos y a los mejores de éstos ponían adobados como trofeo en el altar del Huitzilipochli. Así pude ver varios cueros de caballos muy bien curtidos, que los tenían por animales fabulosos, y los rostros de algunos soldados, entre los cuales estaba el de Alonso Guadalcanal, que bien lo reconocí por los rizos de la guedeja y rostro afeitado, que decía nuestro pintor Ribera cómo se parecía al David que Miguel Ángel había puesto en la plaza mayor de Florencia, según una estampa que tenía su maestro. ¡Virgen Santísima! Lo miré con cuidado y era su rostro, la nariz recta y labios bien dibujados. Me puse malísimo. No sé lo que sentí, como si el mundo me aplastase o me tragase el infierno. Un sudor frío me subió por la espalda, me mareé y tuve que sentarme un rato en el suelo, luego tomé una tea encendida y prendí fuego a todos aquellos tristes despojos. ¡Tan magnífico arquero y persona cabal! Entonces noté que un sacerdote, aquellos sacerdotes engreñados, sucios y malolientes, me contemplaba en silencio y sin pensarlo, lleno de furia, me fui a él y lo degollé. No hizo nada por evitarlo y se derrumbó como un saco vacío, mientras su negra sangre se derramaba por las losas de piedra.
        ¿Cómo se puede entender la misericordia divina?
        ¿Dónde estaba el Dios de la misericordia?

Primer capítulo de la novela inédita sobre la Conquista de México, del profesor Aurelio Mena Hormedo.