CONVENTO DE SANTA CLARA
La sensible despoblación que Guadalcanal sufrió en el siglo XVI a causa de la emigración ya que muchos de sus hijos emprendieron a las Indias, perjudicó grandemente los intereses de esta villa, proporcionó en cambio, notables beneficios en el orden espiritual, como se vio por la larga serie de fundaciones de obras pías, instituciones religiosas y mandas para ayuda de los necesitados que efectuaron gran número de guadalcanalenses enriquecidos en el Nuevo Mundo.
El convento de Santa Clara de Guadalcanal fue
consecuencia devota y benemérita de estos hechos.
El capitán Jerónimo González de Alanís, natural de esta
villa, había pasado a las Indias hacia el año de 1538. Habiendo reunido una fortuna
decidió hacer testamento el 19 de abril de 1584 ante Francisco Pliego, en la
Plata (Perú) -debajo del cual murió veinte días después-, y por él ordenó
que de su hacienda se tomasen 30.000 pesos de plata para la fundación de un
convento de monjas de la observancia regular de Santa Clara en Guadalcanal,
adscrito a la provincia de los Ángeles. Instituyó también la capellanía de
dicho convento y un pósito, ajeno al mismo.
Una vez el dinero en esta villa y en poder de la hermana
del testador, doña Catalina López de Alanís, a quien nombró por patrona, se
compraron 582.953 maravedíes, los cuales se impusieron sobre las alcabalas de
Guadalcanal, Llerena y Azuaga, con autorización real, otorgándose la escritura
correspondiente ante Agustín de Binaldo, en 19 de marzo de 1589.
Por la escritura de fundación -que se leyó en esta
villa en la escribanía de Fernando de Arana, el 4 de noviembre de 1589-
conocemos ciertas normas por las que según la voluntad del instituidor había
de regirse este convento. Consta en ella que la dotación de la capellanía sería
de 400 pesos de principal, equivalente a 108.000 maravedíes, cuyo cargo
ostentaría el clérigo pariente más cercano del fundador residente en
Guadalcanal. A falta de parientes, pasaría la prebenda al sacerdote secular que
nombrase el guardián del convento de la Piedad de esta villa, que lo era a la
sazón Fray Antonio Delgado, quien en principio no hubo de usar esta facultad,
pues fue primer capellán del nuevo cenobio don Juan López Rincón, hijo de la
mencionada doña Catalina López de Alanís y de Cristóbal Muñoz, su marido. Se
especifica asimismo en la escritura de referencia que el capellán debería ser
previamente examinado por el guardián del convento franciscano de esta
localidad de "ciencia y loables costumbres".
Establecíase también que el patrono tendría una
consignación anual del orden de los 100 pesos, equivalentes a 27.000 maravedíes,
con obligación de dar al guardián de la Piedad 300 reales, así para gastos de
ornamentos como para atención de las necesidades propia de la comunidad. Por voluntad del testador, el
patronato pasaría asimismo a un pariente suyo en la villa, siéndolo, tras la
muerte de doña Catalina López, Diego de Fuentes.
En cuanto a la entrada de las religiosas en la clausura,
en fin, las parientes del fundador tenían derecho a abonar sólo la mitad de la dote.
Pasaron algunos años.
El 4 de marzo de 1591 llegó la licencia del Consejo de
las Órdenes para la erección del convento, en cuya fecha el Cabildo municipal,
el entonces provincial del distrito angélico, Fray Diego de Espinosa, y los
párrocos de las iglesias, juntamente con el guardián de San Francisco y doña
Catalina López, acompañados de otros religiosos y mucha gente principal de la
villa, procedieron a la colocación de la primera piedra del edificio
conventual, al que se llamó de San José, sito en la actual calle de Santa
Clara, en casas que se compraron a Cristóbal Muñoz y a Hernando Rodríguez. Dio
testimonio del acto el alcalde ordinario don Juan González Hidalgo.
Concluida la construcción y dotación del edificio, el
provincial de los Ángeles, que a la sazón lo era Fray Juan del Hierro -hijo
preclaro de Alanís-, comisionó a Fray Alonso de Aspariegos para que fuese
al convento de San Juan que las clarisas tenían en Belvis y trajera las monjas
fundadoras, que fueron: Isabel del Espíritu Santo, abadesa nombrada; Juana
de la Cena, vicaria; María de la Columna, María de la Transfiguración, Dionisia
de la Encarnación y María del Pesebre.
El licenciado don Fernando Sánchez Duran, con autorización
del provisor de Llerena, llevó el Santísimo Sacramento en solemne procesión al
sagrario que en la capilla del convento se había deputado, entrando las
religiosas en la clausura el 28 de abril de 1593.
Hemerotecas
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