Agustín Capitán Álvarez
Nacido en Guadalcanal el 15 de diciembre de 1896, en la calle Jurado, 19, Lo bautizan en Santa María, el cura párroco Manuel Ruiz Ortiz. Fue hijo de José M.ª Capitán Velasco, de las segundas bodas de éste con Concepción Álvarez Ferro.
Pasa su infancia en Guadalcanal,
fue enviado por sus padres a Sevilla donde cursa sus primeros estudios en el
Colegio de Padres Escolapios de Sevilla, más tarde ingresa en el Seminario, a
pesar de su gran vocación y su amor por la Santísima Virgen no llega a cantar
misa, pero si aprende teología. Terminado su ciclo en el Seminario, como
sacristán al Convento de Santa María de Jesús, En la calle Águilas. De aquí se traslada
al Colegio de San Diego, para
enseñar teología y religión.
Fue un notable escritor y un poeta
místico, en los ratos libres hace versos. “Rayo de luz” que se
transforman en uno de sus primeros libros, se editó en 1929, igualmente, con
fecha posterior publicó otro poemario dedicado a Sevilla titulado “En las
Orillas del Guadalquivir”. Es notable el libreto que publicó sobre la
virgen de la Esperanza titulado “Oración Lírica”, Deja un libro sin
editar que sacan a la luz en 1981. Su título “Sevilla, Jerusalén de
Occidente”.
Fue también sustancial las
colaboraciones en Revistas y diarios de Sevilla con artículos relacionados con
la teología, y en las revistas editadas en Guadalcanal sobre la Semana Santa y
la feria y fiestas,
Ingresa en el I.N.P. y aquí se
jubila. Muere en Sevilla el 28 de febrero de 1978.
Una brevísima muestra de su acendrado
amor mariano, es este sonoro quinteto y esta oda:
Señora,
por la realeza
A la Poesía de la Virgen María
Yo
te amo con fervor,
sacra
Poesía,
Y
nunca te ofendí con soez insulto;
Lo
mismo en el pesar que en la alegría,
De
mi doliente amor te ofrecí el culto.
No
me apartó de ti la hiriente mofa
Acompañada,
acaso, del agravio,
Que
despertó en el vulgo alguna estrofa
O
no logró entender el hombre sabio.
Te
he contemplado triste muchas veces
Ante
un inicuo tribunal sentada,
Y
he visto la injusticia de tus jueces
En
la expresión cruel de su mirada.
Yo
de tu templo me acerqué a la puerta
Y
te juré desde ella siempre amarte,
Y
al débil resplandor de luz incierta
Pude
entrever las gracias de tu arte.
No
importa, no, que te desdeñe el necio,
Que
eres el alma y vida de la Historia,
Y
hasta la misma Ciencia, en su desprecio,
Te
llama a sí para ensalzar tu gloria.
Mi
corazón por ti late y suspira
Y
gozar o sufrir quiere contigo,
Que
al no poder pulsar mi triste lira
Más
infeliz me siento que un mendigo.
No
sé más que admirarte, y tus favores
En
mi destierro amargo en vano espero,
Y
he de sufrir, paciente, mis dolores,
Mi
triste soledad, cual otro Homero.
A
otro premia ¡oh deidad! con tus laureles,
Pues
yo no aspiro a tu inmortal corona;
Endulcen
sólo mi dolor tus mieles,
Que
el ángel del favor hoy me abandona.
¿Por qué cuanto
tú escribes lo respeta
como divino y
santo el tiempo, el hombre?
No me
respondas, no; ya sé tu nombre:
Eres algo
divino, eres poeta.
Y de tu lira
el celestial encanto
hiere del alma
humana el sentimiento,
y el mar, la
tierra, el hombre, el firmamento
escuchan con
fervor tu eterno canto.
Cuando de todo
muere la memoria
en los
obscuros brazos del olvido,
tu fama vive
en la inmortal historia;
Y la divina
luz de tu poesía,
al corazón del
hombre, entristecido,
devuelve la
ilusión y la alegría.
A trazos esta es la biografía de don Agustín Álvarez.
Su obra, personal y literaria, está llena de enseñanzas de su madre; de la mano
de ella llega a su devoción al Cristo de la Flagelación y a la de su Señora
Guaditoca. También es su madre la que le forma su ser de hombre bueno. Y en
este ser de hombre bueno como vive y muere. Cuanto tiene útil para el pueblo
que le vio nacer y se lo deja; libros para la Biblioteca Pública; óleos para la
Cofradía de la Patrona y toda una obra poética de vivencias guadalcanalenses.
Por todo ello, la gratitud de sus paisanos, ha de
mostrarse de alguna manera y, acaso, es forma oportuna de recordarlo entre nosotros
con estas breves notas sobre su vida ejemplar, sacadas a la luz en este artículo.
Más notas no podría faltar -sería omisión
imperdonable- es siquiera una brevísima muestra de su acendrado amor mariano,
como el que trasmina en este sonoro quinteto:
que
puso el Señor en Ti,
alíviame
en mi pobreza,
ya
que en Ti está la riqueza
que
en mi vida apetecí.
Pedro Porras Ibáñez (Revista de feria 1983) y hemerotecas.
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