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sábado, 17 de mayo de 2025

Un guadalcanalense de devoción mariana

 


Agustín Capitán Álvarez

Nacido en Guadalcanal el 15 de diciembre de 1896, en la calle Jurado, 19, Lo bautizan en Santa María, el cura párroco Manuel Ruiz Ortiz. Fue hijo de José M.ª Capitán Velasco, de las segundas bodas de éste con Concepción Álvarez Ferro.

Pasa su infancia en Guadalcanal, fue enviado por sus padres a Sevilla donde cursa sus primeros estudios en el Colegio de Padres Escolapios de Sevilla, más tarde ingresa en el Seminario, a pesar de su gran vocación y su amor por la Santísima Virgen no llega a cantar misa, pero si aprende teología. Terminado su ciclo en el Seminario, como sacristán al Convento de Santa María de Jesús, En la calle Águilas. De aquí se traslada al Colegio de San Diego, para enseñar teología y religión.

Fue un notable escritor y un poeta místico, en los ratos libres hace versos. “Rayo de luz” que se transforman en uno de sus primeros libros, se editó en 1929, igualmente, con fecha posterior publicó otro poemario dedicado a Sevilla titulado “En las Orillas del Guadalquivir”. Es notable el libreto que publicó sobre la virgen de la Esperanza titulado “Oración Lírica”, Deja un libro sin editar que sacan a la luz en 1981. Su título “Sevilla, Jerusalén de Occidente”.

Fue también sustancial las colaboraciones en Revistas y diarios de Sevilla con artículos relacionados con la teología, y en las revistas editadas en Guadalcanal sobre la Semana Santa y la feria y fiestas,
           Ingresa en el I.N.P. y aquí se jubila. Muere en Sevilla el 28 de febrero de 1978.          

         Una brevísima muestra de su acendrado amor mariano, es este sonoro quinteto y esta oda:

Señora, por la realeza

 

A la Poesía de la Virgen María

Yo te amo con fervor,

sacra Poesía,

Y nunca te ofendí con soez insulto;

Lo mismo en el pesar que en la alegría,

De mi doliente amor te ofrecí el culto.

No me apartó de ti la hiriente mofa

Acompañada, acaso, del agravio,

Que despertó en el vulgo alguna estrofa

O no logró entender el hombre sabio.

Te he contemplado triste muchas veces

Ante un inicuo tribunal sentada,

Y he visto la injusticia de tus jueces

En la expresión cruel de su mirada.

Yo de tu templo me acerqué a la puerta

Y te juré desde ella siempre amarte,

Y al débil resplandor de luz incierta

Pude entrever las gracias de tu arte.

No importa, no, que te desdeñe el necio,

Que eres el alma y vida de la Historia,

Y hasta la misma Ciencia, en su desprecio,

Te llama a sí para ensalzar tu gloria.

Mi corazón por ti late y suspira

Y gozar o sufrir quiere contigo,

Que al no poder pulsar mi triste lira

Más infeliz me siento que un mendigo.

No sé más que admirarte, y tus favores

En mi destierro amargo en vano espero,

Y he de sufrir, paciente, mis dolores,

Mi triste soledad, cual otro Homero.

A otro premia ¡oh deidad! con tus laureles,

Pues yo no aspiro a tu inmortal corona;

Endulcen sólo mi dolor tus mieles,

Que el ángel del favor hoy me abandona.

¿Por qué cuanto tú escribes lo respeta

como divino y santo el tiempo, el hombre?

No me respondas, no; ya sé tu nombre:

Eres algo divino, eres poeta.

Y de tu lira el celestial encanto

hiere del alma humana el sentimiento,

y el mar, la tierra, el hombre, el firmamento

escuchan con fervor tu eterno canto.

Cuando de todo muere la memoria

en los obscuros brazos del olvido,

tu fama vive en la inmortal historia;

Y la divina luz de tu poesía,

al corazón del hombre, entristecido,

devuelve la ilusión y la alegría.

     Este libro, editado el año 1972, es un canto sentido a Sevilla y, muy especialmente, a sus devociones marianas y religiosas, aunque también agrupa poemas de otro corte, pero con el mismo sentido de inspiración clásica. Agustín Capitán Álvarez, fue un hombre de una gran religiosidad entre cuyos libros deben destacarse "Rayos de luz" (1929) y este que presentamos, en el que muy pocas advocaciones sevillanas se quedan sin un soneto como el que hoy recogemos.

A trazos esta es la biografía de don Agustín Álvarez. Su obra, personal y literaria, está llena de enseñanzas de su madre; de la mano de ella llega a su devoción al Cristo de la Flagelación y a la de su Señora Guaditoca. También es su madre la que le forma su ser de hombre bueno. Y en este ser de hombre bueno como vive y muere. Cuanto tiene útil para el pueblo que le vio nacer y se lo deja; libros para la Biblioteca Pública; óleos para la Cofradía de la Patrona y toda una obra poética de vivencias guadalcanalenses.

Por todo ello, la gratitud de sus paisanos, ha de mostrarse de alguna manera y, acaso, es forma oportuna de recordarlo entre nosotros con estas breves notas sobre su vida ejemplar, sacadas a la luz en este artículo.

Más notas no podría faltar -sería omisión imperdonable- es siquiera una brevísima muestra de su acendrado amor mariano, como el que trasmina en este sonoro quinteto:

que puso el Señor en Ti,

alíviame en mi pobreza,

ya que en Ti está la riqueza

que en mi vida apetecí.

Pedro Porras Ibáñez (Revista de feria 1983) y hemerotecas.

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