La real empresa minera de Guadalcanal
Segunda parte
Grandes fueron las expectativas y corto el resultado. Sin embargo, el nombre de la villa quedó ligado a la Historia por ciertas novedades políticas y tecnológicas ensayadas en sus minas. Así, desde el punto de vista político, el Reino adoptó una línea novedosa hasta entonces, determinando la primera nacionalización de una empresa, minera en este caso, dando paso a la Real Empresa Minera de Guadalcanal. Esta circunstancia provocó también el nombramiento del primer Administrador General de Minas, en la persona de Agustín Zárate, una especie de Director General del Consejo de Hacienda, con sede y residencia en el poblado minero de Guadalcanal. Además, se buscaron y contrataron los mejores especialistas europeos en todas las labores relacionadas con la explotación minera, ensayándose en Guadalcanal los más avanzados ingenios tecnológicos del momento relacionados con las extracción del mineral, su elevación, la trituración, el lavado, las técnicas químicas de liberación o beneficio de plata y su posterior afinamiento. Como, por otra parte, se tenían depositadas en esta real empresa las máximas expectativas, expresamente se hizo modificar el recorrido del correo que diariamente comunicaba la corte vallisoletana con Sevilla, por entonces la ciudad más importante y rica del Imperio, incluyendo a Guadalcanal en su ruta.
Pese a las recomendaciones del
Consejo de Hacienda, Felipe II no se resignaba a aceptar la realidad, llegando
incluso a convocar un concurso público de ideas, por si se presentaba alguna
capaz de resolver ciertos problemas tecnológicos, entre ellos los relacionados
con el desagüe de los pozos inundados. Por este motivo, en 1583 consiguió
embaucar otra vez en el asunto de Guadalcanal a ciertos socios de los Fugger,
que no tardaron mucho tiempo en retirarse. Más adelante, en 1597 nombró como
Administrador General de Minas a Jerónimo de Ayanz, conocido inventor (14 ), a quien se le atribuye
el descubrimiento del primer artilugio de vapor capaz de desaguar lugares
inundados o, como dice el guadalcanalense Cayetano Yanes (15), el primer antecedente de la futura
máquina de vapor. También fue escaso el éxito de Ayanz, a quien la muerte le
sorprendió en el intento.
Sin que tengamos noticias de otras
tentativas serias durante el resto del XVII, en 1725 el súbdito sueco Liberto
Wolters obtuvo licencia para explotar las minas de Guadalcanal durante treinta
años, junto con las de Cazalla, Riotinto, Aracena y Galaroza (16). Para ello
constituyó una compañía que interesó especialmente a la clase alta de la Corte.
De esta manera, con el informe favorable del reconocido ingeniero Roberto Shee,
se constituyó una Compañía de Minas, que pronto se dividió en dos: una para
Guadalcanal y la otra para Riotinto. La Compañía de Guadalcanal consiguió el
desagüe de las labores pero, tras numerosos litigios, se extinguió a los dos
años.
Entró después en acción el más
sorprendente de todos los personajes relacionados con la Reales Minas de
Guadalcanal, lady Mary Herbert, la minera de Sierra Morena (17), a quien Murphy enmarca dentro de la
pléyade de aventureros, charlatanes e impostores que también abundaban en el
XVIII, en compañía de su socio, el conde Joseph Gage, ambos personajes objeto
de la sátira más atroz por parte del poeta Alexander Pope (18). Lo cierto es que estos dos
aventureros, después de ganar y perder una importantísima cantidad de dinero en
la bolsa de París, recalaron en Sierra Morena a la sombra de Wolters, quien les
traspasó la concesión minera de Guadalcanal. Al parecer, disponían de la
máquina de vapor adecuada para solucionar los problemas de desagüe, la misma
Newcomen que movía el barco que trajo a los mineros galeses contratados para la
explotación. En Septiembre de 1732 ya habían conseguido su objetivo, el
desagüe, pero la falta de liquidez retrasó la extracción del mineral
argentífero, inundándose de nuevo los pozos y galerías. Insisten nuevamente,
después de algunos aciertos y desaciertos consecutivos en otras zonas mineras
de la geografía española, intentado formar la Compañía del Pozo Rico, tentativa
también baldía, pues el descrédito que los promotores habían generado con sus
extravagantes actuaciones en distintos distritos mineros disuadió a los
posibles accionistas.
Así, con más penas que gloria, la
minera y su no menos complicado socio mantuvieron la esperanza de levantar la
explotación hasta que en 1767 perdieron la concesión de Guadalcanal, ahora en
favor de Thomas Sutton. Este nuevo empresario, que estableció en París la
Compañía de Guadalcanal, consiguió nuevamente el desagüe del Pozo Rico, aunque
entró en quiebra sólo un año después, cediendo los derechos a una nueva
compañía francesa que también cerró la explotación en 1778 (19).
En ausencia de otros interesados y
tras la crisis de la Hacienda Real en fechas inmediatamente posterior a la
Guerra de la Independencia, en 1822 la Comisión Especial de Recaudación del
Crédito Público encargó un informe, cuya conclusión no aconsejaba reiniciar la
explotación. El propio director general de minas, don Fausto Delhuyar, las
visitó personalmente sobre 1825, al igual que la mayoría de los viajeros
románticos de la época, que no desaprovecharon la oportunidad de recalar en
Guadalcanal ante el mito de sus minas, siempre dejando constancia del estado
ruinoso de sus instalaciones. Las averiguaciones de Delhuyar fueron
esperanzadoras, pero su aplicación nuevamente insatisfactoria.
Ya en 1830 Fernando VII encargó otro
informe, en este caso histórico, responsabilizando del asunto al presbítero
Tomás González (20).
Desconocemos si don Tomás se dignó visitar las minas guadalcanalenses o si
simplemente consultó las referencias del Archivo General de Simancas. Esto
último sí que es seguro, plasmando en un exhaustivo y voluminoso informe donde
se recogían multitud de documentos, siguiendo la catalogación antigua, que de
ninguna manera se puede utilizar como referencia en la actualidad (21). Dicho
informe, con datos pormenorizados sobre la explotación en el siglo XVI, es
precisamente el utilizado en este estudio, aunque tomando como referencia el
texto y las citas de Sánchez Gómez, que sigue a González en lo concerniente a
Guadalcanal, dando por bueno el trabajo de este investigador del XIX.
Al parecer, ni el tiempo ni los
continuos fracasos lograron borrar el mito de Guadalcanal. Por ello, en 1847 se
constituyó en Londres una nueva empresa minera, The Guadalcanal Silver Mining
Association (22),
reanudando las labores con celeridad. Formaba parte este intento, como dice
Cabo Hernández, la fiebre minera que sacudía a Gran Bretaña en la primera mitad
del XIX, potenciada por el impulso del capitalismo moderno. Aparecen, por lo
tanto, unos nuevos aventureros, mezcla de tecnólogos, accionistas, negociantes
y ocasionalmente personajes románticos, que parecían continuar con las
experiencias de lady Herbert. En este contexto, la compañía londinense citada,
con el principal argumento de un complejo juego de bombas extractoras de agua,
emprendió la búsqueda del vellocino, plateado en este caso. Las expectativas
eran grandes, pues el mismo día de constitución de la sociedad sus 2.500
acciones subieron de 5 a 11 libras, capital que se empleó en pagar los 120.000
reales en que fueron tasadas las minas y sus instalaciones. El desagüe,
principal inconveniente de éste y anteriores intentos, estaba ya terminado para
el 23 de diciembre, celebrando con toda solemnidad la Pascua de Navidad en la
explanada del Pozo Rico, festejos de los que no quedaron excluidos las
autoridades y vecinos de Guadalcanal, pues en esta ocasión, al contrario que en
el fulgurante destello del siglo XVI, se contó más con ellos, incluso para el
refrigerio, estilo inglés, que siguió a los cultos religiosos. Los trabajos,
ahora con la activa participación de los guadalcanalenses, prosiguieron durante
todo el 49, pero como la riqueza del mineral disminuía y el capital se agotó
simplemente en el bombeo de agua y extracción de escombros, a mediados del
verano del 1850 tomaron la decisión de desmontar la instalación.
Ya en el siglo pasado tenemos
referencia de dos intentos. Uno en 1911, que se interrumpió al sobrevenir la I
Guerra Mundial sin obtener resultados positivos. El segundo en 1919, a cargo de
la Compañía del Pozo Rico y la Cuprífera Española, que también agotó
rápidamente el presupuesto antes de obtener beneficios.
Fuentes: Ver notas
(14) GARCÍA TAPIA, N. “Ingeniería e invención en el siglo de oro. El
caso de Jerónimo de Ayanz (1553-1613)”, en
http:://nti.educa.rcanaria.es/fundaro...
(15) YANES, C. “La máquina de vapor e
industrialización en Andalucía”, en
http::/www1.es/pautadatos/publicos/asignaturas...
(16) En un intento de desmitificar este asunto,
el portugués Jorge de Brito y Almansa escribió su famosa sátira que llevaba por
título: Papel Demócrito que entre burlas y veras, se ríe y responde, en veras y
burlas a un papel heráclito, que llora y iré la bobería que hacen los
españoles, en la compañía que forman para las empresas de las minas de
Guadalcanal, Río Tinto...
(17) MURPHY, M. “Lady Mary Herbert, una minera en
Sierra Morena”, en Archivo Hispalense, nº 39, Sevilla, 1995.
(18) Participó como accionista y después, ante el
fracaso, satirizando a sus socios. (19) Las minas de Guadalcanal fueron
visitadas en estas fechas por el físico y naturalista Guillermo Bowles, por
encargo de Carlos III. En su Introducción a la Historia Natural y a la
Geografía Física de España (1775), da cuenta del reconocimiento practicado en
el Pozo Rico y en el Campanilla.
(20) Op. cit.
(21) Para simplificar la búsqueda de documentos,
remitimos al VI Congreso Internacional de Minería, celebrado en León, en 1970,
donde se presentó un detallado estudio titulado La minería hispana e
iberoamericana, cuyo V volumen recoge los 885 documento que sobre minería se custodian
en distintas secciones del Archivo General de Simancas. Pues bien, de las
referidas 885 entradas, el 25% remiten a las minas de Guadalcanal.
(22) CABO HERNÁNDEZ, J. “Comienzo del maquinismo
en la minería española. Práctica empresarial y técnica minera inglesa en Sierra
Morena: The Guadalcanal Silver Mining Association (1847-1850)”, en Revista de
Estudios Extremeños, T. LI-III, Badajoz, 1995.
Manuel Maldonado Fernández