Capítulo 12
Diario de Pedro de Ortega 11
8 DE ABRIL.
La isla que vimos ayer y a la que esta mañana hemos
llegado es más grande de lo que habíamos pensado. Más que Santa Isabel.
Está a unas catorce leguas de las dos isletas, que,
por ínfimas, ni siquiera hemos bautizado.
Pero a la isla la hemos llamado de Ramos, pues es
hoy el día de la entrada de Cristo en Jerusalén.
Vamos a desembarcar en ella y pasado el resto del
día pescando; no se ha dado mal.
Hemos envuelto los peces en las palmas para
prepararlos mañana.
9 DE ABRIL.
Parece como si la lluvia y el mal tiempo se
hubieran marchado de Santa Isabel para aposentarse en esta isla. - ¿Vamos en
busca de tierras o de truenos? Así lo dice Gallego. Yo estoy de acuerdo.
El aguacero con el que nos ha recibido esta isla ha
sido tal que hemos tenido que refugiarnos en el bergantín y cubrirnos con lo
que teníamos a mano: mantas, palmas y velas.
La infinita lluvia.
No me canso de decirlo y escribirlo.
Por fin, por la tarde, hemos desembarcado y
comprobado, al momento, que está poblada, pues han aparecido indios, de la
misma raza que los de Santa Isabel, pero más hoscos aun y numerosos. Señalaban
la arena de la playa y decían:
-Malayta, Malayta.
Luego, se daban palmadas en el pecho; he entendido
que querían decirnos que esta tierra es suya y que se llama Malayta.
Y nos han atacado.
Con la lluvia, teníamos la pólvora mojada y nos
hemos tenido que batir con ellos cuerpo a cuerpo, con esfuerzo grande, pues son
gente diestra; aun así, la victoria ha estado con nosotros, pues tras herir y
matar al menos a una veintena de ellos, los hemos puesto en fuga.
Para evitar más guasábaras, he ordenado que pasemos
la noche en el Santiago, un poco alejados de la playa y con guardia doble.
Mañana continuaremos el viaje.
10 DE ABRIL.
Al amanecer ha llegado un viento Nordeste que nos
ha permitido cabotar la costa de Ramos con gran rapidez.
Lo último que hemos visto de esta isla ha sido un
gran cabo al que le hemos puesto el nombre de Prieto.
Con la proa hacia el Sudeste y el viento aferrado a
nuestra popa, hemos llegado, a mediodía, a otra isla, a unas nueve leguas de
distancia de Ramos.
Esta nueva isla es pequeña, pues no tendrá más de
legua y media de boj; está llena de arrecifes afilados como los dientes de un
caimán y, por ello, no nos hemos acercado a ella.
Por su perfil se le ha puesto de nombre Galera.
Luego, el bergantín ha virado una cuarta hacia el
Sur, en demanda de una isla que está a no más de una legua de la anterior.
El viento era fuerte y hemos llegado pronto a ella:
es de apacible aspecto, todo lo contrario que la Galera, y por esa razón se le
ha puesto el nombre de Buenavista, que está flanqueada por numerosos islotes.
Está muy poblada y tiene los pueblos muy a la vista,
junto a la costa, sobre grandes pilares de madera; la tierra parece muy fértil.
Jerónimo me ha sugerido que bajáramos a tierra,
pues parece la isla más agradable de cuantas hemos visto hasta ahora, pero le
he respondido que lo haremos a la vuelta, porque estamos gozando de muy buen
viento y no es cuestión de desaprovecharlo, pues el aliado invisible es tan
caprichoso que en cualquier momento puede abandonarnos.
No fue más pronto dejar Buenavista que
sorprendernos un terrible aguacero.
-¿Os traigo hasta la más bella isla del
archipiélago y la despreciáis de esa manera?
Eso es lo que parece bramar el mar.
Espero, Isabel, que Dios no nos castigue por ese
desprecio. Por culpa del aguacero, que nos tuvo ocupados toda la noche de ayer,
hemos estado todo el día perdidos, hasta que, por fin, por la tarde, hemos dado
con ella de nuevo.
Pero luego el mar y el viento se ha calmado, con lo
que apenas la hemos perdido de vista.
13 DE ABRIL.
La isla de la Florida, a la que hemos llegado a
mediodía, es la más rica y frondosa de cuantas hemos visto hasta ahora, más aún
que Buenavista.
Hay en ella puercos y gallinas y los indios que la
pueblan se enrubian el pelo, aunque son los más hostiles y belicosos de cuantos
nos hemos encontrado.
Hemos llegado a la Florida cuando el sol, que en
los dos últimos días ha sido en exceso justiciero, estaba en lo más alto, y no
hemos tenido que acercarnos mucho para ver que estaba poblada, pues, al igual
que en Buenavista, los indios viven junto a la costa, en pueblos elevados sobre
gruesos j maderos.
Nada más acercarnos a la playa nos han empezado a
hostigar con piedras y flechas, y dando enormes alaridos, pero esta vez sí
hemos podido utilizar los arcabuces.
Pedro Juárez, artillero certero, y un par de soldados
más los han puesto en fuga con presteza, y todos ellos han huido al interior de
la isla, dejando sus pueblos vacíos, y todas sus pertenencias, abandonadas.
Hemos cogido un par de puercos y los hemos subido
al Santiago para mostrárselos a Mendaña en cuanto regresemos a Santa Isabel.
Después de tanto tiempo hemos comido caldo de
gallina, y es caso ocioso decirte, Isabel, que nos ha sabido como el más
sabroso de los manjares que pueda servirse en la mesa de cualquier rey.
Como tenemos ya la pólvora seca y los arcabuces no
se nos han estropeado, y como se muestra esta isla muy útil para abastecernos,
pues tiene de todo, he ordenado que pasemos la noche aquí.
Al poco de irse casi todo el mundo a descansar,
Juárez, Gallego, Jerónimo, Rico y yo hemos discutido sobre Mendaña y Sarmiento
y la guerra abierta entre ambos.
Tampoco nosotros hemos conseguido entendernos.
Jerónimo, Enríquez y Rico están con el almirante.
Pero Juárez y yo no somos del parecer de que sería
un enorme regalo de la Fortuna poder llegar a ese gran continente al Sur.
El cielo, despejado.
No llueve ni parece que vaya a hacerlo los próximos
días. La Cruz del Sur sigue siendo el faro que me guía en estas latitudes, pues
es lo único que puede compararse, sin igualarse, a ti, Isabel.
He decidido que pasaré la noche con la guardia.
Esta mañana hemos oído un extraño sonido que
llegaba de los bohíos cercanos a la costa.
Y es que los indios utilizan grandes caracolas para
llamarse los unos a los otros: hemos temido, al principio, que fuera una
llamada para aliarse todos contra nosotros.
Pero no lo han hecho.
Hemos recorrido parte de la isla y en un claro
cercano a un bohío hemos hallado huesos humanos, por lo que creo que esta gente
es también caníbal, y eso que es la única isla en la que he hallado carne.
Gallego ha calculado que la Florida es una de las
islas más grandes del archipiélago, pues tiene, al menos, veinticinco leguas de
boj.
17 DE ABRIL.
Hoy hemos visto dos nuevas islas, que se encuentran
al Este de la Florida.
Las hemos llamado San Dimas y Guadalupe, porque el
alférez Enríquez es muy devoto de esta virgen.
18 DE ABRIL.
Hacia el Suroeste de la Florida hemos vista una
gran isla, a la que hemos llegado hacia vísperas.
En la parte en la que hemos llegado, desemboca un
gran río, al que le he puesto el nombre de río de Ortega. Y a la isla
Guadalcanal, en recuerdo de mi pueblo. Ya ves, Isabel, que yo también dejo mi
recuerdo aquí. Antes de desembarcar se han llegado hasta nosotros muchos indios
en canaluchos y también a nado, entre ellos, muchas
mujeres y niños, que se querían subir al bergantín. Otros, desde una canoa, han
lanzado un cabo como para abordamos.
Nos hemos visto obligados a utilizar los arcabuces
y han muerto algunos de ellos, pero uno ha saltado a la cubierta y ha comenzado
a gritar:
-Mate, mate.
Jerónimo le ha atravesado con su espada.
Debes estar orgullosa de él, Isabel, pues está
mostrando en todo momento mucho valor y ánimo.
Pero antes de morir hirió con su macana a Alonso de
Cuevas, que ha sangrado mucho por la nariz, aunque hemos conseguido curarle.
Al ver que pese a su número, tenían la batalla
perdida, han huido hasta la playa; han quedado una docena de ellos muertos
sobre el agua, y, al olor de la sangre, han acudido los tiburones, que en estas
latitudes no son muy grandes pero sí muy voraces.
Eran al menos medio centenar y, al poco, han dado
muy buena cuenta de los cadáveres.
Tras esto, hemos saltado a tierra sin ningún
contratiempo más: se ha tomado posesión de la isla y regresado al bergantín
para pasar la noche, pues es esta gente de Guadalcanal la más peligrosa de
cuanta nos hemos encontrado