https://guadalcanalpuntodeencuentro1.blogspot.com/

domingo, 1 de agosto de 2021

La lluvia infinita 14/18

 


Capítulo 14

 Diario de Pedro de Ortega 13

1 DE MAYO.

El viento ha mejorado.

Hemos avanzado algo.

Pero una terrible visión nos ha azotado a todos: la corriente nos ha traído unos maderos que sólo pueden ser de la balsa de Jerónimo.

El solo hecho de que no se haya visto ningún cuerpo flotando ha impedido que enloquezca, pues Jerónimo ha naufragado, no cabe duda, y no podemos hacer nada más porque nuestro navegar es lentísimo.

No.

No puede ser, Isabel.

Jerónimo no ha podido venir hasta estas islas malditas y olvidadas para encontrar la muerte.

No.

No hago más que rezar.

Ya sé que tú, Isabel, lo estás haciendo desde que te dejamos en Panamá, hace ya de esto casi un año.

2 DE MAYO.

Dios nos ha escuchado, Isabel.

Pues pese a nuestro corto avance hemos dado con unas peñas en las que hemos visto a unos hombres haciéndonos señas.

Eran ellos.

Dios Santísimo que estás en los cielos, Creador de todo lo visible y lo invisible, alabado seas por no haber abandonado a estos, tus hijos.

Nos hemos acercado hasta ellos, y aunque hemos tardado poco, a mí me ha parecido que no llegábamos nunca.

Tras un centenar de abrazos y besos, Jerónimo me ha contado lo sucedido.

Así me ha hablado:

-No habíamos navegado más de cuatro leguas, costeando la isla, cuando el mar nos ha empujado hasta unos arrecifes, que han destrozado la balsa como si fuera de papel. Ya nos creíamos perdidos, pero, gracias a Dios, hemos podido alcanzar la orilla a nado, aunque hemos perdido todos el hato. Como no teníamos armas con las que defendernos, hemos preferido esperar al bergantín y no andar por la costa en busca de las naos, pues de habernos encontrado con indios, ya nos podíamos dar por muertos. El caso es que o estas rocas nos han ocultado bien o esta parte de la isla está despoblada pues no hemos visto a ninguno. Pero aquí estamos, vivos, alabado sea Dios, la Virgen María y todos los santos del cielo.

Tan grande ha sido mi contento que he estado tentado de sacrificar uno de los puercos que llevamos a Mendaña para celebrarlo.

Pero me he retenido, pues ya debemos estar cerca de los navíos.

3 DE MAYO.

Día triste, pese a todo.

La aflicción se ha apoderado de mi corazón y del de todos los del bergantín cuando hemos llegado, al atardecer, al puerto de la Estrella.

Pues no menos de quince cruces, alineadas en la playa, nos han contado que la muerte y la desgracia han visitado la armada.

Y eso que el contento de la gente de los navíos, al vernos, ha sido muy grande, pero esas quince cruces parecen clavadas en lo más hondo de nosotros, y no en la arena de la playa.

Esta tu isla, Isabel, ahora enlutada por la sangre de nuestros compañeros.

Dos de ellos han muerto por la mano de los indios, los cuales, por suerte, han sido duramente castigados por Sarmiento, que se ha empleado con gran valor y firmeza.

Ha crecido mi aprecio por él.

El resto ha perecido por culpa de unas fiebres violentísimas, y han muerto en medio de grandes espasmos y dolores.

¿Y cómo dar castigo a la fiebre? ¿Cómo, en el nombre del cielo?

Mañana debo hablar con Mendaña pues era ya tarde cuando he llegado a la almiranta; debo convencerle de que abandonemos esta isla maldita, que si algo me duele, Isabel, es que lleve tu nombre.

Ese nombre tuyo tan dulce, ese nombre tuyo que, junto a la Cruz del Sur, han sido mis guías en estas latitudes enfermas.

4 DE MAYO.

Opino que Mendaña también esperaba cualquier signo para ordenar el abandono de esta isla, pues acabar el relato: de nuestros descubrimientos y dar las órdenes para que se dispusiera la  salida  en  el menor tiempo posible ha sido todo uno. Iremos hacia Guadalcanal.

-Parecen esas islas, señor Ortega, las que hemos estado buscando en todo momento, pues en Santa Isabel, por más que lo hemos hecho, no hemos encontrado nada de lo que sacar el más mínimo aprovechamiento.

Tras decirme esto, Mendaña me ha referido que Sarmiento, que ha estado en todo momento muy silencioso, se ha mostrado como mejor hombre de guerra que marino.

Y yo digo, Isabel, que los hombres que son válidos de verdad lo son en cualquier parte y bajo cualquier sol. Cuando he salido a la cubierta de la capitana, Sarmiento, que estaba dando instrucciones a los marineros para arreglar unas velas maltratadas por un aguacero, me ha asaltado:

-¿Ha visto usted alguna señal de ese gran continente austral?

-Nada he visto. Pero hay en estas latitudes muchas islas, que siempre suelen preceder a una gran tierra. Además, algunas de ellas, como las de Guadalcanal o San Jorge, pueden sernos provechosas.

La respuesta de Sarmiento me ha sorprendido: -Pues yo espero que no tengan nada de provecho. Más tarde, Isabel, he comprendido.

Sarmiento teme que si, en efecto, encontramos en dichas islas oro o cualquier otro tipo de riqueza, no iremos nunca jamás en demanda de ese gran continente, por lo que prefiere que nuestra próxima visita a Guadalcanal sea un fracaso más rotundo que la famosa expedición de los Marañones. Pero yo no.

Yo quiero que algo de provecho saquemos de estas islas, en las que la hostilidad, las fiebres y la copiosa lluvia parecen las únicas señoras.

5 DE MAYO.

Ha empezado a dolerme la pierna derecha, casi a la altura de la ingle.

De tanto esfuerzo y de tanto agua, creo; y cuando no era salada, era dulce y maldición del cielo.

Jerónimo ya ha recuperado su ánimo de su reciente desventura.

La gente trabaja a buen ritmo en el abastecimiento, reparación y calafateado de los navíos.

En dos días se podrá zarpar. ¿Pero cuando a Lima? Hace ya un siglo que dejamos El Callao, Isabel, o eso es lo que me parece a mí.

6 DE MAYO.

La pierna duele mucho. Mucho.

Pero no tengo fiebre.

Al atardecer, con los barcos, como quien dice, ya dispuestos, Mendaña nos ha convocado a jefes y oficiales para decidir el nuevo destino.

He tenido que estar sentado todo el tiempo, pues parecía que la pierna iba a desprendérseme del cuerpo. Ni Gallego ni Sarmiento han abierto la boca; yo y Mendaña hemos sido los que más hemos hablado.

-Y se ha dispuesto ir a Guadalcanal e inspeccionar mejor el río de Ortega y sus bancos de arena, pues todos estamos seguros de que esas arenas arrastran oro. Pero yo sólo anhelo ya una riqueza, Isabel: tus ojos.

7 DE MAYO.

 

No hemos zarpado hoy, pues aunque estaba todo previsto y preparado, Mendaña ha querido, por la tarde, rezar por los que aquí se quedan ya para siempre.

Todos hemos acompañado a Francisco Gálvez y a Juan de Torres en los rezos, con mucho fervor, y hasta con lágrimas muchos de nosotros, pues aunque en vida las diferencias pueden ser muchas, en la muerte todas ellas se olvidan. Ante la gran cruz que se levantó cuando llegamos, hace ya dos meses de ello, hemos rogado por ellos por última vez.

Descansen para siempre en paz, en esta isla de lluvia infinita, bañados por el mismo mar que vieron en Perú, pero a un universo de distancia.

Descansen para siempre Tomás Fuertes, Alonso Pérez, Diego de Frías, Juan Trejo, quien divisara tierra por vez primera, Gaspar Montero, Hernán Criado, Juan Montero, Pedro Martínez, Pedro Garrido, José Merino, Alonso García, Santiago de Lora, Diego de Chozas y Román Contreras.

Ellos ya están con la verdad.

Nosotros, Isabel, la seguiremos esperando.

Hasta cuando?

8 DE MAYO.

Hoy hemos visto que ya no estaba la cruz en la playa. ; Se la habían llevado los indios.

Hemos querido bajar a tierra, darles castigo y recuperar el símbolo de nuestra vida eterna, pero Mendaña ha dicho que ello nos retrasaría mucho y que esa blasfemia ya la pagarán algún día.

Así, muchos de nosotros nos hemos quedado mirando la bahía de la Estrella con los puños apretados.

Que se abrasen para siempre en el fuego eterno esos salvajes.

Por toda la eternidad.

Ha habido trueque de puestos: ahora, en la almiranta se han embarcado conmigo Pedro Sarmiento y el piloto Pedro Rodríguez.

Y a Jerónimo esto no le gustado nada.

-Han estado compinchados todo el viaje y ahora van jun-tos. No me gusta este vino, padre. Amarga. Yo no sé que pensar.

11 DE MAYO.

Tres días hemos tardado en llegar a Guadalcanal, pues no han sido muy propicios los vientos. Tres días con la pierna dándome martirio.

Juan de Torres dice que tengo la vedija quebrada. Y que sólo se cura con reposo.

Reposo que aquí no puedo tener.

Reposo que sólo tendré contigo, Isabel.

Hoy no he salido de mi cámara en el alcázar.

12 DE MAYO.

Se ha tomado solemne posesión de la isla de Guadalcanal, cuyo nombre Mendaña ha respetado.

Eso me alegra.

Se ha izado en la bahía otra gran cruz, y se ha decidido llamarla así: Puerto de la Cruz.

Pero el general me ha dicho que cambiaría el nombre del río por el de río Gallego, ya que el piloto mayor ha participado mucho y bien, dice, en estos descubrimientos y por tanto, merece ser honrado también.

13 DE MAYO.

Día aciago y desgraciado, el más negro y triste desde que llegamos, Isabel, a estas islas que no son de Salomón, sino de Judas.

Han bajado nueve de nuestros hombres a tierra a recoger agua y cocos; cuando estaban a lo suyo, todavía en el Puerto de la Cruz, han sido sorprendidos por unos cien indios, que portaban macanas, hondas y también arcos y flechas.

Han muerto todos: Diego Quirós, Antonio de Méntrida, Martín Muñoz, Gil Álvarez, soldados; y Gonzalo Cota, Luis Méndez, Luis de Córdoba, Tomé González, marine-ros; y un criado del alférez Enríquez, un negro llamado Matías.

El ataque ha sido tan repentino y salvaje que no han podido defenderse y repelerlos, y a nosotros no nos ha dado tiempo a socorrerlos.

Luego, los indios han derribado la cruz, y pese a que la mar estaba algo violenta, he ordenado echar al agua una balsa de cañas que estábamos preparando para pescar entre los arrecifes.

Matías Pinedo me ha pedido acompañarme a darle castigo a los indios, pese a que Sarmiento me ha recomendado no salir, porque decía que yo y los que fueran conmigo nos íbamos a perder entre las olas.

Desde la capitana, Mendaña ha dicho lo mismo, con grandes voces, desde el castillo de proa de la capitana. - Ninguno de nosotros servirá de comida para estos salvajes.

Así les he dicho y hemos embarcado yo, Pinedo, Juárez, Rico y otros dos arcabuceros.

No sin dificultad hemos llegado al puerto y allí hemos disparado los arcabuces, que han hablado con tal furia que habremos matado y herido, al menos, a cincuenta de estos semihombres, que por su fiereza y color están más emparentados con los chacales que con cualquier raza humana.

Después de huir los indios, hemos dado cristiana sepultura a todos los nuestros, lo que nos ha llevado tiempo pese a que se han acercado más hombres de la capitana para ayudarnos.

Los cuerpos de los indios, los hemos tirado al mar, para regocijo de los tiburones, que han llegado al momento y en gran número, pues el olor de la sangre se propaga muy veloz en el agua.

He llegado, después de todo esto,  a  la  capitana,  y Mendaña se me ha abrazado llorando:

-¡Bendita sea su temeridad o su locura, señor Ortega! Nunca he visto, en todos los días de mi vida, semejante muestra de coraje. Los nuestros hallarán descanso eterno gracias a usted. Sepa que nunca olvidaré esto y que mi tío será informado de ello. Gallego también me ha felicitado.

Pero mi pierna, y mi aflicción, no han permitido a mi vanidad que se solazara en demasía.

 

Jesús Rubio Villaverde. 1999

domingo, 25 de julio de 2021

Mancebías y esclavitud en Guadalcanal

Siglos XV al XVII

    El tema de la esclavitud y las mancebías es tan antiguo como nuestra historia, sin embargo, en Guadalcanal las primeras noticias las proporciona el Archivo Histórico Nacional, Sección de Ordenes Militares, y datan del siglo XV, no en referencia a Llerena que es extensa, sino a la vecina villa de Guadalcanal. Solo se indica que en 1494 la casa de mancebía estaba ubicada al lado de la residencia del comendador hasta que fueron expulsadas por los visitadores.

   Como vemos, la prostitución está presente en la Provincia de León de Extremadura, aunque no parece tener mucha trascendencia como generadora de rentas a los concejos. En cuanto a la consideración de las prostitutas y de las mancebías por la Orden de Santiago en esta provincia, en general es permisiva siempre que no alterara el buen hacer de la población y el correspondiente pago de diezmos y conviviera con los intereses de la Santa Madre Iglesia, como en los demás territorios de la Orden. A saber, que no se castiga el comercio carnal, ni el oficio o fornicio, sino su ejercicio fuera de la mancebía, asaltando clientes por las calles o tabernas, eran inducidos a que serían éstos los que acudieran a las mancebías o los propios hogares de estas trabajadoras del noble y viejo oficio, generalmente extramuros, donde las barraganas por unos dineros o algo de comida ofrecían el servicio.

    En cuanto al clero, si advierten los visitadores que conste también que las leyes de la Orden castigan la prostitución y el fornicio para sus representantes, detectándose que se observa que los hay con barragana o concubina habitual y conocida, pero nada se habla de pecados de estos servidores de la iglesia pues se consideran ocasionales. Los casos denunciados más frecuentes, se trataban de capellanes o curas con hasta tres hijos o vicarios que dotaban a sus hijos con los bienes de la vicaría, caso de Tudía, o que han cometido adulterio con la mujer del santero, caso del padre Onofre Funes, el clérigo de Guadalcanal.

    Otro tema analizado en nuestra villa por los visitadores de la Orden fue la esclavitud, era ésta hasta el siglo XV y la primera mitad del siguiente siglo, al ser una villa autónoma regida por un comendador y sin grandes fincas y casas de señores feudales, el vasallaje era mínimo y testimonial. Todo esto cambió a partir del año 1555, con el descubrimiento de las minas de plata por Martín y Diego Delgado, la falta de mano de obra y el trasiego de gentes, hizo florecer en la villa y alrededores las mancebías y la trata de esclavos.

    Fue en el reinado de Felipe II cuando se empezaron a utilizar mano de obra de esclavos (llamados esclavos del rey) en las minas reales, y por tanto, en las de Guadalcanal no fue una acepción y muy pronto se advirtieron los beneficios, teniendo en cuenta que era mano de obra sin especificar, se les utilizaban para los trabajos más básicos y que los obreros españoles o los llamados “judeoconverso y moriscos blancos” no querían hacer, así se utilizaron los esclavos negros para las tareas más duras de las minas, como peones picadores, lavadores de granzas, cargadores o peones de albañilería, Estos cuando se incorporaban eran jóvenes, obedientes y de “brazos fuertes como una mula”, comentaba Higinio Lozano (Supervisor mayor) al administrador real, de estos oficios que se pagaban entre 35 y 60 maravedíes, dependiendo del año u otros factores a los esclavos negros, se les saldaban con deficientes especies, comida, vino aguado, aposento en las cuadras y algún que otro “beneficio”, pero jamás eran recompensados con moneda. Eran constante los castigos y vejaciones a los que estaban sometidos hasta conseguir su total docilidad, pero si algunos de ellos en casos extremos eran reincidentes o “indomables”, se les condenaba a galeras reales o vendidos en el mercado de Zafra y sustituidos por otros.

    Cuando tomó posesión el administrador general de las minas del Rey, Francisco de Mendoza, consideró que resultaba más barato utilizar esclavos que mano de obra libre y propuso al emisario del Rey Felipe II en su visita en el año siguiente al descubrimiento de la mina ejercer esta opción: “porque se ha dicho que sería buena granjería para la fábrica de las dichas minas comprar una buena cantidad de negros y algunas negras, para que ellos trabajen en cavar y sacar metal, y ellas en apartarlo y lavarlo, y en guisarles de comer y otros servicios, y que ansí se haçe en las minas de la Nueva España”. (Sic).

    Esta opción de traer ambos sexos trajo no demasiados pocos conflictos, la autoridad de la mina para evitar males mayores, autorizó a que se casaran, “si están emparejados se evitará el libre fornicio, se centraran en sus trabajos y serán más fácil de controlar” (sic). Craso error, los conflictos, violaciones y embarazos se sucedieron, así que se tomó una solución no menos cruel, los vástagos una vez que cumplían apenas el año, eran entregados al negrero Ginés de Alvaraque para que fuesen vendidos o cambiados por más mano de obra.

    En último tercio del siglo XVI, la gran demanda de esclavos fue un problema de abastecimiento constante, a veces no siendo útiles o suficientes los que proporcionaban los llamados “negreros”, se hacían expediciones directamente a las costas africanas para procurarlos, sin embargo, como los que se precisaban eran muchos, fue un problema constante en este periodo convulso, lo que llevó a los administradores de las minas de Guadalcanal a la búsqueda de todas las alternativas posibles, las bajas eran constantes a causa de enfermedades, deserciones, accidentes o luchas internas entre ellos por motivos tribales, así que en aquella época se llegó a contar con catorce compradores para abastecer dichas minas, principalmente de los mercados de Zafra, Fuente de Cantos, Jerez de los Caballeros, Trujillo, Cáceres, Plasencia, Sevilla o en ocasiones de la vecina Portugal. Así se llevó a cabo una primera compra de unos 100 esclavos negros bozales de edades comprendidas entre los 18 y 30 años, procedentes de Senegal, Cabo Verde, Manicongo o Santo Tomé del mercado portugués y algunos otros comprados en la localidad de Zafra y otras cercanas localidades que ya había sido vendidos con anterioridad, hay referencias que en el año 1560 había censados 123 esclavos negros trabajando en las minas de Guadalcanal. Esta población era muy flotante, debido a que algunos de ellos escaparon de allí aprovechando las pocas horas de descanso que tenían durante la noche, pero la mayoría murieron a consecuencia de las condiciones de vida que llevaban, malnutrición, fatiga y enfermedades.

    No obstante, a pesar de los problemas se siguió utilizando este tipo de mano de obra esclava durante este siglo y el siglo siguiente, así en el año 1646 consta en archivos que Francisco, esclavo del regidor de Llerena Juan Martín Bravo, fue juzgado y condenado a trabajar en la cercana mina de Guadalcanal a cuatro años “como galeote sin sueldo”, por “aber querido forzar unas mugeres y otras cosas de poco decoro” (sic).

    Hay otros testimonios documentales en los que se relaciona a las esclavas que eran compradas por señores feudales para en muchos casos, ser utilizadas para el servicio doméstico y sexual, al final cuando estos se cansaban de ellas o eran descubiertos por sus venerables esposas, eran consideradas como puta, así:   Don Julián Maldonado Mendoza, vecino de Guadalcanal, vende, en una carta de venta, como en las demás, leemos: “que no por su color negro, que no padece enfermedad y algunos de los vicios que generalmente se asociaban a los esclavos, esto es, ser promiscuos, ladrones, proclives al sexo, borrachos y fugitivos”(sic).

    En esta carta de venta no se dice que la esclava Gracia sea “barragana”, al contrario, pero nos hace pensar que algunas debían serlo, máxime cuando la calificación de “puta” no está presente en otras cartas ni es uno de los defectos constantemente mencionados. En el caso de emplearse como prostitutas cabría culpar a sus amos otra manera más de explotarlas o por propia iniciativa, quizás para comprar su propia libertad.

    Sin embargo, esta mano de obra procedente de donaciones de sus dueños, sentenciados o simplemente capturados y robados de las haciendas de sus patronos, no debía ser suficiente para la gran demanda de la mina, así que se contrató a un verdugo de Trujillo y según actuación de su cabildo se adoptó el siguiente acuerdo en el año de 1647: “…que el señor Garcia de Vargas haga diligencias en que busque un ejecutor de justicia, atento no le ay para las cosas que se ofreçen, no se hallando compre esclauos para que sirvan y exerçan el dicho oficio de la suya mina...” (sic)

    Hay otro documento datado en 1690 en el que el Rey Carlos II “El Hechizado” autorizó a Rafael Gómez que a cuyo cargo estaba el beneficio de las minas de Guadalcanal a comprar y traer 200 esclavos negros libres de cargo de Portugal, según se refleja en este documento, el permiso respondía a un memorial en que refería: “que respecto a las muchas labores desagües y cosas pertenecientes al benefiçio de dichas minas, necesitaba de mucha gente para su abío y buen corriente y que sin embargo de haverla tratado de manteher, pagado sus hornales, tener hechos ajustes con los trabajadores por todo el año, se huien muchos por lograr más jornal en las siegas presentes u otras lavores agricolas, de que avía resultado mucho atráso.... (sic).

    Estos esclavos a diferencia de los asalariados, fueron utilizados en trabajos forzados y esquilmados en las minas del reino durante los siglos XVI al XVIII, en este periodo los vecinos de Guadalcanal y comarca padecieron constantes saqueos, violaciones, vejaciones..., que siempre eran atribuidos a estos esclavos que en sus huidas se escondían en el entorno huyendo de las minas en busca de una libertad imposible y que en su mayoría eran nuevamente deportados a su trabajo o asesinados impunemente.

    Por tanto, el delito más extendido entre los esclavos y libertos que encontraban sus amos para deshacerse de aquellos que ya no les servían o eran rebeldes o poco aplicados a las tareas encomendadas, se les delataba por la materia sexual o la simple fornicación, que eran los delitos más rápidos en ser juzgados por los representantes de la iglesia, o lo que es lo mismo, fueron acusados por expresar públicamente sus amos, que las relaciones sexuales fuera del matrimonio eran pecado capital según la iglesia o que a lo sumo constituían un pecado venial pero dañino en caso de se obrados por sus amos, y que los esclavos ocultaban este tipo de argumentos para convencer a miembros del otro sexo en sus propósitos, como Tomé, esclavo de Pedro González vecino de Guadalcanal, de 25 años, que fue testificado de que “persuadiendo a una esclava que tuviese cuenta carnal con él, le dixo y porfió no por ser pecado, que quantas más vezes se holgasen hera menos pecado”. Pero en todos los casos merecían el castigo y eran enviado a los trabajos disciplinarios de la mina de Guadalcanal.

    Probablemente los procesados que cometían estas faltas “era por la no creencia y desconocían la doctrina de la iglesia sobre estas cuestiones. Por otra parte, son significativos los rasgos de los delincuentes en cuanto a su sexo, edad y estado pues coinciden con el resto de los juzgados por el tribunal de Llerena por este delito. Predominan los varones, circunstancia lógica si se tiene en cuenta que en materia sexual la iniciativa la llevaban los hombres; son jóvenes y solteros, lo que les lleva a defender una mayor libertad sexual acorde con sus necesidades fisiológicas, siendo además un comportamiento que les parece natural por su origen y creencia y no tener temor a nuestro creador todo poderoso en el juicio final, en el caso de las mujeres provocaban cierta "calentura y desazón" a sus amos, que obligados fornicaban con ellas en algunas ocasiones”. Afirmaban las jueces para aplicar sentencia y no ofender a la iglesia.

    Para finalizar, cabría considerar que todos los indicios nos llevan a creer que la iglesia estaba en sintonía con los administradores de justicia para vulnerar las leyes en el respecto a los esclavos y someterlos a vejaciones en ocasiones sexuales. Fray Jusepe de Angulo, un fraile que había estado en Indias visitó la explotación de Guadalcanal, escribía a la Corte: “yo pase por las mynas de Guadalcanal por ver si eran como las de la Nueva España y cierto digo a V.M. que son muy rricas, mas que quantas e visto, sino que tienen muchos gastos en personas y oficiales y mandones superfluos y demasiados eczesibos salarios que se podrían escusar e poco miramiento para los esclauos, viendose escualidos e mermados de fuerza por su povre alimentaçión e menos descanso (sic)”. No hace referencia este buen fraile y miembro de la Corte es si en las minas al otro lado del océano, eran tratados mejor los llamados “indios”, que eran igualmente esclavizados.

Fuentes.- Archivo Histórico Nacional, Sección de Ordenes Militares, Centro de Estudios Extremeños, Noticias Históricas documentadas de las celebres minas de Guadalcanal e Indice de documentación sobre minas del Reyno. 

domingo, 18 de julio de 2021

La lluvia infinita 13/18


 
Capítulo 13

Diario de Pedro de Ortega 12

19 DE ABRIL.

En esta isla de Guadalcanal los pueblos son más grandes y ricos que en el resto del archipiélago.

Tienen en sus poblados, que se componen de varios bohíos dispuestos en círculos y uno grande, en el centro, en el que se reúnen, muchos puercos, gallinas y un gran número de frutas y raíces, entre las que reconocimos el jengibre.

Cuando estábamos en el bohío y ya dispuestos a marcharnos, han reaparecido los indios, que con gran estruendo de aullidos y caracolas, nos han atacado con fiereza.

Pero Dios ha puesto en nuestras manos los arcabuces; para que triunfemos sobre estos salvajes; tras matar y herir u, de ellos, han huido, con lo que hemos retornado al: bergantín sin más problemas.

He ordenado la construcción de una balsa, pues tengo la intención de navegar por el río de Ortega en busca de más poblados y para comprobar si arrastra arenas ricas en oro.

Y este trabajo nos ha llevado toda la tarde.

Casi anochecido, por la parte del Noreste han llegado nubes; una de ellas semejaba una calavera. Rico me ha dicho:

-¿No será eso un presagio?

Me he estremecido, pues el aspecto de la nube en verdad aterraba, Isabel.

20 DE ABRIL.

Río arriba hemos visto más pueblos, en los que vive - mucha gente.

Debe de haber en esta isla, la más grande de cuantas hemos visto, al menos un millón de personas, de las cuales, si se exceptúan las mujeres y los niños muy pequeños, son todos guerreros.

En muchos trechos se han visto bancos de arena, por lo que creemos que se puede hallar oro.

Pero lo que sí es cierto es que es tierra de enormes caimanes, que al menos son tres veces más grandes que los que he visto hasta ahora en Panamá y Perú.

Y también de loros y guacamayos de todos los colores. Hemos subido casi media legua de río, con grande esfuerzo porque en algunas partes es muy estrecho y se rinde a la selva; hemos dado la vuelta.

Aupados por la rápida corriente, al poco, hemos llegado al lugar donde estaba fondeado el bergantín. Mañana dejaremos Guadalcanal.

21 DE ABRIL.

Tanto yo como los demás hemos estado de acuerdo en que, con lo visto en Guadalcanal ya era hora de dejarse de descubrimientos y volver a dar noticia de todo lo visto hasta ese día.

Es la primera decisión, mía o de cualquier otro, que no ha sido contestada por nadie.

22 DE ABRIL.

Los vientos son proclives a nuestra demanda, y como no tenemos previsto hacer ninguna entrada más, debemos estar en Santa Isabel con Mendaña en no más de tres días.

23 DE ABRIL.

Al sur de Santa Isabel hemos visto otra isla; por ser el día que es la hemos llamado San Jorge. He resuelto acercarnos a ella.

Gallego no se ha mostrado conforme con mi orden, y he tenido que recordarle que fue Mendaña quien me dio el mando del bergantín.

Pero debe ir en su naturaleza el discutirlo todo.

Aunque yo también quiero llegar a Santa Isabel, no dejaré que por desidia, por el ansia de acabar con nuestro viaje, dejáramos pasar una isla que quién sabe si es la verdadera Ofir.

26 DE ABRIL.

Esta isla, en lengua natural se llama Varnesta y su taurique, Beko, y se nos ha mostrado muy amistoso, contándonos, por señas, que es amigo de los tiburones y de los caimanes, pero estos indios usan más de la astucia que de la fuerza, lo que les convierte en el doble de peligrosos.

Y digo esto porque, mientras parlamentábamos con Beko, varios de sus indios, en una canoa, se han acercado ` al bergantín, reducido al soldado que allí dejé y robado los dos puercos que llevábamos con nosotros desde que salimos de la isla Florida.

Hasta que no nos hemos vuelto al Santiago y visto a Rodrigo Montes sin sentido, y los puercos desaparecidos, no nos hemos percatado de su treta.

Hemos partido yo y diez hombres al pueblo más cercano, construido sobre una loma muy cercana a la playa y hemos dado con Beko.

Por señas le hemos hecho saber que nos devolviera los puercos.

Él ha hablado durante mucho rato, pero hemos sabido, por sus gestos que no tenía intención de devolverlos.

A una seña mía Juárez ha disparado su arcabuz.

Al ver todos los indios que uno de los suyos ha caído ful-minado, han huido a la selva, con lo que hemos recuperado los puercos y regresado al bergantín; y cuando ya estábamos en la playa reparando la balsa se han acercado a nosotros, de nuevo, Beko y toda su gente; señalaban a los puercos y nos mostraban un collar hecho de dientes de un gran animal, quizás un caimán o un tiburón, y que parecían tener en gran estima.

Lo he rechazado.

Entonces, Jerónimo ha visto que uno de los indios llevaba un collar con una enorme perla atada en él.

Les hemos preguntado si tenían más y no parece que las tengan en mucho aprecio pues Beko ha dado varias voces y han corrido varios indios al poblado; al rato han vuelto con varias perlas en sus manos.

Las he tomado y, a una seña mía, Juárez ha disparado su arcabuz por encima de sus cabezas, con lo que han corrido más que el Diablo detrás de un alma:

Hemos regresado al Santiago, donde he dispuesto que pasaremos la noche.

A los tramposos, trampas, Isabel.

Las perlas nos han provocado tal estado de excitación que por vez primera la alegría ha tomado el bergantín como si de una ciudadela se tratase.

27 DE ABRIL.

Con el alba hemos dejado la isla de San Jorge en demanda de otras islas muy cercanas, que están hacia el Oeste, con lo que hemos desandado parte del camino. Pero entre que se nos acaba el plazo y que están muy pobladas de arrecifes no nos hemos ni acercado a ellas; simplemente las hemos bautizado como San Nicolás y Arrecifes.

28 DE ABRIL.

Ya hemos tocado la punta más austral de Santa Isabel, por el lado contrario al que están fondeados los navíos; antes de bojarla hacia el Norte, he ordenado fondear y desembarcar.

En una de las lomas cercanas a la costa, había una decena de árboles desnudos de hojas pero de los que colgaban, cabeza abajo, enormes murciélagos que han de tener, al menos, cuatro pies con sus alas extendidas. Visión terrible pues tenía oído, y así me lo ha certificado uno de los soldados, que estos repugnantes animales, en una sola noche, son capaces de dejar sin sangre a un hombre sano, que si no muere por la debilidad, lo hace acometido por una fiebre terrible e incurable, que lo hace saltar, en su delirio, al menos tres palmos sobre el catre.

29 DE ABRIL.

Seguimos bojando Santa Isabel, que es una isla muy` extensa, pues hemos navegado cerca de cuarenta leguas hasta que hemos llegada a su punta Norte.

Durante el día de hoy hemos podido ver numerosas isletas, algunas pobladas y otras no, y a muchos indios pescando, que no nos han molestado, aunque muchos de ellos se han alzado sobre sus canaluchos para gritarnos y amenazarnos con el puño.

Hemos seguido viendo más murciélagos, los cuales, cuando llega la noche y se dan a la caza, provocan tal estruendo con su aleteo y sus chillidos que a uno le parece que ha llegado a la misma puerta del Infierno. No he querido que desembarquemos.

A todos mis hombres les he dicho que, a la hora de acostarse, se cubran totalmente y no dejen nada de su piel al descubierto.

Es inmensa ésta, tu isla, Isabel.

30 DE ABRIL.

Hemos estado varados todo el día, pues los vientos han debido ahuyentarse con tanto murciélago.

Así que he dispuesto que, bogando en la balsa, se nos adelantasen Jerónimo y otros cinco hombres para anunciarle a Mendaña nuestra llegada.

Hacia el Oeste hemos visto otra isla, que hemos bautiza-do San Marcos.

Pero como el viento no aparece y son ya muchos los días que llevamos fuera no tengo intención de ordenar que nos lleguemos hasta ella.

Espero que Jerónimo sepa cuidarse, aunque sé que no he de temer nada porque ha mostrado mucho ánimo en todo momento. Estoy muy orgulloso de él, Isabel, y tú también debes estarlo.

 

Jesús Rubio Villaverde. 1999

domingo, 11 de julio de 2021

El linaje Sfrondato y Guadalcanal

Comendadores de Guadalcanal


    El profesor Stefano Sfrondato del Instituto Italiano di Cultura, nos envía este articulo sobre la conexión del linaje Sfrondato y Guadalcanal.

    Nuestro apellido entró a formar parte de la nobleza española a través de la incorporación a la Casa de los Austria y su servicio del rey Felipe II de España y de Nápoles, Cerdeña y Sicilia entre otras tierras del gran imperio español del siglo XVI, entre otros cargos, aparecen tres individuos del linaje Sfrondato como comendadores de la Villa de Guadalcanal, situada al sur de la provincia de León de Extremadura bajo la Orden de Santiago.

    HÉRCULES SFRONDATO, Duque de Monte Marchano, Conde de la Rivera del Lago de Como y de Ripano, Barón de Valsasino, Señor de las Escuadras y del Monte Ynstrose, General de las Armas de la Iglesia, fue Comendador de Guadalcanal por merced de Felipe II, hecha en gracia del Pontífice Gregorio XIV, su tío, y de ella se le dio título en San Lorenzo, a 23 de octubre de 1583, refrendado de Francisco González de Heredia y firmado de Don Diego López de Ayala, Licenciado Bonifaz, Don Francisco de Contreras y Don Juan de Ocón. En él no hay otros términos que los que comúnmente sirven a semejantes instrumentos, ni Diego de la Mota, haciendo mención del Duque en su «Catálogo», página 312, dice de él otra cosa que «Hércules Sfrondato, Duque de Monte Marchano, sobrino del Papa Gregorio XIV, fue General en Francia por Su Santidad», y aun no le conoció la Encomienda. Túvola hasta el año 1621, en que la renunció en manos de Su Majestad y a favor de su hijo Don Valeriano Sfrondato, como luego diremos.

    Era este Comendador nieto de Francisco Sfrondato, Senador de Milán y después Cardenal de la Santa Iglesia, estando viudo de Ana Vizconte, hija de Antonio Vizconte, Señor, en parte, de Soma, Ayo del Duque de Milán y de su Consejo secreto, y de Magdalena Tribulcio, su mujer. En esta Señora tuvo a Nicolás Sfrondato, Cardenal Obispo de Cremona, después Pontífice Sumo con el nombre de Gregorio XIV, y a Pablo Sfrondato, Barón de la Rivera, Caballero de la Orden de Santiago, que casó con Segismunda de Este, hija de Segismundo, Señor de San Martín de Ruberto y de Justina Tribulcio, progenitores de los Marqueses de Este y de Bargomanero, y fueron sus hijos: Hércules, Duque de Montemarchano; Paulo Emilio, Cardenal del título de Santa Cecilia; Francisco, Barón de Valsasina, Marqués de Montafia. Comendador de Daimiel en la Orden de Calatrava, Castellano de Sant Ángelo y General de la Armada Naval del Pontífice, su tío, y Ana Sfrondato, mujer de Hércules Vizconte, Conde de Saliceto, Señor de Rh°. El Duque de Montemarchano, nuestro Comendador, casó el año 1571 con Lucrecia Cibo, como lo escribe Herrera en la tercera parte de la «General del Mundo», libro VII, capítulo 8°, hija de Alberico, Príncipe de Masa, Marqués de Socierano de Carrara, Duque de Ayelo, Conde de Firentillo, y de Isabel de Capua, su segunda mujer, y fue hijo de ambos Don Valeriano Sfrondato, Conde de la Rivera, cuyo será el capítulo siguiente.

    DON VALERIANO SFRONDATO, Conde de la Rivera del Lago de Como, fue Merino de Felipe IV, Gentilhombre de la Cámara del Cardenal Infante, su hermano, y Comisario General de Milán. Sucedió a su padre en la Encomienda de Guadalcanal, 7 porque el año de 1621 la renunció en manos de Su Majestad, y por gracia suya la tuvo su hijo, como parece por el título que se despachó en Madrid, a 28 de agosto de aquel año, firmado de Felipe IV, refrendado de Alonso Núñez de Valdivia y Mendoza, su Secretario, y firmado, también, del Marqués de Caracena, Presidente; Don Juan Serrano Zapata, Don Luis de Villavicencio v Doctor Don Pedro de Guzmán, Consejeros de las Ordenes. 

    Está dirigido al Licenciado Juan de Avalos Altamirano, Capellán de Su Majestad, freile de la Orden, y dice: «Sabed que la Encomienda de Guadalcanal, que es de la dicha Orden, está al presente vaca por dejación que de ella en mis manos hizo Don Hércules Sfrondato, Caballero de la dicha Orden, Duque de Monte-marchano, último Comendador que fue de ella, y a mí, como Administrador susodicho, pertenece nombrar persona del hábito de la dicha Orden qué sea proveído de la dicha Encomienda. Por ende, acatando los muchos y buenos servicios que Don Valeriano Sfrondato, su hijo, Caballero profeso de la dicha Orden ha hecho a mí y a ella y espero que hará de aquí adelante y a sus méritos y costumbres, por esta mi carta le nombro para que sea proveído de la dicha Encomienda, etc.»

    En el viaje del Cardenal Infante Don Fernando a Flandes le sirvió mucho el Conde de la Rivera, como se lee en el libro de' Don Diego de Ahedo, y finalmente pasó de esta vida en 15 de septiembre de 1645. Y Su Majestad, en Zaragoza, a 9 de septiembre del año siguiente, dio título de Administrador de esta Encomienda a Don Rodrigo de Ayala, Caballero de la Orden. Casó con Doña Paula Camila Marliano Sfrondato.

    DON HERCULES SFRONATO, Conde de la Rivera, Caballero novicio de la Orden, sucedió al Conde Don Valeriano, su padre, en el goce de la Encomienda de Guadalcanal, porque Felipe IV le hizo merced de ella, y por no tener más que once años el de 1646 dispensó el Pontífice Inocencio X para que, sin hacer la profesión, pudiese gozarla. En virtud de esto se le despachó por el Consejo de las Ordenes título de Administrador, con goce de frutos, en Madrid, a 13 de febrero de 1649, firmado de Felipe IV, refrendado de Gregorio de Tapia, su secretario, y firmado de Don Diego Rodríguez Valtodano, Don Francisco de Borja y Aragón, Don Pedro de Alarcón de Ocón y Don Antonio de Benavides, todos del Consejo de Ordenes. En virtud de este título y de poder que en 8 de marzo del mismo año dio Doña Paula Camila Marliano, Condesa de la Rivera, madre y tutora del Conde Don Hércules, se tomó por su parte posesión de la Encomienda. 

    Y estando en ella le puso pleito en el Consejo de las Órdenes Don Gaspar Juan Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, Conde de Niebla, diciendo que Su Majestad, en Cédula secreta de 20 de agosto de 1629, hizo merced a su abuelo, Don Manuel Alonso. Pérez de Guzmán el Bueno, Duque de Medina Sidonia, por sus servicios y por una leva que ofreció y cumplió de dos mil Infantes de la futura sucesión de una de tres Encomiendas: la de Guadalcanal, en Santiago; la del Viso, en Calatrava, y la de Cabeza de Buey, en Alcántara, la primera que de ellas vacase, y con qué los años que tardase en entrar a gozarla los tuviese de supervivencia. Y que, por otra Cédula de 8 de agosto de 1637, habiendo fallecido el Duque sin gozar alguna de las tres Encomiendas, hizo Su Majestad merced al Conde de Niebla, su nieto, de la futura de una de ellas. 

    Y en otra Cédula del mismo día quiso Su Majestad que el Duque Don Manuel Alonso, y sus herederos en su nombre, tuviesen de supervivencia en la Encomienda en que el Conde entrase los mismos años que había desde el de 1628 hasta el de 1636, en que falleció a 20 de marzo. 

    Y que siendo esto así no podía el Conde de la Rivera gozar de la Encomienda de Guadalcanal, supuesto que, por el fallecimiento del Conde, su padre, tuvo lugar la merced hecha al de Niebla. El Conde de la Rivera opuso a esto el título que se le había despachado, y el Consejo de las Ordenes, por sentencia de 22 de octubre de 1654, declaró pertenecer la propiedad de esta Encomienda al Conde de Niebla y condenó al de la Rivera a que se 8 la dejase libre y le restituyese todos los frutos que de ella habían procedido durante la litis contextation

    De esto se le dio ejecutoria al Conde de Niebla, y habiendo apelado el de la Rivera, después él y en su nombre el Capitán Don Ambrosio Monti, se convino con el Conde de Niebla, y por escritura otorgada en Madrid, a 23 de febrero de 1661, ante Francisco Jacinto Vélez, Secretario del número, se apartó y desistió de la apelación y pleito y de otra cualquier pretensión que tenía a la Encomienda de Guadalcanal y renunció su derecho en el Conde de Niebla, consintiendo se le despachase título de ella, y el Conde le remitió y perdonó los frutos que había percibido. Lo cual aprobó el Consejo, y quedó así esta Encomienda para el Conde de Niebla.

  Stefano Sfrondato

Napoli 20/10/20 

domingo, 4 de julio de 2021

La lluvia infinita 12/18

Capítulo 12

Diario de Pedro de Ortega 11




8  DE ABRIL.

La isla que vimos ayer y a la que esta mañana hemos llegado es más grande de lo que habíamos pensado. Más que Santa Isabel.

Está a unas catorce leguas de las dos isletas, que, por ínfimas, ni siquiera hemos bautizado.

Pero a la isla la hemos llamado de Ramos, pues es hoy el día de la entrada de Cristo en Jerusalén.

Vamos a desembarcar en ella y pasado el resto del día pescando; no se ha dado mal.

Hemos envuelto los peces en las palmas para prepararlos mañana.

9 DE ABRIL.

Parece como si la lluvia y el mal tiempo se hubieran marchado de Santa Isabel para aposentarse en esta isla. - ¿Vamos en busca de tierras o de truenos? Así lo dice Gallego. Yo estoy de acuerdo.

El aguacero con el que nos ha recibido esta isla ha sido tal que hemos tenido que refugiarnos en el bergantín y cubrirnos con lo que teníamos a mano: mantas, palmas y velas.

La infinita lluvia.

No me canso de decirlo y escribirlo.

Por fin, por la tarde, hemos desembarcado y comprobado, al momento, que está poblada, pues han aparecido indios, de la misma raza que los de Santa Isabel, pero más hoscos aun y numerosos. Señalaban la arena de la playa y decían:

-Malayta, Malayta.

Luego, se daban palmadas en el pecho; he entendido que querían decirnos que esta tierra es suya y que se llama Malayta.

Y nos han atacado.

Con la lluvia, teníamos la pólvora mojada y nos hemos tenido que batir con ellos cuerpo a cuerpo, con esfuerzo grande, pues son gente diestra; aun así, la victoria ha estado con nosotros, pues tras herir y matar al menos a una veintena de ellos, los hemos puesto en fuga.

Para evitar más guasábaras, he ordenado que pasemos la noche en el Santiago, un poco alejados de la playa y con guardia doble.

Mañana continuaremos el viaje.

10 DE ABRIL.

Al amanecer ha llegado un viento Nordeste que nos ha permitido cabotar la costa de Ramos con gran rapidez.

Lo último que hemos visto de esta isla ha sido un gran cabo al que le hemos puesto el nombre de Prieto.

Con la proa hacia el Sudeste y el viento aferrado a nuestra popa, hemos llegado, a mediodía, a otra isla, a unas nueve leguas de distancia de Ramos.

Esta nueva isla es pequeña, pues no tendrá más de legua y media de boj; está llena de arrecifes afilados como los dientes de un caimán y, por ello, no nos hemos acercado a ella.

Por su perfil se le ha puesto de nombre Galera.

Luego, el bergantín ha virado una cuarta hacia el Sur, en demanda de una isla que está a no más de una legua de la anterior.

El viento era fuerte y hemos llegado pronto a ella: es de apacible aspecto, todo lo contrario que la Galera, y por esa razón se le ha puesto el nombre de Buenavista, que está flanqueada por numerosos islotes.

Está muy poblada y tiene los pueblos muy a la vista, junto a la costa, sobre grandes pilares de madera; la tierra parece muy fértil.

Jerónimo me ha sugerido que bajáramos a tierra, pues parece la isla más agradable de cuantas hemos visto hasta ahora, pero le he respondido que lo haremos a la vuelta, porque estamos gozando de muy buen viento y no es cuestión de desaprovecharlo, pues el aliado invisible es tan caprichoso que en cualquier momento puede abandonarnos.

12 DE ABRIL.

No fue más pronto dejar Buenavista que sorprendernos un terrible aguacero.

-¿Os traigo hasta la más bella isla del archipiélago y la despreciáis de esa manera?

Eso es lo que parece bramar el mar.

Espero, Isabel, que Dios no nos castigue por ese desprecio. Por culpa del aguacero, que nos tuvo ocupados toda la noche de ayer, hemos estado todo el día perdidos, hasta que, por fin, por la tarde, hemos dado con ella de nuevo.

Pero luego el mar y el viento se ha calmado, con lo que apenas la hemos perdido de vista.

13 DE ABRIL.

La isla de la Florida, a la que hemos llegado a mediodía, es la más rica y frondosa de cuantas hemos visto hasta ahora, más aún que Buenavista.

Hay en ella puercos y gallinas y los indios que la pueblan se enrubian el pelo, aunque son los más hostiles y belicosos de cuantos nos hemos encontrado.

Hemos llegado a la Florida cuando el sol, que en los dos últimos días ha sido en exceso justiciero, estaba en lo más alto, y no hemos tenido que acercarnos mucho para ver que estaba poblada, pues, al igual que en Buenavista, los indios viven junto a la costa, en pueblos elevados sobre gruesos j maderos.

Nada más acercarnos a la playa nos han empezado a hostigar con piedras y flechas, y dando enormes alaridos, pero esta vez sí hemos podido utilizar los arcabuces.

Pedro Juárez, artillero certero, y un par de soldados más los han puesto en fuga con presteza, y todos ellos han huido al interior de la isla, dejando sus pueblos vacíos, y todas sus pertenencias, abandonadas.

Hemos cogido un par de puercos y los hemos subido al Santiago para mostrárselos a Mendaña en cuanto regresemos a Santa Isabel.

Después de tanto tiempo hemos comido caldo de gallina, y es caso ocioso decirte, Isabel, que nos ha sabido como el más sabroso de los manjares que pueda servirse en la mesa de cualquier rey.

Como tenemos ya la pólvora seca y los arcabuces no se nos han estropeado, y como se muestra esta isla muy útil para abastecernos, pues tiene de todo, he ordenado que pasemos la noche aquí.

Al poco de irse casi todo el mundo a descansar, Juárez, Gallego, Jerónimo, Rico y yo hemos discutido sobre Mendaña y Sarmiento y la guerra abierta entre ambos.

Tampoco nosotros hemos conseguido entendernos. Jerónimo, Enríquez y Rico están con el almirante.

Pero Juárez y yo no somos del parecer de que sería un enorme regalo de la Fortuna poder llegar a ese gran continente al Sur.

El cielo, despejado.

No llueve ni parece que vaya a hacerlo los próximos días. La Cruz del Sur sigue siendo el faro que me guía en estas latitudes, pues es lo único que puede compararse, sin igualarse, a ti, Isabel.

He decidido que pasaré la noche con la guardia.

14 DE ABRIL.

Esta mañana hemos oído un extraño sonido que llegaba de los bohíos cercanos a la costa.

Y es que los indios utilizan grandes caracolas para llamarse los unos a los otros: hemos temido, al principio, que fuera una llamada para aliarse todos contra nosotros.

Pero no lo han hecho.

Hemos recorrido parte de la isla y en un claro cercano a un bohío hemos hallado huesos humanos, por lo que creo que esta gente es también caníbal, y eso que es la única isla en la que he hallado carne.

Gallego ha calculado que la Florida es una de las islas más grandes del archipiélago, pues tiene, al menos, veinticinco leguas de boj.

17 DE ABRIL.

Hoy hemos visto dos nuevas islas, que se encuentran al Este de la Florida.

Las hemos llamado San Dimas y Guadalupe, porque el alférez Enríquez es muy devoto de esta virgen.

18 DE ABRIL.

Hacia el Suroeste de la Florida hemos vista una gran isla, a la que hemos llegado hacia vísperas.

En la parte en la que hemos llegado, desemboca un gran río, al que le he puesto el nombre de río de Ortega. Y a la isla Guadalcanal, en recuerdo de mi pueblo. Ya ves, Isabel, que yo también dejo mi recuerdo aquí. Antes de desembarcar se han llegado hasta nosotros muchos indios en canaluchos y también a nado, entre ellos, muchas mujeres y niños, que se querían subir al bergantín. Otros, desde una canoa, han lanzado un cabo como para abordamos.

Nos hemos visto obligados a utilizar los arcabuces y han muerto algunos de ellos, pero uno ha saltado a la cubierta y ha comenzado a gritar:

-Mate, mate.

Jerónimo le ha atravesado con su espada.

Debes estar orgullosa de él, Isabel, pues está mostrando en todo momento mucho valor y ánimo.

Pero antes de morir hirió con su macana a Alonso de Cuevas, que ha sangrado mucho por la nariz, aunque hemos conseguido curarle.

Al ver que pese a su número, tenían la batalla perdida, han huido hasta la playa; han quedado una docena de ellos muertos sobre el agua, y, al olor de la sangre, han acudido los tiburones, que en estas latitudes no son muy grandes pero sí muy voraces.

Eran al menos medio centenar y, al poco, han dado muy buena cuenta de los cadáveres.

Tras esto, hemos saltado a tierra sin ningún contratiempo más: se ha tomado posesión de la isla y regresado al bergantín para pasar la noche, pues es esta gente de Guadalcanal la más peligrosa de cuanta nos hemos encontrado

 

Jesús Rubio Villaverde. 1999