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domingo, 1 de agosto de 2021

La lluvia infinita 14/18

 


Capítulo 14

 Diario de Pedro de Ortega 13

1 DE MAYO.

El viento ha mejorado.

Hemos avanzado algo.

Pero una terrible visión nos ha azotado a todos: la corriente nos ha traído unos maderos que sólo pueden ser de la balsa de Jerónimo.

El solo hecho de que no se haya visto ningún cuerpo flotando ha impedido que enloquezca, pues Jerónimo ha naufragado, no cabe duda, y no podemos hacer nada más porque nuestro navegar es lentísimo.

No.

No puede ser, Isabel.

Jerónimo no ha podido venir hasta estas islas malditas y olvidadas para encontrar la muerte.

No.

No hago más que rezar.

Ya sé que tú, Isabel, lo estás haciendo desde que te dejamos en Panamá, hace ya de esto casi un año.

2 DE MAYO.

Dios nos ha escuchado, Isabel.

Pues pese a nuestro corto avance hemos dado con unas peñas en las que hemos visto a unos hombres haciéndonos señas.

Eran ellos.

Dios Santísimo que estás en los cielos, Creador de todo lo visible y lo invisible, alabado seas por no haber abandonado a estos, tus hijos.

Nos hemos acercado hasta ellos, y aunque hemos tardado poco, a mí me ha parecido que no llegábamos nunca.

Tras un centenar de abrazos y besos, Jerónimo me ha contado lo sucedido.

Así me ha hablado:

-No habíamos navegado más de cuatro leguas, costeando la isla, cuando el mar nos ha empujado hasta unos arrecifes, que han destrozado la balsa como si fuera de papel. Ya nos creíamos perdidos, pero, gracias a Dios, hemos podido alcanzar la orilla a nado, aunque hemos perdido todos el hato. Como no teníamos armas con las que defendernos, hemos preferido esperar al bergantín y no andar por la costa en busca de las naos, pues de habernos encontrado con indios, ya nos podíamos dar por muertos. El caso es que o estas rocas nos han ocultado bien o esta parte de la isla está despoblada pues no hemos visto a ninguno. Pero aquí estamos, vivos, alabado sea Dios, la Virgen María y todos los santos del cielo.

Tan grande ha sido mi contento que he estado tentado de sacrificar uno de los puercos que llevamos a Mendaña para celebrarlo.

Pero me he retenido, pues ya debemos estar cerca de los navíos.

3 DE MAYO.

Día triste, pese a todo.

La aflicción se ha apoderado de mi corazón y del de todos los del bergantín cuando hemos llegado, al atardecer, al puerto de la Estrella.

Pues no menos de quince cruces, alineadas en la playa, nos han contado que la muerte y la desgracia han visitado la armada.

Y eso que el contento de la gente de los navíos, al vernos, ha sido muy grande, pero esas quince cruces parecen clavadas en lo más hondo de nosotros, y no en la arena de la playa.

Esta tu isla, Isabel, ahora enlutada por la sangre de nuestros compañeros.

Dos de ellos han muerto por la mano de los indios, los cuales, por suerte, han sido duramente castigados por Sarmiento, que se ha empleado con gran valor y firmeza.

Ha crecido mi aprecio por él.

El resto ha perecido por culpa de unas fiebres violentísimas, y han muerto en medio de grandes espasmos y dolores.

¿Y cómo dar castigo a la fiebre? ¿Cómo, en el nombre del cielo?

Mañana debo hablar con Mendaña pues era ya tarde cuando he llegado a la almiranta; debo convencerle de que abandonemos esta isla maldita, que si algo me duele, Isabel, es que lleve tu nombre.

Ese nombre tuyo tan dulce, ese nombre tuyo que, junto a la Cruz del Sur, han sido mis guías en estas latitudes enfermas.

4 DE MAYO.

Opino que Mendaña también esperaba cualquier signo para ordenar el abandono de esta isla, pues acabar el relato: de nuestros descubrimientos y dar las órdenes para que se dispusiera la  salida  en  el menor tiempo posible ha sido todo uno. Iremos hacia Guadalcanal.

-Parecen esas islas, señor Ortega, las que hemos estado buscando en todo momento, pues en Santa Isabel, por más que lo hemos hecho, no hemos encontrado nada de lo que sacar el más mínimo aprovechamiento.

Tras decirme esto, Mendaña me ha referido que Sarmiento, que ha estado en todo momento muy silencioso, se ha mostrado como mejor hombre de guerra que marino.

Y yo digo, Isabel, que los hombres que son válidos de verdad lo son en cualquier parte y bajo cualquier sol. Cuando he salido a la cubierta de la capitana, Sarmiento, que estaba dando instrucciones a los marineros para arreglar unas velas maltratadas por un aguacero, me ha asaltado:

-¿Ha visto usted alguna señal de ese gran continente austral?

-Nada he visto. Pero hay en estas latitudes muchas islas, que siempre suelen preceder a una gran tierra. Además, algunas de ellas, como las de Guadalcanal o San Jorge, pueden sernos provechosas.

La respuesta de Sarmiento me ha sorprendido: -Pues yo espero que no tengan nada de provecho. Más tarde, Isabel, he comprendido.

Sarmiento teme que si, en efecto, encontramos en dichas islas oro o cualquier otro tipo de riqueza, no iremos nunca jamás en demanda de ese gran continente, por lo que prefiere que nuestra próxima visita a Guadalcanal sea un fracaso más rotundo que la famosa expedición de los Marañones. Pero yo no.

Yo quiero que algo de provecho saquemos de estas islas, en las que la hostilidad, las fiebres y la copiosa lluvia parecen las únicas señoras.

5 DE MAYO.

Ha empezado a dolerme la pierna derecha, casi a la altura de la ingle.

De tanto esfuerzo y de tanto agua, creo; y cuando no era salada, era dulce y maldición del cielo.

Jerónimo ya ha recuperado su ánimo de su reciente desventura.

La gente trabaja a buen ritmo en el abastecimiento, reparación y calafateado de los navíos.

En dos días se podrá zarpar. ¿Pero cuando a Lima? Hace ya un siglo que dejamos El Callao, Isabel, o eso es lo que me parece a mí.

6 DE MAYO.

La pierna duele mucho. Mucho.

Pero no tengo fiebre.

Al atardecer, con los barcos, como quien dice, ya dispuestos, Mendaña nos ha convocado a jefes y oficiales para decidir el nuevo destino.

He tenido que estar sentado todo el tiempo, pues parecía que la pierna iba a desprendérseme del cuerpo. Ni Gallego ni Sarmiento han abierto la boca; yo y Mendaña hemos sido los que más hemos hablado.

-Y se ha dispuesto ir a Guadalcanal e inspeccionar mejor el río de Ortega y sus bancos de arena, pues todos estamos seguros de que esas arenas arrastran oro. Pero yo sólo anhelo ya una riqueza, Isabel: tus ojos.

7 DE MAYO.

 

No hemos zarpado hoy, pues aunque estaba todo previsto y preparado, Mendaña ha querido, por la tarde, rezar por los que aquí se quedan ya para siempre.

Todos hemos acompañado a Francisco Gálvez y a Juan de Torres en los rezos, con mucho fervor, y hasta con lágrimas muchos de nosotros, pues aunque en vida las diferencias pueden ser muchas, en la muerte todas ellas se olvidan. Ante la gran cruz que se levantó cuando llegamos, hace ya dos meses de ello, hemos rogado por ellos por última vez.

Descansen para siempre en paz, en esta isla de lluvia infinita, bañados por el mismo mar que vieron en Perú, pero a un universo de distancia.

Descansen para siempre Tomás Fuertes, Alonso Pérez, Diego de Frías, Juan Trejo, quien divisara tierra por vez primera, Gaspar Montero, Hernán Criado, Juan Montero, Pedro Martínez, Pedro Garrido, José Merino, Alonso García, Santiago de Lora, Diego de Chozas y Román Contreras.

Ellos ya están con la verdad.

Nosotros, Isabel, la seguiremos esperando.

Hasta cuando?

8 DE MAYO.

Hoy hemos visto que ya no estaba la cruz en la playa. ; Se la habían llevado los indios.

Hemos querido bajar a tierra, darles castigo y recuperar el símbolo de nuestra vida eterna, pero Mendaña ha dicho que ello nos retrasaría mucho y que esa blasfemia ya la pagarán algún día.

Así, muchos de nosotros nos hemos quedado mirando la bahía de la Estrella con los puños apretados.

Que se abrasen para siempre en el fuego eterno esos salvajes.

Por toda la eternidad.

Ha habido trueque de puestos: ahora, en la almiranta se han embarcado conmigo Pedro Sarmiento y el piloto Pedro Rodríguez.

Y a Jerónimo esto no le gustado nada.

-Han estado compinchados todo el viaje y ahora van jun-tos. No me gusta este vino, padre. Amarga. Yo no sé que pensar.

11 DE MAYO.

Tres días hemos tardado en llegar a Guadalcanal, pues no han sido muy propicios los vientos. Tres días con la pierna dándome martirio.

Juan de Torres dice que tengo la vedija quebrada. Y que sólo se cura con reposo.

Reposo que aquí no puedo tener.

Reposo que sólo tendré contigo, Isabel.

Hoy no he salido de mi cámara en el alcázar.

12 DE MAYO.

Se ha tomado solemne posesión de la isla de Guadalcanal, cuyo nombre Mendaña ha respetado.

Eso me alegra.

Se ha izado en la bahía otra gran cruz, y se ha decidido llamarla así: Puerto de la Cruz.

Pero el general me ha dicho que cambiaría el nombre del río por el de río Gallego, ya que el piloto mayor ha participado mucho y bien, dice, en estos descubrimientos y por tanto, merece ser honrado también.

13 DE MAYO.

Día aciago y desgraciado, el más negro y triste desde que llegamos, Isabel, a estas islas que no son de Salomón, sino de Judas.

Han bajado nueve de nuestros hombres a tierra a recoger agua y cocos; cuando estaban a lo suyo, todavía en el Puerto de la Cruz, han sido sorprendidos por unos cien indios, que portaban macanas, hondas y también arcos y flechas.

Han muerto todos: Diego Quirós, Antonio de Méntrida, Martín Muñoz, Gil Álvarez, soldados; y Gonzalo Cota, Luis Méndez, Luis de Córdoba, Tomé González, marine-ros; y un criado del alférez Enríquez, un negro llamado Matías.

El ataque ha sido tan repentino y salvaje que no han podido defenderse y repelerlos, y a nosotros no nos ha dado tiempo a socorrerlos.

Luego, los indios han derribado la cruz, y pese a que la mar estaba algo violenta, he ordenado echar al agua una balsa de cañas que estábamos preparando para pescar entre los arrecifes.

Matías Pinedo me ha pedido acompañarme a darle castigo a los indios, pese a que Sarmiento me ha recomendado no salir, porque decía que yo y los que fueran conmigo nos íbamos a perder entre las olas.

Desde la capitana, Mendaña ha dicho lo mismo, con grandes voces, desde el castillo de proa de la capitana. - Ninguno de nosotros servirá de comida para estos salvajes.

Así les he dicho y hemos embarcado yo, Pinedo, Juárez, Rico y otros dos arcabuceros.

No sin dificultad hemos llegado al puerto y allí hemos disparado los arcabuces, que han hablado con tal furia que habremos matado y herido, al menos, a cincuenta de estos semihombres, que por su fiereza y color están más emparentados con los chacales que con cualquier raza humana.

Después de huir los indios, hemos dado cristiana sepultura a todos los nuestros, lo que nos ha llevado tiempo pese a que se han acercado más hombres de la capitana para ayudarnos.

Los cuerpos de los indios, los hemos tirado al mar, para regocijo de los tiburones, que han llegado al momento y en gran número, pues el olor de la sangre se propaga muy veloz en el agua.

He llegado, después de todo esto,  a  la  capitana,  y Mendaña se me ha abrazado llorando:

-¡Bendita sea su temeridad o su locura, señor Ortega! Nunca he visto, en todos los días de mi vida, semejante muestra de coraje. Los nuestros hallarán descanso eterno gracias a usted. Sepa que nunca olvidaré esto y que mi tío será informado de ello. Gallego también me ha felicitado.

Pero mi pierna, y mi aflicción, no han permitido a mi vanidad que se solazara en demasía.

 

Jesús Rubio Villaverde. 1999

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