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domingo, 23 de enero de 2022

Últimos días de la feria de Guaditoca 10

Décima parte

    No se hizo esperar la resolución, tan ansiada por la Villa. El día 14 dio su Auto la Audiencia, cuyo tenor es el siguiente:

Cáceres y Mayo catorce del mis setecientos noventa y dos”: Se da facultad al Alcalde mayor de la villa de Guadalcanal, para que haga trasladar a ella la Feria o Mercado, que ordinariamente se ha hecho en la Ermita de nuestra señora de Guaditoca y sus inmediaciones por el tiempo de Pascua de Pentecostés, cuidando de que se ejecute con tranquilidad y buen orden, y de que a los forasteros se les provea de víveres a justos y moderados precios. Librándose para ello la correspondiente certificación. Lo proveyeron y rubricaron los señores Regente y Oidores de la Real Audiencia de Extremadura, estando el Acuerdo, de que certifico = está rubricado = Peña = Y en cumplimiento doy esta que firmo en Cáceres a diez y seis de Mayo de mil setecientos noventa y dos = D. Manuel Antonio de la Peña.”

Recibida en Guadalcanal la autorización, que venía cometida para su ejecución al Corregidor, mando éste, en la misma fecha, darle cumplimiento, “y que, reservándose proveer lo conveniente para la mayor seguridad, comodidad y quietud de los vecinos y concurrentes a dicha feria, se lleve al Ayuntamiento para que, teniendo presente el particular de bastimentos y otros puntos respectivos a beneficiar a la santa Imagen, acuerde lo que tenga por conveniente.”

Bien pudo gloriarse Salcedo de su triunfo, conseguido sin gran esfuerzo, aunque con mucha astucia. El Ayuntamiento, que en derecho era derrotado en el Real Consejo de las Órdenes por el Patrono, venció de hecho a éste al conseguir el traslado de la feria.

    ¡Triste gloria la de Salcedo! No es lícito poner en duda (y líbrenos Dios de abrigar la más leve sospecha) la buena intención y alteza de miras con que, tal vez, se movió el Corregidor en este asunto: pero los resultados no respondieron a la buena intención, si éste fue su única consejera.

El traslado de la feria fue la decadencia de ésta, porque le faltó lo que era vital para ella, la proximidad al Santuario de Guaditoca. Las innovaciones son muy peligrosas, porque no puede hacerse en un día lo que requiere siglos para formarse.

Para acoplar el nuevo estado de cosas el Ayuntamiento acordó: 21.-En primer lugar que para recordar la devoción de la Santa Imagen de nuestra señora de Guaditoca a los fieles y devotos, se traiga anualmente a la Parroquia Iglesia Mayor de Santa María de esta villa, en donde se le de culto por los tres días de feria, con una Misa cantada y la luminaria de cera correspondiente, y que al final de dichos tres días se saque por la tarde procesionalmente a dicha Soberana Imagen alrededor de la plaza y en el siguiente se restituya con el culto debido a su santa Ermita, procediendo con acuerdo en este particular del Sr. D. Paulino de Caro Guerrero, del Orden de Santiago, Vicario juez cceo. y Cura de la expresada parroquial mayor de ella; satisfaciendo los derechos necesarios del caudal de limosnas que se recauden en los citados tres días en conformidad de lo que se acuerde con el Colector de dicha Parroquial, para lo cual, y para que sean más abundantes las limosnas acordará este Ayuntamiento anualmente el nombramiento de Comisarios para traer y llevar a nuestra Señora, sin hacer gasto alguno, ni prevención alguna de alimentos para los que concurran voluntariamente, quienes nombrarán en cada uno de los dichos tres días dos personas del mayor carácter de esta población, para que pidan por todo el pueblo y feria a beneficio de dicha Soberana Imagen,” y nombraron por comisarios a D. Pedro de Tena y Cote y a Bernardino Murillo, y señalaron el día 25 para traer en su mañana a la Stma. Virgen, “previniéndose al Mayordomo con anticipación lo dispuesto en este acuerdo para que le conste y tome las disposiciones de colocar a nuestra Señora en las Andas”; y para convenir con el Vicario se nombró a D. Martín Castelló y a D. Vicente Maeda.

En el mismo día fueros estos a las casas de D. Paulino “y precedida la urbanidad correspondiente” le dieron noticias del acuerdo anterior quedando conformes en todo; pero expresó su deseo de que se difiriera la reunión hasta el Jueves próximo para tratar con más comodidad.

    Aceptó también el cargo de comisario D. Pedro de Tena “no obstante de hallarse enfermo, con la cualidad de que en caso de no pueda por sí desempeñar su cargo lo haga y ejerza sus funciones su hijo D. Joaquín de Tena e Hidalgo”; pero ni ese día, ni en el siguiente, pudo encontrarse a Bernardino, y así lo hizo constar el Escribano en su diligencia.

    Se mandaron fijar edictos en el Santuario de Guaditoca y se enviaron convocatorias a las villas de Berlanga, Valverde y Ayllones para que llegase a conocimiento de todos el nuevo emplazamiento de la feria y la traída de la Virgen al pueblo: se trajeron a la villa las mesas y tablaje que estaban en el Santuario y se tomaron cuantas medidas parecieron oportunas y convenientes para el mejor éxito de la feria; se convino también con la autoridad eclesiástica el orden de los cultos y pago de derechos a las comunidades de Santa María; sin que para nada se tuviese en cuenta a la Administradora del Patronato.

21.- Cuaderno de Autos Capitulares de este año

No podía quedar tal conducta sin la protesta de ésta, y envió al Ayuntamiento un largo escrito resumen de todo lo ocurrido desde 1784, obra de Donoso, su abogado, pidiendo a la vez, en 22 de Mayo el expediente incoado a instancias del difunto D. Juan Pedro de Ortega, y el cumplimiento de Reales órdenes sobre la feria. 22.-

22.-D.ª María Teresa de Tena, viuda de D. Juan Pedro de Ortega y Toledo… Administradora perpetua titular por su fallecimiento y en representación de su hijo, y mío, D. Francisco Carlos de Ortega y Tena, del Santuario de Ntra. Sra. de Guaditoca, de este término… para los efectos que más haya lugar en derecho y sin perjuicio del recurso o recursos más favorables a dicho Santuario y al mejor desempeño y ejercicio libre de dicha Administración, que protesto en toda forma, digo: que viniendo puesto en costumbre, de tiempo inmemorial, hacer a dicha soberana Imagen el obsequio y culto de visitar su Ermita los tres días de Pascua de Pentecostés, o venida del Espíritu Santo, cada un año el vecindario de esta dicha villa y algunos otros de sus inmediaciones, y señaladamente las de Berlanga, Valverde y Aylllones con nombramiento de Mayordomos de sus Consejo o Hermandades, presentación de estandartes y convoy de asistentes, y celebrar en cada una de sus mañanas en el Altar de dicha Santa Imagen no sola la Misa de fundación o tabla de su capellán, sino otras muchas votivas, o arbitrarias, y hacer en la última tarde, una procesión solemne, con asistencia del Clero de la Parroquia mayor de esta, observándose en ella particulares usos y empeños, con diferentes ofrecimientos y pujas sobre preferencia en entrar en hombros las andas así de dicha Imagen como de su Niño, recogiéndose por el capellán o capellanes las limosnas que se hacen efectivas y razón de las que quedan en oferta, y pasándose prontamente todo a las manos y asiento del Administrador para su recaudación y custodia: y siendo: asímismo, originado del concurso de los muchos devotos y asistentes a estos cultos, concurrir asimismo varios feriantes y trajineros de las mismas y mayores distancias, no solo con vastimentos de primera necesidad, sino también con frutas verdes y secas, dulces y licores, y del mismo modo con tiendas de platería, ropas, quincallas y otras de bastante comercio y conducencia para la provisión de las casas, labores y herrería, que ocupan los muchos portales, que a este fin se han levantado, la placeta intermedia y el suelo de su circunferencia, con mesas y tablas del Santuario, y aun sin ellas, y bastante ganado asnal, mular, y caballar, cerril y domado, expuesto por las anchuras y vega inmediatas a su venta, cambio y libre comercio con sujeción a registros, despachos, exacción de derechos y registros de instrucción de que se sigue no pocos intereses a la parte de la Real Hacienda, en la venta y despacho de tabacos, y a esta villa y su vecindario en el aumento del ramo de Alcabalas y cientos y en el mayor consumo de las cuatro especies de Millones, aguardientes, etc, con cuyo respeto han subido los arriendos que anualmente se hacen de aquellas en esta villa y por cuadrienios de la última especie, además de las muchas limosnas que ceden a beneficio de aquel Santuario y su mayor ornato y culto, con que se propaga la devoción y otros particulares convenientes de este vecindario en el despacho de –varios géneros, surtido de otros y asistencia ala forastería: de todo ello ha resultado granjearse dicho concurso el nombre vulgar y común estimación de Feria de Guadalcanal por todo este país, y contornos de esta provincia y Reinos de Sevilla, Córdoba y Granada. Y habiendo en estas circunstancias tratado de tomar conocimiento y establecer algunas providencias el Juez antecesor a V. m. por la que dictó en 14 de Mayo del año pasado de ochenta y cinco, a motivo de haber asistido en el anterior en clase de convidado por el dicho mi consorte, recién llegado y posesionado en la vara, entre otras particulares, tocantes a la feria inmediata y asistencia y pago de su Audiencia, se reservó proveer y consultar lo conveniente a S.M. y señores de su Real y Superior Consejo de Castilla, sobre la tolerancia, o despedida de dicho concurso con reflexión, a faltar el privilegio de Feria y la superior aprobación que estimó ser necesaria para su continuación y otras que pudieron asistirle: Con cuyos motivos por parte de su Consejo Real de las Órdenes Militares, por pertenecer este territorio y la Administración que ejercía (y en el día represento yo) a la de Santiago exponiendo lo que tuvo por conveniente contra aquellas providencias por medio de su representación de 29 de Junio del mismo año, sobre que demandó informar con presencia de una copia de ella por orden de seis de Septiembre, comunicada por Secretaria, y habiéndose retardado el informe algún tiempo y divulgado que se intentaba trastornar o quitar la dicha feria, sin embargo de la costumbre inmemorial, se le comunicó segunda en doce de Mayo de ochenta y seis por la misma vía, recordándole el pronto despacho del informe decretado, y que entretanto no hiciese novedad en cuanto a la celebración de dicha feria: en cuya virtud y cumplimiento sentó varias providencias para la mayor instrucción del informe, antes y después de la que se celebró en aquel año; y habiendo pasado el expediente a la escribanía de Cámara y entregándose a la parte de mi consorte presentó escrito en forma quejándose de la dilación de aquél y de que le usurpaba las facultades administratorias en las disposiciones que había tomado contra lo “resolutivo de la sentencia pronunciada por aquel Regio tribunal, confirmado por la Real Junta de Comisiones y ejecutoría en su razón despachada, y en cuya consecuencia se había hecho formal deslinde del terreno de los puestos y calles que forman los portales levantados para la celebración de la feria y espacio intermedio, a beneficio del dicho Santuario y su Imagen con otras cosas”: pidiendo por conclusión, se le estrechase con multas para que despachase el citado informe con extensión a la novedad causada en cuanto a recaudación de algunos maravedís de puestos abiertos para el pago de dependientes y escribano Diego José de Escutia, en cuyo poder quedaron hasta la cantidad de ciento cuarenta y siete reales y veintiocho mvrs. que hasta hoy parece mantiene; sobre lo que repitió tercera orden comunicada por Dr. Francisco Lazarra en doce de Septiembre del citado año de ochenta y seis para que se evacuase el dicho informe con la prevenida y justificación y con ampliación a los particulares y ultimamente expuestos, con presencia de copia del recurso, después de lo cual, se repitió Real Provisión sobre lo mismo en primero de Diciembre de aquel año que se mandó cumplir en el día diez y nueve, y puestos a su continuación deferentes testimonios, y otras diligencias, que resultan de los hechos anteriores del expediente formado en su razón y que se me ha confiado en virtud de mi petición presentada en el día anteayer, por medio del procurador, en ochenta y ocho hojas útiles según su numeración, compuesta de tres piezas, acumuladas, que reproduzco en cuanto conduce al presente asunto. Finalmente en el veintidós de Enero de ochenta y siete se resolvió el dicho informe tocándose varios puntos y reparos sobre los expuestos recursos, administración del Santuario, modo de recoger, o exijir las limosnas y otros, entre los cuales se aseguró por el Juzgado con referencia al mismo expediente y providencia citada de catorce de Mayo de ochenta y cinco, no haberse intentado perjudicar la celebración de la feria acostumbrada, y solo si reservado consultar a la Superioridad sobre su tolerancia y continuación, o despedida, por no serlo de asignación por Real provisión, y si originada del principio que va explicado, y en el pais puesto el nombre de Veladas a semejantes concursos, hasta haberse convertido en el de feria con el tiempo: y en su conformidad consta despachado el informe en el veintiocho del mismo con el testimonio prevenido para su justificación en cuyo estado colmó y se mantiene hasta hoy el referido expediente (no habiéndose verificado en este juzgado otra alguna novedad) Y ocurriendo de presente la de decirse de público que se determina por la villa en fuerza del patrono que se atribuye tener en dicho Santuario, trasladar a esta Población la dicha Feria, y consiguientemente la Soberana Imagen de Nuestra Señora en la próxima Pascua, y aunque para ello se han mandado fijar edictos en el sitio del Santuario y convocatoria a los pueblos y Justicias de las Villas de Berlanga, Valverde y Ayllones, y aun conducir las mesas y tablaje del Santuario, disponiendo para el día de mañana, o el siguiente, sacar la Imagen de su Casa y Trono y conducirla por medio de Comisarios, que también se dice están nombrados; todo sin mi previa citación, ni anuencia: antes bien, con desinformación de mi encargo titular de tal Administradora, por representación del dicho mi menor hijo; no puedo menos de reclamar y protestar, como por el presente reclamo y protesto en toda forma, la alteración y novedad que se intenta hacer improvisadamente, en la remoción de dicha Santa Imagen de su Ermita con el expuesto motivo y objeto de levantar del sitio de su Santuario el culto acostumbrado y el mercado o concurso que se ha hecho en tales días de tiempo inmemorial: ya porque en esta novedad se arriesgan demasiado las limosnas y culto del Santuario y se inutilizan aquellos edificios y los gastos en ellos hechos con noticias de la misma villa, su Ayuntamiento y vecindario, y aun su aprobación en que se han invertido crecidas sumas y se ha estado trabajando y expendiendo hasta el día de ayer: ya porque teniendo tomado conocimiento muchos años hace la superioridad del Consejo real, y aun mandado que no se haya novedad hasta otra providencia en la celebración de la feria acostumbrada, se quebrante su Real Decreto en la disposición de trasladarla a esta Villa, su población y ruedo, al mismo tiempo que se me desfrauda y despoja, de hecho, del uso y ejercicio de la Administración en que estoy declarada por Real Título de S.M. y señores del mismo Real Consejo, que tengo presentada. Pues aunque para ello se dice también haber obtenido permiso la Villa, ni este me consta, ni se ha hecho público de que tribunal dimana, ni puede menos de haberse ganado con algún vicio de obrepción, y sin esta relación, y sin precisa citación; ni presumo sea del dicho Real Consejo, donde penden los antecedentes y está tocado el mismo punto y aún provenido en su razón, como queda sentado y resulta del contexto de dicho expediente, como igualmente resulta que se originó y trata en aquel regio Tribunal con la parte del Administrador, que hoy represento, y donde como tal tengo pendiente instancia. No pareciendo regular por lo mismo que corre divulgado ni tampoco que se haya obtenido por otra via de donde depende el conocimiento, por carecer de antecedentes, y por resistirlo el orden circular del mismo Real Consejo, que tengo noticias haberse comunicado en Marzo de este mismo año. Atento a lo cual. A V. md. Suplico que habiendo por reproducido el citado expediente, por lo que conduce al presente punto y a la observancia de lo mandado por dicho Real consejo, y mandado cumplir por este Real Juzgado, sirva absternerse de causar la novedad de la traslación de que se trata, según corre de público, y lo anuncian los preparativos, haciendo presente alAyuntamiento esta mi reverente instancia, con lo resolutivo del precitado expediente y la reclamación y protesta que de lo contrario llevo hecha, y repito, como el uso de los recursos y remedios más eficaces y favorables al culto y beneficio de dicho Santuario, sus rentas y limosnas, y al desagravio de los superiores decretos. Para lo cual pido se me libre testimonio literal de este escrito y su providencia o acuerdo que resuelva la instancia, y orden superior en que pueda fundarse, siendo cierto haberla: Por proceder todo cierto hacerla: Por proceder todo ello de Justicia que pido, con costas. Etc. y Juro sin revocar el poder que tengo dado a Procurador = Lic. Dn. Antonio Donosso de Iranzo = con vta. Rs. Vn. = María teresa de tena”.

Nota.- Se ha transcrito y respetado la ortografía del original de 1922

Antonio Muñoz Torrado
Presbítero

domingo, 16 de enero de 2022

Alonso de Guadalcanal en tierras de Tenochtitlan 2/2

Un magnífico arquero y persona cabal

 Lo primero que me viene a la memoria al evocar aquella dolorosa guerra es el número incontable de los compañeros muertos o desaparecidos en combate, cuyos nombres recitábamos como una letanía todas las tardes al toque de oración para que Dios tuviera piedad de sus almas y la fama esparciera sus nombres sobre la faz de la tierra, para que su recuerdo alimentara nuestro coraje y no olvidáramos la deuda con ellos contraída, porque habían muerto para que nosotros pudiéramos poner término a la jornada y conquistar aquel reino.

No gustaba a los capitanes, particularmente al capitán general, que recitáramos aquella letanía, porque temían que la evocación de los muertos nos lastrase el ánimo. Pero los soldados nos empeñábamos en ello y no había fuerza de capitanes que nos hiciera desistir.

Ya sabe vuesa merced, porque lo habrá escuchado o se lo habrá dicho fray Bernardino, que me llamo Juan Vázquez de Zúñiga, soy hijodalgo de Jerez de los Caballeros, Bachiller por Salamanca y conquistador del Anáhuac. He matado a miles de “indios”, he amado a algunas “indias” y perdido a mis mejores amigos en las puentes de Tenochtitlan y la guerra del Anáhuac: Al Piloto y Candela perdí entonces, a Remedios y Pantaleón.

El Piloto fue mi mejor amigo, mi hermano y mi padre. Era de Sevilla, se llamaba Francisco Sánchez Bermejo, pero le decían Francisco de Triana, porque era de este arrabal de marineros. Navegó con el Almirante, descubrió el Nuevo Mundo y murió en las puentes de Tenochtitlan, en las puentes de la calzada de Tlacopan, junto a otros cientos de compañeros, junto a miles de tlaxcaltecas y mexicas, en una noche de lluvia. Aquella noche también murieron Remedios, mi naboría, que era de Cempoallan y me enseñó el arte amatoria, y Candela, que tenía luminarias en los ojos y música en la voz, y Pantaleón, que era el mejor médico y cirujano que he conocido y siempre me sirvió fielmente, y Alonso Almesta, de Olivares, que decíamos el Adelantado y extendió la mano cuando se lo llevaban, pero no pude llegar a él, y Pedro Tostado, el Viejo, que decía cómo el fornicar mucho y bien es la mayor y única fortuna que pueden tener los mozos pobres, y Antonio Vargas, de Sevilla, que en Cempoallan bailó con María Estrada, la única mujer de Castilla que teníamos, y armaron un alboroto, y Alonso Guadalcanal, que era cazador y parecía el divino Odiseo cuando tensaba el arco, y Gabriel Ortiz, el músico, que lo acompañó a la vihuela cuando cantó en el palacio de Axayácalt, y Alonso Hernández, un buen ballestero que siempre competía con el de Guadalcanal, pero nunca le ganaba. Todos murieron en las puentes mientras llovía y sonaban las trompas y gritos de guerra de los mexicas...

Perdóneme vuesa merced, me he confundido, que el de Guadalcanal y toda su compañía murió en los patios de Axayácatl, sitiados cuando se vieron cortados y hubieron de retroceder... ¡Oh, Dios misericordioso! Tenían los mexicas la costumbre de sacrificar a sus dioses los prisioneros enemigos y a los mejores de éstos ponían adobados como trofeo en el altar del Huitzilipochli. Así pude ver varios cueros de caballos muy bien curtidos, que los tenían por animales fabulosos, y los rostros de algunos soldados, entre los cuales estaba el de Alonso Guadalcanal, que bien lo reconocí por los rizos de la guedeja y el rostro afeitado, que decía nuestro pintor Ribera cómo se parecía al David que Miguel Ángel había puesto en la plaza mayor de Florencia, según una estampa que tenía su maestro. ¡Virgen Santísima! Lo miré con cuidado y era su rostro, la nariz aguileña y labios delgados. Me puse malísimo. No sé lo que sentí, como si el mundo me aplastase o me tragase el infierno. Un sudor frío me subió por la espalda, me mareé y tuve que sentarme un rato en el suelo, luego tomé una tea encendida y prendí fuego a todos aquellos tristes despojos. ¡Tan magnífico arquero y persona cabal! Entonces noté que un sacerdote, aquellos sacerdotes engreñados, sucios y malolientes, me contemplaba en silencio y sin pensarlo, lleno de furia, me fui a él y lo degollé. No hizo nada por evitarlo y se derrumbó como un saco vacío, mientras su negra sangre se derramaba por las losas de piedra. ¿Cómo se puede entender la misericordia divina? ¿Dónde estaba el Dios de la misericordia?

Oh, perdóneme vuesa merced...

Sesenta años hace ahora de todo eso, que son ya ochenta los que tengo. Ochenta años he cumplido y comienzo a escribir o dictar esta relación de la conquista y destrucción de Tenochtitlan por consejo y encargo de mi amigo fray Bernardino de Sahagún, de la Venerable Orden Tercera del Seráfico San Francisco, estudioso de las cosas y cultura de los antiguos mexicas.

No sé si podré llevar este empeño a buen término, que ya soy demasiado viejo, ochenta años son muchos años para tanto empeño, tal vez sea alguno más y la cabeza se me pierde. En ocasiones la cabeza se me va y me olvido de dónde estoy y qué hago. Por eso ya no salgo, como solía, solo por estos bosques y sierras, que me sucedió un día que anduve extraviado, errante y sin tino por estas quebradas y barrancas. Pero quiso Dios enviarme unos “indios” buenos que me trajeron a casa, que, si no, en el monte habría tenido que pasar la noche con peligro del frío y las fieras. Sin embargo, para las cosas antiguas tengo buena memoria y me precio de acordarme bien de todos los hechos sucedidos en aquella jornada y aún de los nombres de los más de los compañeros, porque, como yo era muy mozo entonces, todo lo guardaba en la memoria o apuntaba en este cuadernillo, no ahora que todo se me escapa.

Como digo, acabo de cumplir ochenta años. Fíjese vuesa merced que tengo la misma edad que nuestro hermano fray Bernardino, que nací a catorce días andados del mes de enero de 1499, en Jerez de los Caballeros, como el bueno de Miguel Lezcano, que tan bravamente peleaba con un montante y por eso llamábamos Galaor, aunque la cabeza se me pierde a veces, mientras él la mantiene aún fresca como si tuviera la mitad de años y tengo para mí que me sobrevivirá muchos más, porque, si no fuera por el amor y cuidado de mi ahijado Francisco, no me sabría valer y acaso ya me habría recogido Dios, que seguramente sería lo mejor, porque no sé qué hago ya en este mundo, si no es contemplar la muerte y ruina lamentable de todo lo que aquí vivió y alentó en otro tiempo. Pero Francisco me quiere y cuida, como es obligado que los hijos cuiden a sus padres, aunque Francisco no es mi hijo, sino mi nieto, que hijos ya no tengo. Tengo nietos, dos nietos legítimos tengo, Gonzalo y Juan, varios biznietos y algunos tataranietos, pero éstos, los nietos legítimos, antes querrían verme muerto que no vivo por mor de la herencia.

Francisco es nieto de una mujer de Cempoallan, que me dejó mi señor don Alonso Hernández de Portocarrero cuando se fue a España por procurador nuestro. Era hija de un cacique y tan hermosa era que no parecía “india”, gitana o morisca parecía, que no “india”. Cuando se bautizó, se le puso por nombre Francisca y tuve once hijos de ella, que tanto me amó y así me dio buenos hijos, que no mi mujer, que sólo uno me dio, porque era estrecha y beata, y no entendía las necesidades que tenemos los hombres, mayormente si hemos sido soldados y hemos estado en grandes peligros, con la muerte al ojo, como yo lo estuve.

Pero dejémoslo, que esto no hace a nuestra historia, y digamos sólo cómo merced a los cuidados de este nieto, Francisco, hoy puedo estar aquí relatando todo lo que vieron mis ojos en los días de la conquista, según me lo pide fray Bernardino de Sahagún.

Fray Bernardino me lo había pedido ya desde muy antiguo, desde el tiempo en que fuera maestro en el colegio de Santa Cruz de Tlatelolco me lo tenía pedido y luego más tarde, cuando comenzó la investigación de las cosas de estos pueblos, que muchos no aprueban que fray Bernardino ande estudiando las idolatrías de los mexicas, vuesa merced bien lo sabe. Son muchos los que desconfían y temen sus pesquisas, y el Santo Oficio tiene prohibido que se publiquen libros en náhuatl, que es la lengua natural de esta nación, por lo que nuestro hermano se ha visto en la necesidad de traducir su obra al castellano. Pero ni aun en castellano quiere el Santo Oficio que se impriman los textos sagrados de los mexicas y le quitaron sus papeles, le apartaron sus secretarios y no lo dejaron trabajar, que aquello fue una grandísima amargura para nuestro hermano, porque lo acusan de difundir las idolatrías y maldades de los mexicas, de lo que él se defiende argumentando que de igual modo que el médico conoce el cuerpo y la enfermedad para curarla, así el predicador y el misionero deben conocer los vicios de la república para enderezar contra ellos su doctrina. Pero es en vano, que tengo para mí que las razones del Rey y el Santo Oficio son de otra índole que las de fray Bernardino y nunca alcanzarán un acuerdo. El Santo Oficio y el Rey pretenden el poder y dominio de los pueblos, en tanto que fray Bernardino sólo busca la salvación de las almas. Ahora que soy viejo puedo decirlo claramente, que ya nada me importa lo que hagan con mi cuerpo y nada pueden con mi alma.

Fray Bernardino desde siempre ha escuchado con atención a los ancianos que le contaban cosas de los antiguos mexicas, que son los señores que había en el valle del Anáhuac cuando los españoles llegamos, y luego todo lo escribía muy menudo y prolijo en papelones de corteza de amate, que son doce libros los que tiene escritos en cuatro grandes volúmenes con dibujos bellísimos, esos dibujos que tanto admiraban a nuestro pintor Antonio Ribera, que era de Marchena, e influyeron tanto en su pintura. ¡El Ribera era un artista! Puede apreciarlo en el retrato que me hizo, que está en la antesala.

Pero no sé por qué me entretengo en pláticas de cosas que vuesa merced conoce tan bien o mejor que yo. Digo, pues, que hace mucho tiempo que me pidió que escribiera mis recuerdos de la guerra del Anáhuac y sólo ahora me ha persuadido, o por mejor decir, sólo ahora me decido a hacerlo, porque convencido ya lo estaba, que debe ser porque ya siento el hálito de la muerte junto a mí y sé que mis días están contados. Me dijo que Dios Nuestro Señor me ha conservado la vida para que escriba los acontecimientos que tuvieron lugar durante la guerra del Anáhuac.

—Dios ha elegido a vuesa merced para recuperar la memoria de lo que aquí pasó —me dijo Fray Bernardino.

Y yo le dije:

–Pero si ya otros lo han escrito con excelente pluma —le repliqué—. 

Nadie puede escribir nada mejor de lo que Bernal Díaz del Castillo ha escrito. 

¿Qué podría yo añadir de nuevo que no lo hayan dicho el propio Castillo, Hernando Cortés o López de Gómara?

—Todo —me contestó fray Bernardino—. La verdad de las cosas tiene tantas caras como testigos hay de ellas y todas son gratas a los ojos de Dios, aunque a veces nosotros no podamos comprenderlo. En cada corazón alienta una parte de la verdad de Dios, cada criatura es única a la mirada de Dios, y, así como los mexicas vieron y supieron cosas que pasaron entre ellos durante la guerra, las cuales ignoraron los españoles, así también cada soldado sin duda supo, vio y entendió hechos y razones que no alcanzaron o callaron otros soldados y capitanes. Aparte de que vuestra merced sabe perfectamente cómo Díaz del Castillo escribió su historia porque no estaba de acuerdo con la versión del padre López de Gómara, que escribía al dictado de Cortés, ni por supuesto con la del propio capitán general que negaba la honra y prez a sus capitanes y soldados.

Esto me dijo. Pero yo aún insistí:

–Tiene vuesa merced entre sus hermanos algunos buenos frailes, que también fueron conquistadores, como Sindos de Portillo y Francisco de Medina, que sin duda escribirán una estupenda crónica según vuesa merced quiere.

Sonrió fray Bernardino y dijo:

–Precisamente son ellos quienes me han aconsejado que encargue este trabajo a vuesa merced, que ellos no tienen tantas letras y además saben que vuesa merced llevaba un minucioso diario con todo lo que acontecía.

Aquello me desarmó. Se me ocurrió visitar a Sindos Portillo.

–¿Cómo se te ocurre meterme en este embrollo? –le dije–. Yo no sé escribir.

–¡Qué tonterías dices! –sonrió–. Nadie mejor que tú para mostrar la trama y urdimbre del hermoso tapiz tejido por nuestro capitán general, que es justamente lo que fray Bernardino pretende. Piénsalo, reúne tus apuntes, que yo sé que los tienes, y haz lo que te pide nuestro hermano.

–La trama y urdimbre... –reflexioné–. Ésa tan sólo la pueden conocer los guerreros mexicas que estuvieron en aquella guerra. Ya me habría gustado a mí conocer a un chollolteca o mexicano que me las contara...

Otro día lo comenté con el compañero Gaspar Díez, que se fue de ermitaño a los pinares de Huexotzinco, y también me aconsejó que escribiera.

–Todo lo que ayude a establecer la verdad –así dijo– en sus distintos colores y matices será grato a los ojos de Dios. Que aquí no se oye más que la propaganda vocinglera de los vencedores, de los apologetas de Cortés o del Emperador.

Por lo cual ahora me pongo a dictar lo que entonces pasó y mi versión de los hechos, que bien me gustaría escribirlo por mi mano, pero mi mano y mi vista no andan ya para tales menesteres, ni mi nieto Gonzalo, el español, dejaría salir de esta casa ningún papel en que yo hubiese puesto la mano y la pluma. Aunque el muy necio no sabe que yo tengo hecho testamento, con arreglo a lo dispuesto por las Leyes Nuevas, desde antes que él naciera, cuando murió su abuela hice testamento. En fin, no sé si Dios Nuestro Señor me ha conservado la vida con este propósito, que los designios de Dios son inalcanzables, pero sí creo necesario que se conozca de qué manera comenzó el fin y destrucción de la nación mexícalt, ahora que algunos pretenden silenciarlo e ignorarlo.

Como ya he dicho, me llamo Juan Vázquez de Zúñiga, soy caballero jerezano, Bachiller por Salamanca y conquistador del Anáhuac. También he sido regidor de Veracruz y de Ciudad de México. La gente sin embargo me conoce por Juan de Zúñiga y en otro tiempo me apellidaban Zúñiga de Las Dos Espadas o Zúñiga Dos Espadas, porque, como era membrudo y ambidextro, siempre llevaba en el tahalí dos tizonas, la una de mi abuelo y de mi suegro la otra, toledana la una e italiana la otra, la “Galana” y la “Florida”... Mírelas vuesa merced, las tiene en esa panoplia que está a su espalda. La “Florida” es la de gavilanes de lazo y hoja más estrecha, la “Galana” es la de hoja ancha y guarda simple... No se imagina vuesa merced cuánta sangre han vertido. Más sangre que el Huitzilipochli han vertido. En Chollolan la “Galana” chorreaba sangre como un odre de vino roto...

Soy el tercero de los hijos que don Gonzalo Vázquez, hijodalgo y veterano de las guerras de Granada e Italia, hubo en doña Inés de Zúñiga, sobrina del conde de Plasencia, el cual quiso dedicarme a la Iglesia, a lo que yo respetuosamente me negué, porque no me consideraba nacido para llevar haldas como las mujeres. Así que, cuando volví de Salamanca, me entregó una espada y un caballo, que mi padre se holgaba de tener buena cuadra de caballos, aunque no hubiese carne ni manteles para la mesa, de lo que mi madre se lamentaba de continuo, una carta de recomendación y una bolsa con treinta pesos, y me dijo que, pues ya era bachiller, debía salir a buscar la vida y ganar honra y hacienda, porque su honra y su hacienda no eran ya mi hacienda y mi honra. Aunque supongo que esta retórica la dijo por galanura y gentileza, que la hacienda de mi padre cabía toda en el sobrado de la casa. A la espada, que era de mi abuelo, había entrado victoriosa en Granada y era de ancha y fuerte hoja, en la que se leía: "Alonso de Sahagún me fizo", la llamé “Galana” y “Beltenebros” al caballo, sin duda por gentileza y galanura. La carta la guardé en el coleto y con la bolsa me fui a Sevilla y obtuve pasaje para las Indias.

Me embarqué luego, participé en la conquista del Anáhuac y gané hacienda y honra a costa de sangre y sudores sin cuento. En mi casa, empero, mi padre y mis hermanos se mofaron de la una y la otra, por lo que pronto me volví a las Indias donde me gozo con una rica estancia y buena encomienda de “indios”, que me dan para vivir con holgura y rumiar mis recuerdos.

Esto dicho, no por vanidad, sino porque me parecía obligado darme a conocer y que el público lector supiera quién y con qué autoridad hablaba, es hora ya de dar principio y comienzo a este relato que fray Bernardino me tiene encargado, aunque a fe mía que no atino a encontrar el modo de hacerlo, tantos son los recuerdos y consideraciones que se me vienen a la cabeza al evocar aquellos días y hechos aquellos, que lo mismo me acuerdo de la desgraciada noche en que salimos de Tenochtitlan, que de los espantables sacrificios que hacían los mexicas y otras naciones anahuacas, y del pavor que aquellas crueldades ponían en nuestros pechos, y bien quisiera tener el verbo de Julio César cuando escribió la guerra de las Galias o de Jenofonte cuando relató la retirada de los Diez Mil, aunque aquella épica jornada mejor se merece el estilo sonoro y bien medido de Homero o Virgilio. No obstante tengo para mí que ninguna pluma podría dar una imagen completa de esta guerra del Anáhuac, ni de los trabajos y sufrimientos que arrostramos los tristes soldados que en ella estuvimos. Porque aquella guerra se hizo quebrantando la ley y forzando la voluntad de los más de los hombres que en ella anduvieron, que muchos fueron engañados y tuvo Cortés que usar fuerza y astucia para llegar al final del empeño, que el miedo en unos y los negocios y familia abandonados en otros, eran freno que de continuo entorpecía nuestro avance y a más de uno costó la vida este deseo de volverse. Como un Fulano Pinedo, que se marchó con Narváez para tornarse a Cuba, porque tenía sus padres muy viejos, y en el camino lo mataron los mexicas, pero hubo sospechas de que Cortés lo había mandado matar.

Dije antes que el número incontable de los que murieron, pero también el miedo es otro recuerdo imborrable, el tambor sagrado redoblando a muerto cuando sacrificaban a los compañeros, el grito de guerra de los mexicas la noche que escapamos de Tenochtitlan, el bramido de las trompas que marcaban las horas nocturnas en Chollolan, el grito espantable de los tristes soldados que inmolaron tras el desbarate del 30 de junio. El miedo nos perseguía y acompañaba como una sombra, nos precedía en los caminos, lo advertíamos emboscado en las sierras y nos aguardaba en las ciudades. Nada podía superarlo, sólo la imaginación y cálculo de nuestra fortuna lo superaba, que entre soñar y temer se nos iban los días y los meses. Porque tan grande como el miedo eran las fantasías que cada cual alimentaba y guardaba en su corazón, que sin ellas nunca se habría conquistado y ganado la Nueva España, tantos fueron los trabajos y fatigas que hubimos de afrontar y tan menguada la recompensa, porque los muertos ninguna recompensa tuvieron y sus familias quedaron pobres, según denunció el cazador de Guadalcanal, que cuando fui regidor llegaban muchas viudas y huérfanas pidiendo socorro al Cabildo.

El miedo fue lo peor de todo, que nos íbamos del vientre de miedo que teníamos. Cada día que avanzábamos aumentaba el miedo y, sin embargo, no dejábamos de avanzar: unos por ganar riquezas, otros por alcanzar honra, algunos por la curiosidad de conocer aquel mundo nunca visto, los más porque no podían volverse sin perder la vida y la honra. Pero todos teníamos miedo. Nadie hablaba de él, pero todos lo padecíamos, singularmente desde que los de Tlaxcallan nos aconsejaron sosegar y detenernos, y nos hablaron de los muchos poderes de Moctezuma.

Nos dijeron los tlaxcaltecas:

"Mira, Malinche" —avisaron a Cortés–, que nosotros somos tus amigos y puedes quedarte aquí con los tuyos, pero los mexicas son pérfidos y traidores y buscarán la ocasión de mataros, que Tenochtitlan es una muy gran ciudad que está sobre una laguna y una vez dentro de ella no se puede salir, que está toda rodeada de agua, y allí os darán guerra y en un solo día Moctezuma puede reunir hasta cien mil guerreros y luego otros cien mil que acabarán con vosotros porque sois pocos".

Y desde que lo supimos, que los soldados conocíamos todo, aunque Cortés nos lo quisiese ocultar, no hubo noche que al dormirme no rememorase este aviso prudente, que fue el mismo que nos dieron luego en Huexotzinco y en Tlalmanalco, y aun nos habían dicho en Cempoallan. Pero nuestro comandante, con promesas, halagos y amenazas, nos arrastraba siempre adelante, y avanzábamos temerosos de encontrar cada día los ejércitos innumerables de los mexicas.

Nadie hablaba de él, del miedo digo, pero siempre estaba presente, nos seguía y acompañaba, como nos acompañaban y seguían nuestros amigos tlaxcaltecas, como antes nos siguieron y acompañaron los totonacas, los cuales se habían vuelto de miedo que tenían de los mexicas, como nos seguían buitres, cuervos y coyotes, que seguramente ya olíamos a sangre y muerte antes de entrar en combate, el sudor nos olía a sangre.

Temíamos la muerte, pero temíamos sobre todo el modo y escenario de la muerte, la piedra sacrificial temíamos, la téchcatl, donde tumbaban a los tristes soldados que sacrificaban, les partían el pecho con un navajón de pedernal y sacaban el corazón aún bullente, que así vimos desde nuestros parapetos que hacían con los compañeros apresados durante los días del sitio de Tenochtitlan y mucho antes vimos otros naturales con el corazón ya arrancado. Porque en las batallas no buscaban matar, sino apresar vivos para sacrificar, y así por dos veces atraparon a nuestro capitán general, Hernando Cortés, pero las dos veces lo rescató Cristóbal de Olea, el Bueno, y pagó con su vida por ello, que sustituyó en la piedra al general.

El miedo nos hacía orinar dos y tres veces antes de la batalla durante los noventa días interminables que duró el sitio de Tenochtitlan, nos desacordó e hizo ver fantasmas cuando los mexicas nos sitiaron en los patios de Axayácalt y se convirtió en pánico durante la noche aquella, que luego todos llamaron Triste, porque en ella murieron la mitad de los compañeros y la mayor parte de nuestros aliados.

Aquella desgraciada noche murió el piloto Francisco de Triana y mis naborías Remedios, que era totonaca, Pantaleón, el sanador tlaxcalteca, y Candela, una esclava que me dio Moctezumatzin y expiró en mis brazos. El Piloto fue la persona más cabal y el mejor amigo que he tenido, y Remedios, su amiga y amante, prefirió morir a su lado y así los dos quedaron en las puentes junto a muchos españoles y aliados de Tlaxcallan. El Piloto me enseñó el valor de la vida y las cosas y la mujer me instruyó en el arte amatoria que yo desconocía, como era muy mozo. Aunque no debo ni quiero olvidar a Guadalupe, hermana de Pantaleón, cuyo culo caliente me enardecía, que me dio siete hijos, ni a Francisca, que no parecía nativa de tan hermosa como era y me dio once. También Lirio de la Montaña era bellísima y me amó aquella desgraciada noche, nos amamos con un frenesí loco, no sé si del contento de haber sobrevivido o del miedo de morir. Guadalupe tenía buenas tetas de anchas aureolas, tiene mejores tetas que La Capitana decía el Piloto, el culo caliente y una mirada turbadora. Siempre tenía el culo caliente y en cuanto se lo tocaba se me levantaba el palo mayor, que sólo tocarle el culo ya era un gozo, no como mi pequeña Olvido que siempre lo tenía enfajado y tal vez frío, ciertamente por mor de la honra, que las castellanas eran muy miradas en cuestiones de honra. No sé yo quién le enseñaría a mi pequeña Olvido, que era napolitana de madre siciliana, estas cosas de honra al modo y usanza de Castilla, que no sirven sino para fastidiar la vida, y con ella, aunque mucho la quería, nunca puede tener el gozo que tuve con Guadalupe, Remedios y Candela. Por eso me apenó tanto su muerte, de Remedios digo... De Candela, que tenía dieciséis años y era dulce como una brisa de mayo, una flor delicada era, tenía luminarias en los ojos y música en la voz. Sonrió cuando se vio entre mis brazos y expiró, aún sonreía cuando se le apagaron los ojos...

Perdóneme vuesa merced, pero no me puedo aguantar las lágrimas cuando recuerdo la triste muerte de Candela.

Candela era esclava de Moctezuma, robada a sus padres cuando era niña, como Lirio de la Montaña, que el señorío e imperio de Moctezumatzin y los mexicas se alzaba sobre la esclavitud de las personas y opresión de los pueblos, como todos... Lirio de la Montaña fue una camarera de Moctezuma que me pagó con sus favores la ayuda para huir de su cárcel, aunque yo quiero pensar que de verdad me amó.

Dejémoslo y vayamos a nuestra historia, que ya no sé por dónde me andaba.

Sí, eso es, hablaba del miedo que todos arrastrábamos en aquella jornada, que decía el Piloto que aquella jornada no podía terminar con bien porque había mucho miedo de una y otra parte, y nada bueno podía salir de dos miedos que se tropiezan.

—Si ellos nos tienen miedo —decía—, más miedo tenemos nosotros, y nada bueno puede suceder de dos miedos que se topan.

Sin embargo, día a día nos lo tragábamos y peleábamos como si no lo hubiéramos, aunque, cuando yo aporté en las Indias con mis dos espadas al cinto, mi Amadís y el Alejandro en el petate, dispuesto a emular las hazañas de uno y otro, este sentimiento me era totalmente ajeno.

Llegué a Sevilla en el otoño de 1517, justo por las mismas fechas en que el Emperador arribaba a los puertos de España, y aún me acuerdo de aquel río inmenso al atardecer, brillante y quieto como un espejo, lleno de barcos enormes, carabelas, naos y galeones oceánicos, y otros menores, como polacras, jabeques y pataches, cuyos palos, jarcias y velas se enredaban en el cielo, y de un sinfín de barcas que iban y venían, y del Arenal, desde la torre del Oro hasta la Puerta Real, cubierto con el número infinito de los fardajes que habían salido o debían ser trasladados a sus bodegas. Jamás había visto yo nada semejante y pensé que como aquel debieron ser los puertos de Alejandría o Constantinopla. A pesar de cuanto había escuchado y leído, pensé que difícilmente se encontraría en el mundo una ciudad tan grande y populosa como Sevilla, bajo cuya iglesia catedral de altas bóvedas aun cabía otra ciudad, aunque la torre morisca de sus campanas todavía la superaba en altura y arañaba los cielos, y aquella multitud abigarrada que llenaba las Gradas en derredor, en las que se podía encontrar mercaderías de todo el mundo, y las plazas de San Francisco, la Alfalfa o el Salvador, donde las parlas de genoveses, florentinos y catalanes, se confundía con las de flamencos, franceses y alemanes. Luego, sin embargo, la experiencia me enseñó que hay ciudades más grandes, fábricas tan altas y multitudes mayores. Todo lo cual me ha llevado a considerar si no serán equivocadas muchas de nuestras certezas y éstas fruto tan sólo de la ignorancia y un orgullo insensato.

En aquella época yo tenía una idea del mundo amasada con los relatos de mi padre y mi abuelo, que habían estado en las guerras de Granada e Italia, con las hazañas de Amadís de Gaula, cuya lectura me proporcionaba el mayor deleite, y con las Vidas de Plutarco, en particular la de Alejandro, que se me representaba como el más grande capitán de todos los tiempos y el modelo que yo había de seguir... En Salamanca sin embargo tuve un profesor que nos hablaba de Clístenes y Efialtes... Pero pronto, muy pronto, mi mundo soñado de héroes y caballeros se iba a dar de bruces con el mundo real por donde discurría la vida.

Pero no es mi historia la que quiero contar, ni siquiera la historia de la conquista del Anáhuac, que ya han hecho otros, sino la historia más humilde y desconocida de mis amigos los soldados que pelearon y murieron en aquella guerra, que sufrieron, gozaron y soñaron en aquella guerra. La historia, entre otras, del piloto Francisco de Triana, que navegó con el Almirante y descubrió el Nuevo Mundo; de Carlos Baena, que murió enamorado y partido entre dos amores; de Alonso Guadalcanal, que era cazador, semejaba al divino Odiseo en el manejo del arco y murió en la piedra sacrificial abandonado por su capitán; de Juan Lerma, que era bravo y esforzado, a quien Cortés deshonró y por ello se fue a Nueva Galicia, entre los anahuacas caxcanes, donde murió; de Alonso Almesta, que decíamos el Adelantado, cuya mano tendida no pude alcanzar; de Santos Hernández de Coria, que llamábamos el Buen Viejo y había venido a las Indias por buscar una hija y vengar una afrenta; de Antonio Ribera, el único pintor de la manera italiana que retrató a Moctezuma; del barbero de Arahal, tan buen cabo de cañón como era; de Benito Montero, que murió ahorcado porque se unió a los caxcanes rebeldes de Diego Zacatecas; de Gaspar Díez, que se hizo rico con las guerras y todo lo entregó por Dios, se fue a los pinares de Huexotzinco, se puso de ermitaño y tuvo fama de santo; de Sindos Portillo, a cuya sugerencia debemos estos trabajos, que era piadoso, se metió fraile y fue buen religioso.

Siempre me intrigó cómo algunos compañeros, que ya he nombrado y otros que aún nombraré, incluso siendo ricos, abandonaron el mundo y se metieron en religión. Hablé con alguno de ellos y lo que me dijeron fue que la guerra les había mostrado el horror de la condición humana y tan espantados habían quedado que no encontraron mejor modo de redimirse. Tiempo tendremos de volver sobre ello, si Dios me lo concede.

Decía los amigos a quienes deseo rendir homenaje y no quiero ni debo olvidar a Juan García, un convecino rico de Sancti Spiritus, así nombrado por su honor, que vino por ambición y codicia, siguió por expiar una culpa y murió luego en los peñoles de Chimalhuacan.

Porque, si memorable fue aquella empresa de la conquista y enorme fue el mérito de Hernán Cortés, no menor y aún mayor fue la virtud y esfuerzo de quienes lo acompañaron y secundaron hasta la victoria, capitanes y soldados, incluso de los que no aspiraban a la victoria, ni a la gloria de la fama, ni a ganar botín y estados, sino que tan sólo se afanaban por alcanzar lo suficiente para envejecer en paz en su tierra al lado de los suyos, que tal fue el caso de no pocos, acaso de la mayoría. El de Guadalcanal dijo en el paso de los volcanes, cuando vimos el valle de Tenochtitlan la primera vez, que él se sentía pagado con todas las experiencias y hermosuras vividas durante el último año, porque tenía una sabiduría natural que sólo el Piloto igualaba, aunque la del Piloto nacía de la experiencia.

Con el compañero Castillo comenté alguna vez esta idea y el hombre se encendía cuando recordaba cómo nuestro capitán general pretendía atribuirse todo el mérito de la conquista y dejaba en blanco el nombre de los valientes capitanes y fuertes soldados que lo secundaban, que ni siquiera al bravo Cristóbal de Olea, que por dos veces le salvó la vida, nombra.

Vuesa merced seguramente sabe cómo Clitos reivindicó ante Alejandro, no ya el valor y esfuerzo del general, sino muy particularmente el de los capitanes y soldados que obedecen y callan, atacan y resisten el empuje enemigo. Porque al primero le llegan riqueza y gloria con que compensar las fatigas, pero los segundos sólo fatigas alcanzan. Así, ya que no puedo darles la riqueza que soñaron ni la vida que algunos perdieron, sí quiero al menos homenajear su memoria y la de cuantos con ellos pelearon en aquella triste guerra, y darles la prez y honra que su capitán general tan mezquinamente les negó.

Capítulo de la novela " Mascaron de proa", del profesor Aurelío Mena Hormedo. 

domingo, 9 de enero de 2022

Últimos días de la feria de Guaditoca 9

 

Novena parte

La Villa, por su parte, a primeros de Abril, tomaba acuerdos sobre las rentas de la feria, en los años en que D. Bruno de Ortega había estado encargado de su recaudación, y sobre las obras que se hacían en el Santuario, dejando abierta la puerta para continuar los litigios con D. ª María Teresa de Tena, entreteniendo la atención de ésta en la villa mientras se resolvía en Cáceres el traslado de la feria- 19.-

19.- Auto capitular de 5 de Abril de 1792.- "Asimismo en este Cabildo se hizo presente que desde el año de ochenta y nueve ha estado don Bruno de Ortega y Saavedra encargado en la recaudación de los intereses que produce la feria de Guaditoca en favor de la Santa Imagen de este título por nombramiento que sucesivamente se ha hecho por este Ayuntamiento y a efecto de saber sus productos, inversión y existencias Acuerda: que dicho don Bruno formalice la correspondiente cuenta y la de a este Ayuntamiento y a sus capitulares en su nombre, como son a los señores don Martín Castillo y don Vicente Maesa, Regidores perpetuos de él a quienes nombran para ello y a que asiste el presente escribano (Guerrero) y evacuada se de cuenta a esta villa para acordar lo más justo y conveniente. E igualmente teniendo noticia este Ayuntamiento de que en la Ermita de Guaditoca se está haciendo obra por los Ermitaños sirvientes de dicho Santuario, quienes sin embargo de no recibir salario, ni aun para su preciso alimento de persona alguna, manifiestan administrar caudal perteneciente a dicho Santuario respecto de las ningunas obenciones que les pueda sobrevenir por distintos respectos del que les autoriza por ser gentes pobres que se acogen a este modo de vivir por tener con que sustentarse y pasar la vida, deseando el Ayuntamiento tomar conocimiento, para los efectos convenientes, de donde provienen dichos caudales, que destino se les da, y con qué orden y a quien dan cuentas de ellos, por quién son nombrados los dichos Ermitaños y colocados en dicho sitio, quién los mantiene y a quién entregan las limosnas y a cuanto ascenderán, expresando las especies que piden; acuerdan: se saque testimonio de este particular y se comparezcan ante el Sr. Corregidor y declaren los dichos Ermitaños en razón de lo expuesto y demás que su merced tenga por conveniente, sin omitir que expresen qué especie de obra están haciendo y en qué sitio". (Cuadernos de autos capitulares).

Mandó la Audiencia, en 14 de Abril, que a la mayor brevedad informase el Ayuntamiento, con asistencia de los Diputados y Personero del Común, cuanto se le ofreciere y pareciere sobre el traslado de la feria, examinando para ellos las razones, que hubiese, de necesidad, utilidad y comodidad, en caso de accederse a lo que proponía el Corregidor: manifestando, a la vez, con toda claridad las causas y motivos en que fundase su informe, expresando, al mismo tiempo, el privilegio que hubiese para tener dicha feria y la persona o individuo a cuyo favor se hubiera concedido, y que el original de las diligencias se remitiera al Real Acuerdo por manos del Fiscal.

Reunido el Ayuntamiento el día 30, con asistencia del síndico general y Personero de su común de vecinos y Manuel Arcos, diputado de él, no habiendo asistido su compañero, Nicolás Gómez, por estar ausente, se leyó el auto de la Audiencia y se acordó informar favorablemente la solicitud del Corregidor, ampliando sus razones y alegando otras; 20.- remitiéndose las informaciones al fiscal, como estaba mandado, el día 3 de Mayo.

20.- "En la villa de Guadalcanal a treinta días del mes de Abril de mis setecientos noventa y dos los señores Capitulares que componen el Ayuntamiento de ella, síndico general y Personero del su Común de vecinos y Manuel Arcos Diputado de él, no habiendo asistido Nicolás Gómez su compañero, sin embargo de haber sido citado en día anterior, por haberse ausentado de la Villa, se hizo presente la carta orden que antecede, mandada librar por el Real Acuerdo de la Real Audiencia de la villa de Cáceres y representación que la acompaña sobre que informe a dicha regia superioridad de los particulares que comprende en razón de las traslación de la Feria que se celebra en el sitio de nuestra Sra. de Guaditoca de esta Jurisdicción de villa, y vista por este Ayuntamiento la citada Real orden obedeciendo como obedece su litoral preceptivo con la mayor veneración, debe informar a la justificación de dicho Real Acuerdo, como habiendo examinado y reconocido pródigamente los fundamentos expuestos en dicha representación hallar ser constante la utilidad y comodidad que se dice para los concurrentes a dicha feria a efecto de comprar y vender con motivo de tener en esta población la mayor seguridad en sus intereses y en el citado sitio no haberla, por ser desierto, sin poblado alguno en donde poderse refugiar, con cuyo motivo no concurren mayor número de mercaderes y feriantes de todas clases, siendo el más util el de los criadores de ganado yeguar de esta Provincia y Reínos de Andalucía por quanto excita la estación de la recoleción a comprar o vender según sus respectiva necesidades, verificándose que los más acaudalados, habiendo experimentado alguna vez la incomodidad de la citada feria y su inseguridad, reusan volver a ella, por lo que considera este Ayuntamiento ser necesaria su traslación a esta villa en donde sus vecinos facilitarían los medios para el mejor abasto en el mantenimiento de los forasteros, a el paso que en dicho sitio de Guaditoca es forzoso y necesario conducir alimentos a excepción de los generales que el Arbitrio Judicial facilita, cuales son aceite, vino, pan y carne: También es constante que el consumo que pudiese causar dicha feria colocada en esta población cedería en utilidad a sus vecinos, mediante a que cada uno, especialmente los pobres, harían comercio de los respectivos comestibles, franquearían sus casas para la comodidad y seguridad de los forasteros, esperanzados del premio que pudiese resultarlos, cuyos antecedentes unidos, a la escasez de aguas perjudiciales a la salud por la suciedad que perciben del abrevadero de ganados yeguares, caballares, mulares y asnales, inducen a este Ayuntamiento de que será ventajosa las traslación, y aun beneficiosa a la Real Hacienda, en quanto evita establecer estanco en dicho sitio sin alguna seguridad, y de que se introduzcan contrabando de tabacos del Brasil, sin embargo del resguardo de Rondas y partidas que suelen concurrir a este fin, y al de evitar robos y quimeras en los concurrentes, pero por más que se empeñe el cuidado de dichas partidas, ordinariamente se experimentan ciertos quebrantos protegidos los malechores del desierto y situación montañosa y montuosa: También es cierto que la citada feria es antiquísima y se ignora si s obtuvo la correspondiente licencia para ella, repecto a no haber visto documentos que lo acrediten: Que es lo que puede informar con la verdad que acostumbra a la regia Superioridad, para que en revistas acuerde lo que a su superior y real agrado, para lo qual se remita original con dicha copia de la Representación a dicho Real Acuerdo de la citada Real Audiencia por mano de Sr. Conde de la Concepción Fiscal de S.M. quedando testimonio de todo en el libro Capitular corriente; y lo firmaron sus mercedes: de que yo el Escribano del Cabildo doy fe = Ldo. D. Diego Salcedo – Do. Rodrigo Josef de Ayala y Sotomayor o D. Joaquín de Ayala – Dn. Vicente Maeda del Hoyo – Dn. Luis de Monsalbe – Josef Cavallero. Manuel Arcos.-Pedro de Thena y Cote.- Ante mi Juan Antonio Guerrero.- (Autos Capitulares).

No se hizo esperar la resolución, tan ansiada por la Villa. El día 14 dio su Auto la Audiencia, cuyo tenor es el siguiente:

Cáceres y Mayo catorce del mis setecientos noventa y dos”

Se da facultad al Alcalde mayor de la villa de Guadalcanal, “para que haga trasladar a ella la Feria o Mercado, que ordinariamente se ha hecho en la Ermita de nuestra señora de Guaditoca y sus inmediaciones por el tiempo de Pascua de Pentecostés, cuidando de que se ejecute con tranquilidad y buen orden, y de que a los forasteros se les provea de víveres a justos y moderados precios. Librándose para ello la correspondiente certificación. Lo proveyeron y rubricaron los señores Regente y Oidores de la Real Audiencia de Extremadura, estando el Acuerdo, de que certifico = está rubricado = Peña = Y en cumplimiento doy esta que firmo en Cáceres a diez y seis de Mayo de mil setecientos noventa y dos = D. Manuel Antonio de la Peña.”

Recibida en Guadalcanal la autorización, que venía cometida para su ejecución al Corregidor, mando éste, en la misma fecha, darle cumplimiento, “y que, reservándose proveer lo conveniente para la mayor seguridad, comodidad y quietud de los vecinos y concurrentes a dicha feria, se lleve al Ayuntamiento para que, teniendo presente el particular de bastimentos y otros puntos respectivos a beneficiar a la santa Imagen, acuerde lo que tenga por conveniente.”

Bien pudo gloriarse Salcedo de su triunfo, conseguido sin gran esfuerzo, aunque con mucha astucia. El Ayuntamiento, que en derecho era derrotado en el Real Consejo de las Órdenes por el Patrono, venció de hecho a éste al conseguir el traslado de la feria.

¡Triste gloria la de Salcedo! No es lícito poner en duda (y líbrenos Dios de abrigar la más leve sospecha) la buena intención y alteza de miras con que, tal vez, se movió el Corregidor en este asunto: pero los resultados no respondieron a la buena intención, si éste fue su única consejera.

El traslado de la feria fue la decadencia de ésta, porque le faltó lo que era vital para ella, la proximidad al Santuario de Guaditoca. Las innovaciones son muy peligrosas, porque no puede hacerse en un día lo que requiere siglos para formarse.

Para acoplar el nuevo estado de cosas el Ayuntamiento acordó: 21.-En primer lugar que para recordar la devoción de la Santa Imagen de nuestra señora de Guaditoca a los fieles y devotos, se traiga anualmente a la Parroquia Iglesia Mayor de Santa María de esta villa, en donde se le de culto por los tres días de feria, con una Misa cantada y la luminaria de cera correspondiente, y que al final de dichos tres días se saque por la tarde procesionalmente a dicha Soberana Imagen alrededor de la plaza y en el siguiente se restituya con el culto debido a su santa Ermita, procediendo con acuerdo en este particular del Sr. D. Paulino de Caro Guerrero, del Orden de Santiago, Vicario juez cceo. y Cura de la expresada parroquial mayor de ella; satisfaciendo los derechos necesarios del caudal de limosnas que se recauden en los citados tres días en conformidad de lo que se acuerde con el Colector de dicha Parroquial, para lo cual, y para que sean más abundantes las limosnas acordará este Ayuntamiento anualmente el nombramiento de Comisarios para traer y llevar a nuestra Señora, sin hacer gasto alguno, ni prevención alguna de alimentos para los que concurran voluntariamente, quienes nombrarán en cada uno de los dichos tres días dos personas del mayor carácter de esta población, para que pidan por todo el pueblo y feria a beneficio de dicha Soberana Imagen,” y nombraron por comisarios a D. Pedro de Tena y Cote y a Bernardino Murillo, y señalaron el día 25 para traer en su mañana a la Stma. Virgen, “previniéndose al Mayordomo con anticipación lo dispuesto en este acuerdo para que le conste y tome las disposiciones de colocar a nuestra Señora en las Andas”; y para convenir con el Vicario se nombró a D. Martín Castelló y a D. Vicente Maeda.

21.- Cuadernos capitulares de este año.

En el mismo día fueros estos a las casas de D. Paulino “y precedida la urbanidad correspondiente” le dieron noticias del acuerdo anterior quedando conformes en todo; pero expresó su deseo de que se difiriera la reunión hasta el Jueves próximo para tratar con más comodidad.

Aceptó también el cargo de comisario D. Pedro de Tena “no obstante de hallarse enfermo, con la cualidad de que en caso de no pueda por sí desempeñar su cargo lo haga y ejerza sus funciones su hijo D. Joaquín de Tena e Hidalgo”; pero ni ese día, ni en el siguiente, pudo encontrarse a Bernardino, y así lo hizo constar el Escribano en su diligencia.

Se mandaron fijar edictos en el Santuario de Guaditoca y se enviaron convocatorias a las villas de Berlanga, Valverde y Ayllones para que llegase a conocimiento de todos el nuevo emplazamiento de la feria y la traída de la Virgen al pueblo: se trajeron a la villa las mesas y tablaje que estaban en el Santuario y se tomaron cuantas medidas parecieron oportunas y convenientes para el mejor éxito de la feria; se convino también con la autoridad eclesiástica el orden de los cultos y pago de derechos a las comunidades de Santa María; sin que para nada se tuviese en cuenta a la Administradora del Patronato.

Nota.- Se ha transcrito y respetado la ortografía del original de 1922

Antonio Muñoz Torrado
Presbítero

domingo, 2 de enero de 2022

Alonso de Guadalcanal en tierras de Tenochtitlan 1/2

Yo, señores, dijo, soy de Guadalcanal

Solía coincidir en estos corros el cazador y arquero que habló en el vivaque de Potonchan y vi en la batalla de Cintla, un tipo recio y fuerte como una encina, con guedeja de rizos menudos: Yo, señores, dijo, soy de Guadalcanal, en la sierra Norte de Sevilla, y a renglón seguido contó cómo recorría los pueblos con su padre vendiendo los animales que cazaban, con trampas cazaban, aunque también con arco y flechas, que era un grandísimo tirador de arco según ya había observado y aún tendría ocasión de comprobar muchas veces. Y una vez en Cazalla, en casa del alcalde, notó que la alcaldesa lo miraba de modo especial y así a la vez siguiente se metió en la braga un palo liado en trapos para hacer bulto, a manera de soldado, y ver qué pasaba. Sucedió entonces que dijo la alcaldesa a su padre que fuera a la cocina a limpiar la caza porque se le había ido la cocinera y entretanto se encerró con él en un cuarto chico y sin más trámite, se levantó la falda y enaguas, le mostró lo que guardado tenía y dijo apresúrate que no tenemos mucho tiempo. “Tuvo ella que cogerme el chorizo y meterlo en la olla” –así lo contó–, que yo no atinaba de tan nervioso que me puse, como era la primera vez y no sabía, y ella me agarraba del culo y me atraía con fuerza hacía sí, tanto que en un instante se me escapó la fuerza. La mujer se enfadó entonces mucho, dijo que no era hombre y que se lo diría a su marido, y empezó a gritar, ay, que me violan, gritaba. Nos persiguieron con perros –concluyó–: “Huimos a Sevilla, que mi padre quería irse a la serranía de Ronda, pero yo decidí venirme a las Indias”.

Este de Guadalcanal formaba en la compañía de ballesteros y manejaba el arco con una eficacia y celeridad envidiables, que por cada tiro de ellos él hacía tres o cuatro y nunca fallaba. Luego recogió varios arcos y aljabas con flechas de mayas y mexicas, dijo que eran de una calidad admirable y desde entonces los usó siempre, que era un lujo ver cómo lo tensaba y derribaba un venado al galope. Allí, en los arenales, lo retó un Alonso Hernández, que era buen ballestero, pusieron blancos de veinte en veinte pasos y al llegar a cien falló el ballestero, pero atinó el cazador. Ajustaba la flecha, tensaba el arco, la cuerda contra la nariz, los labios y el mentón y soltaba. Vibraba el arco resonando semejante a un arpa y volaba la flecha como un halcón a su presa. Otros ballesteros también lo retaron y a todos ganó, por lo que desde entonces tuvo fama y todos admiraron, pero dijo el arquero por no humillar a los ballesteros: --No crean vuesas mercedes que mi destreza es virtud, sino la práctica continua a que mi oficio de cazador me obliga--. De niño mi padre me decía: “Si aciertas, comes, si fallas, no hay comida”. Y así era. Otra pendencia hubo de esas que no se pueden creer de increíbles que son. Fue que el hidalgo que se decía Carmona y Río Guadaíra compró un ave al de Guadalcanal, la pagó y el cazador se la dio, pero dijo entonces el hidalgo que le había comprado dos y no una. Desconcertado quedó el de Guadalcanal un instante y luego respondió: Creo, señor, que se equivoca vuesa merced, y con la mirada buscó testigos que avalasen sus palabras, pero no los encontró porque el Carmona tenía ya fama de pendenciero y torcido. Sin embargo, fiado de la amistad inicial que con él contraje en río Tabasco, quise intervenir a favor del cazador. –Señor hidalgo –dije–, no sé por qué razón, pero yo también creo que se equivoca vuesa merced.

–¿Me está llamando vuesa merced mentiroso? –bramó entonces–.

¿A mí, que lo he curado y salvado la vida? –Señor, digo solamente que ha habido un malentendido y que la manera de solucionarlo es volver a negociar o deshacer el trato--.

No hubo manera, tiró de la toledana el Carmona y dijo que uno a uno o los dos al tiempo habríamos de conocer el sabor de su acero. –Permítame vuesa merced, señor, que soy el primer agraviado –dijo el serrano, sacó el cuchillo de monte, una hoja de palmo y medio de largo por dos pulgadas de ancho, y se plantó ante el alcalaíno. Habían acudido los compañeros a hacer corro y tapar el duelo por la fama del Carmona y el de Guadalcanal, y la extraña escena que formaban, que mientras el uno presentaba espada y daga, el serrano en cambio adelantaba el cuchillo y la mano izquierda abierta como escudo. Pero el pintor de Marchena lanzó una manta al serrano que de inmediato se lió en el brazo izquierdo y las fuerzas se equilibraron un tanto. Pareció un instante confundido el alcalaíno mientras evaluaba la guardia de su contrario, tanteó un par de veces y luego atacó el primero, que era justo lo que esperaba el cazador, quien desvió la estocada con la cruz del cuchillo, avanzó como un rayo y trabó al Carmona de tal modo que le puso la hoja de acero en la garganta. –¡Si os movéis sois hombre muerto! –amenazó–. Soltad las armas. Trató de resistir el alcalaíno, apretó el serrano el cuchillo y al fin hubo de ceder el Guadaíra. –¡Quietos! –gritó entonces una voz–. Os estamos apuntando escopetas. Creí reconocer la voz e hice señal a los nativos de que no se movieran. Enseguida salió el Carmona de entre los árboles seguido del mancebo tantas veces dicho, que fornicaba con una perra, y uno de los bribones que solían acompañarlo. –Ahora no te valdrán trucos –dijo al de Guadalcanal–. Luego el “indio” perderá la mano que debió perder. Señor bachiller, dé a su amigo una de sus espadas. Quiero saber si la maneja tan bien como el cuchillo. Tomó el de Guadalcanal muy lentamente la espada que le tendía, la Florida, al tiempo que con la izquierda empuñaba el cuchillo de monte. Pero de pronto, con celeridad pasmosa, asió la espada como si fuera jabalina y la arrojó contra el bribón, luego, cuando ya el Carmona se le venía encima gritando como un demonio, se arrojó al suelo, rodó sobre sí mismo e hizo caer al alcalaíno. Inmediatamente, con la rapidez felina que lo caracterizaba, fue sobre él, le puso el cuchillo en la garganta y le obligó a jurar por su honor que nunca más haría armas contra nosotros. --Así lo recordaréis mejor – dijo y le rajó la cara con la punta del cuchillo. Nos incendiaron varios aposentos y no paraban de caer flechas, varas y piedras, que estaban los suelos cubiertos de ellas y no podíamos andar por los patios sino arrimados a las paredes porque no nos diese alguna piedra o flecha suelta. Entonces fue cuando Alonso Guadalcanal, el cazador sevillano de la Sierra Norte, mostró su talla de grandísimo arquero y buen estratega, que subió al teocali que teníamos, desde el que dominaba la posición de los arqueros y honderos mexicas, comenzó a tirarles y no perdía flecha. Le disparaban ellos, pero no lo alcanzaban porque estaba más alto, no obstante lo vio Cristóbal de Olid y mandó a dos o tres soldados que le subiéramos más flechas y lo protegiéramos con nuestras rodelas, y yo fui uno de estos soldados.    También subieron algunos ballesteros, pero no tenían la destreza ni sangre fría del Guadalcanal, que se parecía a Hércules, hijo de Zeus, el divino Odiseo flechando a los pretendientes parecía, tanta era su mortífera eficacia. Colocaba la flecha en la cuerda, tensaba el arco, aquel magnífico de madera de roble que salvó de la Joyería, y la soltaba sin tomar puntería como en los retos de los arenales, que ahora tiraba por instinto con una celeridad pasmosa. Disparaba el Guadalcanal y caía un mexícatl, hasta que no quedó ninguno, que unos cayeron y huyeron otros. ¡Oh, Dios misericordioso! Tenían los mexicas la costumbre de sacrificar a sus dioses los prisioneros enemigos y a los mejores de éstos ponían adobados como trofeo en el altar del Huitzilipochli. Así pude ver varios cueros de caballos muy bien curtidos, que los tenían por animales fabulosos, y los rostros de algunos soldados, entre los cuales estaba el de Alonso Guadalcanal, que bien lo reconocí por los rizos de la guedeja y rostro afeitado, que decía nuestro pintor Ribera cómo se parecía al David que Miguel Ángel había puesto en la plaza mayor de Florencia, según una estampa que tenía su maestro. ¡Virgen Santísima! Lo miré con cuidado y era su rostro, la nariz recta y labios bien dibujados. Me puse malísimo. No sé lo que sentí, como si el mundo me aplastase o me tragase el infierno. Un sudor frío me subió por la espalda, me mareé y tuve que sentarme un rato en el suelo, luego tomé una tea encendida y prendí fuego a todos aquellos tristes despojos. ¡Tan magnífico arquero y persona cabal! Entonces noté que un sacerdote, aquellos sacerdotes engreñados, sucios y malolientes, me contemplaba en silencio y sin pensarlo, lleno de furia, me fui a él y lo degollé. No hizo nada por evitarlo y se derrumbó como un saco vacío, mientras su negra sangre se derramaba por las losas de piedra.

¿Cómo se puede entender la misericordia divina?

¿Dónde estaba el Dios de la misericordia?

 Capítulo de la novela inédita sobre la Conquista de México, del profesor Aurelío Mena Hormedo.