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domingo, 10 de julio de 2022

Crónicas de una añoranza 2

Apuntes de Diego “El Sereno”

Segunda parte


El Brocal de la Umbría. -


    El Brocal de la Umbría, es el mirador de Navaldurazno, donde “Las Mesas del Bembézar”, parecen que, se pueden alcanzar con la mano, como si estuvieran a tiro de piedra, como el que dice. Pero nada más lejos de la realidad pues costaba a buen paso, una hora y media llegar desde Navaldurazno “al nido de águilas” como le decía a las “Mesas” su antiguo dueño, D. José Castillejo. El río Bembézar, hoy convertido en un pantano, lo ha hecho todavía más inaccesible, por esta parte, si bien se han practicado caminos, afluentes a la carretera de Villa Viciosa, que lo comunican perfectamente con el resto de la sierra.
    Elegir “El Brocal de la Umbría”, como balcón para ir ensalzando todo lo referente al presente comentario, es lo que justamente habría hecho mi abuelo Diego “El Sereno”, como saludo ancestral a tantas vivencias a lo largo del tiempo, para marcar un hito histórico en este bello lugar.
    Pues el hombre debe utilizar todos los recursos de la naturaleza, pero procurando conservar sus virtudes esenciales, evitando que consideraciones puramente naturalistas deterioren la calidad del entorno en el que tenemos que desenvolvernos cada día.
    Oteando con los prismáticos que desde allí se domina todo muy bien, y haciendo nuestros comentarios sobre la dificultad que tenían estas fincas -del río para allá- a la hora de montear, por no ser accesible para ningún medio rodado, todo absolutamente todo tenía que ser a lomos de las caballerías.
    Lo automóviles había que dejarlos en Navaldurazno o en San Calixto, para tomar luego por el collado de las “Guindillas”, y siempre contando con el beneplácito del río Bembézar, se comenzaba a descender por la vereda de “Piedra Monje” (se llama así por el parecido que tiene con un monje puesto de pie) que se encuentra a mitad de camino aproximadamente, -siempre me pareció un buen contadero para búhos-, allí hace una curva la vereda y enfila, más pendiente todavía hasta lo que era el vado del río Bembézar, después ya todo era subir por una vereda muy pedregosa, que va jugando con los farallones de piedras a la vez que va ganando altura hasta que comienza a llanear un poco, para llegar a la “Piedra Escrita”, obra según dicen, de un cura de aquellos tiempos aficionado desde luego a la caza, el texto se puede leer en el Libro de Mariano Aguayo: “Montear en Córdoba”. Pero que también voy a reproducir aquí con su permiso.
   “Salve noble caballero que, en pos de la montería, pasas por este sendero a la brava serranía que te da la bienvenida.
    Y de montero en tu historia quiera Dios que esta partida deje agradable memoria.”
    El camino que se utilizó siempre para ir a Hornachuelos desde las Mesas, era el de la “Silleta de los burros” a salir al puerto de Manuel Martín de la finca Santa María de Umbela, una vereda que va por la linde de Navaldurazno muy mal trazada, pero que fue de siempre la salida de todos los carbones, incluso minerales del río para allá a lomos de burros y mulos.
    Cuando llegaba la temporada de las monterías, había que salir muy temprano para llegar a buena hora. Nunca se sabía con lo que te podías encontrar, tanto a la ida como a la vuelta, y siempre se regresaba bien entrada la noche, aunque procurábamos cruzar el río Bembézar con luz del día. El Bembézar era un río muy peligroso para vadearlo, pues tenía muchos rápidos, y no se podía andar jugando cuando bajaba con las “narices hinchadas”. Cuando menos te lo esperabas, al cruzarlo, desaparecía la caballería que se iba cabalgando y no la volvías a ver hasta que no llegabas a la otra orilla, quedando uno lógicamente, hecho una sopa, teniendo así mismo que apechar con el desagradable remojón todo el día en el puesto.
    Las reuniones que preceden a las cacerías solían ser a las ocho de la mañana, para ganar tiempo, después mientras que se rezaba “La Salve Montera” a la Santísima Virgen de la Cabeza, patrona de los monteros, y salían las armadas daban las diez o las diez y media de la mañana, y si luego te tocaba al final del “Cerrejón de la Alcarria”, o a “Los Puntales de Romerales”, te costaba otra hora para llegar al puesto.
    Entonces se comía en el puesto, la tortilla de patatas en la fiambrera de aluminio, el clásico bistecito empanado, y unas naranjas para refrescarse la boca, sobre todo al rematar el lance, y el imprescindible cigarrillo que sabía a gloria, y no digo nada si se trataba de un buen trofeo.
    Cuando yo fumaba me parecía imposible la ausencia del cigarrillo en momentos como este, pero ya hace mucho tiempo que lo dejé, y los acontecimientos los sigo celebrando igualmente de bien.
    Con eso de comer en el puesto, la espera se hacía más amena y entretenida, se ponía la improvisada mesa y se iba picando, y entre sorbito y sorbito del prestigioso Montilla, en ese precioso entorno campestre que te ofrece la incomparable serranía cordobesa pasabas un día de campo inolvidable, amenizado por el latir de los Podencos, el eco rasgado de los rifles en las encrucijadas, y el ronco sonido de los trabucos que a veces te sobresaltaban por lo inesperado.
    Don Ricardo Rada, teniente General, me decía, cuando no entraba nada, que comiendo cambiaba la suerte, y algunas veces daba resultado, como aquel día en “Romerales” que entraban los ciervos a manadas y a veces no sabía a cuál tirar, de tantos como teníamos delante, y al final nos quedamos sin balas para el rifle, y como por otra parte la escopeta que se llevaba para lo cerca no tiraba nada más que un tiro, porque se le había partido un punzón de pegar tantos tiros.
    Los perreros también comían en medio de la mancha o donde les pillaba, se hacía una pausa y no era extraño que entonces entrara alguna res agazapada, más que nada los animales más viejos, dada las precauciones que adoptan para dar la cara.
    Luego cuando arrancaban a cazar los perreros se veía a lo lejos salir las bocanadas de humo por entre las madroñeras, cuando disparaban el trabuco, y el sonido llegaba un momento después debido a la distancia, el trabuco era fundamental en la montería tradicional, y ha quedado en desuso sin saber por qué.
    El perrero ha sido siempre la figura emblemática y legendaria de la montería, allá donde quiera que haya ido; cuando no había tantos perros; cuando se monteaba con una docena de rehalas toda la zona, algunos perreros llegaban a tener renombre entre los monteros, por su valía y por su forma de cazar.
    Pepe “Barbas Andamacho”, monteaba con una rehala de un señor de Fuente Ovejuna, y era muy notable entre los monteros, le gustaba hacer las cosas muy despacio.
    Yo creo que hasta los perros aprendieron a cazar despacio, cazaba con el cigarro en un lado de la boca hasta la mitad de saliva, lo dejaba que se fuera requemando poco a poco.
    Tenía un nieto, que era un poco retrasado mental, “El Cano” como le decíamos todos, y siempre andaba por los cortijos. Él no pedía nada, pero siempre le daban algo donde quiera que llegara incluso tabaco en el que andaba enviciado. Andaba descalzo y se sentaba en el suelo, luego se hacía sus necesidades en las veredas por donde teníamos que pasar a diario. En alguna ocasión lo pilló mi abuelo en pleno episodio y tuvo que salir por pies, con los pantalones arrastro.
    Había muy buenos perreros en aquella época, el propio rey D. Alfonso XIII, le gustaba charlar con ellos.
    Juanillo Jarales era muy deslenguado y su jefe, el marqués de Viana, no lo perdía de vista, para que no soltara ningún taco delante del rey.
    Sería interminable hablar de todos aquellos hombres, que llegaron a ser sobresalientes en su oficio; pero sí que me gustaría, aunque fuera de pasada, nombrar aquí algunos de ellos como, Juanillo Jarales, Adrián, Cristiano, Inesillo, Espinacas, Faldetas, Paño, Juanillo Baticola…
    Todos ellos supieron dejar para siempre, sus huellas al paso por todas las manchas, de la luminosa y montaraz sierra de Hornachuelos, para quedar en el recuerdo de todos los que aún seguimos oyendo el eco de sus voces, y el latir inconfundible de los Podencos en el agarre.
    Francisco Paño; quizás será el último de la generación de perreros a caballo. No hace mucho, hablando con él me contaba toda una serie de historias, de las que bien merecía la pena enumerarlas en cualquier comentario de caza, por lo inusual y meritorio de su contenido.
    Los perreros a caballo, indiscutible monumento de la montería andaluza, a la antigua usanza. El Trabuco y el Zurrón, como objetos personales del perrero, eran dejados a postas en cualquier lugar, para ser peligrosamente custodiados por toda la rehala.
    Aquellos hombres tenían, -creo yo-, una mayor dedicación a los perros, convivían más con ellos, y estaban más compenetrados a la hora del agarre, andaban más porque hacían andando todos los desplazamientos a la saga del caballo y a la voz de su cuidador.
    En “El Brocal de la Umbría”, estaba la cama colgante del guarda mayor, Diego “El Sereno”, en un alcornoque que tenía las ramas muy abiertas donde colgaba la cama y bajo ella, unos bancos de corcho para ofrecerlos a los pocos visitantes que pasaban por allí, el suelo lo barrían y regaban las mujeres todos los días. Aquello era como una estancia de verano donde no faltaba una taza de café por las tardes, que traían las mujeres desde la casa, y agua fresca del botijo de “La Rambla”, que colgaba de una rama bajera del mismo alcornoque. También los prismáticos formaban parte del ajuar y colgaban de un gancho a propósito. Cuando no andaban de mano en mano para salir de dudas sobre el lugar que llevara el hilo de la conversación.
    Allí se estaba muy bien y siempre corría una brisilla de aire fresco por muy caluroso que fuese el día, y había tiempo para charlar largamente sin prisas como se hablaba antes, aunque fuese el mismo tema porque no había otro, se hacía una pausa y se volvía a lo mismo.
    Los hombres de aquellos tiempos sabían estar en el campo y rodearse de lo mejor, pero siempre dentro de esa ética que se marcaban ellos mismo, porque así lo habían heredado, aprovechando todo lo que les brindaba la propia naturaleza.
    Desde allí se dominaba buena parte del término de Hornachuelos, y era una especie de punto de vigía, entonces como es de suponer no había ningún tipo de comunicación, para avisar a nadie. A Baldomero, el guarda de “Las Mesas”, cuando tenía correspondencia de su jefe, le dábamos voces, todo lo fuerte que podíamos para que viniese a recoger el correo, que había traído Pepito, que hacía el servicio en bicicleta, aunque con el tiempo se pudo hacer de una moto.
    “El Brocal de la Umbría”, es un punto estratégico y en época de verano había que estar pendiente de los incendios forestales, los fuegos como nosotros le decíamos. Casi siempre los apagábamos en poco tiempo, a pesar de los pocos medios de que disponíamos. Siempre se seguían las ordenes de los mayores que eran muy prácticos en el terreno y sabían muy bien lo que había que hacer en todo momento, en cambio hoy se hace todo lo contrario, no se les tiene en cuenta para nada, y es que no siempre los tiempos cambian para bien.
    En Navaldurazno como en otros cotos se pueden encontrar parajes con nombres de personajes famosos como: “El Bomba”, “Castillejo”, “Parladés”, “El Guerra” “Primo de Rivera”, “El Amo”, “Franco”. Esto es debido a la costumbre que tenían de siempre los dueños de coto de poner a sus invitados en el mismo puesto. Aquellos señores, hoy inexistentes, dejaron para siempre sus nombres en estos remotos y bravíos lugares como si se tratara de una calle o plaza de una ciudad cualquiera.
    Franco estuvo cazando en Navaldurazno, el año 1949. Después de dialogar largamente; la noche anterior, D. Fernando y mi abuelo, decidieron ponerlo en el puesto del amo, o sea en el de D. Fernando.
    Este puesto está perfectamente situado, en todo lo alto de lo que es la “Loma de la Baña”, por donde en normales condiciones aparecen muchas reses, tanto jabalíes como venados, debido a sus querencias para irse a la solana.
    La umbría, cuando se montea siempre se bate para arriba, para cerrar en “Varetales”, que es como quien dice la solana de la finca.
    Pero se dio la circunstancia, de que aquel día estuvo el viento de arriba, o sea del norte, desde por la mañana, y las reses no dieron la cara por allí, como se esperaba, se volvían antes de llegar a lo alto, porque les daba el viento del montero, a la sazón El Generalísimo Franco, y de los cinco o seis que llevaba con él, por lo que el caudillo se marchó sin tirar, cosa que no gustó nada, según dijeron los que lo conocían bien.
    Franco por entonces solía visitar San Calixto, con cierta frecuencia, siempre que venía a cazar a la zona de Hornachuelos, se hospedaba en casa de los Marqueses de Salinas que eran los dueños de la finca. Esta casa también hospedó a los Reyes Belgas, Balduino y Fabiola, cuando pasaron su luna de miel en este añorado lugar, allá por el año, 1962.
    Como haría el rey, D. Alfonso XIII muchos años antes en la finca de “Moratalla”, una especie de palacete hecho a propósito para hospedar a tan distinguido señor.
    Esta finca era por entonces propiedad de los Marqueses de Viana.
    Estos puestos solían ser buenos o muy buenos en aquella época, hoy en cambio no suelen ser lo mismo, ha cambiado todo, las querencia de las reses no siempre suelen ser las mismas, bien porque se haya limpiado de maleza aquel lugar y las reses teman descubrirse al pasar, sobre todo cuando se trata de jabalíes, o al revés, que haya crecido mucho la maleza y no se vean cuando pasan, o simplemente porque exista una alambrada de las muchas que se pueden encontrar por los alrededores , que corte el paso de las reses.
    A mí personalmente, moteando en Navas de los Corchos en una ocasión, me tocó el antiguo paso del rey, y era como los demás, en medio de un alcornocal muy espeso con muy poca visibilidad, los árboles al paso del tiempo habían crecido y se habían hecho tan frondosos que casi no se veía nada.
    “El Brocal de la Umbría”, es lo que no se puede dejar de visitar cuando llegas a Navaldurazno, a cien metros de la casa, sin obra, natural como todo su entorno; sólo hacen falta unos prismáticos y alguien con comentar el fascinante espectáculo de sus infinitas lontananzas.
    Desde “Brocal de la Umbría”, se pueden hacer todos los planes en cuanto a montería se refiere, tanto en cantidad como en calidad de sus trofeos.
    Las reses se pueden controlar a la salida de la umbría al caer la tarde y se puede ver tanto lo que entra como lo que sale. Aunque siempre hay alguna novedad en lo que se refiere a ejemplares que entran a diario.
    Mi hermano Diego, que reemplazara a mi padre y a mi abuelo, en el mimo oficio, siempre sabia por dónde salía cada ciervo, incluso les tenía nombres a los que le parecían mejores o simplemente porque les parecieran más simpatizantes.
    Siempre hacia comentarios las vísperas de la montería con su jefe, para pronosticar lo que se podía hacer cuando llegara el día fijado para la cacería.
    Decía que la umbría mandaba, que la umbría era la protagonista porque por allí pasa toda la caza del coto. La umbría un gran atractivo para las reses con la bellota del quejigo que es la primera en aparecer, y para las reses no deja de ser una novedad, y más aún al final del verano cuando no encuentran nada por el campo.
    Desde “El Brocal de la Umbría”, se pueden ver las reses cruzar el pantano al caer la tarde. Desde arriba parecen patos sus cabezas en fila cortando el agua, y hasta que no salen del agua y se sacuden no sales de dudas.
    También se puede ver algún marrano bajar tranquilamente a beber y a darse un baño en algún recoveco de los que hace el agua en el pantano.
    Los días son largos y el calor y los insectos los hacen acudir al agua, sobre todo en las tranquilas tardes de finales de verano y al anochecer, que es cuando ellos comienzan sus andanzas por aquellos lugares.
    Navaldurazno va a significar mucho en la saga de la familia de los Escote, que durante cuatro generaciones siguen ocupando ese mismo lugar en la sierra de Hornachuelos, desde que “El Sereno”, sentara cátedra como guarda mayor, allá por el año 1926, procedente de Guadalcanal.
    Mis primeros pasos vacilantes por Navaldurazno, fueron detrás de mi perro Chanchi, que crecía conmigo y me conducía a todas partes, aunque mi juguete preferido era una pequeña cierva que mis hermanos criaron con las cabras. Desde pequeño me fascinaron estos animales, de ojos grandes y de mirada profunda, que si te paras a contemplarlos te darás cuenta de su gran nobleza, por lo que siempre te quedaran ganas de volver a observarlos.
    En los años 1959/60, tuve la oportunidad de comprobar esto, cuando fui encargado para criar varias decenas de estos animales, para ser devueltos a su libertad, como repoblación, en otros lugares de la península, como puede leerse en un precioso artículo de la “Revista Caza y Safaris”, escrito por mi entrañable amigo D. José F. Titos.
    En 1936, Cuando dio comienzo la guerra civil, la cierva ya no se iba con las cabras, prefería quedarse conmigo en el cortijo, y comer de todo lo que yo le daba, y no aceptaba nada de nadie que no conociera, así que, con mi perro y mi cierva, era yo el niño más feliz del mundo, y creo que no los hubiese cambiado por el caballo de cartón que todos los niños de mi edad hubieran soñado.
    Por motivos de la guerra hubo que abandonarlo todo, para seguir a unos cuantos, que armados hasta los dientes, obligaban a toda una muchedumbre para conducirlos a ninguna parte. Solo decían en su lenguaje autoritario y amenazador ¡para arriba y callar!
    Mi abuela, una mujer analfabeta como casi todas las mujeres de aquellos tiempos, pero con un gracejo fuera de lo normal, asomada y de jarritas en el enorme portalón de la casa vieja de Navaldurazno, les gastaba bromas a todos los que pasaban en las interminables caravanas con destino desconocido, pensando que a ella no le tocaría nunca, hasta que llegaron otros más armados todavía y con más mala… y nos obligaron a incorporarnos a toda aquella gente, que obedecían órdenes de aquellos, que de la noche a la mañana pasaron de ser conocidos trabajadores de la finca, a mandones cabecillas.
    En los veintitantos días que duró aquella tragedia, escaseó todo, y mis padres tuvieron que sacrificar la cierva para alimentar a toda la familia, yo andaba por aquellos días con unas fiebres muy altas y ni comía de nada, solo me apetecía comer la carne de mi cierva, tal vez, sin yo saberlo, pues sólo tenía cinco años.
    La carne la habían cocinado las mujeres en una enorme cacerola de porcelana azul que recuerdo muy bien, y que seguía la caravana a lomos del burro capón, que andaba muy despacio con las orejas caídas: ya no quedaba carne en la perola azul, sólo quedaba la salsa, pero aún seguía siendo mi alimento preferido, mojando sopas de pan si es que lo había.
    El pan lo daban en pequeñas raciones, y había que ir a recogerlo a la casa de “Los Cabezos”, en donde había una especie de economato, de todo lo que habían requisado aquellos vándalos anteriormente por todas las tiendas de todos los pueblos y casas particulares por donde habían pasado.
    “La casa de los Cabezos”, estaba a una distancia considerable de donde estábamos nosotros, y la encargada en ir a recoger el pan era mi madre con el burro capón.
    Algunos días llegaba muy tarde y sin nada porque no había llegado para ella, después de estar todo el día esperando su turno y aguantando el calor de Julio.
    Mi padre y mi abuelo nos condujeron a los lugares más conocidos por ello a toda la familia, pero ya estaban deshabitados, no obstante, permanecimos algún tiempo escondidos por aquellos matorrales.
    A mi padre y a mi abuelo se los llevaron a Pozo Blanco, seguramente con la idea de asesinarlos, pero parece ser que estando allí las cosas cambiaron, y ellos en la confusión escaparon cómo pudieron a campo través hasta llegar a las chozas, de “Juan Luis”, diciendo llenos de alegría que se había acabado todo.
    En aquel mismo momento, creo que era de madrugada, no dudaron en poner en marcha la caravana familiar, pero esta vez en sentido contrario.
    Regresábamos pues a nuestro hogar lleno de alegría, aunque nunca olvidaríamos la dolorosa experiencia vivida en aquellos días de terror. Ahora hasta parecía que el burro caminaba más de prisa y con orejas más derechas como si tuviera unas ganas locas de llegar a Navaldurazno, para irse a San Calixto, porque, aunque estaba privado de sus facultades varoniles, le gustaba reunirse con las burras, y cada vez que hacía falta había que ir por el a San Calixto. Mi madre lo montaba siempre para ir al pueblo, lo arrimaba a un desnivel y cuando le caían los 80 kilos encima comenzaba a andar despacio y con una oreja para cada lado.
    Cuando murió, cerca de la casa, daba muy mal olor, y decía mi padre que hasta después de muerto estaba dando por ahí por donde las espaldas pierden su honroso nombre.
    Por aquellos tiempos quedaron en la sierra unos cuantos, de excombatientes renegados, de los que no faltó su visita a nuestra casa, para darnos otro buen sablazo y amenazar de muerte a mi padre y a mi abuelo si daban parte a la Guardia Civil, diciendo que los habían visto.
    Después mi hermano, Diego tuvo un encuentro con ellos, en la casa de Varetales, cuando estaba haciendo el servicio militar; le habían dado las fiebres de malta y tenía muy mal aspecto, y los bandoleros se reían de él preguntándole que si todos los soldados de Franco, tenían la misma pinta.

Todo aquel macabro dialogo se estaba desarrollando debajo del alcornoque que hay por delante de la casa, mientras que otro de ellos le acariciaba el cuello con una cuerda: en aquella época no se andaban por las ramas cualquiera era buena para colgarle el chaleco al menos pensado.
    Mi hermano Diego, contaba esto como una anécdota, pero qué duda cabe que en aquellos momentos las pasaría canutas, hasta que por fin a fuerza de cháchara que a él no le faltaba, terminó por caerles bien a los bandoleros y los hizo cambiar de opinión.
    Los años de la posguerra fueron muy malos, sobre todo para los más pobres como pasa siempre. Todos los que andaban alrededor de la montería, tenían que pasar muchas penalidades con el mal tiempo para ir de un lado para otro incluso de noche, y quedarse donde podían, para estar en otro lugar con los caballos a punto para otra jornada de caza, y volver el infeliz cargado con todos los pertrechos a agarrarse a la cola del caballo en las empinadas cuesta como único recurso para poder llegar.
    Desde Hornachuelos venían andando para recoger las entrañas de los ciervos muertos para alimentarse, porque no había otra cosa. Los caminos de la sierra eran muy duros para todos los que tenían que usarlos a diario para ir a trabajar en las distintas faenas de campo.
    Pero los tiempos afortunadamente fueron cambiando, y hoy se puede recorrer toda la sierra de Hornachuelos a lomos del usual caballo metálico. El progreso no arregla los caminos, pero produce coches.
    Desde siempre para mí el camino que une Hornachuelos con Guadalcanal, me ha resultado ameno y familiar, antes por razones de trabajo, y ahora por ocio, no he dejado de hacerle una visita de cuando en cuando, e ir recordando al paso toda una serie de vivencias pasadas, pero siempre presentes en mi larga andadura por la sierra, cada vez que me adentro, pero sin salir de ella parece que espero encontrar algo nuevo o distinto, aunque todo siga siendo igual.
    Desde toda mi vida me han unido fuertes lazos con las tierras cordobesas, allí tuve mis primeros amores y allí pasé buena parte de mi juventud, hasta que en 1961 entrara a ocupar un puesto en la emisora de RTVE. en Guadalcanal.
    Cuando me conducía a Guadalcanal la madre de Morito, una yegua noble como ninguna, yo solo contaba diez años; en la puerta de Navaldurazno me despedía de mis padres, tras haberme advertido que no les tocara a las riendas, que ella sabía el camino y me llevaría a Guadalcanal sin problema alguno.
    Hace muchos años que sigo cruzando esas sierras con cierta frecuencia. A María, mi esposa, y a mí nos gusta ir recordando cada lugar, que para nosotros tiene un significado entrañable: Comprar pan al paso por los pueblos, y coger bellotas de nuestra encina preferida, para comerlas con pan por el camino, o parar a merendar en los verdes prados de la ribera, que elegían nuestros hijos cuando eran pequeños.
    La madre de Morito la recuerdo mucho cada vez que voy o vengo de Hornachuelos, y no salgo de mi asombro, como aquel animal entre un sin fin de veredas, incluso algunas en la misma dirección, sabía sin equivocarse la que tenía que tomar. Quizás se daría cuenta, aquel maravilloso animal de la inexperiencia del jovencísimo jinete, y por eso ella tomaba tan sabias decisiones.
    Donde la Sierra Norte deja de ser sevillana para convertirse en cordobesa, como dice mi amigo Titos en uno de sus artículos sobre estas sierras, es donde María, siempre me comenta que le crece el corazón como buena cordobesa, ella incluso les ha puesto nombres por su cuenta, a lugares que ahora recordamos su origen cuando pasamos por ellos.
    En estos últimos años, viajamos con cierta frecuencia a la, muy noble y muy leal villa, la Roda de Albacete, por motivos familiares, y como tal me veo obligado a hacer algún comentario de la bella y legendaria región manchega, en el presente libro.

Isidro Escote Gallego

domingo, 3 de julio de 2022

De Toponimia Hispalense – Rivera de Benalija

Benalija

    Benalija es nombre de una rivera o arroyo que, naciendo en el término de Alanís y sirviendo de linde entre éste y el de Guadalcanal, baja hasta las tierras de Cazalla de la Sierra, caminando de Noroeste a Sur hasta unirse con el Río Viar, que va a parar también al Guadalquivir[1]
1En realidad, la grafía Benalija alterna con la de Benalíjar en la documentación oficial más moderna y en determinadas fuentes editadas, como son las revistas de difusión local, publicadas anualmente con ocasión de los festejos, donde se simultanean las denominaciones corográficas Rivera de Benalija y Arroyo de Benalíjar[2]. Con todo, son más las veces en que se escribe Benalija en los textos actuales, sean literarios o no; así sucede con las hojas catastrales de los tres municipios referidos, con los mapas del Servicio Geográfico del Ejército[3] y con el Catálogo Arqueológico[4]. Dado que la pérdida de -r es un rasgo propio de estas hablas meridionales[5], resulta prácticamente imposible averiguar si la forma Benalíjar es una ultracorrección moderna, una hipercorrección analógica a la de otras formas hidronímicas con -r, como Bembézar o Viar[6], o si, por el contrario, Benalija es reflejo de la pérdida de la consonante alveolar originaria.
    Para la resolución de este problema se precisa de un estudio diacrónico, de la documentación que puedan aportar los testimonios antiguos, dado lo insuficientes que resultan los datos meramente sincrónicos. Veamos, pues, qué nos dicen los textos del pasado.
    La primera mención de la forma con -r final la hallamos en el Diccionario de Madoz (s.v. Alanís), referida a «el (arroyo) de Benalíjar, abundante en truchas y bogas, que da las primeras aguas al río Huerna»[7] . De ahí la tomarían Asín Palacios[8] y García de Diego López, quienes, no conociendo otra variante, establecen sus hipótesis a partir de un étimo diverso, como se verá. Ignoro la fuente de la que bebería Madoz al considerar esta última grafía; seguramente, dado que al tratar del hidrónimo en otros lugares lo hace con la forma Benalija[9], obtuvo el dato de informes enviados desde el mismo municipio de Alanís. Sin embargo, no deja de extrañar este hecho, sobre todo si se tiene en cuenta que las autoridades municipales recurrían a la documentación antigua para dar fe de las propiedades del término, de sus límites, y de los nombres que llevaban en otro tiempo[10]. Y es un hecho que, desde los primeros testimonios conservados en los archivos de estas poblaciones, aparece el nombre Benalija sin excepción. Claro es, que cabría aún pensar que la forma documentada fuera reflejo del rasgo dialectal de la pérdida de -r final, no exclusivo, pero sí de gran incidencia en el andaluz desde temprana época[11]. De ser así, tendríamos en el Benalija del documento de la Donación de Reina, fechado en 1246, el caso más temprano de atestiguación de este fenómeno, no documentado, que sepamos, antes del siglo XIV[12].             Pero no parece posible que ocurra tal cosa, pues, además de que en la mencionada fuente documental se nombra dos veces el nombre del río vecino con la forma Bembezar (sin pérdida de -r), junto a Benalija y a Guezna[13], además de ello, la grafía vuelve a aparecer en el Libro de la Montería de Alfonso XI, así como en otros documentos de los siglos posteriores (vid. aparato documental), siempre exenta de -r.
    Me he detenido en la consideración de las variantes gráficas del topónimo por su trascendencia para el establecimiento de la etimología, a pesar de que no todos los estudiosos de la toponimia árabe consideren relevantes estas diferencias formales; E. Terés, por ejemplo, se refiere a un Guadalija «llamado vulgarmente Gualijar[14]y también Gualija y Alija» (Materiales, p. 370), sin dar otra explicación sobre las grafías. Y en otro lugar de la misma obra, tratando de la voz Guadalijar[15], asegura que «aparece aludido más frecuentemente como Río de Gualijar» (p. 371).        

    Tomando como base el hidrónimo Benalijar, Asín Palacios (Contribución, p. 84) aventura un *Ibn-Alhiyâr, «el de las piedras», apodo, o un *Bina-Alhi^yar, «casa de las piedras»[16]. Igual que él, García de Diego López se refiere al hidrónimo sevillano con la forma Benalija[17], ofreciendo, como es usual a lo largo de su Estudio, posibilidades etimológicas para todos los gustos sin dar explicación de ningún tipo. Así, dice: «Del ár. ben «árbol» y alijar o «erial» de al-dixar sería «el árbol del erial». Bien del lat. penna illisa «peña intacta» o del ár. ben-al-hixen, antropónimo» (p. 63); más adelante, s.v. ribera (p.96), repite la voz, añadiendo: «Ben-alijar se halla en Cádiz y Toledo y puede ser de Hixen»[18] . Se referiría, con toda seguridad, no a esa forma, sino al Alijar de Cádiz y al Alejar de Toledo, que Asín Palacios recoge en su Contribución (pp. 57, 64) con el significado de «las piedras» y que Simonet (Glosario, p. 1 1) considera emparentados con el cast. alijar y ejido, del lat. EXIRE, de donde también los topónimos Aleixár de Tarragona y Los Alixáres de Granada.    
    Como es evidente, las interpretaciones erróneas sobre el étimo del hidrónimo que estudiamos no provienen sino de una falsa lectura y de la utilización de una sola fuente de información. De haber acudido a la encuesta directa hubieran oído una pronunciación [benelíhê] que les habría ahorrado vanas explicaciones.
    Por lo que se refiere a la forma que consideramos más etimológica, Benalija, cabría relacionarla, por su segundo componente, con los nombres del lugar Alija, Gualija o Guadalija y Caudalija, los tres primeros hidrónimos de Cáceres y nombre de caserío el último, perteneciente al municipio de Castuera (Badajoz), que recoge E. Terés (Materiales, 370-371), así como con los que consigna Madoz (Diccionario, s. vv.): Alija de la Ribera (lugar del término de Valdesogo de Abajo, León) y Alija de los Melones (villa de La Bañeza, León, y ayuntamiento de la provincia de León). A pesar de que Terés suponga distinta etimología para Benalija, que él escribe Benalixa posiblemente por extraerlo del Libro de la Montería, no veo clara la razón de negar su parentesco con las formas mencionadas. Si la presencia de topónimos Alija en tierras leonesas se ha querido relacionar con el desplazamiento de algunas tribus árabes desde tierras cordobesas y toledanas[19], donde se encontraba el primitivo Alija de los textos árabes[20], hacia tierras del norte, ¿por qué no conectar el Benalija de estas tierras extremeñas con esos otros nombres de lugar? Téngase en cuenta, además, que Terés sí relaciona con ellos el Caudalija[xxvi]de Castuera, localidad muy próxima a las tierras regadas por la Rivera de Benalija.
    De la etimología de Alija no se ocupan ni Oliver Asín —que se limita a indicar cómo el radical Alija aparece atestiguado en obras literarias árabes, como ‘la Yamhara de Ibn Hazm, bajo la forma Alisa: Orígenes de Castilla, p. 32— ni E. Terés, aunque el último aclara algo más al respecto: «Lo que sí cabe suponer es que aquel Alisa diera nombre al río que corre a sus pies, que sería en árabe Wãdi Alisa, hispanoárabe *W á d A I i s a «río de Alija», nombre, éste, preexistente, y, por tanto, no árabe». Y continúa: «Corominas sugiere un hipotético precedente nominal Aliscia, referido concretamente a los «Alija» leoneses» (Materiales, p. 371). Efectivamente, tratando la posible raíz *ALISANTIA (variante sufijal de ALISONTIA>Eslonza) de los hidrónimos Arlanza y fr. Auzance, añade el etimólogo catalán: «En cambio es bastante más dudoso que vayan con esta raíz y con el nombre del aliso los siguientes: […] Aleje, partido de Riaño pues la vacilación entre x leonesa y ç castellana sugeriría algo como *ALES-CI o *ALÍS-CI; Alija de los Melones, partido de la Bañeza (Alixa en 1253, Vignau; ALISCIA?) »[21]
    Respecto al primer componente del hidrónimo que tratamos, parece ser decisivo para establecer la naturaleza antroponímica o toponímica originaria de este compuesto hispanoárabe. El problema reside en ese mismo carácter de forma compuesta, pues la mixtura formal entorpece la concreta identificación originaria: si se piensa en el prefijo frecuente en la onomástica árabe ben-, de ibn ‘hijo de’, Benalija sería *Ibn-Alisa ‘el (hijo) de Alija’, apodo o sobrenombre de persona (entendido como ‘el oriundo de la localidad de Alija’). Pero cabe la posibilidad de que se trate de un original topónimo, formado a base del ár. bina ‘casa’, con lo que significaría ‘casa de Alija(compárense los topónimos Benacazón, Benagalbón, Benahalí, etc., que Asín Palacios recoge como compuestos de tal apelativo (bina/bena) y otro término arábigo, en algún que otro caso un nombre propio de persona[22].     En último lugar, no podríamos dejar de postular un primitivo ár. banu, romance bena, formante —dice Asín Palacios: Contribución, pp. 34, 84-85— de nombres propios de familias o de tribus berberiscas que han dado nombres a los lugares por ellos ocupados: Benahadús (Almería), Benamegí (Córdoba), entre otros; de ser así, quizá quedaría aun más justificada la relación entre la nuestra y las restantes formas con Alija de las tierras extremeñas y leonesas[23].
    Documentación. 1246: «e ende a las Nabas de Castriel, como va consigo en la Fuente de la Figuera, e como vierte las aguas a Beznalgorfa, contra Benalija, e otra [sic] Guezna» (Tumbo L., cart. 104). H. 1344: «Et son las armadas entre la casa de Sancho Garcia et el Rio de Benalixa»; «et es la bozeria por el çerro que es entre el Rio de Benalixa et la Senda de las Roças, fasta en derecho de la Cabeça del Catalan» (L. Montería, f. 268 r-v). 1633: «es a saver siete arançadas de biña poco más o menos que yo oi tengo por mia propia a el sitio de Venalixa término de la villa de Alanis, que esta en un pedaço» (A.P.G., f. 436 v). 1728: «en el expolon de Monforte, en vera del camino de la puente de Benalixa contra el Arroio Molinos»; «siguiose dicho arroio del Tamujal avaxo asta entrar en el Río de Benalixa, siguiose Benalixa arriva hasta encontrar con el expresado Arroio Molinos»; «para que hechas en los mojones y en camino a dicha dehesa y estando a la linde de ella por la parte de la Rivera de Venalija» (A.Nf.G., ft. 6r, Ir, 31r). 1783: «una tierra […] a el sitio de Gaspar del Valle terrnino de Cazalla, linde con rivera de Venalixa y realenga» (A.M.G., f. 115 r).

Notas.-

[1] P. Madoz, Diccionario Geográfico Estadístico Histórico de España y sus posesiones de Ultramar, Madrid, 1846-1850, 16 vols. (citado Diccionario). Las abreviaturas bibliográficas utilizadas en lo que sigue son:
ALEA M. Alvar (con la colaboración de A. Llorente y G. Salvador), Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía, Granada, 1961-73.
Contribución M. Asín Palacios, Contribución a la toponimia árabe de España, C. S. I. C. Madrid, 1940
Tópica J. Corominas, Tópica hespérica (2 vols.), Gredos, Madrid, 1972.
DECH J. Corominas-J.A. Pascual, Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico (4 vols.), Gredos, Madrid, 1980 Eguaflaz Glosario
L. Eguílaz, Glosario etimológico de las palabras españolas de origen oriental, Atlas, Madrid, 1974.
Dialectología Mozárabe A. Galmés, Dialectología Mozárabe, Gredos, Madrid, 1983.
Estudio V. García de Diego López, «Estudio histórico-crítico de la toponimia mayor y menor del Antiguo Reino de Sevilla», separata de Archivo Hispalense, nº97 (1959).
Libro del Repartimiento J. González, Repartimiento de Sevilla (2 vols.), C.S.I.C., Madrid, 1951.
Catálogo arqueológico J. Hemández-A. Sancho Corbacho-F. Collantes, Catálogo Arqueológico y Artístico de la provincia de Sevilla (4 vols.), Excma. Diputación Provincial, Sevilla, 1965.
I. G. C. Instituto Geográfico y Catastral.
Nomenclátor Presidencia del Gobierno, Instituto Nacional de Estadística, Nomenclátor de las ciudades, villas, lugares, aldeas y demás entidades de población. Provincia de Sevilla. Separata del t. Iv-41, Madrid, 1973.
Orígenes de Castilla J. Oliver Asín, En torno a los orígenes de Castilla. Su toponimia en relación con los árabes y los beréberes, Real Academia de la Historia, Madrid 1974.
S. G. E. Servicio Geográfico del Ejército
Simonet. Glosario F. J. Simonet, Glosario de voces ibéricas y latinas usadas entre los mozárabes, Real Academia de la Historia, Madrid, 1981 (ed. facsímil de la de 1888, 2 vols.).
Materiales E. Terés, Materiales para el estudio de la toponimia hispanoárabe. Nómina fluvial, t. I, C. S. 1. C., Madrid, 1986.
Dialectología Española A. Zamora, Dialectología Española, Gredos, Madrid, 1970 (2ªed.)
Las abreviaturas documentales mencionadas son las siguientes:
a) de fuentes editadas:
L. Mont. o Libro de la Montería Alfonso XI, Libro de la Montería (según el ms. Y. II. 19 del Escorial), ed. de Dennis P. Seniff, Madison, 1983. Tumbo L. Tumbo de León (vid. J. V. Corraliza, «La geografía extremeña», Revista del Centro de Estudios Extremeños, año V, Sept. – Dic. 1931, t. V. pp. 295-302).
b) de fuentes inéditas:
A.E.G. Archivo Eclesiástico de Guadalcanal, Parroquia de Santa Ana, Libro de matrimonios de 1578
A.P.G. Archivo de Protocolos Notariales de Guadalcanal, año 1633, sig. 2.
A.M.G. Archivo Municipal de Guadalcanal. Amojonamientos y deslindes. Patrimonio. Años 1728 y 1783, sig. 574.
A.M.S.P. Archivo Municipal de San Nicolás del Puerto, carpeta sección 2ºde Hacienda, Libros 63 (1882) y 65 (1888). Carpeta sin signatura, pues el Archivo Histórico permanece sin catalogar.
[2] Para la cuestión del posible dialectalismo del apelativo rivera, remito a mi Tesis, citada en la nº. 4
[3] Hojas 899 y 920 de los mapas de escala 1: 50.000. Lo mismo acontece con el mapa de la Provincia de Sevilla (escala 1:200.000) del I.G.C.
[4] Donde se menciona el hidrónimo con las denominaciones Ribera de Benalija (s.v. Guadalcanal), Ribera del Arroyo de Benalija (s.v. Alanís) y Río de Benalija (s. v. Cazalla de la Sierra).
[5] El ALEA IV (mapa 1721) señala en el área norteña de Sevilla la neutralización de la oposición /1/: /r/ (en posición implosiva final de palabra), realizada por medio de la pérdida de la consonante final. Yo misma he oído de boca de mis encuestados abundantes ejemplos de este fenómeno, del tipo [g w e e k á] por Guadalbacar, [bjá] por Viar, [g w a n p h í] por *Buenagil (de Bonagil), [K a m p 03 í] por Campovil, etimología popular a partir de un original Campovid, [K a m p e y á] por Campallar, que en la cartografía actual aparece grafiado Campoallá, por etimología popular también. De la antigüedad del fenómeno en estas hablas es muestra bien patente el Baltaza (por Baltasar) de un documento eclesiástico de Guadalcanal del año 1578 (A. E. G., 1578, fol. 6 -vid. n. Vid. también n. 16.
[6] Las cuales, a pesar de la eliminación de la consonante final en el habla, han mantenido su grafía intacta desde los primeros documentos. Lo mismo que para la grafía Benalíjar, cabe decir para la de Huéznar (vid. n. 18), por lo que sospecho que la -r de los otros dos nombres de corrientes fluviales haya influido en las modernas grafías de las formas originalmente desprovistas de -r.
[7] Repárese en la falta de acento gráfico, que originará posteriores confusiones en la interpretación a los estudiosos que tomen como referencia única esta fuente. Obsérvese, asimismo, que es sólo aquí donde menciona el hidrónimo con -r final, refiriéndose, como las revistas locales, al arroyo, y no a la rivera (vid supra)
[8] Contribución, p. 84. Ya al principio de su obra (p. 11), Asín señala que el método seguido por él es el de extraer del Diccionario de Madoz todos aquellos topónimos que de primera intención le han parecido, atendiendo a su forma, tener origen árabe.
[9] En efecto, en la entrada dedica a Guadalcanal cita “la ribera nombrada de Benalija”, y “el puente llamado de Benalija, que divide este término con el de Cazalla de la Sierra”; en el artículo de Cazalla vuelve a tratar el nombre: “por el N. y a distancia de una legua, corre otra rivera con el nombre de Benalija, que se seca con facilidad (subrayados míos).
[10] Así, en los documentos del archivo de San Nicolás del Puerto, por ejemplo, se insiste en varias ocasiones sobre la precisión de testimonios escritos para avalar los límites y los nombres de las propiedades del término: «Buscados en el archivo los antecedentes precisos bien antiguos o modernos, no se había encontrado cosa alguna que ilustrase el asunto» (A. M. S. P., libro 63, 1882): «también se acordó que no existiendo en el archivo de este Ayuntamiento documento alguno de los varios deslindes practicados para la conservación de dichas servidumbres»… (libro 65, 1888); «sobre defensa de los bienes comunales para que se practiquen las averiguaciones necesarias para llevar al esclarecimiento legal sus verdaderos límites conocidos por los ancianos de esta villa desde tiempo inmemorial, a falta de documentos que acrediten lo contrario» (libro 66, 1896).
[11] Vid. J.A. Frago Gracia, «La fonética del español meridional y sus fuentes históricas», en Miscel-lania Sanchis Guarner ll, Universidad de Valencia, 1984, pp. 131-137. Por lo que concierne a la documentación de materiales de esta misma área, pueden verse los que aporto en mi Tesis Doctoral (véase n. 4) y en este lugar (n. IO).
[12] Ibídem, p. 136-137 y n. 61. Ahora bien, teniendo en cuenta que el registro del topónimo se hiciera conforme a la forma escuchada de boca de los hablantes de esa zona, pues parece ser que el documento se redactó en tierras leonesas.
[13] Como ya he dicho más arriba, el caso de Huéznar es paralelo al que estudio por no hallarse grafiado con -r hasta época reciente (vid. s.v. HUESNA en mi Tesis, cit. en n.4).
[14] Falta, como en Madoz (vid. supra, n. 12), el acento gráfico en este caso, pues creemos que de Guadalija la variante «vulgar» será Gualíjar, como Gualija y Alija, sin que ocurra cambio de acentuación.
[15] Aquí, sin embargo, está justificada la falta de acentuación gráfica, ya que los hidrónimos se relacionan con el cast. Alijar -según Terés- por lo que el acento recae en la primera sílaba (vid. Supra)
[16] Partiendo, claro está, de la presuposición de una acentuación aguda del hidrónimo, que tendría la etimología misma del cast. alijar ‘especie de ladrillo morisco, azulejo, según Eguilaz (Glosario, pp. 198199).
[17] También interpretando la forma como aguda, pero adjudicándole el étimo correspondiente al cast. alijar ‘terreno inculto’ (Eguilaz, Glosario, p. 199), ‘ejido’ (Simonet, Glosario, p. 11).
[18] También se refiere al topónimo cuando, a propósito del Benajila de Alcalá de Guadaira, afirma: «Posible anterior [Benalíjar] con metátesis». Para la probable filiación de este nombre de lugar, véase s.v. BONAGIL en mi Tesis, cit. en n.4. De otra parte, he de advertir que en la redacción del trabajo de García de Diego López faltan tanto acentos como signos de puntuación, subrayados, etc., que hacen prácticamente ininteligible el texto; por ello he preferido añadirlos a la hora de transcribir sus partes.
[19] Concretamente, de la tribu beréber de Awraba, de los Sabrun, que, después de gobernar ‘Alisa, cayeron en desgracia y huyeron hacia el norte, donde dejarían su huella en otros topónimos como Cebrones, precisamente gentilicio plural romance de Sabrun (vid. Oliver Asín, Orígenes de Castilla, pp. 32-33).
[20 E. Terés encuentra documentada la forma Alija, además, en «el texto histórico de Ibn Hayyãn cuando, al describir el curso del Tajo, afirma que este río, aguas abajo de Talavera, pasa por el Norte de la fortaleza de AIisa, a 80 millas de Toledo, exactamente al septentrión de Córdoba» (Materiales, p. 370).
[21] Como manifiesta explícitamente, deja constancia del topónimo en su obra «por la hipotética relación que en algunos casos se observa entre los encabezamientos G u a d- y C u a d-» (ibídem, p. 371), presunta simbiosis arábigo-romance que no es sino un punto más a favor de la relación del nuestro con la serie de hidrónimos mencionada.
[22] Tópica 1, p. 100, n. 31. Contribución, s. vv.
[23] Por si sirviera de apoyatura histórica para nuestra hipótesis, recordaremos aquí que, como advierte E. Terés, el desplazamiento de los antiguos habitantes de Alija hacia el norte no fue en modo alguno definitivo, ni mucho menos supuso la ruptura de estas gentes respecto a Córdoba, como establecía Oliver Asín, pues «en el texto impreso de los Mafejir al-barbar, se registra un Saydun ibn Wakil al Awrabí (Saydun ha de leerse Sabrun, confusión fácil en grafía árabe), hijo, a lo que se ve, de aquel Waqil caído en desgracia, del cual se dice que desempeñó altos cargos bajo ‘Abd ar-Rah man an-Nasir» (Materiales, pp. 370-371).

María Dolores Gordón Peral
Catedrática Universidad de Sevilla

domingo, 26 de junio de 2022

Crónicas de una añoranza 1

Apuntes de Diego “El Sereno”

Primera parte

A continuación, pueden leer ustedes, parte de los primeros apuntes que realizó Isidro Escote Gallego, de lo que posteriormente sería un libro.

Prólogo. -

    Jamás cayó en mis manos un libro tan autentico y espontáneo, como el de este guadalcanalense de bien, Isidro Escote Gallego, el que, ya adelanto diciendo que, como Don Quijote, además de ser un visceral soñador, siempre fue gran madrugador y amigo de la caza.
    Creo que el presente libro es tal y como lo he calificado, por estar, precisamente, desnudo en su totalidad de oropeles y falsos ropajes literarios que, en muchos casos, no son sino grotescas máscaras que disfrazan, con ridiculez, lo que sólo son muñecos rellenos de despreciables harapos o, en todo caso, de humo que, como tal, solo sirve para diluirse en el vacío y ensuciar en horizonte.
    Conforme me fui adentrando en la lectura de esta historia de nostalgias y sueños, se fue arraigando en mí, más y más, la cesación de que, lejos muy lejos, de que fuera expresada con falso artificio literario y cierta hipocresía, había ido brotando, por el contrario, de lo más profundo del alma de este trovador del pueblo sencillo, con tal naturalidad, con sinceridad y con tal espontaneidad como, por poner un ejemplo, brotan las fresillas silvestres a la vera de una vereda perdida en el monte, o a orillas de algún arroyuelo cantarín, por el solo hecho de ser Primavera.
    No es precisamente el bueno de Isidro un hombre de “pluma y letra”, según el castizo decir de la gente sencilla del pueblo, en el sentido de ser un hombre que vive de los libros y entre los libros a la sombra de unos estudios universitarios, no, pero esto no quiere decir, ni mucho menos, que le esté vedado ser un hombre que sienta el arte, en su sentido más amplio, como el que más, y que esos sentimientos afloren, ya sea en la pluma o sea, incluso, en el taller, pues de hecho, este honrado hijo de Guadalcanal es un admirable artista en eso de le taxidermia y en otras muchas obras de arte que él sabe crear con “las navajas” de un jabalí o con las cuernas de un venado. No olvidemos que el verdadero artista jamás se hace, sino que nace.
    Todo esto viene a corroborar aún más lo que ya he afirmado de este trovador de Guadalcanal en cuanto a aquello de la autenticidad, espontaneidad y naturalidad, es decir, en eso de llamar al pan, pan, y al vino, vino, sin más sortilegios ni eufemismo, pues esta es la manera en que Isidro Escote escribe este su libro de añoranzas y entrañables recuerdos, que si bien lo son de unos tiempos muy difíciles, en los que no había de nada -pan tampoco- y en un escenario muy aislado y depauperado, allá por las bravías y montaraces Sierras de Hornachuelos, es tal el cariño e, incluso, “el güenángel” con que lo expresa, que más que a llorar, obliga al lector a sonreír entre tierno y compasivo, y es que, a su vez, -¿cómo no? Isidro, entre sevillano y cordobés, es un andaluz de pura cepa, pues nació (allá por la Guerra Civil) en el luminoso y encantador pueblo de la Sierra Norte de Sevilla, Guadalcanal, pero se crío en las cinegéticas sierra de Navaldurazno, del término de Hornachuelos (Córdoba).
    Un hombre que nace y se cría en tan espectacular y campestre escenario, tiene que ser, necesariamente, el amante de la naturaleza más bravía y el ancestral cazador que Isidro es.
    Pero si, además, aunque solo sea por aquello de que “de raza le viene al galgo”, es nieto de aquel mítico y sabio conocedor del campo y de todos sus entresijos, que fuera Diego “El Sereno”, entonces ya no hay más que hablar aquí.
    Y esto es, así como a vuela pluma, lo que pienso de la presente historia, que mi buen amigo Isidro Escote ha intentado dibujar con esos sus pinceles, limpios de todo artificio y al natural en este libro. Una añoranza vibrante y emotiva que, arrancando de aquel admirable Diego “El Sereno”, su abuelo, transcurre a través de su niñez y juventud en unos tiempos que, al lado de los presentes, parecen de la prehistoria, y en unos parajes que, esos sí, antes los actuales debían ser de no sabría decir que Sierra de un paraíso que sólo se puede soñar.
    Y como punto final, ya no me atrevo a decir aquello otro de “como broche de oro”, por parecerme demasiado jactancioso, aquí llevas, estimado amigo Isidro, estas trovas a ti dedicadas.
    Leyendo, Isidro, tu historia de cazador campero, debo decirte sincero, en tu honor y en tu memoria, que he aprendido con euforia, lo que es la auténtica caza y todo cuanto ella abraza, pues heredaste de lleno de aquel tu abuelo “El Sereno”, su “hombría de bien” y su raza.
    La raza del cazador, que atrocha en la serranía, con la casta e hidalguía, del que es todo un señor.
    La raza del deportista, y del que tiene la vista, el poderío y majestad, de la gran águila imperial. La raza en fin de un artista.
    Pues de todo buen cazador, todo un señor debe ser, el pecho lleno de amor, y los pies como un lebrel.
Texto de José F. Titos Alfaro.

Añoranzas de un cazador. -


    Diego “El Sereno”, mi abuelo, fuente de mis amores por el campo y por la caza.
    Los hechos más significativos ocurridos en historia reciente, me van a permitir realizar esta centuria tan llena de acontecimientos en los que siempre he permanecido como fiel testigo para evocarlos con verdadera nostalgia y añoranza.
    Por sus páginas desfilarán suficientes elementos de juicio para ver en perspectiva aquellos episodios que forman parte del acervo de nuestro pasado, con especial hincapié en la temática de la caza y en mi gran amor por el campo.
 También convivirán con nosotros, acontecimientos anecdóticos, pero no menos representativos, que han trazado el curso de las actitudes y comportamientos, en el complicado siglo pasado.
    Trataré de hacer revivir escenas y personajes que han dejado huella en el transcurso de mi vida para poner a nuestro alcance de un modo ameno, sugestivo y riguroso todo el producto de una historia familiar.
    Después de esta pincelada, como introducción, entremos de lleno en materia; empezando por el que fuera la fuente de mi apasionado amor por la caza y por el campo; mi inolvidable abuelo materno, el mítico Diego “El Sereno”.
    Era un hombre alto, más bien delgado, de ojos pequeños y mirada penetrante. Sonreía con facilidad cuando llegaba su momento, y actuaba con rectitud cuando tenía que hacerlo.
    En su rostro, abatido por mil solaneras y otros tantos cierzos, parecían luchar a porfía la pureza y la bondad. Todo un caballero a la antigua usanza, para quién la dignidad y honor de un hombre con patrimonio del alma y sabiendo a su vez, que el alma solo es de Dios.
    Procedente del medio rural, fue Sereno en Guadalcanal sobre el año 1924, de ahí su apodo.
    Cuando tuvo alrededor de 30 años, tomó escopeta y perros y comenzó para él y para los suyos una nueva vida.
    No sé si la necesidad, la suerte o las circunstancias lo hicieron ser la mejor escopeta del lugar, para doctorarse pronto en la difícil ciencia cinegética, y cumplir y hacer cumplir el buen hacer de tan noble deporte.
    Hombre duro, incansable, con unas piernas de acero que llegaba a cansar a las perdices, según me comentaban todos los que lo vieron cazar en la sierra del Viento o de la Albarrana junto a otros cazaderos por donde solía andar, con la Cuerda. (Cuerda se le decía al conjunto de hombres, que cazaban en mano y a un zurrón)  

 
La cómo mejor escopeta, era jefe y por supuesto el que tenía que llevar “la mano baja” que es la que más tiene que andar, al tener que rodear las montañas, mientras que el “la mano alta” no tiene prácticamente más que andar unos centenares de metros en circulo y esperar y esperar a que los demás vayan cerrando, sobre todo al de “la mano baja” que es el que va por la base de cada cerro, para ir copando la caza.
    Por tal motivo el de “la mano baja”, “El Sereno”, tenía que tirar a las perdices a gran altura y a una velocidad de crucero, al cruzar de un lado a otro de las montañas. Esas perdices que, al decir de los castizos van “hablando con Dios”.
    Había dos formas de repartir la caza que se mataba en la jornada, una era “a un zurrón”, (repartir por igual) y la otra, cada uno lo que matara. En esta última solía haber discusiones cuando dos tiraban a la misma pieza. Entonces había que someterlo a juicio de “El Sereno”, quien tras soplar a la pluma o al pelo para ver las entradas de los perdigones, dictaminaba a quien pertenecía y sin mediar palabra, se la echaba a los pies del que la había matado, (nunca se la entregaba en la mano).
    “El Cabrero”, que es como él le llamaba a su escopeta de dos tiros de ante carga, que a pesar del proceso que suponía efectuar la carga de cada disparo, parece ser que lo superaba con la suficiente habilidad y rapidez como para ganarle la acción a las perdices, y no había redención posible cuando se echaba la escopeta a la cara. Un alto porcentaje de las perdices que tiraba tenían que pasar por el enorme zurrón que colgaba de sus espaldas.
    Comentaban los componentes de la cuerda que en las grandes hondonadas abría el compás y no dejaba pasar ni a una perdiz por alta y rápida que pasara. La necesidad le había enseñado a no fallar, porque del esfuerzo físico y de su habilidad de cazador pendía el sustento de toda su familia. ¡Como el que no dice nada!
    Él tenía gran estima por su escopeta, que conocía muy bien y se sentía muy seguro con ella; una anterior le había reventado, y lo pudo dejar manco de la mano izquierda que desde entonces tenía un poco tarada, pero que no le impedía para nada en el desenvolvimiento diario, por eso se agenció “El Cabrero”, que tenía los cañones alambrados, para evitar que sucediese lo peor.
    Cuando regresaba, bien entrada la noche, con el zurrón bien repleto de caza, me contaba mi abuela que ella tenía que salir por todo el pueblo, para vender la caza, de la que por lo menos, tres o cuatro piezas, que era el valor de las alpargatas, que “El Sereno” rompía cada día de caza andorreando por esos de Dios, con la innata sabiduría de un superdotado y la astucia de un gato montés.
Así, más o menos, transcurre la segunda etapa de la vida de Diego “El Sereno”, hasta que cierto día, un señor extremeño, enterado de su valía en el arte venatorio, lo mandó llamar para que se pusiese a su servicio, cosa que “El Sereno” aceptó complacido, y desde aquel día comenzó la tercera etapa de su vida para tomar los hábitos y velar las armas de la guardería andante, y la que ya no cambiaría, mientras vivió.
    El señor extremeño, dueño nada más y nada menos que de “Cantargallo”, una enorme dehesa considerada en aquel tiempo como una de las mejores de Extremadura en lo que a caza menor se refiere y sobre todo a perdices.
    Por ineludibles compromisos, este señor tenía que disponer de una cantidad de perdices todos los días, para mandarlas a determinadas personalidades de la villa y corte, y esto creo yo que fue el principal motivo por el cual mi abuelo fue requerido por D. Fernando Zambrano de Ardáy,
    El señor extremeño estaba interesado por aquel tiempo en la compra de un coto de caza Mayor, y quien mejor que “El Sereno”, para su elección, que no dudo en poner los ojos en Hornachuelos, ya que conocía buena parte de aquellas tierras por sus andancias cinegéticas, y así un determinado día, mi abuelo, montando una yegua castaña, partió por orden de D, Fernando a la búsqueda de un coto que estuviese en venta en las sierras de Hornachuelos, que entonces era muy reducida con respecto a lo que hay hoy.
    Volvía mi abuelo al cabo de unos días enamorado de Navaldurazno, -el coto seleccionado- y comento largamente con el nuevo jefe todo lo que había visto por toda la zona. Parece ser que todo aquel comentario impresionó al señor extremeño y antes las afirmaciones que le hizo “El Sereno”, no dudó en comprarlo, y sin molestarse en ir a verlo, lo mandó de nuevo a Hornachuelos con la señal de compra de la tan codiciada finca.

Isidro Escote Gallego.

domingo, 12 de junio de 2022

La Sierra Morena de Sevilla y sus paisajes y 6

Última  Parte

 4.1_ Diagnóstico general del paisaje

    Pese a la creciente consideración de los valores y recursos paisajísticos, no puede obviarse el carácter novedoso que esta nueva dimensión y funcionalidad del territorio presenta tanto a nivel institucional como social. Resulta, por tanto, fundamental acompañar cualquier estrategia de protección o mejora del paisaje en un determinado ámbito con iniciativas destinadas a resaltar la importancia que, en términos patrimoniales, socioeconómicos y de calidad de vida, ha adquirido el paisaje en las últimas décadas. Esta tarea de sensibilización, acompañada de las tareas formativas o de asesoramiento a los poderes públicos locales, se hace especialmente necesaria en áreas como la Sierra Norte sevillana, donde todavía se observan algunas reservas respecto a las políticas ambientales, siendo entendidas por determinados colectivos o sectores sociales como negativas para el desarrollo del área.

    Se plantea, de esta manera, la necesidad de hacer evidentes las posibilidades que ofrece el paisaje en relación con la cualificación y singularización de los productos y servicios del ámbito serrano, como un nuevo recurso patrimonial que puede ser movilizado y, en definitiva, como un eficaz indicador de la calidad de vida del área. Por el contrario, debe desecharse cualquier lectura que identifique al paisaje como una imposición burocrática que viene a sumarse a las limitaciones específicas que afectan al ámbito en virtud de sus valores ambientales o culturales.

    A partir de este reconocimiento del paisaje como patrimonio territorial, deberán desarrollarse las medidas oportunas para preservar y revalorizar los componentes y espacios que contribuyen a generar la cualificada imagen paisajística de la que disfruta este sector de la provincia de Sevilla. En este sentido, es preciso indicar que, junto con la recuperación de determinados recursos en claro proceso de degradación (fundamentalmente, edificaciones vernáculas y muros de piedra seca), es necesario reforzar la dimensión paisajística de determinados elementos patrimoniales (tanto naturales como culturales), en los que no han sido suficientemente explicitados o gestionados sus valores estéticos y perceptivos.

    En algunos casos, la reconsideración desde una perspectiva paisajística de estos componentes del patrimonio territorial pasará por el estudio de las relaciones espaciales y visuales que establecen con su entorno inmediato o con otros referentes más lejanos con los que de alguna forma interactúan. En otras ocasiones, el tratamiento paisajístico de estos elementos patrimoniales deberá compatibilizar el mantenimiento de sus valores ambientales, históricos o culturales con los usos y significados que la población les atribuye o les ha atribuido tradicionalmente. No debe olvidarse en ningún caso que la accesibilidad y el disfrute social de estos recursos también contribuyen a su preservación, evitando su abandono o su olvido con el consiguiente peligro de degradación ambiental y paisajística. La apertura y el mantenimiento de itinerarios y equipamientos públicos que permitan el acercamiento a los referentes territoriales y paisajísticos del área deben formar parte, por tanto, de la estrategia general de intervención en el paisaje serrano.

    Siendo importante la adopción de medidas paisajísticas relativas a los elementos o espacios con mayor grado de reconocimiento o singularidad, no puede obviarse el carácter dinámico y evolutivo de la mayor parte del territorio serrano, conformado a partir de la actuación continuada del ser humano sobre el medio. El mantenimiento de los paisajes agroforestales del área, con la dehesa al frente, necesitan fundamentalmente actuaciones y medidas orientadas a mantener su funcionalidad. Desde este punto de vista, la preservación de la calidad paisajística del ámbito está estrechamente ligada a la gestión y al mantenimiento de las labores y actividades tradicionales que, en última instancia, son las que han generado los paisajes que actualmente percibimos y apreciamos (prácticas ganaderas extensivas, tareas de mantenimiento de la dehesa, saca del corcho, explotación de recurso selvícolas, mantenimiento de huertas en los entornos urbanos). Junto a estas prácticas tradicionales, la continuidad y la integridad ambiental de los paisajes serranos también requerirá de la adopción de intervenciones e iniciativas destinadas a evitar incendios forestales, a renaturalizar y reforestar espacios degradados, a minimizar los procesos erosivos asociados a la agricultura, así como a promover la integración paisajística de las nuevas construcciones e infraestructuras en el territorio.    


En el entorno de los núcleos, así como en determinados enclaves productivos, la actuación paisajística debe orientarse fundamentalmente a la ordenación física del espacio (comenzando por la eliminación de los focos de suciedad o degradación existentes), al control de los procesos constructivos (dimensionándolos y ubicándolo correctamente), a la integración de las actividades o elementos con mayor incidencia paisajística (antenas, instalaciones técnicas, depósitos, playas de descarga o almacenamiento, áreas de estacionamiento) y, cuando resulte pertinente, su recualificación a través de intervenciones con criterios paisajísticos.

 4.2_Definición de objetivos de calidad paisajística

• Unos paisajes adehesados sostenibles y multifuncionales que preserven y pongan en valor sus recursos patrimoniales, culturales y paisajísticos.

• Unos paisajes agrícolas serranos compatibles y adaptados a las limitaciones del terreno pero que resulten competitivos en función de su especificidad o de la aplicación de prácticas productivas ecológicas o tradicionales.

• Una imagen tradicional de los núcleos serranos acorde con los valores históricos y culturales que atesoran, siendo imprescindible a tal efecto el máximo respeto por las características urbanas y tipologías constructivas en las que se sustentan las representaciones y significados socialmente atribuidos. Especial atención merecen en este sentido, las vistas externas, los bordes y periferias urbanas recientes, así como las entradas a los núcleos, que presentan una especial sensibilidad en función de los procesos urbanizadores y edificatorios que suelen desarrollarse en ellos.

• Un patrimonio cultural asociado a la explotación de los recursos naturales de la Sierra Norte (minería, aprovechamientos agroforestales, ganadería, obras hidráulicas,…) que se mantenga en buen estado de conservación y que se incorpore como un activo territorial para la implementación de estrategias diversificadas de desarrollo socioeconómico del ámbito mariánico.

• Unos paisajes naturales connotados (parajes o espacios que gozan de un mayor reconocimiento institucional y social) en los que se concilien el acceso y disfrute público de los recursos y valores sobre los que se sustenta su mayor consideración con la preservación de los procesos y formas que los singularizan o caracterizan.

• Unas implantaciones productivas y terciarias (polígonos industriales, enclaves turísticos u hosteleros, naves de transformación o distribución de los productos serranos,…) en medio rural adaptadas a los significados de naturalidad e integridad que se atribuyen a amplios sectores de la sierra.

 Bibliografía de referencia y saber más

• AGUDO TORRICO, J. (1984), Arquitectura popular en la provincia de Sevilla, en VÁZQUEZ MEDEL, M. (dir.), Sevilla y su provincia. Tomo I. Ediciones Gever S.A.: Sevilla. pp. 115-148.

• BUENO MANSO, F. (1995), Guía de la naturaleza de la provincia de Sevilla. Centro Andaluz del Libro, Diputación Provincial de Sevilla, 127 pp.

• CARMONA GRANADO, A. y JIMÉNEZ CUBERO, S. (1995), Cazalla de la Sierra. Naturaleza e historia. Sevilla, Ayuntamiento de Cazalla de la Sierra.

• CONSEJERÍA DE MEDIO AMBIENTE (1999), Manual práctico Parque Natural Sierra Norte de Sevilla. Consejería de Medio Ambiente, Junta de Andalucía.

• DÍAZ QUIDIELLO, J. (Coord.) (2009), Atlas de la historia del territorio de Andalucía Consejería de Vivienda y Ordenación del Territorio, Instituto de Cartografía de Andalucía, Junta de Andalucía.

• DIRECCIÓN GENERAL DE LA RED DE ESPACIOS NATURALES PROTEGIDOS Y SERVICIOS AMBIENTALES (2003), Plan de Desarrollo Sostenible del Parque Natural Sierra Norte (Sevilla), Servicio de Fomento de Espacios Naturales, Consejería de Medio Ambiente, 2 vol.

• FERNÁNDEZ CACHO, S., FERNÁNDEZ SALINAS, V., HERNÁNDEZ LEÓN, E.,

LÓPEZ MARTÍN, E., QUINTERO MORÓN, V., RODRIGO CÁMARA, J.M., ZARZA BALLUGUERA, D. (2010), Paisajes y patrimonio cultural en Andalucía. Tiempo, usos e imágenes. Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, Junta de Andalucía, Consejería de Cultura, 2 vol.

• Plan Especial de Protección del Medio Físico de la provincia de Sevilla (1987), Consejería de Obras Públicas y Transportes, Junta de Andalucía.

• REQUENA SÁNCHEZ, M.D. (1993), Permanencia y cambios de la Sierra Norte de Sevilla. Estudios Integrados de Geografia. Sevilla, 1993.

• SILVA GARCÍA, J.A. (2002), El Parque Natural de la Sierra Norte, Excmo. Ayuntamiento de Constantina.

• ZOIDO NARANJO, F., SILVA PÉREZ, R., FERNÁNDEZ SALINAS, V., RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ, J., TROUT TATE, A., PARDO GARCÍA, S.M. (2011), Entorno urbano de Constantina. Identificación, caracterización y cualificación de recursos paisajísticos. En: Paisajes de Oportunidad. Convención Europea del Paisaje y Participación: las acciones piloto del proyecto

PAYS.MED.URBAN, Ed. Maggioli, pp. 98-103.

Catálogos de Paisajes de la Provincia de Sevilla 

domingo, 5 de junio de 2022

Últimos días de la feria de Guaditoca

La historia de la feria y la ermi­ta se confunden en su origen

No nació la feria, que desde re­mota fecha se celebraba alrede­dor del Santuario de Guaditoca, en Guadalcanal, de privilegio de los Reyes; ni debió su origen a con­cepción de los grandes Maestres de la Orden de Santiago, a la cual perteneció por luengos años el se­ñorío de la Villa; ni lo instituyó el Ayuntamiento por auto de sus al­caldes y regidores; nació como otras instituciones populares de una necesidad y creció y se des­arrolló a lo sombra de la Virgen de Guaditoca.

La historia de la feria y la ermi­ta se confunden en su origen con la romería anual que la Pascua del Espíritu Santo se celebraba coinci­diendo con las fiestas religiosas de los pueblos y hermandades de la comarca dedicaban en honor de la que hoy es su Patrona muy ama­da, a quien veneran con amor de hijos fieles.

De no existir carta o privilegio de concepción del ferial, se quiso hacer argumento poderoso a fines del siglo XVIII contra la permanen­cia de la feria en los llanos que rodean la ermita de Guaditoca.

Del incremento que llegó a al­canzar en los días gloriosos del Santuario, puede darnos idea el número de mercaderes y tratantes que acudían en busca de lucro y ganancia al ferial. El cuaderno for­mado en 1786 para el ajuste de la cuenta de maravedíes que cobró en aquel año la justicia de la Vi­lla, nos da testimonio de que allí se vendía desde las vituallas más necesarias hasta los objetos más lujosos y superfluos.

En los porta­les que formaban una gran plaza delante del Santuario estaban las tiendas de lienzos, sedas, sombre­ros. En los puestos de las esqui­nas ya adosados a los muros del Santuario se vendían vinos, taba­co, chacinas y toda clase de alimentos. En mesas y tablas que arrenda­ba el Santuario, tenían sus vende­jas los jilgueros de Sevilla, de Carmona, de Tocina, de Medina de las Torres y de Fuente de Cantos; los de Montemolín vendían costa­les, los granadinos pitos, los de Berlanga bayetas, frutas los de Palma y mil y mil cosas en que pu­dieran gastar dinero los peregri­nos, ya para proveerse de cera o para tener algún recuerdo de aquellos días pasados en las ve­gas de Guaditoca.

Pero la parte más importante del ferial era el mercado de gana­do. El sitio reunía para ello las me­jores condiciones, ya que los pas­tos son abundantes en las dehesas próximas al río.

La causa principal del incre­mento que adquirió la feria no era otra que la devoción a la Virgen Bendita de Guaditoca, que atraía a su Santuario legiones de devo­tos para asistir a las fiestas religio­sas que en su honor se celebran. Sólo las hermandades de Guadalcanal, Valverde, Berlanga y Ahillones daban buen número de ro­meros, a los que no les importaba lo penoso del camino, ni las mo­lestias de la estancia, y aunque las hermandades tenían casas pro­pias, no había alojamiento para todos.

La animación y vida comenzaba desde la víspera del día de Pen­tecostés, en el que hacían entra­da Cofradías para el culto a la Virgen.

Desde el amanecer de dicho día se celebraban misas en el Santuario. La función principal se cele­braba el segundo día de Pascua por el clero de Santa María. La úl­tima tarde salía la procesión, for­mada primero por las mujeres, que llevaban en andas de plata al Ni­ño Bellotero, y después los hom­bres con la imagen de la Virgen, en andas de plata también.

Se recorría la plaza, siguiendo por la acera derecha y volviendo por la izquierda; y al pasar por los puestos de confituras arrojaban puñados de ellas a las andas.

Colocábanse las andas de la Virgen sobre la peña de la apari­ción, volviendo al Templo, donde se pujaban los mástiles para tener el honor de entrar a la Virgen en Santa Casa.

El final de la feria era el regreso de aquella multitud a sus hogares, hasta el año siguiente. Tal era la feria de Guaditoca.



PLACIDO COTE (Hijo) Alumno de 8.° Curso. 14 años
Revista de Feria 1980