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domingo, 4 de septiembre de 2022

Crónicas de una añoranza 6

Apuntes de Diego “El Sereno”

Sexta parte

Las Escopetas Negras

    Las escopetas negras están ya en el olvido de todos. En estos tiempos se ha modernizado el modo de montear, y las armadas se colocan en coches, incluso en los más recónditos cotos de sierra morena. Se han practicado caminos para este fin a través de los cuales se colocan las escopetas, con un considerable ahorro de tiempo, quedando así suprimidas las caballerías tan características en la montería andaluza.
    Así se pueden evitar chanteos y ruidos molestos para las reses; que tantas veces llevaron al fracaso en monterías de renombrada fama.
    Hoy se puede llegar a todas partes en automóvil apropiado, lo que también resulta bueno para el acarreo de las reses cobradas, y así llega
n mucho antes a la junta de la carne, quedando un tanto desplazada la tradicional figura del arriero, aquellos hombres que saben cargar los venados en los burros como nadie, con las cuernas en todo lo alto y un lazo corredizo para soltarlos con facilidad en los momentos de aprieto, los burros perfectamente jaezados daba gusto verlos venir cargados por aquellas cuestas del río.
    Las escopetas negras eran por lo general, Guardas, Pastores y Rancheros de las inmediaciones, que eran avisados por aquellos días para participar en la montería, pero sin figurar en lista ni en sorteo
    Las armas que usaban estos hombres eran escopetas de ante carga, con bolas redondas que dejaban caer por el cañón de la vieja escopeta, atacándolo después con estopa, o bien con el nudo de una cuerda, o unos tallos de jaras si no había otra cosa. A este hecho le decían un “nuo”.
    Las balas se confeccionaban en un balero, y el crisol donde se fundía el plomo, casi siempre era un candil de los que servían para alumbrarse en las largas noches de invierno.
    Luego se perfeccionaban las bolas golpeándolas con un martillo para que quedaran lo más esféricas posible. Otros los que tenían buena dentadura, hacían esta operación con la boca. Cada uno tenía su forma personal de hacer las cosas, y para cada uno la suya era siempre la mejor.
    Estos hombres conocedores del terreno como nadie, sabían perfectamente su cometido, ocupaban pasos de huida en los barrancos y encrucijadas inaccesibles para los monteros, y como es de suponer casi siempre cobraban las mejores piezas de la jornada, cuyos trofeos, en la mayoría de los casos, eran adjudicados al noviazgo de alguna personalidad importante, de las muchas que suelen hacer acto de presencia en este tipo de cacerías desde tiempos inmemoriales.
    En incontables ocasiones el noviazgo se hacía creer el autor de la muerte de la pieza, con una serie de datos y vagas teorías que terminaban por convencer al novel y falaz montero, el cual, plenamente convencido, comenzaba a dar saltos de alegría, sin saber lo que le esperaba por haber dado muerte a su primera res de Caza Mayor.
    El noviazgo comenzaba en el campo con unas palmaditas en la cara, con las manos llenas de sangre, mientras que otros lo felicitaban cortésmente, en tanto que alguno por detrás le cortaba un poco de pelo con el cuchillo de monte, el hombre lo aceptaba todo con resignación, a la vez que se le iba agriando un poco el carácter.
    La noticia del noviazgo como reguero de pólvora de unos a otros para ir haciendo planes sobre todas las fechorías que le aguardaban al profano cazador, mientras que el hombre, entre risas y chirigotas por el camino hacia la casa lo aceptaba todo, aunque se da cuenta de que algo se está cociendo a su alrededor.
    Cuando se llegaba a la casa mientras que el novio tomaba una copa, entre las naturales felicitaciones de todos los que van llegando, otros se encargaban de preparar una mesa grande para poner encima el aparejo de un burro lo más sucio posible, un cubo con agua y una escoba, que habría de servir de campanilla para hacer guardar silencio a la concurrencia rociándoles agua a todos, y cuando todo estaba dispuesto hacían traer al reo maniatado y escoltado por los perreros, y lo sentaban en un banco de corcho al lado de la mesa.
    Entre tanto los perreros no dejaban de pegar trabucazos, capaces de reventarles los tímpanos a cualquiera, al tiempo que se formalizaba un jurado constituido por los propios monteros, y así comenzaba la acusación y la defensa. En el viejo aparejo, abierto sobre la mesa, se leían toda las penalidades y delitos que había cometido, y que además de todas las calamidades por las que tenía que pasar, tendría que pagar una fuerte suma en metálico, después entraba la defensa con la rebaja y si eran buenas las deliberaciones, la cosa no pasaba de pagar unos cuantos miles de pesetas, para los guardas y perreros, que al fin y al cabo eran los principales protagonistas.
    En el doctorado no se molestaba nadie. Todo se hacía en buena lid y al finalizar el improvisado juicio, se comentaban las incidencias del día. Cada uno lo hacía a su manera y al lado de la lumbre.
    (Esto es una costumbre ancestral en la montería, sólo que difiere mucho de cómo se hace hoy, y es por lo que me he permitido comentarlo aquí, aunque sea a grandes rasgos.)
    Los comentarios se hacían tan extensos que muchas veces llegaban hasta el amanecer, dando lugar a discusiones que eran llevadas al propio terreno donde había tenido lugar el lance el día anterior, para quedar completamente claro a quien pertenecía la pieza cobrada.
    Otros quizás menos apasionados por el arte venatorio echaban una partida a cartas, sin importarles para nada el acaloramiento de los demás.
    Entre tanto el casero, ajeno a todo aquello y navaja en mano, trazaba el nuestro de cada día, para las migas, que al amanecer serán servidas en medio del comedor, cucharada y paso atrás, menos el cocinero que permanece quieto sosteniendo con el hombro el mango de la enorme salten.

Vivencias cinegéticas en una tarde de agosto

    El aguardo a jabalíes es algo que emociona al más experto cazador, por practicarse en soledad y en los más recónditos lugares de nuestras sierras. El que voy a describir aquí tiene lugar en una tarde de agosto que sólo Dios y yo sabemos de qué año. El puesto preparado de antemano sobre unas piedras en forma de balcón, donde he puesto una especie de pantalla de jaras cuidadosamente tejidas a la altura de mi cabeza, y el asiento también fabricado con piedras separadas con una capa de monte para que no hagan ruido al moverme. Frente a mi tengo un pequeño raso donde nace una fuente casi agotada y se inicia el arroyo que se pierde a un centenar de metros en una curva poco pronunciada. A la derecha cae una aguada que desemboca en la misma fuente, separando un cerrote con un jaral impresionante. A la izquierda caen tres aguadas también muy poco pronunciadas, formando tres lomas muy suaves. Por esta zona se visan unos claros a unos trescientos metros del puesto, lo suficientes grandes como para verse el lomo de un jabato.
    La arboleda en este lugar es escasa, un álamo medio seco y unos alcornoques a mi derecha componen todo el entorno arbóreo de este inhóspito paraje.
    A la hora de hacer el puesto, he tenido en cuenta muchos factores. Darle una buena orientación, en sitio que domine bien la fuente y el veredón medio metido en polvo que desemboca en la misma, y sobre todo en sitio alto y despejado donde corte bien el viento; enemigo número uno de este tipo de cacería.
    El sol en esta época del año es bondadoso. Las siete y veinte de la tarde eran cuando llegué al puesto, y todavía el sol pega fuerte Procuro no hacer ni el más leve ruido, porque según mis cálculos los jabatos tienen sus encames a corta distancia de la fuente, y no me gustaría que se percataran de mi presencia, y menos por tratarse de jabalíes a los que tanto me gusta sorprender.
    Me acomodo lo mejor que puedo, porque pienso que la espera será larga. Los jabatos antes de bajar a la fuente tomaran sus precauciones, que casi siempre suelen ser lentas, sobre todo para el que está esperando.
    Los conejos son los primeros protagonistas de la tarde. Justamente en el pequeño raso que tengo delante, de vez en cuando echan una carrera uno detrás de otro para quedar más o menos en el mismo sitio, sin atreverse todavía a llegar a la fuente.
    Esto sirve de tranquilidad, cuando se está de aguardo, porque es señal evidente de que el viento está favorable, el humo de mi cigarrillo coincide con esta teoría, corroborando la gran contingencia que supone una bocanada en contra, al menor soplo de viento, pues en estas condiciones, los conejos darían el clásico taconazo, a todos sus congéneres y a cualquier animal que lo pueda oír, con lo que tendría que dar por finalizada la espera, y así verse todas mis ilusiones.
    Mi abuelo nunca fumó, pero solía llevar un yesquero al que le daba un pescozón de cuando en cuando, para asegurarse de la dirección del viento, yo también lo llevo para estas ocasiones, aunque solo lo uso cuando estoy saturado de fumar.
    Los estorninos hacen acto de presencia, sin duda para esperar su turno en el pequeño abrevadero desde las altas y resecas ramas del viejo álamo, remedan mil cantos burlones quizás para amenizar el silencio de la calurosa tarde estival, poniendo esa bubónica nota que Dios enseñó a todas las criaturas de nuestra fauna. A pesar de estar bien tapado ellos desde lo alto me han localizado, dan una especie de chirrido y se marchan, no son más de cuatro o cinco.
    A mi izquierda comienza a sentirse un ruidillo de hojas secas, y enseguida aparece un zorro. La cola a media altura, se para un momento para mirar hacia atrás y continua su trotecillo con la boca entreabierta por el calor de la tarde. Se para de nuevo y levanta la cabeza como si olfateara algo. En ese momento llegan de nuevo los estorninos y se posan en el mismo sitio, miran de soslayo hacia el puesto desconfiados y como de reojo, se aseguran estirando el cuello de que permanezco allí y se marchan de nuevo sin emitir ningún sonido.
    Al zorro parece que todo esto no le preocupa en absoluto y comienza a bajar muy despacio y por fin llega hasta el agua. Bebe durante unos segundos, levanta la cabeza y empieza a andar lentamente cuesta arriba como si estuviese cansado, hasta que desaparece.
    El sol está ya ene. Ocaso, y los mosquitos son ahora mi mayor preocupación. Me preveo de una ramita de brezo y comienzo a moverla lentamente para no hacer movimientos bruscos y evitar que me ataquen en la cara y en las manos. Me bajo las mangas de la camisa de color garbanzo, que me regaló un amigo que hizo su compromiso militar por tierras africanas en un tabor de Regulares según me contó. Perfectamente mimetizada con los colores del campo por estas fechas del año, pero el grosor de su tejido no impide para nada al aguijón de los mosquitos. Trato de embeberme dentro de ella para que no les sea posible llegar a la piel, pero siempre encuentran algún pliegue por donde conectar con el cuerpo.
    La noche cae lentamente, los rasos que divisaba a lo lejos se van haciendo cada vez más tenues, y los conejos los he perdido de vista. Ahora tendré que afinar más el oído que es el único órgano del que puedo confiar para poder seguir en mi sito, y estar seguro de que todo sigue bien. El taconazo de los conejos llegaría a mis oídos tan pronto como sospecharan el menor peligro.
    La esfera del reloj comienza a dibujarse como si fuera una ruleta mágica, cuando son las nueve y veinte de la noche el silencio se hace cada vez más denso. Todos los pajarillos que, durante la tarde han estado dando con su canto el último adiós al día, ahora han enmudecido para cobijarse fuera del alcance de los posibles depredadores, y así esperar el nuevo día.
    Los mosquitos se han retirado a consecuencia de una leve brisilla que se ha levantado, y aprovecho para tomarme un caramelo mentolado, que siempre cae bien para evitar el mal gusto de boca que se pone cuando se espera a alguien que no ha dado palabra de venir, (como decía siempre mi abuelo en estos casos) y, además, para perder un poco el deseo de fumar. Ahora no sé por dónde anda el viento, ni puedo fumar, ni encender el mal oliente mechero, bastaría un pescozón para echarlo todo a perder.
    Unas ciervas pasan a pocos metros de la fuente, pero éstas no tienen intención de beber. Van cuatro o seis muy despacito una tras otra. Delante va la más vieja como siempre, posiblemente la madre y la abuela de todas. Hacen tan poco ruido que sólo se les oye el leve crujido de los músculos cuando doblan las manos delanteras. Son como sombras fantasmagóricas que se van perdiendo en la oscuridad de la noche. Yo permanezco inmóvil casi sin respirar, mientras dura la improvisada procesión.
    Temo que alguna se percate de mi presencia porque eso sería fatal. Darían un ladrido para poner en guardia a todas las reses en área de varios kilómetros, posiblemente cuando los jabalíes se encuentren ya camino de la fuente, pero me consuela ver como todo ha pasado sin más consecuencia, y el corazón vuelve a su ritmo normal a la vez que se va haciendo imperceptible el sonido de las canillas, tan familiar para mí a lo largo de toda una vida estrechamente ligada a estos animales.
    Los claros siguen siendo cada vez más pequeños y más difícil su identificación. La luna tardará todavía veinte minutos en aparecer por la alta cumbre que tengo a mi izquierda. Consulto de nuevo el reloj, que ya está perfectamente iluminado. Son las diez y diez, el sentadero, mitad piedra mitad monte, se hace cada vez más duro, intento inútilmente estirar las piernas, están dormidas.
    Comienzo a sentir ese clásico hormigueo que se siente cuando se permanece inmóvil y sin cambiar de posición. Siento grandes deseos de ponerme de pie, pero temo que pueda hacer algún ruido, está todo seco, y el silencio es tan grande que solo partirse una hoja, se oiría a centenares de metros, por lo que decido darme un masaje, y al cabo de unos minutos empiezo a notar que todo está normal.
    A lo lejos y de cuando en cuando, se empieza a sentir un ruido tan leve que me hace desconfiar de mi aparato auditivo. Escucho con gran atención, pero el ruido solo llega a veces y tan lejano que no me permite asegurar nada.
    Los mosquitos vuelven a atacar empecinadamente. Están hambrientos. Me han picado en la cara y en la espalda, la picazón es tan grande que no paro de rascarme.
    Ahora el ruido llega hasta mí con mayor claridad. Es un raspajeo entre el monte que tengo a mi derecha. Conozco perfectamente el lugar y sé que hay un jaral muy fuerte hasta llegar al agua, por el que tendrán que pasar los jabatos, y harán el suficiente ruido como para ser detectados por mí, por mucho cuidado que tengan al cruzar por el monte hacia el agua.
    El ruido llega ahora con más nitidez, ya puedo precisar mejor su procedencia y asegurar que están cerca. La emoción es cada vez más tensa, y el corazón late cada vez más fuerte. Trato de darme animo a mí mismo sin conseguirlo, hasta el punto de hacerme desconfiar de mi acusada paciencia en estos casos.
    La tardanza de la luna me empieza a preocupar, me hace pensar en malos presagios. No me agradaría que el esperado lance tenga lugar a oscuras. En estos lances de ocasión hay que tomar toda clase de medidas para no marrar el primer disparo, que es siempre el que más posibilidades tienes de acertar. A pesar de tener la escopeta semiautomática, yo no confío en los demás disparos, sé bien que el primero romperá el silenció de la noche y los jabatos saldrían dispersos en todas direcciones desbandada confusión. En estas condiciones es fácil marrar una pieza en las penumbras de la noche.
    Poco a poco el silencio se está apoderando del ambiente nocturno. Van trascurriendo los minutos, y se confunden los leves rumores procedentes de varios sitios a la vez. La luna ya asomó y se dejan ver sus resplandores a través de las copas de los árboles que tengo enfrente, es todo un espectáculo indescriptible por el solemne silencio en que se desenvuelve tan campestre belleza.
    Nada de todo esto me asegura un pronóstico fiable. El resplandor de la luna parece que lo ha cambiado todo, y los jabatos se han echado otras cuentas muy distintas a las mías. El silencio se acentúa cada vez más. Se han marchado hasta los mosquitos.
    Hago una consulta al reloj, y son las doce cuarenta de la madrugada, parece que el tiempo ha pasado a pesar de todo, lo he pasado distraído desde las diez y diez que consulté el reloj por última vez.
    No cabe duda de que los marranos han tomado otra dirección distinta, y yo me he quedado, según el dicho popular compuesto y sin novia.
    Yo sé de antemano que, en este tipo de aguardo, el éxito está por regla general, al anochecer o al amanecer, casi nunca de las doce en adelante.
    Así que como no tengo prisa, volveré y volveré, hasta que suene la flauta, y será tema de otro capítulo en el que espero dejar mejor sabor de boca a los que tengan la paciencia de leerme.

Isidro Escote Gallego.

domingo, 28 de agosto de 2022

Emigración y población de Guadalcanal

Una villa que languidece

 

                Este estudio pretende analizar la población y emigración de Guadalcanal y sus factores durante la segunda mitad del siglo XX, pero antes analizaremos unos datos que convienen recordar a través de los siglos.

         Los primeros censos fiables que hemos encontrado se retrotraen a finales del siglo XV y durante el siglo XVI. El primer factor a tener en cuenta es que Guadalcanal hasta 1521 la villa se encontraba fuertemente fortificada, por ser Guadalcanal comunero, fue mandado por Carlos I tirar las murallas, así pues, existían dos tipos de censo, los vecinos propios de la villa y los que vivían en extramuros, esta última población era menos numerosa y más flotante, principalmente eran comerciantes y pecheros atraídos por el comercio de la Encomienda de Guadalcanal, tales como pieles, carnes,  cereales, vinos, ganados, zumaque y otros derivados de sus ricas dehesas y campos de labor.

         Durante el siglo XVI hay que analizar que influyeron en la fluctuación de las estadísticas, por una parte en la primera mitad del siglo, la emigración a Indias mermó la población, entre 1506 y 1526 se contabilizaron 375 individuos que viajaron al nuevo mundo para probar fortuna y durante la siguiente década emigraron de la villa otros casi doscientos individuos, unos como soldados de fortuna, es el caso de Pedro Ortega Valencia que con la expedición  de Alvaro de Mendaña en Enero de 1568 descubren las islas de Salomón y bautizando a la mayor más importante con el nombre de su villa. Otros eran comerciantes y la mayoría como sirvientes, muchos de los cuales llegaron a hacer fortuna y llegaron a formar capellanías y favorecieron los iglesias y conventos de la villa.

          Otro dato destacable de este siglo fue el descubrimiento y posterior explotación en el término de las minas de plata de Pozo Rico, en el año 1555 por Martín Delgado. Si bien este acontecimiento atrajo en los años siguientes gran cantidad de técnicos, obreros y esclavos para su explotación, tuvo poca incidencia en la población del Concejo, ya que en principio la mayoría se quedaban en barracones junto a la mina y posteriormente llegó a formarse un poblado que contaba con iglesia, almacenes de suministros, etc., llamado San Antonio de la mina y que llegó a contar con más de 150 almas. 

Año

1494

1498

1515

1571

1591

Habitantes

1370

1500

1700

1200

1055

          En la hambruna primera mitad de la centuria del siglo XVII se estableció la población ligeras fluctuaciones, en la segunda mitad del siglo, la pandemia de la peste y la hambruna provocada por la misma, provocó que la población de Guadalcanal disminuyera en más de un 50%, así, en el año 1639 se contabilizaban casi mil vecinos y en 1650, apenas sobrepasaban los 500, la población poco a poco se fue recuperando, terminando este siglo con aproximadamente 1.200 habitantes. 

Año

1612

1639

1646

1670

1689

Habitantes

1000

1080

480

591

639

 Durante los siglos XVIII y XIX la población de Guadalcanal, así como la del resto de España registró un considerable incremento. En el siglo XVII una vez superada las hambrunas y pandemias del siglo anterior, la villa registró un avance demográfico muy considerable, por una parte, se expandió la villa con nuevas edificaciones en el casco urbano, así como la creación de nuevos barrios en los aledaños de la misma, Erillas, Majalillo, Cotorrillo y otros, así como el incremento de habitantes en el asentamiento pedáneo de Malcocinado y en las cortijadas del término municipal, vinieron nuevos pobladores de pueblos cercanos e incluso de la vecina Portugal, atraídos por el trabajo en el campo, principalmente en la vendimia y recogida de grano, estos individuos que en su mayoría venían solos, esposaron con mujeres de la villa y formaron familias, otros venían con la familia, principalmente, los que tenían hijos aptos por su edad para trabajar.

Por otra parte, en este siglo ya eran más fiables las estadísticas, gracias a los recuentos periódicos que se hacían a través del Vecindario General de España de Campoflorido. Así, Guadalcanal comenzó el siglo con apenas 1.200 habitantes y termino con una cantidad cercana a los cuatro mil.

Año

1710

1725

1750

1780

1795

Habitantes

1280

1890

2365

3770

3845

El siglo XIX continuó con la progresión demográfica de la centuria anterior, con datos censales aún más fiables pues en la segunda mitad comenzó a funcionar el Instituto Nacional de Estadística, hay varios factores que si conviene analizar, por una parte, en 1833 comenzó el expediente de segregación del barrio pedáneo de Malcocinado y terminó el proceso en 1842, con está disyunción, la villa perdió aproximadamente 325 vecinos entre los residentes en la propia población y las cortijadas cercanas que quedaron bajo su jurisdicción. En 1855 llegó a la villa la epidemia de cólera, aun cuando no fue tan nefasta como en otros pueblos cercanos, mermó la población,  A partir de ese año, Guadalcanal siguió recuperando población, mayor número de nacimientos y nuevas familias foráneas que se establecían, sin bien, en los años finales de la centuria, la población se estabilizó o incluso se percibe una ligera disminución, uno de los acontecimientos atribuible es la pérdida del 90% del viñedo a consecuencia de la filoxera en el sur de la península. 

Año

1820

1840

1860

1887

1897

Habitantes

4460

5446

5441

6139

5935

 Pasamos a analizar el siglo XX por proximidad y por objeto principal de este estudio. Hay un dicho en Guadalcanal que por repetido no es cierto, “cuando Guadalcanal tenía diez mil habitantes”, el mayor índice de población recogido en Guadalcanal por el Instituto Nacional de Estadística fue en 1935 con 7.629 habitantes.

En la primera mitad del siglo y hasta la siguiente década, Guadalcanal conoció una floreciente industria, con fábricas de aguardiente, alfarerías, molinos de aceite, orujos y cereales, carpinterías, fraguas, fábricas de tejas y refractarios, jabones, harina y pan, aguardientes, construcción y un complejo entramado de pequeñas industrias, talleres de artesanos y establecimientos de todo tipo que daban cobertura a las necesidades de la población, asentando la misma.

A partir del citado 1935 el declive ha sido progresivo, hasta la fecha actual que se registran apenas 2.630 habitantes. Si analizamos las consecuencias son muchas y decrecientes. En la siguiente década, Guadalcanal perdió más de 1.000 habitantes, la guerra civil disminuyó la población lamentablemente, por una parte, los muertos de ambos bandos, por otra, la cantidad de familias que tuvieron que abandonar sus hogares por motivos políticos.

El censo de 1.960 del INE reflejaba una población de 6.075 habitantes. Pero el gran éxodo y pérdida de población fue en la veintena del 60 al 80, cuando disminuyo la población prácticamente en un 50%, el trabajo empezó a disminuir, los padres no querían para sus hijos el futuro que se avecinaba y empezó el gran éxodo a  grandes ciudades y pueblos industriales, En la década de los 60 solicitaron la baja del padrón municipal 1.517 guadalcanalenses, siendo sus destinos principales a Madrid capital 172 vecinos, pueblos de la provincia 88, Barcelona capital 259 y pueblos 188, Sevilla capital 219, y así, una larga lista de ciudades y pueblos hasta completar la citada cifra. Este éxodo continuó en menor pero apreciable cuantía hasta 1.980, terminando con un censo de 3.261 habitantes.

Año

1900

1920

1930

1935

1940

1960

1980

Habitantes

5,786

6,714

7,376

7.629

6,931

6,075

3,261

 Progresivamente a la falta de trabajo en el sector principal del pueblo, las tareas en el campo y la ganadería principalmente, las empresas fueron cerrando o trasladándose a pueblos cercanos, como el caso de Industrias metálicas Serna a Llerena o Refractarios San José que se trasladó a la vecina Berlanga. La industria de refractarios de gran incidencia en el tejido empresarial de Guadalcanal ha quedado reducida en la actualidad a solo una que trabaja de forma casi residual, otros gremios que desaparecieron fueron los molinos de aceite, limitándose en la actualidad a una cooperativa, un grupo olivarero y un particular, o las carpinterías, en la actualidad agrupadas en una cooperativa y gran parte de ellas desaparecidas.

Año

1990

1998

1999

2000

2010

2019

Habitantes

3,321

3,067

3,015

2,976

2,962

2.627

 A partir de los años 80 del pasado siglo, la población va decreciendo en cantidad menos progresiva, lamentablemente, es una población envejecida, la falta de trabajo y oportunidades para la juventud, va condenando a Guadalcanal a una desolación alarmante, que si los políticos o quien corresponda no interceden, nunca saldremos de la rueda de la España despoblada.

Fuentes. - Archivo personal, Hemerotecas, Instituto Nacional de Estadística, Guadalcanal siglo XX (Ignacio Gómez Galván), Historia de Guadalcanal (Andrés Mirón), La villa Santiaguista de Guadalcanal (Manuel Maldonado Fernández), Emigración a Indias y Capellanías en Guadalcanal (Javier Ortiz de la Tabla Ducasse), Economía y Sociedad en Guadalcanal durante el antiguo régimen (Manuel Maldonado Fernández) y Revistas de Ferias y fiestas de Guadalcanal.

Rafael Spínola Rodríguez

domingo, 21 de agosto de 2022

Crónicas de una añoranza 5

Apuntes de Diego “El Sereno”

Quinta parte 

El Furtivismo


    El furtivismo es la escuela de donde siempre salieron los mejores guardas jurados de caza. A primera vista esto parece un contrasentido pues la transformación de un furtivo en guarda jurado, manda narices, sin embargo, no es un caso extraño ni mucho menos, casi todos los grandes guardas jurados han pasado por el noviciado del furtivismo antes de tomar los hábitos para velar las armas de la guardería andante.
    ¿Quién no conoce a alguno de estos hombres, nacidos en el fondo de la serranía, con el olor de las jaras pegado a la ropa?
    Pecadores de todos los pecados cinegéticos a lo largo y a lo ancho de nuestros montes para al final tomar los hábitos de la canonización.
    No es nada nuevo el furtivismo en ninguna parte, es algo que se viene practicando desde tiempos inmemorables acentuándose en unas épocas más que en otras, por una gran cantidad cazadores.
    Aunque todos digamos lo contrario, hemos sido participes en este tipo de caza en alguna ocasión a pesar de la dureza que las leyes de caza han tratado de siempre a este tipo de infractores.
    A raíz de la aparición masiva del automóvil, cuando todo se pone al alcance de la mano, y no importan las distancias para transportarse en poco tiempo, y de una manera rápida lo que en el furtivismo es primordial, para evadirse de la intervención de los agentes de guardería o de la Guardia Civil, parece que se hace más popular esta forma de cazar.
  Existe diversas formas de practicar el furtivismo, todas ellas casi siempre de eficaces resultados, sobre todo cuando se caza desde el automóvil, difícilmente se marra una pieza sobre todo si se trata de caza mayor.
    En los viejos tiempos, el furtivismo se hacía utilizando medios muy rudimentarios, pero que también daban buenos resultados, porque eran manejados por hombres muy diestros en el uso de aquellos pertrechos; y las circunstancias les habían enseñado a afinar al máximo sus cualidades de cazador para no volver con las manos vacías.
    En la actualidad se hace un furtivismo muy refinado, que deja mucho que desear sobre el que se hacía antes; pero que cuenta con buen número de adictos, sin disponer de más arma que el propio automóvil, suficiente para hacer buena cacería por cualquier carretera de las que cruzan los cotos, tanto de caza menor como de mayor y que dan acceso a todo el mundo.
    El furtivismo es una modalidad de caza apasionada incluso para los que la practican por primera vez, así generalmente nos hemos iniciados todos en la caza, viviendo lances de incalculable valor cinegético, que hoy recordamos con nostalgia, aunque tristes, confesos y arrepentidos.
    Grandes cazadores me contaron en muchas ocasiones sus vivencias cinegéticas furtivas, calificándolas como las mejores de su vida; parece ser que al cazador le gusta vivir la gran aventura de la caza con todas sus consecuencias, sin darle importancia alguna a los muchos sinsabores que les puede acarrear esta forma de practicar el bello y legendario deporte de la caza.
    Los secretos de la caza los revela ella misma, pero hace falta una completa dedicación para lograr el éxito.
    Los cazadores conocemos bien a estos hombres transformados, con los que nos gusta siempre dialogar largo y tendido, sobre todo lo relativo a la caza, cuando nos salen al paso en nuestra andadura, o cuando nos conducen por los serpenteantes caminos de la sierra, hasta llegar al puesto para darnos las ultimas instrucciones pertinentes, y desearnos buena suerte en la jornada. Hasta aquí es donde generalmente llegan nuestros conocimientos sobre los furtivos, pero detrás de todo esto quedan muchos años de duro trabajo, en la constante convivencia con la caza en su medio natural, que es donde ellos tienen su campo de acción y desarrollan una tarea extraordinaria, colaborando siempre en la planificación de la caza, haciendo constante uso de los conocimientos adquiridos sobre la estrategia cinegética, que en tantas ocasiones les conducirían al éxito en su constante deambular por esos campos de Dios.
    El furtivo es hombre que vive más de cerca la aventura de la caza, y siempre está presto a partir con su perro hacia el solitario encuentro con la caza, despreciando la pereza que nunca conoció, porque la afición a la caza no le permite muchas comodidades, y sabe que ha de estar en forma como un deportista más, enamorado de su profesión, a la cual dedica todo el tiempo posible porque se encuentra a gusto en el entorno campestre, lejos de la contaminación y del ajetreo.
    Una vez redimidos y caminando por los caminos de la ley, los buenos cazadores tendrán que agradecerles el gran servicio que prestan como verdaderos maestros en el arte venatorio, es por lo que desde aquí quiero rendir homenaje a todos ellos que, con su callado trabajo, han sabido siempre proporcionarnos el placer de una buena cacería.
    Siempre he visto en estos furtivos la esencia del cazador de nacimiento, impasibilidad, aguante hasta donde sea, párpados inmóviles y trallazo a punto.
    Por otra parte, es muy importante su aportación a la tecnología de la caza. Nadie mejor que ellos conoce el campo y las reacciones de los animales en todos sus aspectos. Ya que, empujados por la necesidad, tal vez, se hicieron los grandes maestros que suelen ser.
    Es, pues, esencial su activa colaboración para tener mejores posibilidades en el ejercicio de nuestra afición.
    El furtivo tuvo su época dorada en los viejos tiempos, cuando la caza daba para todos, atraídos quizás más que por el logro, por esa llamada ancestral por la que nos sentimos llamados, muchas veces los cazadores, aunque no seamos furtivos, para mantener el legado histórico de nuestra fauna, sobre la que tanto se ha escrito y comentado a través de todos los tiempos.
    El furtivismo en todas las épocas se ha considerado como un acto delictivo, penado por todas las leyes de caza, para el bien equitativo de la caza y de los cazadores, despreciando todas las posibilidades de aprendizaje que el hombre encontrara al paso por el mismo hasta sentar cátedra en el arte venatorio.
    No cabe duda de que existe mucha leyenda negra sobre esta forma de cazar, casi siempre mal vista por infinidad de aficionados, preciándose de no haber roto nunca un plato, (valga la expresión).
    Hoy día se hace un furtivismo lucrativo y de ocasión, el cual solo sirve para satisfacer a despreciables aficionados, de los que nunca aprenderá nada bueno el cazador novel, sino todo lo contrario, por considerarse fuera de la ética que exige siempre el arte del buen cumplir, Hoy es algo que no tiene excusa, ni podrá, por ser algo que les degrade y envilece.
    Este tipo de furtivos no hace maestros como los de antaño, los que tantas veces nos condujeron por los intrincados atajos de nuestras sierras en persecución de la caza copada, en la lucha natural, siempre dentro de ese escenario campestre y bravío, a veces inhóspito como el campo mismo, aprendiendo cada día las leyes de la cinegética más venturosa.

Esta forma de cazar no está a la captura de ninguna determinada pieza o especie, sino a la configuración del entorno campestre con todos los animales que lo pueblan discriminadamente; así comenzaron hace muchos millones de años los primeros homínidos furtivos y no precisamente para decaer en el transcurso del tiempo, ni desfallecer por la dureza con que lo practicaban: hacían constantes renovaciones para mejorar sus útiles de caza dentro de sus escasos medios, hostigados en superarse cada día, afanados en una tarea que nunca veremos terminada.
    A lo largo de la historia de caza, se pueden ver las innumerables innovaciones que han tenido las armas para este fin; desde la ballesta al fusil de chispa ideado a finales del año 1.537, hemos ido pasando por más sofisticados modelos, sobre los que se han montado potentes, teleobjetivos, (últimamente electrónicos), capaces de hacer blanco a centenares de metros con una sorprendente precisión.
    No voy a criticar aquí, la belleza que tiene apretar el gatillo y ver rodar a gran distancia las piezas de caza, porque yo soy un pecador más, que sabe cómo los demás que no estamos dentro del ético arte venatorio.
    La caza debe ser perseguida por el hombre, y no privada de sus facultades de supervivencia, por un poderoso medio mecánico que a veces nos sorprende a nosotros mismos. La caza ha sido considerada como un deporte, para hombres y mujeres que siempre han sabido amar a la naturaleza como a ellos mismos, considerémosla como un bien común que hay que cuidar.
La Caza Mayor

    La madre naturaleza domina el espíritu, aunque el hombre muchas veces cree lo contrario, y fabrica nuevos cauces para cambiar, a su antojo, la marcha de los ecosistemas, lo que configura un ambiente un tanto enrarecido, sobre el modo antiguo de montear, basándose en rebuscadas técnicas sobre el arte sanatorio.
    Los trofeos, de venado generalmente, en la zona de Hornachuelos, se ven cada año descender de calidad, quizás por la masiva cantidad de reses existentes en cada coto. Hoy se cobran una gran cantidad de reses en cada montería, pero de escaso valor sus trofeos para los monteros. Que siempre buscamos volver con un buen ejemplar para que ocupe ese sitio que aún nos queda vacío en el salón.
    Estando, así las cosas, cada vez constituye para el montero menos entusiasmo el lance de un venado, el cual, tras el derribo, quedará solamente para contar en la lista de reses cobradas, sin prestarle la más mínima atención al trofeo por su escaso valor.
    A cortar ese descenso en calidades, acude con cierta premura el cerramiento de las dehesas. Pero no creo que esto solucione el problema, porque aun dando por bueno lo de los cotos cercados y que puedan superar sus propias dificultades y pervivir, no cabe duda de que traerán consigo un tipo de monterías que todavía se parecerán menos a las de los viejos tiempos.
    Esto parece que lo animales lo van superando a fuerza de darse golpes, y de haberse aprendido por dónde va la alambrada, parece que hay cierta tendencia en esto de las cercas, a cortar las huidas o querencias de las reses, con lo que se benefician unos y se perjudican otros.
    Estamos viendo claro cómo los cotos de más rancia solera de Hornachuelos, se están convirtiendo en granjas cinegéticas, pues no cabe duda de que el airoso porte de un venado, con el solo hecho de contemplarlo a través de una alambrada, pierde todo su encanto como animal salvaje.
    Los viejos cotos de Hornachuelos, considerados en la antigüedad como los mejores de España, hoy siguen siéndolo debido al incremento que ha tenido la caza mayor en esta zona. De aquí se han surtido y repoblado de ciervos, extensas zonas por todo el país, allá por los años cincuenta se llevó a cabo una campaña de capturas en esta zona para repoblar de ciervos diversos puntos de la península. Fue una idea acertadísima de D. Jaime de Foxa, hombre íntegro, cazador de solera, dedicado a la caza desde todos los agudos y desde toda la vida, amén de ingeniero de Montes y jefe Nacional de Caza y Pesca, por entonces.
    Este humilde aficionado tuvo la gran suerte de compartir con él muchas jornadas de caza, y de escuchar sus comentarios, con ese calor que nadie como él sabía poner en cada frase, cuando se refería a sus vivencias cinegéticas.
    El excesivo número de hembras repercute notablemente en la calidad de los trofeos, los prematuros machos tienen que cubrir a los grandes rebaños de hembras, lo que conduce al raquitismo y degeneración de las cuernas.
    No es extraño darse de cara en cualquier aguada, entre las vértebras de nuestra hermosa serranía cordobesa, con cierta cantidad de ciervas: no ocurre así con los venados de cabeza, que apenas sí se les ve, parece que tienen cierta tendencia hacia los nuevos cotos, para quedar las ciervas con los machos jóvenes en los cotos históricos. Esto es algo que pone a cavilar a guardas y técnicos en la materia, sin que hasta el momento se haya llegado a encontrar alguna razón que justifique esta especie de migración, y menos aun tratándose de una especie bastante sedentaria como la que nos ocupa.
    Puede que esto justifique un poco los cerramientos de los cotos, y también puede llevar consigo cortar el paso a estos contingentes venatorios, y cambiar los ecosistemas ecológicos de siempre; consecuencia de todo esto es, que se puedan oír berrear a los ciervos durante todo el año, al estar en constante compañía de las hembras, que siempre hay alguna receptiva y provoca la atención de los machos.
La Berrea

    En el seco y polvoriento mes de septiembre, en los comienzos de la otoñada es cuando los primeros frutos inmaduros de los Quejigos, picados por los pájaros y las ratas caen al suelo poniéndose al alcance de toda una legión de hambrientos ungulados, que después del largo estío los van saboreando con deleite para empezar a sentirse los primeros acordes nupciales de los ciervos tan abundantes en nuestra sierra.
    La berrea es una especie de sinfonía nocturna que a todos los aficionados nos gusta oír por las noches, desde un collado hablando bajo y haciendo planes, sobre la próxima salida al campo, y en los posibles lance que nos esperan en la temporada que se avecina, esperando siempre un ejemplar mejor.
    El ciervo muge con el cuello tendido hacia el cielo y la cuerna casi tocando la espalda. Su grito de amor es tenue al principio, y a medida que pasan los días se torna intenso y desafiante: para algunos aficionados la berrea es la llamada a la hembra, para otros, el reto que el macho lanza a sus posibles rivales, son bramidos lanzados al aire, aviso de un destino que se cumplirá.
    Mientras los veteranos luchan al empujón por las hembras a punto, los ciervos jóvenes, que se mantienen lejos de las peleas, pero cerca del rebaño femenino aprovechan el apasionamiento hostil de los mayores para introducirse en el rebaño y montar alguna hembra esquivando la presencia de los grandes machos.
    La cierva será la novia complacida, el macho, amo de la manada, será la que hace velar sus derechos poligámicos, y un año más darán sus frutos.
    A mediados de octubre la función biológica se habrá cumplido. El macho se independiza, para retirarse a los jarales donde se verá libre de los últimos insectos del estío, y vivirá por su propia cuenta caminando despacio como si padeciera del agobiante peso de las cuernas, para llegar a la cumbre desde la cual dará un giro a su hermosa cabeza y tal vez desde allí bramará por última vez, rubricando así la función procreadora que Dios le ha encomendado.
    Para la mayoría, el venado es simplemente un trofeo para colgar en la pared, Para mí es algo más. Representa el espíritu de nuestros montes, junto con su porte airoso y señorial tan soñado por el verdadero aficionado, disfrutando cada segundo de su presencia, lamentablemente caída en la actualidad en esa falsa de la montería en todas sus facetas, para menospreciar su belleza, y mirarlo solo desde el punto de vista comercial, y no desde el ángulo que siempre se ha mirado la caza.

Isidro Escote Gallego.

domingo, 14 de agosto de 2022

Nadar con alas de mariposas

Náufragos en la corriente del amor

El amor no se mide por el tiempo que dura, sino por las huellas que te deja. (Proverbio árabe)

    Los seres humanos estamos dotados de una serie de órganos vitales, solo uno de ellos, el corazón es capaz de fallarnos cuando nos ataca el virus del amor. Las células defensivas no reaccionan a tal enfermedad, convirtiéndose en un tumor voraz y maligno que impide nuestra capacidad de corrección mutándose en metástasis emocional, y sin defensas nos deja vivo para seguir muriendo. El exceso de amor te bloquea un ojo, por ello, no calculas la distancia de las consecuencias, el desamor envuelve los dos, o reaccionas o te impide analizar las secuelas.
    Carmen se vio en un país extraño escasa de equipaje, su bagaje, una mochila atestada de cosas prescindible y un corazón vacío de amor, o tal vez, lleno de desamor.
    Vagaba por las calles de Marrakech vencida por los acontecimientos, unas consecuencias que aquella mañana le habían producido estupor y zozobra y aquella noche la arrullarían con asombro.
    Aquel atentado sin sentido no exento de mitología islámica alteró su naufragio, muertos y heridos nativos sin tierra o cielo conocido se hacinaban en las aceras, lamentablemente solo serían considerados cifras que añadir a otras cifras que nadie se molestaría en contabilizar para no perturbar la conciencia de los occidentales, su cabeza daba vueltas y más vueltas, incapaz de dar respuesta adecuada a tal sinrazón.
    En aquel instante, su mundo se limitaba a querer instalarse en un mar desconocido, ser pez, alejarse de la orilla del desencanto y poder nadar y nadar. Hacer una metamorfosis para nadar con alas de mariposas, sin embargo, quedó quieta, paralizada como si hubiese caído en un charco de sangre espesa y decidió huir del lugar, madurando en que cuando todo el mundo va en la misma dirección, solo el que elige la dirección opuesta, está en posesión de equivocarse.
    Pensaba..., la tierra es un inmenso bosque en cuyos árboles anidamos los humanos, árboles a punto de aniquilarse por la barbarie de sus pobladores, estos no serán destruido por un rayo divino, sino por la carcoma de los parásitos gobernantes que le roban la savia, nos contaminarán la comida, nos envenenaran sus frutos por locos extremistas o ratas capitalistas que con sus actos especuladores roen y destruyen las raíces.
    Escuchó su voz como un murmullo lejano y callado llamándola sin ser escuchada, de pronto, su imagen se reflejó en las cristalinas aguas residuales de la última tormenta, visualizó por enésima vez en la lejanía el oscuro cabello de un platónico amor, solo visible en su mente un poco distorsionada. Se imaginaba localizando allí en la acera al ser que le robaba la capacidad de reaccionar, de repente, le inundaban sus lágrimas húmedas, puras, cristalinas... que afluían de su mirada intensa y una voz sensual le susurraba, cariño no puedo amarte, perdóname.
    Continuó caminando con destino hacia la nada por aquellas calles desiertas o llenas de seres autómatas que transitaban sin rumbo. El espeso calor africano de Julio le martilleaba las sienes, el frío presentimiento de no volver a ser protegida por sus brazos le helaba la esperanza.
    Avanzó calle arriba, caminaba y caminaba, no progresaba, por aquellas pequeñas calles estrechas como el impasible acero de una espada la atrapaban. Llegó al Zoco y se detuvo en seco, ante la puerta de una destartalada tienda de exóticas esencias y telas multicolores que le resultaba familiar, no podía precisar si era la imagen de alguna vieja foto, la pintura de la habitación de un cuadro de hotel barato, la postal recibida de algún olvidado amor, o simplemente era producto de su imaginación.
    El mimetismo de aquella folclórica música y los intensos efluvios de olores orientales que despedía aquella morada la forjó a entrar en su interior impregnado de vivos colores rojizos, violetas, morados y un largo abanico de arco iris de matices indescriptibles. De pronto, sorprendió a dos amantes sin pudor acariciándose sentados uno sobre el otro en una vieja y desvencijada hamaca. Mirando a aquellos dos jóvenes comprendió que el término de su largo camino finalmente tenía apeadero de llegada.
    Inmóvil, cautivada por la música, impregnada por los olores, adherida a la realidad por los intensos olores y colores se cuestionó si merecía la pena esperar su recompensa, o simplemente huir y abandonar nuevamente sus sentimientos en aquella melancólica calle, añadir una nueva herida en su corazón, admitir una nueva frustración en su ego y desterrar el derecho a un amor furtivo como las lágrimas de un niño descubierto en una travesura, persevero se dijo, con una decisión aplastante.
    Después de un largo tiempo que apenas le pareció un instante, contemplaba inmóvil desde aquella puerta como el sol se escondía en el horizonte encendiendo, el paisaje de sombras chinescas a lomos de un aire ardiente y contagioso fijaba su atención, como avergonzado de haber parido aquel fatídico día.
    Y de pronto, surgieron del interior los dos amantes, tostados, de estatura desigual, ojos azabaches, cabellos largos y ondulados, estatura media Ella, alto, de pelo rizado, ojos azul mediterráneo, Él, Zoraida se llamaba ella, Ahmed se llamaba él. Ambos observaron a Carmen con una pícara sonrisa, inhibidos por la felicidad del amor fugaz, los jóvenes se despidieron con una dulce mirada de indiferencia como si se tratase de dos amantes eventuales.
    Unas horas más tarde se encontraba Carmen en una habitación del hotel Atlas Medina de Marrakech, con su amante en un amplio lecho ceñidos en sábanas de lino. El tiempo se detuvo, envueltas en silencios cómplices, ambas se arropaban con sus miradas carnales, el mundo, su mundo era impenetrable para seres imperfectos, náufragos en la corriente del amor. Carmen se agitó presa de sus miedos sobresaltada, la helada brisa del alba le acarició la cara, encontró una cama mitad deshabitada, partida en dos orillas por la luz rosada del amanecer,
    Zoraida, la bella Zoraida no estaba, su amante imperfecta le dejó una nota sobre la almohada, cariño no puedo amarte, perdóname.

    Sonó el despertador en el amplio ático que compartía Carmen con su marido en una zona residencial de cualquier ciudad española, se avergonzó de aquel sueño, o tal vez no, pensó, la cama no está vacía, miró a Jorge y su presencia por primera vez le pareció extraña y caricaturesca, se levantó lentamente y encendió la luz, Zoraida, la bella Zoraida no estaba.
    Después de una reconfortante ducha entró de nuevo en la habitación, Jorge dormía profundamente en el lugar que en ficción ocupaba Zoraida. Carmen dejó cuidadosamente una nota manuscrita sobre la almohada, cariño no puedo amarte, perdóname.
    Preparó despacio su bagaje, escasa de equipaje, una mochila atestada de cosas prescindible y un corazón vacío de amor, o tal vez, lleno de desamor, inició un viaje incierto a cualquier parte, a cualquier lugar, a escudriñar cualquier amor, tal vez platónico, tal vez real.

Finalista concurso de microrrelatos “Historias Perdidas de León”
Autor. - Rafael Spínola R.