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sábado, 25 de mayo de 2024

Emigración y población de Guadalcanal

 

Guadalcanal, Una villa que languidece             

    Este estudio pretende analizar la población y emigración de Guadalcanal y sus factores durante la segunda mitad del siglo XX, pero antes analizaremos unos datos que convienen recordar a través de los siglos.
    Los primeros censos fiables que hemos encontrado se retrotraen a finales del siglo XV y durante el siglo XVI. El primer factor a tener en cuenta es que Guadalcanal hasta 1521 la villa se encontraba fuertemente fortificada, por ser Guadalcanal comunero, fue mandado por Carlos I tirar las murallas, así pues, existían dos tipos de censo, los vecinos propios de la villa y los que vivían en extramuros, esta última población era menos numerosa y más flotante, principalmente eran comerciantes y pecheros atraídos por el comercio de la Encomienda de Guadalcanal, tales como pieles, carnes, cereales, vinos, ganados, zumaque y otros derivados de sus ricas deesas y campos de labor.
    Durante el siglo XVI hay que analizar que influyeron en la fluctuación de las estadísticas, por una parte en la primera mitad del siglo, la emigración a Indias mermó la población, entre 1506 y 1526 se contabilizaron 375 individuos que viajaron al nuevo mundo para probar fortuna y durante la siguiente década emigraron de la villa otros casi doscientos individuos, unos como soldados de fortuna, es el caso de Pedro Ortega Valencia que con la expedición de Álvaro de Mendaña en Enero de 1568 descubren las islas de Salomón y bautizando a la mayor más importante con el nombre de su villa. Otros eran comerciantes y la mayoría como sirvientes, muchos de los cuales llegaron a hacer fortuna y llegaron a formar capellanías y favorecieron los iglesias y conventos de la villa.
    Otro dato destacable de este siglo fue el descubrimiento y posterior explotación en el término de las minas de plata de Pozo Rico, en el año 1555 por Martín Delgado. Si bien este acontecimiento atrajo en los años siguientes gran cantidad de técnicos, obreros y esclavos para su explotación, tuvo poca incidencia en la población del Concejo, ya que en principio la mayoría se quedaban en barracones junto a la mina y posteriormente llegó a formarse un poblado que contaba con iglesia, almacenes de suministros, etc., llamado San Antonio de la mina y que llegó a contar con más de 150 almas.

Año

1494

1498

1515

1571

1591

Habitantes

1370

1500

1700

1200

1055

    En la hambruna primera mitad de la centuria del siglo XVII se estableció la población ligeras fluctuaciones, en la segunda mitad del siglo, la pandemia de la peste y la hambruna provocada por la misma, provocó que la población de Guadalcanal disminuyera en más de un 50%, así, en el año 1639 se contabilizaban casi mil vecinos y en 1650, apenas sobrepasaban los 500, la población poco a poco se fue recuperando, terminando este siglo con aproximadamente 1.200 habitantes. 

Año

1612

1639

1646

1670

1689

Habitantes

1000

1080

480

591

639


    Durante los siglos XVIII y XIX la población de Guadalcanal, así como la del resto de España registró un considerable incremento. En el siglo XVII una vez superada las hambrunas y pandemias del siglo anterior, la villa registró un avance demográfico muy considerable, por una parte, se expandió la villa con nuevas edificaciones en el casco urbano, así como la creación de nuevos barrios en los aledaños de la misma, Erillas, Majalillo, Cotorrillo y otros, así como el incremento de habitantes en el asentamiento pedáneo de Malcocinado y en las cortijadas del término municipal, vinieron nuevos pobladores de pueblos cercanos e incluso de la vecina Portugal, atraídos por el trabajo en el campo, principalmente en la vendimia y recogida de grano, estos individuos que en su mayoría venían solos, esposaron con mujeres de la villa y formaron familias, otros venían con la familia, principalmente, los que tenían hijos aptos por su edad para trabajar.
    Por otra parte, en este siglo ya eran más fiables las estadísticas, gracias a los recuentos periódicos que se hacían a través del Vecindario General de España de Campoflorido. Así, Guadalcanal comenzó el siglo con apenas 1.200 habitantes y termino con una cantidad cercana a los cuatro mil.

Año

1710

1725

1750

1780

1795

Habitantes

1280

1890

2365

3770

3845

El siglo XIX continuó con la progresión demográfica de la centuria anterior, con datos censales aún más fiables pues en la segunda mitad comenzó a funcionar el Instituto Nacional de Estadística, hay varios factores que si conviene analizar, por una parte, en 1833 comenzó el expediente de segregación del barrio pedáneo de Malcocinado y terminó el proceso en 1842, con está disyunción, la villa perdió aproximadamente 325 vecinos entre los residentes en la propia población y las cortijadas cercanas que quedaron bajo su jurisdicción. En 1855 llegó a la villa la epidemia de cólera, aun cuando no fue tan nefasta como en otros pueblos cercanos, mermó la población,  A partir de ese año, Guadalcanal siguió recuperando población, mayor número de nacimientos y nuevas familias foráneas que se establecían, sin bien, en los años finales de la centuria, la población se estabilizó o incluso se percibe una ligera disminución, uno de los acontecimientos atribuible es la pérdida del 90% del viñedo a consecuencia de la filoxera en el sur de la península. 

Año

1820

1840

1860

1887

1897

Habitantes

4460

5446

5441

6139

5935


    Pasamos a analizar el siglo XX por proximidad y por objeto principal de este estudio. Hay un dicho en Guadalcanal que por repetido no es cierto, “cuando Guadalcanal tenía diez mil habitantes”, el mayor índice de población recogido en Guadalcanal por el Instituto Nacional de Estadística fue en 1935 con 7.629 habitantes.
    En la primera mitad del siglo y hasta la siguiente década, Guadalcanal conoció una floreciente industria, con fábricas de aguardiente, alfarerías, molinos de aceite, orujos y cereales, carpinterías, fraguas, fábricas de tejas y refractarios, jabones, harina y pan, aguardientes, construcción y un complejo entramado de pequeñas industrias, talleres de artesanos y establecimientos de todo tipo que daban cobertura a las necesidades de la población, asentando la misma.
    A partir del citado 1935 el declive ha sido progresivo, hasta la fecha actual que se registran apenas 2.630 habitantes. Si analizamos las consecuencias son muchas y decrecientes. En la siguiente década, Guadalcanal perdió más de 1.000 habitantes, la guerra civil disminuyó la población lamentablemente, por una parte, los muertos de ambos bandos, por otra, la cantidad de familias que tuvieron que abandonar sus hogares por motivos políticos.
    El censo de 1.960 del INE reflejaba una población de 6.075 habitantes. Pero el gran éxodo y pérdida de población fue en la veintena del 60 al 80, cuando disminuyo la población prácticamente en un 50%, el trabajo empezó a disminuir, los padres no querían para sus hijos el futuro que se avecinaba y empezó el gran éxodo a grandes ciudades y pueblos industriales, En la década de los 60 solicitaron la baja del padrón municipal 1.517 guadalcanalenses, siendo sus destinos principales a Madrid capital 172 vecinos, pueblos de la provincia 88, Barcelona capital 259 y pueblos 188, Sevilla capital 219, y así, una larga lista de ciudades y pueblos hasta completar la citada cifra. Este éxodo continuó en menor pero apreciable cuantía hasta 1.980, terminando con un censo de 3.261 habitantes.

Año

1900

1920

1930

1935

1940

1960

1980

Habitantes

5,786

6,714

7,376

7.629

6,931

6,075

3,261

Progresivamente a la falta de trabajo en el sector principal del pueblo, las tareas en el campo y la ganadería principalmente, las empresas fueron cerrando o trasladándose a pueblos cercanos, como el caso de Industrias metálicas Serna a Llerena o Refractarios San José que se trasladó a la vecina Berlanga. La industria de refractarios de gran incidencia en el tejido empresarial de Guadalcanal ha quedado reducida en la actualidad a solo una que trabaja de forma casi residual, otros gremios que desaparecieron fueron los molinos de aceite, limitándose en la actualidad a una cooperativa, un grupo olivarero y un particular, o las carpinterías, en la actualidad agrupadas en una cooperativa y gran parte de ellas desaparecidas.

Año

1990

1998

1999

2000

2010

2019

Habitantes

3,321

3,067

3,015

2,976

2,962

2.627

 A partir de los años 80 del pasado siglo, la población va decreciendo en cantidad menos progresiva, lamentablemente, es una población envejecida, la falta de trabajo y oportunidades para la juventud, va condenando a Guadalcanal a una desolación alarmante, que si los políticos o quien corresponda no interceden, nunca saldremos de la rueda de la España despoblada.

Fuentes. - Archivo personal, Hemerotecas, Instituto Nacional de Estadística, Guadalcanal siglo XX (Ignacio Gómez Galván), La villa Santiaguista de Guadalcanal (Manuel Maldonado Fernández), Emigración a Indias y Capellanías en Guadalcanal (Javier Ortiz de la Tabla Ducasse), Economía y Sociedad en Guadalcanal durante el antiguo régimen (Manuel Maldonado Fernández) y Revistas de Ferias y fiestas de Guadalcanal.

Rafael Spínola Rodríguez

sábado, 18 de mayo de 2024

Nuestra historia (2)

 

Las antiguas murallas de la villa
       

    Para hablar de las murallas de Guadalcanal, hay que situarse en el contexto histórico del Guadalcanal musulmana. Los árabes habían invadido España en el año 711 al mando de Tarik, que se dirige a Toledo tras conquistar Córdoba. En el invierno del 712, Muza sube por la Ruta de la Plata. por Almadén y Monesterio, a conquistar Mérida que lo hace el 30 de junio de 713 ayudado por su hijo Abd el Azis. Tras la conquista de Mérida, dicen los historiadores árabes y en el mes siguiente se conquistó todo el territorio del sur del reino de Badajoz, mandando Muza tropas al mando de su hijo, que luego siguió para Sevilla, que se había sublevado, y marchando él para Toledo. En el mes de Julio del 713 llegan los musulmanes a Guadalcanal, eran árabes y bereberes que dejarían un pequeño destacamento en el lugar, al que llamarán WAD AL QANAL.
    Allí encuentran un cerro fortificado, habitado por visigodos e hispanorromanos, que llaman Monforte, rodeado de Murallas; también encuentran habitantes en diversos sitios del término, y seguro que, en un valle situado entre dos sierras inclinado hacia el sur y lleno de veneros y arroyos con la ruta de Híspalis a Emérita por Astigi y Regina en su lado oriental, al que atraviesa subterránea una corriente de agua de norte a sur. Está patente que lo que hay al llegar los árabes es Monforte y su territorio. En el cerro de Monforte, a 5 Kms. al suroeste del pueblo actual, hay construcciones romanas de derretido con dos murallas concéntricas. Esto, según Mª Dolores Gordón Peral en su libro Toponimia sevillana. Ribera, Sierra y Aljarafe, nos indica que hubo habitación desde muy antiguo. “A la construcción de época romana, debe su nombre el lugar, compuesto de un original Mons Fortis.
    Considerando la llamativa evolución de O tónica a O romance que revela un tratamiento dialectal, se debe adscribir el topónimo al estrato histórico-lingüístico mozárabe. Los mozárabes eran los cristianos que se quedaron a vivir con los árabes y estaban allí de antes. Monforte sería un ejemplo más de nombre de fortificación alusiva a restos más antiguos y de valor arqueológico. Nos inclinamos al mozarabismo del nombre, pues es seguro que hubo habitantes cristianos en estas tierras durante el período de dominación musulmana. El Cerro Mezquita y el arroyo Mezquitas son alusiones que confirman 1a antigüedad de Monforte”. Otro dato que atestigua a Monforte como anterior aún a los romanos, es que está lejos de la calzada romana que va a Regina. Las calzadas se construyeron cuando ya estaban asentados los romanos. Investigaciones hechas por mí en autores antiguos me han revelado que Mons Fortis existía en tiempos del emperador Antonino Pio, que gobernó del año 138 al 161, y también refiriéndose a Guadalcanal dicen que “el primero sitio de su fundación primera fue distante una legua de donde hoy está, en un cerro que se dice Monforte”… “fue fundada en lo selecto de la provincia antiguamente llamada Turdulana o Baiusturia; según el cómputo de las historias, fue casi mil y seiscientos años antes del nacimiento de Cristo.” Esto viene a confirmar que esta fortaleza romana era un oppidum construido sobre restos de otros pobladores que en el caso nuestro serían turdetanos o tartésicos, pues todas las fortalezas primitivas estaban en alto.
    El campesinado hispano-romano-visigodo se sometió a las tropas de Muza, conviviendo luego con la nutrida población berebere asentada aquí y entre ellos, miembros de la tribu de los zenatas. Ya debía de existir Wad al Qanal como población en el año 758, en tiempos del Califa Abderramán I, pues se cita que pasó cerca un tal Yusuf al Fihri, wali árabe que desde Mérida marchó a Fuente de Cantos y, reclutando gentes del sur extremeño, formó un ejército de veinte mil hombres bereberes contra el Califa, y fue a Almodóvar donde fue derrotado, luego se dirigió a Firris (Cerro del Hierro) entre Wad al Qanal y Qústantina, y de allí a los Pedroches, siendo asesinado en Toledo.
     El territorio de Al-Ándalus se dividía en circunscripciones administrativas llamadas Coras, regidas por un gobernador o Walí. Eran como provincias con jefes militares que asistían a la autoridad civil, esto era desde los Omeyas, en 756. Guadalcanal pertenecía territorialmente al castillo de Reina, y éste era de la Cora de Al Balat, ya que se interna su territorio en Extremadura hasta el límite con Hornachos, y por tanto Guadalcanal lindaba por el Sur con la Cora de Firris, cuyo límite era el Benalixa, y, más arriba, el id Sotillo. Benalixa, hoy Benalija, es una rivera que nace en Alanís y es límite entre éste y Guadalcanal, y entre nuestro pueblo y Cazalla. Se cree que el nombre le viene de los Ibn Alisa, familia de la tribu bereber de los Hawwara cordobeses. Wakil gobernó Alisá cerca de Talavera la Vieja en tiempos de Abderramán III an Nacir, y luego cayó en desgracia. Su hijo fue Saydun Ibn Wakil al Awrabi Ben Alisá. Esto fue por los años 912-961. El río Benalixa corría por el límite de las Coras y la de Firris se internaba por lo Pedroches cordobeses.
    Tribus bereberes que habitaron por nuestra comarca fueron los zenatas que eran parientes de los zuwága de Azuaga. Los zenatas entraron por el Guadalete a España y venían del Mogreb y Túnez. Eran nómadas del desierto; dicen los árabes que donde hay dátiles hay zenatas; criaban camellos y eran aficionados al caballo, excelentes jinetes (zeneta) montaban a la jineta (zeneta), dando la imagen de ese depredador nocturno que ha dado muchos topónimos con el nombre de Gineta en el sur de Extremadura. Eran buenos guerreros muy valientes y rebeldes. Los mayores contingentes pasaron a España en tiempos de Almanzor, propiciados por él. Otra tribu era la Miknása, se instaló en el llano de las Bellotas-Fahs al ballet, que se extendía desde el sur de Guadalcanal hasta los Pedroches, y tenían predilección por las bellotas y las minas; llegaron en los primeros años y se extendieron por la baja Extremadura. Los Hawwara se infiltraron también en Extremadura.
    Con la caída del Califato, nacieron los reinos de Taifas alrededor de 1031 y entonces hay una guerra entre el rey de Sevilla y el de Badajoz, de 1044 hasta 1051, en que hicieron las paces, por lo que Guadalcanal y Reina sufrirían las consecuencias.
    El año 1082 Alfonso VI bajó a Sevilla y llegó a Tarifa. Por entonces casaría con la hija de Almotamid, Zaida, que fue llamada Isabel. Después se enfriaron las relaciones y Almotamid llamó a los amorávides, que vencieron a Alfonso VI en Zalaca, cerca de Badajoz, en 1086. En 1088 dicen los Anales Toledanos que el cristiano alcanzó el puerto de Guadalcanal, pero no le ofreció batalla. La entrada al puerto se hacía entonces subiendo por el lado del túnel; luego siguió hasta Sevilla. Otra vez vinieron los almorávides en 1091, y tres años después son dueños de estas tierras. Se sabe por el Botánico Anónimo que en 1100 había castillos al norte de Qústantina; eran los de Qastalla y Al Aniz, y por el Idrisí, que pasó por Ellerina y Zuaga antes de 1152 sabemos que esta última tenía el muro de tierra.
    En 1147 llegan los almohades a Sevilla y Badajoz con Abdelmumen. Le sucedió Abu-Yacub-Yusuy en 1163, en cuyo tiempo comienza el famoso período de construcciones almohades: la mezquita de Sevilla, el puente de barcas, las dos alcazabas, ampliación y refuerzo de las murallas, fortaleza y murallas de Alcalá de Guadaíra, murallas de Niebla, murallas y alcazaba de Badajoz, Murallas de Llerena, murallas y alcazaba de Reina, murallas y alcázar de Guadalcanal, Cazalla, Alanís y muchos más, incluso las torres de mezquitas sevillanas. Ciñéndonos a Guadalcanal, podemos concretar la fecha de construcción de la muralla y alcázar por pertenecer a los dominios de Abu Yahla Hafiz de Badajoz, que después de mayo de 1169 llegó con tropas almohades procedente de Sevilla, y traía la orden de construir y reparar murallas de fortalezas y plazas fuertes de su jurisdicción, según cuenta Ibn Sáhib al Sata, y ello se realizó entre dicho año y 1175.
        En 1171 llegó a Sevilla el Califa procedente de África, y tras conquistar Al Balat, que se había perdido, vuelve a Sevilla y gasta todo su tiempo en grandes construcciones hasta principios de 1176, en que se marcha.
    Si los almohades hacen una muralla en Guadalcanal del perímetro que conocemos, semejante al de Cáceres, es porque se han encontrado un casco urbano con sus calles que viene de antes. Existe la sospecha por mi parte de que hubiera otra muralla anterior, del siglo XI, ya que era una población grande, estaba en el llano y era fronteriza. Por otra parte, vemos como desde los tiempos de dominación musulmana en que la reconquista se aproximaba a la parte meridional de Extremadura, fue dotada ésta de poderosas obras defensivas, como lo demuestran los siete castillos que había en el término, casi todos en la parte norte, sin contar Monforte y el de la población.
    Las murallas de nuestro pueblo eran de derretido según señala el Catálogo Arqueológico, o sea, de mampostería de piedras, pero ello se contradice con su época, y así vemos que Sevilla tiene la parte almohade de su muro, de tapial con 14 puertas, 7 portillos y 166 torres. Niebla también de tapial de tierra sin almenas con 46 torres y 4 puertas. Llerena de tapial la primitiva, con torres cuadradas, 5 puertas y 12 portillos, Azuaga y Montemolín de tapial, y lo mismo Badajoz.
    Continuando con la cronología, tenemos que sucedió como Califa Abu Yusuf Yacub Almanzur y en 1185, a causa de las incursiones de Alfonso VIII de Castilla, que le envió una carta de desafío. Más tarde, en 1189, Alfonso, tras conquistar Trujillo, pasó el Guadiana en junio y atacó Magacela. Los cristianos venían auxiliados por musulmanes del rey de Mallorca que era almorávide. Los anales Toledanos cuentan que se dirigieron al sur y tras rebasar la sierra de Hornachos, el 17 de Julio, aparecen ante el formidable castillo de Reina al sur de Ellerena vigía de los puertos Mariánicos. Alfonso VIII tomó Reina tras enconado asalto y, según el Bayán, mató a todo el que se le opuso, cautivó al resto y saqueó todo lo que había en la fortaleza. Tras la ocupación de Reina descansaría, y al día siguiente, 18 de Julio, se presentaría e Guadalcanal que estaba y está a media jornada a caballo, camino que yo he recorrido cientos de veces cuando era médico titular de Reina.
    Se dice que descansó en Guadalcanal con sus tropas, ya estaba cercada de murallas en esa fecha y con su alcázar, pero no consta que la tomara por combate; en otros autores se dice que descansó en Guadalcanal a la vuelta y luego tomó Reina, pero lo dicho antes está confirmado por árabes como el marroquí Aben Idhari, que vivía por entonces. Luego, cabalgó hacia Sevilla donde infligió fuerte castigo a los musulmanes de los alfoces sevillanos enviando sus tropas a Córdoba, devastando las vegas del Guadalquivir y regresando inmediatamente a Toledo. Las noticias de esta gran expedición llegaron pronto a Marraqués y Abu Yusuf se dispuso a pasar el estrecho, cosa que hizo al año siguiente, pero dirigiéndose a Portugal. El rey cristiano en 1194 lanzó contra Sevilla un poderoso ejercito que pasó el Guadalquivir causando terribles estragos por las campiñas, según cuenta la Crónica Latina, y al año siguiente el moro predicaba la guerra santa y derrotando a los cristianos en Alarcos el 18-7-1195 y con el botín ordenó se dedicara a terminar la Giralda, que estaba en obras desde once años antes, destruyendo muchos castillos en Extremadura en los dos años siguientes, perdiéndose todo lo que se había conquistado; por eso extraño lo que se dice en otros autores de que Guadalcanal y Reina quedaron en manos cristianas hasta 1231.
    Su hijo Mohamed al Nasir predicó otra cruzada y fue derrotado en la batalla de las Navas de Tolosael 16-7-1212, la más grande batalla habida en España. Y así llegamos a 1241, en que el jeque de WadalQanal, que la defendía y nombre de Abul-Hasan Axataf, rey de Sevilla, la entrega sin combate, pues al perderse Badajoz pasó a Sevilla con Reina. Había sido sitiada la plaza por los santiaguistas y el jeque diose a partido, o sea se rindió y la entregó haciendo un pacto o pleitesía en que reconocía la autoridad del rey castellano, Fernando III el Santo, quedando en condición de sometido, cediendo la fortaleza y fortificaciones. Los musulmanes conservaron sus propiedades o, como dicen las crónicas, fincaron en lo suyo.
    En 1264, con la sublevación de los mudéjares, perdieron sus derechos, y muchos abandonaron el pueblo, quedando una minoría.
    Nos encontramos entonces a un Guadalcanal con un alcázar de cuya muralla sale la que rodea a la población con una capacidad suficiente para dos mil casas de la que los árabes usaban, muralla seguramente de tapial, aunque tuviese ladrillos en las esquinas de las torres y en los arcos y aún piedra, como se ve en Llerena. Las puertas solían tener unos cinco metros de alto y todas las desembocaduras de calles solían ser portillos y puertas. Había una serie de torres cuadradas en el recinto cada cierto tramo de lienzo y plataformas para el camino de ronda. Las torres tenían habitación y techo de bóveda de cañón de ladrillo y puertas con arco de medio punto.
    He podido averiguar por documento de la Orden de Santiago que la muralla estaba rodeada por todas partes por un foso que llamaban cava, por la cual corría en la parte N. y O. un arroyo llamado de la Cava y por la parte E. otro arroyo llamado de Pedro Gómez. La cerca iba desde la iglesia de Santa Ana hasta la puerta de Llerena y se continuaba hasta la esquina de calle López de Ayala girando por la Cava y bajando por el muro del pilar hasta la puerta del Jurado, desde donde se dirigía a la esquina que desemboca a la puerta de los Molinos, y rebasada ésta, subía más allá buscando la torre de Santa María y rodeando el alcázar, hoy Iglesia y Ayuntamiento, lanzaba un brazo rodeando el paseo del Palacio coincidiendo con los bancos exteriores que hoy tiene, rodeado todo el paseo de foso y seguía por donde está la Almona. Por el otro extremo bajaba desde Santa Ana por la calle Juan Pérez, dirigiéndose a las casas que ocupaba el Hospicio de San Basilio; girando hacia la puerta de Sevilla, subía por Pozo Berrueco en dirección a calle Águila, y desde ésta enlazaba con el muro que venía por las traseras de los corrales de la calle y calleja de San Sebastián, sin poder especificar más.
    En el año 1521, por ser Guadalcanal comunero, fue mandado por Carlos I tirar los muros y, desde luego, se tiraron trozos del mismo, aunque no entero. Se rompió la cerca por la entrada a calle Jurado al lado del pilar actual que estaba situado en la acera de enfrente; también al final de la calle de las Huertas; se tiró el muro que subía hacia la torre, y el que unía la Iglesia con el Ayuntamiento actual construyéndose un arco; se tiró el trozo de calle Águila delante del arroyo que iba por el foso; también el trozo de la entrada norte de la calle de Juan Pérez y se respetó uno que va bordeando la Iglesia de Santa Ana. Había un portillo entre el Palacio de la Encomienda y la Almona que ya consta en 1494 que comunicaba con las carnicerías.
    Posiblemente habría más portillos. Si no fuese así, habrían quedado encerradas muchas calles como Santa Clara, Guaditoca, Concepción, Carretas, Altozano Bazán y la Plaza de Santa Ana, que tengo dudas si estaba comunicada al exterior con un portillo, pues desde la puerta de Llerena hasta la de Sevilla hay grandísima distancia. Muchos lienzos de murallas se desmocharon para formar parte de casas sobre todo de fachadas, y quizás hoy se puedan ver los restos, y esto es así, y queda comprobado, por un testigo presencial de Guadalcanal que vivía en mil seiscientos y pico, que dice lo siguiente: «Hasta hoy se ven algunos pequeños pedazos de muros y cerca antigua de Guadalcanal y tres puertas con edificaciones de las casas quedando la villa cercada artificialmente. La de Llerena está caída». Con esto queda dicho todo.
    En la puerta de Llerena había un puente para pasar de calle Santa Ana, Berrocal Grande (Espíritu Santo) y Berrocal Chico a la población enfrente de la calle Granillos, ya que pasaba el arroyo de la Cava que mi madre conoció a primeros de siglo. También por ese tiempo se tiró el arco del Palacio y consta que a mediados del siglo XIV se tiraron lo restos de la muralla.    
    Este trabajo de investigación que mi ha llevado años, es el resultado de consultar mucha bibliografía, incluidos los historiadores árabes, que son muchos, y de datos de archivos inéditos, junto con ciertos procedimientos de investigación por lo que queda prohibida su reproducción.

Antonio Gordón Bernabé
Revista Guadalcanal 1996

domingo, 12 de mayo de 2024

El término de Guadalcanal (1)

Desde su origen hasta finales del antiguo régimen
Primera parte 

1.- Introducción. 

    La Historia de Guadalcanal es imposible desligarla de Extremadura y de la Orden de Santiago, en cuyo espacio geográfico y a cuya jurisdicción perteneció entre 1246 y 1833, respectivamente. El estudio que se propone en este artículo está enmarcado en estas fechas extremas, es decir, cuando Guadalcanal era una villa santiaguista y extremeña.
    La Reconquista del actual territorio extremeño finalizó en 1248, tras la batalla que las milicias santiaguistas libraron y ganaron en Tentudía. En esta fecha, Fernando III el Santo donó las Tierras de Montemolín a la Orden de Santiago, en la persona del maestre Pelay Pérez Correa, «el Cid de Extremadura». En años anteriores los santiaguistas ya habían recibido de los monarcas castellano-leoneses las encomiendas de Reina, Alange, Hornachos, Mérida y Montánchez, acaparando un espacio territorial de aproximadamente 10.000 km2. Dentro de las Tierras de Reyna se encontraba Guadalcanal y su actual término; es decir, nuestra villa quedó formando parte del señorío santiaguista (también conocido como Provincia de León de la Orden de Santiago), a su vez encuadrado en una entidad territorial con muchos desarraigos, la Extremadura leonesa, que hasta 1651 no alcanzó el rango de provincia, una vez obtenido el Voto en Cortes.
    Mucho antes de esto, a finales del XIII y a lo largo del siglo XIV, tuvo lugar una reorganización administrativa de las tierras santiaguistas en Extremadura, desdoblándose las encomiendas y donaciones reales iniciales (Montánchez, Mérida, Hornachos, Alange, Reina y Montemolín) en otras nuevas, cada una con sus respectivos términos y pueblos. Así, en la demarcación de Reina quedaron consolidadas las siguientes encomiendas y circunscripciones:
-La villa maestral de Llerena, con las aldeas de Cantalgallo, Maguilla, Hornachuelo, Higuera-Buenavista- Rubiales y Villagarcía.
-La Comunidad de Siete Villas de la encomienda de Reina, con dicha villa y los lugares y términos de Ahillones de Reina-Disantos de Reina, Berlanga de Reina, Casas de Reina, Fuente del Arco, Trasierra de Reina y Valverde de Reina.
-La encomienda de Azuaga, integrada por esta villa, el lugar de Granja y las aldeas de Cardenchosa y los Rubios.
-La encomienda de Usagre, con dicha villa y el lugar de Bienvenida, más tarde (finales del XV) también encomienda.
-Y la encomienda de Guadalcanal, en cuyo término se encontraba la aldea de Malcocinado.
    A cada una de las villas y lugares citados (no a las aldeas), de formas general y con independencia de la circunscripción administrativa a la que perteneciesen, se les delimitó un reducido término en el momento de ser reconocidos como entidad concejil. Estarían constituidos por lotes de tierras o suertes de población, que incluirían huertas, plantíos y tierras de labor, concedidas en propiedad a los primeros y más significados repobladores, con la finalidad de afianzar el asentamiento. Aparte, incluían ciertos predios alrededor de la población (ejidos) y otras zonas adehesadas de las más productivas del entorno y de fácil acceso (dehesas privativas o concejiles), en ambos casos para el usufructo comunal y exclusivo del vecindario presente y futuro; es decir, cerrado a forasteros y a sus ganados, pero abierto a quienes quisieran avecindarse. Surge así “lo comunal” en su vertiente más íntima, restrictiva y duradera, permaneciendo en tal situación hasta la segunda mitad del XIX, pese a las vicisitudes que les afectaron. Nos referimos a los aprovechamientos comunales y privativos de cada concejo.
    Aparte lo deslindado, sin asignar a ningún concejo en concreto coexistían amplias zonas baldías, o tierras abiertas, donde se estableció una intercomunicad general, a cuyos aprovechamientos (pastos, bellota, madera, leña, abrevaderos, caza y pesca) podía acceder cualquier vasallo de la Orden en su provincia extremeña.
    Concretando, tras las seis donaciones reales referidas la organización y distribución del territorio que más directamente nos ocupa debió seguir el siguiente proceso:
-Asignación de términos a los concejos que progresivamente iban surgiendo, quedando el resto de la tierra para el disfrute comunal de los vasallos (intercomunicad general), una vez que la institución se reservó las dehesas que estimó precisas para financiarse dehesas de la Mesa Maestral y de las encomiendas).
-Agrupación de concejos en encomiendas.
-Reparto de los baldíos integrados en la intercomunicad general entre dichas circunscripciones, utilizando como criterio la proximidad a las mismas. Por ejemplo, dentro de la Comunidad de Siete Villas de la Encomienda de Reina, una de las cinco circunscripciones surgida de la primitiva donación de Reina, cada uno de los siete concejos tenían señalado su propio término; además compartían en (intra) comunidad de pastos supraconcejiles una serie de baldíos agrupados en los denominados Campos de Reina, con una superficie superior a la suma de los términos privativos.
-Por último, se impuso una reciprocidad en los aprovechamientos de las tierras baldías de circunscripciones colindantes; es decir, los ganados de los vecinos de una determinada encomienda podían pastar en las tierras baldías asignadas a encomiendas vecinas, desapareciendo la intercomunicad general y dando paso a las intercomunidades vecinales.
    Esta última etapa fue concretándose a lo largo del siglo XIV, estando ya definitivamente institucionalizada en tiempos del maestre Pedro Fernández Cabeza de Vaca, como así quedó recogido en uno de los Establecimientos del Capítulo General celebrado en Llerena, el 16 de marzo de 1383, al que más adelante se hará referencia.
2.- Superficie y distribución del término de Guadalcanal.
    Aplicando estos principios generales a Guadalcanal, en los primeros momentos, tras su incorporación en 1246 a la Orden de Santiago nuestra villa carecía de término; simplemente era un asentamiento o aldea administrada desde la villa de Reina. Pocos años después se constituyó en concejo, como un lugar anexo a dicha villa cabecera, circunstancia que conllevaba la asignación de un pequeño término, mucho más reducido que el actual. Antes de finalizar el siglo XIII, o en los primeros años de la siguiente centuria, ya obtuvo el privilegio de villa exenta de la jurisdicción de Reina, ampliando su primitivo término con nuevas dehesas y baldíos, cuya superficie se mantuvo mientras permaneció bajo la jurisdicción de la Orden; es decir, el mismo que todavía poseía en 1752, cuando contestaron a las preguntas del Catastro de Ensenada. Por esta fuente sabemos que la superficie asignada, junto al de la aldea de Malcocinado, era de unas 27.510 fanegas de puño en sembradura de trigo, cada una de ellas con unas 7.850 varas castellanas cuadradas del marco de Ávila, que era la unidad superficial más común en nuestra zona. Según decían en la tercera respuesta,
…el termino dezmatorio y jurisdiccional de esta Villa se extiende dos leguas de Levante a Poniente y otras dos de Norte a Sur; y de circunferencia seis leguas, todas castellanas (..), Y confronta a Levante con el término de la villa de Alanís, a Poniente con término de la villa de Fuente del Arco, al Norte con término de la villa de Valverde y al Sur con término de la villa de Cazalla.
    Es evidente que la superficie estimada se hizo a la baja, pues el término de entonces es el mismo que posee en la actualidad (42.100 fanegas, es decir, 27.801 hectáreas), más la mayor parte del que hoy disfruta Malcocinado. De hecho, en el Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura en 1791, se corregía parcialmente la superficie, admitiendo que de levante a poniente había una distancia de tres leguas y otras tantas de norte a sur.
    En la respuesta a la cuarta pregunta del Catastro nos dan más detalles sobre el término, indicando que era de secano, salvo 64 fanegas dedicadas a huertas. Atendiendo al uso que se le daba y a la calidad de las tierras (buena o de primera, mediana o de segunda, inferior o de tercera, e inútiles, todo ello en función de sus producciones), se contemplaba la siguiente distribución:

  Aplicaciones

 Total Fanegas

  1ª

  2ª

  3ª

Dehesas

13.089

10.110

1.344

1.635

Ejidos

23

7

16

0

Baldíos

2.130

0

520

1.610

Huertas

64

0

0

0

Viñas

806

16

448

342

Olivares

213

54

102

57

Zumacales

355

14

58

283

Labor

123

103

20

0

Bal. Interc.

8.181

383

2.009

5.788

Inútiles

3.517

0

0

0

  Como se aprecia, casi la mitad del término estaba adehesado y destinado a la ganadería, quedando prohibido su rompimiento o siembra, a pesar de que, como se confirma por las respuestas al Interrogatorio, el arbolado era escaso, predominando el monte bajo y los pastizales.
    Una buena parte del término tenían la consideración de baldíos. De ellos, 2.130 fanegas eran tierras de uso limitado al vecindario de Guadalcanal, mientras que otras 8.181 pertenecían a la intercomunicad vecinal de pastos que nuestra villa compartía con la Comunidad de Siete Villas de la encomienda de Reina. También tenían esta consideración las 3.517 fanegas inútiles o improductivas, relacionadas en la tabla anterior.
    A la labor se dedicaban de forma exclusiva 123 fanegas. El resto de la sementera se labraba en tierras paulatinamente ganadas a las dehesas, baldíos concejiles y baldíos interconcejiles, en este último caso de acuerdo con ciertos compromisos establecidos con los pueblos de la encomienda de Reina.
    Los plantíos de viñas, olivos y zumacales se cultivaban en tierras de propiedad particular, con las superficies y calidades reflejadas en la tabla anterior.
    En cuanto a la propiedad de la tierra, hemos de destacar el predominio de lo comunal y concejil sobre lo privado, manteniéndose en esta situación, casi invariablemente, desde el mismo momento de la repoblación cristiana hasta bien entrado el siglo XIX. Su representación porcentual, de acuerdo con las respuestas al Catastro de Ensenada, es la que sigue:
-Dehesas, baldíos y ejidos concejiles, que en nuestro caso representaban aproximadamente el 62% del término.
-Baldíos interconcejiles, representados por las 8.181 fanegas (31% del término) usufructuada entre los ganaderos de Guadalcanal y los de la Comunidad de Siete Villas. En reciprocidad y de acuerdo con la política repobladora de la Orden, otras tantas fanegas de los baldíos interconcejiles de dicha Comunidad quedaban abiertas a los ganados de Guadalcanal.
-Tierras en manos del clero (párrocos y beneficiados, parroquias, ermitas, conventos, cofradías, capellanías y obras pías).
-Propiedades de particulares, con intereses sólo en huertas y plantíos, y en las 123 fanegas
dedicadas en exclusividad a la labor. En conjunto, sumando las del apartado anterior, unas 1.561 fanegas eran privadas, es decir, el 6% del término.
-Bienes raíces de la Orden, de escaso significado en nuestro término, en donde sólo disponía de unas 30 fanegas.

Manuel Maldonado Fernández.
Revista de Guadalcanal 2002

sábado, 4 de mayo de 2024

Nuestra Historía (1)

Guadalcanal, sus orígenes


    Historiadores, historiografía, tradición, vestigios y crónicas diversas nos cuentan con rotundidad que Guadalcanal fue fundada por los musulmanes en sus primeros años de estancia en la península ibérica. Cuando llegaron a estas estribaciones de la sierra encontraron diversos asentamientos de pueblos visigodos concentrados, sobre todo, alrededor del Cerro de Monforte, lugar primigenio donde vivieron, antes que los romanos, los túrdulos. Poco se sabe de estos proto-guadalcanalenses y muchas incógnitas se presentan a la hora de trazar una historia completa de nuestra localidad.    
    Con la llegada del verano se vuelve a cumplir un aniversario que suele pasar desapercibido. En julio del año 713 las tropas árabes y bereberes de Musa ibn Nusair se asentaron en un alto cercano al arroyo San Pedro en su camino hacia la conquista de Mérida y fundaron un campamento de nombre “Wádi-al-Kanal” que hoy, 1.305 años después es la Guadalcanal que todos conocemos y que en el actual Imperio se asocia con una gesta bélica ocurrida a miles de kilómetros de aquí. Los orígenes de nuestra localidad son habitualmente mencionados en diferentes publicaciones, ya sean en esta revista como en diferentes libros que se han escrito sobre el tema y todos ellos están de acuerdo en que fue fundada por estos musulmanes. Por tanto, surge la pregunta de cuestionarse qué hubo antes de ellos, qué pueblos habitaban estas tierras no ya con la llegada de las columnas del norte de África, sino en los tiempos anteriores a los bien documentados romanos.
    Es interesante vislumbrar en diferentes fuentes documentales la cautela con que esa parte de la historia es tratada por algunos autores. Tal es la falta de información que lo habitual es encontrar advertencias que alertan de que todo lo que se ha dicho o escrito hasta ahora debe ser tomado “con mucha cautela” e incluso “rechazado” hasta que “no se realicen investigaciones serias y profundas sobre dichas cuestiones”. No es intención de esta breve reflexión didáctica servir de piedra de toque de ninguna revelación milenaria, pero sí de tratar de rellenar el hueco que aún existe en las crónicas sobre los años anteriores a la llegada de los romanos a estas tierras del suroeste de la península. Siempre, por supuesto, con esa misma cautela y adelantando que la base de estas afirmaciones no son parte de ninguna investigación científica.
    

“A la llegada de los musulmanes, la población estaba concentrada a cinco kilómetros de Guadalcanal, en el Cerro de Monforte”

    En la obra “Historia de Guadalcanal” publicada en 2006 y firmada por Andrés Mirón se dedica un capítulo a narrar las desventuras de nuestra localidad entre los tiempos de la prehistoria y la llegada de los romanos a la península ibérica. Mirón solo ocupa tres páginas a hablar de esa época en la que menciona que, a su juicio, la fundación de la villa debió de ser fenicia y no celta. Apoya su tesis en los famosos documentos de Fray Andrés de Guadalupe, el monje franciscano del que también se ha dado buena cuenta de su perfil en las páginas de esta revista, en los que asegura que “la fundación del pueblo data del siglo XV a. de C.” Estamos hablando de hacia el año 1450 antes de Cristo y en ese momento lo que hoy es España difiere bastante de lo que actualmente tenemos en la cabeza que es nuestro país. En aquellos años, en aquella centuria, existían numerosos pueblos diseminados a lo largo y ancho de la península. Son los pueblos íberos que, reunidos en un conjunto total son fáciles de estudiar en la escuela pero presentan diferentes nombres y características mucho más complejas de lo que nos suelen indicar los libros de texto. Así, hacia la zona suroeste aparecen principalmente los famosos tartesios en el valle del Guadalquivir y, al este de éstos, los turdetanos. Solo en el sur de la posterior Hispania también moran los oretanos y los bastetanos, rellenando el mapa de la piel de toro nombres que van desde los edetanos (en la actual Valencia) hasta los pelendones (norte de Soria, La Rioja y sureste de Burgos). En el espacio que va desde el Guadiana hasta el Guadalquivir vivieron los túrdulos.
    A la llegada de los musulmanes no existe, o no llegó nunca a existir, una población visigoda sobre las calles de la actual Guadalcanal, ni tampoco romana. Ni siquiera la hubo íbera, según los vestigios encontrados y las fuentes documentales que nos han llegado. Esto no significa que no hubiera mansios (una especie de posada o venta romana), domus o aldeas íberas, romanas o visigodas en donde hoy están el Palacio, el Coso o la calle Luenga sino que en su momento no constituyeron más que una dispersión de casas o nada mayor que un campamento. Es bien conocido que esta zona ha constituido un importante centro minero de la península ibérica hasta hace relativamente muy poco tiempo y que se conocen explotaciones de plata desde los tiempos de los primeros humanos. No es extrañar, por tanto, que la zona haya sido habitada desde aquellos momentos en mayor o menor medida y que la concentración de población haya podido estar ligada a los aprovechamientos mineros.
    El periodista Andrés Rubio, también habitual de esta revista, nos cuenta a través de su obra ilustrada sobre la historia de Guadalcanal que “algunas crónicas cuentan que Guadalcanal fue fundada por el rey íbero Gerión” en 1690 antes de Cristo. Por lo que se ha podido investigar, se trataría de una leyenda de origen griego aunque Fray Andrés de Guadalupe lo afirma en sus escritos como si fuera un hecho real. En los mapas y descripciones geográficas de los adelantados romanos – como el famoso Plinio el Viejo, Ptolomeo o Estrabón – se marcan las principales poblaciones que surgen a lo largo de la vía que conectaba Astigi (hoy Écija, ciudad fundada junto a una población turdetana) con Emerita Augusta (Mérida) y en ellas destacan pueblos bien conocidos como Regina (Reina) o Constancia Iulia (Constantina), pero no consta que aparezca ningún asentamiento de envergadura en lo que hoy es Guadalcanal. Esto no significa que no hubiera un pueblo de dimensiones similares a las que tiene hoy día nuestro municipio, pero no estaba donde está hoy, sino cinco kilómetros más al sur en el Cerro de Monforte.
    Monforte es una elevación de 710 metros de altitud que cuenta con una posición estratégica. Sobre lo alto del actual castillo de Alanís se puede distinguir a día de hoy perfectamente su silueta mirando al suroeste junto al recorrido del Benalija. Su orografía es muy similar a la que presenta Reina y su alcazaba y no sería descabellado pensar (como hipótesis de trabajo) que el paisaje de ambos cerros fuese muy similar en su momento. Se han encontrado muy pocos restos de Mons Fortis y de su antecedente túrdulo pero sí hay constancia de que existió un doble espacio fortificado con lienzos de la época romana y túrdula que casi con total certeza daba seguridad a una población que existiría en sus faldas.
    De nuevo varios son los autores que hablan de posibles nombres a ese asentamiento en las faldas de Monforte. Que si Tereses, que si Tereja, que si Canani, que si Canaca… De nuevo las fuentes bibliográficas no son concluyentes.

Beturia Túrdula.-

    Susana Pérez Guijo, investigadora de la Brigham Young University de Utah, en Estados Unidos, afirma que “en un principio, la escasez de noticias relativas a la Beturia y a sus poblaciones nos lleva a pensar que esta zona no despertó mucho interés, ya que se alude a ella como si de una tierra marginal se tratara” aludiendo a los autores romanos que conquistarían esta tierra tiempo después. Sin embargo, ella misma asegura también que ese poco interés primigenio cambió al ver la importancia de las minas de la zona y de su estratégica situación como zona de contención de los pueblos lusitanos, bastante batalladores contra el yugo de Roma.

“Guadalcanal se encuentra en los límites entre la Beturia Túrdula y la Beturia Céltica”

    Según afirma Francisco Gallardo en su blog sobre la región de Balutia, esta antigua zona se enmarca dentro del diasistema lingüístico asturleonés, dentro del dialecto extremeño y precisamente Guadalcanal es límite entre la variedad del bajo extremeño y el sudoccidental (porque en Guadalcanal, lo que se habla es extremeño). Este hecho, junto a que nuestra población se encuentre sobre el cabalgamiento geológico de la zona de Ossa-Morena refuerza la idea de que nos encontramos en los límites de la Beturia Túrdula, que no es la misma que la Beturia Céltica. Las paradojas de la historia han hecho que Guadalcanal haya sido a lo largo de los años punto de paso en una vía de comunicación de gran importancia y que haya sido tierra de frontera.
    De acuerdo con las denominaciones actuales, esta parte de la Beturia comprende lo que hoy día es una amplia zona que va desde el sur de Ciudad Real hasta una línea imaginaria vertical desde La Serena de Badajoz hasta Guadalcanal. El punto más al noreste estaría en Almadén y al norte en Capilla (Badajoz). En el sur llegaría hasta el Guadalquivir, pero más allá de Guadalcanal de diluye la presencia túrdula y hacia el oeste las crónicas dicen que Monesterio ya era zona de celtas.

Los túrdulos

    La profesora Pérez Guijo nos da pistas muy interesantes sobre cómo debieron ser los habitantes de Beturia, por lo menos desde el punto de vista de su relación primera con el imperio romano. De sus trabajos se extrae que los romanos y los túrdulos vivieron un encendido romance con los lusitanos y, en diferentes etapas, los dos primeros pueblos llegaron a acuerdos y pactos, pero en otros fueron los lusitanos los que ejercieron el control y la influencia sobre el terreno. Además, se tiene constancia de que los túrdulos se levantaron en armas contra Roma, sea en los siglos II o I antes de Cristo.
    Por su parte, el investigador Jürgen Untermann ha tratado de colocar epigráficamente las diferentes relaciones entre los pueblos prerromanos de la península y, de esta forma, describe con detalle el puesto ocupado por los túrdulos en toda esta maraña de pueblos, gentes y tribus. Así, indica que la Beturia estuvo dividida en dos zonas – como ya se ha dicho – y que la más cercana a los lusitanos estaba habitada por celtas y lo que hoy es Guadalcanal estaba poblada por túrdulos. En primer lugar, los celtas de la Beturia no eran los de la actual Galicia, pero estaban emparentados entre sí. En segundo, los túrdulos no solo hollaron Sierra Morena, sino que también se han encontrado vestigios en la zona de Málaga y Ronda, a sur del Guadalquivir.
    Parece que queda claro que todos estos pueblos no vivieron encerrados en sí mismos en un modelo de autarquía o aislacionismo sino todo lo contrario. Durante los años previos a la romanización y aún incluso con las legiones imperiales en suelo íbero, el intercambio comercial y cultural fue la tónica habitual y dominante. Es por esto que a los túrdulos que habitaron la proto-Guadalcanal se les ha asociado en numerosas ocasiones con los propios celtas, con los fenicios, con los tartesios y con los turdetanos. Estos últimos, aunque su nombre se asemeja mucho al suyo, habitaron zonas más al sur de Beturia.
    Aunque, de nuevo, se sabe muy poco de estos pobladores, existe una teoría que indica que su lenguaje podría estar emparentado con el tartesio o que, directamente, hablaban la misma lengua que los habitantes de lo que hoy es Huelva. Su escritura, de la misma manera, presenta numerosas teorías sobre si se trataba de un sistema semisilabario redundante o un alfabeto redundante aunque otros se inclinan por pensar que se trataría de una fórmula mixta. Sea como fuere, no hay unanimidad ni siquiera en datar el origen griego, fenicio o de terceros en su tipo de escritura.
    Su sociedad estaba basada en la jerarquización de un casta dominante y guerrera contra el resto de artesanos, comerciantes, agricultores y ganaderos. Los sacerdotes, normalmente mujeres, gozaban de gran reputación al igual que ocurría en otros pueblos íberos y prerromanos.
    Sea como fuere, la falta de información y vestigios sobre este pueblo tan guadalcanalense como todos los posteriores que hubo en la zona abre una gran posibilidad de investigación y una oportunidad de oro para completar ese capítulo de la historia de Guadalcanal que actualmente solo ocupa tres páginas.

Sergio Mena Muñoz
Revista de Guadalcanal 2018

sábado, 27 de abril de 2024

Historia de la historia 3

Un magnífico arquero de Guadalcanal y persona cabal

    Lo primero que me viene a la memoria al evocar aquella dolorosa guerra es el número incontable de los compañeros muertos o desaparecidos en combate, cuyos nombres recitábamos como una letanía todas las tardes al toque de oración para que Dios tuviera piedad de sus almas y la fama esparciera sus nombres sobre la faz de la tierra, para que su recuerdo alimentara nuestro coraje y no olvidáramos la deuda con ellos contraída, porque habían muerto para que nosotros pudiéramos poner término a la jornada y conquistar aquel reino.
    No gustaba a los capitanes, particularmente al capitán general, que recitáramos aquella letanía, porque temían que la evocación de los muertos nos lastrase el ánimo. Pero los soldados nos empeñábamos en ello y no había fuerza de capitanes que nos hiciera desistir.
    Ya sabe vuesa merced, porque lo habrá escuchado o se lo habrá dicho fray Bernardino, que me llamo Juan Vázquez de Zúñiga, soy hijodalgo de Jerez de los Caballeros, Bachiller por Salamanca y conquistador del Anáhuac. He matado a miles de “indios”, he amado a algunas “indias” y perdido a mis mejores amigos en las puentes de Tenochtitlan y la guerra del Anáhuac: Al Piloto y Candela perdí entonces, a Remedios y Pantaleón.
    El Piloto fue mi mejor amigo, mi hermano y mi padre. Era de Sevilla, se llamaba Francisco Sánchez Bermejo, pero le decían Francisco de Triana, porque era de este arrabal de marineros. Navegó con el Almirante, descubrió el Nuevo Mundo y murió en las puentes de Tenochtitlan, en las puentes de la calzada de Tlacopan, junto a otros cientos de compañeros, junto a miles de tlaxcaltecas y mexicas, en una noche de lluvia. Aquella noche también murieron Remedios, mi naboría, que era de Cempoallan y me enseñó el arte amatoria, y Candela, que tenía luminarias en los ojos y música en la voz, y Pantaleón, que era el mejor médico y cirujano que he conocido y siempre me sirvió fielmente, y Alonso Almesta, de Olivares, que decíamos el Adelantado y extendió la mano cuando se lo llevaban, pero no pude llegar a él, y Pedro Tostado, el Viejo, que decía cómo el fornicar mucho y bien es la mayor y única fortuna que pueden tener los mozos pobres, y Antonio Vargas, de Sevilla, que en Cempoallan bailó con María Estrada, la única mujer de Castilla que teníamos, y armaron un alboroto, y Alonso de Guadalcanal, que era cazador y parecía el divino Odiseo cuando tensaba el arco, y Gabriel Ortiz, el músico, que lo acompañó a la vihuela cuando cantó en el palacio de Axayácalt, y Alonso Hernández, un buen ballestero que siempre competía con el de Guadalcanal, pero nunca le ganaba. Todos murieron en las puentes mientras llovía y sonaban las trompas y gritos de guerra de los mexicas...
    Perdóneme vuesa merced, me he confundido, que el de Guadalcanal y toda su compañía murió en los patios de Axayácatl, sitiados cuando se vieron cortados y hubieron de retroceder... ¡Oh, Dios misericordioso! Tenían los mexicas la costumbre de sacrificar a sus dioses los prisioneros enemigos y a los mejores de éstos ponían adobados como trofeo en el altar del Huitzilipochli. Así pude ver varios cueros de caballos muy bien curtidos, que los tenían por animales fabulosos, y los rostros de algunos soldados, entre los cuales estaba el de Alonso Guadalcanal, que bien lo reconocí por los rizos de la guedeja y el rostro afeitado, que decía nuestro pintor Ribera cómo se parecía al David que Miguel Ángel había puesto en la plaza mayor de Florencia, según una estampa que tenía su maestro. ¡Virgen Santísima! Lo miré con cuidado y era su rostro, la nariz aguileña y labios delgados. Me puse malísimo. No sé lo que sentí, como si el mundo me aplastase o me tragase el infierno. Un sudor frío me subió por la espalda, me mareé y tuve que sentarme un rato en el suelo, luego tomé una tea encendida y prendí fuego a todos aquellos tristes despojos. ¡Tan magnífico arquero y persona cabal! Entonces noté que un sacerdote, aquellos sacerdotes engreñados, sucios y malolientes, me contemplaba en silencio y sin pensarlo, lleno de furia, me fui a él y lo degollé. No hizo nada por evitarlo y se derrumbó como un saco vacío, mientras su negra sangre se derramaba por las losas de piedra. ¿Cómo se puede entender la misericordia divina? ¿Dónde estaba el Dios de la misericordia?
Oh, perdóneme vuesa merced...
    Sesenta años hace ahora de todo eso, que son ya ochenta los que tengo. Ochenta años he cumplido y comienzo a escribir o dictar esta relación de la conquista y destrucción de Tenochtitlan por consejo y encargo de mi amigo fray Bernardino de Sahagún, de la Venerable Orden Tercera del Seráfico San Francisco, estudioso de las cosas y cultura de los antiguos mexicas.
    No sé si podré llevar este empeño a buen término, que ya soy demasiado viejo, ochenta años son muchos años para tanto empeño, tal vez sea alguno más y la cabeza se me pierde. En ocasiones la cabeza se me va y me olvido de dónde estoy y qué hago. Por eso ya no salgo, como solía, solo por estos bosques y sierras, que me sucedió un día que anduve extraviado, errante y sin tino por estas quebradas y barrancas. Pero quiso Dios enviarme unos “indios” buenos que me trajeron a casa, que, si no, en el monte habría tenido que pasar la noche con peligro del frío y las fieras. Sin embargo, para las cosas antiguas tengo buena memoria y me precio de acordarme bien de todos los hechos sucedidos en aquella jornada y aún de los nombres de los más de los compañeros, porque, como yo era muy mozo entonces, todo lo guardaba en la memoria o apuntaba en este cuadernillo, no ahora que todo se me escapa.
    Como digo, acabo de cumplir ochenta años. Fíjese vuesa merced que tengo la misma edad que nuestro hermano fray Bernardino, que nací a catorce días andados del mes de enero de 1499, en Jerez de los Caballeros, como el bueno de Miguel Lezcano, que tan bravamente peleaba con un montante y por eso llamábamos Galaor, aunque la cabeza se me pierde a veces, mientras él la mantiene aún fresca como si tuviera la mitad de años y tengo para mí que me sobrevivirá muchos más, porque, si no fuera por el amor y cuidado de mi ahijado Francisco, no me sabría valer y acaso ya me habría recogido Dios, que seguramente sería lo mejor, porque no sé qué hago ya en este mundo, si no es contemplar la muerte y ruina lamentable de todo lo que aquí vivió y alentó en otro tiempo. Pero Francisco me quiere y cuida, como es obligado que los hijos cuiden a sus padres, aunque Francisco no es mi hijo, sino mi nieto, que hijos ya no tengo. Tengo nietos, dos nietos legítimos tengo, Gonzalo y Juan, varios biznietos y algunos tataranietos, pero éstos, los nietos legítimos, antes querrían verme muerto que no vivo por mor de la herencia.
    Francisco es nieto de una mujer de Cempoallan, que me dejó mi señor don Alonso Hernández de Portocarrero cuando se fue a España por procurador nuestro. Era hija de un cacique y tan hermosa era que no parecía “india”, gitana o morisca parecía, que no “india”. Cuando se bautizó, se le puso por nombre Francisca y tuve once hijos de ella, que tanto me amó y así me dio buenos hijos, que no mi mujer, que sólo uno me dio, porque era estrecha y beata, y no entendía las necesidades que tenemos los hombres, mayormente si hemos sido soldados y hemos estado en grandes peligros, con la muerte al ojo, como yo lo estuve.
    Pero dejémoslo, que esto no hace a nuestra historia, y digamos sólo cómo merced a los cuidados de este nieto, Francisco, hoy puedo estar aquí relatando todo lo que vieron mis ojos en los días de la conquista, según me lo pide fray Bernardino de Sahagún.
    Fray Bernardino me lo había pedido ya desde muy antiguo, desde el tiempo en que fuera maestro en el colegio de Santa Cruz de Tlatelolco me lo tenía pedido y luego más tarde, cuando comenzó la investigación de las cosas de estos pueblos, que muchos no aprueban que fray Bernardino ande estudiando las idolatrías de los mexicas, vuesa merced bien lo sabe. Son muchos los que desconfían y temen sus pesquisas, y el Santo Oficio tiene prohibido que se publiquen libros en náhuatl, que es la lengua natural de esta nación, por lo que nuestro hermano se ha visto en la necesidad de traducir su obra al castellano. Pero ni aun en castellano quiere el Santo Oficio que se impriman los textos sagrados de los mexicas y le quitaron sus papeles, le apartaron sus secretarios y no lo dejaron trabajar, que aquello fue una grandísima amargura para nuestro hermano, porque lo acusan de difundir las idolatrías y maldades de los mexicas, de lo que él se defiende argumentando que de igual modo que el médico conoce el cuerpo y la enfermedad para curarla, así el predicador y el misionero deben conocer los vicios de la república para enderezar contra ellos su doctrina. Pero es en vano, que tengo para mí que las razones del Rey y el Santo Oficio son de otra índole que las de fray Bernardino y nunca alcanzarán un acuerdo. El Santo Oficio y el Rey pretenden el poder y dominio de los pueblos, en tanto que fray Bernardino sólo busca la salvación de las almas. Ahora que soy viejo puedo decirlo claramente, que ya nada me importa lo que hagan con mi cuerpo y nada pueden con mi alma.
    Fray Bernardino desde siempre ha escuchado con atención a los ancianos que le contaban cosas de los antiguos mexicas, que son los señores que había en el valle del Anáhuac cuando los españoles llegamos, y luego todo lo escribía muy menudo y prolijo en papelones de corteza de amate, que son doce libros los que tiene escritos en cuatro grandes volúmenes con dibujos bellísimos, esos dibujos que tanto admiraban a nuestro pintor Antonio Ribera, que era de Marchena, e influyeron tanto en su pintura. ¡El Ribera era un artista! Puede apreciarlo en el retrato que me hizo, que está en la antesala.
    Pero no sé por qué me entretengo en pláticas de cosas que vuesa merced conoce tan bien o mejor que yo. Digo, pues, que hace mucho tiempo que me pidió que escribiera mis recuerdos de la guerra del Anáhuac y sólo ahora me ha persuadido, o por mejor decir, sólo ahora me decido a hacerlo, porque convencido ya lo estaba, que debe ser porque ya siento el hálito de la muerte junto a mí y sé que mis días están contados. Me dijo que Dios Nuestro Señor me ha conservado la vida para que escriba los acontecimientos que tuvieron lugar durante la guerra del Anáhuac.
    —Dios ha elegido a vuesa merced para recuperar la memoria de lo que aquí pasó— me dijo Fray Bernardino.
    Y yo le dije:
    –Pero si ya otros lo han escrito con excelente pluma —le repliqué—. Nadie puede escribir nada mejor de lo que Bernal Díaz del Castillo ha escrito. ¿Qué podría yo añadir de nuevo que no lo hayan dicho el propio Castillo, Hernando Cortés o López de Gómara?
    —Todo— me contestó fray Bernardino.
    La verdad de las cosas tiene tantas caras como testigos hay de ellas y todas son gratas a los ojos de Dios, aunque a veces nosotros no podamos comprenderlo. En cada corazón alienta una parte de la verdad de Dios, cada criatura es única a la mirada de Dios, y, así como los mexicas vieron y supieron cosas que pasaron entre ellos durante la guerra, las cuales ignoraron los españoles, así también cada soldado sin duda supo, vio y entendió hechos y razones que no alcanzaron o callaron otros soldados y capitanes. Aparte de que vuestra merced sabe perfectamente cómo Díaz del Castillo escribió su historia porque no estaba de acuerdo con la versión del padre López de Gómara, que escribía al dictado de Cortés, ni por supuesto con la del propio capitán general que negaba la honra y prez a sus capitanes y soldados.
    Esto me dijo. Pero yo aún insistí:
    –Tiene vuesa merced entre sus hermanos algunos buenos frailes, que también fueron conquistadores, como Sindos de Portillo y Francisco de Medina, que sin duda escribirán una estupenda crónica según vuesa merced quiere--.
    Sonrió fray Bernardino y dijo:
    –Precisamente son ellos quienes me han aconsejado que encargue este trabajo a vuesa merced, que ellos no tienen tantas letras y además saben que vuesa merced llevaba un minucioso diario con todo lo que acontecía--.
    Aquello me desarmó. Se me ocurrió visitar a Sindos Portillo.
    ¿Cómo se te ocurre meterme en este embrollo? –le dije–. Yo no sé escribir.
    ¡Qué tonterías dices! –sonrió–. Nadie mejor que tú para mostrar la trama y urdimbre del hermoso tapiz tejido por nuestro capitán general, que es justamente lo que fray Bernardino pretende. Piénsalo, reúne tus apuntes, que yo sé que los tienes, y haz lo que te pide nuestro hermano.
    La trama y urdimbre... –reflexioné–. Ésa tan sólo la pueden conocer los guerreros mexicas que estuvieron en aquella guerra. Ya me habría gustado a mí conocer a un chollolteca o mexicano que me las contara...

Segundo capítulo de la novela inédita sobre la Conquista de México, del profesor Aurelio Mena Hormedo