Algunas reflexiones sobre las ermitas de la provincia de
Sevilla y sus bienes muebles (Primera parte)
Hace exactamente dos años, en esta misma publicación, se dio a
conocer uno de los proyectos del Programa de Protección del Plan General de
Bienes Culturales, el “Inventario de bienes muebles de las ermitas de la
provincia de Sevilla”, realizado en 1989 (1).
En
aquel momento y debido a la naturaleza de la sección del Boletín, “Servicios y productos”, el objetivo era
dar la noticia de que su contenido había sido vaciado en la base de datos de
Bienes Muebles del Sistema de Información del Patrimonio Histórico Andaluz, (SIPHA).
El motivo de retomar actualmente el tema no es otro que el incidir en la
importancia, desconocimiento y la falta de protección de estos muebles e
inmuebles.
Después de algo más de diez años de la conclusión del trabajo, el
conocimiento de este patrimonio sigue siendo el mismo. De hecho, apenas está estudiado,
existiendo importantes lagunas en su conocimiento, tanto sobre la propia
naturaleza de las ermitas y su origen, como sobre el ajuar mobiliario y
litúrgico conservado en las mismas. Tales carencias hace que dicho patrimonio
siga estando infravalorado y, en consecuencia, no se encuentre inscrito en los
instrumentos de protección del Patrimonio Histórico español
o
andaluz. En aquella ocasión, faltó realizar una valoración profunda, desde el
punto de vista del historiador del arte, de los objetos inventariados. No se
pretende realizarla aquí, pues el análisis más profundo de este fenómeno,
resulta una tarea más ambiciosa y compleja que sobrepasa con creces las
disponibilidades de espacio de esta publicación. Por ello, solo se intenta realizar
una primera aproximación, de carácter general, a esta tipología de templos y a
sus bienes.
Antes de entrar directamente en el trabajo, es necesario efectuar
una serie de precisiones para aclarar los conceptos y el origen sobre este tipo
de inmuebles.
Con el término de “ermita” se designa al “santuario o capilla, generalmente pequeña, situada por lo común en
despoblado y que no suele tener culto permanente” (2).
Como se observa, en la definición se utilizan dos nuevos sustantivos, el de
“santuario” y el de “capilla”, correspondiendo
cada uno de ellos a realidades distintas.
El primero sirve para designar un lugar sagrado, ya sea iglesia,
capilla o ermita, al que “por un motivo
peculiar de piedad, acuden en peregrinación numerosos fieles”, siempre con
la aprobación del Ordinario del lugar (3). La definición de la “capilla” no es tan fácil. El Derecho Canónigo actualmente vigente,
se refiere solamente a las “capillas
privadas” identificándolas como “un lugar destinado (exclusivamente) al
culto divino con licencia del Ordinario del lugar, en beneficio de una o varias
personas”. El edificio puede no estar bendecido, aunque se recomienda hacerlo,
siendo necesaria siempre la autorización del Ordinario para la celebración de
la Misa y de otras funciones sagradas (4). De forma genérica y conforme al uso de la
costumbre, habría de entender la “capilla”
como una iglesia pequeña que responde “al
deseo de dar culto a los santos locales y universales de mayor devoción”,
siendo su uso público, en el sentido de que todos los fieles tienen derecho de
entrar en las mismas para la celebración del culto divino (5). En ellas, como en cualquier otro
templo, se celebran diferentes ceremonias y ritos religiosos, excepto aquellos
que sólo pueden realizarse en las iglesias parroquiales, como la administración
de determinados sacramentos. Para la celebración de algunas de estas ceremonias
en las capillas se necesita el permiso y consentimiento del Ordinario.
Retomando lo anteriormente expuesto, se podría decir que las ermitas son
capillas situadas en las afueras de las poblaciones.
Sin embargo, con el desarrollo y el crecimiento de algunas
poblaciones, dichos edificios han quedado integrados en los cascos urbanos,
conservándose en estos casos el nombre de ermita como recuerdo de su antigua
localización. Por otra par te, la definición de la Real Academia de la Lengua,
sobre las ermitas se refiere al tamaño pequeño de dichas construcciones.
Aunque esta característica se puede aplicar de forma genérica,
habría que señalar la existencia de grandes edificios que se han ido
configurando tras una serie de remodelaciones y ampliaciones a lo largo de su
historia. Dichas transformaciones están relacionadas con el aumento del culto y
la importancia que las imágenes titulares han adquirido a lo largo de la
historia.
Si ésta es la definición actual de ermita, hasta hace poco más de
doscientos años, ofrecía otro rasgo peculiar.
Manteniendo las características actuales de ubicación en
descampados y de recinto pequeño, su peculiaridad radicaba en la existencia de
una habitación contigua en
la
que vivía el “ermitaño”. Con este
concepto queda recogida en el Diccionario de Autoridades, en su edición de
1737, “edificio pequeño a modo de capilla
u oratorio, con su altar, en el qual suele haver un apartado o quarto para
recogerse el que vive en ella y la cuida” (6). Esta
precisión, el de la existencia de “ermitaños”,
alude al origen de estas construcciones, al movimiento “eremítico” de los
primeros años de la cristiandad y
que
tanta aceptación tuvo a lo largo de los siglos. Según San Isidoro, “los eremitas, también llamados «anacoretas »,
son los que han huido lejos de la presencia de los hombres, buscando yermo y
las soledades desérticas” (7). Una
definición más clara sería, “todo
individuo del clero secular o religioso o bien laico, de uno y otro sexo, que
se retira por un tiempo considerable, separándose de la vida social y familiar,
con la intención de hacer penitencia o de entregarse a la contemplación” (8). Dichas personas construían pequeñas capillas, donde
cultivar las necesidades de la vida espiritual, aprovechando en algunas
ocasiones cuevas o salientes rocosos. Junto a ellas, se disponían los pequeños
habitáculos en los que descansaban y hacían penitencia. En España se tienen
noticias de eremitas desde el siglo IV y, a pesar de las prohibiciones y restricciones
de esta forma de vida que irán imponiendo los monarcas y los papas, llegará
hasta prácticamente el siglo XIX. Quizás un resto de ese “eremitismo”, aunque con otros conceptos y planteamientos de vida,
subsiste aún en los “santeros y santeras” que viven en las estancias adosadas a
algunos de estos edificios.
El origen de las ermitas de Sevilla, al igual que sucede con las
de otras poblaciones españolas, como las cordobesas, pudo estar ligado a la
corriente espiritual que se desarrolla en época visigoda (9). Faltan estudios que corroboren dicha
hipótesis, aunque ciertas noticias atestiguan la existencia del movimiento “eremítico” en la provincia de Sevilla
desde época antigua. Así, en el siglo VII, por la picaresca que se daba entre
estos hombres solitarios, el obispo de Sevilla prohibió a sus religiosos esta
vida de reclusión, porque “muchos (de ellos)
se ocultan para ser mas conocidos y para que se ocupen de ellos” (10). Con ello
también parece estar relacionado la publicación en Sevilla, en 1674, del libro de
Fray Alonso de Santo Tomás Constituciones sinodales del Obispado de Málaga, en
el que se delimitan y fijan “tanto las
normas de vida de los ermitaños de hábito o célibes como el culto y
conservación de las fábricas” (11). Este modo de vida se perdería a lo largo del siglo
XIX, quedando como únicos testimonios los edificios religiosos que han llegado
hasta nosotros. De los sesenta y seis inmuebles que se inventariaron en el
trabajo antes citado, sólo son denominadas como ermitas treinta y nueve construcciones.
El resto corresponden a once capillas y dieciséis iglesias parroquiales.
No obstante, hay que señalar que algunas de las capillas
inventariadas, como pueden ser la de Nuestra Señora de la Soledad en Gerena o
la de Nuestra Señora de los Remedios en Los Palacios-Villafranca, eran
primitivamente ermitas, de Santa Marta y de San Sebastián respectivamente,
cambiando de tipología religiosa y de titularidad al ser ocupadas por Hermandades
y Cofradías penitenciales. Tanto las capillas como las iglesias parroquiales
son mucho más conocidas por el gran público, existiendo algunos estudios individuales,
bien en monografías o en artículos de revistas, que tratan sobre sus historias
y tradiciones, así como de los bienes que se guardan en su interior.
Con respecto a los bienes
muebles, ambas tipologías de templos, conservan un abundante patrimonio a pesar
de los saqueos e incendios de la Guerra Civil (12). Ello es debido a su localización en
el interior de las poblaciones y, en determinados casos, a la presencia de las
hermandades y cofradías penitenciales que colaboran en el mantenimiento y
ornato de los templos. Por el contrario, las ermitas, suelen ser menos conocidas
y estudiadas, y, por regla general, los escasos bienes muebles que conservan
son una mínima parte de los que tuvieron antaño.
La elección del lugar de construcción de estas capillas y ermitas
está unida a hechos de carácter religioso o histórico. Entre los primeros, con
una fuerte presencia de tradiciones y leyendas, se encuentran las edificaciones
originadas por la localización de imágenes supuestamente escondidas durante la
invasión musulmana.
Puede servir de ejemplo la Ermita de Nuestra Señora de Gracia de
Carmona, levantada en el lugar en que fue encontrada dicha imagen en el año
1290. En otras ocasiones, es el hallazgo del cuerpo incorrupto de un santo lo
que dar lugar a una ermita como ocurrió con la Capilla de San Gregorio Osetano
en Alcalá del Río.
Curiosos resultan los ejemplos relacionados con apariciones de la
Virgen. Este es el origen, en el siglo XVI, de la Ermita de Nuestra Señora de
Gracia de El Ronquillo,
debida
a la aparición de la Virgen María, en lo alto de un olivo, a unos pastorcitos.
Por eso, a la escultura, coetánea al milagro, se le añadió a principios del XX
el olivo y los pastorcitos arrodillados. Posiblemente, este cambio iconográfico
se debió a la repercusión de las apariciones de Fátima y Lourdes y a los
modelos de representación que ambas generaron. La Ermita de Nuestra Señora de
Consolación de Carrión de los Céspedes puede servir como ejemplo de otro origen
religioso, puesto que es el resultado de un milagro. De hecho, fue erigida en
el mismo lugar en el que se atascó milagrosamente la carreta que portaba a la
imagen titular. El escenario de un martirio sirve de asiento a la Ermita de
Nuestra Señora del Valle de Écija. Fue levantada donde la tradición situó el
tormento que padecieron las monjas del convento que regentaba Santa Florentina,
hermana de San Isidoro y San Leandro. Recuerdo del mismo, se conservan en el
templo, un simpático y populachero lienzo en el que se describe la escena y un
crucero, erigido en el siglo XVI, que señalaba el lugar en el que se produjeron
los hechos en el interior de la iglesia.
Algunos de estos acontecimientos tuvieron una enorme trascendencia
posterior, sirviendo como núcleo de conventos o monasterios, haciéndose los
religiosos cargo del culto y cuidado de las mismas. La ermita de Nuestra Señora
de Gracia de Carmona, sirvió de cenobio, primero a los franciscanos, pasando
posteriormente a posesión de los cistercienses y por último a los jerónimos. El
actual edificio, solo conserva dos tramos de la nave de la iglesia, siendo los
únicos testimonios del convento. Lo mismo sucedió con la ermita de Santa Ana de
Osuna, aunque en este caso, al trasladarse las monjas al centro de la
población, la capilla sirvió de enterramiento a los Figueroa. Esta familia construyó
el edificio en el siglo XVIII que hoy sobrevive en medio de un polígono
industrial. La Orden de San Francisco se dedicó a difundir el culto de la
Veracruz, siendo las mayorías de las capillas y ermitas que tienen esta
advocación los supervivientes a las leyes de desamortización y exclaustración
del siglo XIX.
Juan
Carlos Hernández Núñez
Centro
de Documentación del IAPH
1. HERNÁNDEZ
NÚÑEZ, J.C: “Sistema de información del Patrimonio Histórico Andaluz : bases de
datos de bienes muebles : el Inventario de las ermitas de la provincia de
Sevilla”, en Boletín del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, nº.
25, diciembre 1998. Págs. 204-205.
2. Diccionario de
la Real Academia Española.
3. CÓDIGO de
Derecho Canónigo, 13ª ed., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1995.
Canon, 1230.
4. Véase, Ídem.
Cánones, 1226-1229.
5. IGUACEN BORAU,
D.: Diccionario del Patrimonio Cultural de la Iglesia. Madrid, 1991,
pág. 244. La capilla, al ser una iglesia, ha de presentar las características y
necesidades que se recogen en los cánones 1214-1222.
6. REAL ACADEMIA
ESPAÑOLA: Diccionario de Autoridades, Ed. Facs. Madrid, 1937; Madrid,
1969. Covarrubias también recoge una definición similar, “...pequeño
receptáculo con un apartado a modo de oratorio y capillita para orar y un
estrecho rincón para recogerse el que vive en ella, al que llamanos
ermitaño...”. COVARRUBIAS HOROZCO, S. de y RIQUER, M. de: Tesoro de la
lengua española o castellana. Madrid, 1979.
7. ISIDORO, SANTO,
ARZOBISPO DE SEVILLA: Etimologías. 2ª ed. Madrid, 1993. Pág. 683.
8. ALDEA VAQUERO,
Q., MARIN MARTÍNEZ, T. y VIVES GATELL, J.: Diccionario de historia
eclesiástica de España. Madrid, 1972-1987.
9. Tanto de las ermitas como de los eremitorios
cordobeses existen gran volumen de estudios e interesantes trabajos, entre
ellos, FERREIRA, J.M.: Las ermitas de Córdoba. Córdoba, 1993. VÁZQUEZ
LESMES, J. R.: La devoción popular en sus ermitas y santuarios. Córdoba,
1986. MORENO CRIADO, Ricardo: Las ermitas de Córdoba, Cádiz, 1944.
GUTIÉRREZ DE LOS RÍOS Y PAREJA OBREGÓN, M., Marqués de las
Escalonias:
Memorias que se conservan de algunos ermitaños que ha existido en la Sierra
de Córdoba desde los tiempos más remotos hasta nuestros días e historia de la
actual Congregación de Nuestra Señora de Belén. Córdoba, 1911.
10. A este respecto consúltese, DÍAZ Y DÍAZ, M.: “El
eremitismo en la España visigoda”. Revista de dialectología y tradiciones
populares, nº 6, 1955, págs. 217-237. No existen estudios de ámbito general
sobre el tema, los trabajos realizados hasta el momento se dedican a analizar
“eremitorios” individuales o el desarrollo que tuvieron en algunas provincias. Una buena idea de la repercusión que
este movimiento tuvo en España, a pesar de lo antiguo de la publicación, puede
ser, ESPAÑA eremítica: actas de la VI semana de estudios monásticos, abadía
de San Salvador de Leire, 15-20 de septiembre de 1963. Pamplona, 1970.
11.
GUEDE, L.: Ermitas de Málaga. Málaga, 1987. Págs. 7-8. Dicho autor
especifica que la obra fue publicada en Sevilla en 1672, sin embargo, los
ejemplares que hemos localizado, en las bibliotecas Nacional de Madrid y Universitaria
de Sevilla, aparece como fecha de edición la de 1674. Véase, SANTO TOMÁS, A.
de: Constituciones synodales del Obispado de Málaga. Sevilla, Viuda de
Nicolás Rodríguez, 1674. Queremos agradecer a Eduardo Asenjo el habernos
facilitado la documentación sobre las ermitas malagueñas.
12.
Sobre el patrimonio religioso destruido durante la Guerra Civil en estas
poblaciones, puede consultarse HERNÁNDEZ DÍAZ, J. y SANCHO CORBACHO, A.: Edificios
religiosos y objetos de culto saqueados y destruídos por los marxistas en los
pueblos de la provincia de Sevilla. Sevilla, 1937.