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lunes, 26 de noviembre de 2018

Nuestro Entorno 8

Algunas reflexiones sobre las ermitas de la provincia de Sevilla y sus bienes muebles (Primera parte)
Hace exactamente dos años, en esta misma publicación, se dio a conocer uno de los proyectos del Programa de Protección del Plan General de Bienes Culturales, el “Inventario de bienes muebles de las ermitas de la provincia de Sevilla”, realizado en 1989 (1).
En aquel momento y debido a la naturaleza de la sección del Boletín, “Servicios y productos”, el objetivo era dar la noticia de que su contenido había sido vaciado en la base de datos de Bienes Muebles del Sistema de Información del Patrimonio Histórico Andaluz, (SIPHA). El motivo de retomar actualmente el tema no es otro que el incidir en la importancia, desconocimiento y la falta de protección de estos muebles e inmuebles.
Después de algo más de diez años de la conclusión del trabajo, el conocimiento de este patrimonio sigue siendo el mismo. De hecho, apenas está estudiado, existiendo importantes lagunas en su conocimiento, tanto sobre la propia naturaleza de las ermitas y su origen, como sobre el ajuar mobiliario y litúrgico conservado en las mismas. Tales carencias hace que dicho patrimonio siga estando infravalorado y, en consecuencia, no se encuentre inscrito en los instrumentos de protección del Patrimonio Histórico español
o andaluz. En aquella ocasión, faltó realizar una valoración profunda, desde el punto de vista del historiador del arte, de los objetos inventariados. No se pretende realizarla aquí, pues el análisis más profundo de este fenómeno, resulta una tarea más ambiciosa y compleja que sobrepasa con creces las disponibilidades de espacio de esta publicación. Por ello, solo se intenta realizar una primera aproximación, de carácter general, a esta tipología de templos y a sus bienes.
Antes de entrar directamente en el trabajo, es necesario efectuar una serie de precisiones para aclarar los conceptos y el origen sobre este tipo de inmuebles.
Con el término de “ermita” se designa al “santuario o capilla, generalmente pequeña, situada por lo común en despoblado y que no suele tener culto permanente” (2). Como se observa, en la definición se utilizan dos nuevos sustantivos, el de “santuario” y el de “capilla”, correspondiendo cada uno de ellos a realidades distintas.
El primero sirve para designar un lugar sagrado, ya sea iglesia, capilla o ermita, al que “por un motivo peculiar de piedad, acuden en peregrinación numerosos fieles”, siempre con la aprobación del Ordinario del lugar (3). La definición de la “capilla” no es tan fácil. El Derecho Canónigo actualmente vigente, se refiere solamente a las “capillas privadas” identificándolas como “un lugar destinado (exclusivamente) al culto divino con licencia del Ordinario del lugar, en beneficio de una o varias personas”. El edificio puede no estar bendecido, aunque se recomienda hacerlo, siendo necesaria siempre la autorización del Ordinario para la celebración de la Misa y de otras funciones sagradas (4). De forma genérica y conforme al uso de la costumbre, habría de entender la “capilla” como una iglesia pequeña que responde “al deseo de dar culto a los santos locales y universales de mayor devoción”, siendo su uso público, en el sentido de que todos los fieles tienen derecho de entrar en las mismas para la celebración del culto divino (5). En ellas, como en cualquier otro templo, se celebran diferentes ceremonias y ritos religiosos, excepto aquellos que sólo pueden realizarse en las iglesias parroquiales, como la administración de determinados sacramentos. Para la celebración de algunas de estas ceremonias en las capillas se necesita el permiso y consentimiento del Ordinario. Retomando lo anteriormente expuesto, se podría decir que las ermitas son capillas situadas en las afueras de las poblaciones.
Sin embargo, con el desarrollo y el crecimiento de algunas poblaciones, dichos edificios han quedado integrados en los cascos urbanos, conservándose en estos casos el nombre de ermita como recuerdo de su antigua localización. Por otra par te, la definición de la Real Academia de la Lengua, sobre las ermitas se refiere al tamaño pequeño de dichas construcciones.
Aunque esta característica se puede aplicar de forma genérica, habría que señalar la existencia de grandes edificios que se han ido configurando tras una serie de remodelaciones y ampliaciones a lo largo de su historia. Dichas transformaciones están relacionadas con el aumento del culto y la importancia que las imágenes titulares han adquirido a lo largo de la historia.
Si ésta es la definición actual de ermita, hasta hace poco más de doscientos años, ofrecía otro rasgo peculiar.
Manteniendo las características actuales de ubicación en descampados y de recinto pequeño, su peculiaridad radicaba en la existencia de una habitación contigua en
la que vivía el “ermitaño”. Con este concepto queda recogida en el Diccionario de Autoridades, en su edición de 1737, “edificio pequeño a modo de capilla u oratorio, con su altar, en el qual suele haver un apartado o quarto para recogerse el que vive en ella y la cuida” (6). Esta precisión, el de la existencia de “ermitaños”, alude al origen de estas construcciones, al movimiento “eremítico” de los primeros años de la cristiandad y
que tanta aceptación tuvo a lo largo de los siglos. Según San Isidoro, “los eremitas, también llamados «anacoretas », son los que han huido lejos de la presencia de los hombres, buscando yermo y las soledades desérticas”  (7). Una definición más clara sería, “todo individuo del clero secular o religioso o bien laico, de uno y otro sexo, que se retira por un tiempo considerable, separándose de la vida social y familiar, con la intención de hacer penitencia o de entregarse a la contemplación” (8). Dichas personas construían pequeñas capillas, donde cultivar las necesidades de la vida espiritual, aprovechando en algunas ocasiones cuevas o salientes rocosos. Junto a ellas, se disponían los pequeños habitáculos en los que descansaban y hacían penitencia. En España se tienen noticias de eremitas desde el siglo IV y, a pesar de las prohibiciones y restricciones de esta forma de vida que irán imponiendo los monarcas y los papas, llegará hasta prácticamente el siglo XIX. Quizás un resto de ese “eremitismo”, aunque con otros conceptos y planteamientos de vida, subsiste aún en los “santeros y santeras” que viven en las estancias adosadas a algunos de estos edificios.
El origen de las ermitas de Sevilla, al igual que sucede con las de otras poblaciones españolas, como las cordobesas, pudo estar ligado a la corriente espiritual que se desarrolla en época visigoda (9). Faltan estudios que corroboren dicha hipótesis, aunque ciertas noticias atestiguan la existencia del movimiento “eremítico” en la provincia de Sevilla desde época antigua. Así, en el siglo VII, por la picaresca que se daba entre estos hombres solitarios, el obispo de Sevilla prohibió a sus religiosos esta vida de reclusión, porque “muchos (de ellos) se ocultan para ser mas conocidos y para que se ocupen de ellos” (10). Con ello también parece estar relacionado la publicación en Sevilla, en 1674, del libro de Fray Alonso de Santo Tomás Constituciones sinodales del Obispado de Málaga, en el que se delimitan y fijan “tanto las normas de vida de los ermitaños de hábito o célibes como el culto y conservación de las fábricas” (11). Este modo de vida se perdería a lo largo del siglo XIX, quedando como únicos testimonios los edificios religiosos que han llegado hasta nosotros. De los sesenta y seis inmuebles que se inventariaron en el trabajo antes citado, sólo son denominadas como ermitas treinta y nueve construcciones. El resto corresponden a once capillas y dieciséis iglesias parroquiales.
No obstante, hay que señalar que algunas de las capillas inventariadas, como pueden ser la de Nuestra Señora de la Soledad en Gerena o la de Nuestra Señora de los Remedios en Los Palacios-Villafranca, eran primitivamente ermitas, de Santa Marta y de San Sebastián respectivamente, cambiando de tipología religiosa y de titularidad al ser ocupadas por Hermandades y Cofradías penitenciales. Tanto las capillas como las iglesias parroquiales son mucho más conocidas por el gran público, existiendo algunos estudios individuales, bien en monografías o en artículos de revistas, que tratan sobre sus historias y tradiciones, así como de los bienes que se guardan en su interior.
 Con respecto a los bienes muebles, ambas tipologías de templos, conservan un abundante patrimonio a pesar de los saqueos e incendios de la Guerra Civil (12). Ello es debido a su localización en el interior de las poblaciones y, en determinados casos, a la presencia de las hermandades y cofradías penitenciales que colaboran en el mantenimiento y ornato de los templos. Por el contrario, las ermitas, suelen ser menos conocidas y estudiadas, y, por regla general, los escasos bienes muebles que conservan son una mínima parte de los que tuvieron antaño.
La elección del lugar de construcción de estas capillas y ermitas está unida a hechos de carácter religioso o histórico. Entre los primeros, con una fuerte presencia de tradiciones y leyendas, se encuentran las edificaciones originadas por la localización de imágenes supuestamente escondidas durante la invasión musulmana.
Puede servir de ejemplo la Ermita de Nuestra Señora de Gracia de Carmona, levantada en el lugar en que fue encontrada dicha imagen en el año 1290. En otras ocasiones, es el hallazgo del cuerpo incorrupto de un santo lo que dar lugar a una ermita como ocurrió con la Capilla de San Gregorio Osetano en Alcalá del Río.
Curiosos resultan los ejemplos relacionados con apariciones de la Virgen. Este es el origen, en el siglo XVI, de la Ermita de Nuestra Señora de Gracia de El Ronquillo,
debida a la aparición de la Virgen María, en lo alto de un olivo, a unos pastorcitos. Por eso, a la escultura, coetánea al milagro, se le añadió a principios del XX el olivo y los pastorcitos arrodillados. Posiblemente, este cambio iconográfico se debió a la repercusión de las apariciones de Fátima y Lourdes y a los modelos de representación que ambas generaron. La Ermita de Nuestra Señora de Consolación de Carrión de los Céspedes puede servir como ejemplo de otro origen religioso, puesto que es el resultado de un milagro. De hecho, fue erigida en el mismo lugar en el que se atascó milagrosamente la carreta que portaba a la imagen titular. El escenario de un martirio sirve de asiento a la Ermita de Nuestra Señora del Valle de Écija. Fue levantada donde la tradición situó el tormento que padecieron las monjas del convento que regentaba Santa Florentina, hermana de San Isidoro y San Leandro. Recuerdo del mismo, se conservan en el templo, un simpático y populachero lienzo en el que se describe la escena y un crucero, erigido en el siglo XVI, que señalaba el lugar en el que se produjeron los hechos en el interior de la iglesia.
Algunos de estos acontecimientos tuvieron una enorme trascendencia posterior, sirviendo como núcleo de conventos o monasterios, haciéndose los religiosos cargo del culto y cuidado de las mismas. La ermita de Nuestra Señora de Gracia de Carmona, sirvió de cenobio, primero a los franciscanos, pasando posteriormente a posesión de los cistercienses y por último a los jerónimos. El actual edificio, solo conserva dos tramos de la nave de la iglesia, siendo los únicos testimonios del convento. Lo mismo sucedió con la ermita de Santa Ana de Osuna, aunque en este caso, al trasladarse las monjas al centro de la población, la capilla sirvió de enterramiento a los Figueroa. Esta familia construyó el edificio en el siglo XVIII que hoy sobrevive en medio de un polígono industrial. La Orden de San Francisco se dedicó a difundir el culto de la Veracruz, siendo las mayorías de las capillas y ermitas que tienen esta advocación los supervivientes a las leyes de desamortización y exclaustración del siglo XIX.
Juan Carlos Hernández Núñez
Centro de Documentación del IAPH

Notas.- 
1. HERNÁNDEZ NÚÑEZ, J.C: “Sistema de información del Patrimonio Histórico Andaluz : bases de datos de bienes muebles : el Inventario de las ermitas de la provincia de Sevilla”, en Boletín del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, nº. 25, diciembre 1998. Págs. 204-205.
2. Diccionario de la Real Academia Española.
3. CÓDIGO de Derecho Canónigo, 13ª ed., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1995. Canon, 1230.
4. Véase, Ídem. Cánones, 1226-1229.
5. IGUACEN BORAU, D.: Diccionario del Patrimonio Cultural de la Iglesia. Madrid, 1991, pág. 244. La capilla, al ser una iglesia, ha de presentar las características y necesidades que se recogen en los cánones 1214-1222.
6. REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de Autoridades, Ed. Facs. Madrid, 1937; Madrid, 1969. Covarrubias también recoge una definición similar, “...pequeño receptáculo con un apartado a modo de oratorio y capillita para orar y un estrecho rincón para recogerse el que vive en ella, al que llamanos ermitaño...”. COVARRUBIAS HOROZCO, S. de y RIQUER, M. de: Tesoro de la lengua española o castellana. Madrid, 1979.
7. ISIDORO, SANTO, ARZOBISPO DE SEVILLA: Etimologías. 2ª ed. Madrid, 1993. Pág. 683.
8. ALDEA VAQUERO, Q., MARIN MARTÍNEZ, T. y VIVES GATELL, J.: Diccionario de historia eclesiástica de España. Madrid, 1972-1987.
9. Tanto de las ermitas como de los eremitorios cordobeses existen gran volumen de estudios e interesantes trabajos, entre ellos, FERREIRA, J.M.: Las ermitas de Córdoba. Córdoba, 1993. VÁZQUEZ LESMES, J. R.: La devoción popular en sus ermitas y santuarios. Córdoba, 1986. MORENO CRIADO, Ricardo: Las ermitas de Córdoba, Cádiz, 1944. GUTIÉRREZ DE LOS RÍOS Y PAREJA OBREGÓN, M., Marqués de las
Escalonias: Memorias que se conservan de algunos ermitaños que ha existido en la Sierra de Córdoba desde los tiempos más remotos hasta nuestros días e historia de la actual Congregación de Nuestra Señora de Belén. Córdoba, 1911.
10. A este respecto consúltese, DÍAZ Y DÍAZ, M.: “El eremitismo en la España visigoda”. Revista de dialectología y tradiciones populares, nº 6, 1955, págs. 217-237. No existen estudios de ámbito general sobre el tema, los trabajos realizados hasta el momento se dedican a analizar “eremitorios” individuales o el desarrollo que tuvieron en algunas provincias. Una buena idea de la repercusión que este movimiento tuvo en España, a pesar de lo antiguo de la publicación, puede ser, ESPAÑA eremítica: actas de la VI semana de estudios monásticos, abadía de San Salvador de Leire, 15-20 de septiembre de 1963. Pamplona, 1970.
11. GUEDE, L.: Ermitas de Málaga. Málaga, 1987. Págs. 7-8. Dicho autor especifica que la obra fue publicada en Sevilla en 1672, sin embargo, los ejemplares que hemos localizado, en las bibliotecas Nacional de Madrid y Universitaria de Sevilla, aparece como fecha de edición la de 1674. Véase, SANTO TOMÁS, A. de: Constituciones synodales del Obispado de Málaga. Sevilla, Viuda de Nicolás Rodríguez, 1674. Queremos agradecer a Eduardo Asenjo el habernos facilitado la documentación sobre las ermitas malagueñas.

12. Sobre el patrimonio religioso destruido durante la Guerra Civil en estas poblaciones, puede consultarse HERNÁNDEZ DÍAZ, J. y SANCHO CORBACHO, A.: Edificios religiosos y objetos de culto saqueados y destruídos por los marxistas en los pueblos de la provincia de Sevilla. Sevilla, 1937.

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