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lunes, 28 de enero de 2019

Los Indianos de Guadalcanal 3

El mecenazgo de Alonso González de la Pava
 Tercera parte 
Así pues, aunque el retablo del Espíritu Santo arquitectónicamente sigue el esquema de la Profesa, algunos de sus elementos estructurales y decorativos proceden del lenguaje empleado durante estos años por Juan de Oviedo el Mozo y sobre todo por Martínez Montañés, como se aprecia en el frontón partido que corona el núcleo central, o las columnas entorchadas o melcochabas. Sin embargo, el vocabulario ornamental purista debido a la influencia ejercida por los tratadistas se aprecia en las afiladas agujas sobre bolas en los tímpanos de los partidos frontones o en las bolas sobre pirámides truncadas.
De sus pinturas se conservan las siguientes: el retrato del donante en el banco, seguido en el primer cuerpo de los lienzos de la Imposición de la Casulla a San Ildefonso, Pentecostés y Santa Clara y en el ático el Nacimiento de Cristo y de la Virgen y Coronación de María.
A partir de esta obra que resultaría del agrado de patrocinadores y vecinos, le surgen nuevos clientes a Mateo Méndez: por un lado, la nobleza, que solicita retablos para sus capillas, como es el que en 1635 le encarga Francisco de Rojas Bastida; (18) y por otro, las parroquias, que, bajo el beneplácito del Provisor de la Orden de San Marcos, contrataron con él la ejecución de sus retablos mayores —primero el de Santa María en 1638 (19) y un año después el de San Sebastián. (20) Nos sorprende, sin embargo, la ausencia de documentos que atestigüen su labor en Llerena, ciudad donde vivió y tuvo su taller. El precio convenido con Mateo Méndez para el retablo del Espíritu Santo fue de 8.300 reales, desglosados de la siguiente manera: dos partidas iniciales de 650 reales cada una, que corresponderían a los años 1632 y 1633, y los siete mil reales restantes en siete años consecutivos, a razón de 1.000 reales anuales. La primera carta de pago, según el libro de fábrica del convento se realiza en Llerena en el año 1633 por valor de 2.200 reales, (21) efectuándose la siguiente en 1636 por 1.137; (22) otra más en 1639 por 1.200 reales (23) y finalmente en 1644 se le termina de pagar la cantidad estipulada otorgándole 3.736 reales de finiquito, aunque ya en esta fecha Mateo Méndez había muerto pues la libranza se hace a sus herederos. (24)
El dorado y pintura del retablo corre a cargo de Manuel Rodríguez, contratándose el 5 de julio de 1632, paralelo a su arquitectura, ante el escribano Diego Ortiz del Águila, por el patrono del convento Juan González de la Pava. (25) Y en junio de 1635 Alonso de Bonilla le otorgaba una escritura de fianza para poder pintarlo y dorarlo, (26) prueba inequívoca de que en esta fecha el ensamblaje y talla estaba ultimado y Manuel Rodríguez comenzaría ahora la pintura de sus lienzos y la policromía del conjunto.
La cantidad acordada con Manuel Rodríguez por la pintura del retablo fue de 5.000 reales y su cobranza se debla de realizar de la siguiente manera: 600 reales al entregar las fianzas, otros 600 cuando se hubiera construido la mitad del retablo y el resto en pagas anuales de 1.000 reales, a partir de su conclusión. Las pagas, sin embargo, se realizaron de diferente forma según las cuentas del libro de fábrica del convento. Ya en 1633 recibía 1.500 reales a cuenta, dando una carta de pago en Llerena ante el escribano Francisco Sánchez Trexo. (27) En 1635 dio carta de pago por 1.479 reales ante Juan Sánchez, escribano de Guadalcanal. (28) Además en abril de 1636 recibió 500 reales más, (29) y otros 356 en 1639, (30) efectuándose la última con anterioridad a 1644, por la cantidad de 1.167 (31) reales  Las sumas de estas pagas concuerdan con la cantidad estipulada en el contrato. Para financiar las obras del retablo, el patrono y la abadesa del convento, tuvieron que recurrir a un préstamo de los capitales del mismo. (32).
En el friso del banco del retablo se lee una inscripción que dice: «Este convento fundó y dotó Alonso González de la Pava, a honra y gloria de Dios y de su Bendita Madre... (falta por destrozo) ...de Noviembre, siendo patrono Juan González de la Pava. Año de 1639». En 1936 sufrió algunos destrozos, perdiéndose las pinturas de la predella, y actualmente el retablo y, sobre todo, las pinturas se encuentran en total estado de abandono. (33)

Notas.-
18 A.M.G. Libro de Escrituras Públicas, años 1635, 1636 y 1633. Escribano Juan Sánchez Montejo, fols. 431r.-431v.
19 Ibídem, años 1637 y 1638, fols. 224r.-225v.
20 Ibídem, años 1639, 1640 y 1641. Escribano Juan Vázquez Tamayo, fols. 216r,-217v.
21 A.P.G. Libro de Fábrica de] convento del Espíritu Santo de los años 1621 a 1695. Lib. 1, fol. 142r.
22 Ibídem, fol. 141v.
23 Ibídem, fol. 173r.
24 Ibídem, fol. 209v.
25 A.M.G. Libro de Escrituras Públicas. Año 1632. Escribano Diego Ortiz del Águila, fols. 577r.-578v., Ap. D1. núms. 11 y 12.
26 Ibídem, año 1635. Escribano Juan Sánchez Montejo, fol. 254v.
27 A.P.G. Libro de fábrica del convento del Espíritu Santo de los años 1621 a 1695. Lib. 1, fols. 141r.-142r.
28 Ibídem, foI. 141v. (5)
29 Ibídem, fol. 142r.
30 Ibídem, fol. 173r.
31 Ibídem, foI. 21r.
32 Ibídem, fol. 150r. y 150v.
33 Hernández Díaz, José y Sancho Corbacho, Antonio: Edificios religiosos y objetos de culto saqueados y destruidos por marxistas en los pueblos de la provincia de Sevilla, Sevilla, 1937, pág. 130 Se hace relación del estado deplorable en que quedó la iglesia.
  
EL MECENAZGO ARTISTICO DEL INDIANO ALONSO GONZALEZ DE LA PAVA EN GUADALCANAL

Por Julia Mensaque Urbano

lunes, 21 de enero de 2019

Nuestro entorno 12

Religiosidad popular andaluza Testimonio de un patrimonio que nos identifica 2/3
 Las imágenes como parte del nosotros.-
Tales comportamientos se hallan reflejados, además, en la humanización que la religiosidad popular necesita volcar en la estatuaria religiosa. Lo importante son las imágenes, en las que no se ve una figura hecha en madera sino una persona concreta, individual y sin posible transposición, al igual que los individuos vivos. Ello ha conducido al aumento imparable de la explotación de sus recursos expresivos, de entre los que destaca sin duda la afición a vestir las imágenes con indumentarias espectaculares y agregarles los adornos más suntuosos de que se pueda disponer.
Las protestas eclesiales al respecto nos documentan de lo temprana de esta tendencia, como la que el padre Bernardino de Villegas publicó en 1635: "Y si bien suele ser este abuso más ordinario y común en el mundo, y trueco muy usado, en que a las imágenes las visten ya de damas, y a las damas las visten de imágenes: pero también suele aver en esta materia algún abuso en personas virtuosas; de las quales algunas, como traen el alma galana allá dentro, visten a los santos de sus oratorios con tantos dixes y galas, que es cosa indecentissima; y a vezes le da a un hombre gana de reir, viendo las bujerías que ponen a los santos; y otras de llorar, mirando la indecencia con que los santos y santas son tratados.
¿Qué cosa más indecente, que una Imagen de nuestra Señora con saya entera, ropa, copete, valona, arandela, gargantilla, y cosas semejantes? ¿Y unas santas vírgenes vestidas tan profanamente, y con tantos dixes y galas que no traen más las damas más bizarras del mundo?
Que, a vezes, duda un hombre, si las adorará por Santa Lucia, o Santa Catalina, o si apartará los ojos, por no ver la profanidad de sus trajes: porque en sus vestidos y adorno no parecen santas del Cielo, sino damas del mundo: y a no estar Santa Catalina con su espada en la mano, y Santa Lucía con sus ojos en el plato, por lo que toca al vestido y traje galán con que las visten, nadie dixera que eran santas, ni vírgenes honestissimas, como lo fueron".
Desoyendo las indicaciones al respecto, la religiosidad popular andaluza siguió alimentando esta costumbre hasta el punto de que no pocas figuras de bulto fueron reconvertidas en imágenes de candelero para poder disponer la vestimenta. Así fue sucediendo con muchas pequeñas tallas góticas, especialmente vírgenes veneradas en ermitas y santuarios, para las que se confeccionaron sayas y mantos y se labraron joyas, coronas o ráfagas, a la vez que se vestía igualmente al Niño-Dios que llevan en sus manos, siguiendo las pautas de la imaginería penitencial, principal receptora de esa exuberancia ornamental. De hecho, cuando algunas de aquellas tallas se perdieron en guerras o incendios, se sustituyen con otras nuevas que, aun respetando la más de las veces la fisonomía original, son ya trabajadas directamente como imágenes de vestir.
En correspondencia con el plano más humano, la Virgen, como mujer que es, necesita un amplio y variado vestuario que luce según la ocasión, incluyendo el traje de pastora para determinados traslados por el campo y hasta el traje de luto para cuando se une al dolor por la muerte de algún destacado personaje.
En los momentos de mudar la indumentaria, lo corriente es que ningún hombre pueda estar presente para no atentar contra el pudor femenino. En ocasiones existen expresas y rígidas disposiciones al respecto, como por ejemplo la referida a Nuestra Señora del Monte, patrona de Cazalla de la Sierra, dada por el cardenal Spínola a principios de siglo, en la que se prohíbe que nadie pueda ver a la Virgen sin ropas a excepción de la camarera. De hecho, ésta es una de las imágenes de bulto que se comenzó a vestir en el XVIII.
Igual comportamiento puede observarse mientras se talla una nueva imagen, desde el mismo instante en que la madera va cobrando forma, desde que empiezan a configurarse unos rasgos específicos y diferenciadores. En esos momentos, y aun en el caso de tratarse de una imagen de candelero, los imagineros actúan ya como si de una persona se tratara, por lo que suelen impedir el paso a todo visitante ajeno al taller,
Una vez finalizada, la imagen saldrá del taller envuelta en la solemnidad que exige dicho acto, y, dentro de la lógica de la humanización, el siguiente paso, como en todo nacimiento, será el rito del bautismo por el que el nuevo miembro se incluye en la comunidad católica, se presenta a la sociedad y adquiere un nombre propio. Evidentemente, es la bendición eclesial de la imagen la que cumple estas funciones.
A lo largo del año, las imágenes devocionales andaluzas están presentes entre el pueblo. Se les hace partícipes de rituales como bodas, bautizos y otras muchas celebraciones como un miembro más de la comunidad.
Durante las fiestas patronales, si la imagen se venera en la ermita, se la traslada a la localidad para que conviva esos días entre sus gentes. Hay ejemplos en los que se la hace participar en los actos más lúdicos de las fiestas, como la Virgen de Guaditoca en Guadalcanal, que es llevada en procesión hasta el real de la feria donde los costaleros la hacen bailar al son de marchas procesionales.
Por el contrario, si la imagen se mantiene todo el año en la iglesia parroquial, caso por ejemplo de la Virgen de Valme en Dos Hermanas, la fiesta consiste en ir todos juntos de romería hasta la ermita.
Sin duda, es en estos recorridos cuando las imágenes cobran toda su humanidad, compartiendo el ambiente festivo del momento, lo que provoca no pocos roces con los representantes de la Iglesia. Además, cuando la imagen es portada en andas, ciertamente se les transmite una realidad casi humana: sea mediante el rítmico caminar de los portadores, diferente según el momento o lugar por el que transcurre la procesión, sea mediante las mecidas al son de la música, o con los espontáneos acercamientos a sus devotos. Evidentemente, esa llamada al mantenimiento de una más seria y ortodoxa salida procesional se incrementa para los desfiles penitenciales.
No puede descartarse que algunos intentos de la autoridad eclesiástica por conseguir la introducción de ruedas en los pasos andaluces, al sobrio estilo castellano, escondan el deseo de mantener el adecuado estatismo de las imágenes durante todo el recorrido.

El espectáculo compartido como símbolo identitario.-
Teniendo todo esto presente puede entenderse fácilmente por qué el modo de sentir la religiosidad no se detiene para el andaluz en la composición de las imágenes ni en la del resto de elementos procesionales, sino que siempre se pretende el reconocimiento de que su cofradía, su Virgen, su fiesta patronal, su cruz de mayo, etc., sea la más vistosa y espectacular, compitiendo con cualquier otra devoción ajena. Competencias que sirven a su vez para renovar regular y públicamente el sentimiento de pertenencia a un determinado colectivo.
Y es que en Andalucía es innegable la importancia de los iconos religiosos como símbolos de apropiación del territorio. En tal sentido, resulta tremendamente revelador cómo en los últimos años están construyéndose ermitas en lugares en los que nunca existieron, o cofradías penitenciales en barrios de nueva construcción, con la velada finalidad de actuar como referente de identificación, un nosotros frente a un ellos dentro de unos límites espaciales.
Una característica muy extendida por la Baja Andalucía es la presencia de hermandades semicomunales, las que dividen a una comunidad en dos mitades, formalmente a efectos religiosos y ceremoniales, pero con entera incidencia en otros importantes aspectos de la organización social. Un claro ejemplo es el de la localidad aljarafeña de Carrión de los Céspedes, donde la Virgen de Consolación y la Virgen del Rosario se reparten las devociones, siendo ambas consideradas como la verdadera patrona por sus partidarios, aunque ya oficialmente sea una de ellas la elegida 6; o también el de la Asunción y la Divina Pastora en Cantillana, que dividen al pueblo en asuncionistas y pastoreños, mientras que la patrona es la Virgen de la Soledad que cuenta con ermita propia. Rivalidades que se entablan igualmente con otros símbolos como las cruces de mayo, presentando idéntico esquema de división ceremonial de los habitantes de una misma localidad en cruces antagónicas, siempre con asignación territorial propia.
En el otro extremo se hallan las devociones supracomunales, ante las que cabe resaltar el hecho de estar establecidas principalmente en torno a una advocación mariana: desde el Rocío hasta la Virgen de la Cabeza. En ellas las confrontaciones se entablan entre las hermandades filiales y, por supuesto, entre éstas y la hermandad matriz. Recordemos cómo la Virgen de Cuatrovitas, patrona de Bollullos de la Mitación y del Gremio de la Aceituna de Verdeo del Aljarafe, tuvo hasta el siglo XVIII a Sevilla como hermandad matriz, lo que ocasionó no pocos roces con los vecinos de Bollullos.
De esta manera, las más ricas galas, las carretas mejor engalanadas, las caballerías más prestigiosas, las más reputadas bandas de música o los más afamados tamborileros, están siempre dirigidos a lograr la más lucida puesta en escena, el reconocimiento propio y ajeno de la superioridad de una concreta devoción; al tiempo que, con tales recursos expresivos, siempre se pretende el realce de cualquier manifestación de culto externo, buscando despertar las emociones tanto de sus protagonistas como del público que acude a presenciarlos, algo que se logra sin duda alguna.
En estas formas de actuación podemos ver, a su vez, la materialización de la afición de los andaluces por la teatralización de sus rituales festivo-religiosos, con una mezcla simbiótica de elementos sagrados y profanos. Por esto se viven como fiestas todas las conmemoraciones del calendario religioso, aun considerando que muchas de ellas vinieron a superponerse a festividades ya existentes, en ese empeño de la iglesia católica por erradicar o, en su defecto, cristianizar las prácticas paganas.
Lógicamente, ese modo particular de expresar la ritualidad se extiende a todas aquellas festividades establecidas ex novo, sean éstas romerías, representaciones de moros y cristianos o cabalgatas de reyes magos.
Y es que la antigua mezcla de elementos sagrados y profanos se mantiene, más o menos encubierta, en todas las manifestaciones de la religiosidad popular andaluza, ignorando las reiteradas reglamentaciones eclesiásticas.
Particularmente para las celebraciones de los cultos en las ermitas, los obispos del sur de España siguen insistiendo en que se acote "una zona de silencio en torno a los santuarios, evitando que llegue hasta ellos el bullicio festivo de los alrededores"7; algo que, sobre todo en determinadas devociones que mueven a miles de andaluces, parece del todo imposible de conseguir.
Igual puede decirse de otras muchas celebraciones.
Aunque el pueblo andaluz siempre ha manifestado su postura frente a la injerencia eclesial, en numerosas manifestaciones de culto externo ha terminado consiguiendo que sea la Iglesia la que tenga que seguir transigiendo ante las consideradas desviaciones, por el temor de una separación definitiva entre la postura del
Catolicismo oficial y las expresiones de la religiosidad popular. De hecho, esta separación llega a ser casi total en algunas festividades, tales como las cruces de mayo, donde el aspecto religioso está continuamente simbolizado por la santa cruz, pero en la que los representantes de la Iglesia oficial tienen ya escasa, si no nula, intervención. Ciertamente, continúa siendo la ancestral fiesta del pueblo en honor de la naturaleza.

Esther Fernández de Paz
Departamento de Antropología Social

Universidad de Sevilla

lunes, 14 de enero de 2019

Los Indianos de Guadalcanal 2

El mecenazgo de Alonso González de la Pava

Segunda parte.- 

Debido a la concepción providencialista del momento, todo el acontecer del hombre estaba transido de religión, vivía intensamente su fe; en su existencia lo que importaba era ganarse el más allá, y con este fin, como bien constata Alonso González de la Pava en la escritura de donación —«pretendiendo volver a Dios lo que me ha dado y servile con ello»—. (8) destinó íntegramente su capital en beneficio de este convento. A este gesto piadoso podemos añadir el hecho de no haber tenido hijos y quizá confluyera no poco en su decisión el haber vivido y labrado su fortuna en esta ciudad de ambiente relajado y cruel que caracterizaba a Potosí.
Para comenzar a labrar el edificio, González de la Pava se reservó 3.078 ducados y el resto del capital lo puso en rentas en los concejos de las villas de Guadalcanal y Quintana, dándole unos réditos de 1.334 ducados anuales, que él dispuso se repartieran de la siguiente manera: 700 ducados anuales para el sustento de las monjas y «para que se baya labrando —el convento— hasta que se acave»; (9) a 500 ducados para el patrono que él mismo nombrara, reservándose para él este cargo mientras viviera y los restantes 134 ducados como salario del capellán del convento.
Sobre 1615 comenzaron las obras de fábrica del convento, supervisándolas directamente Alonso González de la Pava, que por aquel entonces ya había regresado de Potosí. (10) En su emplazamiento y ubicación se habían seguido los presupuestos dictados por las Ordenanzas de Indias con respecto de las fundaciones en el Nuevo Continente, ya que advierte que había que edificarse en «sitio muy alegre y sano y donde hay agua de pie muy buena y sutil para las monjas y ser más acomodado para labrar que otro alguno desta villa», aparte de «ser barrio apartado de las Yglesias parrochiales y monesterio y de jente pobre que por falta de adornos dexan de oyr misa, y por la devoción particular que yo le tengo a el dicho oratorio y no aver daño de tercero». (11)
Sin embargo hasta 1617 no llegó la licencia de Felipe III (12) y aunque el donante murió abintestato en 1620, las obras continuaron a cargo de sus albaceas testimonian hasta poco antes del 13 de junio de 1627, fecha en que se habitó por las veinte monjas de la advocación de Santa Clara, según deseo expreso de González de la Pava en su escritura de donación. (13)

La planta del convento la hizo Pedro Montes «maestro de cantería, vecino de la villa de Zafra» (14) y el maestro albañil que llevó a cabo las obras del convento fue Cristóbal Hernández Cano, según varias cartas de pago reseñadas en el libro de fábrica. (15) La iglesia de planta de cruz latina, tiene bóveda de medio cañón con lunetos y arcos fajones sobre el cuerpo de la nave y el presbiterio y en el crucero una bóveda semiesférica. Del convento se conservan, además de la iglesia, el gran claustro central, de dos plantas, la inferior constituida por arcos de medio punto enmarcados por alfices que descansan en columnas de mármol, y la superior formada por arcos rebajados igualmente encuadrados por alfices. Una vez concluido el convento, se comenzó el retablo siendo patrono del mismo Juan González de la Pava, que contrató con el escultor Mateo Méndez de la ciudad de Llerena, la planta y arquitectura, en el 5 de julio de 1632, según la escritura contractual firmada ante el escribano público Diego Ortiz del Águila, obligándose cada una de las partes al cumplimiento de las condiciones expuestas en un memorial adjunto. (16) Se estipulaba que el retablo debía abarcar todo el testamento empleándose madera de pino de Castilla para los eletero, sustentantes y borne para las guarniciones. Hubo variación con respecto a la planta inicial ya que el patrono y abadesa pedían «donde ay una coluna a de aver dos torcidas».


Su dispositivo arquitectónico consta de banco, un cuerpo y ático, siguiendo el modelo que impuso en Sevilla el jesuita Alonso Matías en el retablo mayor de la antigua Casa Profesa. Matías, arrancando del retablo mayor del Hospital de las Cinco Llagas de Diego López Bueno, que había supuesto la introducción de las fórmulas escurialenses en Sevilla, crea una tipología de notable interés al incrustar en un solo retablo toda una serie de grandes cuadros de altar, consiguiendo gran claridad arquitectónica en sus conjuntos a base de desarrollar el cuerpo inferior y reducir de modo considerable el segundo, que relegaba a la función de ático. (17)

Notas.-
8 Ibídem, fol. 4v., Ap. Dl. núm. 1.
9 Ibídem, fol. 16r., Ap. Dl. núm. 1.
10 Ibídem,  fol. 5r.-6r., Ap. DI. núm. 1.
11 Ibídem, fol. 7v., Ap. Dl. núm. 3
12 Ibídem, fol. 17r.
13 Ibídem, fol. 75v., Ap. DI. núm. 4 y libro de cuentas del testamento y obra pía de Alonso G. de la Pava, lib. I, fols. Iv-2v. Ap. Dí. núm. 7.
14 Ibídem, fol. 43r., Ap. DI. núm. 5.
15 Ibídem, fol. 68v., Ap. Di. núm. 6.
16 (A)rchivo (M)unicipal de (G)uadalcanal. Libro de Escrituras Públicas, año 1632. Escribano Diego Ortiz del Águila, fols. 574r.-576r., Ap. Dl. núms, 9 y 10.
17 Palomero, Jesús M.: El retablo sevillano del Renacimientos análisis y evolución (1560- 1629), Sevilla, 1983, pág. 474.

EL MECENAZGO ARTISTICO DEL INDIANO ALONSO GONZALEZ DE LA PAVA EN GUADALCANAL
Por Julia Mensaque Urbano


lunes, 7 de enero de 2019

Nuestro entorno 11

Religiosidad popular andaluza Testimonio de un patrimonio que nos identifica 1/3

Resumen.-
Este artículo intenta resaltar el interés que revisten las manifestaciones de la religiosidad popular andaluza como testimonios de un patrimonio que nos identifica, y que es exponente tanto de un modo común de expresión del pueblo andaluz como de los sugerentes matices que aporta nuestra propia pluralidad sociocultural.
Unos elementos entendidos desde sus raíces tradicionales, adaptados, y por tanto vivos, en su reproducción cultural actual. Sólo atendiendo a esos modos particulares de vivir la religión puede llegarse al entendimiento global y no objetual de esta parte de nuestro patrimonio cultural.
Uno de los factores culturales más complejos del pueblo andaluz son sus expresiones de religiosidad popular. Un concepto -religiosidad popular- que indudablemente no se circunscribe a un sector de la sociedad, ni a las clases iletradas, ni al mundo rural, etc.; no está expresando, por tanto, la extendida oposición culto/popular o rural/urbano, como mundos independientes y contrapuestos, sino ese modo especial que tiene cada sociedad, cada cultura en su conjunto, de añadir sus propias vivencias, su propia experiencia cultural, al núcleo básico de las enseñanzas religiosas. Es, por tanto, la combinación de los planteamientos ortodoxos con tradiciones culturales, que conducen las más de las veces a una separación entre la expresión verbal y la conducta física, entre la aceptación teórica de determinadas ideas y el modo observable en que se llevan a la práctica.
Esta mezcla se presenta más o menos equilibrada, dependiendo de los pueblos y asimismo de las épocas que se analicen, pero es innegable que en la Andalucía actual se da un fuer te desequilibrio a favor de los componentes tradicionales; unos elementos definidores de las manifestaciones de nuestra religiosidad popular, que sin duda constituyen un reflejo de la cultura de la comunidad que les da vida, siendo por tanto sentidas como un símbolo de identificación y de pertenencia al grupo.
Ahí radica su interés patrimonial, pues sólo teniendo esto en cuenta pueden explicarse las formas concretas de nuestra ritualidad, la resonancia afectiva de múltiples devociones incluso en personas no religiosas, la inevitabilidad de acudir a los lugares de origen en determinadas celebraciones, principalmente en las fiestas patronales, o la propia mudanza de éstas a fechas veraniegas para facilitar la participación de los emigrantes como integrantes de un colectivo que los identifica. Igualmente explica el hecho de que los padres inscriban a sus hijos el mismo día del nacimiento en su hermandad patronal o penitencial para continuar la tradición familiar.
En definitiva, para transmitir unas pautas culturales, siempre renovadas pero siempre conectadas con el sentir tradicional que las originó y las mantiene.

Raíces que se pierden en el tiempo.-
Para ahondar en las claves interpretativas de la religiosidad popular andaluza, es preciso retroceder más allá de la cristianización primitiva de la región, pues cuando se extendieron las doctrinas católicas, ya se hallaban consolidadas en Andalucía algunas de sus más claras inclinaciones, tal como es el caso del culto a poderosas imágenes maternas; culto que, por encima de los posteriores y continuos cambios de denominación (Astarté, Tanit, Artemisa, Afrodita, Diana, Venus, Mitra...), siempre se ha mantenido como un rasgo fundamental en la religiosidad popular de los andaluces.
A esta preferencia por las devociones marianas contribuyeron enormemente dos culturas tan distintas como Roma y el Islam, de quienes tomamos los sentimientos de sumisión y fatalismo ante la voluntad divina. Esto puede provocar, en expresión de Domínguez Morano, una fuerte rebeldía, opuesta a la sumisión, que desemboca en una ambivalencia respecto a un Dios "vivido a niveles inconscientes como padre fatal, arbitrario y causante quizá de la desgracia y opresión que este pueblo ha sufrido de modo casi ininterrumpido a lo largo de su historia milenaria", frente al cual, la ya arraigada religiosidad mariana se intensifica al ver en la figura materna la protección y el consuelo necesarios frente al Dios-Padre.
Ese mismo atributo de mediación entre la autoridad del padre, por lo general ausente de la casa, y los hijos es, sin duda, una de las notas más definitorias de la madre andaluza tradicional. De esta forma, el modo andaluz de sentir las relaciones familiares se traspasa al terreno religioso, haciendo "bastante comprensible la atracción de los andaluces por ese símbolo tan querido e idealizado por ellos en la vida cotidiana".
De hecho, no puede descartarse que la Iglesia intuyera esta afinidad psicológica con algunos patrones familiares en su esfuerzo por que la cristiandad fuera acrecentando esta devoción, dejando de considerar a María únicamente como Madre de Dios, alejada de los asuntos humanos, y haciéndola entrar en la dinámica de mediación ante la divinidad.
En Andalucía, además, se dio la circunstancia de que a medida que avanzaban las tropas cristianas, la falta de santos en los territorios hasta entonces musulmanes se va supliendo directamente con imágenes de la Virgen, a la vez que coincidió la revitalización del cristianismo en nuestro territorio con una época de máximo despliegue de manifestaciones religiosas populares, que en seguida la Iglesia misma propició en las doctrinas tridentinas.
Así, desde la época barroca el culto a la Virgen es el predominante en Andalucía. Baste recordar cómo la "Tierra de María Santísima" defendió y festejó la proclamación de las bulas de la Inmaculada Concepción en el siglo XVII. Desde entonces la superioridad de esta devoción es indiscutible. Un recorrido por las ermitas y santuarios de nuestro territorio atestigua sobradamente la hegemonía del culto mariano, en correspondencia con las numerosas Vírgenes erigidas como patronas de una localidad. Del mismo modo, en una celebración tan específica como la conmemoración de la Pasión de Jesús, el pueblo andaluz ha ido acrecentando progresivamente el protagonismo de las Vírgenes Dolorosas, hasta el punto de que, en general, parece que el sufrimiento de la madre que ve a su hijo maltratado hasta la muerte, atrae mucho más la atención que el propio dolor de los Cristos.
Lógicamente, esta preferencia se halla materializada en la imaginería sacra, tanto de altar como procesional, así como también en elementos de acompañamiento como insignias, emblemas, banderas y muchos otros. Incluso la iconografía de los retablos callejeros demuestra que el tema religioso más extendido es el de Nuestra Señora, desde sus orígenes en el siglo XVI hasta la actualidad
Pero también la afición a los santos está muy presente en Andalucía, puesto que la definitiva supremacía mariana no significa que se ignoren antiguas devociones. Por eso son mucha las poblaciones que cuentan con santos patrones, a quienes dirigen sus cultos, fiestas y romerías. Y ello sin olvidar tampoco el apego a las reliquias que se conservan en cualquier lugar de culto o que acompañan las procesiones penitenciales.
Los santos siguen siendo eficaces protectores, cada uno especializado en el remedio de un determinado mal o en la consecución de un determinado bien, actuando por tanto como mediadores específicos.
Bien es cierto que el avance de la técnica, al erradicar muchas plagas y epidemias y ofrecer soluciones científicas a antiguas incógnitas, ha hecho perder su razón de ser a la mediación milagrosa de numerosos santos especialistas, pero los más enraizados sobrevivirán a este declive.
En la encuesta que el Ateneo de Madrid realizó en 1901 sobre las costumbres del ciclo vital en España, pueden hallarse algunas respuestas de enorme interés en este sentido. Así, se testimonia claramente la fe depositada en San Antonio de Padua a la hora de encontrar novio: en Badolatosa las jóvenes se encomiendan al santo "con rigor, quitándole el niño, volviéndole contra la pared, poniéndole boca abajo y hasta zambulléndole en el pozo"; o la confianza hacia San Francisco de Paula en el trance del parto: en El Coronil le encienden una vela y "se ponen también un cordón bendito del mismo Santo".
Estamos ante una de las características más sólidas de nuestra religiosidad popular: el mecanicismo o visión utilitaria de los personajes celestiales. En el fondo, lo que se busca es la personalización de las relaciones, otra de las características más evidentes de la cultura andaluza. Ante las abstracciones y los complicados e inescrutables misterios teológicos, el pueblo necesita buscar los cauces para conseguir el acercamiento de esas figuras a un plano más humano, más cercano a su realidad, a sus pasiones y sentimientos, a los que poder solicitar su intermediación ante la lejana divinidad. Una práctica que la Iglesia ha atacado cuando la ha considerado reflejo de creencias paganas, mientras que otras veces ella misma la ha propiciado. ¿De qué otro modo puede interpretarse la inacabada costumbre de depositar exvotos a los pies de las imágenes como reconocimiento a los favores personales recibidos? ¿O cómo entender si no el sinfín de advocaciones marianas que las convierten en personalidades diferentes y hasta rivales en la devoción, cuando sólo hay una única madre de Jesús?
De hecho, la elección de una determinada advocación o de un santo concreto como patrón de una comunidad, responde al deseo de individualizar su celo protector, de no compartir su atención para que pueda ocuparse de modo exclusivo en procurar el bien de sus habitantes.

Esther Fernández de Paz
Departamento de Antropología Social

Universidad de Sevilla