Religiosidad popular andaluza Testimonio de un patrimonio
que nos identifica 2/3
Las
imágenes como parte del nosotros.-
Tales comportamientos se hallan reflejados, además, en la
humanización que la religiosidad popular necesita volcar en la estatuaria
religiosa. Lo importante son las imágenes, en las que no se ve una figura hecha
en madera sino una persona concreta, individual y sin posible transposición, al
igual que los individuos vivos. Ello ha conducido al aumento imparable de la explotación
de sus recursos expresivos, de entre los que destaca sin duda la afición a
vestir las imágenes con indumentarias espectaculares y agregarles los adornos
más suntuosos de que se pueda disponer.
Las protestas eclesiales al respecto nos documentan de lo temprana
de esta tendencia, como la que el padre Bernardino de Villegas publicó en 1635:
"Y si bien suele ser este abuso más ordinario y común en el mundo, y
trueco muy usado, en que a las imágenes las visten ya de damas, y a las damas
las visten de imágenes: pero también suele aver en esta materia algún abuso en personas
virtuosas; de las quales algunas, como traen el alma galana allá dentro, visten
a los santos de sus oratorios con tantos dixes y galas, que es cosa
indecentissima; y a vezes le da a un hombre gana de reir, viendo las bujerías que
ponen a los santos; y otras de llorar, mirando la indecencia con que los santos
y santas son tratados.
¿Qué cosa más indecente, que una Imagen de nuestra Señora con saya
entera, ropa, copete, valona, arandela, gargantilla, y cosas semejantes? ¿Y
unas santas vírgenes vestidas tan profanamente, y con tantos dixes y galas que
no traen más las damas más bizarras del mundo?
Que, a vezes, duda un hombre, si las adorará por Santa Lucia, o
Santa Catalina, o si apartará los ojos, por no ver la profanidad de sus trajes:
porque en sus vestidos y adorno no parecen santas del Cielo, sino damas del mundo:
y a no estar Santa Catalina con su espada en la mano, y Santa Lucía con sus
ojos en el plato, por lo que toca al vestido y traje galán con que las visten,
nadie dixera que eran santas, ni vírgenes honestissimas, como lo fueron".
Desoyendo las indicaciones al respecto, la religiosidad popular
andaluza siguió alimentando esta costumbre hasta el punto de que no pocas
figuras de bulto fueron reconvertidas en imágenes de candelero para poder
disponer la vestimenta. Así fue sucediendo con muchas pequeñas tallas góticas,
especialmente vírgenes veneradas en ermitas y santuarios, para las que se
confeccionaron sayas y mantos y se labraron joyas, coronas o ráfagas, a la vez
que se vestía igualmente al Niño-Dios que llevan en sus manos, siguiendo las
pautas de la imaginería penitencial, principal receptora de esa exuberancia
ornamental. De hecho, cuando algunas de aquellas tallas se perdieron en guerras
o incendios, se sustituyen con otras nuevas que, aun respetando la más de las
veces la fisonomía original, son ya trabajadas directamente como imágenes de
vestir.
En correspondencia con el plano más humano, la Virgen, como mujer
que es, necesita un amplio y variado vestuario que luce según la ocasión,
incluyendo el traje de pastora para determinados traslados por el campo y hasta
el traje de luto para cuando se une al dolor por la muerte de algún destacado
personaje.
En los momentos de mudar la indumentaria, lo corriente es que
ningún hombre pueda estar presente para no atentar contra el pudor femenino. En
ocasiones existen expresas y rígidas disposiciones al respecto, como por
ejemplo la referida a Nuestra Señora del Monte, patrona de Cazalla de la
Sierra, dada por el cardenal Spínola a principios de siglo, en la que se prohíbe
que nadie pueda ver a la Virgen sin ropas a excepción de la camarera. De hecho,
ésta es una de las imágenes de bulto que se comenzó a vestir en el XVIII.
Igual comportamiento puede observarse mientras se talla una nueva
imagen, desde el mismo instante en que la madera va cobrando forma, desde que
empiezan a configurarse unos rasgos específicos y diferenciadores. En esos
momentos, y aun en el caso de tratarse de una imagen de candelero, los
imagineros actúan ya como si de una persona se tratara, por lo que suelen
impedir el paso a todo visitante ajeno al taller,
Una vez finalizada, la imagen saldrá del taller envuelta en la
solemnidad que exige dicho acto, y, dentro de la lógica de la humanización, el
siguiente paso, como en todo nacimiento, será el rito del bautismo por el que el
nuevo miembro se incluye en la comunidad católica, se presenta a la sociedad y
adquiere un nombre propio. Evidentemente, es la bendición eclesial de la imagen
la que cumple estas funciones.
A lo largo del año, las imágenes devocionales andaluzas están
presentes entre el pueblo. Se les hace partícipes de rituales como bodas,
bautizos y otras muchas celebraciones como un miembro más de la comunidad.
Durante las fiestas patronales, si la imagen se venera en la
ermita, se la traslada a la localidad para que conviva esos días entre sus
gentes. Hay ejemplos en los que se la hace participar en los actos más lúdicos
de las fiestas, como la Virgen de Guaditoca en Guadalcanal, que
es llevada en procesión hasta el real de la feria donde los costaleros la hacen
bailar al son de marchas procesionales.
Por el contrario, si la imagen se mantiene todo el año en la
iglesia parroquial, caso por ejemplo de la Virgen de Valme en Dos Hermanas, la
fiesta consiste en ir todos juntos de romería hasta la ermita.
Sin duda, es en estos recorridos cuando las imágenes cobran toda
su humanidad, compartiendo el ambiente festivo del momento, lo que provoca no
pocos roces con los representantes de la Iglesia. Además, cuando la imagen es
portada en andas, ciertamente se les transmite una realidad casi humana: sea
mediante el rítmico caminar de los portadores, diferente según el momento o
lugar por el que transcurre la procesión, sea mediante las mecidas al son de la
música, o con los espontáneos acercamientos a sus devotos. Evidentemente, esa
llamada al mantenimiento de una más seria y ortodoxa salida procesional se
incrementa para los desfiles penitenciales.
No puede descartarse que algunos intentos de la autoridad
eclesiástica por conseguir la introducción de ruedas en los pasos andaluces, al
sobrio estilo castellano, escondan el deseo de mantener el adecuado estatismo de
las imágenes durante todo el recorrido.
El
espectáculo compartido como símbolo identitario.-
Teniendo
todo esto presente puede entenderse fácilmente por qué el modo de sentir la
religiosidad no se detiene para el andaluz en la composición de las imágenes ni
en la del resto de elementos procesionales, sino que siempre se pretende el
reconocimiento de que su cofradía, su Virgen, su fiesta patronal, su cruz de
mayo, etc., sea la más vistosa y espectacular, compitiendo con cualquier otra
devoción ajena. Competencias que sirven a su vez para renovar regular y
públicamente el sentimiento de pertenencia a un determinado colectivo.
Y es que en Andalucía es innegable la importancia de los iconos
religiosos como símbolos de apropiación del territorio. En tal sentido, resulta
tremendamente revelador cómo en los últimos años están construyéndose ermitas
en lugares en los que nunca existieron, o cofradías penitenciales en barrios de
nueva construcción, con la velada finalidad de actuar como referente de identificación,
un nosotros frente a un ellos dentro de unos límites espaciales.
Una característica muy extendida por la Baja Andalucía es la
presencia de hermandades semicomunales, las que dividen a una comunidad en dos
mitades, formalmente a efectos religiosos y ceremoniales, pero con entera
incidencia en otros importantes aspectos de la organización social. Un claro
ejemplo es el de la localidad aljarafeña de Carrión de los Céspedes, donde la Virgen
de Consolación y la Virgen del Rosario se reparten las devociones, siendo ambas
consideradas como la verdadera patrona por sus partidarios, aunque ya
oficialmente sea una de ellas la elegida 6; o también el de la Asunción y la
Divina Pastora en Cantillana, que dividen al pueblo en asuncionistas y
pastoreños, mientras que la patrona es la Virgen de la Soledad que cuenta con
ermita propia. Rivalidades que se entablan igualmente con otros símbolos como
las cruces de mayo, presentando idéntico esquema de división ceremonial de los
habitantes de una misma localidad en cruces antagónicas, siempre con asignación
territorial propia.
En el otro extremo se hallan las devociones supracomunales, ante
las que cabe resaltar el hecho de estar establecidas principalmente en torno a
una advocación mariana: desde el Rocío hasta la Virgen de la Cabeza. En ellas
las confrontaciones se entablan entre las hermandades filiales y, por supuesto,
entre éstas y la hermandad matriz. Recordemos cómo la Virgen de Cuatrovitas,
patrona de Bollullos de la Mitación y del Gremio de la Aceituna de Verdeo del
Aljarafe, tuvo hasta el siglo XVIII a Sevilla como hermandad matriz, lo que
ocasionó no pocos roces con los vecinos de Bollullos.
De esta manera, las más ricas galas, las carretas mejor engalanadas,
las caballerías más prestigiosas, las más reputadas bandas de música o los más
afamados tamborileros, están siempre dirigidos a lograr la más lucida puesta en
escena, el reconocimiento propio y ajeno de la superioridad de una concreta
devoción; al tiempo que, con tales recursos expresivos, siempre se pretende el
realce de cualquier manifestación de culto externo, buscando despertar las
emociones tanto de sus protagonistas como del público que acude a
presenciarlos, algo que se logra sin duda alguna.
En estas formas de actuación podemos ver, a su vez, la materialización
de la afición de los andaluces por la teatralización de sus rituales
festivo-religiosos, con una mezcla simbiótica de elementos sagrados y profanos.
Por esto se viven como fiestas todas las conmemoraciones del calendario
religioso, aun considerando que muchas de ellas vinieron a superponerse a festividades
ya existentes, en ese empeño de la iglesia católica por erradicar o, en su
defecto, cristianizar las prácticas paganas.
Lógicamente, ese modo particular de expresar la ritualidad se
extiende a todas aquellas festividades establecidas ex novo, sean éstas
romerías, representaciones de moros y cristianos o cabalgatas de reyes magos.
Y es que la antigua mezcla de elementos sagrados y profanos se
mantiene, más o menos encubierta, en todas las manifestaciones de la
religiosidad popular andaluza, ignorando las reiteradas reglamentaciones
eclesiásticas.
Particularmente para las celebraciones de los cultos en las
ermitas, los obispos del sur de España siguen insistiendo en que se acote
"una zona de silencio en torno a los santuarios, evitando que llegue hasta
ellos el bullicio festivo de los alrededores"7; algo que, sobre todo en
determinadas devociones que mueven a miles de andaluces, parece del todo
imposible de conseguir.
Igual puede decirse de otras muchas celebraciones.
Aunque el pueblo andaluz siempre ha manifestado su postura frente
a la injerencia eclesial, en numerosas manifestaciones de culto externo ha
terminado consiguiendo que sea la Iglesia la que tenga que seguir transigiendo ante
las consideradas desviaciones, por el temor de una separación definitiva
entre la postura del
Catolicismo
oficial y las expresiones de la religiosidad popular. De hecho, esta separación
llega a ser casi total en algunas festividades, tales como las cruces de mayo,
donde el aspecto religioso está continuamente simbolizado por la santa cruz,
pero en la que los representantes de la Iglesia oficial tienen ya escasa, si no
nula, intervención. Ciertamente, continúa siendo la ancestral fiesta del pueblo
en honor de la naturaleza.
Esther
Fernández de Paz
Departamento
de Antropología Social
Universidad
de Sevilla