El mecenazgo de Alonso González de la Pava
Segunda parte.-
Debido a la concepción providencialista del momento, todo el acontecer
del hombre estaba transido de religión, vivía intensamente su fe; en su
existencia lo que importaba era ganarse el más allá, y con este fin, como bien
constata Alonso González de la Pava en la escritura de donación —«pretendiendo
volver a Dios lo que me ha dado y servile con ello»—. (8) destinó íntegramente
su capital en beneficio de este convento. A este gesto piadoso podemos añadir
el hecho de no haber tenido hijos y quizá confluyera no poco en su decisión el
haber vivido y labrado su fortuna en esta ciudad de ambiente relajado y cruel
que caracterizaba a Potosí.
Para comenzar a labrar el edificio, González de la Pava se reservó
3.078 ducados y el resto del capital lo puso en rentas en los concejos de las
villas de Guadalcanal y Quintana, dándole unos réditos de 1.334 ducados
anuales, que él dispuso se repartieran de la siguiente manera: 700 ducados
anuales para el sustento de las monjas y «para que se baya labrando —el convento—
hasta que se acave»; (9)
a 500 ducados para el patrono que él mismo nombrara, reservándose para él este
cargo mientras viviera y los restantes 134 ducados como salario del capellán
del convento.
Sobre 1615 comenzaron las obras de fábrica del convento,
supervisándolas directamente Alonso González de la Pava, que por aquel entonces
ya había regresado de Potosí. (10) En su emplazamiento y ubicación se habían seguido los
presupuestos dictados por las Ordenanzas de Indias con respecto de las
fundaciones en el Nuevo Continente, ya que advierte que había que edificarse en
«sitio
muy alegre y sano y donde hay agua de pie muy buena y sutil para las monjas y
ser más acomodado para labrar que otro alguno desta villa», aparte de «ser
barrio apartado de las Yglesias parrochiales y monesterio y de jente pobre que
por falta de adornos dexan de oyr misa, y por la devoción particular que yo le
tengo a el dicho oratorio y no aver daño de tercero». (11)
Sin embargo hasta 1617 no llegó la licencia de Felipe III (12) y aunque el donante
murió abintestato en 1620, las obras continuaron a cargo de sus albaceas testimonian
hasta poco antes del 13 de junio de 1627, fecha en que se habitó por las veinte
monjas de la advocación de Santa Clara, según deseo expreso de González de la
Pava en su escritura de donación. (13)
La planta del convento la hizo Pedro Montes «maestro de cantería, vecino de
la villa de Zafra» (14)
y el maestro albañil que llevó a cabo las obras del convento fue Cristóbal
Hernández Cano, según varias cartas de pago reseñadas en el libro de fábrica. (15) La iglesia de planta
de cruz latina, tiene bóveda de medio cañón con lunetos y arcos fajones sobre
el cuerpo de la nave y el presbiterio y en el crucero una bóveda semiesférica.
Del convento se conservan, además de la iglesia, el gran claustro central, de
dos plantas, la inferior constituida por arcos de medio punto enmarcados por
alfices que descansan en columnas de mármol, y la superior formada por arcos
rebajados igualmente encuadrados por alfices. Una vez concluido el convento, se
comenzó el retablo siendo patrono del mismo Juan González de la Pava, que
contrató con el escultor Mateo Méndez de la ciudad de Llerena, la planta y
arquitectura, en el 5 de julio de 1632, según la escritura contractual firmada
ante el escribano público Diego Ortiz del Águila, obligándose cada una de las
partes al cumplimiento de las condiciones expuestas en un memorial adjunto. (16) Se estipulaba que el
retablo debía abarcar todo el testamento empleándose madera de pino de Castilla
para los eletero, sustentantes y borne para las guarniciones. Hubo variación
con respecto a la planta inicial ya que el patrono y abadesa pedían «donde
ay una coluna a de aver dos torcidas».
Su dispositivo arquitectónico consta de banco, un cuerpo y ático,
siguiendo el modelo que impuso en Sevilla el jesuita Alonso Matías en el
retablo mayor de la antigua Casa Profesa. Matías, arrancando del retablo mayor
del Hospital de las Cinco Llagas de Diego López Bueno, que había supuesto la
introducción de las fórmulas escurialenses en Sevilla, crea una tipología de notable
interés al incrustar en un solo retablo toda una serie de grandes cuadros de
altar, consiguiendo gran claridad arquitectónica en sus conjuntos a base de
desarrollar el cuerpo inferior y reducir de modo considerable el segundo, que
relegaba a la función de ático. (17)
Notas.-
8 Ibídem, fol.
4v., Ap. Dl. núm. 1.
9 Ibídem, fol.
16r., Ap. Dl. núm. 1.
10 Ibídem, fol. 5r.-6r., Ap. DI. núm. 1.
11 Ibídem,
fol. 7v., Ap. Dl. núm. 3
12 Ibídem,
fol. 17r.
13 Ibídem,
fol. 75v., Ap. DI. núm. 4 y libro de cuentas del testamento y obra pía de
Alonso G. de la Pava, lib. I, fols. Iv-2v. Ap. Dí. núm. 7.
14 Ibídem, fol.
43r., Ap. DI. núm. 5.
15 Ibídem, fol.
68v., Ap. Di. núm. 6.
16 (A)rchivo
(M)unicipal de (G)uadalcanal. Libro de Escrituras Públicas, año 1632. Escribano
Diego Ortiz del Águila, fols. 574r.-576r., Ap. Dl. núms, 9 y 10.
17 Palomero,
Jesús M.: El retablo sevillano del Renacimientos análisis y evolución (1560-
1629), Sevilla, 1983, pág. 474.
EL MECENAZGO
ARTISTICO DEL INDIANO ALONSO GONZALEZ DE LA PAVA EN GUADALCANAL
Por Julia
Mensaque Urbano
No hay comentarios:
Publicar un comentario