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lunes, 7 de enero de 2019

Nuestro entorno 11

Religiosidad popular andaluza Testimonio de un patrimonio que nos identifica 1/3

Resumen.-
Este artículo intenta resaltar el interés que revisten las manifestaciones de la religiosidad popular andaluza como testimonios de un patrimonio que nos identifica, y que es exponente tanto de un modo común de expresión del pueblo andaluz como de los sugerentes matices que aporta nuestra propia pluralidad sociocultural.
Unos elementos entendidos desde sus raíces tradicionales, adaptados, y por tanto vivos, en su reproducción cultural actual. Sólo atendiendo a esos modos particulares de vivir la religión puede llegarse al entendimiento global y no objetual de esta parte de nuestro patrimonio cultural.
Uno de los factores culturales más complejos del pueblo andaluz son sus expresiones de religiosidad popular. Un concepto -religiosidad popular- que indudablemente no se circunscribe a un sector de la sociedad, ni a las clases iletradas, ni al mundo rural, etc.; no está expresando, por tanto, la extendida oposición culto/popular o rural/urbano, como mundos independientes y contrapuestos, sino ese modo especial que tiene cada sociedad, cada cultura en su conjunto, de añadir sus propias vivencias, su propia experiencia cultural, al núcleo básico de las enseñanzas religiosas. Es, por tanto, la combinación de los planteamientos ortodoxos con tradiciones culturales, que conducen las más de las veces a una separación entre la expresión verbal y la conducta física, entre la aceptación teórica de determinadas ideas y el modo observable en que se llevan a la práctica.
Esta mezcla se presenta más o menos equilibrada, dependiendo de los pueblos y asimismo de las épocas que se analicen, pero es innegable que en la Andalucía actual se da un fuer te desequilibrio a favor de los componentes tradicionales; unos elementos definidores de las manifestaciones de nuestra religiosidad popular, que sin duda constituyen un reflejo de la cultura de la comunidad que les da vida, siendo por tanto sentidas como un símbolo de identificación y de pertenencia al grupo.
Ahí radica su interés patrimonial, pues sólo teniendo esto en cuenta pueden explicarse las formas concretas de nuestra ritualidad, la resonancia afectiva de múltiples devociones incluso en personas no religiosas, la inevitabilidad de acudir a los lugares de origen en determinadas celebraciones, principalmente en las fiestas patronales, o la propia mudanza de éstas a fechas veraniegas para facilitar la participación de los emigrantes como integrantes de un colectivo que los identifica. Igualmente explica el hecho de que los padres inscriban a sus hijos el mismo día del nacimiento en su hermandad patronal o penitencial para continuar la tradición familiar.
En definitiva, para transmitir unas pautas culturales, siempre renovadas pero siempre conectadas con el sentir tradicional que las originó y las mantiene.

Raíces que se pierden en el tiempo.-
Para ahondar en las claves interpretativas de la religiosidad popular andaluza, es preciso retroceder más allá de la cristianización primitiva de la región, pues cuando se extendieron las doctrinas católicas, ya se hallaban consolidadas en Andalucía algunas de sus más claras inclinaciones, tal como es el caso del culto a poderosas imágenes maternas; culto que, por encima de los posteriores y continuos cambios de denominación (Astarté, Tanit, Artemisa, Afrodita, Diana, Venus, Mitra...), siempre se ha mantenido como un rasgo fundamental en la religiosidad popular de los andaluces.
A esta preferencia por las devociones marianas contribuyeron enormemente dos culturas tan distintas como Roma y el Islam, de quienes tomamos los sentimientos de sumisión y fatalismo ante la voluntad divina. Esto puede provocar, en expresión de Domínguez Morano, una fuerte rebeldía, opuesta a la sumisión, que desemboca en una ambivalencia respecto a un Dios "vivido a niveles inconscientes como padre fatal, arbitrario y causante quizá de la desgracia y opresión que este pueblo ha sufrido de modo casi ininterrumpido a lo largo de su historia milenaria", frente al cual, la ya arraigada religiosidad mariana se intensifica al ver en la figura materna la protección y el consuelo necesarios frente al Dios-Padre.
Ese mismo atributo de mediación entre la autoridad del padre, por lo general ausente de la casa, y los hijos es, sin duda, una de las notas más definitorias de la madre andaluza tradicional. De esta forma, el modo andaluz de sentir las relaciones familiares se traspasa al terreno religioso, haciendo "bastante comprensible la atracción de los andaluces por ese símbolo tan querido e idealizado por ellos en la vida cotidiana".
De hecho, no puede descartarse que la Iglesia intuyera esta afinidad psicológica con algunos patrones familiares en su esfuerzo por que la cristiandad fuera acrecentando esta devoción, dejando de considerar a María únicamente como Madre de Dios, alejada de los asuntos humanos, y haciéndola entrar en la dinámica de mediación ante la divinidad.
En Andalucía, además, se dio la circunstancia de que a medida que avanzaban las tropas cristianas, la falta de santos en los territorios hasta entonces musulmanes se va supliendo directamente con imágenes de la Virgen, a la vez que coincidió la revitalización del cristianismo en nuestro territorio con una época de máximo despliegue de manifestaciones religiosas populares, que en seguida la Iglesia misma propició en las doctrinas tridentinas.
Así, desde la época barroca el culto a la Virgen es el predominante en Andalucía. Baste recordar cómo la "Tierra de María Santísima" defendió y festejó la proclamación de las bulas de la Inmaculada Concepción en el siglo XVII. Desde entonces la superioridad de esta devoción es indiscutible. Un recorrido por las ermitas y santuarios de nuestro territorio atestigua sobradamente la hegemonía del culto mariano, en correspondencia con las numerosas Vírgenes erigidas como patronas de una localidad. Del mismo modo, en una celebración tan específica como la conmemoración de la Pasión de Jesús, el pueblo andaluz ha ido acrecentando progresivamente el protagonismo de las Vírgenes Dolorosas, hasta el punto de que, en general, parece que el sufrimiento de la madre que ve a su hijo maltratado hasta la muerte, atrae mucho más la atención que el propio dolor de los Cristos.
Lógicamente, esta preferencia se halla materializada en la imaginería sacra, tanto de altar como procesional, así como también en elementos de acompañamiento como insignias, emblemas, banderas y muchos otros. Incluso la iconografía de los retablos callejeros demuestra que el tema religioso más extendido es el de Nuestra Señora, desde sus orígenes en el siglo XVI hasta la actualidad
Pero también la afición a los santos está muy presente en Andalucía, puesto que la definitiva supremacía mariana no significa que se ignoren antiguas devociones. Por eso son mucha las poblaciones que cuentan con santos patrones, a quienes dirigen sus cultos, fiestas y romerías. Y ello sin olvidar tampoco el apego a las reliquias que se conservan en cualquier lugar de culto o que acompañan las procesiones penitenciales.
Los santos siguen siendo eficaces protectores, cada uno especializado en el remedio de un determinado mal o en la consecución de un determinado bien, actuando por tanto como mediadores específicos.
Bien es cierto que el avance de la técnica, al erradicar muchas plagas y epidemias y ofrecer soluciones científicas a antiguas incógnitas, ha hecho perder su razón de ser a la mediación milagrosa de numerosos santos especialistas, pero los más enraizados sobrevivirán a este declive.
En la encuesta que el Ateneo de Madrid realizó en 1901 sobre las costumbres del ciclo vital en España, pueden hallarse algunas respuestas de enorme interés en este sentido. Así, se testimonia claramente la fe depositada en San Antonio de Padua a la hora de encontrar novio: en Badolatosa las jóvenes se encomiendan al santo "con rigor, quitándole el niño, volviéndole contra la pared, poniéndole boca abajo y hasta zambulléndole en el pozo"; o la confianza hacia San Francisco de Paula en el trance del parto: en El Coronil le encienden una vela y "se ponen también un cordón bendito del mismo Santo".
Estamos ante una de las características más sólidas de nuestra religiosidad popular: el mecanicismo o visión utilitaria de los personajes celestiales. En el fondo, lo que se busca es la personalización de las relaciones, otra de las características más evidentes de la cultura andaluza. Ante las abstracciones y los complicados e inescrutables misterios teológicos, el pueblo necesita buscar los cauces para conseguir el acercamiento de esas figuras a un plano más humano, más cercano a su realidad, a sus pasiones y sentimientos, a los que poder solicitar su intermediación ante la lejana divinidad. Una práctica que la Iglesia ha atacado cuando la ha considerado reflejo de creencias paganas, mientras que otras veces ella misma la ha propiciado. ¿De qué otro modo puede interpretarse la inacabada costumbre de depositar exvotos a los pies de las imágenes como reconocimiento a los favores personales recibidos? ¿O cómo entender si no el sinfín de advocaciones marianas que las convierten en personalidades diferentes y hasta rivales en la devoción, cuando sólo hay una única madre de Jesús?
De hecho, la elección de una determinada advocación o de un santo concreto como patrón de una comunidad, responde al deseo de individualizar su celo protector, de no compartir su atención para que pueda ocuparse de modo exclusivo en procurar el bien de sus habitantes.

Esther Fernández de Paz
Departamento de Antropología Social

Universidad de Sevilla

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