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lunes, 29 de julio de 2019

Guadalcanal Siglo XVII (2)

En tiempos del Comendador Conde de Rivera

Segunda parte.- 
El desarrollo de cada uno de los tres pleitos fue paralelo, aunque se trataba de la misma cuestión y circunstancia. En primer lugar, cada párroco solicitó del rey, a través de su Consejo de las Órdenes, un incremento en su beneficio curado, para vivir con la decencia y desahogo que correspondía a su sacro ministerio. Como respuesta, desde dicho Consejo se despachó una Real Provisión, dando cuenta de la demanda y nombrando un juez instructor competente que, al tratarse las cuestiones decimales como un asunto perteneciente a la jurisdicción eclesiástica, su nombramiento recayó en don Francisco Caballero de Yedros, vicario del convento y vicaría de Santa María de Tudía (y Reina).
Don Francisco citó a cada uno de los párrocos, recogió sus peticiones y argumentos, así como las declaraciones de los testigos presentados, declaraciones que son las que realmente nos interesan en esta ocasión. Igualmente citó al colector de cada una de las parroquias, es decir, al clérigo encargado de cobrar las tasas y aranceles por todos los actos litúrgicos celebrados en la misma, así como de su reparto entre la comunidad de clérigos asociados, destacando especialmente la parte proporcional que le correspondía a cada uno de los párrocos demandantes.
Recabada estas testificaciones, el juez instructor citó a los comendadores (al Guadalcanal y al de los bastimentos de la provincia santiaguista de León en Extremadura) y, en su habitual ausencia, a sus administradores para requerirles los libros de contabilidad de cada una de ellas y determinar así sus beneficios. Para mayor seguridad, también cito y tomó declaración al administrador del convento de San Marcos de León en Llerena, quien, por su oficio y responsabilidad (le correspondía la décima parte de los diezmos), debía conocer las cuentas de las citadas encomiendas. Igualmente citó al administrador del Hospital de la Sangre en Guadalcanal, tomando razón de sus beneficios en dicha villa.  
Las testificaciones y probanza comenzaron el 18 de julio de 1643, requiriendo don Francisco Caballero de Yedros la presencia del párroco de Santa Ana, el licenciado Alonso de Morales Molina. Después de escucharle, éste presentó a varios testigos para argumentar y justificar la petición de aumento de salario en su beneficio curado.
El primero de ellos fue el presbítero Francisco Rodrigo Hidalgo, vecino te Guadalcanal, clérigo asociado a la comunidad eclesiástica de Santa Ana y colector de la misma. Tras jurar decir la verdad, manifestó conocer al párroco de Santa Ana, añadiendo que el beneficio curado del mismo, como era público y notorio, ascendía a 1.172 reales al año (676 que pagaba la encomienda, 272 el hospital y 104 reales de los bastimentos), cantidad que estimaba insuficiente para su digna manutención, dada la calidad de su oficio. Añadía que recibía otros ingresos de ayuda de costas por bautismos, velaciones, casamientos, entierros, memoria de misas, etc., que en total ascendían, unos años con otros, a 700 reales, pues el resto de lo recolectado por la parroquia pertenecía a la comunidad eclesiástica asociada misma. De todo ello, manifestaba tener constancia cierta por ser su colector y haber revisado los libros sacramentales y de contabilidad. Justificaba lo exiguo de la ayuda de costas (700 reales, a los que habría que sumarle los 1.172 reales del beneficio curado, una fortuna para aquella época, con un jornal de 2 reales diarios) explicando que en los últimos años había descendido considerablemente la vecindad de Guadalcanal, en particular la de la colación o distrito parroquial de Santa Ana, añadiendo que los vecinos que quedaban eran tan pobres que apenas podían pagar los aranceles establecidos por recibir los distintos sacramentos. Por ello, continúa testificando, debería incrementarse el beneficio curado de la parroquia en unos 2.000 reales más, señalando a los perceptores de los diezmos locales para dicho incremento. En este sentido, manifestaba que el conde de Rivera cobraba anualmente de diezmo en Guadalcanal unos 30.000 reales, “poco más o menos”, que el hospital arrendaba sus derechos en 20.000 reales y que el duque de la Fernandina, por sus derechos de primicias en la encomienda de bastimento, cobraba de arrendamiento unos 2.000 reales, de lo que tenía referencia por haber sido testigo del trato de estas instituciones con sus arrendadores.
Presentó el párroco un segundo testigo, que decía llamarse Gonzalo de la Fuente Remuzgo, también presbítero. Se ratificó en lo declarado anteriormente, insistiendo en el despoblamiento de la villa y en la crítica situación que quedaban los que aún moraban en ella. Textualmente:
…que por la esterilidad de los tiempos faltan de la parroquia muchos vecinos, por haberse despoblado muchas calles, como son la calle del Castillo, la mayor parte de la calle de Juan Pérez y la del Altozano; y los demás de la dicha parroquia tienen sus casas caydas, que no se habitan (…) y sabe asimismo que los demás vecinos que han quedado en la dicha parroquia son muy pobres, excepto seis u ocho casas de labradores que tienen algo con que pasar…
 Pedro Díaz de Ortega, vecino y regidor perpetuo de la villa, fue el tercero de los testigos presentado por el párroco de Santa Ana. Como los anteriores, dijo conocerlo, ratificando los testimonios ya descritos e insistiendo en el despoblamiento que la villa había experimentado durante los últimos años. A este respecto manifestaba:                         
…que de la dicha parroquia han faltado muchos vecinos en el tiempo del testigo, por faltar muchas calles, como son la calle de Gutiérrez, la de la Atalaya con sus revueltas, la del Castillo con la revuelta al Barrial Chico y la de las Erilla con vuelta a la Fuente de la Cardadora, conociendo el testigo todas las calles y vueltas llena de vecindad, sin faltar casa alguna y oy son cortinales; y también conoció la calle de Llerena, con toda su vecindad, y que oy es cortinal sus casas; y faltan las casas de la mitad de la calle de Juan Pérez. Y sabe que los vecinos que han quedado en la dicha Parroquia son pocos y muy pobres y necesitados…
El cuarto de los testigos decía llamarse Francisco Yanes Camacho, que también se ratificó en lo ya descrito. Respecto a la situación del vecindario de la parroquia, que es el que más nos ocupa, decía:
…que en la dicha parroquia, desde que el testigo se acuerda, faltan más de ciento cincuenta casas y vecinos, porque falta la calle de Gutiérrez y toda la calle del Castillo, que era muy grande y de muchos vecinos no tiene más que seis o siete; las calles de la Erillas, Altas y Bajas, todas ellas; en la calle de la Cestería no han quedado más que dos casas;  a la Puerta de Llerena, que era una gran calle, no han quedado vecinos; en el Altozano hay solo dos; en la calle de las Gregorias no ay casa alguna; y en las demás calles que hoy tienen vecinos, que son pocas, faltan muchas gente;  los vecinos que han quedado son muy pobres y pasan necesidad; y sábelo por ser capellán de dicha Parroquia, adonde nació y se crió toda su vida…
Escuchado al párroco de Santa Ana y sus testigos, el vicario y juez instructor llamó a Francisco Rodríguez de Santiago, en calidad de administrador de la encomienda de los bastimentos, quien manifestó que los beneficios de la encomienda por las primicias de cereales ascendía a unos doscientos ducados, unos años con otros (2.200 reales) y que últimamente cobraba algo menos porque los labradores “se van apocado”. Y, respecto del vino, unos doscientos reales, aunque en la última cosecha llegó a 600.
        Citó el vicario a don Rodrigo de Ayala y Sotomayor, (del hábito de Santiago, administrador de la encomienda en nombre del conde de Rivera, ausente en Italia, prestando servicio a S. M), preguntándole por los beneficios de la encomienda. Don Rodrigo dijo que no podía responderle, pues en esos momentos ya no era administrador de la encomienda, a la que había renunciado también por prestar servicio a S. M., concretamente como Sargento Mayor y gobernador del tercio viejo en Extremadura. Por ello remitía a quien lo sustituyó, es decir, a Cristóbal Carranco (vecino de Guadalcanal, descendiente directo del conquistador Ortega Valencia, que fue el que restauró el culto y devoción a la Virgen de Guaditoca), quien tenía a su cargo todos los papeles de la encomienda.
También solicitó el vicario la presencia del administrador  del Hospital, quien demostró que las rentas obtenidas en los últimos tres años daban de medios unos 15.000 reales.
Requirió nuevamente el vicario la presencia del párroco de Santa Ana, y la del presbítero Francisco Yañes Camacho, colector de dicha parroquia, para que dieran cuentas con detalles de la colecturía, como así lo hicieron presentando los libros de contabilidad correspondiente a los últimos seis años, por los que demostraban el considerable descenso del número de sacramentos administrados, debido al descenso de vecindad citado.
Por último, para cotejar la información obtenida, estimó oportuno el vicario requerir datos indirectos sobre los beneficios decimales, requiriendo declaraciones de los escribanos de la villa, así como de don Francisco de la Mancha, administrador en Llerena y su partido del real convento de San Marcos, quien presentó seis libros de tazmías correspondiente a los diezmos de Guadalcanal en los seis últimos años.
 En parecidos términos, y siguiendo el mismo procedimiento, se instruyeron los procedimientos relativos a las otras dos parroquias, que nos ahorramos para evitar repeticiones.

Manuel Maldonado Fernández
Revista de Feria, Guadalcanal, 2015

lunes, 22 de julio de 2019

Nuestro entorno 25


 La Sierra Morena de Sevilla y sus paisajes


Cuarta  Parte 
2.3. Dinámicas y procesos recientes (continuación)
 La historia del final del siglo XX y, en especial, de principios del XXI está jalonada de reconocimientos que refuerzan el papel de espacio ambientalmente valioso del área de la Sierra Norte. En virtud de la citada ley 2/89, se han declarado los monumentos naturales de La Cascada del Huesna (2001) y el Cerro del Hierro (2003), que reforzaron su identificación como paisajes emblemáticos. En 2002 se declara la Reserva de la Biosfera Dehesas de Sierra Morena, que incluye, junto con otros sectores de Sierra Morena, la propia Sierra Norte, y finalmente, en 2011, se incorpora el Parque Natural a la Red Europea de Geoparques. Otro aspecto destacable de este territorio es que ha sido muy beneficiado por las ayudas públicas, en especial las provenientes de los programas de desarrollo regional LEADER, pero también por ayudas complementarias dentro de la Política Agraria Comunitaria, como las que afectan al olivar, las primas ganaderas o las derivadas de la línea de sustitución de superficies agrarias marginales por bosques y masas forestales. Todo ello ha contribuido a frenar la pérdida de población, que en los últimos años se ha estabilizado, incentivando actividades vinculadas al sector servicios o garantizando la viabilidad de las explotaciones en el sector primario.
En cuanto a los paisajes urbanos, la dinámica regresiva de la población, el relativo aislamiento y la propia presencia del Parque Natural han influido en que el área no haya experimentado con la misma intensidad que otras en la provincia el crecimiento de la urbanización. La mayoría de los núcleos conservan la traza de sus cascos históricos, de configuración compacta, con viviendas unifamiliares entre medianeras, callejero estrecho y adaptado a la topografía. En el interior se observa un proceso de restauración y revalorización significativo, especialmente de edificios singulares o catalogados, pero también de espacios públicos y caserío, aunque con algunas mejoras pendientes. Los escasos crecimientos se han producido siguiendo las vías de comunicación (Constantina) o el acceso al ferrocarril (El Pedroso). En otros casos los crecimientos apenas tienen incidencia en la imagen histórica de los núcleos (La Navas de la Concepción, San Nicolás del Puerto…). En el área no se han construido vías de comunicación de nuevo trazado, pero sí se observa una mejora en los existentes, que ha aumentado la seguridad y, sobre todo, ha diversificado los accesos desde el área metropolitana, facilitando el conocimiento de otros sectores de la Sierra.
El pasado minero de la Sierra explica igualmente la existencia de un ferrocarril que une la capital de la provincia con Cazalla de la Sierra. Durante casi 30 km., los trenes comparten las mismas vías electrificadas de la línea entre Sevilla y Córdoba, pero a escasos metros de la estación de Los Rosales hay un desvío donde comienza una línea no electrificada que conecta Andalucía con Extremadura. A partir de aquí y hasta Guadalcanal se han efectuado tareas de renovación de vía dejándola en buenas condiciones. La línea pertenece al Corredor Ferroviario Ruta de la Plata que comunicaba Sevilla con Gijón y que en 1985 fue suprimido. El papel de espacio de ocio y recreación al que se aludía con anterioridad ha permitido que se mantenga este corredor ferroviario que facilita el acceso a algunas de las actuaciones de uso público más conocidas, como el sendero cicloturista de la Vía Verde de la Sierra Norte.
Por último, cabe una breve mención a la evolución de los paisajes mineros de la Sierra, que tuvieron mucha importancia durante el siglo XIX y primera mitad del XX. La mina del Cerro del Hierro cambia varias veces de titularidad en este periodo y se extraen hasta 1977 aproximadamente 4 millones de toneladas de mineral. En la actualidad no se lleva a cabo ningún trabajo de aprovechamiento y el lugar se ha convertido en monumento natural y en uno de los paisajes más icónicos del área. Pero de la actividad minera quedan paisajes relictos en otros sectores de la Sierra: la mina de San Luis (carretera El Real de la Jara - Cazalla de la Sierra), la mina de San Miguel (Almadén de la Plata), canteras antiguas en El Real de la Jara, o restos ruinosos de la industrialización asociada a las explotaciones de hierro en la fundición de El Pedroso.

3.1_Percepciones y representaciones paisajísticas
3.1.1_Evolución histórica de los valores y significados atribuidos al área
La Sierra Norte de Sevilla es una de las áreas donde la evolución de los valores y percepciones atribuidos históricamente a sus paisajes es más patente y legible, debido, por una parte, a la estabilidad del ámbito serrano y, por otra, a la vinculación de estos significados con los principales aprovechamientos de cada etapa histórica. En este sentido, la imagen predominante de la Sierra Norte desde la prehistoria hasta los momentos finales de la dominación romana es la de un territorio productivo de gran riqueza mineral y metalúrgica, enfocado principalmente a la explotación de estos yacimientos. Esta imagen era común al conjunto de Sierra Morena, sin distinguirse rasgos específicos que diferenciaran unos espacios de otros. Es a partir del período medieval cuando comienza a distinguirse dentro del ámbito serrano del Reino de Sevilla entre las tierras más occidentales, vinculadas a la Ruta de la Plata, y las orientales, integradas por los concejos de las villas principales de Cazalla y Constantina. A partir de este momento de inicios de la Edad Media, el paisaje de la Sierra Norte es percibido como un paraíso cinegético, destacándose la diversidad de montes en los que abundaba la caza mayor (osos, jabalíes, corzos,…). Esta imagen tendrá continuidad durante los siglos de la Edad Moderna, señalándose la pérdida progresiva de algunas de estas especies y, en consecuencia, la mayor dedicación a la caza menor. En este contexto se valoran especialmente las espesuras del monte bajo como principales cazaderos del área, destacando la presencia del jaral y el lentisco. Por otra parte, entre los siglos XVI y XVIII, adquieren un notable reconocimiento los paisajes serranos de dominante agraria, en concreto los relacionados con los viñedos y las instalaciones de transformación del vino, en un momento de importante expansión de este cultivo para su exportación a América, especialmente en el entorno de Cazalla. El declive de este comercio y la plaga de filoxera de principios del XIX redujeron este cultivo a espacios residuales; sin embargo, el carácter vitivinícola de este territorio se mantuvo, aunque en menor medida, ligado a la producción de aguardientes.
Desde finales del siglo XVIII y durante el XIX conviven dos tipos de percepciones sobre el paisaje de la Sierra Norte. Por una parte, una visión científica e ilustrada que reivindica la valoración de los paisajes naturales de la sierra por la singularidad de sus formaciones geológicas y mineralógicas y la riqueza y diversidad de su flora y fauna silvestre. Por otra parte, la visión romántica destacaba el carácter agreste y salvaje del área, señalando los bosques de ribera como paisajes sobresalientes por la frondosidad de la vegetación y la presencia del agua, así como por sus valores escénicos y sensoriales. En este sentido, destaca especialmente la ribera del Huéznar, considerada como un paisaje singular desde al menos el siglo XVIII en relación con las huertas serranas de las márgenes del río y con los ingenios que aprovechaban la fuerza motriz de las aguas. El uso recreativo y social de estas riberas fue aumentando durante el siglo XIX y principios del XX, destacando algunos espacios especialmente frecuentados y reconocidos como Isla Margarita, al tiempo que se mantuvo el carácter productivo del río con sus molinos, batanes y martinetes, incluso reutilizando algunas de estas construcciones como fábricas de electricidad. En el último tercio del siglo XX se ha ido produciendo la especialización de la ribera del Huéznar como paisaje turístico, manteniendo en algunos casos las huellas del paisaje heredado, como el patrimonio arquitectónico de las infraestructuras productivas en desuso, mientras que otros rasgos característicos como las parcelas agrarias se han perdido con el cambio de usos.
Por otra parte, es también en las décadas finales del siglo XIX cuando proliferan las representaciones iconográficas de los paisajes del área, vinculadas a estancias temporales de ocio y descanso de algunos artistas de gran relevancia (Emilio Sánchez Perrier en Constantina, José Pinelo en Guadalcanal o Manuel Barrón y Carrillo en El Pedroso), que se decantan por encuadres de los alrededores de las poblaciones desde una mirada naturalista con acentos costumbristas, o bien por un acercamiento más realista hacia los sistemas agrícolas utilizados en los entornos de los núcleos serranos con cierta trascendencia hacia las labores anónimas del campo. Este interés por los paisajes de dominante agraria del área se concentra especialmente en las valoraciones y apreciaciones sobre el paisaje de dehesa, caracterizado en los momentos finales del XIX y comienzos del siglo XX por sus aprovechamientos agroganaderos diversos y complementarios. Finalmente, la imagen de esta área se completa con la recuperación, desde el siglo XIX y hasta finales del siglo XX, de la actividad minera. Entre los registros de estos nuevos paisajes mineros de la Sierra Norte destacan la red ferroviaria que daba servicio a las minas, los restos de la industria siderúrgica de El Pedroso y, sobre todo, el Cerro del Hierro. El Cerro del Hierro es reconocido como paisaje singular por sus geoformas características modificadas por los siglos de explotación minera, al tiempo que el poblado minero abandonado en los años 70 adquiere relevancia como registro del patrimonio industrial minero de la Sierra Norte. A partir de los años 80 del siglo XX se consolida de manera definitiva la percepción de este espacio como área paisajística diferenciada debido, fundamentalmente, a la unidad que le otorga el Parque Natural de la Sierra Norte y su emergente sector turístico.

3.1.2_Percepciones y representaciones actuales
En el proceso de participación ciudadana se ha producido un reconocimiento de los rasgos que identifican los paisajes más valorados del área, muchos de ellos pervivencia de los construidos a lo largo de la historia. La percepción social ha marcado, pese al componente natural de estos paisajes, su carácter humanizado, rasgo que se menciona constantemente como elemento diferenciador de otros espacios protegidos. Esta apreciación se concreta no sólo en los paisajes urbanos de los núcleos serranos tradicionales, sino, de forma especial, en el paisaje que se considera más identitario, la dehesa. Vinculado a él se mencionan los elementos singulares que construyen esa identidad: muros de piedra seca, bosque mediterráneo aclarado y gestionado por el hombre, presencia de ganado, etc. La dehesa se valora positivamente incluso cuando presenta un aspecto abandonado o deforestado y se considera un paisaje vulnerable a medio plazo por su carácter marginal dentro del sistema económico. Se señala el régimen privado de estos paisajes, que supone dificultades de accesibilidad.
Para los participantes, el paisaje serrano es bastante inmutable, los cambios y las transformaciones se producen de forma muy lenta, y estos ritmos son difíciles de percibir en la escala temporal de la percepción humana. Hay mucha unanimidad en considerar que, pese a lo que pueda parecer a primera vista, se trata de paisajes muy poco homogéneos, que destacan por su riqueza, diversidad, matices formales (colores, olores, texturas…), o las diferentes perspectivas si se observa en una u otra dirección.
Los valores que se destacan en los paisajes de la Sierra Norte son los de la tranquilidad, autenticidad, belleza, armonía entre lo natural y lo humanizado, presencia constante de la huella de diferentes pueblos. Estos valores se reconocen como un recurso, y se marca la vocación turística y recreativa que se deriva de los mismos. Otro factor importante que se atribuye a las transformaciones en el área es su dependencia de procesos externos, no controlados por las poblaciones autóctonas. En este sentido los cambios más relevantes que se aprecian en el paisaje de la sierra parecen tener que ver con el papel que el sistema económico global otorga a los espacios rurales, en especial los de montaña, un papel marginal y dependiente de las lógicas urbanas. Para algunas personas esto determina que la tendencia de un paisaje, que antaño se percibía como altamente humanizado, se oriente lentamente hacia la “naturalización”, en la medida en la que las poblaciones, y sus actividades, se van retirando del mismo.

Catálogos de Paisajes de la Provincia de Sevilla

lunes, 15 de julio de 2019

Guadalcanal Siglo XVII (1)

En tiempos del Comendador Conde de Rivera
Primera parte.- 
A mediados del XVII, en Guadalcanal estaban representados los estereotipos sociales propios de su época y marco geopolítico; es decir, los de la corona de Castilla, en general, y los particulares de la Orden de Santiago, institución a la que pertenecía.
Su vecindario, reducido casi a un 50% respecto al de finales del XVI, estaba distribuido en los tres estamentos propios del Antiguo Régimen: el nobiliario, el clerical y el estado general, también conocido como el del pueblo llano o  de los buenos hombres pecheros.
El estamento nobiliario se reducía a la oligarquía que entonces gobernaba su concejo, ennoblecida especialmente a cuenta del dinero que los muchos indianos guadalcanalense mandaron del otro lado del Atlántico pues, como es conocido, algunos de ellos desempeñaron papeles importantes en el descubrimiento y conquista de América y Oceanía. En efecto, hemos podido constatar que los descendientes de alguno de los indianos guadalcanalenses compraron y acapararon los oficios públicos (regidurías, alferazgos, alguacilazgos, escribanías,…) ofertados continuamente por la Corona con la finalidad de hacer caja y aliviar su hipotecada Hacienda.
El estamento clerical era más numeroso de lo que pudiera sospecharse, estimando que, aparte los tres párrocos (Santa María, Santa Ana y San Sebastián), asociados a sus colaciones o distritos parroquiales se localizaban unos 50 clérigos más, distribuidos en las distintas categorías propias de la carrera eclesiástica. Y a todos había que mantenerlos decentemente, viviendo con comodidad a expensas de la administración de sacramentos (bautismos, casamientos y defunciones) y de las numerosas capellanías, obras pías, memorias de misas, etc. establecidas en la villa, muchas de ellas, las más suculentas en cuanto a beneficios para el estamento clerical, fundadas por los referidos indianos.
También relacionado con este estamento estaban presentes en la villa tres conventos de religiosas y dos de religiosos (casi un centenar de monjas y frailes, aparte del personal seglar asociado). Los conventos femeninos fueron fundados por tres indianos guadalcanalenses, quienes además dejaron a sus monjas una importante suma de dinero para que con sus rentas pudieran mantenerse con dignidad a lo largo de los siglos, como así fue hasta finales del XVIII. Así, por lo que hemos podido averiguar, los conventos femeninos, y algunos de los oligarcas locales, estaban entre las entidades de crédito y prestamistas más importantes de la zona, siendo acreedores de la mayoría de los arruinados concejos santiaguistas del entorno (Llerena, Azuaga, Ahillones…).
Regidores, hacendados y religiosos representaban los dos estamentos privilegiados, sostenido por el tercero de ellos, el más numeroso y desfavorecido estado de los buenos hombres pecheros, con muchos deberes y pocos derechos.
En nuestra villa, también se reflejaba el estado decadente del Imperio y de la corona de Castilla, crisis achacable a las numerosas guerras afrontadas por la monarquía hispánica y al recurrente incremento fiscal que se imponía para afrontarlas. En realidad, esta elevada fiscalidad ya apareció durante el reinado de Felipe II, sin que por ello pudiese evitar la bancarrota en su Real Hacienda. Así lo entendían en el Consejo de Hacienda, cuando el 15 de septiembre de 1598, pocos días después de la muerte de Felipe II, puso en conocimiento de Felipe III, su heredero, y en el de los representantes de las ciudades de Castilla reunidos en Cortes el lamentable e hipotecado estado del patrimonio real. Advertían “que el rey no podía reinar y mantener su imperio de lo suyo”, es decir, de las rentas y servicios reales habituales, sino que tendría que pedir auxilio a sus súbditos mediante contribuciones extraordinarias. Y, “groso modo” esta fue la directriz que presidió la política fiscal seguida por los Austria del XVII, pues con el Imperio sucesivamente (Felipe III, entre 1598 y 1621; Felipe IV, entre 1621 y 1665; y Carlos II, entre 1665 y 1700) heredaron:
-         Guerras y discordias acumuladas durante el XVI y XVII con la mayoría de las monarquías europeas.
-         Conflictos internos entre los distintos reinos peninsulares (independencia de Portugal e intento separatista catalán).
-         Deudas en la Hacienda Real acumuladas desde los tiempos del emperador Carlos I.
-         Una presión fiscal que, aparte de muy elevada, era injusta, por afectar diferencialmente a los distintos reinos hispánicos, siendo los súbditos de la corona de Castilla quienes pechaban con la mayor parte de la carga tributaria.
-         Un sistema de recaudación de rentas reales ordinarias y extraordinarias muy complejo y costoso para el erario público.
-         Unos concejos arruinados e hipotecado a cuenta de la presión fiscal ascendente.
-         Y, por abreviar, que podríamos añadir otras calamidades naturales (epidemias, climatología adversa, plagas de langostas y gorgojos, malas cosechas…) no inherente a errores políticos, un sistema monetario anárquico y fraudulento, que dificultaba el comercio interior y el exterior.
Pues bien, ninguno de los monarcas del XVII encontró soluciones para los problemas heredados. Todo lo contrario, pues a medida que avanzaba el siglo la situación se complicaba, destacando como momentos más críticos el período de 1637 a 1647 y el de1676 a 1685. Sólo a finales del siglo se corrigió esta inercia decadente, punto de inflexión alcanzado precisamente durante el reinado del monarca más débil: el hechizado, impotente y enfermizo Carlos II.
En efecto, la guerra fue algo inherentes a la monarquía hispánica durante el XVI y el XVII, siendo difícil encontrar una tregua que permitiera resarcirse de los consecuentes gastos. Sin embargo, el campo de batalla solía localizarse más allá de los Pirineos, hasta que en 1637 los franceses decidieron hostigarnos en casa, invadiendo parte del País Vasco y de Cataluña. Esta circunstancia motivó la primera gran movilización y reclutamiento de soldados del XVII, acompañado de un incremento en la presión fiscal. Afortunadamente, la respuesta del improvisado ejército fue eficaz, de tal manera que en 1639 los franceses quedaron forzados a abandonar sus aspiraciones expansionistas en la Península.

En 1637, con motivo de la citada invasión francesa, se constituyó en Guadalcanal la primera compañía o “milicia antigua”, constituida por unos 60 ó 70 de sus más competentes vecinos, que permanentemente defendieron al rey en Cataluña como soldados de infantería hasta 1659. Esta larga campaña, una vez que los franceses se retiraron en 1639, fue motivada por el movimiento secesionista catalán, iniciado en 1640 y concluido en 1659.
Aprovechando la revuelta catalana, los portugueses iniciaron el mismo camino independentista unos meses después. Esta inoportuna e infructuosa guerra vino a acentuar los males endémicos de Extremadura. En efecto,  Fernando Cortés (“Guerra en Extremadura: 1640-1668, en Revista de Estudios Extremeños, T. XXXVIII-I, Badajoz, 1982.”), analizando las bajas de campaña demuestra que la mayor parte del improvisado, bisoño e indisciplinado ejército estaba constituidos por soldados extremeños, como también eran de origen extremeño una buena parte de los pertrechos que de imprevisto se requería para mantenerlos. Por ello, a finales de 1639 nuevamente fueron alistados otros 60 ó 70 soldados guadalcanalenses de infantería para este nuevo frente bélico. En total, entendemos que durante estos largos conflictos unos 160 soldados locales quedaron movilizados (130 infantes, más 30 de caballería) constantemente, cubriendo las bajas y deserciones cada que estas circunstancias se producían.
Aparte lo ya referido, de estos años de angustias y zozobra tenemos importantes noticias de nuestra villa, sin equivalente en otros pueblos del entorno. Surgieron a cuenta de un pleito entre los párrocos locales y las instituciones interesadas en el cobro del diezmo, de las que reclamaban un incremento de más del 100% en sus sueldos o beneficio curado (Archivo Diputación Provincial de Sevilla, Sec. Hospitales, leg. 10). Como ya hemos explicado en otras ocasiones, el diezmo era un tributo de vasallaje que los vecinos pagaban a la Orden de Santiago y representaba el 10% de todas las producciones agropecuarias de la villa y su término. En aquellos momentos, sus beneficios se distribuían entre varias instituciones. Concretamente entre:
- El comendador de la villa, que entonces lo era el conde de Rivera, a quien le correspondía el 50% de los diezmos históricos de dicha encomienda

- El comendador de los bastimentos de la Provincia de León de la Orden de Santiago, que lo era entonces el duque de Fernandina, a quien le pertenecían las primicias, es decir, el diezmo de las diez primeras fanegas, arrobas o cabezas de ganado de las rentas agropecuarias producidas en el término de la encomienda.

- Y el hospital de la Sangre de la ciudad de Sevilla (hoy sede del Parlamento de Andalucía), como poseedor de las rentas de vasallaje que habían correspondido a la Mesa Maestral, más la otra mitad del que históricamente correspondía  a la encomienda.
Lo usual en las encomiendas santiaguistas era que los diezmos se repartiesen entre el comendador de la misma, el de los Bastimentos y la Mesa Maestral. Sin embargo en la de Guadalcanal, como ya hemos explicado en otra ocasión, en 1540 Carlos V tomó la decisión de vender la mitad de los derechos de vasallaje de la encomienda y todos los pertenecientes a la Mesa Maestral al Hospital de la Sangre de Sevilla, una obra pía de Catalina de Rivera y de su hijo don Fadrique Enríquez de Rivera, primer marqués de Tarifa y comendador de Guadalcanal entre finales del XV y 1539, fecha en la que murió.     
Pues bien, a resulta de las negociaciones de la referida venta, el hospital sevillano se comprometió a pagar parte del salario de los tres párrocos guadalcanalense. El resto, como era usual en la Orden de Santiago, lo abonaban las otras dos instituciones interesadas en el cobro de los diezmos: el comendador de la encomienda y el comendador de los bastimentos  de la Provincia de León de la Orden de Santiago  en nuestro caso.
Y así venía ocurriendo desde tiempos inmemoriales. Pero en 1642, los tres párrocos guadalcanalenses  opinaban que la crisis que imperaba en Castilla les había afectado seriamente, por lo que demandaron un incremento en sus salarios o beneficios curados. Alegaban que la vecindad se había reducido a la mitad, por lo que sus otros ingresos adicionales, en especial los derivados por tasas o aranceles aplicados en la impartición de los sacramentos (bautismos, velaciones, casamientos y entierros), se habían reducido considerablemente. Así que, ni corto ni perezoso, cada párroco a título particular se embaucó en un largo pleito reclamando de los perceptores de los diezmos un incremento superior al 100% de lo hasta entonces estipulado en su beneficio curado.
La información colateral que nos proporciona los expedientes de estos pleitos es extraordinaria, reflejando con mucha aproximación la mentalidad de la época, el caos administrativo y jurisdiccional que se presentaba en la institución santiaguista, así como la realidad socioeconómica imperante.
  
Manuel Maldonado Fernández
Revista de Feria, Guadalcanal, 2015

lunes, 8 de julio de 2019

Nuestro entorno 24

La Sierra Morena de Sevilla y sus paisajes

Tercera Parte

2.2_Principales referencias e hitos del proceso de construcción histórica del territorio (Continuación)
El proceso de repoblación castellano que se acomete tras la conquista terminó de definir el sistema urbano de la sierra, al igual que en el resto de la Banda Gallega. En el área de la Sierra Norte, la Corona impulsa desde Constantina la repoblación de El Pedroso, San Nicolás del Puerto o Las Navas de la Concepción. En manos de los señoríos civiles y militares quedaba la construcción de los recintos defensivos de Alanís, Guadalcanal, La Puebla de los Infantes y Villanueva del Río, aunque estas jurisdicciones fueron temporales y pronto todo el territorio de la Sierra Norte, a excepción de Guadalcanal, quedó bajo la jurisdicción de la Corona formando parte del alfoz de la ciudad de Sevilla. En lo que respecta a los aprovechamientos, se continúa con la actividad ganadera que ya había adquirido relevancia durante el período islámico. A la ganadería local y de trashumancia corta que se desplazaba a los pastos serranos desde la Campiña y la Vega, se añade ahora la de la Mesta que cruzaba Sierra Morena en dirección al Bajo Guadalquivir. Los caminos ganaderos de la Mesta va densificando la red de vías pecuarias de esta área. Por otra parte, la defensa de los pastos comunales para el ganado local frente a la cabaña trashumante de la Mesta dio origen a uno de los mayores referentes paisajísticos del área: la dehesa.
En la Sierra Norte, los efectos del descubrimiento de América y el comercio indiano que marcan el inicio de la Edad Moderna se reflejan en el desarrollo del viñedo y el olivar.
La exportación de los vinos serranos de esta área a América fue muy relevante durante todo el siglo XVI, empezando a decaer a mediados del XVII por la competencia de otros ámbitos. Esta expansión del viñedo conllevó la proliferación, sobre todo en los entornos de Cazalla y Constantina, de multitud de lagares. Cuando comienza a decaer la producción de vino y muchas viñas se sustituyen por olivar muchos de estos lagares fueron reconvertidos en almazaras, pero aún se conservan algunos registros que dan testimonio de esta floreciente etapa económica en la Sierra Norte. Por otra parte, esta área estuvo menos afectada que otras por la expansión de los señoríos, aunque durante los siglos XVI-XVIII se detecta un importante aumento de las grandes propiedades rurales.
A pesar de ello, los terrenos de pastos y baldíos comunales seguían ocupando importantes extensiones de terreno.
La primera mitad del siglo XIX está marcada por la nueva organización administrativo-territorial que se establece en 1833. Esta división vuelve a incorporar el núcleo de Guadalcanal a la jurisdicción de la provincia de Sevilla, al igual que ocurre con el término de Peñaflor. Por otra parte, la subdivisión de la provincia en partidos judiciales otorga bastante unidad al área de la Sierra Norte. El partido judicial con cabecera en Cazalla de la Sierra comprendía los municipios de Alanís, Almadén de la Plata, Cazalla de la Sierra, Constantina, Guadalcanal, El Pedroso, El Real de la Jara y San Nicolás del Puerto. En 1856 se suma Las Navas de la Concepción, tras emanciparse de Constantina. Los procesos desamortizadores que marcan el desarrollo de esta primera mitad del XIX tuvieron menos influencia en esta área, y en la Sierra Morena sevillana en general, que en otros ámbitos provinciales. La desamortización civil de Madoz fue la que más efectos tuvo al propiciar la privatización de los baldíos comunales, dando lugar a la conformación de la dehesa como gran propiedad privada y a la extensión del olivar. Dicha extensión se realizó a costa de los cultivos de vid, que a finales del XIX reducen su presencia a los ruedos urbanos tras la plaga de filoxera. La producción de aguardientes se mantuvo como persistencia del pasado vinícola del área.
En el contexto del interés internacional por la explotación minera en la región desde mediados del siglo XIX, se produce un gran desarrollo de la minería industrial en los enclaves extractivos tradicionales. La instalación de la siderurgia de El Pedroso es uno de los máximos exponentes de este proceso, aunque dejó pronto de ser rentable por el coste de la explotación de carbón de Villanueva del Río. El hierro atrajo capital británico desde finales del siglo XIX. En las minas del Cerro del Hierro la explotación se mantuvo hasta los años 80 y la explotación de Villanueva del Río cesó en los años setenta del siglo XX, dando lugar a una importante transformación urbana de la zona.
Este desarrollo de la minería conllevó también un importante avance  en las comunicaciones de esta área serrana. El ferrocarril Sevilla-Mérida seguía la línea de explotación minera, pasando por El Pedroso y con un ramal directo al Cerro del Hierro, dejando de lado los núcleos principales de Cazalla y Constantina. Va estableciéndose así una malla de comunicaciones que distingue a la Sierra Norte del resto del ámbito serrano, completada por las carreteras como el eje Lora del Río-Constantina-Guadalcanal. Esta red se va completando en la primera mitad del siglo XX, estructurándose en torno al triángulo formado por Cazalla, Constantina y El Pedroso.
Durante la primera mitad del siglo XX aparecen nuevo usos y procesos que transforman los paisajes y las funciones de esta área respecto al ámbito provincial. La Sierra Norte se configura como una pieza fundamental del sistema hidrológico regional, los cauces serranos abastecen a una gran parte de las ciudades y los regadíos del valle gracias a la construcción de diversos embalses. Por otra parte, con los planes de forestación que se desarrollan a partir de los años 40, muchas dehesas y bosques mediterráneos se sustituyen por repoblaciones forestales de interés maderero, eucaliptos y coníferas. Además, las dehesas tradicionales quedaron muy afectadas desde mediados del siglo XX por las transformaciones de los sistemas económicos que se dieron en Andalucía. El sistema de aprovechamiento que dominó estos espacios quedó truncado al especializarse en la ganadería y minimizarse el cultivo.

2.3. Dinámicas y procesos recientes
La historia reciente del área de la Sierra Norte está marcada por el proceso de pérdida de población que se produce a partir de la segunda mitad del pasado siglo. El territorio retrocede en más de un 50% de sus efectivos, con consecuencias importantes en la dinámica demográfica actual -abandono de enclaves rurales dispersos y despoblación en núcleos principales, crisis y abandono de los sistemas agrosilvopastoriles tradicionales, deterioro ambiental, envejecimiento y dependencia… etc.- que ha tenido su reflejo en los paisajes actuales.
La dinámica que marca los procesos de transformación reciente en los paisajes de la Sierra Norte se explica por las dificultades de adaptación a los cambios producidos a partir de la modernización y mecanización de la agricultura, que otorga un papel marginal a los espacios de montaña media, en contraste con la posición competitiva de las campiñas. Las producciones de olivar en pendiente, o incluso las vinculadas a la dehesa, comienzan a ser poco rentables porque suponen mayores costes y menor producción. Todo ello se acelera a partir de la apertura de mercados que se produce con el Plan de Estabilización de 1959, y de la lógica que imponen los intercambios comerciales orientados hacia la exportación. El resultado es un exceso de mano de obra que emigra buscando oportunidades en las ciudades.
Si se observa la evolución de la participación de los distintos usos en la superficie total del área, el proceso más significativo es una evidente renaturalización: los bosques y masas arboladas han aumentado en superficie un 6% y casi un 1% las repoblaciones y plantaciones forestales. Retroceden las formaciones adehesadas y el olivar, y en especial los pastizales y eriales. La actividad productiva vinculada a usos agrarios sólo aumenta su participación en el total superficial en el caso de regadíos y frutales localizados en pequeñas vegas al sur de Almadén de la Plata y al norte de Guadalcanal.
La dehesa, uno de los principales sistemas productivos de la Sierra, ha retrocedido más de un 3% en el periodo comprendido entre 1956 y 2007. Hasta principios de los años sesenta no se habían producido cambios significativos en la composición, estructura, dedicación y superficie de las dehesas. La producción de lana de ovejas merinas, que había sido el eje principal de la producción hasta del siglo XIX, fue sustituida por la producción cárnica, de cerdo ibérico, de la que dependen la gestión productiva de los cultivos y el arbolado. La supervivencia del sistema ecológico de la dehesa requería labores permanentes de mantenimiento, para luchar contra la matorralización y regenerar el arbolado con ciclos de siembra de encinas y procesos de podado. En esta coyuntura la abundancia de la mano de obra y los bajos salarios eran la premisa fundamental. El éxodo rural, el alza de los salarios agrarios, el desarrollo de la ganadería industrial de aves y porcino, la aparición de la peste porcina africana, el desarrollo de fuentes calóricas diferentes a la leña, etc. explican en conjunto la inviabilidad del sistema de explotación tradicional de la dehesa. La respuesta de los propietarios a la crisis de rentabilidad de la dehesa a partir de los años sesenta es diversa: repoblación con especies de crecimiento rápido para su uso en las papeleras o demanda de madera (eucalipto, pino), dedicación cinegética, abandono seguido por la invasión de matorral o intentos de modernización. Estos últimos se basan en una sobreexplotación ganadera que, en muchos casos, se visibiliza en el paisaje con las huellas de la erosión.
Otro uso que resulta de crecimiento proporcionalmente significativo es el de embalses y láminas de agua. Durante la segunda mitad del siglo se acomete la regulación de las principales subcuencas que afectan al área (Viar, Rivera de Huesna, Retortillo), con la construcción de los embalses de José Torán, Huéznar, Pintao,…
La década de los ochenta supone el inicio de esa reorientación de la vocación territorial de la Sierra Norte, que determinará el crecimiento de los bosques y los usos forestales.
Con la entrada de España en la Unión Europea, este tipo de espacios de montaña pasan a convertirse en objetivo de las políticas de desarrollo rural y de protección ambiental, ambas en este caso particularmente convergentes. Desde mediados de la década ya se empiezan a reconocer por parte de la administración algunos enclaves de especial interés para la conservación en el área. El PEPMF, aprobado en 1986, cataloga Monte Negrillo y Cerro del Hierro como el único paraje natural excepcional de la provincia, y establece su protección integral. Otra serie de espacios se reconocen como complejos serranos de interés ambiental con protección compatible (Sierra Morena Central, Loma de Hamapega y Sierra del Agua, Sierra de la Grana y Cadelero, Sierra del Pimpollar y Padrona, Cerro del Calvario, Cerro de la Traviesa, Loma del Hornillo, Las Jarillas y Acebuchosa), así como un área forestal de interés recreativo (Pintado) y las Ribera del Huéznar, el arroyo Parroso y el Viar como complejos ribereños de interés ambiental. También destaca la existencia del único paisaje agrario singular, en las Huertas del Arroyo de San Pedro de Guadalcanal.
La práctica totalidad de los elementos catalogados en el PEPMF quedan integrados en 1989 en la figura de Parque Natural, establecida mediante la Ley 2/89 de Inventario de Espacios Naturales Protegidos de Andalucía. A partir de ese momento, la mayor parte de las políticas públicas con incidencia en el paisaje se orientan a preservar sus valores ambientales y propiciar estrategias de desarrollo socioeconómico compatibles con los mismos. Así, se sucederán instrumentos de planificación ambiental (Plan de Ordenación de Recursos Naturales PORN- 1994; Plan Rector de Uso y Gestión PRUG -2000; ambos se actualizan en 2004; el Plan para el Desarrollo Sostenible PDS -2003, en proceso de actualización, etc.), que tendrán incidencia desigual, según sus objetivos y rango, en la conformación de los paisajes de componente natural y, en alguna medida, en los de dominante agroganadera, de propiedad privada, pero sometidos a determinadas limitaciones por su carácter de espacio protegido. Al mismo tiempo, la Sierra Norte va adquiriendo el papel de espacio abastecedor de servicios de ocio, turismo y actividades al aire libre. Esto se refleja en el aumento de los usos públicos del territorio, si bien con las limitaciones que supone el sistema de propiedad de la tierra en el área que arranca del siglo XIX, mayoritariamente privado, que restringe la posibilidad de dichos usos al mínimo, en contraste con otros parques naturales de Andalucía.
Paralelamente se está produciendo el desarrollo del primer Plan Forestal Andaluz, aprobado igualmente en 1989, que se orienta claramente a la protección y gestión sostenible de las masas arboladas y a sustituir los suelos agrícolas marginales, poco productivos y en proceso de abandono, y los pastizales y eriales, por nuevas masas forestales arboladas.

Catálogos de Paisajes de la Provincia de Sevilla

lunes, 1 de julio de 2019

Encuentro con Luís o el valor de la amistad


Los adio-ses

Hay, a veces, hechos pequeños que tiñen la jornada entera de un color especial. Malo o bueno. Lo cierto es que, cuando a la noche, en el borde del sueño, se hace el pequeño recuento del día, se acusa en seguida su paso y su peso.
A mí me resulta muy práctico ese instante de reflexión. Llámese como se llame: balance del día, examen de conciencia o pulso de la jornada. Me he habituado a ello y me resulta tan rico como una cerveza fresca al mediodía de una jornada de verano. Bastan unos minutillos escasos, y lo mismo me da hacerlo de pie, que al ir colgando en la percha de la alcoba una y otra prenda. Porque para mí, este colgar el traje en el perchero, es colgar el día, que invita a la reflexión.
Hoy como todos los días, ha sido un día normal, con preocupaciones, sinsa­bores y alegrías, pero la jornada, ha estado dominada por un hecho sencillo, ocurri­do allá, en las horas tempranas. Acababa de salir de casa hacia el trabajo. Como todos los días, con el desayuno más sorbido que nada.
Las caras de casi siempre, en los sitios de casi siempre, por la calle. Los “adio-ses” que se dicen, por cortesía, amistad o costumbre inveterada. Y. . . de repente, me he topado con Luis. Por pura chiripa además. La cosa no podrá tener impor­tancia; pero Luis fue compañero de colegio. Y de pupitre, que es más, mucho más infinitamente más. Todavía recuerdo cuando le "soplé" el pretérito perfecto del verbo "mandar": "manduve", dijo él, tan campante.
Luis me perdonó lo que vino después: la carcajada general y el "capón" en la testa. Desde entonces creció nuestra amistad. Fuimos amigos siempre, en la aven­tura y en el castigo. Se acabó el colegio, y... lo de siempre. Cada cual por su camino, y hasta hoy. No había vuelto a saber de él. Por eso la sorpresa ha sido total
Los dos hemos quedado un poco perplejos. Hemos dudado un momento Pero ha sido una cosa de segundos. Él sonreía de una manera tan amiga tan blanca que no me ha cabido ninguna duda de que se trataba de Luis, y no porque fuera su manera peculiar de sonreír, sino porque esa sonrisa bonachona, blanca, de invita­ción al abrazo entrañable y a la confidencia, es característica, no de Luis ni de Pedro, es característica de la amistad. Nos tendimos la mano de viejos amigos y nos fundimos en sincero y entrañable abrazo.
Es posible que ninguno encontremos regusto en la vida, más que por hechos trascendentes, y, que este, por sencillo y entrañable, y por ambas cosas humano, en esta época en que los hombres vamos perdiendo la humanidad, no tenga impor­tancia, sea un sentimentalismo propio de un sentimentaloide, pero el hombre de hoy, está falto de estos sentimentalismos y sobrado de practicismo, progreso y otras zarandajas y vocablos de moda que tanto nos deshumanizan. Pero lo que es evidente, que ahora que concluye la jornada, y, para mí, me parece ésta, como transfigurada por la presencia de este hecho sencillo y entrañable. Y siento que, como si desde mañana, fuese a poder caminar más seguro por la vida, pensando que todavía existe la amistad en su acepción profunda.
Por lo menos, ahí está de nuevo la mano tendida de Luis.

Lorenzo BLANCO CABRIA

Revista de feria 1973