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lunes, 1 de julio de 2019

Encuentro con Luís o el valor de la amistad


Los adio-ses

Hay, a veces, hechos pequeños que tiñen la jornada entera de un color especial. Malo o bueno. Lo cierto es que, cuando a la noche, en el borde del sueño, se hace el pequeño recuento del día, se acusa en seguida su paso y su peso.
A mí me resulta muy práctico ese instante de reflexión. Llámese como se llame: balance del día, examen de conciencia o pulso de la jornada. Me he habituado a ello y me resulta tan rico como una cerveza fresca al mediodía de una jornada de verano. Bastan unos minutillos escasos, y lo mismo me da hacerlo de pie, que al ir colgando en la percha de la alcoba una y otra prenda. Porque para mí, este colgar el traje en el perchero, es colgar el día, que invita a la reflexión.
Hoy como todos los días, ha sido un día normal, con preocupaciones, sinsa­bores y alegrías, pero la jornada, ha estado dominada por un hecho sencillo, ocurri­do allá, en las horas tempranas. Acababa de salir de casa hacia el trabajo. Como todos los días, con el desayuno más sorbido que nada.
Las caras de casi siempre, en los sitios de casi siempre, por la calle. Los “adio-ses” que se dicen, por cortesía, amistad o costumbre inveterada. Y. . . de repente, me he topado con Luis. Por pura chiripa además. La cosa no podrá tener impor­tancia; pero Luis fue compañero de colegio. Y de pupitre, que es más, mucho más infinitamente más. Todavía recuerdo cuando le "soplé" el pretérito perfecto del verbo "mandar": "manduve", dijo él, tan campante.
Luis me perdonó lo que vino después: la carcajada general y el "capón" en la testa. Desde entonces creció nuestra amistad. Fuimos amigos siempre, en la aven­tura y en el castigo. Se acabó el colegio, y... lo de siempre. Cada cual por su camino, y hasta hoy. No había vuelto a saber de él. Por eso la sorpresa ha sido total
Los dos hemos quedado un poco perplejos. Hemos dudado un momento Pero ha sido una cosa de segundos. Él sonreía de una manera tan amiga tan blanca que no me ha cabido ninguna duda de que se trataba de Luis, y no porque fuera su manera peculiar de sonreír, sino porque esa sonrisa bonachona, blanca, de invita­ción al abrazo entrañable y a la confidencia, es característica, no de Luis ni de Pedro, es característica de la amistad. Nos tendimos la mano de viejos amigos y nos fundimos en sincero y entrañable abrazo.
Es posible que ninguno encontremos regusto en la vida, más que por hechos trascendentes, y, que este, por sencillo y entrañable, y por ambas cosas humano, en esta época en que los hombres vamos perdiendo la humanidad, no tenga impor­tancia, sea un sentimentalismo propio de un sentimentaloide, pero el hombre de hoy, está falto de estos sentimentalismos y sobrado de practicismo, progreso y otras zarandajas y vocablos de moda que tanto nos deshumanizan. Pero lo que es evidente, que ahora que concluye la jornada, y, para mí, me parece ésta, como transfigurada por la presencia de este hecho sencillo y entrañable. Y siento que, como si desde mañana, fuese a poder caminar más seguro por la vida, pensando que todavía existe la amistad en su acepción profunda.
Por lo menos, ahí está de nuevo la mano tendida de Luis.

Lorenzo BLANCO CABRIA

Revista de feria 1973

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