Los adio-ses
Hay, a veces, hechos
pequeños que tiñen la jornada entera de un color especial. Malo o bueno. Lo
cierto es que, cuando a la noche, en el borde del sueño, se hace el pequeño
recuento del día, se acusa en seguida su paso y su peso.
A mí me resulta muy práctico
ese instante de reflexión. Llámese como se llame: balance del día, examen de conciencia
o pulso de la jornada. Me he habituado a ello y me resulta tan rico
como una cerveza fresca al mediodía de una jornada de verano. Bastan unos
minutillos escasos, y lo mismo me da hacerlo de pie, que al ir colgando en la
percha de la alcoba una y otra prenda. Porque para mí, este colgar el traje en
el perchero, es colgar el día, que invita a la reflexión.
Hoy como todos los días, ha
sido un día normal, con preocupaciones, sinsabores y alegrías, pero la
jornada, ha estado dominada por un hecho sencillo, ocurrido allá, en las horas
tempranas. Acababa de salir de casa hacia el trabajo. Como todos los días, con
el desayuno más sorbido que nada.
Las caras de casi siempre,
en los sitios de casi siempre, por la calle. Los “adio-ses” que se dicen,
por cortesía, amistad o costumbre inveterada. Y. . . de repente, me he topado
con Luis. Por pura chiripa además. La cosa no podrá tener importancia; pero
Luis fue compañero de colegio. Y de pupitre, que es más, mucho más
infinitamente más. Todavía recuerdo cuando le "soplé" el
pretérito perfecto del verbo "mandar": "manduve",
dijo él, tan campante.
Luis me perdonó lo que vino
después: la carcajada general y el "capón" en la testa. Desde
entonces creció nuestra amistad. Fuimos amigos siempre, en la aventura y en el
castigo. Se acabó el colegio, y... lo de siempre. Cada cual por su camino, y
hasta hoy. No había vuelto a saber de él. Por eso la sorpresa ha sido total
Los dos hemos quedado un
poco perplejos. Hemos dudado un momento Pero ha sido una cosa de segundos. Él
sonreía de una manera tan amiga tan blanca que no me ha cabido ninguna duda de
que se trataba de Luis, y no porque fuera su manera peculiar de sonreír, sino
porque esa sonrisa bonachona, blanca, de invitación al abrazo entrañable y a
la confidencia, es característica, no de Luis ni de Pedro, es característica de
la amistad. Nos tendimos la mano de viejos amigos y nos fundimos en sincero y
entrañable abrazo.
Es posible que ninguno
encontremos regusto en la vida, más que por hechos trascendentes, y, que este,
por sencillo y entrañable, y por ambas cosas humano, en esta época en que los
hombres vamos perdiendo la humanidad, no tenga importancia, sea un
sentimentalismo propio de un sentimentaloide, pero el hombre de hoy, está falto
de estos sentimentalismos y sobrado de practicismo, progreso y otras zarandajas
y vocablos de moda que tanto nos deshumanizan. Pero lo que es evidente, que
ahora que concluye la jornada, y, para mí, me parece ésta, como transfigurada
por la presencia de este hecho sencillo y entrañable. Y siento que, como si
desde mañana, fuese a poder caminar más seguro por la vida, pensando que
todavía existe la amistad en su acepción profunda.
Por lo menos, ahí está de nuevo la mano tendida de
Luis.
Lorenzo BLANCO CABRIA
Revista de feria 1973
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