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lunes, 29 de julio de 2019

Guadalcanal Siglo XVII (2)

En tiempos del Comendador Conde de Rivera

Segunda parte.- 
El desarrollo de cada uno de los tres pleitos fue paralelo, aunque se trataba de la misma cuestión y circunstancia. En primer lugar, cada párroco solicitó del rey, a través de su Consejo de las Órdenes, un incremento en su beneficio curado, para vivir con la decencia y desahogo que correspondía a su sacro ministerio. Como respuesta, desde dicho Consejo se despachó una Real Provisión, dando cuenta de la demanda y nombrando un juez instructor competente que, al tratarse las cuestiones decimales como un asunto perteneciente a la jurisdicción eclesiástica, su nombramiento recayó en don Francisco Caballero de Yedros, vicario del convento y vicaría de Santa María de Tudía (y Reina).
Don Francisco citó a cada uno de los párrocos, recogió sus peticiones y argumentos, así como las declaraciones de los testigos presentados, declaraciones que son las que realmente nos interesan en esta ocasión. Igualmente citó al colector de cada una de las parroquias, es decir, al clérigo encargado de cobrar las tasas y aranceles por todos los actos litúrgicos celebrados en la misma, así como de su reparto entre la comunidad de clérigos asociados, destacando especialmente la parte proporcional que le correspondía a cada uno de los párrocos demandantes.
Recabada estas testificaciones, el juez instructor citó a los comendadores (al Guadalcanal y al de los bastimentos de la provincia santiaguista de León en Extremadura) y, en su habitual ausencia, a sus administradores para requerirles los libros de contabilidad de cada una de ellas y determinar así sus beneficios. Para mayor seguridad, también cito y tomó declaración al administrador del convento de San Marcos de León en Llerena, quien, por su oficio y responsabilidad (le correspondía la décima parte de los diezmos), debía conocer las cuentas de las citadas encomiendas. Igualmente citó al administrador del Hospital de la Sangre en Guadalcanal, tomando razón de sus beneficios en dicha villa.  
Las testificaciones y probanza comenzaron el 18 de julio de 1643, requiriendo don Francisco Caballero de Yedros la presencia del párroco de Santa Ana, el licenciado Alonso de Morales Molina. Después de escucharle, éste presentó a varios testigos para argumentar y justificar la petición de aumento de salario en su beneficio curado.
El primero de ellos fue el presbítero Francisco Rodrigo Hidalgo, vecino te Guadalcanal, clérigo asociado a la comunidad eclesiástica de Santa Ana y colector de la misma. Tras jurar decir la verdad, manifestó conocer al párroco de Santa Ana, añadiendo que el beneficio curado del mismo, como era público y notorio, ascendía a 1.172 reales al año (676 que pagaba la encomienda, 272 el hospital y 104 reales de los bastimentos), cantidad que estimaba insuficiente para su digna manutención, dada la calidad de su oficio. Añadía que recibía otros ingresos de ayuda de costas por bautismos, velaciones, casamientos, entierros, memoria de misas, etc., que en total ascendían, unos años con otros, a 700 reales, pues el resto de lo recolectado por la parroquia pertenecía a la comunidad eclesiástica asociada misma. De todo ello, manifestaba tener constancia cierta por ser su colector y haber revisado los libros sacramentales y de contabilidad. Justificaba lo exiguo de la ayuda de costas (700 reales, a los que habría que sumarle los 1.172 reales del beneficio curado, una fortuna para aquella época, con un jornal de 2 reales diarios) explicando que en los últimos años había descendido considerablemente la vecindad de Guadalcanal, en particular la de la colación o distrito parroquial de Santa Ana, añadiendo que los vecinos que quedaban eran tan pobres que apenas podían pagar los aranceles establecidos por recibir los distintos sacramentos. Por ello, continúa testificando, debería incrementarse el beneficio curado de la parroquia en unos 2.000 reales más, señalando a los perceptores de los diezmos locales para dicho incremento. En este sentido, manifestaba que el conde de Rivera cobraba anualmente de diezmo en Guadalcanal unos 30.000 reales, “poco más o menos”, que el hospital arrendaba sus derechos en 20.000 reales y que el duque de la Fernandina, por sus derechos de primicias en la encomienda de bastimento, cobraba de arrendamiento unos 2.000 reales, de lo que tenía referencia por haber sido testigo del trato de estas instituciones con sus arrendadores.
Presentó el párroco un segundo testigo, que decía llamarse Gonzalo de la Fuente Remuzgo, también presbítero. Se ratificó en lo declarado anteriormente, insistiendo en el despoblamiento de la villa y en la crítica situación que quedaban los que aún moraban en ella. Textualmente:
…que por la esterilidad de los tiempos faltan de la parroquia muchos vecinos, por haberse despoblado muchas calles, como son la calle del Castillo, la mayor parte de la calle de Juan Pérez y la del Altozano; y los demás de la dicha parroquia tienen sus casas caydas, que no se habitan (…) y sabe asimismo que los demás vecinos que han quedado en la dicha parroquia son muy pobres, excepto seis u ocho casas de labradores que tienen algo con que pasar…
 Pedro Díaz de Ortega, vecino y regidor perpetuo de la villa, fue el tercero de los testigos presentado por el párroco de Santa Ana. Como los anteriores, dijo conocerlo, ratificando los testimonios ya descritos e insistiendo en el despoblamiento que la villa había experimentado durante los últimos años. A este respecto manifestaba:                         
…que de la dicha parroquia han faltado muchos vecinos en el tiempo del testigo, por faltar muchas calles, como son la calle de Gutiérrez, la de la Atalaya con sus revueltas, la del Castillo con la revuelta al Barrial Chico y la de las Erilla con vuelta a la Fuente de la Cardadora, conociendo el testigo todas las calles y vueltas llena de vecindad, sin faltar casa alguna y oy son cortinales; y también conoció la calle de Llerena, con toda su vecindad, y que oy es cortinal sus casas; y faltan las casas de la mitad de la calle de Juan Pérez. Y sabe que los vecinos que han quedado en la dicha Parroquia son pocos y muy pobres y necesitados…
El cuarto de los testigos decía llamarse Francisco Yanes Camacho, que también se ratificó en lo ya descrito. Respecto a la situación del vecindario de la parroquia, que es el que más nos ocupa, decía:
…que en la dicha parroquia, desde que el testigo se acuerda, faltan más de ciento cincuenta casas y vecinos, porque falta la calle de Gutiérrez y toda la calle del Castillo, que era muy grande y de muchos vecinos no tiene más que seis o siete; las calles de la Erillas, Altas y Bajas, todas ellas; en la calle de la Cestería no han quedado más que dos casas;  a la Puerta de Llerena, que era una gran calle, no han quedado vecinos; en el Altozano hay solo dos; en la calle de las Gregorias no ay casa alguna; y en las demás calles que hoy tienen vecinos, que son pocas, faltan muchas gente;  los vecinos que han quedado son muy pobres y pasan necesidad; y sábelo por ser capellán de dicha Parroquia, adonde nació y se crió toda su vida…
Escuchado al párroco de Santa Ana y sus testigos, el vicario y juez instructor llamó a Francisco Rodríguez de Santiago, en calidad de administrador de la encomienda de los bastimentos, quien manifestó que los beneficios de la encomienda por las primicias de cereales ascendía a unos doscientos ducados, unos años con otros (2.200 reales) y que últimamente cobraba algo menos porque los labradores “se van apocado”. Y, respecto del vino, unos doscientos reales, aunque en la última cosecha llegó a 600.
        Citó el vicario a don Rodrigo de Ayala y Sotomayor, (del hábito de Santiago, administrador de la encomienda en nombre del conde de Rivera, ausente en Italia, prestando servicio a S. M), preguntándole por los beneficios de la encomienda. Don Rodrigo dijo que no podía responderle, pues en esos momentos ya no era administrador de la encomienda, a la que había renunciado también por prestar servicio a S. M., concretamente como Sargento Mayor y gobernador del tercio viejo en Extremadura. Por ello remitía a quien lo sustituyó, es decir, a Cristóbal Carranco (vecino de Guadalcanal, descendiente directo del conquistador Ortega Valencia, que fue el que restauró el culto y devoción a la Virgen de Guaditoca), quien tenía a su cargo todos los papeles de la encomienda.
También solicitó el vicario la presencia del administrador  del Hospital, quien demostró que las rentas obtenidas en los últimos tres años daban de medios unos 15.000 reales.
Requirió nuevamente el vicario la presencia del párroco de Santa Ana, y la del presbítero Francisco Yañes Camacho, colector de dicha parroquia, para que dieran cuentas con detalles de la colecturía, como así lo hicieron presentando los libros de contabilidad correspondiente a los últimos seis años, por los que demostraban el considerable descenso del número de sacramentos administrados, debido al descenso de vecindad citado.
Por último, para cotejar la información obtenida, estimó oportuno el vicario requerir datos indirectos sobre los beneficios decimales, requiriendo declaraciones de los escribanos de la villa, así como de don Francisco de la Mancha, administrador en Llerena y su partido del real convento de San Marcos, quien presentó seis libros de tazmías correspondiente a los diezmos de Guadalcanal en los seis últimos años.
 En parecidos términos, y siguiendo el mismo procedimiento, se instruyeron los procedimientos relativos a las otras dos parroquias, que nos ahorramos para evitar repeticiones.

Manuel Maldonado Fernández
Revista de Feria, Guadalcanal, 2015

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