Estas proposiciones pasaron al Consejo
de Hacienda, pero no habiendo acudido el interesado, á las gestiones requeridas,
quedó nulo el proceso (Aldana, 1875) Señalan Mafia y Rúa de Figueroa (1871,
III: 258-259) que el sueco Lieberto Wolters Vonsiohielm (h.1670-1727)
conociendo la riqueza minera de España, de donde los Fúcares habían sacado
grandes riquezas, solicitaría de S.M., en 1724, el arriendo por 50 años de las Minas
de Riotinto, así como de las de las de Guadalcanal y asociadas. Por fin,
lograría hacerse con el asiento con fecha 16 de junio de 1725. En el contrato
firmado se le obligaba a poner al corriente, en dieciocho meses, al menos una
de estas minas: Guadalcanal o Riotinto.
Para ello formó una compañía de
accionistas, con los que tendría innumerables pleitos. Wolters escribió, en septiembre
de 1725, un manifiesto para fomentar la captación de accionistas, donde se
presentaba una mina riquísima a la que estimaba una producción de 300.000 pesos
diarios. La compañía tenía 2000 acciones, de las que 700 quedarían en manos de
Wolters.
Cada una de ellas se vendía a 50
doblones, pero en el momento de inscribirse sólo se desembolsaban 5. El plazo
de compra era de 30 días. Señala Relazón-López (1987, pp. 27) que: “El
público, llevado de esta novedad y creyendo de buena fe en la inmensa riqueza
que la mina atesoraba (…) respondió con generosidad”.
Fue tanto el dinero recaudado, que ya no
sólo era necesario administrar la mina, sino que también debía hacerse lo mismo
con el capital. Hubo una serie de pleitos, que llevaron a la partición de la
compañía (Aldana, 1875). El 4 de julio de 1727, el Ministro de Hacienda consideró
a través de Real Disposición que se separaran salomónicamente en dos sociedades
distintas: una a la que se adjudicaba en soledad a Wolters las minas de
Riotinto y Aracena y otra en la que se concedía al resto de accionistas de la
Compañía (Compañía Española) la explotación de Guadalcanal, Cazalla y Galarosa,
con las mismas condiciones que el primer asiento (Larruga, 1795, pp. 15-16).
Días después, el 26 de julio de 1627, falleció Wolters en Riotinto, dejando
como heredero a su sobrino Samuel Manuel Tiquet (†1758), que había venido a
España, llamado por su tío, junto con 14 mineros de las minas de plata de Sala
(Suecia) (Ortíz Mateo, 2003). Las minas se Sala, han funcionado
intermitentemente desde el siglo XV, y en sus alrededores todavía se conservan
numerosas presas y canales construidos para mover, mediante energía hidráulica,
las máquinas para bombeo de agua, extraer mineral y accionar los fuelles en la
fundición del mineral. Ahora la mina, inactiva desde hace tiempo, está
musealizada.
En enero de 1726, llega Wolters a
Guadalcanal,
tomando posesión de las labores y pasando a
continuación a ensayar mineral de los escoriales. Buena parte de dicho año se
dedicaría a las minas, donde manda contratar obreros extranjeros y trata de
hacer venir máquinas del Norte para el desagüe, cosa que logró en 1727, poco antes
de su fallecimiento (Aldana, 1875). Llama la atención la sustitución de la
palabra ingenio por máquina para el desagüe, no sabemos si estamos sólo ante un
cambio semántico o también hay innovaciones tecnológicas.
Tras la mencionada partición en dos
sociedades, el conde Cogonari aparece como presidente de la Compañía Española
que tiene a su cargo las minas de Guadalcanal, de las que Wolters habría
quedado fuera. Tras seis meses de trabajo reconoce que sus esfuerzos “aun eran
más inútiles que los de este otro; y desengañado de poder conseguir el desagüe
proyectado, por falta de operarios inteligentes, se valió del abate Perety, su amigo,
para proponer á Doña María Teresa Herbert el encargo y execución de esa empresa”,
firmándose contrato para desaguar y beneficiar las minas en diciembre de 1727
(Larruga, 1795: 272). Este contrato lo firma el testaferro de la Sra. Herbert,
Andrés Galwey. La extracción de agua de la mina inundada se inicia en julio de
1728 y tras superar grandes dificultades y gastos inmensos finaliza en junio de
1732. El contrato señalaba que culminado el desagüe la Compañía debía contribuir
en los gastos que se hubiesen hecho. Pero la empresa puso muchas pegas en
reconocer que se habían finalizado estas labores. El asunto llegó a los
tribunales y en 1732 se sentencia, en la Junta de Sevilla, que se pagasen a Dª
María Teresa los 128 doblones de oro que había anticipado en sus trabajos, en
los que habían llegado a trabajar 400 peones y trabajadores más cualificados (Larruga,
1795: 61). El asunto siguió en vía judicial, pasando al Real Consejo de
Hacienda, y en 6 de julio de 1737 se declara que, no habiendo cumplido Doña María
Teresa con el desagüe, debía realizarlo. Esta sentencia es contraria a la
anterior. Pero Dª María Teresa interpuso recurso y “la emprendió contra los
que tenían algún asiento de las cinco minas, y principalmente contra las de
Río-Tinto que estaban en marcha, por la circunstancia acaso de que en el primer
asiento iban juntas las de Guadalcanal y Río-Tinto” (Aldana, 1875).
Señala Relazón-López (1987): “Todos
estos pleitos dan lugar a una copiosa correspondencia. Por ella vemos que
durante este tiempo los ingleses están trabajando en la mina. Los de la
Compañía hacen todo lo posible para que aquellos no se queden con todo el
mineral”. Pero esta situación de incertidumbre termina pronto, así cuenta
Larruga (1795: 1-2) que por Real Cédula de 23 de noviembre de 1742 se concedió
facultad a María Teresa Herbert de Powis para poder formar nueva compañía de
accionistas, para desaguar, labrar y beneficiar las minas de Guadalcanal, al no
haberse cumplido el asiento hecho en 16 de junio de 1725 por Don Lieberto Wolters,
de acuerdo con las consultas realizadas por su consejo de Hacienda de 7 de
marzo de 1740. En este Consejo se mandaba disolver la antigua Compañía por
incumplimiento. Asimismo, por Cédula de 7 de mayo de 1743, se confirma a Dª
María Teresa la concesión de las minas de Guadalcanal y asociadas, junto con
las de Riotinto, por un plazo de 30 años. En esta Cédula se obligaba a sacar
mineral de Guadalcanal en un periodo de dos años y medio, cosa que no pudo
cumplirse.
La Compañía de Teresa Herbet no sólo
recupera en 1743 las minas de Guadalcanal, sino que además le asignan las de
Riotinto, despojando a Tiquet de su asiento. No describimos la situación de
Riotinto y Aracena, por ser un tema ajeno a este trabajo, pero estas labores fueron
recuperadas poco después por Tiquet.
Asiento de María Teresa Herbert: una dama
aristocrática explota Guadalcanal (1743-1767)
Mary Theresa Herbert (1659-1744/45,
según el National Trust) era hija de William Herbert (h.1626-1696), primer
marqués (desde 1685) y duque de Powis, jefe de la aristocracia católica de la
Gran Bretaña, y de Elizabeth Somerset. Acompañó a su padre al exilio en
Francia, en 1688. Su hermano William Herbert (1665-1745), segundo marqués y
duque de Powis, estaba casado con Mary Preston, con quien había contraído matrimonio
en 1695 y con la que tuvo seis descendientes.
Lo curioso es que Williams puso de
nombre a una de sus hijas también Theresa. Esta otra Teresa Herbert (1705-1723)
casó con Robert Throckmorton (1702-1791) y tuvo dos hijos Mary Theresa (†1791)
y George (1721-1767). Mary Theresa Throckmorton casó con Tomás Melcalf (†1793)
con quien tuvo dos hijos Thomas-Peter y Maria Teresa. Pero la Mary Theresa
Herbert de Guadalcanal es la primera citada y no sabemos con exactitud el
momento de su muerte, fue enterrada en la iglesia de las monjas agustinas
británicas de Brujas. En el National Trust se cita 1844/45 como fecha del
deceso, pero leemos a Larruga (1795, pp. 51) en relación a un acto jurídico de
1750: “Escribanos en el Cahelet de París, han comparecido la Excelentísima
Señora Doña Teresa Herbert, Duquesa de Powis, habitante de París en la
Estrapada”.
En el asiento de 1743 se obligaba a
sacar mineral de Guadalcanal en un periodo de dos años y medio, cosa que no
pudo cumplirse, por causa de la guerra de sucesión austriaca (1743-1748) y por
los temporales, que impidieron la llegada desde Inglaterra de operarios y
máquinas para el desagüe (Larruga, 1794: 40). Pese a tales impedimentos habían
logrado traer “un Ingeniero mayor, un maestro bombero, y un carpintero
principal de minas para que fuesen fabricando bombas y otros ingenios para el
desagüe”, pero se chocó contra un Comisario de la Marina de Sevilla, que se
opuso al corte y transporte de madera para las minas (Larruga, 1795: 44)
También hubo problemas de abastecimiento
de pólvora (Larruga, 1795: 40). En el punto octavo del asiento de 1743 se
señala que el Asentista de la Pólvora debería de darle la que necesitase. No
hacía mucho tiempo del uso en minería de la excavación por voladura. El empleo de
la pólvora en las labores mineras se inicia, que sepamos, en Schmnitz (1626),
mientras que en la minería hispánica se usará de forma pionera en la obra del
socavón de Nuestra Señora de Belén, en Huancavelica (1635-1642). Esta llega a
la península ibérica, algo más tarde, a través Almadén (h. 1689), pasando
rápidamente a otras minas como Cardona, a finales del XVIII. En Guadalcanal desconocemos
el inicio de su uso, pero sabemos que en los años 1745 y 1746 trabajaron allí 4
barreneros alemanes (Larruga, 1795: 63)
Por tales motivos, y de acuerdo con una
petición de la Sra. Herbert a la Junta de Minas, le dieron otros dos años y
medio más. Así, mediante Decreto de 3 de abril de 1747, se concede por 30 años,
a contar desde el momento que esté realizado el desagüe del Pozo Rico, el
beneficio de las minas a María Teresa Herbert, con las mismas condiciones que
es establecieron en su momento para los asientos de Rafael Gómez o de Lieberto
Wolters.
Además, se le debía entregar, a precio
estipulado, toda la pólvora que necesitase y pidiese, así como el azogue para
la amalgamación. También facilidades en la corta y producción de maderas, etc. En
1749 la empresa de María Teresa Herbert otorga contrata a Juan Bautista Privat
y a Juan Weter, hombres de negocios galos. De las 6.000 acciones se obliga a
dar a los nuevos socios 600, quinientas serían a la firma del contrato y otras
cien tras el desagüe de la mina, debiendo adelantar una indemnización a la
señora de 40.000 libras (Larruga, 1795: 51-55). Pero como estos comerciantes no
cumplieron lo estipulado, la señora Herbert tuvo que pedir nuevos plazos. Cosa
que fue concedida por Real Cédula de 7 de junio de 1751. Posteriormente se
volvió a ampliar la prórroga, en 18 de diciembre de 1756, en base a un pleito
con Privat y Weter que se seguía en París.
Señala Larruga (1795: 58) que a mediados
de siglo la mina “se componía de 5 pozos que estaban en la superficie, cuyo
principal era el Pozo Rico, que tenía de profundidad 26 estados, que son 52
varas con la caldera (43,7 m), teniendo estos cinco estados”.
También estaba Pozo David y Pozo Campanilla, ambos con 20 estados de profundidad,
así como Pozo San Antonio y Pozo Zuaga, ambos con 13 estados. De este último se
sacaba agua noche y día. Asimismo, había pozos interiores. Toda la mina
alcanzaba la profundidad de 366 varas (307,5 m).
Había tornos y bombas (suponemos que
manuales, ya que nadie habla de vapor). Aunque la compañía de la Señora Herbert
realizó en buena medida el desagüe de las minas, no avanzó mucho en las labores
por “varios pleytos, é incidentes entre los socios”. Pese a todo, obtuvo
prórrogas en los años 1758, 1762 y 1765. Por aquellas fechas Felipe Fernando O’Conry
(Oconry, según Larruga) presentó a la Corona su interés por las minas,
señalando los perjuicios que se estaban generando por su no explotación. ‘Oconry’
había entrado en contacto con socios capitalistas franceses que, enterados de
la riqueza de las minas, ofrecieron sus servicios, siempre y cuando se
cancelase el asiento con la señora Herbert (Larruga, 1795: 88).
En la National Library of Wales hay
algunas informaciones, poco conocidas, sobre la época de Teresa Herbert en
Guadalcanal (Rob Vernon, com. personal).
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