El soldado y la nieve,
diciembre 1937
Nos cuenta que cuando estalló la guerra
civil apenas contaba con doce años y uno cuarenta de estatura, por lo que no
era apto para incorporarse a filas, pero que él también colaboró humildemente
con la victoria, (al decir estas palabras, me mira con su ojos penetrantes y
comprende que su bando y el mío tal vez no eran el mismo), él a pesar de su corta edad ejercía de
cartero con su bicicleta desde Teruel capital a su pueblo, oficio que fue de su
padre hasta que se incorporó al frente de Valencia.
Empezó contándonos que aquel mes de
Diciembre de 1937 fue el más frío que recuerda, a los pobres soldados se les
helaban los dedos de los pies y las manos, a mediados de mes, exactamente el
día 14, cogió su bicicleta como cada mañana para ir a Teruel a hacer unos
recados y llevar unas cartas que le habían dado los soldados nacionales que
estaban en su pueblo para llevarlos a correos, a pesar de que la distancia que por
el camino vecinal era apenas de seis Km., esta distancia le llevó más de tres horas, la
nieve lo cubría todo y se hacía muy difícil avanzar.
Aquel día el
movimiento de tropas y el nerviosismo de los mandos presagiaba que los
republicanos que se encontraban ya muy cerca de la ciudad iban a lanzar un
inminente ataque, y así sucedió, aquella tarde quedó atrapado sin poder
regresar a su pueblo, así que decidió ir a dormir a casa de unos parientes que
vivían en el Paseo del Óvalo. Aquella noche se empezaron a oír disparo muy cercanos y a la
mañana siguiente la 11ª división de Lister llegan a las estribaciones del
Muletón y a media mañana toman Concud, (pueblo que se encuentra entre la
capital y su pueblo) y posteriormente tomaron la capital. Nos comentaba que
había un militar de alta graduación (no recuerda su rango ni apellido), era tuerto pero un
excelente tirador y que desde el monte De La Muela en las inmediaciones de Teruel apuntó con un tanque
y derribó “El Torico” de su pedestal, había un dicho que se le quedó grabado
“En el cielo manda Dios, en Egipto los gitanos y en el frente de Teruel los
cojo… de Atilano”.
Recordaba perfectamente que cinco días antes de Navidad llegó el Estado Mayor Republicano, al mando de los generales Prieto y Rojo y con ellos venían periodistas nacionales y extranjeros (encontrándose entre ellos Matthews, Capa y Hemingway) y la persona que más le impresionó y que es la que más orgulloso se sentía de haber conocido en toda su vida, no era otro que el poeta Miguel Hernández.
Se le debilita la voz cuando nos contaba que él estuvo aquella noche allí y vio al poeta vestido con un mono de miliciano recitar en torno a una hoguera a sus camaradas su poema "El soldado y la nieve", era un hombre menudo, de aspecto y color agitanado, al que muchos de sus camaradas llamaban "El Andaluz", sin serlo, su voz tímida pero penetrante se me quedó clavada en las entrañas y su poema en el corazón. Nos dice ahora D. Anselmo con voz más potente, ¿lo han leído Vds.?, "describe la realidad de aquel invierno, de aquella guerra sin sentido", terminó comentando después de un breve silencio que nosotros no nos atrevimos a romper, luego se levantó torpemente de la hamaca y cogió de una estantería un viejo libro sobado de poemas de Miguel Hernández, que compró por los años sesenta en un viaje a Francia y nos recita:
Diciembre ha congelado su aliento de dos filos,
y lo resopla desde los cielos congelados,
como una llama seca desarrollada en hilos,
como una larga ruina que ataca a los soldados.
Nieve donde el caballo que impone sus pisadas
es una soledad de galopante luto.
Nieve de uñas cernidas, de garras derribadas,
de celeste maldad, de desprecio absoluto.
Muerde, tala, traspasa como un tremendo hachazo,
con un hacha de mármol encarnizado y leve.
Desciende, se derrama como un deshecho abrazo
de precipicios y alas, de soledad y nieve.
Esta agresión que parte del centro del invierno,
hambre cruda, cansada de tener hambre y frío,
amenaza al desnudo con un rencor eterno,
blanco, mortal, hambriento, silencioso, sombrío.
Quiere aplacar las fraguas, los odios, las hogueras,
quiere cegar los mares, sepultar los amores:
y se va elevando lentas y diáfanas barreras,
estatuas silenciosas y vidrios agresores.
Que se derrame a chorros el corazón de lana
de tantos almacenes y talleres textiles,
para cubrir los cuerpos que queman la mañana
con la voz, la mirada, los pies y los fusiles.
Ropa para los cuerpos que pueden ir desnudos,
que pueden ir vestidos de escarchas y de hielos:
de piedra enjuta contra los picotazos rudos,
las mordeduras pálidas y los pálidos vuelos.
Ropa para los cuerpos que rechazan callados
los ataques más blancos con los huesos más rojos.
Porque tienen el hueso solar estos soldados,
y porque son hogueras con pisadas, con ojos.
La frialdad se abalanza, la muerte se deshoja,
el clamor que no suena, pero que escucho, llueve.
Sobre la nieve blanca, la vida roja y roja
hace la nieve cálida, siembra fuego en la nieve.
Tan decididamente son el cristal de roca
que sólo el fuego, sólo la llama cristaliza,
que atacan con el pómulo nevado, con la boca,
y vuelven cuanto atacan recuerdos de ceniza
Frente
de Teruel, diciembre 1937 "EL soldado y la nieve"
Le había pedido permiso para tomar apuntes
y escribir un artículo en el Diario de Teruel y en mí blog, él me dijo que
prefería que no se publicara en el diario “Lucha” (nombre por el que
se conocía el Diario de Teruel hasta mediados de los años setenta), habían
pasado muchos años pero la gente de Teruel no quiere recordar aquel horrible
invierno, pero que como él tenía ordenador que le mandase el artículo a su
correo electrónico antes de publicarlo en mí blog para corregirlo, no me lo
corrigió, simplemente me autorizó a publicarlo en "Lucha".