Capítulo 9
Diario
de Pedro de Ortega 8
15 DE FEBRERO.
Sarmiento ha llenado ya
mucho papel con las palabras que está aprendiendo de los indios, pues es su
intención escribir una gramática sobre su lengua, que ya no considera hermana
de la de los indios del Perú, pese a que pensaba, en un principio, que ambas
estaban emparentadas.
Pero al momento ha
desviado su conversación hacia Mendaña:
-Éstas no son las islas
del rey Salomón, pues éstas están mucho más abajo. Ni tampoco son las de
Ninachumbi y Hahuachumbi, a las que marchaba el inca Tupac Yupanqui en busca de
riquezas. Ésas las dejamos mucho más atrás, cuando este audaz marinero ordenó
mudar el rumbo sin mi consentimiento, fijándose sólo de ese corto marino llamado
Hernán Gallego. –
¿Dónde estamos pues?
-Éste es el archipiélago
de Jesús, que es nuevo para los cristianos, peno no es la legendaria Ofir. ¿O
acaso ha visto usted, señor Ortega, alguna seña, en forma de minas de oro,
fabulosas ciudades todas de mármol, que le hacían pensar lo contrario?
-Nada he visto.
-¡Pues ya lo ve! Pero
este petulante sin barba está con-vencido de que es así.
-El almirante no es un
experto marino, desde luego, pero me creo que se comporte como un pavo.
-Lo único que le diferencia
de un pavo es el color de sus plumas.
En tales términos se ha
desarrollado nuestra conversa-ción, que ha sido interrumpida por un soldado,
Alonso Martín, que se ha llegado hasta nosotros para decirme que Mendaña me
requería.
El general se había llegado
a la playa acompañado del tesorero de la expedición y escribiente personal,
Juan Gómez, para fiscalizar los trabajos en el bergantín:
-Habrá que doblar los
turnos señor Ortega.
-Con esta lluvia los
hombres se amotinan al momento.
-Las órdenes se obedecen,
señor Ortega, no se interpretan. Además, entiendo que esta tarea debe ser
responsabilidad directa suya, pues he dispuesto también que sea usted el que
capitanee el bergantín. El piloto será Gallego.
-¿Y Sarmiento?
-Sarmiento lo necesito a
mi lado para otras tareas. Cuando Mendaña se ha marchado, ha sido Gómez quien
me ha interrogado.
-¿Ha visto, señor, en su
entrada en Santa Isabel que los naturales llevasen consigo objetos dorados?
-No los he visto.
Ha torcido el gesto,
aunque le he tranquilizado:
-De todas maneras,
parecen desconocer los metales, pues son gente atrasada, que probablemente
acaba de descubrir ahora el fuego.
No ha parecido
convencerle.
16 DE FEBRERO.
Hoy he dispuesto los
turnos dobles, con lo que los hombres, ahora, trabajan de sol a sol.
Pero su cansancio es
grande.
Y su furia, mayor.
Lo sé.
Está en sus ojos.
No he podido dejar de
decírselo a Sarmiento.
-Si se cansan, no
piensan.
Eso es lo que ha
respondido.
Pero los ojos de los
hombres dicen.
Dicen mucho.
Dicen que el viaje no
les ha procurado mas que fatiga,
hambre y enfermedad.
Y ningún premio.
Los indios se nos
acercan durante todo el día: miran, curiosos, nuestro trabajo, y, a veces, nos
traen cocos. Otras, tiran piedras y hay que ponerles en fuga disparan-do los
arcabuces.
Esta tarde salieron en
sus canaluchos, y volvieron, va en el ocaso, con algunos peces, que he
ordenado requisar, pues estamos todos tan afanados en el bergantín que ni salir
de pesca en las chalupas hemos podido:
Pero si es para comer,
Isabel, no se quiebra ningún mandamiento, y menos con los indios.
17 DE FEBRERO.
No sé si habrá sido por
el asunto de los peces, pero el caso es que ha sucedido un hecho de lo más
singular. No acababa de llegar Mendaña a la playa con los prime-ros naranjas
del alba cuando se han acercado medio centenar de indios, con Bile al
frente, que traía algo envuelto en unas grandes hojas como de palma; estas
hojas, a causa de la lluvia, están siempre verdes y húmedas, con lo que hemos
aprendido que son muy útiles para conservar el pescado, que era lo que un
principio pensábamos que nos traían.
Pero nos hemos
estremecido de horror y asco cuando al abrir la hoja se ha visto que nos
ofrecían un brazo humano, no muy grande, por lo que debía de haber pertenecido
a algún muchacho.
Y Bile ha dicho
-Naleha, naleha.
Esto, dijo Sarmiento,
significa: comedlo: y les ha respondido:
-Teo naleha urra.
Que quiere decir:
nosotros no comemos eso.
A Mendaña se le ha
descompuesto el rostro y ha empezado a chillar a los indios, llamándoles
salvajes, y les ha amenazado de manera muy v violenta, con lo que han soltado
el brazo y han salido corriendo.
El almirante ha ordenado
a un soldado que enterrase el brazo del desdichado.
Aunque los indios no han
vuelto a aparecer por la playa, ahora cuando escribo esto, Isabel. se oyen
grandes aullidos, gritos, tambores y caracolas que vienen del pueblo de Bile,
como si se preparasen para la guerra.
Bile y sus hombres con gran cantidad de cocos.
He entendido, y así se
lo he dicho a Sarmiento, que esta gente anda enfadada por lo de los peces, así
que he ordenado a todos los míos que no se les roben más peces, que ya los
pescaremos nosotros cuando disponga; y no, Isabel, porque les temamos, que no
es eso, sino porque tengo a los hombres muy agotados por el trabajo del
bergantín y no están en disposición de luchar con nadie.
Si los indios son
pacíficos, conviene que sigan siéndolo.
Al menos, hasta que se
acabe el bergantín.
Luego, Dios proveerá.
Ya sabía yo que los
turnos dobles nos iban a traer más perjuicio que beneficio.
Hoy, a lo largo del día,
ha ido amainando la lluvia, con lo que el trabajo ha ido avanzando más que en
días anteriores. Ya está el armazón acabado; he dado descanso a los hombres y
dicho a Sarmiento que no informara de ello.
Sé que no lo hará.
Al anochecer, la lluvia
se ha tornado violentísima y han aparecido furiosos rayos.
20 DE FEBRERO.
Durante estos dos días
ha llovido sobre Santa Isabel con tal fuerza que no se ha podido trabajar nada,
ya que la cortina de agua era tan espesa que no es que no se pudiera caminar
bajo ella, es que no se veía nada de nada.
Isabel, desde donde
estás, reza para que esta lluvia infinita, cuyo rumor, por las noches,
no nos deja ni conciliar el sueño, cese.
21 DE FEBRERO.
A mediodía de hoy,
aunque es un decir porque con el clima de esta isla muchas veces no se sabe a
qué altura está el sol, ha llegado el alférez Enríquez con sus hombres,
fatigados, y algunos de ellos, heridos, aunque no de gravedad.
Hemos marchado Sarmiento
y yo con él a la capitana, para ser informados, junto a Mendaña, de todo cuanto
se ha visto, oído y descubierto.
Ya en la cámara del
almirante, el alférez nos ha contado que en Santa Isabel, salvo la gente de Bile
y dos tribus más, son muy belicosos los naturales; y muy numerosos y
temerarios en el combate, que sólo los arcabuces, cuando se ha podido hacerles
hablar, han conseguido ponerlos en fuga.
Pero, entre que la
pólvora estaba casi siempre húmeda, y que los indios son muy diestros a la hora
de agazaparse en la selva y darles emboscada, han tenido que luchar, las más de
las veces, cuerpo a cuerpo con ellos.
-Y solo nuestro acero
nos ha dado ventaja, pues ellos, con sus macanas de piedra, necesitaban
acercarse mucho para herirnos, mientras que nosotros los manteníamos a raya con
nuestras espadas y albardas.
Enríquez sí que ha visto
de cerca los grandes caimanes.
-Y serpientes tan
gruesas como la pierna de un hombre, y pájaros de gran colorido como nunca he
visto. Y por la noche a veces se oyen chillidos como venidos del infierno.
Pero, con todo, lo peor es la selva, tan espesa que el caminar es lentísimo. Y
luego está ese cieno negro que te pega a la tierra...
Ha añadido el alférez
que han cruzado varios ríos, algunos fétidos y otros dulces, pero ninguno con
bancos de arena que le hayan hecho pensar que pudiera haber
en ellos oro.
Anduvieron durante
cuatro días hacia el Sureste de Santa Isabel, hasta que se encontraron con el
mar, sobre un abrupto acantilado.
-Por esa parte se
vislumbran más islas.
He asentido con la
cabeza: nosotros también las vimos.
Enríquez ha finalizado
su relato diciéndonos:
-Señor, conviene que
esta gente de Bile nos acompañe, porque al tercer día de nuestra entrada
pudimos comprobar que esta gente se hace la guerra entre ellos, y firman
alianzas, porque un tauriqui que se hace llamar Mane nos hizo entender que
conocía a Bile, y que era amigo suyo. Además, por los huesos que hemos
encontrado en unos bohíos de palma, que nos parecieron humanos, creo que se
comen entre ellos.
Mendaña ha felicitado a
Enríquez por el éxito de su entrada, no sin antes decirle que iría en el
bergantín con Gallego y conmigo.
Después de todo esto, he vuelto a la playa para ver
cómo iban los trabajos del bergantín.
Y Gallego me ha dicho
que no ha podido con los hombres, que nada más irme yo se han marchado al
amparo de unas chozas que hemos hecho con ramas de palmera y no han querido
trabajar más.
He escogido tres al azar
y yo mismo les he azotado.
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