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domingo, 23 de mayo de 2021

La lluvia infinita 9/18

Capítulo 9

Diario de Pedro de Ortega 8

15 DE FEBRERO.

Sarmiento ha llenado ya mucho papel con las palabras que está aprendiendo de los indios, pues es su intención escribir una gramática sobre su lengua, que ya no considera hermana de la de los indios del Perú, pese a que pensaba, en un principio, que ambas estaban emparentadas.

Pero al momento ha desviado su conversación hacia Mendaña:

-Éstas no son las islas del rey Salomón, pues éstas están mucho más abajo. Ni tampoco son las de Ninachumbi y Hahuachumbi, a las que marchaba el inca Tupac Yupanqui en busca de riquezas. Ésas las dejamos mucho más atrás, cuando este audaz marinero ordenó mudar el rumbo sin mi consentimiento, fijándose sólo de ese corto marino llamado Hernán Gallego. –

¿Dónde estamos pues?

-Éste es el archipiélago de Jesús, que es nuevo para los cristianos, peno no es la legendaria Ofir. ¿O acaso ha visto usted, señor Ortega, alguna seña, en forma de minas de oro, fabulosas ciudades todas de mármol, que le hacían pensar lo contrario?

-Nada he visto.

-¡Pues ya lo ve! Pero este petulante sin barba está con-vencido de que es así.

-El almirante no es un experto marino, desde luego, pero me creo que se comporte como un pavo.

-Lo único que le diferencia de un pavo es el color de sus plumas.

En tales términos se ha desarrollado nuestra conversa-ción, que ha sido interrumpida por un soldado, Alonso Martín, que se ha llegado hasta nosotros para decirme que Mendaña me requería.

El general se había llegado a la playa acompañado del tesorero de la expedición y escribiente personal, Juan Gómez, para fiscalizar los trabajos en el bergantín:

-Habrá que doblar los turnos señor Ortega.

-Con esta lluvia los hombres se amotinan al momento.

-Las órdenes se obedecen, señor Ortega, no se interpretan. Además, entiendo que esta tarea debe ser responsabilidad directa suya, pues he dispuesto también que sea usted el que capitanee el bergantín. El piloto será Gallego.

-¿Y Sarmiento?

-Sarmiento lo necesito a mi lado para otras tareas. Cuando Mendaña se ha marchado, ha sido Gómez quien me ha interrogado.

-¿Ha visto, señor, en su entrada en Santa Isabel que los naturales llevasen consigo objetos dorados?

-No los he visto.

Ha torcido el gesto, aunque le he tranquilizado:

-De todas maneras, parecen desconocer los metales, pues son gente atrasada, que probablemente acaba de descubrir ahora el fuego.

No ha parecido convencerle.

16 DE FEBRERO.

Hoy he dispuesto los turnos dobles, con lo que los hombres, ahora, trabajan de sol a sol.

Pero su cansancio es grande.

Y su furia, mayor.

Lo sé.

Está en sus ojos.

No he podido dejar de decírselo a Sarmiento.

-Si se cansan, no piensan.

Eso es lo que ha respondido.

Pero los ojos de los hombres dicen.

Dicen mucho.

Dicen que el viaje no les ha procurado mas que fatiga,

hambre y enfermedad.

Y ningún premio.

Los indios se nos acercan durante todo el día: miran, curiosos, nuestro trabajo, y, a veces, nos traen cocos. Otras, tiran piedras y hay que ponerles en fuga disparan-do los arcabuces.

Esta tarde salieron en sus canaluchos, y volvieron, va en el ocaso, con algunos peces, que he ordenado requisar, pues estamos todos tan afanados en el bergantín que ni salir de pesca en las chalupas hemos podido:

Pero si es para comer, Isabel, no se quiebra ningún mandamiento, y menos con los indios.

17 DE FEBRERO.

No sé si habrá sido por el asunto de los peces, pero el caso es que ha sucedido un hecho de lo más singular. No acababa de llegar Mendaña a la playa con los prime-ros naranjas del alba cuando se han acercado medio centenar de indios, con Bile al frente, que traía algo envuelto en unas grandes hojas como de palma; estas hojas, a causa de la lluvia, están siempre verdes y húmedas, con lo que hemos aprendido que son muy útiles para conservar el pescado, que era lo que un principio pensábamos que nos traían.        

Pero nos hemos estremecido de horror y asco cuando al abrir la hoja se ha visto que nos ofrecían un brazo humano, no muy grande, por lo que debía de haber pertenecido a algún muchacho.

Y Bile ha dicho

-Naleha, naleha.

Esto, dijo Sarmiento, significa: comedlo: y les ha respondido:

-Teo naleha urra.

Que quiere decir: nosotros no comemos eso.

A Mendaña se le ha descompuesto el rostro y ha empezado a chillar a los indios, llamándoles salvajes, y les ha amenazado de manera muy v violenta, con lo que han soltado el brazo y han salido corriendo.

El almirante ha ordenado a un soldado que enterrase el brazo del desdichado.

Aunque los indios no han vuelto a aparecer por la playa, ahora cuando escribo esto, Isabel. se oyen grandes aullidos, gritos, tambores y caracolas que vienen del pueblo de Bile, como si se preparasen para la guerra.

18 DE FEBRERO.

Bile y sus hombres con gran cantidad de cocos.

He entendido, y así se lo he dicho a Sarmiento, que esta gente anda enfadada por lo de los peces, así que he ordenado a todos los míos que no se les roben más peces, que ya los pescaremos nosotros cuando disponga; y no, Isabel, porque les temamos, que no es eso, sino porque tengo a los hombres muy agotados por el trabajo del bergantín y no están en disposición de luchar con nadie.

Si los indios son pacíficos, conviene que sigan siéndolo.

Al menos, hasta que se acabe el bergantín.

Luego, Dios proveerá.

Ya sabía yo que los turnos dobles nos iban a traer más perjuicio que beneficio.

Hoy, a lo largo del día, ha ido amainando la lluvia, con lo que el trabajo ha ido avanzando más que en días anteriores. Ya está el armazón acabado; he dado descanso a los hombres y dicho a Sarmiento que no informara de ello.

Sé que no lo hará.

Al anochecer, la lluvia se ha tornado violentísima y han aparecido furiosos rayos.

20 DE FEBRERO.

Durante estos dos días ha llovido sobre Santa Isabel con tal fuerza que no se ha podido trabajar nada, ya que la cortina de agua era tan espesa que no es que no se pudiera caminar bajo ella, es que no se veía nada de nada.

Isabel, desde donde estás, reza para que esta lluvia infinita, cuyo rumor, por las noches, no nos deja ni conciliar el sueño, cese.

21 DE FEBRERO.

A mediodía de hoy, aunque es un decir porque con el clima de esta isla muchas veces no se sabe a qué altura está el sol, ha llegado el alférez Enríquez con sus hombres, fatigados, y algunos de ellos, heridos, aunque no de gravedad.

Hemos marchado Sarmiento y yo con él a la capitana, para ser informados, junto a Mendaña, de todo cuanto se ha visto, oído y descubierto.

Ya en la cámara del almirante, el alférez nos ha contado que en Santa Isabel, salvo la gente de Bile y dos tribus más, son muy belicosos los naturales; y muy numerosos y temerarios en el combate, que sólo los arcabuces, cuando se ha podido hacerles hablar, han conseguido ponerlos en fuga.

Pero, entre que la pólvora estaba casi siempre húmeda, y que los indios son muy diestros a la hora de agazaparse en la selva y darles emboscada, han tenido que luchar, las más de las veces, cuerpo a cuerpo con ellos.

-Y solo nuestro acero nos ha dado ventaja, pues ellos, con sus macanas de piedra, necesitaban acercarse mucho para herirnos, mientras que nosotros los manteníamos a raya con nuestras espadas y albardas.

Enríquez sí que ha visto de cerca los grandes caimanes.

-Y serpientes tan gruesas como la pierna de un hombre, y pájaros de gran colorido como nunca he visto. Y por la noche a veces se oyen chillidos como venidos del infierno. Pero, con todo, lo peor es la selva, tan espesa que el caminar es lentísimo. Y luego está ese cieno negro que te pega a la tierra...

Ha añadido el alférez que han cruzado varios ríos, algunos fétidos y otros dulces, pero ninguno con bancos de arena que le hayan hecho pensar que pudiera haber en ellos oro.

Anduvieron durante cuatro días hacia el Sureste de Santa Isabel, hasta que se encontraron con el mar, sobre un abrupto acantilado.

-Por esa parte se vislumbran más islas.

He asentido con la cabeza: nosotros también las vimos.

Enríquez ha finalizado su relato diciéndonos:

-Señor, conviene que esta gente de Bile nos acompañe, porque al tercer día de nuestra entrada pudimos comprobar que esta gente se hace la guerra entre ellos, y firman alianzas, porque un tauriqui que se hace llamar Mane nos hizo entender que conocía a Bile, y que era amigo suyo. Además, por los huesos que hemos encontrado en unos bohíos de palma, que nos parecieron humanos, creo que se comen entre ellos.

Mendaña ha felicitado a Enríquez por el éxito de su entrada, no sin antes decirle que iría en el bergantín con Gallego y conmigo.

Después de todo esto, he vuelto a la playa para ver cómo iban los trabajos del bergantín.

Y Gallego me ha dicho que no ha podido con los hombres, que nada más irme yo se han marchado al amparo de unas chozas que hemos hecho con ramas de palmera y no han querido trabajar más.

He escogido tres al azar y yo mismo les he azotado.

 

Jesús Rubio Villaverde. 1999 

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