Carta de Pedro de Ortega
Nieto del mariscal del mismo nombre, a Don Pedro de Arana.
En Cuenca, a 14 de enero de 1598.
Poderoso señor don Pedro de Arana, general de las Galeras y de las Armadas del Mar del Sur:
Hace dos meses que llegué a Cuenca, en la Audiencia de Quito, para
hacerme cargo, como único heredero, de la encomienda que mi abuelo, el mariscal
don Pedro de Ortega Valencia, ya fallecido, como sabrá, tenía en esta ciudad; y
ha resultado que, entre sus legajos, he descubierto el diario de su viaje, con
don Álvaro de Mendaña, a las Islas Salomón, diario que yo quiero entregarle,
pues creo que es merced que merece la memoria de quien tan bien sirvió a Su
Majestad y a usted mismo en tantas ocasiones.
Alguien de tanta dignidad como lo es Su Excelencia sabrá sacar provecho
de él; suyo es, poderoso señor, pero no quiero acabar esta carta sin recordarle
algunos de los méritos de don Pedro de Ortega Valencia, cuya sangre corre por
mis venas para mi dicha y orgullo.
Mi abuelo llegó a Panamá hace más de cincuenta años, y al poco de su
llegada, se levantó contra Su Majestad don Gonzalo Pizarro y varios
encomenderos; y los hermanos Contreras, sabedores de que el licenciado Lagasca
había ordenado llevar tres millones de pesos incautados al rebelde a Panamá,
quisieron apoderarse de ellos tomando la ciudad, y mi abuelo, como miembro de
la partida del capitán Ruiz de Marchena, desbarató a los bandidos, matando a
casi todos sus hombres, y salvando los pesos y también la ciudad, pues los
tiranos antes citados estaban dispuestos, si lo hubieran necesitado, a
prenderle fuego.
Sabe Su Excelencia que mi abuelo también fue de la partida de Hernán
Santillán contra el encomendero Hernández Girón, que también se levantó contra
Su Majestad; si no lo recuerda eran aquellos que portaban un medallón en el que
podía leerse: "Comerán los pobres y se hartarán".
Mi abuelo acudió a la llamada de la Audiencia de Lima y combatió a Girón
y a sus hombres, ganándose el aprecio de sus capitanes por su coraje y su
valor.
Por estos méritos, y por otros, recibió en 1563 el cargo de Alguacil
Mayor de Panamá, ciudad a la que sirvió, en la que se casó con mí abuela, doña
Isabel Hidalga, a quien Dios tenga en su gloria, y tuvo dos hijos, Jerónimo, mi
padre, y Pedro, mí tío, fallecidos antes que mi abuelo. Allí tuvo que
sacrificar su hacienda, que tanto sudor le costó conseguir, para, en 1567,
marchar, con todo a su costa, a las Islas Salomón; fue requerido para ello por
don Lope García de Castro, en aquel año gobernador interino del virreino del
Perú, y a quien conoció mi abuelo cuatro años antes, cuando don Lope llegó a
Panamá para restaurar la Audiencia de Panamá, ciudad en la que don Pedro Ortega
sirvió, además, como factor y veedor de la Real Hacienda, durante muchos años y
con gran provecho para S Majestad. Debe saber Su Excelencia que mi abuelo fue
requerido por Su Majestad, el rey Don Felipe, que le hizo marchar a Madrid, con
el fin de nombrarle general en jefe de la partida que pacificó el Bayano,
región de Panamá en la que se habían sublevado los negros cimarrones, a los que
persiguió por tierra y mar, a los que dio castigo grande y a los que consiguió
pacificar, por más que el capitán Diego de Frías tratase, después, de oscurecer
su labor, con insidias, diciendo que no buscaba nada más que su provecho y su
gloria, llegando a pactar incluso con los cimarrones.
Sabe Su Excelencia que estos negros cimarrones, además de feroces
guerreros, eran apoyados por el corsario Francisco Dráquez, inglés, que desde
hacía tiempo andaba hostigando las costas de Perú y Panamá; y mi abuelo, con un
batel le persiguió, pudiendo alcanzar a algunos de sus hombres, que marchaban
en una barcaza, a la salida de un río, ordenando que fueran colgados y recuperando,
así, todo el oro y demás riquezas que habían robado.
Todas estas empresas las acometió poniendo él mismo, de su hacienda,
miles de pesos, y llevando consigo muchos siervos y criados, uno de los cuales,
un negro llamado Antón Zape, consiguió la libertad por orden de Su Majestad por
lo bien que sirvió y el valor que demostró en la lucha de mi abuelo contra los
cimarrones.
Y no sólo se gastó su dinero, sino también otro mucho que pidió
prestado, con lo que se endeudó con muchos vecinos, a los que pagó siempre,
gracias a la renta de dos mil pesos anuales que, por dos vidas, obtuvo de Su
Majestad por sus méritos ya descritos.
Y sabe Su Excelencia muy bien, pues Su Excelencia fue quien se lo
ordenó, que mi abuelo también se distinguió por su rigor en el cobro de las
acábalas.
Es de justicia, Excelencia, que el relato de su viaje a las Salomón que
hizo mi abuelo, que sirvió siempre tan bien a Su Majestad en islas olvidadas
bajo lluvias infinitas y contra indios caribes, bajo soles ardientes y contra
tiranos sedientos de oro e ingleses taimados, sea conocido de todos, y por ello
me atrevo a pedirle que divulgue este diario como usted entienda y pueda.
Es justicia que se debe a la memoria de mi abuelo, don Pedro de Ortega
Valencia, que fue su amigo, Excelencia.
Dios guarde a Su Excelencia muchos años.
Jesús Rubio Villaverde. 1999
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