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sábado, 22 de febrero de 2025

Guadalcanal Monumental 13

 

HOSPITAL DE NUESTRA SEÑORA DE LOS MILAGROS DE GUADALCANAL

CURIOSIDADES HISTÓRICAS

            En la calle López de Ayala nº 6, enfrente de la casa del párroco de Santa María, existe una interesante portada de principios del siglo XVI (1). Esta portada perteneció al antiguo Hospital de Nuestra Señora Milagros, también conocido como Hospital del Milagro o Hospitalito y que es el único vestigio que nos queda de este histórico Edificio.

            Prácticamente no sabemos nada de los orígenes y el devenir histórico de esta institución. Sólo sabemos que en el siglo XVI ya existía, se conjetura con su fundación a finales del siglo XV, y que a finales del siglo XVIII aún estaba en funcionamiento (2). Tampoco conocemos la fecha que dejó de funcionar.

            En este Hospital, allá por el año de 1575, ocurrió un hecho que llenó de gran escándalo el pueblo de Guadalcanal. Este suceso está recogido en un documento que se conserva en el Archivo del Palacio Arzobispal de Sevilla, y que es el motivo de este artículo (3).

            Un día de Marzo de 1575, Pedro Martín de la Rinconada, vecino de Guadalcanal y Mayordomo del Hospital de Nuestra Señora de los Milagros presenta querella criminal ante el prior de la Provincia de León de la Orden de Santiago, contra Miguel de Rueda, Alguacil de la Gobernación de Llerena y un mulato, llamado Domingo, criado suyo. Los hechos que reproduciré aquí con las palabras del propio afécta­los, fueron los siguientes:

… el dicho alguacil y las demás personas , con temor de Dios nuestro Señor y en desacato de la imagen de Nuestra Señora de los Milagros que está en dicha Iglesia, el viernes próximo pasado diez y ocho de este mes de Marzo, entró en la dicha iglesia y la quebrantó, de la cual sacó y se llevó preso a Hernán González Caballero vecino de esta villa, por cuyo efecto dio con la imagen de Nuestra Señora del Altar abajo, en tal manera que le quebró dos de sus dedos de las manos y le hizo una señal en la cabeza que baja por el rostro y más de esto partió y pisó el Niño Jesús y le quitó a la dicha imagen la tocadura y le rompió una ropa de tafetán y le hizo otros malos tratamientos, todo en desacato de la dicha imagen y a su iglesia, de lo cual por la gran devoción que en la dicha Villa y en otras partes se le tiene a la dicha imagen e iglesia, de la villa y vecinos de ella se alborotaron y hubo sobre ello gran escándalo y alboroto...(4). Por todo lo expuesto el Mayordomo pide que Miguel de Rueda sea castigado para que de ejemplo.

            A partir de la denuncia comienza el proceso criminal. El caso se le asigna al Bachiller Pedro Calderón, Teniente Vicario de Guadalcanal Este se encarga de interrogar a los testigos presentados para el saso a los que hace responder a seis preguntas, las mismas para todos. De las respuestas de los testigos se recogen nuevos datos, gracias a cuales conocemos algo más sobre el suceso, la imagen y el Hospital

            En el interrogatorio nos enteramos que el tal Hernando González huía de la justicia, representada por el dicho aguacil de la gobernación y Domingo, su criado mulato, refugiándose en la iglesia del hospital en busca de inmunidad eclesiástica, la cual viola el alguacil al entrar en la iglesia a prenderlo. Hernando González, en vista de esto, se refugia en la capilla de la Virgen, junto a su Altar, donde espera que el alguacil no se atreva a entrar, pero se equivoca, éste entra con poca reverencia y respeto hacia ese lugar sagrado, agarrando al delincuente, que se resiste asiéndose a la Imagen de la Virgen. El aguacil y el mulato tiran de él y entre los tres sacan a la Imagen de su altar estrellándola contra el suelo. El Niño Jesús se golpeó contra una cruz que había en el Altar. Según los testimonios de los testigos, los destrozos que sufrió la Virgen fueron los siguientes:

—Hendidura en el rostro.

—Quebrada y quitada la cabeza por los hombros.

—Rotura de una ropa de tafetán negro guarnecida de tercie del mismo color, que se tasó en 12 ducados (5).

            Por estos testimonios también sabemos que la devoción a esta imagen era muy grande, que se le atribuían muchos milagros, y que por ello contribuyó grandemente a la fama del Hospital, que se convirtió por ello en importante lugar de devoción tanto en Guadalcanal como en su comarca. Decían que por este suceso "...se ha enturbiado en parte la dicha devoción y nunca más se ha dicho misa en la dicha capilla…(6). La devoción a esta Imagen llegó a América donde emigraron muchos guadalcanaleses" .. .y muchas personas que están y han venido de las Indias los cuales por devoción que tienen a la dicha Virgen la han hecho donación de muchas cosas, así de cálices, lámparas y candelabros de plata y muchas ropas de mucho valor..."(7).

            Escuchados los testigos, visto y examinado el proceso, los autos y méritos presentados por las partes, el Provisor de la Provincia de León, el licenciado Diego de Valcazar, da su veredicto. Aunque en un pudiéramos pensar en la declaración de culpabilidad del reo y en un castigo ejemplar, la resolución es la que sigue:

            “Fallo por la culpa, que resuelta contra el dicho Miguel de Rueda, usando de misericordia dejando a pie el rigor, lo debo condenar y condeno en 6.000 maravedís los cuales aplico para el reparo de los daños de la imagen y ropa que tenía al tiempo que la derribó del altar, y por el desacato que cometió contra Nuestra Señora y su Santo Templo, mando que se haga una procesión de toda la Clerecía de la dicha villa, en un día de fiesta, que salga del dicho Hospital y vaya a la Iglesia Mayor, en la que vaya el dicho Miguel de Rueda en cuerpo destacado con un hacha de cera que pese 4 libras en la mano, ardiendo y oiga en la dicha Iglesia una misa cantada a la cual esté de pie sin humillarse arrimado a la primera grada del Altar Mayor en medio de la capilla hasta haber consumido que el Preste diga Santo, que se hincará de rodillas hasta haber consumido y acabado la misa y ofrezca el hacha al cura para la Iglesia y le bese la mano y dé de limosna 4 reales y tome testimonio de como así lo cumplió y lo traiga a esta Audiencia. Condeno de más en las costas de este proceso legítimamente hechas, cuya tasación en mi reservo...” (8)

            Esta sentencia fue dada por Diego de Valcazar, Provisor de la provincia de León, en la Prisión del Prior, a 24 de Marzo de 1576. Ante el escribano Alonso Esteban. Por tanto, un año llevó la resolución del pleito.

            Como podemos ver la sentencia fue benévola, podemos suponer que por no existir precedentes en el acusado, por haber actuado en servicio de su deber para con la justicia, y, pensando un poco mal, por tratarse de un representante del poder de cierta relevancia en la zona, que sin duda merecía otra oportunidad.

            En definitiva, un hecho curioso, que nos permite conocer un poco la historia de una institución guadalcanalense, en una etapa de vida en la que gozaba de un importante florecimiento, y por tanto conocer también un poco más de la historia de Guadalcanal.

 NOTAS:

(1) WAA.; "Catálogo arqueológico y artístico de la Provincia de Sevilla". Tor (Es-H). Sevilla, 1940. Pag. 224.

(2) ARCHIVO GENERAL DEL ARZOBISPADO DE SEVILLA (En adelante AGAS) Justicia. Ordinarios. (Conventos, hospitales...) Legajo 195. En este legajo   aparece la visita general a   Guadalcanal que realizó el Visitador del Provisorato Llerena, Don Lorenzo Caro Guerrero y Zambrano en 1787. En ella dice hallaba con decencia el ara para celebrar el Santo Sacrificio de la Misa.

(3) AGAS. Justicia. Ordinarios. Legajo 195. En este legajo se encuentra el citado documento.

(4) El texto está respetado íntegramente, sin embargo, el sistema ortográfico actualizado para que se entienda mejor.

(5) Estos datos nos hacen pensar que se pudiera tratar de una imagen Virgen con el Niño, probablemente gótica, de cuerpo entero, pero vestida, se hizo con muchas imágenes góticas. Puede que para ello se mutilara el cuerpo, pero no tenemos certeza de ello.

(6) AGAS. Documento citado. Por lo menos hasta la fecha en que se realizaban los interrogatorios a los testigos.

(7) AGAS. ídem. Sobre emigración a Indias y donaciones de Indianos a Guadalcanal ver. ORTIZ DE LA TABLA DUCASSE, J.: "Emigración a Indias y fundac capellanías en Guadalcanal siglos XVI - XVII" en "Actas de las I Jornadas Andalucía y América" Huelva, 1981. Tomo I. IDEN: "Rasgos socioeconómicos de los emigrantes a Indias. Indianos de Guadalcanal: sus actividades en Amé sus legados en la Metrópoli, siglo XVII" en "Actas de las III Jornadas de j cía y América". 1983.

(8)  AGAS documento citado.

Javier Serrano Pinteño (Licenciado en Historia del Arte)

Revista de Feria 1997

domingo, 16 de febrero de 2025

Guadalcanal 1833 1/2

 


INCORPORACIÓN DE GUADALCANAL A LA PROVINCIA DE SEVIILLA Y SEGREGACIÓN   DE MALCOCINADO COMO MUNICIPIO PERTENECIENTE A BADAJOZ.

 Primera parte

             Aún pervive entre las personas más añosas de Guadalcanal una especie que aquí tuvo antiguamente carta de naturaleza, según la cual, en determinado momento del siglo XIX, medio pueblo perteneció a Extremadura, mientras que la mitad sur de la población pasó a de depender en lo civil de la provincia de Sevilla. Aunque no se le puede llegar su viso de pintoresquismo, la cosa no pasa de ser una de las tantas patrañas que aquí, como en todos sitios siempre han transitado. Sin embargo, algo de eso hubo, como veremos a continuación.

            Tras los varios intentos que en España se siguieron en orden a una organización territorial durante la centuria que comentamos, en noviembre de 1833 quedó establecida la división del país en provincias, a frente de las cuales se pusieron una Jefatura política y una Diputación. Ni que decir tiene que, para efectos incorporativos, el asunto de­bió revestir una arbitrariedad meridiana. Y Guadalcanal, en el enclave de dos regiones ya de antiguo perfectamente demarcadas, si bien desde la pérdida de la autonomía municipal siempre había pertenecido en lo civil y en lo eclesiástico a Extremadura, a partir de este momento es incorporado a la provincia de Sevilla, y comienza a regirse conforme al recién creado sistema administrativo. Así, pues, de la noche a la mañana, pasamos de extremeños a andaluces...

            Al propio tiempo -no sabemos si a efectos de rotulación o por qué otro motivo- la antigua cortijada de Malcocinado, evolucionada en aldea sufragánea de esta villa, simultáneamente, se erigió en municipio independiente, adscribiéndosele a Badajoz. Así lo disponía un Real Decreto

de 12 de abril de 1842, por el que, además, se le concedía a la nueva población el nombre de Villanueva de la Victoria, que no prosperó pues que hasta oficialmente se le sigue conociendo por su antigua denominación de Malcocinado. También según el mencionado decreto, Guadalcanal hubo de ceder para término del nuevo municipio la faja de terreno comprendida entre los ríos Sotillo y Guaditoca, hasta el castillo de COMO MUNICIPIO Valjondo, calando entonces la leyenda que de él en este pueblo existía.  

            He aquí, pues, una vez más, si la última, el viejo fenómeno de las alteraciones en el alfoz local. Su configuración actual data, por consiguiente, de esa época.

            La villa de Malcocinado, eclesiásticamente, siguió perteneciendo a  Guadalcanal, pues consta por un boletín  del Obispado-Priorato de San Marcos de León de 1858 que la parroquia que en ella se creo era filial de Santa María de Guadalcanal. Y en esta dependencia estuvo hasta que, algún tiempo después, fueron abolidas las jurisdicciones exentas, con lo que esta villa pasó a la diócesis ordinaria de Sevilla y Malcocinado, a la de Badajoz.

            A los veinticinco años de vida como pueblo independiente, Malcocinado contaba con 870 vecinos, mientras que Guadalcanal tenía 6.366.

            Los terrenos adjudicados a Malcocinado pertenecieron a propios de este Municipio, según lo ordenado. Por una avenencia suscrita por ambos ayuntamientos -puesto que las propiedades concejiles se hallaban harto diseminadas por este término-, se acordó permutar los terrenos próximos y lindantes con Malcocinado con los que hubieran de corresponderle dentro del alfoz de esta villa, con lo que, además, se facilitaba la mejor demarcación de sus respectivas jurisdicciones.

            En sesión municipal celebrada en 11 de enero de 1852, presidida por el alcalde don Leandro López de Ayala y Montero de Espinosa, se acordó solicitar del Gobierno Civil de la provincia, se instalase en esta localidad una partida de la Guardia Civil, que garantizara la seguridad personal de este vecindario y protegiera los caminos que cruzan este término municipal. Ello fue a raíz de un asesinato cometido en la persona de Antonio Vázquez, de cuyo percance fue dada oportuna cuenta por el teniente de alcalde que entendía en las primeras diligencias a la primera autoridad provincial.

            Siendo éste un siglo especialmente caracterizado por una casi permanente penuria económica de las arcas municipales, sorprende que en 1854 el Ayuntamiento declare, en sesión de 30 de julio, disponer de ciertas cantidades. A propuesta del alcalde, don Miguel Ramos Lobo, dicho dinero fue consignado para los gastos de construcción de un cementerio municipal, de acuerdo con las modernas ordenanzas sanitarias. Como se sabe, hasta que se dispuso de los camposantos, y con carácter general, los enterramientos se practicaban en las mismas parroquias.

            Para ello, no se pensó en otro lugar que en el llamado Prado de San Francisco, sobre las ruinas del desaparecido convento francis­cano o de la Piedad, cuyo solar fue solicitado, tras la conveniente ex­posición a la autoridad eclesiástica con sede en Llerena.

            Al propio tiempo, y ante el mismo gobernador de Llerena, este Consistorio formuló petición para que se le cedieran las capillas de San Vicente y Los Milagros, "que son innecesarias para el culto -declaraba-no sólo en razón de su proximidad a las parroquias de Santa María y (de) San Sebastián, sino por los muchos templos que hay en la población", para construir en ellas las Casas Consistoriales -de las que ca­recía- y otras dependencias.

            Todo lo solicitado fue concedido a este Ayuntamiento; pero, no obstante, el edificio consistorial no llegó a construirse en las menciona­das capillas, sino sobre el palacio que los comendadores de Santiago que habitaron en esta villa, tras las gestiones que para ello realizara en Madrid don Ignacio Sánchez Martínez.

            He aquí de nuevo sobre la mesa consistorial, en pleno siglo XIX, la vieja polémica de los límites y pertenencias territoriales de esta villa con la de Azuaga, como ya ocurriera en la decimoquinta centuria en cuya ocasión hubo de intervenir -para zanjar las contiendas promo­vidas con este motivo- el propio maestre de Santiago.

            Sucedió que el Ayuntamiento, mediante un contrato verbal convenido con el vecino de Malcocinado Antonio Grueso, había dado a éste en arrendamiento la mitad de la suerte conocida -y ya menciona­da en ocasión de las disputas habidas en torno a su pertenencia- por La Reyerta. Para ello, previo expediente que esta Corporación instruyó, se sometió el susodicho contrato a la aprobación de la Diputación pro­vincial, que la concedió. Y, una vez más, es el Ayuntamiento de Azua­ga el que se opone a que este Municipio disponga libremente de los terrenos en cuestión.

            En su consecuencia, y con el propósito decidido de obviar tri­fulcas entre ambos pueblos, la primera autoridad de esta villa se dirigió por escrito, el 13 de marzo de 1855, al alcalde constituyente de Azuaga en el sentido de que, ''habiéndose querido por parte de la municipalidad que Vd. Dignamente preside no poner obstáculos al cumplimiento de aquel contrato, y aunque para evitar todo género de competencias y disgustos he practicado, como a Vd. Consta, diligencias extraoficiales y amistosas, éstas no han producido resultado algunos favorable".

Para hace valer y respetar los derechos que asistían a este pueblo en el disfrute y posesión de la mencionada hacienda, el alcalde de Guadalcanal presentó, a continuación, al de la villa de Azuaga una demostración circunstanciada, a la luz de los documentos que obraban en el Archivo Municipal, para lo que hubo de remontarse, nada menos, a la carta-privilegio del maestre de Santiago Don Enrique de Aragón, dada en el convento de Uclés el 10 de abril de 1428, juntamente con los debates que tras su promulgación se siguieron.

            Probablemente, con tan aplastante argumento, los de Azuaga suspenderían toda actuación contra el arrendatario Antonio Grueso, como ya tenía iniciada. Pero, en cualquier caso, de haber sucedido dos años después el relatado episodio, el magistrado cesante y alcalde de esta villa don Miguel Ramos Lobo no se hubiese podido valer del aludi­do recurso, toda vez que con fecha de 8 de enero de 1857 fueron en­viados a la Real Academia de la Historia, por su pedimento, todos los ordenamientos, cuadernos de Cortes y Fuero, que obraban en este Archivo. De rechazo, digamos en desmérito de aquella Corporación municipal, que nadie hubo que se molestara en copiar tan preciados documentos antes de remesarlos.

            Las noticias que anteceden dan buena cuenta de la eficiente alcaldía que desempeñara el mencionado Ramos Lobo. He aquí otros datos relativos a su gestión.      
            Este año de 1855 tienen lugar dos inauguraciones: el Paseo de la Cruz y el Cementerio Municipal, al que titularon de San Francisco en recordación del convento que allí existente con anterioridad.

            Comoquiera que el clero se hubiese apropiado del huerto lla­mado de El Palacio, el cual a la sazón lo tenía dado en arrendamiento al vecino José Sebastián Rivero, el alcalde presentó una reclamación en forma ante el administrador delegado de los bienes eclesiales, quien hubo de reconocer el derecho que asistía al reclamante, puesto que aquél era pertenencia del Municipio desde tiempo inmemorial.

            Mas no se hizo tardar la réplica por la parte afectada, ya que lo alegado por el alcalde en defensa de dicha propiedad municipal se aparecía irrefutable. Fue en ocasión de la sustitución de la campana del reloj de la Villa, que era muy pequeña, por otra parte, existía en la espadaña de la capilla del desamortizado convento del Espíritu Santo y que la municipalidad consideró apta para llenar la finalidad que se de­seaba. El cura de Santa Ana, don Mariano Martín de Arriba, a cuya collación pertenecía el referido convento, presentó una enérgica protes­ta, que no surtió el efecto apetecido, por lo cual llevó el caso al gober­nador eclesiástico de Llerena. Este pidió explicaciones a la primera autoridad local, quien, tras una larga exposición de sólidas argumenta­ciones a favor de su decisión, respondió que, "llevado (el cura) de un celo exagerado y obedeciendo a un rigorismo tan sólo loable cuando se fratase de defender un dogma o sostener una creencia, estuvo, en opción de la municipalidad, un tanto falto de tino y tacto político cuan­do versaba la cuestión sobre un asunto fútil y de escasa importancia..." Terminó prometiendo restituir la campana al sitio de origen así que el Ayuntamiento dispusiera de medios para adquirir una, y en esto acabó e asunto.

            En el libro-minutario de don Miguel Ramos Lobo existe un acuerdo fechado en 15 de octubre de 1855, que, a la letra, es como sigue:

            "Acordado por este Ayuntamiento el alistamiento de la Milicia nacional con arreglo a la instrucción, dispuso que con motivo de protestar a la entrega de las armas, se reorganizase aquélla, a fin de que estas se depositaran en personas que por sus antecedentes y cualida­des inspirasen plena confianza al orden y la situación. Al efecto se nombró una comisión que llevara a cabo los trabajos, los que fueron aprobados, dándoles nuevas facultades para seguir las operaciones necesarias

            Con arreglo a las mismas, se había resuelto proceder a la elección el domingo 14 del corriente, y manifestándose por mi así el domingo anterior a la milicia reunida en su cuartel, hallándose delante su jefe y capitán, don Leonardo Castelló.

            Esto, no obstante, el 12 de este mes le pasé un oficio partici­pándole para los efectos oportunos, y contestándole a otro que me habían dirigido relativo a una consulta que en su nombre y como capi­tán de la Milicia Nacional había hecho al Excmo. Sr. Subinspector so­bre elecciones, que, como era natural, nada preceptuaba ni resolvía.

            El domingo por la mañana, reunido el Ayuntamiento, y al terminar la sesión, suscitó don Leonardo Castelló, como alcalde segundo, la cuestión de si debían nombrarse todos o parte de los jefes, en cuya discusión, por lo avanzado de la hora y, sobre todo, por evitar conflictos que por prudencia y delicadeza propia debía rehuir el Leonardo, no quise se entrase.

            En esta situación, di orden al tambor de la milicia para que tocara llamada, y, al llegar batiendo la caja a la esquina de la calle San Bartolomé frente de la de Tres Cruces, salió el don Leonardo Castelló y, dirigiéndose al tambor, le quitó la caja, diciéndole que por que tocaba contra su orden; a lo que contestó éste que por que se lo había mandado el presidente del Ayuntamiento, y, dejándola en su poder fue a darme parte.

            Entre tanto, la milicia sin continuar la llamada, se reunía en el cuartel para verificar la elección, asistiendo toda, menos los enfermos y ausentes ocupados en el servicio de la conducción de unos presos que fueron destinados el día anterior por el mismo don Leonardo Castelló Y yo, conociendo la gravedad de las circunstancias, tomé las medidas convenientes para que el orden no se alterase en lo más mínimo, como se consiguió, habiéndose hecho la elección con la mayor calma, tranquilidad y legalidad, y casi por unanimidad, resultando reelectos tres de los antiguos jefes y dos nuevos, siendo el capitán elegido don Antonio Moreno Guerrero, rico propietario y teniente de caballería.

            He formado las diligencias oportunas sobre estos hechos, que remitiré a la autoridad competente, probando las ligerezas y desacato del don Leonardo, y sobre todo el empeño de que no se verificase a elección apetecida por toda la milicia, y queriendo él ser su capitán  y jugando personalmente en la cuestión, debió por toda clase de motivos y consideraciones rehusar y principalmente buscar otros medio ya oficiando, ya reclamando a la superioridad, pero nunca suscitando tan graves conflictos por el orden, que como autoridad tiene el deber primero de conservar".

            Y, en otro orden, tampoco el año se caracterizó por la tranquilad pública, como lo demuestra el hecho de que, como medida preventiva, el alcalde ordenase al comandante de la Milicia Nacional destaca­ra a un cabo y a cuatro soldados a la Capilla de la Concepción con motivo de la celebración del novenario de su Titular.

Hemerotecas

domingo, 9 de febrero de 2025

Guadalcanal Monumental 12

Ermita de San Benito


1. Introducción.
    Hace justamente una década y en esta misma publicación Don Antonio Gordón Bernabé nos brindaba una serie de noticias documentales sobre la ermita de San Benito, extraídas fundamentalmente de los Libros de Visitas de la Orden de Santiago. Ahora nosotros queremos volver sobre este edificio trazando una semblanza de su devenir histórico sistematizando los datos conocidos y completándolos con otros dispersos en diversos archivos y publicaciones, sin olvidarnos de la descripción de los valores artísticos del edificio, que constituye una interesante muestra de la arquitectura religiosa de Guadalcanal por la combinación de estilos que en él se dan cita, aunque los avatares históricos han privado a este antiguo templo del patrimonio artístico mueble que se contuvo entre sus muros y que sólo podemos evocar a través de las fuentes documentales.

2. Orígenes y vicisitudes de la ermita de San Benito: de los orígenes bajomedievales a los expolios de la Edad Contemporánea.
    Los orígenes de la ermita de San Benito, al igual que los de otros ejemplos de esta tipología de arquitectura religiosa rural, no son fáciles de precisar ante la ausencia de fuentes documentales que nos arrojen luz sobre su génesis. Como señala el profesor Rodríguez Becerra, “las ermitas surgieron, en su inmensa mayoría, en momentos inciertos sin que dejaran testimonio de ello, sin duda por su carácter marginal y ajeno al interés eclesiástico, y como resultado de decisiones individuales de ascetas, eremitas o devotos de una imagen determinada “. Su carácter aislado, solitarias en medio del campo, en lugares apartados de la vida urbana, rodea de mayor misterio sus orígenes, haciéndolas lugares muy apropiados para personas que quieren retirarse del mundo, viviendo al servicio de Dios como “eremitas “o “ermitaños “. Como decimos los orígenes reales de nuestras ermitas son imprecisos, aunque generalmente se ponen en relación con la Reconquista de estas tierras a los musulmanes y la consiguiente repoblación cristiana. El proceso reconquistador, que como sabemos avanzó de Norte a Sur, extendió el movimiento eremítico, unido a las devociones y advocaciones marianas traídas por los conquistadores.
    Sin embargo, a pesar de esta nebulosa contamos con un valioso testimonio documental que, por su cercanía a los hipotéticos orígenes de este templo, resulta muy ilustrativo no sólo de las características de este patrimonio artístico, sino del desarrollo de la religiosidad popular en Guadalcanal a fines del Medievo y comienzos de la Edad Moderna. Nos estamos refiriendo a los Libros de Visitas de la Orden de Santiago, que como ya expusimos el año pasado en esta misma publicación, constituyen una auténtica radiografía de la localidad, ya que se atiende a aspectos tan variados como efectivos poblacionales, aspectos socio – económicos e institucionales, y muy especialmente a la vida religiosa, tanto a través de las instituciones eclesiásticas como de los edificios que le servían de sede, minuciosamente descritos en estos informes.
    En efecto, el informe de la Visita más antigua conservada, que es la de 1494, refiere que la ermita de San Benito de Guadalcanal está situada en el camino de Alanís y que gozaba de gran devoción entre los vecinos de la localidad. El templo constaba de una sola nave cubierta con techumbre “de madera tosca y de jara y encima barro y teja “, siendo el suelo de ladrillo. El espacio de esta nave quedaba fraccionado por medio de cuatro arcos “de cal y ladrillo “, al tiempo que otro arco enlazaba esta nave con el presbiterio o capilla mayor. En definitiva, el esquema del templo era el que el profesor Angulo Iñiguez denomino “iglesias de arcos transversales de la Sierra…, extendido no sólo por nuestra comarca, sino también por la onubense Sierra de Aracena y norte de la provincia de Córdoba. Este tipo de templo se caracteriza por ser de nave única, dividida en tramos por medio de arcos apuntados (que se convierten en de medio punto en los ejemplos más tardíos) y cubierta con techumbre de madera. Un modelo arquitectónico, en suma, sencillo, barato y de fácil construcción en virtud de la ligereza y economía de los materiales empleados, tales como el ladrillo, la madera, etc., lo que hacía que este tipo de iglesia rural fuese muy a propósito para atender las necesidades espirituales de estos modestos ermitaños y de los fieles que en torno a ellos se daban cita. En definitiva, el propio estilo arquitectónico de estas ermitas, fechables por lo general entre los siglos XIV y XV, nos está hablando del arranque de esta vida eremítica.
    No obstante, dentro de estos rasgos generales de las iglesias serranas, la ermita de San Benito contaba y cuenta con un rasgo distintivo que la diferencia de otros ejemplos similares en la comarca: la presencia de los pórticos que rodean el templo por los pies y el muro lateral derecho o de la Epístola. Estos interesantes soportales, que aparecen en otros templos de la localidad, como Santa Ana o Guaditoca, deben relacionarse con la estética del mudéjar extremeño , donde este tipo de arquerías son frecuentes y se hallan representadas en ejemplos tan cercanos como la ermita de la Virgen del Arar en la vecina población de Fuente del Arco o la bellísima plaza mayor de Llerena, en cuya parroquia de Nuestra Señora de la Granada se repite la misma fórmula estética en las galerías altas que asoman a dicho espacio urbano. Aunque los actuales soportales de San Benito no son los primitivos, sino producto de intervenciones posteriores, la presencia de este tipo de pantalla arquitectónica se documenta perfectamente en el citado informe de la Visita Canónica de la Orden de Santiago de 1494, en el que se señala que “ a la entrada de la ermita estaba un portal bien hecho de ladrillo con sus arcos y un antepecho en que asientan los pilares de los dichos arcos “, cubriéndose este espacio con madera tosca, jara y teja vana. En el frente lateral se disponía otra galería, cuyos arcos descansaban sobre tres pilares, siendo la cubierta del mismo tipo que la del portal de los pies del templo. La ermita contaba además con otras dependencias secundarias de servicio, como un aposento junto al portal de los pies “para los que vienen a la ermita a velar y a sus devociones “, un corral en el que estaba sembrado un olivo, y la casa del ermitaño.
    Pasando al interior del templo, presidía el presbiterio un altar en el que se veneraban una escultura de Cristo Crucificado y la imagen del titular San Benito, vestido con un roquete de lienzo y portando una cruz pequeña de madera, completándose el ornato con una pintura sobre tabla que representaba a la Virgen. Otros altares eran el de Nuestra Señora, con imagen de la Virgen con el Niño albergada en una hornacina de madera, más otras dos efigies de las que no se indica su advocación; y el de Santa Lucía, en el que se daba culto a la imagen de esta santa y la de San Blas. Este modesto patrimonio artístico se completaba con un corto ajuar litúrgico integrado por piezas como un cáliz de plata con su patena, otro cáliz de estaño y diversas vestiduras y ornamentos sagrados.
    A fines de la centuria se emprenderán algunas obras de reforma en la ermita de San Benito. Así sabemos que en 1498 se comenzó a reedificar la capilla mayor, cuyas obras proseguían una década más tarde, cubriéndose con una bóveda de crucería de ladrillo, decorada con cinco claves de piedra, algunas de las cuales deben ser las que hoy aparecen incrustadas en el muro lateral derecho como elementos decorativos.
    Las intervenciones en el templo continuarían a lo largo del siglo XVI. En este sentido podemos apuntar que en 1550 se disponía, sobre la reja que separaba el presbiterio de la nave, unas pinturas que representaban a los doce apóstoles, las cuales se hallaban en fase de ejecución en esa fecha y que todavía en 1575 no se habían concluido, por lo cual los Visitadores exhortaron al mayordomo Pedro Ortega a que las acabase en el plazo de seis meses.
    Pocas décadas después, el testimonio de la Visita Canónica de 1575 nos revela que el edificio mantiene su misma estructura, con su única nave dividida en tramos por medio de arcos de ladrillo y cubierta con techumbre de madera de castaño, excepto en el presbiterio, cerrado por medio de una reja y que se cubría con la bóveda de crucería gótica iniciada a fines de la centuria anterior. Del mismo modo, junto a los ingresos del templo permanecen los pórticos con sus arcos de ladrillo sobre pilares. El corto patrimonio artístico mueble de la ermita está integrado, aparte de la imagen del titular, por las esculturas de San Blas, Santa Lucía y San Lázaro colocadas en sendos altares laterales. Igualmente, modesto era el ajuar litúrgico, del que sólo se podía destacar un cáliz de plata.
    Otra cuestión que se recoge en estos informes de la Orden de Santiago es el funcionamiento y mantenimiento de estos templos rurales, que solían estar a cargo de un mayordomo responsable de la gestión y administración de sus bienes ante la autoridad eclesiástica. Su labor al frente de la ermita de la que eran responsables era controlada mediante la inspección efectuada por los Visitadores de la Orden, que procedían con ocasión de la Visita Canónica, celebrada periódicamente, a la toma de cuentas al objeto de evaluar su situación económica, con el fin de que el culto divino estuviese convenientemente atendido en sus medios materiales. Así el primer mayordomo del que tenemos noticia es Alonso García Carranco en 1494, quien expuso que en aquel año los ingresos de la ermita de San Benito habían ascendido a 578 maravedís, gastando en contrapartida 678 maravedís en materiales de construcción, por lo que resultaba un déficit de 100 maravedís. No obstante, García Carranco expuso que se le debían a la ermita 500 maravedís que se prestaron al Concejo de la villa para financiar la obra que entonces se había acometido en la iglesia de San Sebastián Otros mayordomos fueron Hernán García de Flores, en 1548, y Hernán Mexía, que lo era al año siguiente, quien aseguró que los ingresos en este último año habían ascendido a 1.873 reales. Algunas décadas más tarde, el mayordomo Juan Martín Tejedor, que había desempeñado su cargo en 1574, presentó los ingresos de la ermita, que alcanzaban los 6.559 maravedís anuales, obtenidos por la limosna de San Benito y Santa Lucía, por lo recolectado en el bacín fijo que existía en la parroquia y por la renta de dos fanegas de tierra propiedad de la ermita. En cambio, la huerta y la casa anejas al templo no producían beneficio alguno, pues el usufructo correspondía al ermitaño encargado de su custodia y mantenimiento.
    En el templo se hallaban establecidas dos capellanías, es decir, fundaciones piadosas promovidas por particulares que asignaban a la iglesia una serie de rentas procedentes de ciertos bienes – como tierras, casas, etc. – para ser invertidas en el pago de una serie de misas en sufragio por el alma del fundador. Este tipo de fundación solía ser a perpetuidad, manteniéndose en tanto que se pagase la renta establecida al efecto, cuyo pago como decimos gravaba sobre las propiedades amortizadas para este fin. En el caso de la ermita de San Benito sabemos que en 1549 se servían dos capellanías. La primera estaba atendida por el clérigo Parianes Pedro Yanes, quién tenía obligación de decir una misa a la semana, costeada de la renta proporcionada por tres viñas en la Laguna, Molinillo y Calera, un parral, tres zumacales en Huerta del Gordo, Cuesta de la Horca y Castillejo, y tierras al Encinal de Valverde, Majada, Mata de la Orden y Donadío. De la segunda se ocupaba el clérigo Pedro de Ortega, con la carga de decir cien misas en diez años, recayendo el pago de esta obligación sobre diversos bienes, como una casa en la calle del Rico, una bodega, tres pedazos de castañal en el valle de Setenil, un pedazo de tierra con cuatro o cinco olivos junto al monasterio de San Francisco, y dos mil maravedís de renta de unas viñas en la Calera.
    La ermita de San Benito debió jugar desde fechas tempranas un importante papel en la religiosidad popular de Guadalcanal, al convertirse en lugar de peregrinación y escenario de distintas celebraciones festivas. En este sentido, ya vimos como la Visita de 1494 recoge la existencia de un aposento destinado al alojamiento de los que venían a pasar la noche en vela en la ermita entregados al culto. Esta práctica de las veladas nocturnas parece que iba acompañada de un comportamiento poco decoroso de los devotos, lo que unido al exceso en la comida y la bebida daba lugar a situaciones muy poco edificantes. Para remediar estos males, presentes en otras manifestaciones de la religiosidad popular de aquellos siglos, la autoridad eclesiástica efectuaba continuas llamadas a la observancia de un comportamiento correcto y digno de un fiel cristiano. En esta línea y para el caso que nos ocupa, en la Visita de 1575 los visitadores dejaron ordenado que cesasen “las juntas en las iglesias y ermitas, que el vulgo llamada veladas, por los grandes inconvenientes que de esto han sucedido “. Tales inconvenientes eran desde luego la relajación de la moral y la perversión de costumbres, que acababan convirtiendo las devociones en “chocarrerías grandes y deshonestidades feas “. Por ello conminaron al mayordomo Pedro de Ortega a que cerrase la ermita a la puesta del sol y no la abriese hasta el día siguiente ya amanecido, “de tal manera que por ningún caso mujer alguna pueda entrar puesto el sol en la dicha ermita en ningún tiempo a rezar ni otra cosa, ni quedarse dentro con ocasión de velar mujer ni hombre “. Esta advertencia cobraba especial valor para la celebración de la festividad de San Benito y su octava, días en los que la afluencia de fieles cobraba especial incremento. Por ello y para disuadir de su estancia a los devotos huéspedes adictos a hacer noche en la ermita, los visitadores determinaron eliminar la chimenea que estaba en la hospedería, con lo cual se restaban atractivos a estas polémicas veladas nocturnas.
    Si bien este informe de 1575 alude muy de pasada a la existencia de una cofradía de San Benito, de la que era mayordomo el mismo que lo era de la ermita, lo cierto es que al llegar el siglo XVIII debió experimentar un proceso de reorganización, con la intención de dar un nuevo impulso a este lugar de culto. Tal iniciativa correspondió al ermitaño Manuel de Acuña, conocido como el anacoreta Manuel de la Cruz, quien en torno a 1712 fundó una cofradía para individuos de ambos sexos, con el título de Nuestra Señora de la Consolación y San Benito, siendo confirmada su erección canónica en virtud de un breve dado en Roma el 5 de marzo de 1722 por el Papa Inocencio XIII. Esta hermandad debió desaparecer a consecuencia de los críticos acontecimientos del siglo XIX, pues en un informe de 1875 se le cita como desaparecida desde hacía muchos años “y no hay memoria de ella “. A fines del siglo XVIII la ermita de San Benito sigue formando parte del ciclo festivo de la religiosidad popular, como lo apunta el informe del Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura de 1791. En este interesante documento, de tanto valor para la historia local, se señala que los fieles concurrían a San Benito el domingo infraoctavo a la festividad de la Natividad de la Virgen, estando la atención del templo a cargo de un ermitaño, aunque la renta de la ermita era muy modesta, de tan solo cien reales.
    Con la llegada del siglo XIX sobrevendría una época de crisis y decadencia para la religiosidad popular, marcada por hechos tan negativos como la invasión napoleónica y las sucesivas desamortizaciones decretadas por los gobiernos liberales, con su secuela de expolio artístico, cierre de templos y pérdida de recursos económicos para el culto. Estos acontecimientos tuvieron evidentemente su incidencia negativa en la ermita de San Benito. Como nos cuenta el ya citado informe de 1875, “dicho santuario fue casi destruido en la invasión de los franceses a principios del siglo presente “, aunque las alhajas, ropas de las imágenes y ornamentos fueron salvados por el mayordomo Don Bartolomé Olmedo y Rico, si bien no conservó estos enseres, sino que vendió las mejores piezas sin autorización “y se apropió de su importe, que no pudo ser reintegrado por haber fallecido sin dejar bienes “. Otra de las consecuencias de esta coyuntura bélica de la invasión napoleónica fue la pérdida de la cerca de tierras contiguas a la ermita, en virtud de las incautaciones de propiedades eclesiásticas determinadas por el gobierno intruso. Pasado el vendaval de la guerra, vendría la restauración. El 24 de julio de 1819 José Vázquez, vecino de Guadalcanal, pidió al Prior de San Marcos de León que se le entregasen “las alhajas, ornamentos, vestidos de imágenes, papeles y demás efectos que habían quedado “de esta iglesia de San Benito, al tiempo que se comprometía a restaurar la ermita y sus imágenes a sus expensas, como así lo hizo. Al pasar la responsabilidad de la ermita a manos particulares, la jurisdicción eclesiástica debió perder un tanto el control sobre la misma, hasta tal punto que en 1875 el párroco José Clímaco Roda revela en su informe dirigido al arzobispo de Sevilla que “todos los ornamentos, alhajas y efecto, y hasta las llaves están en poder de una familia de esta villa desde hace sesenta años “. Uno de los miembros de esta familia, como él mismo clérigo expone, era María Vázquez, hija del citado José Vázquez, en cuyo domicilio se encontraba todo lo perteneciente a San Benito. Tampoco era satisfactorio el estado de conservación del templo, para cuya restauración se había enajenado el aposento de la parte baja del camarín anejo al presbiterio.
    Un nuevo intento de revitalización de la ermita de San Benito se produjo a finales de la centuria por medio de la fundación, el 24 de marzo de 1886, de una cofradía con el título de la Divina Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, a la que se hallaba vinculada la imagen del Cristo de la Humildad (Señor sentado en la Peña), hoy venerada por la Hermandad del Costalero en la parroquia de Santa María de la Asunción. Igualmente, esta ermita fue la primera sede canónica de la Hermandad del Santísimo Cristo de las Aguas, también conocida como la de las Tres Horas, fundada en 1867, desde donde hacía estación de penitencia el Domingo de Ramos para retornar a ella el Domingo de Resurrección. Esta revitalización devocional se mantendría hasta ya entrado el siglo XX. Como recuerda Gordón Bernabé, “hasta los años veinte se venía de romería a esta ermita. Se recogía el 21 de marzo al Señor sentado en la Peña y a la Virgen de los Dolores y se llevaban a la iglesia de Santa María, y regresaban el Domingo de Resurrección “. Un inventario redactado en 1924 por el párroco Don Pedro Carballo recoge la existencia de cuatro altares. En el mayor se veneraba las imágenes de la Asunción, Santa Eusebia y Santa Macrina. Los tres restantes eran los de San Pedro, Cristo de la Humildad y Paciencia y Virgen de los Dolores (acompañados por las efigies de Santa Águeda y Santa Lucía) y el de San Antonio Abad, en el que se veneraba también una pequeña imagen de la Virgen del Rosario. Saqueado su patrimonio en los sucesos de 1936, acabó siendo desacralizada y vendida el 11 de abril de 1977 a Antonio Fontán Pérez. Finalmente señalaremos que por resolución de 12 de diciembre de 1996 de la Dirección General de Bienes Culturales se inscribe el edificio de que tratamos en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz.

3. El patrimonio artístico: valores arquitectónicos de la ermita de San Benito.
    De resultas de este cúmulo de vicisitudes históricas, la ermita de San Benito nos ha llegado desprovista de su patrimonio mobiliario, por lo que sólo nos podemos referir aquí a sus valores arquitectónicos, como expresiva muestra de la combinación de elementos de diversos estilos y cronología. Ya nos hemos referido, al hilo de las noticias documentales de los siglos XV y XVI, a la tipología del edificio, que constituye un buen ejemplo de aquellas ermitas mudéjares medievales que todavía hoy se reparten por las sierras de Sevilla, Huelva y Córdoba, todas bajo el denominador común de pertenecer al modelo ya citado de iglesias de arcos transversales, que la historiografía artística considera como distintivo de Sierra Morena. En el caso de San Benito de Guadalcanal tal esquema ha quedado totalmente desvirtuado a consecuencia de las profundas intervenciones acometidas en época barroca. Tales transformaciones, hasta el momento sin documentar ni en su autoría ni en su cronología, aunque Hernández Díaz y Sancho Corbacho las relacionan, por su composición y elementos, con la ermita de Guaditoca, son las responsables de la actual impronta estética del edificio, en el que algunos de los elementos de la primitiva construcción medieval conviven en sugerente simbiosis con los añadidos barrocos.
    A simple vista podemos advertir que la caja de los muros es la primitiva. Así lo revela no sólo su aparejo de tipo toledano, es decir, compuesto por mampostería alternando con hiladas de ladrillo, tan propio del mudéjar de la Sierra, sino también la portada gótico – mudéjar del muro derecho o de la Epístola, formada por un arco apuntado con rosca de ladrillo encuadrado en alfiz. Otra portadita con arco apuntado se descubre por el interior del templo en el muro izquierdo o del Evangelio. Y a los pies se abre otra portada compuesta por un arco escarzano, que debe fecharse ya en el siglo XVI. También deben ser obra quinientista los pórticos, tanto el de los pies como el del frente lateral del templo, aunque levantados en el mismo emplazamiento de los primitivos portales medievales. El primero está conformado por arcos de medio punto que apean sobre columnas con capitel del tipo denominado “de castañuela “, muy usual en la arquitectura renacentista sevillana del siglo XVI. Por su parte, el pórtico lateral lo integra una arquería igualmente de medio punto, aunque en este caso descansando sobre pilares cuadrados. La elegancia y sobriedad de su composición clasicista queda matizada por la nota de sabor mudéjar aportada por el alfiz en el que se inscribe cada arco, habiendo desaparecido la techumbre que cubría este espacio. Esta ambivalencia estilística entre el mudejarismo que se resiste a desaparecer y el renacimiento que avanza imparable, propia de ese momento de cambio representado por la transición de los siglos XV al XVI, se encuentra perfectamente representada en estos interesantes pórticos, que subrayan el ambiente de recogimiento eremítico propio del lugar. Otro elemento de interés que todavía perdura procedente de la primitiva edificación son unos tondos o medallones de piedra, con diversos motivos tallados, como escudos, rosetas, etc., que probablemente procedan de las claves de la desaparecida bóveda gótica que cubrió el presbiterio hasta las intervenciones del Barroco. Tampoco podemos olvidar la pila de agua bendita, labrada en piedra a base de gallones o estrías, que bien pudiera ser obra medieval.
    En momento impreciso de los siglos XVII o XVIII el edificio ocultó sus formas gótico – mudéjares bajo los ropajes de la estética barroca. Aprovechando la caja de los muros y respetando los pórticos quinientistas, se transformó radicalmente el sistema de cubiertas y los alzados interiores de la nave del templo. Así, el espacio interior adquirió una nueva fisonomía al articular sus muros por medio de una serie de pilastras de orden dórico, de las que arrancan los arcos fajones de medio punto que compartimentan en tramos la bóveda de cañón con lunetos con la que se cubrió el templo, excepción hecha del presbiterio, que como espacio central de la liturgia recibió una bóveda semiesférica sobre pechinas, subrayando así su centralidad funcional. Y en íntima conexión con el presbiterio a través de la hornacina abierta al desaparecido retablo mayor, el camarín horadado en el testero establecía un eje visual con la portada de los pies, definiendo un espacio – camino que conducía las miradas de los fieles hacia la imagen venerada en este habitáculo sagrado. El camarín, creación muy típica del barroco hispánico, aparece en este caso como un volumen independiente anexo a la nave, pero comunicada con ella. Su cubierta, consistente en una cupulita, se trasdosa al exterior por medio de un tambor octogonal coronado por una linterna ciega. La masa de esta cubierta del camarín forma, junto con la del presbiterio, un atractivo binomio visual, estableciendo un agraciado juego de volúmenes de marcado sabor popular que podemos encontrar en otras construcciones similares de Andalucía y la Baja Extremadura, comarca esta última de la que Guadalcanal formó parte como sabemos hasta el siglo XIX y con la que mantiene estrechos vínculos históricos, especialmente visibles en su patrimonio monumental.

Salvador Hernández González
Revista de Feria 2005

sábado, 1 de febrero de 2025

LAS PLAYAS DE GUADALCANAL

 


VIAJE VIRTUAL A GUADALCANAL

     De todos es sabido que los Guadalcanalenses siempre hemos sido navegantes y aventureros, desde Pedro Ortega Valencia hasta nuestros días. Actualmente la principal nave de navegación es Internet, fue aquí donde encontré un curioso personaje canadiense llamado Bernard Cloutier, que el mismo se define como “consultor y trotamundos”, en la Web me encontré su diario viajero en francés que titula “Hechos y Sueños”, hay varias páginas dedicadas a Guadalcanal (Islas Salomón), que una vez traducido transcribo:

    Durante unos de mis viajes a Oceanía en el 1999, recalé en la bonita Isla de Guadalcanal, cuya capital es Honiara, lugar de ensueño, pero con graves problemas en la población nativa, me encontré inmerso en el principio de una guerra civil, la hostilidad de las milicias de la vecina isla de Malaita, provocaba una emigración masiva de su población a la isla de Guadalcanal. El caos reinaba por las calles y no era aconsejable abandonar la ciudad, por ello no me fue posible visitar los pueblos del interior como era mi objeto principal. Por otra parte, Honiara estaba asediada por un conflicto que oponían a las comunidades tribales de la isla que son los propietarios tradicionales del 90% de la tierra y que los nativos de la aledaña isla de Malaita habían ocupado ilegalmente y se establecían en la región para trabajar en la capital. Pero lo más interesante de mi viaje fue conocer lo positivo de Guadalcanal, que es una isla maravillosa con una gente muy acogedora.

    Llegué a Port Vila, allí cambié de avión y me dirigí a Ñadi y desde allí al Henderson International Airport de Honiara que está en la costa norte de la isla de Guadalcanal, ante mi vista se encontraba el “Estrecho de Fondo de Hierro” llamado así por la gran cantidad de barcos de guerra, mayoritariamente japoneses hundidos durante la Segunda Guerra Mundial. Ahora más de medio siglo después, los convierten en una maravillosa postal de ruinas de acero incrustadas de corales que hacen de refugio para multitudes de peces tropicales y peregrinar de buceadores de todo el mundo en busca de aventuras.

    En Honiara hay multitud de hoteles lujosos, como los famosos Honiara Metrolopiltan y el Hotel Mendaña que están en el centro de la ciudad, rodeados de un impresionante arbolado, pero los precios de estos hoteles son igualmente lujosos, así que decidí hospedarme en el Albergue United Church Resthouse, que estaba en una colina desde la que se divisaba una impresionante vista de la capital y aun no teniendo acceso a la playa de Mendaña, era más asequible e igualmente vello. Allí tuve el privilegio de conocer personas amigables y sencillas, que me hicieron sentir bienvenido, como mi anfitrión Jeffrey Simbe y su familia que me contaron lo que era anteriormente esta capital y las dificultades que estaban pasando por la crisis actual. En aquella época y debido a la inestabilidad política había pocos extranjeros, aun cuando es una zona eminentemente turista, si había una pequeña colonia de chinos, hindú y europeos, dedicados a la actividad hostelera y comercial. Existían varias publicaciones en inglés, siendo los periódicos más leídos el Salomón Star y el Salomón Voice, estos diarios se leían principalmente en los hoteles, restaurantes y centros lúdicos de la clase dirigente.

    Los restaurantes que estaban en su mayoría en los hoteles, servían comidas del tipo europeo, pero con unos precios igualmente prohibitivos, así que yo reponía fuerzas en los de comida rápida que estaban casi todos en el Centro Comercial Plaza, que se encontraba en una céntrica calle, su construcción exterior era de estilo étnico tradicional, para armonizar con el gran Museo de Honiara que se encontraba al otro lado de la calle.

    Este museo ocupaba una gran extensión de terreno, donde se encontraban reproducciones de casas nativas, todas ellas de estructura de madera de estilo nativo, con pilares bellamente esculpidos y adornados con figuras de gran colorido y expresividad, a excepción de una que se asemejaba al estilo de las que vi en Papusía-Nueva Guinea, igualmente se encontraban dentro del recinto del Museo el Centro Cultural y la Galería de Arte que exhibían la historia de las islas, tradiciones e igualmente eran de arquitectura tradicional.

    Debido a que los disturbios anteriormente citados me impedían introducirme en el interior de la isla, que se había convertido en algo parecido al “Salvaje Oeste”, ya que había una encarnizada lucha étnica por el control de las tierras, pues se habían formado grupos armados como el autodenominado Guadalcanal Revolucionry Army (CNA), que había iniciado una campaña de fuerza contra el gobierno establecido, mi amigo Alistar me aconsejó desistir.

    Así que después de varios días de estancia en el Albergue UCR me dirigí al puerto, donde había una gran variedad de embarcaciones de todo tipo, sobre todo de transbordadores grandes y pequeños que conectaban Honiara con la mayoría de las islas del archipiélago y que albergaban todo tipo de mercancías y personas, muy bulliciosas, allí cogí una de estas embarcaciones, continué mi viaje y me dirigí a visitar las islas del oeste. La impresión que tengo de la isla de Guadalcanal y sus gentes perdura en el tiempo dentro de mis archivos fotográficos y viajeros, en mi cabeza un torbellino de imágenes, sonidos y olores, quedando en mis retinas una maravillosa ciudad con una arquitectura armónica, paseos por sus maravillosas calles y conociendo a personas como Alistar Melaou, policía de seguridad del aeropuerto y convecino mío del albergue, el citado Jeffey y su familia, taxistas, camareros de restaurantes y tantos “Guadalcanalinos” anónimos y maravillosos.@ Bernard Cluotier

      Según un informe de Jacobo Quintanilla para la Agencia de Información Solidaria (AIS) de septiembre de 2003, que titula Islas Salomón: Caos casi total, la situación del archipiélago según el Instituto Australiano de Política Estratégica, que acaba de publicar un informe en el que propone “confiar la economía y el mantenimiento del orden a la comunidad internacional, aunque para muchos sea un burdo proyecto de recolonización.”...Este pequeño archipiélago, sumido en una grave crisis económica, política y social, sufre además las consecuencias de una guerra civil iniciada en 1999 entre las milicias de las dos principales islas......Malaita padece un problema de superpoblación y la emigración de sus habitantes a la vecina isla de Guadalcanal, donde se encuentra la capital, no ha sido bien acogida por los pobladores de ésta isla; La rivalidad étnica provocó que los habitantes de las dos islas crearan sus propias milicias, lo que supuso el comienzo de una guerra civil en 1999, que se ha cobrado más de 20.000 víctimas, y que en junio de 2000 llevó a un golpe de estado que depuso al primer ministro, Bartolomé Ulufa-alu ....... Con unas instituciones inexistentes, un poder corrupto y sin capacidad de reacción ni talla política y moral, ningún plan tejido desde dentro del propio país parece que no se pueda ayudar lo más mínimo a mejorar la situación actual, agravada ya de por sí y por las consecuencias de la guerra civil y por las graves crisis económica, política y social...


Nota del autor. -

    Como comentario final, la situación actual y haciendo una valoración de nuestra gemela Guadalcanal, parece que algo ha cambiado desde el 1999 que la visitó Bernard Cluotier, aun cuando la estabilidad no es total. Pero he preguntado a través de email al Consulado General de la zona que está en la Embajada Española ubicada en 15, Arkana St. Yarralumba. ACT 2600 Canberra (Australia), me comentan que la situación interna actual no es preocupante y que los turistas gozan de una seguridad total y que cualquier Guadalcanalense de las antípodas sería muy bien acogido, así que animaros a visitar nuestras playas de Mendaña, si porque en ¡Guadalcanal también hay playa.!

Bernard Cloutier, Canadá 1933 Canadá 2011

Rafael Spínola Rodríguez