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domingo, 23 de mayo de 2021

La lluvia infinita 9/18

Capítulo 9

Diario de Pedro de Ortega 8

15 DE FEBRERO.

Sarmiento ha llenado ya mucho papel con las palabras que está aprendiendo de los indios, pues es su intención escribir una gramática sobre su lengua, que ya no considera hermana de la de los indios del Perú, pese a que pensaba, en un principio, que ambas estaban emparentadas.

Pero al momento ha desviado su conversación hacia Mendaña:

-Éstas no son las islas del rey Salomón, pues éstas están mucho más abajo. Ni tampoco son las de Ninachumbi y Hahuachumbi, a las que marchaba el inca Tupac Yupanqui en busca de riquezas. Ésas las dejamos mucho más atrás, cuando este audaz marinero ordenó mudar el rumbo sin mi consentimiento, fijándose sólo de ese corto marino llamado Hernán Gallego. –

¿Dónde estamos pues?

-Éste es el archipiélago de Jesús, que es nuevo para los cristianos, peno no es la legendaria Ofir. ¿O acaso ha visto usted, señor Ortega, alguna seña, en forma de minas de oro, fabulosas ciudades todas de mármol, que le hacían pensar lo contrario?

-Nada he visto.

-¡Pues ya lo ve! Pero este petulante sin barba está con-vencido de que es así.

-El almirante no es un experto marino, desde luego, pero me creo que se comporte como un pavo.

-Lo único que le diferencia de un pavo es el color de sus plumas.

En tales términos se ha desarrollado nuestra conversa-ción, que ha sido interrumpida por un soldado, Alonso Martín, que se ha llegado hasta nosotros para decirme que Mendaña me requería.

El general se había llegado a la playa acompañado del tesorero de la expedición y escribiente personal, Juan Gómez, para fiscalizar los trabajos en el bergantín:

-Habrá que doblar los turnos señor Ortega.

-Con esta lluvia los hombres se amotinan al momento.

-Las órdenes se obedecen, señor Ortega, no se interpretan. Además, entiendo que esta tarea debe ser responsabilidad directa suya, pues he dispuesto también que sea usted el que capitanee el bergantín. El piloto será Gallego.

-¿Y Sarmiento?

-Sarmiento lo necesito a mi lado para otras tareas. Cuando Mendaña se ha marchado, ha sido Gómez quien me ha interrogado.

-¿Ha visto, señor, en su entrada en Santa Isabel que los naturales llevasen consigo objetos dorados?

-No los he visto.

Ha torcido el gesto, aunque le he tranquilizado:

-De todas maneras, parecen desconocer los metales, pues son gente atrasada, que probablemente acaba de descubrir ahora el fuego.

No ha parecido convencerle.

16 DE FEBRERO.

Hoy he dispuesto los turnos dobles, con lo que los hombres, ahora, trabajan de sol a sol.

Pero su cansancio es grande.

Y su furia, mayor.

Lo sé.

Está en sus ojos.

No he podido dejar de decírselo a Sarmiento.

-Si se cansan, no piensan.

Eso es lo que ha respondido.

Pero los ojos de los hombres dicen.

Dicen mucho.

Dicen que el viaje no les ha procurado mas que fatiga,

hambre y enfermedad.

Y ningún premio.

Los indios se nos acercan durante todo el día: miran, curiosos, nuestro trabajo, y, a veces, nos traen cocos. Otras, tiran piedras y hay que ponerles en fuga disparan-do los arcabuces.

Esta tarde salieron en sus canaluchos, y volvieron, va en el ocaso, con algunos peces, que he ordenado requisar, pues estamos todos tan afanados en el bergantín que ni salir de pesca en las chalupas hemos podido:

Pero si es para comer, Isabel, no se quiebra ningún mandamiento, y menos con los indios.

17 DE FEBRERO.

No sé si habrá sido por el asunto de los peces, pero el caso es que ha sucedido un hecho de lo más singular. No acababa de llegar Mendaña a la playa con los prime-ros naranjas del alba cuando se han acercado medio centenar de indios, con Bile al frente, que traía algo envuelto en unas grandes hojas como de palma; estas hojas, a causa de la lluvia, están siempre verdes y húmedas, con lo que hemos aprendido que son muy útiles para conservar el pescado, que era lo que un principio pensábamos que nos traían.        

Pero nos hemos estremecido de horror y asco cuando al abrir la hoja se ha visto que nos ofrecían un brazo humano, no muy grande, por lo que debía de haber pertenecido a algún muchacho.

Y Bile ha dicho

-Naleha, naleha.

Esto, dijo Sarmiento, significa: comedlo: y les ha respondido:

-Teo naleha urra.

Que quiere decir: nosotros no comemos eso.

A Mendaña se le ha descompuesto el rostro y ha empezado a chillar a los indios, llamándoles salvajes, y les ha amenazado de manera muy v violenta, con lo que han soltado el brazo y han salido corriendo.

El almirante ha ordenado a un soldado que enterrase el brazo del desdichado.

Aunque los indios no han vuelto a aparecer por la playa, ahora cuando escribo esto, Isabel. se oyen grandes aullidos, gritos, tambores y caracolas que vienen del pueblo de Bile, como si se preparasen para la guerra.

18 DE FEBRERO.

Bile y sus hombres con gran cantidad de cocos.

He entendido, y así se lo he dicho a Sarmiento, que esta gente anda enfadada por lo de los peces, así que he ordenado a todos los míos que no se les roben más peces, que ya los pescaremos nosotros cuando disponga; y no, Isabel, porque les temamos, que no es eso, sino porque tengo a los hombres muy agotados por el trabajo del bergantín y no están en disposición de luchar con nadie.

Si los indios son pacíficos, conviene que sigan siéndolo.

Al menos, hasta que se acabe el bergantín.

Luego, Dios proveerá.

Ya sabía yo que los turnos dobles nos iban a traer más perjuicio que beneficio.

Hoy, a lo largo del día, ha ido amainando la lluvia, con lo que el trabajo ha ido avanzando más que en días anteriores. Ya está el armazón acabado; he dado descanso a los hombres y dicho a Sarmiento que no informara de ello.

Sé que no lo hará.

Al anochecer, la lluvia se ha tornado violentísima y han aparecido furiosos rayos.

20 DE FEBRERO.

Durante estos dos días ha llovido sobre Santa Isabel con tal fuerza que no se ha podido trabajar nada, ya que la cortina de agua era tan espesa que no es que no se pudiera caminar bajo ella, es que no se veía nada de nada.

Isabel, desde donde estás, reza para que esta lluvia infinita, cuyo rumor, por las noches, no nos deja ni conciliar el sueño, cese.

21 DE FEBRERO.

A mediodía de hoy, aunque es un decir porque con el clima de esta isla muchas veces no se sabe a qué altura está el sol, ha llegado el alférez Enríquez con sus hombres, fatigados, y algunos de ellos, heridos, aunque no de gravedad.

Hemos marchado Sarmiento y yo con él a la capitana, para ser informados, junto a Mendaña, de todo cuanto se ha visto, oído y descubierto.

Ya en la cámara del almirante, el alférez nos ha contado que en Santa Isabel, salvo la gente de Bile y dos tribus más, son muy belicosos los naturales; y muy numerosos y temerarios en el combate, que sólo los arcabuces, cuando se ha podido hacerles hablar, han conseguido ponerlos en fuga.

Pero, entre que la pólvora estaba casi siempre húmeda, y que los indios son muy diestros a la hora de agazaparse en la selva y darles emboscada, han tenido que luchar, las más de las veces, cuerpo a cuerpo con ellos.

-Y solo nuestro acero nos ha dado ventaja, pues ellos, con sus macanas de piedra, necesitaban acercarse mucho para herirnos, mientras que nosotros los manteníamos a raya con nuestras espadas y albardas.

Enríquez sí que ha visto de cerca los grandes caimanes.

-Y serpientes tan gruesas como la pierna de un hombre, y pájaros de gran colorido como nunca he visto. Y por la noche a veces se oyen chillidos como venidos del infierno. Pero, con todo, lo peor es la selva, tan espesa que el caminar es lentísimo. Y luego está ese cieno negro que te pega a la tierra...

Ha añadido el alférez que han cruzado varios ríos, algunos fétidos y otros dulces, pero ninguno con bancos de arena que le hayan hecho pensar que pudiera haber en ellos oro.

Anduvieron durante cuatro días hacia el Sureste de Santa Isabel, hasta que se encontraron con el mar, sobre un abrupto acantilado.

-Por esa parte se vislumbran más islas.

He asentido con la cabeza: nosotros también las vimos.

Enríquez ha finalizado su relato diciéndonos:

-Señor, conviene que esta gente de Bile nos acompañe, porque al tercer día de nuestra entrada pudimos comprobar que esta gente se hace la guerra entre ellos, y firman alianzas, porque un tauriqui que se hace llamar Mane nos hizo entender que conocía a Bile, y que era amigo suyo. Además, por los huesos que hemos encontrado en unos bohíos de palma, que nos parecieron humanos, creo que se comen entre ellos.

Mendaña ha felicitado a Enríquez por el éxito de su entrada, no sin antes decirle que iría en el bergantín con Gallego y conmigo.

Después de todo esto, he vuelto a la playa para ver cómo iban los trabajos del bergantín.

Y Gallego me ha dicho que no ha podido con los hombres, que nada más irme yo se han marchado al amparo de unas chozas que hemos hecho con ramas de palmera y no han querido trabajar más.

He escogido tres al azar y yo mismo les he azotado.

 

Jesús Rubio Villaverde. 1999 

domingo, 16 de mayo de 2021

Guadalcanal siglo XVIII

Incidentes en la feria de Guadalcanal

      Corría el año de 1784, hubo unos incidentes en la feria de Guadalcanal que vanos a destacar. En aquel año, ocho días antes de comenzar la afamada feria fue nombrado corregidor de la villa D. Antonio Donoso de Iranzos, abogado de los tribunales de la Nación, hombre de prestigio, tomó posesión de honrado e integro funcionario, celoso del cumplimiento de la ley, no obstante, era poco conocedor de los usos y costumbre de sus moradores del pueblo que le tocó gobernar.
    El día 23 de junio de este año, llegó al concejo de la villa una indagatoria de la cercana villa de Feria en torno a la desaparición de dos caballerías en la última feria de ganado celebrada feria de la Vega del Encinar en honor a la patrona santísima virgen de Guaditoca, de esa villa de Guadalcanal.
    Este exhorto fue trasladado para su tramitación e investigación a D. Juan Pedro de Ortega como alférez mayor de la villa y patrono administrador del Santuario y a D. Antonio Donoso de Iranzos, como corregidor y máximo responsable de la justicia plena en la villa.
    Las sospechas recaían por un lado sobre un tal Mateo Ximénez y su hijo, tratantes en ferias de ganados de toda la provincia de Extremadura, por ser reputados ladrones “públicos”, es decir, habituales en hurtos y jaranas, vecinos de Talavera la Real y que habían huido a Olivenza, hombres pendencieros y de dudosa conducta. Por otra parte, y según las autoridades de Llerena, villa a la que pertenecía jurídicamente Guadalcanal, las sospecha sobre tal robo declinaban sobre una familia gitana que abandonó precipitadamente la noche de autos el campamento.
    Al día siguiente fue llamado a careo por D. Antonio al arriero Juan de Ariza, que fue el promotor de la denuncia y dijo ser el dueño de dos caballos de carga de alzada y media, y dijo:
    Que la tarde anterior al robo estuvo de tratos con Vicente de Montes de raza gitana.
   Que este iba acompañado por otros de su raza llamados Pedro de Montes que dijo ser pariente y otro llamado Pedro Cárdenas que dijo ser patriarca de la localidad de Talavera de la Real.
    Que aquella noche se emplazaron en una taberna situada en la muralla de la Ermita frente a los soportales para cerrar el trato de venta de dos caballerías de mi propiedad, después de trasegar bastante vino de la vega del marqués se organizó una pelea entre dos grupos, uno capitaneado por un tal Mateo el largo y por otra por los Montes, a consecuencia de un corretaje que solicitaba el largo por la venta de mis caballos ya que había intervenido en el asunto de venta.
    Que en vista de los visos que adquiría la reyerta abandoné la taberna y me retiré a otra taberna.
    Que a la mañana siguiente al alba me dirigí a la Vega del encinar a ver mi recua y observé que me faltaban los dos caballos motivos del litigio,
    Que no localicé en la feria ni en los aledaños a ninguno de los individuos implicados en la reyerta de la noche anterior.

Recabadas ésta información y otras de vecinos de la villa que bien conocían la honestidad del arriero, el Sr. Iranzos a través de la Justicia de la Villa, remitió a la Real Audiencia de Extremadura en Llerena todos los testimonios.

He tratado de buscar más información de este litigio pero lamentablemente no he encontrado el desenlace.

Otro incidente cave destacar en aquellos días de la afamada Feria del Santuario de Guaditoca en el año del señor de 1784.

    Poco antes de la procesión, aquella tarde que se presagiaba festiva y tranquila surgió un incidente que requirió la presencia del recién nombrado Corregidor de la Villa, el Colector de la Parroquia D. Francisco Marqués y el Patrono litigaban por el pago adelantado de la asistencia a los Clérigos de la Comunidad de Santa María; cuestión ya surgida en el año anterior y de la que ya era conocedor el Vicario eclesiástico.
    Sostenía el primero que el Patronato estaba obligado a pagar a todos los Clérigos, aunque no fueran presbíteros.
    A lo que el Patronato respondió que sólo los sacerdotes tenían ese derecho, y reclamaba que el Colector le entregara la nómina de los asistentes, y a esto se negaba el Colector.
    Discutían ambos y exponían cada uno sus razones, si que si viese atismo de acuerdo.

    Amenazó D. Francisco al Colector con que no saldría la procesión, si no accedía el Patrono a lo que él creía justas pretensiones.

    Produjo la amenaza sus resultados, porque ante tal suspensión palidecía el Patrono, que medía las consecuencias gravísimas que esto podría ocasionarle, y solicitó la mediación del Corregidor.

    Intervino éste amistosamente, limando asperezas, pero con cierta reserva, y se avino D. Juan Pedro a pagar, y concedió el Colector la salida de la Virgen, terminándose el incidente, al parecer en paz, pero quedando abierta una sima entre el Corregidor y el Patrono, tan profunda que se absorbería la amistad, que solo contaba de garantía con una semana, o poco más, que llevaban tratándose.

    El incidente de la procesión fue una nubecilla muy pequeña en el hermoso cielo de la feria de Guaditoca: “no pasarían muchos años sin que se desencadenase la borrasca”.

Días después de la feria, no habiendo pagado De Ortega los derechos al Colector, acudiendo éste a la Audiencia del Corregidor para que obligara a D. Juan Pedro a “que luego incontinenti, y sin dilación alguna, apronte los doscientos treinta y un real, derechos beneficiales causados para satisfacer a sus individuos (los Clérigos de la Comunidad), sin admitirle escusa alguna, por ser causa privilegiada, apercibiéndole que en lo sucesivo evite todo escándalo en semejantes actos y se abstenga de valerse de pretextos que no son de su inspección, satisfaciendo igualmente las costas causadas”

    Muy diligente se mostró el Corregidor en este asunto ¡ojalá que más tarde hubiera tenido la misma diligencia en cumplir las órdenes del Consejo! Y por auto del mismo día, mandó que pagase D. Juan los reales que le mandaba el Colector “sin dar lugar a contiendas o nuevas instancias y guardando al clero la justa y regular consonancia”.

    Como consecuencia de futuros pleitos D. Antonio Donoso de Iranzos dictó:

    Sentencia del Corregidor – 20 Junio 1784 –

“… Que mediante ser la instancia causada en este Juzgado real por el dicho Colector D. Francisco Márquez puramente contraída al pago de derechos devengados por la asistencia del Clero y Comunidad de dicha su Parroquia (que la hizo según costumbre) a las fiestas y procesión de aquella Santa Imagen, como lo reconoce y confiesa D. Juan Pedro de Ortega, con sola diferencia de negarse a pagar los quince reales consignados a un Capellán, no presbítero, y los seis restantes aplicados a algún sacristán o acólitos en que va la pretensión del Colector conforme a razón y a la práctica universal que se observa en cuantas concurrencias se costean a las Comunidades eclesiásticas, haciéndose muy reparable que con la disputa de los derechos de los Capellanes, no sacerdotes, se haya dado lugar a originar un pleito, cual se anuncia en la Audiencia eclesiástica, pendiente más tiempo de un año; y en atención a no perjudicar a éste el hecho de no pagar la presente concurrencia de dicha Comunidad, a quien debió prevenir de antemano el referido D. Juan Pedro se escusase la del capellán para eximirse del pago, no teniendo lugar su resistencia, después de su concurso, sobre cuyo fundamento han recaído las providencias de este Juzgado (no reclamados por aquél en tiempo, modo y forma oportunos) con el justo fin y objeto de atender a los Ministros de la Iglesia y sus derechos, sin transcender a turbar el conocimiento de la audiencia ecca., en la discusión de ellos para lo sucesivo, sobre que se reconoce bastante entidad en el referido Administrador. o Mayordomo por el mismo hecho de la duración del citado exhorto y providencia en él inserta, sin acuerdo de letrado, y con el sonido de apercibimiento, nada conformes a la regular consonancia ni a los miramientos de este Juzgado, que espera de la Audiencia más reflexión para en adelante, debía mandar y mandó que por lo prevenido en cuatro y quince del que rige, a solicitud de dicho Colector, se haga saber al referido D. Juan Pedro de Ortega cumpla con el apronto de la cantidad, que por aquél está demandada por esta vez, y por la explicada asistencia, sin perjuicio de su derecho y el del fondo de la Ermita en disputa promovida en la Audiencia ecca. Lo que cumpla en el término que le está asignado y nuevamente se refrenda, con igual apronto de costas, pena del apremio decretado y demás que haya lugar y con reserva de las providencias a que se ha hecho acreedor por la inobediencia que de facto ha manifestado e irregular medio que ha tomado de insediar este Juzgado real de su natural subordinación… Y por un efecto de equidad y atención a sus circunstancias y urgencias, que tiene representadas de su labor y otras que se consideran consiguientes a su oficio, se le alza por ahora el arresto impuesto, con declaración y advertencia de que la inhibición que supone de la instancia verbal (que en el sitio del Santuario hizo el dicho Colector) es errónea y mal concevida, respecto de habérsele mandado pagar los derechos de la Comunidad, sin perjuicio de la instancia ante el señor ecco., y que no diese motivo de contienda, ni escándalos, como el de suspender la procesión con expectación y desagrado del concurso”. (sic).

    Esta sentencia del Corregidor adversa al poderoso Sr. De ortega, fue aceptada por este, y en el mismo día pagó el Patrono los 231 reales, que debía abonar a la colecturía y las costas, que se regularon en 123 reales.

    Terminó aquí, al parecer, el asunto, pero este era el comienzo de una serie de pleitos y litigios, cuyo final sería el traslado de la feria, viniendo así a la postre a pagar el Santuario las rencillas y disgustos de unos con otros. En mala hora se unió la suerte de aquel a una familia, pues si disfrutó en parte del auge de esta, también fue arrastrado a la decadencia y ruina que a ella más tarde sobrevino.

Fuentes.- Gitanos en Extremadura, Los últimos días de la feria de Guaditoca, Archivo Municipal de Guadalcanal y Real Audiencía de Extremadura.

domingo, 9 de mayo de 2021

La lluvia infinita 8/18

Capítulo 8

Diario de Pedro de Ortega 7

9 DE FEBRERO.

 Ha seguido la lluvia.

Esta lluvia infinita.

Tenemos las ropas tan caladas -las celadas, petos y morriones son aquí ociosos- que parecen armaduras, y el aire, por la humedad, es tan pesado, que más de una vez parece que nos va a aplastar el pecho.

Antes de llegar a la falda de Tiarabaso, hemos cruzado un río, tan cenagoso y fétido que crecen unos mosquitos de largos como la mitad de la palma de mi mano. Su zumbido es aterrador.

También nos ha parecido ver caimanes, pero tan grandes que tan sólo recuerdan a los que hay en el Perú.

Aunque esto último es algo que no puedo certificar como cierto pues el río fluye en medio de una selva tan espesa y fiera que ni la luz, casi, se atreve a entrar.

Cuando hemos llegado a las primeras estribaciones de Tiarabaso nos ha atacado, porque así hay que decirlo, una niebla tal, que he ordenado a los hombres que se asieran todos a una cuerda porque me parece que hubiera sido muy sencillo perderse; pero al poco de empezar la ascensión, niebla y selva parecen haber huido ante la hierba que nos ha acometido.

Es de un verde que nunca había visto y tan alta que casi siempre nos tapa los ojos.

El lugar natural para una emboscada que, gracias a Dios, no ha llegado.

La hierba, y el barro negro que nace en esta isla de volcanes, nos han obligado a andar muy despacio.

 Tiarabaso es de una altura considerable, pero de fácil escalada, pues su naturaleza volcánica la dota de numerosas grietas y escalones que facilitan el apoyo.   No es necesario emplear casi las manos para ascenderla.

Con toda la fatiga que nos ha producido la subida, ha sido lo más agradable de cuanto hemos tenido que realizar en esta primera entrada en Santa Isabel.

10 DE FEBRERO.

Es isla.

Esta tierra es isla y no continente.

Sarmiento se equivoca: esta tierra no es la Nueva Guinea. Desde la cima de Tiarabaso, gracias a Dios menos escarpada de lo que en principio parecía pues también es de justicia que esta tierra, hasta ahora hostil, también nos favorezca, y aprovechando que la lluvia ha sido algo más tibia, porque desaparecer no lo hace nunca, hemos visto mar por todas partes, y, hacia la parte del Sureste, muchas más islas y nubes bajas, con lo que ésta isla es la primera, o la última, de un gran archipiélago.

¿Serán las que andábamos buscando, esas tierras a las que iban las naves del rey Salomón para cargarse de riquezas?

He de decirte, Isabel, que no me han parecido estas tierras, por lo visto hasta ahora, ricas en nada que no sean penurias.

Algunos hombres han debido de leerme el pensamiento, pues cuando hemos parado a descansar y a comer en el mismo lugar en el que pasamos ayer la noche, uno de ellos, Alonso Cabezas, me ha dicho:

-Podrán ser estas islas muy ricas, pero desde luego que no son el paraíso, excelencia.

Este Alonso Cabezas, arcabucero notable, es de esos hombres, tan poco abundantes; que hablan poco pero que cuando lo hacen, son certeros como el águila. Me he limitado a asentir con la cabeza.

Como ya conocemos el camino andado y las provisiones escasean y no nos atrevemos a tomar nada de lo que esta isla nos ofrece por temor a ponernos malos he ordenado apurar el paso.

Además, esta lluvia infinita nos ha mojado toda la pólvora, por lo que nos son inútiles los arcabuces; y si los naturales nos preparasen una emboscada, pues aunque la gente de Bile se ha mostrado pacífica, no sabemos si todos lo son, ni sabemos cuales son sus habilidades, no sé cómo podríamos manejarnos en una lucha cuerpo a cuerpo contra ellos.     

Por eso, cuando nos hemos detenido, he ordenado doblar la guardia, decisión que no ha gustado a los soldados, que están muy fatigados.

Pero más vale velar una noche que dormir para siempre. Al menos, Isabel, eso es lo que yo entiendo, pero no es fácil exigir sacrificios a cambio de nada.

11 DE FEBRERO

Por la mañana, íbamos a salir del claro cuando han llegado unos indios, que no parecían, en principio, los de Bile.

Portaban macanas con filo de piedra, eran, también amulatados y de la misma altura, pero uno de ellos, con la cara teñida de blanco, que creo que era su jefe, ha empezado a agitar los brazos, a saltar y a hacernos señas diciéndonos que diéramos la vuelta.

Como no hemos respondido, todos a una señal de su jefe, han comenzado a agitar las macanas sobre sus cabezas y a aullar como si les hubiera poseído el mismísimo Satanás.

De esa manera preparan ellos los ataques, pues al instante han comenzado u lanzarnos piedras, y como no había macla que tratar va con ellos, hemos arremetido.

Ante la furia de nuestro ataque y lo afilado de nuestras espadas han huido, quedando al menos seis de ellos muertos o heridos sobre el negro fango en el que crece esta isla.

A media tarde hemos llegado a la playa, donde había más indios y algunos de los nuestros, entre ellos, Pedro Sarmiento, que intercambiaba gestos y señas con ellos, y escribía todo lo que ellos le iban diciendo.

Sin pararme a más, he ordenado a dos marineros que me llevaran en la chalupa a la capitana para referirle a Mendaña todo lo visto en estos días.

Cuando le he certificado al almirante que estábamos en una isla, me ha ordenado que mañana salga a la playa con toda la gente, dejando en la almiranta sólo a la guardia imprescindible, pues tenía intención de celebrar la primera Misa en estas latitudes y de tornar posesión de la isla, que se va a llamar Santa Isabel de la Estrella.

Santa Isabel porque era la fiesta que se celebraba cuando salimos de Lima, y de la Estrella gracias al cometa que nos ha señalado este puerto tan seguro en el que han fondeado los dos navíos.

He marchado a la almiranta, donde me esperaba ansioso Jerónimo, que enseguida me mostró su alegría porque la primera entrada en la isla había salido bien.

Y no ha podido ocultar su gozo cuando le he dicho que esta isla va a llevar tu nombre, Isabel.

Le he contado todo lo que hemos visto, y se ha indignado con la actitud de los indios con los que nos hemos enfrentado en el claro.

También se ha acercado hasta mí Gallego, quien, con la ansiedad nublando sus ojos, me ha interrogado sobre todo lo visto, pero ha mostrado un muy especial interés en que le contara si hemos percibido señales de las riquezas que debe haber en esta isla, pues dice que Mendaña, y todos los demás, menos Sarmiento, creen que ésta es una de las que conforman el archipiélago de las Salomón, y cuando le he dicho que no, ha hecho un gesto extraño, como si mis palabras sólo le certificaran algo que él ya sabía.

12 DE FEBRERO.

Bajo la infinita lluvia, al amanecer, y tras alzar entre varios marinos y soldados una gran cruz hecha con troncos de palmera, hemos cantado todos el Vexilla regis prodeunt.

Después, y ante el silencio asustado, que no respetuoso, entiendo, de un buen número de indios, el padre Francisco Gálvez ha cantado la primera misa que se escucha en esta parte del mundo.

A mitad del oficio, la tormenta ha arreciado y han surgido del cielo tales rayos y truenos como nunca he visto, Isabel, que parecía que se iba a resquebrajar el cielo.

Aún así, la misa ha continuado.

Al término de ésta, Mendaña se ha acercado a los indios y ha pedido a uno de ellos, que parecía que los mandaba y no era Bile, que acompañaran al alférez Enríquez, que iba a realizar otra entrada al interior de Santa Isabel, que en su lengua ellos llaman Samba.

Han accedido tras prometerle al jefe que le llevaríamos, con algunos de los suyos, a los navíos, que parece que les llaman mucho la atención.

Mientras, Juan de Torres ha empezado a enseriarle a uno de ellos a rezar el Credo: y el franciscano ha dicho que esta gente es buena y de excelente disposición, pues ha aprendido a decir parte de la oración con sólo repetírsela dos veces.

Y es que son gente de adoraciones, pues le rezan al sol, a la mar, a la selva, a las culebras, que aquí hay muchas aunque no parecen peligrosas, y a los peces.

13 DE FEBRERO

Enríquez ha salido hoy con dieciocho hombres; Sarmiento sigue anotando palabras.

El resto tiernos comenzado a construir el bergantín que nos llevará a más descubrimientos, pues las naos son demasiado pesadas, y con mucho calado, como para navegar cerca de las costas de estas islas, tan pródigas en bajos y arrecifes.

Y la lluvia, te recuerdo, Isabel, sigue

14 DE FEBRERO.

Con este tiempo, el trabajo en el bergantín, que debe estar acabado en quince días, ha dicho Mendaña, se retrasa, y no se puede decir que nuestros hombres son torpes, que no lo son.

Hoy, los franciscanos han conseguido hacer pan con la ralladura de un tubérculo que los naturales llaman ñame, y que yo, ni nadie de los que estamos aquí, habíamos visto nunca.

Era basto al paladar, pero de buen sabor, que recuerda algo a la yuca.

 Jesús Rubio Villaverde. 1999

domingo, 2 de mayo de 2021

Castelló y San Miguel.

 


Retazos de su vida 


Mucho se ha escrito sobre el monasterio de San Miguel de la Breña, pero lo que muy pocos saben es sobre quienes fueron sus propietarios, la finca fue comprada por el General Castello, nacido en el vecino pueblo de Guadalcanal, que llego nada más y nada menos a ministro con la Republica, tuvo dos hijas fruto de su matrimonio con Lola Gauthier, su hija Lola escribió retazos de su vida en un libro publicado en 1988 por la editorial Siddharth Mehta Ediciones.
El General sufrió prisión durante años, fue condenado a muerte e indultado posteriormente por Franco, la vida de este hombre es una historia digna de ser leída.
Lola Castello Gauthier, fue una mujer sensible que de niña sufrió la injusticia de esa España convulsa de la guerra civil. Mas tarde se dedicó al cuidado de su padre y al restablecimiento de su nombre.
Lola paso mucho tiempo en nuestra tierra (Alanis y Guadalcanal), y amo profundamente sus capos de San Miguel de la Breña, que gustaba recorrer en su caballo castaño oscuro. su padre le dedico una bella poesía, que hoy transcribo aquí, y en otra ocasión me gustaría volcar aquí la prosa de Lola Castello, por su belleza y ternura, mientras llega ese momento lean hoy la poesía que le escribio su padre.

En la villa de Larache
en una cosa bonita
nació mi hija Lolita
negra como el azabache.

Por retrasarse en venir
el padrino, que es mi hermano
la bautizo un franciscano
allá en Alcazarquivir.

En la bella comandancia
y escogidos invitados
que fueron agasajados
con sencillez y elegancia.

Con un feroz apetito
pues tragaba a todas horas
se crio como una bola
mamando sus dos añitos.

Así se desarrolló
sin darnos grandes trastornos
con una cara bonita
y un buen pelo enmarañado.

A nadie ya maravilla
que sin robar ni matar
lo paso bastante mal
en la cárcel de Sevilla.

Sin tomar una lección
es muy justo consignar
tiene gran disposición
en artes de dibujar.

Al presente se ha espigado
tiene el geniecillo fuerte
y gesto malhumorado
más le pasa fácilmente.

Come como un pajarito
tiene el talle de una avispa
un poco corta de vista
y no tiene mal palmito.

Se expresa correctamente
en francés y en español
redacta perfectamente
con gran imaginación.

No es gastosa ni tacaña
no es alegre ni tristona
en vestir no desentona
y en su trato no es huraña.

Pagando culpas ajenas
callo y aprendió a sufrir
olvida pronto sus penas
tiene fe en el porvenir.

¿ Tendrá suerte en el amor?
¿ Casara? ¿Tendrá chiquillos?
¿ Conservara su "magot"
o se los gastara algún pillo?

Son defectos y virtudes
que pintan de buena gana
todas las vicisitudes
que paso Dolores Ana. 

BREVES PENSAMIENTOS DE DOLORES CASTELLO GAUTHIER. 

No maldigo los sufrimientos que he pasado; quizás hayan sido necesarios para que formase mi carácter. La vida que ahora llevo tiene también su encanto. Mas tarde cuando la memoria haya borrado los detalles tal vez aparezcan aquellos (notas de 1977) No aparezcan tenía encanto alguno aquella vida. Lo único positivo que había en ella era la esperanza. Es verdad que los sufrimientos me hicieron más humana y comprensiva, ¡pero a qué precio! 

Morimos una sola vez en la vida. Las circunstancias nos hacen cambiar y nos convierten en personas diferentes de las que éramos. Es otra manera de morir, pero es una muerte que llega tan en silencio, tan insensiblemente, que apenas si sentimos su golpe. 

Me siento herida hasta por una palabra expresada en un tono un poco seco, no olvido las ofensas, pero las perdono. Si cualquier insignificancia me hace sufrir, cualquier pequeñez me hace feliz. 

El reloj del tiempo tiene sus caprichos, hace parecer los dias tristes muy largos. 
A veces vale más que los sueños no se realicen para que no pierdan su encanto. 

Manuel Francisco Castillo García 
Alanís 2020

domingo, 25 de abril de 2021

La lluvia infinita 7/18

Capítulo 7

Diario de Pedro de Ortega 6 

1 DE FEBRERO.

A mediodía de hoy las dos naos casi se han juntado, y han podido hacernos señas para preguntarnos cómo habíamos salido de la tormenta.

         Tras contestarles que mejor por la ayuda de Dios que por el esfuerzo humano, pese a que éste fue grande, nos han recomendado que andemos con ojo, pues parece que en estas latitudes ha llegado la época de los ciclones, que aquí llaman tifones, y que son tan violentos que parecen que van a enviar los navíos hacia la luna.

Nos hemos dado por enterados, aunque maldita la gracia que nos ha hecho. 

2 DE FEBRERO.

Si digo Isabel, que hoy hemos visto tierra pero que hubiera preferido no verla, no debes pensar que tanta navegación me ha hecho perder el juicio.

Y es que ambas naos han estado a punto de perderse en los arrecifes de los bajos con los que nos hemos topado hoy.

A primeras horas de la tarde, desde la capitana, se dio el grito de tierra hacia el lado de Poniente, a no más de media legua: se trataba de unos bajos, hacia los que, por estar tan cerca, se ha puesto proa, por ver si detrás de ellos había más tierra.

Y cuando estábamos muy cerca de ellos, el viento ha empezado a soplar con tanta violencia a nuestras espaldas que diría que no tocábamos el agua, que volábamos hacia los bajos.

Las dos naos iban sin remedio hacia los bajos, y hemos llegado a ver, las afiladas peñas que los guarnecían, como si el Mar del Sur, por fin, hubiera decidido enseñarnos los dientes, y por más esfuerzos que hemos hecho todos para tratar de desviar los navíos, todo era inútil, y mientras se trabajaba se gemía, se sollozaba, se rezaba, se maldecía y se blasfemaba.

Más de pronto, el viento ha cambiado de dirección con tal fuerza, que creíamos que se volcaban las dos naos, pero, por fortuna, ambas han podido mantener el horizonte y ese terral las ha empujado á mar abierto, fuera de esa Caribdis donde he creído oír, de nuevo, la risa del Diablo.

Hemos abandonado rápido esos bajos, llamados de la Candelaria, por haber sido vistos en el día en que se celebra esta fiesta, que así lo ha dispuesto Mendaña, nos han dicho desde la capitana cuando ambos navíos se han juntado lo suficiente como para hablarnos a gritos, sin necesidad de ninguna seña. 

3 DE FEBRERO.

El viento y el mar descansan.

Gracias a Dios.

Ha sido tanta la fatiga de los últimos días, y tan mal nos hemos visto, que todos los hombres de la almiranta están todavía recuperando el aliento y tentándose la ropa.

Por eso no ha habido lugar a la impaciencia por la esquivez de la tierra. 

6 DE FEBRERO.

El olvido es audaz en los hombres y más cuando se pretende, por eso, una vez que parece que el peligro ha pasado, llevamos tres días de trabajo forzado, con malos modos por parte de todos, y la furia que acecha en cada rincón.

Pero esta tarde, al frente, se han visto nubes bajas, con lo que puede haber tierra, pero estaba lejos y se nos echaría la noche encima antes de llegar a ella, si es que de verdad está allí; por eso ha decidido nuestro piloto mayor, como también han hecho en la almiranta, arriar velas, para que los barcos casi no avancen, no fuera que hubiera más bajos de por medio y no los viéramos, con lo que acabaríamos sin remedio como alimento de peces y demás seres que habitan este Mar del Sur.

Por fortuna, no hay mucho viento, por lo que mañana amaneceremos casi en el mismo lugar.

7 DE FEBRERO.

A1 amanecer se han largado velas, y cuando la luz austral ha iniciado el esplendor de su reinado, hemos comprobado que las nubes se habían disipado un poco y nos han mostrado, de manera clara, la cima afilada de un monte, que ha encendido nuestros corazones de júbilo.

Con retraso, pero tierra, por la ruta trazada por Sarmiento. No puedo consignar cual ha sido la reacción de Gallego, porque desde la almiranta nos han hecho señas ordenándonos que enfiláramos la proa hacia la costa porque parecía lejana y había que intentar llegar antes de que oscureciera, ya que el viento no era muy favorable, con lo que las órdenes y los trabajos se han multiplicado y hemos estado todos atareados hasta bien entrada la tarde, que es cuando nos hemos acercado a la tierra, cuyo box no hemos podido certificar, con lo que si es isla, es muy grande, aunque todos nos inclinamos porque es continente, la Nueva Guinea, con toda probabilidad, pues no puede ser otra cosa.

Y que hemos debido llegar a tierra buena se deduce de dos hechos: el viento es suave, con lo que si hay bajos, no hay peligro de precipitamos sobre ellos, y además, ya anochecido, y sin saber qué rumbo tomar en busca de un puerto abrigado, ha aparecido. una estrella fugaz que ha recorrido el cielo hacia el Este, y al instante se nos ha ordenado que echásemos anclas y que mañana por la mañana, en cuanto amanezca, sigamos la ruta trazada por el astro, porque allí debe haber alguna bahía, ya que nadie duda de que la aparición de dicha estrella no es sino una señal de Dios, que una vez más dispuesto a ayudarnos, la ha enviado para que sepamos dónde encontrar una bahía, pues por la parte por la qué hemos llegado no hemos visto nada más que escarpados acantilados, de roca gris y afilada, y una selva que, desde aquí, a un cuarto de milla de la costa, se nos presenta impenetrable y hostil.

No han aparecido indios, pero es imposible que esta tie-rra, tan distinta de la isla de Jesús, tan baja y sólo poblada de palmeras de cocos, esté deshabitada.

Pero mañana se sabrá más.

Isabel: seguimos vivos, cada vez más, pues las pruebas a las que la Providencia nos ha sometido han sido a cada día más duras y sin embargo henos aquí, lamentado sólo una muerte y varias enfermedades y con la tierra a la vista.

Antes de cenar hemos rezado, guiados por fray Juan de Torres, una salve y un padrenuestro, y hemos cantado el Te Deum Laudamus.

He visto a Gallego, en ambos oficios, mover la boca, pero puedo jurar que no salía ninguna voz de su garganta.

He ordenado doblar la guardia, pues nunca se sabe. 

8 DE FEBRERO.

Hoy escribo esto en tierra, Isabel.

Y durante otros tres días así debe ser.

Pero iré por partes.

Antes del amanecer, una chalupa nos ha recogido a mí y a Enríquez para llevarnos a la capitana, a la que llegamos casi remando a tientas, pues era tan espesa la lluvia que caía que no se veía nada.

Una vez en la capitana, Mendaña nos ha recibido junto a Sarmiento, quien a su gesto hosco de por sí y talante poco alborotado, unía un silencio que me ha hace pensar que la guerra entre él y su almirante no muestra signos de menguar.

-Don Pedro: más tarde buscaremos un puerto abrigado y usted saltará a tierra con treinta hombres, los que más confianza despierten en usted, porque hemos de saber lo antes posible qué es esta tierra, porque Sarmiento sostiene que ha de ser la costa de la Nueva Guinea, pero eso es algo que debemos comprobar.

Esas son las instrucciones que me ha dado Mendaña, que me ha dado cuatro días para ir y volver con noticias con las que podamos hacernos una composición exacta sobre la tierra a la que hemos arribado.

Hemos vuelto a la almiranta castigados por esta lluvia infinita y con los primeros rosas del amanecer iluminando el velamen de la nao Todos los Santos.

E inmediatamente, se han largo velas y levado anclas en busca del puerto en el que fondear, puerto que se ha encontrado media legua más adelante, hacia el Este, en el punto exacto en el que el cometa visto la noche anterior se fundió con el horizonte, por lo que hemos interpretado que Dios ha decidido que esta tierra es el final de nuestra singladura, porque de otra manera no se explica tamaña casualidad: y en cuanto hemos visto la bahía, muy bien abrigada y con una playa de un blanco inmaculado, un murmullo de asombro ha recorrido toda la nao.

Cuando llegábamos a la playa, hemos podido ver que un buen grupo de indios han salido a nuestro encuentro: son también de piel negra y pelo rizado; he ordenado que estuvieran los arcabuceros prevenidos pues tienen fama los naturales de Nueva Guinea de ser muy belicosos además de caníbales, ya que se han contado crueldades sin número atribuidas a esta gente.

Uno de ellos se ha llevado la mano al pecho y dicho:

-Bile Banhana Otauriqui.

Tras numerosos intentos hemos entendido que ése es su nombre, aunque otauriqui creemos que quiere decir jefe o cacique, pues es una palabra casi idéntica a la que usaban los naturales de la isla de Jesús.

Después, y siempre con gestos, nos hemos entendido, y yo les he dicho que servimos a un tauriqui llamado Felipe. Bile Banhana ha preguntado si el tauriqui llamado Felipe es un poderoso señor; le hemos contestado que así era.

Y yo les he preguntado que si aquella tierra era isla o continente, señalándole el mar y haciendo un círculo con el dedo.

Se lo he tenido que repetir varias veces, y él ha señalado el alto pico que vimos hace dos días y ha dicho:

-Tiarabaso.

He entendido yo, y todos los que han bajado a tierra conmigo, que nos decía que subiéramos allí, pues en su cima hallaríamos la respuesta.

Así lo he ordenado.

Hemos andado poco durante el resto del día, pues aquí la selva es tan densa que parece crecer a medida que nos vamos abriendo camino con nuestras espadas.

Además, la infinita lluvia de estas latitudes convierte el suelo de la isla en un cieno negro que nos hace hundirnos en él, en ocasiones hasta los propios tobillos.

Ya oscurecido, hemos acampado en un claro abierto en una loma; he ordenado a los hombres que durmieran sentados, apoyando las espaldas de unos a las de los otros, pues por más que se ha intentado, nos ha sido imposible encender fuego: aquí la lluvia lo anega todo.

Hasta el ánimo.

No nos hemos encontrado con más naturales, pues sólo se han visto un par de grandes bohíos, todos de palma y vacíos, lo que quiere decir que sus moradores son la gente de Bile o que, por el contrario, son otros y han huido al vernos.

De los árboles y las plantas que hemos visto, sólo he reconocido palmeras y cocoteros, además de jengibre. Escribo, Isabel, en medio de un silencio que provoca tal desasosiego que cuando se oyen los aullidos y chillidos de animales o pájaros, que no reconozco, lo agradezco. 

Jesús Rubio Villaverde. 1999