Bajo la Jurisdicción de la Orden de Santiago
1.- EL CABILDO MUNICIPAL.
Sevilla, junio de 2001
Revista de Feria de Guadalcanal 2001
Bajo la Jurisdicción de la Orden de Santiago
1.- EL CABILDO MUNICIPAL.
Segunda parte
(II) LA FERIA DE 1784.- ASISTENCIA DEL CORREGIDOR IRANZOS.-INCIDENTE ENTRE EL PATRONO Y EL COLECTOR DE STA. MARÍA. - MEDIACIÓN DEL CORREGIDOR. - DEMANDA CONTRA EL PATRONATO EN LA AUDIENCIA DEL CORREGIDOR. -COMPETENCIA DE JURISDICCIÓN. - SENTENCIA DEL CORREGIDOR CONDENANDO AL PATRONATO.
Ocho días antes de la feria de 1784 se había posesionado del cargo de Corregidor de la villa D. Antonio Donoso de Iranzos, Abogado de los Tribunales de la Nación, honrado y probo funcionario, amante del cumplimiento de sus deberes y deseoso de hacer el bien y de favorecer los intereses de la villa; buenas cualidades que en parte neutralizaban el desconocimiento del modo de ser del pueblo que le tocó gobernar, y el recelo con que miraba cosas y personas.
Era Alférez mayor de la villa y Patrono Administrador del Santuario D. Juan Pedro de Ortega, como heredero del Marqués de San Antonio de Mira el Río, quien alcanzó de Felipe V ambos honrosos cargos para sí y sus sucesores.
No existía la antigua Hermandad de la Virgen de Guaditoca, y la defensa de sus derechos, la administración de su caudal y el fomento del culto pertenecían, como consecuencia del aquel patronato, a D. Juan Pedro de Ortega. No es ocasión de enjuiciar –porque lo hemos hecho en otra parte 1.- acerca de los bienes, o males, que tal Patronato ocasionó al Santuario, a sus bienes y al culto de la Virgen; pero sí conviene aquí recordar que el tal patronato despertó recelos en la Villa, ambiciones en sus Regidores, perjuicio y merma de los caudales, y a la postre cayó, no sin llevarse como cosas propias, lo que no le pertenecía, dejando sin bienes al Santuario y hasta sin ropas ni alhajas a la Señora.
1.- El santuario de Ntra. Sra. de Guaditoca
Dado el rango social de D. Juan Pedro, pues pertenecía a la rancia nobleza de la villa, y su cargo de Alférez, entró pronto en buena amistad con el nuevo Corregidor, y de labios del aquel oyó éste ponderar lo grandioso de las fiestas de Guaditoca, la importancia del ferial y lo hermoso de aquellos lugares, y creció el Corregidor en deseos de asistir a las fiestas, ya que por cumplir con su cargo, ya también por pasar unos días de honesto esparcimiento, aceptando muy gustoso el hospedaje que le brindaba D. Juan Pedro en las casas del Patrono, contiguas al Santuario, donde podía estar bien acomodados y asistido durante su permanencia en Guaditoca, en aquellos días en que se trasladaban los moradores de la Villa a aquel sitio para asistir a las fiestas en honor de su Patrona.
En la mañana del primer día de feria hizo el Corregidor su viaje con el lucido acompañamiento que a su posición correspondía, y pasaron los tres días de la feria sin el menor contratiempo que lamentar, y con la alegría y contento que causan y producen la amable compañía de buenos amigos, posada bien acondicionada, mesa rica y abundante y la consideración y delicado trato de gente bien acomodada y de esmerada educación.
Todo lo inquirió el Corregidor; visitó el ferial con todo detenimiento; inspeccionó puestos y barracas, vio los ganados, asistió a los tratos, y todo transcurría a pedir de boca… Algunos planes iban formando en su mente para el porvenir, pero, como hombre de prudencia, los guardó en su interior, sin que nada de ello pudiera traslucirse.
La tarde de la procesión, poco antes de ella, surgió un pequeño incidente entre el Colector de la Parroquia, D. Francisco Marqués y el Patrono por el pago adelantado de la asistencia a los Clérigos de la Comunidad de Santa María; cuestión ya surgida en el año anterior y de la que ya conocía el Vicario eclesiástico.
Sostenía el Colector que el Patrono estaba obligado a pagar a todos los Clérigos, aunque no fueran presbíteros, y se empeñaba el Patrono en que sólo los sacerdotes tenían ese derecho, y reclamaba que el Colector le entregara la nómina de los asistentes, y a esto se negaba el Colector. Discutían uno y otro con razones, pero sin venir a un acuerdo, y llegó a amenazar el Colector con que no saldría la procesión, si no accedía el Patrono a lo que él creía justas pretensiones. Produjo la amenaza sus resultados, porque ante tal suspensión palidecía el Patrono, que medía las consecuencias gravísimas que esto podría ocasionarle, y solicitó la mediación del Corregidor. Intervino éste amistosamente, limando asperezas, pero con cierta reserva, y se avino D. Juan Pedro a pagar, y concedió el Colector la salida de la Virgen, terminándose el incidente, al parecer en paz, pero quedando abierta una sima entre el Corregidor y el Patrono, tan profunda que se absorbería la amistad, que solo contaba de garantía con una semana, o poco más, que llevaban tratándose. 2.-
2.- “Rollo de tres piezas sobre diferentes asuntos con D. Juan Pedro de Ortega como Admin. por S.M. del Santuario de nuestra Sra. de Guaditoca en los quales ha tomado conocimiento el Sr. Cons.º de las ordenes”. Arch. Municipal de Guadalcanal.
El incidente de la procesión fue una nubecilla muy pequeña en el hermoso cielo de la feria de Guaditoca: no pasarían muchos años sin que se desencadenase la borrasca.
Días después de la feria, no habiendo pagado D. Juan Pedro los derechos al Colector, acudió éste a la Audiencia del Corregidor para que obligara a D. Juan Pedro a “que luego incontinenti, y sin dilación alguna, apronte los doscientos treinta y un real, derechos beneficiales causados para satisfacer a sus individuos (los Clérigos de la Comunidad), sin admitirle escusa alguna, por ser causa privilegiada, apercibiéndole que en lo sucesivo evite todo escándalo en semejantes actos y se abstenga de valerse de pretextos que no son de su inspección, satisfaciendo igualmente las costas causadas”.
Muy diligente se mostró el Corregidor en este asunto ¡ojalá que más tarde hubiera tenido la misma diligencia en cumplir las órdenes del Consejo! Y por auto del mismo día, mandó que pagase D. Juan los reales que le mandaba el Colector “sin dar lugar a contiendas o nuevas instancias y guardando al clero la justa y regular consonancia”.
Por no estar en las casas de su morada D. Juan Pedro no pudo notificársele el auto hasta el día 11; más como pasaran días sin que cumpliese el Patrono el mandato de la Justicia, fue requerida ésta, el día 15, por el Colector para que urgiera a D. Juan el pago de los derechos devengados por la Procesión, accediendo el Corregidor, en el mismo día, a la petición y señalando un plazo de dos horas a D. Juan para cumplir el auto del día 4, cargándole a más las costas. Nuevo auto dio Yranzos el día 16 3.- al recibir el exhorto del Juez eclesiástico en que reclamaba el conocimiento de este litigio, descargando sus iras contra el notario de la audiencia eclesiástica y mandando poner en prisión a D. Juan Pedro de Ortega, como lo hizo el Alguacil mayor de la Villa, D. Vicente Maesa, personándose en la morada de aquél, acompañado de escribano y alguaciles y notificándole “que guardase carcelería en sus referidas casas habitación” y en ella quedó de cuenta y riesgo del dicho Alguacil.
3.- Auto del Corregidor. – 16 Junio 1785- “Que en esta hora se acaba de pasar a su Merced un exhorto del Sr. Ordinario eclesiástico de esta villa por medio de Diego José Escutia, Notario que se dice ser de su Audiencia, a instancia de D. Juan Pedro de Ortega vecino y Alferez mayor de la misma, y Mayordomo o Administrador, que igualmente se supone de los bienes y rentas del santuario de Ntra. Sra. de Guaditoca de este término y jurisdicción, por el que resulta que el referido, en virtud de las providencias que por este Juzgado Real se le han intimado, y constan en este expediente, y en lugar de haberlas obedecido o expuesto en el los fundamentos de su oposición o reclamación, ha recurrido (en el menosprecio) a dicha Audiencia eclesiástica, a pretexto de litigar en ella (según se comprende) o el punto de los derechos, que debe pagar por la asistencia de cada Capellán, o el decir los de órdenes menores, o todos los que no sean sacerdotes hayan de ser comprendidos en el pago, como los que no son: Y respecto de que la litis pendencia causada sobre cualquiera de estos puntos no perturbaba la autoridad de la jurisdicción real, ni sus providencias perjudican el curso de aquella instancia, tratándose solo de atender a los justos intereses y remuneración de los Ministros de la Iglesia, prescindiendo de la costumbre o derecho que pueda haber o litigarse, según las constituciones canónicas o definitorias y que por consiguiente el referido D. Juan Pedro ha debido exponer y reclamar en este Juzgado (en que ha sido demandado como en el de su naturaleza) lo que se le ofreciere, como el exceso que aduce en dicha Audiencia eclesiástica y la litis pendencia sobre ello, a que su Merced deferería y proveería lo correspondiente sin vulneración ni perturbación de Jurisdicciones: y en no haberlo así practicado, promueve competencias de jurisdicciones y pretende desairar la reordinaria, que su Merced administra, y por S.M. y sus tribunales se manda defender vigorosamente. Encárguese su prisión al Alguacil mayor de esta dicha villa, a quien acompañe el presente escribano, por quienes se la haga saber la guarde por ahora en las casas de su habitación y morada; y así evacuada se confiera traslado del expediente y citado exhorto a la parte del clero de la Parroquia de Santa María y su Colector, sin perjuicio de otras providencias y con término de un día: y respecto de haber proveído el Sr. Vicario Juez ecco. sin consejo ni firma de Letrado, en lo que se hace su providencia imputable al Diego José de Escutia, su Notario; y tener entendido su Merced, en los pocos días que cuenta de servicio en este corregimiento, que se haya procesado por este mismo Juzgado y causa de gravedad, con noticia o consulta de la superioridad competente, el presente escribano por cuyo oficio debe pasar, como único de su número, dé quenta de ella para las que hayan lugar; lo que cumpla en el día no obstante de no haberse publicado parte de las generales de buen gobierno y arreglo de la Audiencia, que se están trabajando por el Cabildo…”
No puede por menos de sorprender el ver salir a la defensa de la jurisdicción real en este litigio al Colector Marques. De aquella nada esperaba alcanzar y de ésta confiaba poder conseguir sus pretensiones, y en el escrito que entregó, deslizaba estas acusaciones nuevas contra el Patrono: “Si se reconocieran las cuentas que ha formado para las visitas del aumento del caudal de la Virgen y distribución de él, se advertiría el desengaño y se hace ver, por las considerables sumas que percibe, la ninguna asistencia a dicha Imagen y su Ermita, pues en ésta no hay lo preciso para el culto divino”. D. Juan también acudía, pero en defensa de la jurisdicción eclesiástica, y suplicaba al Corregidor “que, usando a mayor abundamiento de su noble oficio judicial y la decensia que a la industria de mi labor se sigue en el actual tiempo de recoger las mieses, se sirvan alzarme in continenti la carcelaria que estoy cumpliendo por efecto de mi obediencia”. También pedía la condena de Marques por su temeridad y que se le obligara a acudir a la Audiencia del Vicario.
Adversa fue a D. Juan la sentencia del Corregidor 4.-, dada en 20 de Junio, y en el mismo día pagó el Patrono los 231 reales, que debía abonar a la colecturía y las costas, que se regularon en 123 reales.
Terminó aquí, al parecer, el asunto; pero este era el comienzo de una serie de pleitos y litigios, cuyo final sería el traslado de la feria, viniendo así a la postre a pagar el Santuario las rencillas y disgustos de unos con otros. En mala hora se unió la suerte de aquel a una familia, pues si disfrutó en parte del auge de esta, también fue arrastrado a la decadencia y ruina que a ella más tarde sobrevino.
4.- Sentencia del Corregidor – 20 Junio 1784 – “… Que mediante ser la instancia causada en este Juzgado real por el dicho Colector D. Francisco Marquez puramente contraída al pago de derechos devengados por la asistencia del Clero y Comunidad de dicha su Parroquia (que la hizo según costumbre) a las fiestas y procesión de aquella Santa Imagen, como lo reconoce y confiesa D. Juan Pedro de Ortega, con sola diferencia de negarse a pagar los quince reales consignados a un Capellán, no presbítero, y los seis restantes aplicados a algún sacristán o acólitos en que va la pretensión del Colector conforme a razón y a la práctica universal que se observa en cuantas concurrencias se costean a las Comunidades eclesiásticas, haciéndose muy reparable que con la disputa de los derechos de los Capellanes, no sacerdotes, se haya dado lugar a originar un pleito, cual se anuncia en la Audiencia eclesiástica, pendiente más tiempo de un año; y en atención a no perjudicar a éste el hecho de no pagar la presente concurrencia de dicha Comunidad, a quien debió prevenir de antemano el referido D. Juan Pedro se escusase la del capellán para eximirse del pago, no teniendo lugar su resistencia, después de su concurso, sobre cuyo fundamento han recaído las providencias de este Juzgado (no reclamados por aquél en tiempo, modo y forma oportunos) con el justo fin y objeto de atender a los Ministros de la Iglesia y sus derechos, sin transcender a turbar el conocimiento de la audiencia ecca., en la discusión de ellos para lo sucesivo, sobre que se reconoce bastante entidad en el referido Admor. o Mayordomo por el mismo hecho de la duración del citadoexhorto y providencia en él inserta, sin acuerdo de letrado, y con el sonido de apercibimiento, nada conformes a la regular consonancia ni a los miramientos de este Juzgado, que espera de la Audiencia más reflexión para en adelante, debía mandar y mandó que por lo prevenido en cuatro y quince del que rige, a solicitud de dicho Colector, se haga saber al referido D. Juan Pedro de Ortega cumpla con el apronto de la cantidad, que por aquél está demandada por esta vez, y por la explicada asistencia, sin perjuicio de su derecho y el del fondo de la Ermita en disputa promovida en la Audiencia ecca. Lo que cumpla en el término que le está asignado y nuevamente se refrenda, con igual apronto de costas, pena del apremio decretado y demás que haya lugar y con reserva de las providencias a que se ha hecho acreedor por la inobediencia que de facto ha manifestado e irregular medio que ha tomado de insediar este Juzgado real de su natural subordinación… Y por un efecto de equidad y atención a sus circunstancias y urgencias, que tiene representadas de su labor y otras que se consideran consiguientes a su oficio, se le alza por ahora el arresto impuesto, con declaración y advertencia de que la inhibición que supone de la instancia verbal (que en el sitio del Santuario hizo el dicho Colector) es errónea y mal concevida, respecto de habérsele mandado pagar los derechos de la Comunidad, sin perjuicio de la instancia ante el señor ecco., y que no diese motivo de contienda, ni escándalos, como el de suspender la procesión con expectación y desagrado del concurso”
Nota.- Se ha transcrito y respetado la ortografía del original de 1922PEDRO SARMIENTO se querelló contra Mendaña tras
el viaje a las Islas Salomón, pero jamás pudo cumplir su sueño de volver al Mar
del Sur para descubrir Australia, cuya posición tan bien intuyó, y que no fue
vista hasta 1605, cuando Váez de Torres atisbó el cabo de York, que llamó del
Espíritu Santo. Sarmiento, a quien Mendaña destruyó todos sus papeles cuando
llegaron de las Salomón, también persiguió a Francis Drake, fue hecho
prisionero por los ingleses y confinado en la Torre de Londres.
Tuvo como carcelero al corsario inglés Raleigh, que le tuvo siempre en
gran estima. Tras su liberación, quiso colonizar el Estrecho de Magallanes,
pero fracaso. Murió en 1585.
Álvaro de Mendaña tuvo muchos problemas tras su regreso de las Salomón
pues su tío, don Lope García De Castro, fue relevado del puesto. Hasta 1595 no
consiguió, tras ímprobos esfuerzos, organizar un viaje para colonizar las islas
descubiertas casi treinta años antes. No llegó a verlas nunca, pues sus
anotaciones eran incorrectas.
Arribó a las Islas Marquesas, en una de las cuales
murió y fue enterrado. Su esposa, Isabel Barreto, que le acompañó en el viaje,
asumió el mando de la escuadra, cuyo piloto era el portugués Pedro Fernández de
Quirós.
Isabel de Barreto se convirtió en la primera mujer de la Historia que
obtuvo el cargo de almirante.
De Hernán Gallego nunca más se supo tras el regreso de la expedición en
enero de 1569.
Las Salomón permanecieron olvidadas durante siglo y medio, hasta que el
marino francés Louis Antoine de Bougainville llegó a las islas más
septentrionales del archipiélago; pero no fueron colonizadas hasta finales del
XIX, por marinos y misioneros ingleses.
En 1942 la isla de Guadalcanal fue escenario de una de las más largas y
sangrientas batallas navales de toda la Segunda Guerra Mundial. Gadarukanaru,
que así llamaron a la isla los japoneses, había de ser la cabeza de puente para
la invasión de Australia. En esta batalla, que tanta literatura y cine ha
inspirado, combatieron dos presidentes norteamericanos: John F. Kennedy y
George Bush y escritores como Henry James, autor de libros como De aquí a la
eternidad o La delgada línea roja, ambas felizmente adaptadas al cine.
Desde la década de los 70, las Islas Salomón conforman un estado
independiente miembro de la Commonwealth. Su capital es Honiara, en
Guadalcanal. La ciudad, cuya calle principal se llama Mendaña Avenue, se
levanta muy cerca del Puerto de la Cruz al que arribó Ortega en 1567.
En la isla de San Jorge todavía recuerdan, pues así ha sido transmitido de padres a hijos, el encuentro entre Beko y Pedro de Ortega.
Toledo, 23
de noviembre de 1999
Don Pedro
Ortega Valencia.
Se sabe de
su existencia
que a las
Indias emigró.
Una isla
descubrió
en la lejana
Oceanía.
Preso de
melancolía,
y por alejar
su mal,
la llamó
Guadalcanal.
Tan presente
lo tenía.
Andrés
Mirón, Calicanto. Sevilla 1992
Jesús Rubio Villaverde. 1999
Primera parte
(I) ORIGEN DE LA FERIA DE GUADITOCA. - IMPORTANCIA DEL FERIAL. - UTILIDADES QUE REPORTABA AL SANTUARIO Y A LA VILLA DE GUADALCANAL. - LAS FIESTAS DE LA S. VIRGEN DE GUADITOCA.
No nació ciertamente la feria, que desde remota fecha se celebraba alrededor del Santuario de Guaditoca, en Guadalcanal, de privilegio de los Reyes; ni debió su origen a concesión de los grandes Maestres de la Orden de Santiago, a la cual perteneció por luengos años el señorío de la villa; ni la instituyó el Ayuntamiento por auto de sus Alcaldes y Regidores; nació, como otras muchas instituciones populares, de una necesidad, y creció y se desarrolló a la sombra del Santuario de la Virgen de Guaditoca.
La historia de la Feria y la de la Ermita se confunden, en su origen, con la romería anual, que en la Pascua del Espíritu Santo se celebraba, coincidiendo con las fiestas religiosas que los pueblos y Hermandades de la comarca dedicaban en honor de la que es su Patrona muy amada, a quien veneran con amor de hijos fieles y de cuyo patrocinio esperan socorro, y alivio en sus necesidades.
De no existir carta o privilegio de concesión del ferial se quiso hacer argumento poderoso a fines del siglo XVIII contra la permanencia de la feria en los llanos que rodean la Ermita de Guaditoca; como si la yedra que nace espontáneamente al pie del robusto árbol, y ya trepando por sus ramas hasta enlazarse con los últimos brotes de su copa, no fuera tan digna de respeto como la que plantó la mano del hombre al pie del ruinoso y carcomido muro, para ocultar el daño que él mismo causara; como si las instituciones que nacen del pueblo, y responden a verdaderas necesidades y toman legítima carta de naturaleza, no fueran más dignas de conservarse que las exóticas, importadas de otras partes, que mueren por faltarles la savia, que sólo se produce en la legítima evolución de las costumbres populares.
La feria, pues, en su origen no fue más que una Velada, como las que hemos conocido, hasta hace poco, en la misma villa, con ocasión de las fiestas anuales en los alrededores de los Santuarios de la Caridad y de los Milagros, de San Benito y del Santo Cristo del Humilladero, motivada a los comienzos por la misma afluencia de devotos, y creciendo más tarde su importancia hasta llegar a ser una de las de más justo renombre entre las de Andalucía y Extremadura.
Del incremento que llegó a alcanzar, en los días gloriosos del Santuario de Guaditoca, puede darnos idea el número de mercaderes y tratantes que acudían en busca de lucro y de ganancia al ferial. El cuaderno formado en 1786 para el ajuste de la cuenta de maravedises que cobró en aquel año la Justicia de la villa, nos da testimonio fehaciente de que allí se vendían desde las vituallas más necesarias para la vista, hasta los objetos más lujosos y superfluos, que podía desear el más refinado gusto. En los Portales, que formaban una gran plaza delante del Santuario, estaban las tiendas de lienzos y sedas, cintas y encajes, sombreros y zapatos, cueros y cordeles de cáñamo, estambres y paños, baratijas y alhajas de oro y plata. En los puestos de las esquinas, y en otros, ya adosados a los muros del Santuario, ya esparcidos por el valle, se vendían vinos, desde los afamados de las bodegas de la Marquesa de la Vega, hasta el mosto de la última vendimia, aguardientes y refrescos, tabacos y turrones, chacinas y abadejo, aceite y vinagre. En mesas y tablas, que arrendaba el Santuario, tenían sus vendejas los jergueros de Sevilla, de Carmona, de Tocina, de Medina de las Torres y de Fuente de los Cantos; los de Montemolín vendían costales, los granadinos pitos, los de Berlanga bayetas, los de Martos cordonería; botones los de Écija y Cabra, frutas los de Palma; sin que faltaran campanillos y cencerros, suelas y horquillas, palas y aperos de labor; herrajes y ferretería, hormas para zapatos, y calzados, paños y estemeñas, espartos, sedas y lienzos; no siendo corto el número de vendedores de garbanzos tostados y alfajores, avellanas y turrones, frutas del tiempo y quesos… y mil y mil cosas más, en que pudieran gastar dinero los peregrinos, ya para proveerse de cera y exvotos que ofrecer al Santuario, ya para llevar a los suyos algún recuerdo de aquellos días que pasaron alegres y contentos en las vegas de Guaditoca.
Pero la parte más principal del ferial era el mercado de ganados.
El sitio reunía para ellos las mejores condiciones, no siendo la menos principal el que por allí pasa la vereda real de carnes y que los pastos son abundantes en las dehesas próximas y excelente el abrevadero del río, que besa los muros del templo por el lado sur.
No faltaría ni el ganado de cerda, ni el vacuno; y concurrían, seguramente, rebaños de ovejas y cabras. De estos ganados no hablan los cuadernos de registros, dedicados solamente a la compraventa de caballerías. Hierros de las más acreditadas cuadras de Andalucía y Extremadura ostentaban caballos, potros y yeguas, mulos y asnos, siendo numerosas las transacciones y viniendo los compradores y vendedores de muy lejanas tierras. Allí se daban cita el modesto labriego y el rico labrador; aquél en busca de la yunta de poco precio que le ayudase a labrar su pegujal, y éste en demanda de brioso corcel; el tratante en ganados de la campiña andaluza y el proveedor de caballos de los regimientos del Ejército; el venido de las márgenes del Tormes y el que comercia con Gibraltar desde el vecino campo de San Roque; el de la Sierra de Aracena, y el de las vegas del Guadiana; los labradores de Carmona y de Écija y Jerez y sus comarcas y los labradores extremeños… hasta de Valencia venían en busca de potros para recriarlos. Dan esos pueblos importancia al ferial y llevan de un extremo a otro el nombre de la feria de Guaditoca.
La situación del Santuario en el centro de una extensa y rica comarca, en los confines de Andalucía y Extremadura, daba facilidades lo mismo a mercaderes y tratantes que a los compradores; pero la causa principal del incremento que adquirió la feria no era otra, que la devoción a la Virgen bendita de Guaditoca, que atraía a su Santuario legiones de devotos para asistir a las fiestas religiosas que en su honor se celebraban. Sólo las Hermandades de Guadalcanal, Valverde, Berlanga y Ayllones ya daban buen contingente de romeros, a los que hay que agregar los devotos de aquellos pueblos y de otros, aún más distantes, a más del de curiosos y gente desocupada y divertida, que por distracción los unos, por conveniencia los otros, por devoción los más, se reunían a la sombra del Santuario. Por otra parte, el tiempo de las fiestas, en plena primavera, cuando ni se sienten los fríos intensos del crudo invierno, ni los ardores del estío, convidaba a pasar plácidamente unos días en sitio tan ameno como el frondoso valle que riega el Guaditoca, hermoso vergel que rodean bravas montañas.
Ni que decir tiene que la feria producía ventajas, muy dignas de tenerse en cuenta, en beneficio del Santuario. No es ocasión –en otro trabajo se han consignado las notas oportunas- de decir lo que la Hermandad en sus tiempos, y más tarde los Patronos del Santuario, hicieron con los ingresos de la Feria. Parte de las obras de la Iglesia, su decorado y algunas alhajas, como las andas de plata de la Virgen, se costearon, al menos en su mayor parte, con aquellos ingresos; ni hemos de omitir que, con pretexto de la feria venían muchos, cuyas limosnas engrosaban el caudal de la Señora; pero el pueblo también se beneficiaba, y mucho por cierto, ya con el comercio que se hacía en aquellos días, ya con las facilidades, que tan a mano tenía, para comprar cosas necesarias, o de lujo, sin graves –molestias para buscarlas, ni dispendios cuantiosos para adquirirlas; se aligeraban los impuestos y tributos, que pesaban sobre la villa, porque parte de las contribuciones, que habían de pagarse al fisco por el común de los vecinos, se sacaba de lo que tributaban los mercaderes de la feria. Así no es de extrañar, que el patrono del Santuario en una exposición, en defensa de la Feria de Guaditoca, dirigida al Consejo, escribiera estas palabras: “Es esta feria una de las más famosas de toda Extremadura, con innumerable concurrencia de personas de pueblos muy distantes, por cuya circunstancia consigue esta villa un poco de alivio en su vecindario; por cuanto los que hacen postura a el ramo de su alcabala del viento y a los abastos públicos, esperanzados con el gran ingreso que les produce un concurso tan numeroso y la pluralidad de contratos de ventas y permutas que se celebran, ofrecen y pagan derechos más crecidos que aquellos que prometerían, si no se celebrase la feria. De modo que cuando menos sube esta ventaja a mil ducados de vellón, que dejan, por esta causa, de repartirse a el común de su vecindad, por hallarse el pueblo encabezado, y cederían indispensablemente a la Real Hacienda, si se administrase de su cuenta.”
Todo tenía su centro en la hermosa Reina, que aparecida en las márgenes del manso arroyuelo, que serpentea entre riscos y peñascos, era el imán que atraía a aquellas multitudes, que por honrar a la Virgen de Guaditoca emprendían larga jornada, sin importarles lo penoso del camino, ni las molestias de la estancia en aquellos lugares, pues no había alojamiento para tantos.
Casas propias tenían las Hermandades, y en ellas, aunque con estrechez, había posada para los cofrades y paniaguados; también la tenía la Justicia de la villa para sus oficiales y ministros; y abierta estaba la de los Patronos para amigos, deudos y conocidos; en portales y tiendas improvisadas vivían cuantos podían, y otros, con más modestia, sentaban los reales bajo las copudas encinas, quedando para los demás el gran palacio que fabricó la mano del Altísimo, poniéndole el hermoso cielo por techumbre y por muñida alfombra el verde césped.
Pero todo se sufría gustosamente por estar al lado de la hermosa Virgen, de quien esperaban el remedio de sus males, o a la agradecían los favores recibidos. Con lágrimas, que arrancaba el más puro amor, regaban el suelo de la Ermita y dejaban en sus muros testimonios de su gratitud: y si la alegría se enseñoreaba de aquellas multitudes, que acortaban lo largo de los días con fiestas improvisadas, la piedad más sincera se respiraba a la vez, siendo continúo el ir y venir, el entrar y salir en el templo, donde está el trono de las misericordias y del amor de la que escogió aquel lugar para dispensar a manos llenas los tesoros que puso en sus manos el Eterno para distribuirlos con largueza entre sus hijos y devotos.
La animación y vida comenzaba desde la víspera del día de Pentecostés; a la caída de la tarde hacían su entrada las Cofradías erigidas en los pueblos para culto de la Virgen, precedidas de estandartes y presididas por los oficiales de mesa, mayordomos y alcaldes, y su primera visita era para la Santa Imagen, que vestía sus mejores galas, y recibía el homenaje oficial de la veneración y amor de sus cofrades y devotos. El desfile de estas procesiones no dejaba de ser vistoso, y las casas en que se hospedaban las Cofradías era desde aquel momento, otros tantos centros obligados de concurrencia, ya por las visitas mutuas, que impone la cortesía, ya por la largueza y buena voluntad con que se obsequiaba a cuantos pisaban sus umbrales.
A la mañana siguiente llegaban el Corregidor de Guadalcanal y el Alguacil mayor de la villa, los oficiales de la Audiencia y los ministros ordinarios de la Justicia, seguidos de los guardas de campo, para velar por la conservación del orden público, corregir desmanes, perseguir el juego ilícito y velar por el cumplimiento de las ordenanzas de buen gobierno, asistir a los tratos y contratos y evitar desfalcos a la Hacienda pública. A veces, asistía alguna sección de tropas, ya de las que hubiera accidentalmente en la villa, ya enviada expresamente por las autoridades superiores de Llerena. Y hemos de consignar, en honra de aquellas generaciones, que el orden más completo reinó siempre; pues cuando en 1786 buscábanse toda clase de motivos y causas, para trasladar la feria, sólo de un pequeño robo y sin importancia se hace mención. Una mujer, llamada la Extremeña, en compañía de su yerno, Bernardo el francés, robó el último día unas enaguas, que fueron recuperadas, y no prendieron a la autora del robo, porque se les escapó a los alguaciles entre la gente que había en la Iglesia y la perdieron de vista.
Sigamos nuestro relato. A medida que entraba el día de Pentecostés engrosaba el número de devotos y feriantes, se terminaba la colocación de puestos y vendejas y para la tarde todo quedaba bien ordenado y dispuesto. Desde el amanecer se celebraban misas en el Santuario, en cumplimiento de Capellanías unas, y otras por encargo de los fieles, y siendo crecido el número de sacerdotes de Guadalcanal y del contorno, que allí se reunía, no eran suficientes para atender las peticiones de los fieles. Las Hermandades celebraban desde este día sus funciones, rivalizando cada una y esmerándose para que la suya fuera más solemne que las de las otras.
Ni que decir tiene que la Iglesia, hermosa de suyo, estaba engalanada, no siendo el menor de sus adornos las ricas colgaduras de damasco rojo que recubrían sus muros. A la puerta estaba el bufete para recibir limosnas y regalos, y lo mismo se depositaba el maravedí que la moneda de plata; allí se quedaban alhajas y joyas, gallinas y queso, turrones y frutas; cada uno dejaba lo que sus posibles le permitían a su devoción, y todo se vendía después y reducía a dinero.
La función principal se celebraba el segundo día de Pascua por el Clero de Santa María, y antes de ella se cantaba la misa que dejó dotada perpetuamente D. Alonso Carrasco, el restaurador del Santuario.
La última tarde salía la procesión; en ella formaban primero las mujeres, que llevaban en andas de plata el Niño Bellotero, y después los hombres con la imagen de la Virgen en sus andas de plata también; desfile triunfal en medio de aquella multitud devota y creyente, que mezclaba los vítores con los suspiros, las alabanzas con las súplicas. Lentamente recorría el cortejo la gran plaza que está delante del Santuario, siguiendo la acera derecha de los portales, para volver por la izquierda, y de una costumbre de entonces, aún quedan vestigios: al pasar por los puestos de confituras, arrojaban puñados de ellas a las andas de la Virgen, sin que faltara quienes se apresuraran a participar del obsequio, aun con alguna exposición de daño por la aglomeración de gentes.
Deteníase el cortejo, antes de entrar en el templo, en la margen del río, y colocábanse las andas de la Virgen en la peña de la aparición, siendo este el momento de mayor entusiasmo para aquella abigarrada multitud, compuesta de andaluces y extremeños, de traficantes de ganados y de aristócratas linajudos, de damas engalanadas y de mozuelas alegres; de devotos cofrades y revoltosos chicuelos; en donde se confundían el platero cordobés, que trajo para negociar las más ricas y delicadas alhajas que producían los orfebres de la ciudad de los califas, con el buhonero, que por todo negocio ganó unos reales vendiendo muñecos de barro entre la gente menuda; el vendedor de refrescos y la pobre mujer buñolera y el gañán que dejó el ganado en la vecina dehesa, con el rico hacendado y el fijodalgo… Momento sublime ¡cuántas peticiones! ¡cuántas lágrimas! ¡cuánto amor!… Desde las orillas del Guaditoca volvía la procesión al templo, no sin detenerse para pujar los mástiles de las andas y tener la honra de entrar sobre sus hombros las veneradas Imágenes en su Santa Casa.
Los últimos vivas a la Virgen eran el anuncio del desfile de aquella multitud, que regresaba a sus hogares hasta el año siguiente.
Tal era la Feria de Guaditoca.
¡Cuántas veces recorriendo aquellos lugares, en medio de la tranquilidad y calma que en ellos se siente, contemplando los restos que respetó la piqueta demoledora y la acción de los años, he recordado aquellos días de gloria para el Santuario, y he querido rehacer en mi fantasía aquél cuadro!
Nota.- Se ha transcrito y respetado la ortografía del original de 1922Carta de Pedro de Ortega
Nieto del mariscal del mismo nombre, a Don Pedro de Arana.
En Cuenca, a 14 de enero de 1598.
Poderoso señor don Pedro de Arana, general de las Galeras y de las Armadas del Mar del Sur:
Hace dos meses que llegué a Cuenca, en la Audiencia de Quito, para
hacerme cargo, como único heredero, de la encomienda que mi abuelo, el mariscal
don Pedro de Ortega Valencia, ya fallecido, como sabrá, tenía en esta ciudad; y
ha resultado que, entre sus legajos, he descubierto el diario de su viaje, con
don Álvaro de Mendaña, a las Islas Salomón, diario que yo quiero entregarle,
pues creo que es merced que merece la memoria de quien tan bien sirvió a Su
Majestad y a usted mismo en tantas ocasiones.
Alguien de tanta dignidad como lo es Su Excelencia sabrá sacar provecho
de él; suyo es, poderoso señor, pero no quiero acabar esta carta sin recordarle
algunos de los méritos de don Pedro de Ortega Valencia, cuya sangre corre por
mis venas para mi dicha y orgullo.
Mi abuelo llegó a Panamá hace más de cincuenta años, y al poco de su
llegada, se levantó contra Su Majestad don Gonzalo Pizarro y varios
encomenderos; y los hermanos Contreras, sabedores de que el licenciado Lagasca
había ordenado llevar tres millones de pesos incautados al rebelde a Panamá,
quisieron apoderarse de ellos tomando la ciudad, y mi abuelo, como miembro de
la partida del capitán Ruiz de Marchena, desbarató a los bandidos, matando a
casi todos sus hombres, y salvando los pesos y también la ciudad, pues los
tiranos antes citados estaban dispuestos, si lo hubieran necesitado, a
prenderle fuego.
Sabe Su Excelencia que mi abuelo también fue de la partida de Hernán
Santillán contra el encomendero Hernández Girón, que también se levantó contra
Su Majestad; si no lo recuerda eran aquellos que portaban un medallón en el que
podía leerse: "Comerán los pobres y se hartarán".
Mi abuelo acudió a la llamada de la Audiencia de Lima y combatió a Girón
y a sus hombres, ganándose el aprecio de sus capitanes por su coraje y su
valor.
Por estos méritos, y por otros, recibió en 1563 el cargo de Alguacil
Mayor de Panamá, ciudad a la que sirvió, en la que se casó con mí abuela, doña
Isabel Hidalga, a quien Dios tenga en su gloria, y tuvo dos hijos, Jerónimo, mi
padre, y Pedro, mí tío, fallecidos antes que mi abuelo. Allí tuvo que
sacrificar su hacienda, que tanto sudor le costó conseguir, para, en 1567,
marchar, con todo a su costa, a las Islas Salomón; fue requerido para ello por
don Lope García de Castro, en aquel año gobernador interino del virreino del
Perú, y a quien conoció mi abuelo cuatro años antes, cuando don Lope llegó a
Panamá para restaurar la Audiencia de Panamá, ciudad en la que don Pedro Ortega
sirvió, además, como factor y veedor de la Real Hacienda, durante muchos años y
con gran provecho para S Majestad. Debe saber Su Excelencia que mi abuelo fue
requerido por Su Majestad, el rey Don Felipe, que le hizo marchar a Madrid, con
el fin de nombrarle general en jefe de la partida que pacificó el Bayano,
región de Panamá en la que se habían sublevado los negros cimarrones, a los que
persiguió por tierra y mar, a los que dio castigo grande y a los que consiguió
pacificar, por más que el capitán Diego de Frías tratase, después, de oscurecer
su labor, con insidias, diciendo que no buscaba nada más que su provecho y su
gloria, llegando a pactar incluso con los cimarrones.
Sabe Su Excelencia que estos negros cimarrones, además de feroces
guerreros, eran apoyados por el corsario Francisco Dráquez, inglés, que desde
hacía tiempo andaba hostigando las costas de Perú y Panamá; y mi abuelo, con un
batel le persiguió, pudiendo alcanzar a algunos de sus hombres, que marchaban
en una barcaza, a la salida de un río, ordenando que fueran colgados y recuperando,
así, todo el oro y demás riquezas que habían robado.
Todas estas empresas las acometió poniendo él mismo, de su hacienda,
miles de pesos, y llevando consigo muchos siervos y criados, uno de los cuales,
un negro llamado Antón Zape, consiguió la libertad por orden de Su Majestad por
lo bien que sirvió y el valor que demostró en la lucha de mi abuelo contra los
cimarrones.
Y no sólo se gastó su dinero, sino también otro mucho que pidió
prestado, con lo que se endeudó con muchos vecinos, a los que pagó siempre,
gracias a la renta de dos mil pesos anuales que, por dos vidas, obtuvo de Su
Majestad por sus méritos ya descritos.
Y sabe Su Excelencia muy bien, pues Su Excelencia fue quien se lo
ordenó, que mi abuelo también se distinguió por su rigor en el cobro de las
acábalas.
Es de justicia, Excelencia, que el relato de su viaje a las Salomón que
hizo mi abuelo, que sirvió siempre tan bien a Su Majestad en islas olvidadas
bajo lluvias infinitas y contra indios caribes, bajo soles ardientes y contra
tiranos sedientos de oro e ingleses taimados, sea conocido de todos, y por ello
me atrevo a pedirle que divulgue este diario como usted entienda y pueda.
Es justicia que se debe a la memoria de mi abuelo, don Pedro de Ortega
Valencia, que fue su amigo, Excelencia.
Dios guarde a Su Excelencia muchos años.
Jesús Rubio Villaverde. 1999