Cuarta Parte
2.3. Dinámicas y procesos recientes (continuación)
La historia del final del siglo XX y, en
especial, de principios del XXI está jalonada de reconocimientos que refuerzan
el papel de espacio ambientalmente valioso del área de la Sierra Norte. En
virtud de la citada ley 2/89, se han declarado los monumentos naturales de La
Cascada del Huesna (2001) y el Cerro del Hierro (2003), que reforzaron su
identificación como paisajes emblemáticos. En 2002 se declara la Reserva de la
Biosfera Dehesas de Sierra Morena, que incluye, junto con otros sectores de
Sierra Morena, la propia Sierra Norte, y finalmente, en 2011, se incorpora el
Parque Natural a la Red Europea de Geoparques. Otro aspecto destacable de este
territorio es que ha sido muy beneficiado por las ayudas públicas, en especial
las provenientes de los programas de desarrollo regional LEADER, pero también
por ayudas complementarias dentro de la Política Agraria Comunitaria, como las
que afectan al olivar, las primas ganaderas o las derivadas de la línea de
sustitución de superficies agrarias marginales por bosques y masas forestales.
Todo ello ha contribuido a frenar la pérdida de población, que en los últimos
años se ha estabilizado, incentivando actividades vinculadas al sector
servicios o garantizando la viabilidad de las explotaciones en el sector
primario.
En cuanto a los paisajes urbanos, la dinámica
regresiva de la población, el relativo aislamiento y la propia presencia del
Parque Natural han influido en que el área no haya experimentado con la misma
intensidad que otras en la provincia el crecimiento de la urbanización. La
mayoría de los núcleos conservan la traza de sus cascos históricos, de
configuración compacta, con viviendas unifamiliares entre medianeras, callejero
estrecho y adaptado a la topografía. En el interior se observa un proceso de
restauración y revalorización significativo, especialmente de edificios singulares
o catalogados, pero también de espacios públicos y caserío, aunque con algunas
mejoras pendientes. Los escasos crecimientos se han producido siguiendo las
vías de comunicación (Constantina) o el acceso al ferrocarril (El Pedroso). En
otros casos los crecimientos apenas tienen incidencia en la imagen histórica de
los núcleos (La Navas de la Concepción, San Nicolás del Puerto…). En el área no
se han construido vías de comunicación de nuevo trazado, pero sí se observa una
mejora en los existentes, que ha aumentado la seguridad y, sobre todo, ha
diversificado los accesos desde el área metropolitana, facilitando el
conocimiento de otros sectores de la Sierra.
El pasado minero de la Sierra explica
igualmente la existencia de un ferrocarril que une la capital de la provincia
con Cazalla de la Sierra. Durante casi 30 km., los trenes comparten las mismas
vías electrificadas de la línea entre Sevilla y Córdoba, pero a escasos metros
de la estación de Los Rosales hay un desvío donde comienza una línea no
electrificada que conecta Andalucía con Extremadura. A partir de aquí y hasta
Guadalcanal se han efectuado tareas de renovación de vía dejándola en buenas
condiciones. La línea pertenece al Corredor Ferroviario Ruta de la Plata que
comunicaba Sevilla con Gijón y que en 1985 fue suprimido. El papel de espacio
de ocio y recreación al que se aludía con anterioridad ha permitido que se
mantenga este corredor ferroviario que facilita el acceso a algunas de las
actuaciones de uso público más conocidas, como el sendero cicloturista de la
Vía Verde de la Sierra Norte.
Por último, cabe una breve mención a la
evolución de los paisajes mineros de la Sierra, que tuvieron mucha importancia
durante el siglo XIX y primera mitad del XX. La mina del Cerro del Hierro
cambia varias veces de titularidad en este periodo y se extraen hasta 1977
aproximadamente 4 millones de toneladas de mineral. En la actualidad no se
lleva a cabo ningún trabajo de aprovechamiento y el lugar se ha convertido en
monumento natural y en uno de los paisajes más icónicos del área. Pero de la
actividad minera quedan paisajes relictos en otros sectores de la Sierra: la
mina de San Luis (carretera El Real de la Jara - Cazalla de la Sierra), la mina
de San Miguel (Almadén de la Plata), canteras antiguas en El Real de la Jara, o
restos ruinosos de la industrialización asociada a las explotaciones de hierro
en la fundición de El Pedroso.
3.1_Percepciones y representaciones paisajísticas
3.1.1_Evolución histórica de los valores y significados
atribuidos al área
La Sierra Norte de Sevilla es una de las
áreas donde la evolución de los valores y percepciones atribuidos
históricamente a sus paisajes es más patente y legible, debido, por una parte,
a la estabilidad del ámbito serrano y, por otra, a la vinculación de estos
significados con los principales aprovechamientos de cada etapa histórica. En
este sentido, la imagen predominante de la Sierra Norte desde la prehistoria
hasta los momentos finales de la dominación romana es la de un territorio
productivo de gran riqueza mineral y metalúrgica, enfocado principalmente a la
explotación de estos yacimientos. Esta imagen era común al conjunto de Sierra
Morena, sin distinguirse rasgos específicos que diferenciaran unos espacios de
otros. Es a partir del período medieval cuando comienza a distinguirse dentro
del ámbito serrano del Reino de Sevilla entre las tierras más occidentales,
vinculadas a la Ruta de la Plata, y las orientales, integradas por los concejos
de las villas principales de Cazalla y Constantina. A partir de este momento de
inicios de la Edad Media, el paisaje de la Sierra Norte es percibido como un
paraíso cinegético, destacándose la diversidad de montes en los que abundaba la
caza mayor (osos, jabalíes, corzos,…). Esta imagen tendrá continuidad durante
los siglos de la Edad Moderna, señalándose la pérdida progresiva de algunas de
estas especies y, en consecuencia, la mayor dedicación a la caza menor. En este
contexto se valoran especialmente las espesuras del monte bajo como principales
cazaderos del área, destacando la presencia del jaral y el lentisco. Por otra
parte, entre los siglos XVI y XVIII, adquieren un notable reconocimiento los
paisajes serranos de dominante agraria, en concreto los relacionados con los
viñedos y las instalaciones de transformación del vino, en un momento de
importante expansión de este cultivo para su exportación a América,
especialmente en el entorno de Cazalla. El declive de este comercio y la plaga
de filoxera de principios del XIX redujeron este cultivo a espacios residuales;
sin embargo, el carácter vitivinícola de este territorio se mantuvo, aunque en
menor medida, ligado a la producción de aguardientes.
Desde finales del siglo XVIII y durante el
XIX conviven dos tipos de percepciones sobre el paisaje de la Sierra Norte. Por
una parte, una visión científica e ilustrada que reivindica la valoración de
los paisajes naturales de la sierra por la singularidad de sus formaciones
geológicas y mineralógicas y la riqueza y diversidad de su flora y fauna
silvestre. Por otra parte, la visión romántica destacaba el carácter agreste y
salvaje del área, señalando los bosques de ribera como paisajes sobresalientes
por la frondosidad de la vegetación y la presencia del agua, así como por sus
valores escénicos y sensoriales. En este sentido, destaca especialmente la
ribera del Huéznar, considerada como un paisaje singular desde al menos el
siglo XVIII en relación con las huertas serranas de las márgenes del río y con
los ingenios que aprovechaban la fuerza motriz de las aguas. El uso recreativo
y social de estas riberas fue aumentando durante el siglo XIX y principios del
XX, destacando algunos espacios especialmente frecuentados y reconocidos como
Isla Margarita, al tiempo que se mantuvo el carácter productivo del río con sus
molinos, batanes y martinetes, incluso reutilizando algunas de estas
construcciones como fábricas de electricidad. En el último tercio del siglo XX
se ha ido produciendo la especialización de la ribera del Huéznar como paisaje
turístico, manteniendo en algunos casos las huellas del paisaje heredado, como
el patrimonio arquitectónico de las infraestructuras productivas en desuso,
mientras que otros rasgos característicos como las parcelas agrarias se han
perdido con el cambio de usos.
Por otra parte, es también en las décadas
finales del siglo XIX cuando proliferan las representaciones iconográficas de
los paisajes del área, vinculadas a estancias temporales de ocio y descanso de
algunos artistas de gran relevancia (Emilio Sánchez Perrier en Constantina,
José Pinelo en Guadalcanal o Manuel Barrón y Carrillo en El Pedroso), que se
decantan por encuadres de los alrededores de las poblaciones desde una mirada
naturalista con acentos costumbristas, o bien por un acercamiento más realista
hacia los sistemas agrícolas utilizados en los entornos de los núcleos serranos
con cierta trascendencia hacia las labores anónimas del campo. Este interés por
los paisajes de dominante agraria del área se concentra especialmente en las
valoraciones y apreciaciones sobre el paisaje de dehesa, caracterizado en los
momentos finales del XIX y comienzos del siglo XX por sus aprovechamientos
agroganaderos diversos y complementarios. Finalmente, la imagen de esta área se
completa con la recuperación, desde el siglo XIX y hasta finales del siglo XX,
de la actividad minera. Entre los registros de estos nuevos paisajes mineros de
la Sierra Norte destacan la red ferroviaria que daba servicio a las minas, los
restos de la industria siderúrgica de El Pedroso y, sobre todo, el Cerro del
Hierro. El Cerro del Hierro es reconocido como paisaje singular por sus
geoformas características modificadas por los siglos de explotación minera, al
tiempo que el poblado minero abandonado en los años 70 adquiere relevancia como
registro del patrimonio industrial minero de la Sierra Norte. A partir de los
años 80 del siglo XX se consolida de manera definitiva la percepción de este
espacio como área paisajística diferenciada debido, fundamentalmente, a la
unidad que le otorga el Parque Natural de la Sierra Norte y su emergente sector
turístico.
3.1.2_Percepciones y representaciones actuales
En el proceso de participación ciudadana se
ha producido un reconocimiento de los rasgos que identifican los paisajes más
valorados del área, muchos de ellos pervivencia de los construidos a lo largo
de la historia. La percepción social ha marcado, pese al componente natural de
estos paisajes, su carácter humanizado, rasgo que se menciona constantemente
como elemento diferenciador de otros espacios protegidos. Esta apreciación se
concreta no sólo en los paisajes urbanos de los núcleos serranos tradicionales,
sino, de forma especial, en el paisaje que se considera más identitario, la
dehesa. Vinculado a él se mencionan los elementos singulares que construyen esa
identidad: muros de piedra seca, bosque mediterráneo aclarado y gestionado por
el hombre, presencia de ganado, etc. La dehesa se valora positivamente incluso
cuando presenta un aspecto abandonado o deforestado y se considera un paisaje
vulnerable a medio plazo por su carácter marginal dentro del sistema económico.
Se señala el régimen privado de estos paisajes, que supone dificultades de
accesibilidad.
Para los participantes, el paisaje serrano es
bastante inmutable, los cambios y las transformaciones se producen de forma muy
lenta, y estos ritmos son difíciles de percibir en la escala temporal de la
percepción humana. Hay mucha unanimidad en considerar que, pese a lo que pueda
parecer a primera vista, se trata de paisajes muy poco homogéneos, que destacan
por su riqueza, diversidad, matices formales (colores, olores, texturas…), o
las diferentes perspectivas si se observa en una u otra dirección.
Los valores que se destacan en los paisajes
de la Sierra Norte son los de la tranquilidad, autenticidad, belleza, armonía
entre lo natural y lo humanizado, presencia constante de la huella de
diferentes pueblos. Estos valores se reconocen como un recurso, y se marca la
vocación turística y recreativa que se deriva de los mismos. Otro factor
importante que se atribuye a las transformaciones en el área es su dependencia
de procesos externos, no controlados por las poblaciones autóctonas. En este
sentido los cambios más relevantes que se aprecian en el paisaje de la sierra
parecen tener que ver con el papel que el sistema económico global otorga a los
espacios rurales, en especial los de montaña, un papel marginal y dependiente
de las lógicas urbanas. Para algunas personas esto determina que la tendencia
de un paisaje, que antaño se percibía como altamente humanizado, se oriente
lentamente hacia la “naturalización”, en la medida en la que las poblaciones, y
sus actividades, se van retirando del mismo.
Catálogos de Paisajes de la Provincia de
Sevilla