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lunes, 26 de noviembre de 2018

Nuestro Entorno 8

Algunas reflexiones sobre las ermitas de la provincia de Sevilla y sus bienes muebles (Primera parte)
Hace exactamente dos años, en esta misma publicación, se dio a conocer uno de los proyectos del Programa de Protección del Plan General de Bienes Culturales, el “Inventario de bienes muebles de las ermitas de la provincia de Sevilla”, realizado en 1989 (1).
En aquel momento y debido a la naturaleza de la sección del Boletín, “Servicios y productos”, el objetivo era dar la noticia de que su contenido había sido vaciado en la base de datos de Bienes Muebles del Sistema de Información del Patrimonio Histórico Andaluz, (SIPHA). El motivo de retomar actualmente el tema no es otro que el incidir en la importancia, desconocimiento y la falta de protección de estos muebles e inmuebles.
Después de algo más de diez años de la conclusión del trabajo, el conocimiento de este patrimonio sigue siendo el mismo. De hecho, apenas está estudiado, existiendo importantes lagunas en su conocimiento, tanto sobre la propia naturaleza de las ermitas y su origen, como sobre el ajuar mobiliario y litúrgico conservado en las mismas. Tales carencias hace que dicho patrimonio siga estando infravalorado y, en consecuencia, no se encuentre inscrito en los instrumentos de protección del Patrimonio Histórico español
o andaluz. En aquella ocasión, faltó realizar una valoración profunda, desde el punto de vista del historiador del arte, de los objetos inventariados. No se pretende realizarla aquí, pues el análisis más profundo de este fenómeno, resulta una tarea más ambiciosa y compleja que sobrepasa con creces las disponibilidades de espacio de esta publicación. Por ello, solo se intenta realizar una primera aproximación, de carácter general, a esta tipología de templos y a sus bienes.
Antes de entrar directamente en el trabajo, es necesario efectuar una serie de precisiones para aclarar los conceptos y el origen sobre este tipo de inmuebles.
Con el término de “ermita” se designa al “santuario o capilla, generalmente pequeña, situada por lo común en despoblado y que no suele tener culto permanente” (2). Como se observa, en la definición se utilizan dos nuevos sustantivos, el de “santuario” y el de “capilla”, correspondiendo cada uno de ellos a realidades distintas.
El primero sirve para designar un lugar sagrado, ya sea iglesia, capilla o ermita, al que “por un motivo peculiar de piedad, acuden en peregrinación numerosos fieles”, siempre con la aprobación del Ordinario del lugar (3). La definición de la “capilla” no es tan fácil. El Derecho Canónigo actualmente vigente, se refiere solamente a las “capillas privadas” identificándolas como “un lugar destinado (exclusivamente) al culto divino con licencia del Ordinario del lugar, en beneficio de una o varias personas”. El edificio puede no estar bendecido, aunque se recomienda hacerlo, siendo necesaria siempre la autorización del Ordinario para la celebración de la Misa y de otras funciones sagradas (4). De forma genérica y conforme al uso de la costumbre, habría de entender la “capilla” como una iglesia pequeña que responde “al deseo de dar culto a los santos locales y universales de mayor devoción”, siendo su uso público, en el sentido de que todos los fieles tienen derecho de entrar en las mismas para la celebración del culto divino (5). En ellas, como en cualquier otro templo, se celebran diferentes ceremonias y ritos religiosos, excepto aquellos que sólo pueden realizarse en las iglesias parroquiales, como la administración de determinados sacramentos. Para la celebración de algunas de estas ceremonias en las capillas se necesita el permiso y consentimiento del Ordinario. Retomando lo anteriormente expuesto, se podría decir que las ermitas son capillas situadas en las afueras de las poblaciones.
Sin embargo, con el desarrollo y el crecimiento de algunas poblaciones, dichos edificios han quedado integrados en los cascos urbanos, conservándose en estos casos el nombre de ermita como recuerdo de su antigua localización. Por otra par te, la definición de la Real Academia de la Lengua, sobre las ermitas se refiere al tamaño pequeño de dichas construcciones.
Aunque esta característica se puede aplicar de forma genérica, habría que señalar la existencia de grandes edificios que se han ido configurando tras una serie de remodelaciones y ampliaciones a lo largo de su historia. Dichas transformaciones están relacionadas con el aumento del culto y la importancia que las imágenes titulares han adquirido a lo largo de la historia.
Si ésta es la definición actual de ermita, hasta hace poco más de doscientos años, ofrecía otro rasgo peculiar.
Manteniendo las características actuales de ubicación en descampados y de recinto pequeño, su peculiaridad radicaba en la existencia de una habitación contigua en
la que vivía el “ermitaño”. Con este concepto queda recogida en el Diccionario de Autoridades, en su edición de 1737, “edificio pequeño a modo de capilla u oratorio, con su altar, en el qual suele haver un apartado o quarto para recogerse el que vive en ella y la cuida” (6). Esta precisión, el de la existencia de “ermitaños”, alude al origen de estas construcciones, al movimiento “eremítico” de los primeros años de la cristiandad y
que tanta aceptación tuvo a lo largo de los siglos. Según San Isidoro, “los eremitas, también llamados «anacoretas », son los que han huido lejos de la presencia de los hombres, buscando yermo y las soledades desérticas”  (7). Una definición más clara sería, “todo individuo del clero secular o religioso o bien laico, de uno y otro sexo, que se retira por un tiempo considerable, separándose de la vida social y familiar, con la intención de hacer penitencia o de entregarse a la contemplación” (8). Dichas personas construían pequeñas capillas, donde cultivar las necesidades de la vida espiritual, aprovechando en algunas ocasiones cuevas o salientes rocosos. Junto a ellas, se disponían los pequeños habitáculos en los que descansaban y hacían penitencia. En España se tienen noticias de eremitas desde el siglo IV y, a pesar de las prohibiciones y restricciones de esta forma de vida que irán imponiendo los monarcas y los papas, llegará hasta prácticamente el siglo XIX. Quizás un resto de ese “eremitismo”, aunque con otros conceptos y planteamientos de vida, subsiste aún en los “santeros y santeras” que viven en las estancias adosadas a algunos de estos edificios.
El origen de las ermitas de Sevilla, al igual que sucede con las de otras poblaciones españolas, como las cordobesas, pudo estar ligado a la corriente espiritual que se desarrolla en época visigoda (9). Faltan estudios que corroboren dicha hipótesis, aunque ciertas noticias atestiguan la existencia del movimiento “eremítico” en la provincia de Sevilla desde época antigua. Así, en el siglo VII, por la picaresca que se daba entre estos hombres solitarios, el obispo de Sevilla prohibió a sus religiosos esta vida de reclusión, porque “muchos (de ellos) se ocultan para ser mas conocidos y para que se ocupen de ellos” (10). Con ello también parece estar relacionado la publicación en Sevilla, en 1674, del libro de Fray Alonso de Santo Tomás Constituciones sinodales del Obispado de Málaga, en el que se delimitan y fijan “tanto las normas de vida de los ermitaños de hábito o célibes como el culto y conservación de las fábricas” (11). Este modo de vida se perdería a lo largo del siglo XIX, quedando como únicos testimonios los edificios religiosos que han llegado hasta nosotros. De los sesenta y seis inmuebles que se inventariaron en el trabajo antes citado, sólo son denominadas como ermitas treinta y nueve construcciones. El resto corresponden a once capillas y dieciséis iglesias parroquiales.
No obstante, hay que señalar que algunas de las capillas inventariadas, como pueden ser la de Nuestra Señora de la Soledad en Gerena o la de Nuestra Señora de los Remedios en Los Palacios-Villafranca, eran primitivamente ermitas, de Santa Marta y de San Sebastián respectivamente, cambiando de tipología religiosa y de titularidad al ser ocupadas por Hermandades y Cofradías penitenciales. Tanto las capillas como las iglesias parroquiales son mucho más conocidas por el gran público, existiendo algunos estudios individuales, bien en monografías o en artículos de revistas, que tratan sobre sus historias y tradiciones, así como de los bienes que se guardan en su interior.
 Con respecto a los bienes muebles, ambas tipologías de templos, conservan un abundante patrimonio a pesar de los saqueos e incendios de la Guerra Civil (12). Ello es debido a su localización en el interior de las poblaciones y, en determinados casos, a la presencia de las hermandades y cofradías penitenciales que colaboran en el mantenimiento y ornato de los templos. Por el contrario, las ermitas, suelen ser menos conocidas y estudiadas, y, por regla general, los escasos bienes muebles que conservan son una mínima parte de los que tuvieron antaño.
La elección del lugar de construcción de estas capillas y ermitas está unida a hechos de carácter religioso o histórico. Entre los primeros, con una fuerte presencia de tradiciones y leyendas, se encuentran las edificaciones originadas por la localización de imágenes supuestamente escondidas durante la invasión musulmana.
Puede servir de ejemplo la Ermita de Nuestra Señora de Gracia de Carmona, levantada en el lugar en que fue encontrada dicha imagen en el año 1290. En otras ocasiones, es el hallazgo del cuerpo incorrupto de un santo lo que dar lugar a una ermita como ocurrió con la Capilla de San Gregorio Osetano en Alcalá del Río.
Curiosos resultan los ejemplos relacionados con apariciones de la Virgen. Este es el origen, en el siglo XVI, de la Ermita de Nuestra Señora de Gracia de El Ronquillo,
debida a la aparición de la Virgen María, en lo alto de un olivo, a unos pastorcitos. Por eso, a la escultura, coetánea al milagro, se le añadió a principios del XX el olivo y los pastorcitos arrodillados. Posiblemente, este cambio iconográfico se debió a la repercusión de las apariciones de Fátima y Lourdes y a los modelos de representación que ambas generaron. La Ermita de Nuestra Señora de Consolación de Carrión de los Céspedes puede servir como ejemplo de otro origen religioso, puesto que es el resultado de un milagro. De hecho, fue erigida en el mismo lugar en el que se atascó milagrosamente la carreta que portaba a la imagen titular. El escenario de un martirio sirve de asiento a la Ermita de Nuestra Señora del Valle de Écija. Fue levantada donde la tradición situó el tormento que padecieron las monjas del convento que regentaba Santa Florentina, hermana de San Isidoro y San Leandro. Recuerdo del mismo, se conservan en el templo, un simpático y populachero lienzo en el que se describe la escena y un crucero, erigido en el siglo XVI, que señalaba el lugar en el que se produjeron los hechos en el interior de la iglesia.
Algunos de estos acontecimientos tuvieron una enorme trascendencia posterior, sirviendo como núcleo de conventos o monasterios, haciéndose los religiosos cargo del culto y cuidado de las mismas. La ermita de Nuestra Señora de Gracia de Carmona, sirvió de cenobio, primero a los franciscanos, pasando posteriormente a posesión de los cistercienses y por último a los jerónimos. El actual edificio, solo conserva dos tramos de la nave de la iglesia, siendo los únicos testimonios del convento. Lo mismo sucedió con la ermita de Santa Ana de Osuna, aunque en este caso, al trasladarse las monjas al centro de la población, la capilla sirvió de enterramiento a los Figueroa. Esta familia construyó el edificio en el siglo XVIII que hoy sobrevive en medio de un polígono industrial. La Orden de San Francisco se dedicó a difundir el culto de la Veracruz, siendo las mayorías de las capillas y ermitas que tienen esta advocación los supervivientes a las leyes de desamortización y exclaustración del siglo XIX.
Juan Carlos Hernández Núñez
Centro de Documentación del IAPH

Notas.- 
1. HERNÁNDEZ NÚÑEZ, J.C: “Sistema de información del Patrimonio Histórico Andaluz : bases de datos de bienes muebles : el Inventario de las ermitas de la provincia de Sevilla”, en Boletín del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, nº. 25, diciembre 1998. Págs. 204-205.
2. Diccionario de la Real Academia Española.
3. CÓDIGO de Derecho Canónigo, 13ª ed., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1995. Canon, 1230.
4. Véase, Ídem. Cánones, 1226-1229.
5. IGUACEN BORAU, D.: Diccionario del Patrimonio Cultural de la Iglesia. Madrid, 1991, pág. 244. La capilla, al ser una iglesia, ha de presentar las características y necesidades que se recogen en los cánones 1214-1222.
6. REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de Autoridades, Ed. Facs. Madrid, 1937; Madrid, 1969. Covarrubias también recoge una definición similar, “...pequeño receptáculo con un apartado a modo de oratorio y capillita para orar y un estrecho rincón para recogerse el que vive en ella, al que llamanos ermitaño...”. COVARRUBIAS HOROZCO, S. de y RIQUER, M. de: Tesoro de la lengua española o castellana. Madrid, 1979.
7. ISIDORO, SANTO, ARZOBISPO DE SEVILLA: Etimologías. 2ª ed. Madrid, 1993. Pág. 683.
8. ALDEA VAQUERO, Q., MARIN MARTÍNEZ, T. y VIVES GATELL, J.: Diccionario de historia eclesiástica de España. Madrid, 1972-1987.
9. Tanto de las ermitas como de los eremitorios cordobeses existen gran volumen de estudios e interesantes trabajos, entre ellos, FERREIRA, J.M.: Las ermitas de Córdoba. Córdoba, 1993. VÁZQUEZ LESMES, J. R.: La devoción popular en sus ermitas y santuarios. Córdoba, 1986. MORENO CRIADO, Ricardo: Las ermitas de Córdoba, Cádiz, 1944. GUTIÉRREZ DE LOS RÍOS Y PAREJA OBREGÓN, M., Marqués de las
Escalonias: Memorias que se conservan de algunos ermitaños que ha existido en la Sierra de Córdoba desde los tiempos más remotos hasta nuestros días e historia de la actual Congregación de Nuestra Señora de Belén. Córdoba, 1911.
10. A este respecto consúltese, DÍAZ Y DÍAZ, M.: “El eremitismo en la España visigoda”. Revista de dialectología y tradiciones populares, nº 6, 1955, págs. 217-237. No existen estudios de ámbito general sobre el tema, los trabajos realizados hasta el momento se dedican a analizar “eremitorios” individuales o el desarrollo que tuvieron en algunas provincias. Una buena idea de la repercusión que este movimiento tuvo en España, a pesar de lo antiguo de la publicación, puede ser, ESPAÑA eremítica: actas de la VI semana de estudios monásticos, abadía de San Salvador de Leire, 15-20 de septiembre de 1963. Pamplona, 1970.
11. GUEDE, L.: Ermitas de Málaga. Málaga, 1987. Págs. 7-8. Dicho autor especifica que la obra fue publicada en Sevilla en 1672, sin embargo, los ejemplares que hemos localizado, en las bibliotecas Nacional de Madrid y Universitaria de Sevilla, aparece como fecha de edición la de 1674. Véase, SANTO TOMÁS, A. de: Constituciones synodales del Obispado de Málaga. Sevilla, Viuda de Nicolás Rodríguez, 1674. Queremos agradecer a Eduardo Asenjo el habernos facilitado la documentación sobre las ermitas malagueñas.

12. Sobre el patrimonio religioso destruido durante la Guerra Civil en estas poblaciones, puede consultarse HERNÁNDEZ DÍAZ, J. y SANCHO CORBACHO, A.: Edificios religiosos y objetos de culto saqueados y destruídos por los marxistas en los pueblos de la provincia de Sevilla. Sevilla, 1937.

lunes, 19 de noviembre de 2018

Guadalcanal 1902 (segunda parte)

EL GLOBO O TROMBA DE FUEGO DE GUADALCANAL (continuación)

En un artículo de fecha 1 de mayo de 2010 publicamos en el blog “Guadalcanal punto de encuentro” una reseña sobre la curiosa noticia del famoso acontecimiento sucedido en el invierno de 1902 en Guadalcanal y publicado por un tal Vicente Vera en “El Imparcial”, a continuación publicamos el resto de reseñas encontradas en las hemerotecas sobre este “fenómeno”.

PRESUNTO Y RARO FENÓMENO ATMOSFÉRICO OCURRIDO DURANTE LA FECHA Y LA HORA EXACTA QUE SE INDICAN EN EL TÍTULO DE ESTE TEXTO, Y DEL QUE DIVERSOS PERIÓDICOS DE MADRID, QUE YA NO EXISTEN, DECÍAN LO SIGUIENTE:

FENÓMENO METEREOLÓGICO: UNA MANGA DE FUEGO
El domingo último, y en el pueblo de Guadalcanal (Sevilla), próximamente a las dos de la tarde, cruzó el espacio una manga de fuego, de luz vivísima, acompañada de fuertes detonaciones. Gran número de vecinos se echaron a la calle, presa del mayor terror, oyéndose gritos y lamentos, pues el fenómeno atmosférico fue tomado por muchos nada menos que como señal de que el mundo había tocado a su fin. Añádase a esto que, recordándose por no pocas personas los pronósticos hechos para el próximo mes de Mayo por algunos astrónomos americanos, al sentirse los efectos de la masa de fuego creyeron las tales personas que se habían adelantado los vaticinios, y que, en su virtud, había llegado el crítico momento de la gran catástrofe. Afortunadamente los ánimos se fueron calmando en vista de que ni el ruido espantoso ni la ligera trepidación se repetían.
LA ÉPOCA, Año LIII – Núm. 18.554, Jueves 6 de Febrero de 1902, Página 4, columna 2

Un vecino de Guadalcanal (Sevilla) escribe a F. de Carvic que el 1º de Febrero, a las dos de la tarde, atravesó la población una manga de fuego, con gran ruido y alguna trepidación, que espantó, en especialidad a las mujeres. Este fenómeno nos recuerda otro semejante, ocurrido el 11 de Junio de 1809 en la villa de Quintana del Pidio, provincia de Burgos y partido de Aranda de Duero, que se describe en el Diario de Madrid del 7 de Julio de aquel año. Extractemos la carta de la localidad en la que se describe el meteoro: “A las once y media se presentó ante la villa un nublado de tan extraño y horroroso aspecto que el párroco y capellanes se reunieron en la iglesia con el vecindario para conjurarlo; la nube lanzó humo y luego una gran llama que se aproximaba hacia el pueblo, con gran clamoreo de las gentes que temieron ser abrasadas. Por fortuna, se desvió la llama quemando dos huertas, un huerto y muchas cepas de las viñas, arrancó de cuajo una encina e hizo otros destrozos”.
En Aranda y Gumiel de Hizam pusieron patente al Santísimo Sacramento creyendo que Quintana se abrasaba; nadie había visto fenómeno parecido, ni se oyó trueno ni se vio ningún relámpago. El diarista (como entonces se llamaba al periodista) escribió al párroco, que confirmó la noticia, “detallando los destrozos, como derribo de tapias y otras pruebas de su fuerza: que en la viñas tostadas se perdieron tres mil o cuatro mil cántaras de vino; que arrojó al suelo a un muchacho tirándole el azadón á ochenta pasos, sin causarle otro mal que chamuscarle el pelo, y que siguió el meteoro unos tres cuartos de legua hacia Levante. Por último que el ganado no quiso comer la hierba en todo el trayecto de la manga de fuego”.
¿Será el de Guadalcanal un fenómeno semejante? En las noticias del párroco se habla de un remolino formado por las nubes, del que se desprendieron los gases inflamados.
LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA Y AMERICANA.- AÑO XLVI – NUM. V MADRID, 8 DE FEBRERO DE 1902, PAGINA 2, COLUMNAS 2/3                                                                              
El fenómeno ígneo de Guadalcanal ¿lo produjo un bólido, como supone nuestro ilustrado amigo Vera al recordar otros más o menos parecidos observados en países diversos?. Puede ser esa una explicación, y hoy parece la más conforme con las ideas admitidas por la ciencia. Sin embargo, se necesitan pruebas concluyentes para confirmar las hipótesis, y tanto en lo de Guadalcanal como en el de Quintana no sabemos todavía que se hayan recogido fragmentos de bólidos que algún rastro dejarían al estallar cerca de la tierra. Y como no es imposible que se produzcan fenómenos volcánicos, térmicos o eléctricos lo prudente es esperar mayor comprobación, toda vez que las trepidaciones del suelo y las llamaradas permiten sospechar si se trata de explosiones de gases subterráneos que hayan dejado grietas, o tengas orificios naturales, o se hayan producido como la acción eléctrica que no deja más rastros que sus efectos por allí donde pasa. No negamos, pues, la explicación, pero conviene confirmarla con más datos. Escrito esto, la razón parece de parte del amigo Vera; pues si bien en la trayectoria conocida del meteoro no se habla de fragmentos, dícese que en algunos sitios del llano de Extremadura, y particularmente en la Granja de Torrehermosa, cayeron como una pedrea, si bien este fenómeno pudo producirse en una explosión subterránea, y esto lo dirá el examen de las piedras. En fin, nuestra idea es que la mitad de los fenómenos que se atribuyen a los bólidos son terrestres. En cuanto al nombre que se ha dado de bólido de Guadalcanal, está bien puesto, pues no siendo de parte alguna conocida, en Guadalcanal se dio la primera noticia de su existencia.
LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA Y AMERICANA.- AÑO XLVI – NUM. VI, MADRID, 15 DE FEBRERO DE 1902, PAGINA 2, COLUMNA 2

El Sr. Calderón dijo que, entresacando lo verosímil de varios relatos más o menos fantásticos que han visto la luz pública en los periódicos los días pasados, se puede inferir que el sábado 1º de Febrero último, a las dos de la tarde, se sintió la explosión de un bólido en el término de Guadalcanal, provincia de Sevilla, sin que hasta ahora se tengan noticias de haber sido recogidos fragmentos del meteorito. También el día 19 del mismo mes, a las once de la noche, estalló otro bólido en Aragón, produciéndose una estela luminosa que fue presenciada en Castellón, en dirección NE, a lo que siguió fuerte explosión. El Sr. Bolívar leyó con este motivo una carta del médico de Granja de Torrehermosa, D. Francisco Cano, que por muchos años fue consocio nuestro y al que se había dirigido en vista de los sueltos publicados por varios periódicos, requiriendo detalles de la caída de un meteorito en aquella población, dispuesto a que un conservador del Museo saliese inmediatamente en su busca si se confirmaban aquellos datos; en dicha carta el Sr. Cano describe el fenómeno diciendo que hacia las dos de la tarde del 1º de Febrero se produjo un ruido de trepidación, que las personas que estaban en el campo lo compararon con el que podrían producir tres truenos prolongados, pero sin que se observara manga de fuego ni globo alguno luminoso, ni mucho menos presenciara nadie la caída de fragmentos, como aseguraron algunos periódicos. Tampoco han dado resultado alguno las gestiones que oficialmente hizo el Subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes para que los Gobernadores de las provincias en que se observó el fenómeno se procurase recoger fragmentos u observaciones sobre el fenómeno de referencia.
Hasta aquí lo que dicen los periódicos y los Sres. Calderón y Bolívar de la Sociedad Española de Historia Natural, que deliberadamente he transcrito en último lugar, por la sencilla razón de que, tratándose de científicos, me merecen más credibilidad que la gente de la prensa. Como el autor de estas líneas no es escritor, sino Químico Orgánico, por deformación profesional tiende a poner en entredicho noticias del tipo de las recogidas en los anteriores sueltos de prensa de principios del siglo XX. Si viviera en Guadalcanal, con el fin de aquilatar más la verosimilitud del evento, intentaría averiguar si existen descendientes del Sr. Manuel Calleja (serían nietos, biznietos o tataranietos) que recuerden haber recibido por transmisión oral noticias del meteorito. En ABC no habrá nada pues su primer número es de 1903. No es que crea que la veracidad de una noticia sea directamente proporcional a la distancia entre la Redacción del periódico y el lugar en donde se produce, sino que simplemente pienso que cuanta más información mejor. La relación que se establece en estas noticias entre Guadalcanal y Granja de Torrehermosa jugaría, en principio, a favor de la verosimilitud, pues a la velocidad a la que se desplazan los objetos siderales, no es sorprendente la misma hora, las dos de la tarde, para el mismo fenómeno, teniendo en cuenta que en línea recta Guadalcanal y Granja de Torrehermosa distan aproximadamente 30 kilómetros. Por ello, en principio sería interesante investigar, en dicho pueblo extremeño, si alguien pudiera confirmar lo que indica la sociedad científica, y si alguna vez aparecieron los susodichos fragmentos, cosa que dudo. En resumen, que me cuesta creer en la veracidad del bólido que es muy probable que se quedara en bulo. Si así fuera, la fecha elegida en pleno invierno víspera de la Candelaria, que se celebraba con hogueras en la puerta de la Iglesia de la Concepción, quizás inspirara al autor de la trola, si en eso se queda la pretendida bola de fuego Otro bulo, éste confirmado, ocurrió 77 años más tarde, hace ahora treinta años y pocos años, concretamente en el mes de Junio de 1979. El entonces corresponsal de ABC de Sevilla en la Sierra Norte, el alanicense D. Rafael Diéguez Carranco, publicó en dicho diario los días 15, 16 17 y 19 noticias alarmantes sobre una supuesta gigantesca serpiente que había aterrorizado a quienes la habían visto. Primero se decía que el ofidio lo vio un camionero en el paso a nivel de la Carretera de Guadalcanal a Fuente del Arco, luego unos jóvenes de Alanís, y finalmente alguien de Malcocinado la había visto devorar a un animal. La gigantesca culebra jamás apareció, y acabó siendo llamada «La boa de Luis Alonso». Fue una serpiente, pero de verano, - (como el tinto de ídem que sí es de verano, pero no es tinto) - según expresión consagrada en la profesión periodística para las trolas estivales. Eso sí, los autores de la broma estaban tan impacientes para hacer la competencia al famoso lago escocés, que ni esperaron al comienzo verano el día 21. Como ni el arroyo San Pedro ni la Rivera de Benalija llevan caudales suficientes para monstruos marinos, no se les ocurrió nada mejor que una gran bicha deambulando por la Sierra Norte. Madrid 5 de septiembre de 2009.

BOLETÍN DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DE HISTORIA NATURAL.- TOMO II, 1902. PAGINAS 125-126 (SOBRE UN BOLIDO OBSERVADO EN GUADALCANAL EN 1º DE FEBRERO DE 1902)

Hemerotecas

lunes, 12 de noviembre de 2018

Nuestro Entorno 7

El patrimonio histórico protegido 4/4
 La Iglesia Parroquial de Ntra. Sra. de la Encarnación de Constantina es uno de los templos más relevantes de la Sierra Norte por el volumen de su fábrica y la calidad de su ejecución. Es uno de los mejores ejemplos de arquitectura de transición del mudéjar al renacimiento, destacando su magnífica torre-fachada en la que interviene el maestro mayor del arzobispado, Martín de Gainza, el cual prescinde del esquema medieval al predominar en el cuerpo bajo su portada renacentista.
La intervención de arquitectos posteriores, como Hernán Ruiz y Díaz de Palacios, modificarían el proyecto original contrarrestando la unidad estilística primitiva pero no quedando exenta de armonía arquitectónica lograda por la perfecta superposición de los cuerpos y la correcta combinación de los materiales empleados.
Su planta es rectangular de tres naves, con arcos apuntados sobre pilares cruciformes que presentan pilastras adosadas sobre las que recorre un entablamento en la nave central, el ábside es poligonal y cuenta con capillas adosadas en los laterales. Los muros y sopor tesson de ladrillo enfoscados y encalados, presentando una gran simplicidad ornamental,  as cubiertas en el interior son de bóvedas de aristas separadas por arcos fajones, mientras que el presbiterio y la dependencia bajo la torre se cubren con una interesante bóveda estrellada simple.
Ubicada en la ladera del monte, queda abrazada por las vías principales de la población, configurando sus espacios públicos de mayor significación en un entorno de calidad estética notable, característica que ha obligado a la propuesta de delimitación de su entorno de protección. Asimismo, se pretende vincular al inmueble los siguientes bienes muebles como consustanciales a su historia: la máquina del retablo de la Inmaculada Concepción, obra barroca anónima del XVIII; la cajonera de la Sacristía, de principios del XVIII y estilo barroco; la Reja de la Capilla de San José, obra barroca del siglo XVII; la Pila Bautismal, labrada en mármol de estilo barroco y fechada en 1693 y el aguamanil del pasillo a la Sacristía, pieza renacentista ejecutada en el mismo material.
La Ermita de la Hiedra de Constantina fue originariamente una fortificación militar de época medieval posteriormente transformada para uso religioso. Es uno de los ejemplos más significativos de la arquitectura defensiva en la zona junto a su recinto defensivo y formando parte del conjunto de fortificaciones del Cerro del Castillo, el del Almendro y el denominado "Firrix", del cinturón defensivo de Constantina.
En la actualidad se encuentra afectada por dos declaraciones como Monumento: la del mencionado Decreto de 22 de abril de 1949 y por la declaración como Monumento Histórico Nacional por Real Decreto de 23 de febrero de 1983.
Esta ermita está situada en la ladera Sur del cerro del Castillo, sobre una falda de suave pendiente, distante unos 300 m del casco urbano, presentando una sola nave que estaba cubierta a dos aguas con un presbiterio de planta cuadrangular cubierto a cuatro aguas sobresaliendo en altura sobre la nave, cuya cubierta también se ha perdido. En la fachada de los pies se alzaba una espadaña de la que aún se conservan restos y de un atrio cerrado que la antecedía con una portada renacentista aún visible. Toda la parcela, excepto el lado oeste, se encuentra rodeada por un recinto amurallado, localizándose en la parte sur los restos de una poterna y en el ángulo más occidental los de una posible torre. En el este, se encuentra la puerta de acceso interior de la ermita y restos de la muralla con tres merlones, uno de ellos coronado con capuchón.
El origen de la primitiva fábrica del siglo XIV, es deducido por los restos de los arcos ojivales de la cabecera y el arco de herradura apuntado del muro sur de acceso a una desaparecida dependencia. A mediados del XV se le levantaría un pórtico y posteriormente la nave de la Iglesia con arcos transversales y gruesos contrafuertes. Al XVI correspondería el casquete esférico de la capilla mayor y las pinturas murales del mismo. De fecha posterior sería el pórtico con columnas clásicas también desaparecido. La iglesia gótico-mudéjar, según Angulo, está concebida de forma extraña con la capilla mayor en un ángulo del edificio, composición anormal en Andalucía que sólo se repite en la de San Benito de Porcuna en Jaén.
La Iglesia parroquial de Ntra. Sra. de la Consolación de El Pedroso se construye hacia el año 1400 según los caracteres del estilo gótico-mudéjar remodelada en los siglos XVI y XVIII. Es de destacar su carácter exento en el centro de la población y en la cota más elevada constituyendo un hito fundamental de su imagen urbana.
De la primera época conserva la capilla bautismal cubierta con bóveda de crucería con terceletes. Entre 1556 y 1561 se modifica la estructura original pasando de ser de tres naves a una sola y añadiéndole una serie de dependencias como la Capilla Sacramental y la Sacristía, realizadas por el Maestro Mayor del Arzobispado Hispalense Pedro Díaz de Palacios. A esta segunda fase corresponden los dos primeros tramos de la nave cubiertos con bóvedas vaídas que al exterior serían aterrazadas, observándose aún bajo la cornisa del tejado las gárgolas de piedra para el desagüe. En la segunda mitad del XVIII se llevan a cabo nuevas reformas y ampliaciones debido a los derrumbes provocados por los movimientos sísmicos de 1755, 1761 y 1763, lo cual, unido al aumento de la población, provocó la prolongación de su nave en tres nuevos tramos a los pies cerrados con bóvedas de cañón con arcos fajones sobre pechinas, disponiéndose en los laterales una serie de capillas sin comunicación entre sí y situando en las dos primeras las puertas de acceso. A esta estructura principal se adosan en el primer tramo otras capillas como la Sacramental cubierta con cúpula casetonada y la torre. En esta nueva intervención sobresalen sucesivos Maestros Mayores del Arzobispado como Ambrosio de Figueroa, José Álvarez y Antonio de Figueroa.
El interior alberga bienes muebles de singular relevancia afectados por la inscripción del inmueble como consustanciales a su historia, son: el Retablo Mayor, de estilo barroco, tallado en madera, policromado y dorado, trazado hacia 1727 por Luis de Vargas con la imagen de la Virgen con el Niño de finales del S. XVI atribuida a Jerónimo Hernández; el retablo de Ntra. Sra. del Rosario, en la capilla del primer tramo, realizado hacia 1630 según estilo manierista; los dos cuadros del arcángel San Gabriel y
el del arcángel San Miguel, situados en el arco toral, muy próximos a la figura de Domingo Martínez; el cuadro de la Inmaculada Concepción con el Niño, de la segunda mitad del XVI, atribuido a Pedro Villegas y Marmolejo; el antiguo retablo de la Inmaculada, actual de San José, obra realizada en 1608 por Martínez Montañés; la imagen de Santa Ana, de las denominadas tríplex por llevar con ella a la Virgen y al Niño, obra de estilo renacentista de la segunda mitad del XVI y el Cristo del Buen Fin, conocido popularmente como de "las Tormentas", magnífica talla de estilo gótico, realizada en el siglo XV, atribuida a Pedro Millán; la pila bautismal, de mármol blanco, taza hexagonal con cabezas de querubines talladas, realizada en la segunda mitad del XVI según el estilo renacentista; la imagen de la Inmaculada Concepción, obra de Martínez Montañés, realizada entre 1606 y 1608; el retablo de Ntra. Sra. del Rosario, procedente de la antigua Hacienda de la Cartuja del Pedroso, del s. XVIII y estilo barroco y el Órgano, del mismo estilo y fecha.
La Iglesia de Santa Ana de Guadalcanal, se remonta su construcción a finales del S. XV o primeros años del XVI aunque posteriormente se amplió y remodeló en los siglos XVII y XVIII A la primera etapa corresponden la planta rectangular de una sola nave con arcos transversales, el pórtico exterior con tres arcos apuntados enmarcados por alfíces sobre pilares ochavados y la torre fachada de tres cuerpos rematada por chapitel situada a los pies. A la segunda etapa corresponde la decoración de las portadas laterales, adinteladas con pilastras adosadas y flanqueadas con frontón recto partido con hornacina central, la cubierta de la capilla mayor, de bóveda semiesférica, al igual que las cuatro capillas adosadas en los muros laterales. Este inmueble está declarado como Monumento Histórico-Artístico el año 1979 mediante una Resolución puramente nominal. Todavía no se encuentra realizada la documentación técnica por lo que no tiene delimitado su entorno de protección ni los bienes muebles vinculables.
La Ermita de San Benito, en Guadalcanal es una de las muestras más primitivas del arte mudéjar de finales del siglo XV con que cuenta esta apartada comarca de la sierra norte en la provincia de Sevilla.
De esta época perduran en ella una interesante portada y restos de un antiguo soportal que deben entenderse como elementos conservados por la función arquitectónica que desempeñaron en la segunda etapa constructiva que experimentó este templo durante el siglo XVIII. Gracias a ello, podemos hoy contemplarlos como ejemplo de las muchas ermitas que debieron existir de rasgos muy afines a ésta y que en la actualidad son escasas debido a las profundas y muy generalizadas restauraciones que terminaban por distorsionar el primitivo aspecto de estos sencillos inmuebles del ámbito rural.
Sobre este primitivo templo, como se ha apuntado, una posterior etapa constructiva durante el siglo XVIII ocasionó la aportación de una interesante fábrica barroca que apoyada en la anterior, como puede observarse aún en determinadas partes del inmueble, dotó de un aspecto barroco con resabios muy clasicistas el interior al igual que ocurrió en otras ermitas de las cercanías, reformadas en la misma época, resultando una aportación novedosa por la utilización de esquemas de plantas en las que el camarín adquiere una importancia considerable, fruto de su propia función como ermitas destinadas a ser punto de referencia en el peregrinaje, que ha homogeneizado este tipo arquitectónico en la comarca.
De su devenir histórico, como enclave significativo para la población del cercano pueblo de Guadalcanal así como para la de los núcleos de las inmediaciones desde el siglo XV, se tienen crónicas que han demostrado su importancia social y artística mantenida hasta época muy reciente. Las descripciones existentes elaboradas por los sucesivos visitadores de la Orden de Santiago, han reflejado un lugar en y en el que también existieron una serie de obras de arte mueble relacionadas en el presente documento, –hoy desaparecidas desde el saqueo de 1936–, que delatan la importancia desempeñada por este inmueble desde finales de la Edad Media.
Estos municipios mantienen una mediana tasa de población muy vinculada tradicionalmente a la explotación directa de los recursos agrícolas, ganaderos y mineros que ofrece la comarca. Entre estas posibilidades de desarrollo dirigidas a la explotación del medio, destaca desde la antigüedad, el desarrollo de una importante actividad minera, cuya explotación ha persistido hasta el cierre, a principios del siglo XX, de una de las ultimas cuencas mineras de carbón, la situada en las estribaciones de la propia sierra en el término municipal de Villanueva del Río y Minas, parcialmente afectado por la declaración del Parque Natural de la Sierra Norte. Esta característica, junto a la diversidad de actividades que tradicionalmente se han realizado en la zona relacionadas con los sectores agrícola y ganadero y artesanal, han propiciado desde la antigüedad el surgimiento de marcos para la transformación y el almacenamiento de productos derivados del cultivo de la vid, como sus famosos anisados y vinos, de la madera de sus bosques, la proliferación de mataderos y secaderos relacionados con la industria ganadera de monte bajo y dehesa. En su conjunto, configuran un valioso legado de carácter etnológico y etnográfico que en la actualidad no se encuentran representados en el conjunto de los bienes protegidos, teniendo previsto desde esta Delegación Provincial la inclusión de una muestra representativa en el Catálogo General del Patrimonio Histórico de estos elementos y actividades, para lo cual se cuenta con documentaciones técnica ya redactadas y pendientes de proceder a la incoación para la inscripción en el C.G.P.H.A. de la catalogación de los Molinos y Lagares de la Sierra Norte, de la Hacienda de la Cartuja de El Pedroso, de la Fábrica de Hierro también de El Pedroso, o del Pozo de Nieve de Constantina.
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3. Nuria Casquete de Prado, en su libro Los Castillos de la Sierra Norte de Sevilla en la Baja Edad Media, analiza las razones políticas del surgimiento de esta banda defensiva así como su proceso de formación, en el que se adaptaron las estructuras defensivas de época islámica y se levantaron otros baluartes conforme a los sistemas constructivos del gótico europeo.

Notas.-
Bibliografía
ANGULO IÑIGUEZ, Diego: Arquitectura mudéjar sevillana de los siglos XIII, XIV y XV. Sevilla 1932.
CASQUETE DE PRADO SAGRERA, Nuria: Los castillos de la Sierra Norte de Sevilla en la Baja Edad Media. Sevilla, 1993.
CUARTERO HUERTA, B: Historia de la Cartuja de Santa María de las Cuevas y de su filial de Cazalla de la Sierra. Reed. Madrid. 1988.
NOTA: La documentación y fotografías proceden del archivo de la Delegación Provincial de Sevilla de la Consejería de Cultura.

Jesús Cuevas García María Isabel López Garrido
Departamento de Protección del Patrimonio Histórico Delegación Provincial de la Consejería de Cultura en Sevilla

lunes, 5 de noviembre de 2018

El sequito de Isabel de Portugal cruza Guadalcanal

Una boda Real en Sevilla
 El itinerario hasta Sevilla fue Badajoz, Talavera la Real, Almendralejo, Llerena, Guadalcanal, Cazalla, El Pedroso, Cantillana y San Jerónimo. 

        Según el cronista Alonso de Santa Cruz, «por causa de ir a visitar el Reino de Andalucía», determinó Carlos V hacer su casamiento con Isabel de Portugal en la ciudad de Sevilla, que por 1526 vivía un período de apogeo gracias a su importancia en el comercio de Indias. Hizo su entrada la infanta portuguesa en Sevilla el 3 de marzo de 1526 y el emperador una semana más tarde. Pasada la medianoche del 10 al 11 se celebró una pequeña ceremonia en el Alcázar, hora y lugar desacostumbrados para un enlace real. 
Esta boda con su prima, que con 23 años estaba en condiciones de darle un heredero, permitía conciliar sus necesidades económicas como Habsburgo con los deseos de las Cortes castellanas de 1525, que la habían señalado como candidata. Además, continuaba la política de los Reyes Católicos de alianzas matrimoniales con la dinastía Avís portuguesa. Desde su nacimiento, Carlos había estado prometido a una u otra princesa, incluso a la que habría de ser su nuera, María Tudor, hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón. Para dar por terminado este compromiso solicitó Carlos V parte de la dote para la guerra con Francia:«El Rey de Inglaterra V. A. sabe y conoce como no dará un real», escribía el 7 de mayo de 1525 Martín de Salinas. A su fama de galán ha contribuido el renombre de sus dos hijos bastardos: la madre de Alejandro Farnesio, Margarita de Austria, de la relación con la noble flamenca Margarita van Gest, y don Juan de Austria, de sus relaciones con Bárbara de Blomberg.  
         La ceremonia de esponsales por poderes se realizó dos veces, en el palacio portugués de Almeirim, porque después de celebrada la primera el día de Todos los Santos, el 1 de noviembre de 1525, se entendió que la dispensa de parentesco no era suficiente y hubo que solicitar una segunda dispensa a Roma; se repitió la boda el 20 de enero de 1526. El embajador y procurador Carlos Popet, señor de Laxao, fue el encargado de recibir a la infanta en nombre del emperador, que se desposó con Isabel el 23 de octubre de 1525 en la persona de Azevedo Coutinho. 
Grandes señores marcharon a recibir a la emperatriz: desde Toledo, el duque de Calabria; desde Sevilla, el hermano del duque de Medina-Sidonia. Partió Isabel de Almeirim a fines de enero de 1526 acompañada de un brillante séquito, encabezado por Juan III, hasta Chamusca. Sus hermanos Luis y Fernando viajaron con ella hasta la frontera; el marqués de Villarreal, hasta Sevilla. El miércoles 7 de febrero se realizó la entrega entre Elvas y Badajoz, en la misma frontera. El itinerario hasta Sevilla fue Badajoz, Talavera la Real, Almendralejo, Llerena, Guadalcanal, Cazalla, El Pedroso, Cantillana y San Jerónimo. 
Casi todos los testimonios coinciden en el rico recibimiento que preparó la ciudad de Sevilla; algo más suntuoso el del emperador, aunque el coste del palio de Isabel, de plata, oro, piedras preciosas y perlas, no bajó de 3.000 ducados. Cuenta Fernández de Oviedo que salieron a recibir a la emperatriz todos los oficios, cabalgando porque por las lluvias de aquellos días había mucho lodo. Los dos Cabildos, el eclesiástico y el secular, se apearon en San Lázaro y le besaron la mano en la litera donde venía. En la puerta de Macarena salió Isabel de la litera y subió en una hacanea blanca muy ricamente aderezada. Allí la tomaron debajo de un rico palio de brocado, con las armas imperiales y las suyas bordadas en medio. Iba entre el duque de Calabria y el arzobispo de Toledo. Había junto a la puerta un arco triunfal muy grande y muy bien obrado y desde allí hasta las gradas de la Catedral siete más. Porque en los recibimientos reales del XVI el espacio real desaparece, se redefine. La arquitectura efímera, la música, las campanas, los faraones y las antorchas, los tapices, los vestidos, las joyas, la juncia, el junco o el romero, el pueblo en las calles, todo contribuye a crear un espacio festivo y un tiempo diferente del habitual al interrumpir la vida cotidiana. La vista y el oído tienen gran importancia en la fiesta, pero también el olfato; así, en el séptimo arco que atravesaron Isabel y Carlos, gradas de la Catedral siete más. Porque en los recibimientos reales del XVI el espacio real desaparece, se redefine. La arquitectura efímera, la música, las campanas, los faraones y las antorchas, los tapices, los vestidos, las joyas, la juncia, el junco o el romero, el pueblo en las calles, todo contribuye a crear un espacio festivo y un tiempo diferente del habitual al interrumpir la vida cotidiana. La vista y el oído tienen gran importancia en la fiesta, pero también el olfato; así, en el séptimo arco que atravesaron Isabel y Carlos, el de la Gloria, a los pies de la Fama, dos grandes braseros –que muy bien pudieron ser reales–exhalaban perfumes. 
La entrada real es una manifestación más del discurso monárquico, del «teatro de las instituciones», pleno de imágenes, conceptos, palabras, música, color... En las entradas reales, con sus programas iconográficos, se da forma plástica y sensorial a lo ideológico, a lo simbólico, y a ello contribuyen los arcos triunfales, decorados efímeros, perecederos habitualmente, que disfrazaban y ocultaban la arquitectura fija. Estos arcos, que tenían como referente los erigidos en Roma en honor de los vencedores, enmarcaban con emblemas y otros elementos el paso del homenajeado, e incluso a veces se utilizaron para escenificaciones. Las artes, arquitectura, pintura, escultura, música, poesía, prosa, se aglutinaban en la fiesta. Los arcos se llenaban de emblemas –texto, en castellano o latín, con imagen, poesía figural o «poesía mural», según la denomina Simón Díaz– como medio de visualizar conceptos. Conocemos el nombre de las personas que concibieron el programa del recibimiento regio de 1526. Los canónigos del Capítulo nombraron a Francisco de Peñalosa, poeta y músico, que por haber residido largos años en Roma estaba familiarizado con la cultura humanística; a Luis de la Puerta y Antolínez, licenciado y provisor del Arzobispado, con inquietudes intelectuales tales que dotó de veinte becas a la Universidad de Salamanca, y a Pedro Pinelo, de la famosa familia genovesa afincada en Sevilla. El Ayuntamiento designó a Pedro de Coronado, escribano de Sus Majestades y su notario público. 
Entre los elementos estáticos del aparato ceremonial que preparó Sevilla para recibir a Sus Majestades destacan siete arcos triunfales –simbolizaban las virtudes que debe poseer un soberano: Prudencia, Fortaleza, Clemencia, Paz, Justicia, Fe; el último era el dedicado a la Gloria– «de grandísima costa y arte, repartidos en los lugares más públicos» como son la Puerta de la Macarena, Santa Marina, San Marcos, Santa Catalina, San Isidoro, San Salvador y las gradas de la Catedral. Dice Sandoval que el séptimo estaba hecho «con tanto primor, que admiraba»; informa así el cronista de las costumbres perceptivas del público. Varias relaciones han dejado testimonio detallado de estos arcos, aunque unos están descritos con más profusión que otros y conforme avanzamos en la lectura de los documentos más extensos, los datos que nos ofrecen disminuyen. No ha quedado ningún testimonio gráfico que muestre la forma de asociarse texto, imagen y arquitectura efímera, lo que hubiera sido interesante porque se sabe que el excelente pintor Alejo Fernández participó en los arcos de 1526. 
Para la ocasión, las calles se llenaron de gente; Sevilla hizo venir a personas de todas sus villas y lugares. La entrada real, fasto que se define por la confluencia ciudad-corte, tiene en la exhibición uno de sus ingredientes fundamentales. La fiesta cortesana es un todo teatral cuyos elementos se conjugan en una visión idealizante; la sociedad lujosa y exhibicionista se entiende como sociedad ideal. Por eso la fiesta necesita espectadores que llenen el espacio público y participen con su presencia y sus gritos de exaltación –el pueblo mira y admira–. Se disponía la ciudad a modo de gran teatro urbano con los elementos que componen la teatralidad cortesana: la música, el engalanamiento de las calles con tapices, faraones y antorchas y el engalanamiento de los cuerpos con el vestido, tal como lo analizo en mi libro ”Fastos de una boda real en la Sevilla del Quinientos. Estudio y documentos” (Universidad de Sevilla, 1998). El vestido es la diferencia de clase y la exhibición de poder, el vestido clasifica el calendario, especializa las fiestas. Iba la emperatriz de raso blanco forrado en muy rica tela de oro y el raso acuchillado, con una gorra de raso blanco con muchas piedras y perlas de gran valor y una pluma blanca en ella; sus joyas eran tantas, que valían un tesoro. Por las adornadas calles sevillanas acompañaban a la emperatriz el arzobispo de Toledo, el duque de Calabria, el marqués de Villarreal, el obispo de Palencia, muchos señores de título como el duque de Béjar y gran número de caballeros y prelados de Castilla y Portugal, reproduciendo la comitiva, en pequeña escala, la sociedad: el rey o la reina, bajo palio, asistidos por principales funcionarios de Estado, la nobleza, la pequeña aristocracia, varios representantes del clero y, del tercer Estado, oficiales públicos y los gremios. Dominando el espacio festivo, los símbolos de la Monarquía. 
En las gradas de la Catedral la esperaba solemnemente el Cabildo de la iglesia con todo el clero y cruces de las iglesias de la ciudad. Los señores de la Iglesia habían hecho en la Puerta del Perdón un arco muy suntuoso con un cielo en medio en el que ángeles y un corro de mozos de coro en figura de las virtudes, cada uno con su insignia, cantaban con suave melodía. Todos recibieron a Isabel primero y a Carlos días más tarde y los acompañaron con dulces cantos al interior de la Catedral o, lo que es lo mismo, al cielo. Isabel oró en el altar mayor en un rico sitial; después salió por otra. 
Estas ceremonias de recepción tenían un gran valor propagandístico, eran parte fundamental del teatro del Poder. Los recibimientos seguían tan fielmente lo establecido, plasmando visualmente un código, que no pueden dejar de ser estudiados desde el punto de vista de la teatralidad. De hecho, la descripción que las relaciones o documentos hacen de la entrada de Isabel en Badajoz y Sevilla, de Carlos V en esta ciudad y de las entradas conjuntas en Ecija, Córdoba y Granada presentan un gran parecido formal: recibimiento civil, con el encuentro de las comitivas, el discurso de bienvenida, la confirmación de los privilegios y la entrega de llaves; desfile procesional; recibimiento religioso, con el encuentro de la comitiva real y el Cabildo, el juramento de guardar las inmunidades de la Santa Iglesia y la visita a la iglesia y oración; cortejo hasta el alojamiento. El 10 de marzo, con gran retraso respecto a los planes iniciales, que hablaban de fines de noviembre, llegaría Carlos V desde Illescas, donde había ratificado el Tratado de Madrid con Francisco I. El emperador hizo su entrada solemne acompañado, entre grandes hombres, por el cardenal Salviatis, legado del Santo Padre. Iba Carlos en cuerpo, vestido con un sayo de terciopelo con tiras de brocado por todas partes, con una vara de olivo en la mano y en un caballo blanco con algunas manchas negras. Lo esperaban representantes de los distintos estamentos, que ofrecían entre todos un espectáculo de intenso colorido: ropas rozagantes de raso carmesí y gorras de terciopelo, con muy ricas medallas puestas en ellas y con grandes y riquísimas cadenas de oro de diversas y artificiosas hechuras, varas, con los cabos teñidos, libreas de grana, sayones de terciopelo, capuces y caperuzas amarillas... 
Las fiestas de la boda se prometían grandiosas pero finalmente se celebraron con pocos gastos; se dijo que por la Cuaresma y por el luto por la reina de Dinamarca, hermana del emperador. Los festejos se suspendieron durante la Semana Santa. Desde Pascua comenzaron justas, torneos, cañas y toros. En el XVI, torneos y las justas eran los festejos preferidos por los nobles. Aunque menos interesantes para el público que los medievales, pues apenas conservaban un resto de su antigua aplicación militar, mostraban igualmente las destrezas de los caballeros y seguían considerándose, según R. Strong, como un entrenamiento para la guerra. Muy interesante en este sentido son las palabras de Juan Negro, el cual, refiriéndose a la justa del 6 de mayo de Sevilla, nos cuenta que aunque el emperador recibió un golpe en el pecho no se hizo mal alguno porque la lanza era muy débil, y hablando en general de la justa añade que no fue lo que se esperaba; lo mejor, los vestidos. Las ropas aseguraban el prestigio, la justa y el torneo sólo a veces, de ahí que las relaciones no se centren en la lucha sino en quiénes fueron los aventureros, los mantenedores y los padrinos, quién fue el mejor justador o el más gentil hombre –del más ruin justador por cortesía no aparece el nombre–, cuáles fueron los precios o premios, cómo eran de ricos los vestidos o las guarniciones de los caballos. Y el 13 de mayo de 1526 partieron para Granada Carlos V e Isabel y toda su corte, haciendo su camino por Ecija y Córdoba, por querer visitar estas ciudades, donde fue recibido con gran solemnidad. Carlos V e Isabel hicieron su entrada en Granada el 4 de junio de 1526. 

Mónica Gómez-Salvago Sánchez.- Licenciada en Historia 

lunes, 29 de octubre de 2018

Nuestro Entorno 6

El patrimonio histórico protegido 3/4
  
Monumentos.-
Los castillos en la Sierra Norte de Sevilla son de gran importancia para comprender el proceso secular de la Reconquista en el Reino de Sevilla. Integrados en la llamada “frontera Norte de Sevilla”, formaban una banda de fortalezas de gran protagonismo político y militar que se extendía por la frontera con Portugal al Noroeste y por todo el norte del alfoz  de la Sierra Norte en la Sevilla de la Baja Edad Media.
La influencia que el medio físico ejerció sobre su localización estuvo marcada por las condiciones geográficas que a su vez orientaron las vías de comunicación y los asentamientos urbanos. Estos castillos suponían la hegemonía militar en el territorio y propiciaron bajo su protección campañas repobladoras, pudiéndose afirmar que fueron el origen de muchas de las ciudades desarrolladas en sus inmediaciones, contribuyendo, al tiempo, a su mantenimiento (3).
Los castillos participaron en la formación y desarrollo de un tipo de poblamiento en la Sierra Norte de Sevilla garantizando la presencia de la Corona de Castilla en una zona no excesivamente poblada y pobre, pero siempre reclamada por el reino portugués.
Algunos tienen su origen en las fortalezas pertenecientes al período islámico, como los de Alanís, Cazalla de la Sierra y Constantina, mientras otros fueron construidos en época medieval tras la ocupación cristiana, como el de Real de la Jara. En esta época, la evolución histórica de la Sierra Norte estuvo en buena medida marcada por la presencia de estas fortificaciones siendo un factor prioritario del desarrollo político y económico de la comarca.
Como ejemplo destacado de los existentes en esta comarca, el Castillo de Alanís cuenta con un expediente que se encuentra en la actualidad debidamente documentado, presentando el grado de información que se tiene por objeto alcanzar para el resto de los castillos declarados B.I.C. Esta fortaleza se encuentra en un punto de confluencia de las principales carreteras de la comarca oriental de la Sierra Norte, en el eje de comunicación de Sevilla con Cazalla y limitando su término con el Sur de Badajoz, enclavado en un cerro al Sur del núcleo urbano, en el punto más elevado del término destacando como referente obligado en las visuales creadas desde distintos puntos de la población.
Responde al tipo de fortaleza medieval de frontera, con recinto amurallado hexagonal irregular y una torre adosada en forma de saliente en la zona Noroeste y está construido en su totalidad con piedra caliza de la zona. Estilísticamente es similar a otros de la denominada “banda gallega”, presentando un maridaje entre sistemas constructivos y elementos no estructurales y decorativos mudéjares y del gótico tardío.
Su construcción está constatada hacia 1392, según las Cuentas del Mayordomazgo Mayor de Sevilla, en las que se hace referencia a diferentes obras realizadas en el mismo, siendo entregado en 1477 a los Reyes Católicos en el Alcázar de Sevilla. A partir de entonces, no produciéndose cambios sustanciales en el control político del territorio, fue sufriendo un proceso de deterioro desde el S. XVII, aunque previamente fuera testigo de la rebelión morisca de 1567 y del hospedaje de Felipe II en 1570 en su paso hacia la ciudad de Sevilla. En el S. XIX las tropas francesas lo reedificaron, como hicieron con otros tantos, dejándolo nuevamente abandonado.
La incidencia de este castillo con el núcleo urbano es importante al asentarse en un lugar prominente de la falda del llamado “Cerro del Castillo”, en la travesía de la carretera local procedente del vecino municipio de San Nicolás del Puerto, conformando un enclave de sumo interés patrimonial junto al Ayuntamiento, la Iglesia Parroquial, las casas de mayor valor arquitectónico y la ermita de San Juan, lugar desde el que se establece una posición de dominio sobre un amplio sector de la sierra. Por este motivo se ha considerado procedente la propuesta de delimitación de un entorno en el que confluyan las relaciones de este B.I.C. con el resto de los espacios públicos e inmuebles, como la cercana Iglesia Parroquial de Santa María de las Nieves, logrando una figura de protección que afecte a la zona de mayor importancia histórica y arquitectónica de la población.
Logrado el establecimiento del poder militar por parte de la Corona de Castilla mediante la implantación de estos castillos y recintos amurallados, un capítulo importante en el proceso de la consolidación del orden cristiano sería el asentamiento del estamento eclesiástico en las tierras tomadas. Como iniciativa primordial, la fundación de las Iglesias Parroquiales en la Sierra Norte de Sevilla supone una de las empresas desarrollas en los primeros años de la conquista, motivo por el que este tipo arquitectónico conforma un conjunto de inmuebles que mantiene unas características constructivas y estilísticas que permiten establecer rasgos definitorios comunes. Estos templos responden a edificios que se construyen según las características del estilo gótico-mudéjar de los siglos XIV y XV, en los que se consolida, debido a las circunstancias políticas de la época, un aspecto fortificado y de gran entidad constructiva. Sus fábricas presentan muy comúnmente muros levantados en piedra de extremado grosor, arcos diafragmas con contrafuertes o pilares y arcos apuntados de buena factura y cubiertas frecuentemente cerradas con cantería, soliendo predominar las iglesias denominadas de torre-fachada. La mayor par te han sido objeto de transformaciones durante el siglo XVI, período de esplendor económico de la sierra que contribuyó a la ampliación o el enriquecimiento de muchas de ellas, al igual que en el S. XVIII, cuando, a causa de los efectos del terremoto de Lisboa, se hizo necesario la reparación de las estructuras que quedaron maltrechas a la vez que la incorporación de programas decorativos adaptados a los gustos del barroco que incidieran en determinadas partes de los inmuebles restándoles la gran presencia del aspecto defensivo. Su ubicación en los núcleos originarios de las poblaciones, próximas a los Castillos y a los principales edificios civiles, las convierten en centros de importantes valores patrimoniales por su referencia en el parcelario histórico y, en casi todos los casos, por servir de contenedores que custodian un importante tesoro de piezas retablísticas, escultóricas, pictóricas o suntuarias.
La Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de las Nieves de Alanís, presenta una estructura primitiva gótico-mudéjar del S. XIV, como demuestran las bóvedas del presbiterio, las dos portadas y la torre fachada de los pies del templo. Durante el S. XVI se efectuaron en ella algunas remodelaciones, teniendo como resultado el levantamiento de la Capilla de los Melgarejos. En el XVIII fue cuando se produjeron las principales alteraciones, sobre todo las realizadas tras el terremoto de Lisboa de 1755 con gran acierto, conformando una armónica simbiosis entre ambos estilos que permite considerarla como uno de los templos más singulares de la Sierra Norte sevillana.
Las obras fueron realizadas por el maestro alarife José Candil, siguiendo los informes de 1757 del Maestro Mayor del Arzobispado Pedro de San Martín, informándose dos años después la finalización de las mismas por Pedro de Silva. Estas obras consistieron fundamentalmente en la transformación interior de los pilares, arcos y cubiertas en el interior del edificio.
Situada al pie del Castillo, muy en el borde del núcleo urbano, centra la espaciosa plaza del Ayuntamiento en el lado norte. Se trata de una iglesia de tres naves, cortadas las laterales al inicio del presbiterio, por lo que éste destacaba en solitario, hasta que esta disposición se alteró por la construcción de un cuerpo bajo poligonal que se le adosa y al tramo oblicuo del ábside en el lado norte y por la presencia de la sacristía en el lado sur. A los pies emerge la torre-fachada coronada por un exiguo cuerpo de campanas que se remata en un chapitel piramidal.
En la documentación técnica realizada al efecto, además del entorno de protección, se propone vincular al inmueble los siguientes bienes muebles: la pila Bautismal, del s. XV y estilo mudéjar; las puertas del presbiterio pertenecientes al S. XVI y de estilo renacentista; los zócalos de azulejos del XVI, realizados mediante la técnica de cuenca y cuerda seca; el retablo mayor, obra gótica del círculo de Sánchez de
Castro realizado hacia 1500 con un total de 13 pinturas sobre tablas que representan escenas de la vida de Cristo y de los Santos y las pinturas murales barrocas de las bóvedas del presbiterio, realizadas a finales del XVII.
La Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Consolación de Cazalla de la Sierra se encuentra enclavada en la parte más elevada del promontorio al Sur de la población. Es un edificio completamente exento junto al que se sitúa una de las entradas de la antigua muralla almohade. Originariamente construida en estilo mudéjar, fue ampliada en el S.XVI debido al auge económico y al alza de la población con un lenguaje renacentista que respetó la traza original.
No hay noticias documentales acerca de los maestros que realizaron esta intervención comenzada en 1538, aunque, por sus características y calidad técnica, puede relacionarse con intervenciones dirigidas por los Maestros Mayores de la Catedral Hispalense Diego de Riaño y Martín Gaínza. En este edificio, la superposición de estilos permite apreciar tres fases superpuestas: la mudéjar, mantenida en los pies y la cabecera, que responde al tipo generalizado de las iglesias medievales de la Sierra Norte de tres naves, con torre-fachada y ábside poligonal; las muestras de estilo renacentista, apreciadas fundamentalmente en las reformas del interior que transforman totalmente la primitiva construcción medieval en la que destacan los soportes con sus remates derivados de los empleados en la Sacristía Mayor de la Catedral Hispalense y el sistema de cubiertas de bóvedas vaídas con casetones, pudiéndose considerar uno de los mejores ejemplos del renacimiento andaluz por su extraordinaria factura. En el siglo XVIII, este templo sufre una tercera transformación realizada por Pedro Francisco López, siendo una intervención que se limitó al enmascaramiento de las primitivas cubiertas del tramo de los pies y al levantamiento de las portadas laterales barrocas.
En la documentación actualizada, además de contemplar un entorno de protección, se han incluido como bienes muebles vinculados al edificio los siguientes: el retablo mayor, obra anónima protobarroca realizada en el S. XVII en la que se exhiben temas en altorrelieve de la vida de Cristo como la Anunciación y la Circuncisión y las imágenes de San Pedro y San Pablo, realizados entre 1592 y 1620 por los escultores Juan de Oviedo y la Bandera, Artús Jordán y los maestros pintores Francisco Cid, Diego de Campos, Vasco Pereira, Antón Pérez y Miguel y Lucas Esquivel; la pila bautismal, pieza destacada del S. XV realizada en mármol de estilo mudéjar y una lápida renacentista del mismo material labrada en 1538, según figura en la inscripción: “EN EL AÑO DE NUESTRO/ SEÑOR JESU/ CHRISTO DE MD Y XXXVIII AÑOS SE COMENZO ESTA/ IGLESIA NUEVA“, inscripción que aproxima la datación de las obras renacentistas.
La Cartuja de Cazalla de la Sierra es un conjunto cenobítico cartujo que gestado desde el S. XV como filial de la Car tuja de Santa María de las Cuevas de Sevilla. Fue concebido como lugar de retiro de los monjes en edad provecta eligiendo un emplazamiento en el que, al parecer, ya existía un monasterio jerónimo.
Situado a 5 Km del pueblo de Cazalla, está asentado sobre una terraza desde la que puede admirarse un bellísimo paisaje natural de frondosa vegetación, entre las que discurren los antiguos caminos y trochas de conexión con la Ruta de la Plata.
Su construcción se inició contando con que la climatología y la falta de recursos económicos provocaron constantes intentos de traslado entre los siglos entre los XVI al XVIII, si bien, permaneciendo con gran cantidad de incidencias, en la tercera década de  éste último siglo, experimentó un leve auge económico que permitió su conclusión y el remoce de las zonas primitivas gracias a las donaciones privadas. En 1810, fue saqueada y desalojada con motivo durante la invasión francesa, recuperando su función prontamente hasta su decline definitivo en 1836. Desamortizado todo el conjunto, quedó totalmente en ruinas llegando incluso a estar prácticamente cubierto por la tierra y ocupado por la foráz vegetación de la zona, hasta que durante los años sesenta del siglo XX fue adquirida junto a su finca por su actual propietario que intenta adaptarla para uso hotelero Las ruinas consolidadas permiten observar las transformaciones concretas efectuadas en este inmueble así como la peculiar evolución de este tipo de edificios cartujos. En esencia presenta tres núcleos fundamentales organizados alrededor de tres claustros a los que se accede a través de una gran arcada de estilo clásico labrada en sillería formada por dos pilastras toscanas que enmarcan un arco de medio punto. A su derecha se sitúa la "Capilla de los Peregrinos", una construcción rectangular de ladrillo y mampostería, que corresponde a la tradicional “capilla de afuera” existente en todas las Car tujas para atender a los fieles venidos de lejos y preservar la intimidad de los monjes. Siguiendo el eje de la entrada se llega a la Iglesia precedida por un pórtico en el que se abre un gran arco mixtilíneo de trazas dieciochescas tras el que aparece la portada principal presidida por la imagen de San Bruno.
La Iglesia es de una sola nave cubierta con bóveda de cañón con lunetos, compartimentada en cuatro tramos por arcos fajones que apean sobre pilastras toscanas. El presbiterio es de planta ochavada, se cubre con nervadura de raigambre gótica de ladrillo y antecede a la Sagrario, cubierta con falsa cúpula sobre pechinas y decorada por un complejo programa iconográfico con temas como la Apoteosis de San Bruno, en la cúpula, y los Evangelistas en las pechinas.
Al exterior, sobre el muro derecho del presbiterio, se levanta la gran espadaña que supone un inevitable hito paisajístico desde la lejanía ricamente decorado con estípites, volutas, placas recortadas y remates de bolas cerámicas. En sus inmediaciones se extiende el claustro principal, de planta cuadrada y con la galería perimetral, hoy casi totalmente destruida, permitiendo sus escasos restos interpretar las formas originales de los pilares de ladrillo ochavados.
Sus muros estuvieron recubiertos con zócalos de azulejos de cuenca del S. XVI, mientras que, sobre ellos, se conservan escasos testigos de pinturas murales de estilo gótico-mudéjar.
En el lado contiguo a la espadaña se sitúa la Sala Capitular y el segundo gran claustro que enlaza con el primero a través de un sistema de galerías cubiertas con bóvedas de aristas labradas en ladrillo. Esta es la zona más recóndita del conjunto, a través de la cual se enlaza con otro pequeño claustrillo de planta rectangular en el que se encontraban las antiguas celdas y en cuyo flanco izquierdo, se situaba la primitiva iglesia después adaptada a cocina. La totalidad del recinto Conventual se declaró B.I.C. en 1996, teniendo delimitado un entorno de protección que comprende los propios límites de la finca en la que se ubica.

Jesús Cuevas García y María Isabel López Garrido
Departamento de Protección del Patrimonio Histórico Delegación Provincial de la Consejería de Cultura en Sevilla