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domingo, 20 de junio de 2021

La lluvia infinita 11/18


Capítulo 11

Diario de Pedro de Ortega 10

2 DE MARZO.

A la ruina no se le había olvidado ni nuestro nombre ni dónde estábamos, pues durante estos dos últimos días sé han desatado tales tormentas, y el mar se ha embravecido de tal manera, que tuvimos que trabajar con denuedo en las naos para que no se nos hundieran.

Las hemos salvado.

 Pero no al bergantín.

Cuando hemos llegado a la playa, a media mañana, hemos comprobado que la Naturaleza ha querido que todos nuestros esfuerzos anteriores fueran en balde.

Hay que empezar otra vez, Isabel.

El propio Mendaña, compadecido, ha ordenado que se espere a mañana para rehacer el bergantín.

Juan de Torres ha dicho misa, y en ella hemos pedido a Dios que se acuerde de nosotros y que si debemos trabajar, trabajaremos, pero que apelamos a su misericordia infinita para no tener que reandar lo andado.

El resto del día lo hemos empleado en holgar, si es que aquí se puede descansar, y en tomar del mar parte de lo que nos ha robado.

Los peces que hemos pescado eran pequeños y con muchas espinas, pero muy sabrosos.

Mi barba, Isabel, es ya más blanca que negra, como si llevara diez años en esta isla.

5 DE MARZO.

Sólo un suceso ha ocurrido hoy digno de ser reseñado en esta memoria.

Un sólo suceso pero no pequeño.

Se ha presentado un indio con una mujer toda herida y magullada.

Hemos entendido que era su esposa.

Nos decía el indio, pues Sarmiento ya domina algo de su lengua, que uno de los nuestros, ayer, había pretendido forzarla.

Nos ha señalado al hombre: Pedro Esquivias, rufián que lo ha negado todo.

Pero ella se ha acercado, ha señalado el cuello del marino, en el que se apreciaba una larga señal, como de un arañazo, y luego, nos ha mostrado su larga uña. Ella se lo había hecho.

Entonces, Esquivias se ha defendido diciendo que primero se le acercó ella y se mostró muy solícita, a lo que el respondió, muy cariñoso, y que cuando quiso ir un poco más lejos, se le revolvió como una loba.

He ordenado azotar al esposo de la india y a Esquivias, que ha perdido el conocimiento primero. Luego tenían razón el indio y su mujer.

Y tenía razón yo cuando le dije a don Lope que debíamos llevar soldaderas en esta armada. Pero él no quiso, Isabel.

6 DE MARZO.

La lluvia ya no es infinita, sino esporádica.

Hoy me he sentado sobre una peña de la playa, para ver atardecer.

Me he estremecido por vez primera desde que llegué a Santa Isabel.

A tu isla, Isabel.

8 DE MARZO.

Dios se ha puesto de nuestro lado: la lluvia ha desaparecido.

Y, de repente, Isabel, esta isla parece la patria de la luz.

27 DE MARZO.

Mendaña ha decidido, en honor a su tierra, llamar Santiago al bergantín.

Ha ordenado después al piloto Pedro Rodríguez, timonel de la capitana, que boje, junto con Enríquez y dieciocho hombres, Santa Isabel para averiguar por qué parte de ella se ven más islas, y para comprobar cómo se maneja el pequeño velero en estas aguas en las que los bajos y los arrecifes parecen tener ojos y oídos.

Los indios no han vuelto a molestar; se ve que el castigo que se les ha dado hace tres días les ha hecho recapacitar.

O será que sus funerales duran todavía más que los nuestros.

28 DE MARZO.

Con el alba ha zarpado el bergantín, y los franciscanos han rezado por un buen viaje.

Nosotros les hemos seguido en sus rezos.

He de decir, Isabel, que se ha hecho un buen trabajo, pues el Santiago surca estas ladinas aguas con gran agilidad.

La desaparición de la lluvia, hace ya casi un mes, ha sido nuestra más útil herramienta.

Los atardeceres en Santa Isabel siguen siendo descomunales.

Ni en Panamá son tan bellos.

30 DE MARZO.

Ha llegado hoy el Santiago, tan gallardo como cuando partió, y Mendaña nos ha convocado, en el acto, en su cámara de la capitana.

Rodríguez y Enríquez han mostrado su parecer: hacia el Sureste han visto muchas islas, que desde el bergantín parecen tan grandes, al menos, como Santa Isabel.

El viento les ha acompañado y el Santiago se muestra dócil en estas aguas.

El almirante ha dicho que con eso bastaba y que esa era 1a derrota que convenía seguir.

Todos hemos asentido y Sarmiento, que desde que Mendaña le comunicó hace tres semanas que no iría en el bergantín guardaba un silencio absoluto, no ha abierto en ningún momento la boca.

A mí también lleva tiempo sin hablarme; debe entender que no he mediado por él ante Mendaña para acompañarnos en el Santiago. Tiene razón si piensa así.

Pero llevar a mi lado a Sarmiento y a Gallego me obligaría a tirar por la borda a los dos, a no ser que prefiera que acabemos todos en el fondo del mar.

Ya le llegará la hora del desquite si las cosas siguen como hasta ahora.

31 DE MARZO.

Hemos visto indios merodear entre las palmeras, pero no se han acercado.

Era, pues, gente de Bile, que anda temerosa todavía desde el último castigo.

Mucho dolor, pues, debimos provocarles.

Como dolor me provoca a mí también tan larga separación, Isabel.

1 DE ABRIL.

El júbilo se ha desatado entre los hombres que no van a ir en el bergantín, pues desde que el tiempo ha mejorado nadie quiere embarcarse.

Tan poca disposición me ha enfurecido y he estado a punto de azotar a alguno de ellos.

Jerónimo es quien me ha parado.

Él sí viene conmigo.

Así lo he pedido yo, pues cada vez aborrezco más tanto a los marinos como a los soldados, y necesito un rostro querido en este viaje que no sabemos cuán largo ha de ser.

2 DE ABRIL.

Hoy se debía haber cargado todo lo necesario para el bergantín, pero se ha desatado tal tormenta que hemos tenido que trabajar para que no se nos escapara mar adentro.

Más de media jornada se nos ha ido en sujetarlo y reparar los daños, aunque pequeños, que ha sufrido el Santiago.

Así que hemos dejado el abastecimiento para mañana.

3 DE ABRIL.

Hemos cargado el Santiago con grandes cantidades de cocos, ñame, jengibre y palmas para conservar los peces que pesquemos; el resto: pólvora y mechas para que los arcabuces nos defiendan.

A media tarde se ha decidido largar celas, pero no se saldrá hasta mañana, ya que el viento no acompañaba. Antes de marchar a la almiranta a descansar, se me ha acercado Sarmiento, que ha surgido de entre las sombras: -Cualquiera costa que tenga más de doce leguas de extensión puede ser alguno de los extremos del Gran Continente Austral. Signe, señor Ortega, bien su posición, pues puede ser la llave del más grande descubrimiento desde el de América. Prométame, señor maestre de campo, que así lo hará. Así lo he hecho.

Ello, Isabel, no cuesta nada.

Luego, he mirado la Cruz del Sur, y a ella y a la Virgen de Guaditoca, patrona de mi pueblo, me he encomendado.

4 DE ABRIL.

Un fuerte viento ha rajado casi todo el velamen del bergantín apenas hemos salido del puerto.

Estaba mal cosido y aparejado por las malas prisas.

¿Es que Dios, acaso, no quiere que dejemos nunca esta isla?

7 DE ABRIL.

Un día entero se tardó en arreglar las velas del Santiago; pero tampoco pudimos hacernos a la mar porque el viento, si antes vociferante, luego se tornó mudo. Pero esta mañana, por fin, lo hemos hecho.

Al poco de bojar Santa Isabel, y ya con derrota del Sureste, hemos visto dos isletas y una isla grande, que se encuentra a unas seis leguas del puerto en que han quedado fondeadas las naos.

Las dos isletas no tienen más vegetación que palmeras y deben estar despobladas, pues no nos han salido indios en canaluchos ni hemos logrado ver pueblos o bohíos.

Hemos gobernado el bergantín hacia la isla más grande, pero el viento ha amainado y no creo que lleguemos a ella hasta mañana.

Es la mar tan serena ahora, cuando escribo esto, que no parece que naveguemos, sino que estamos suspendidos en el aire.

La Cruz del Sur, que de tan brillante parece que se nos ha acercado, nos une, Isabel.

Hoy me he acordado de Pedro, al ver como la brisa, cuando soplaba, espoleaba la larga cabellera de su hermano Jerónimo.

 Jesús Rubio Villaverde. 1999 

domingo, 13 de junio de 2021

Reflexiones

La Libertad es un arma de doble filo

El agua se desparrama por el pretil de la ancha alberca de la huerta. Va calentar el sol cada vez más y la tierra, reseca, acoge agradecida el reguerito de agua fresca derrama la alberca.

A las dos de la tarde, el campo en verano se deja aplastar por el calor y el silencio. Sólo un moscardón o un gran abejorro zumba inquieto sin que sepamos nunca dónde la calina derrite los sesos de un pollino, inmóvil como una gran figura de peluche desvahído, que se acoge a la sombra de una higuera enorme que hay unos pasos más allá. No se inquieta el asno por los movimientos y las voces estridentes del grupo de chavales que chapotean en la alberca redonda y grande. Ahora uno de ellos, apoyándose en el borde salta fuera ágilmente. Lleva un bañador oscuro, azul marino, con peto y tirantas. El bañador de esos que eran comunes allá por los años cincuenta cuando apenas hacía apenas más de diez años que había concluido la guerra civil.

    Entonces todavía nadie pensaba en democracias ni en políticas. España comenzaba a levantarse de una catástrofe espantosa que había costado las mejores vidas de gente en uno y otro bando.

    Comenzábamos a olvidar. Las heridas sanaban, quedaban cicatrices enormes en los pueblos y en las almas, pero el mundo entero estaba, por fin, en paz después de sufrimiento y de tanta locura, y las puertas de la esperanza se nos iban abriendo poco a poco. Eran, todavía, años de penuria, de escasez, con los cementerios demasiado llenos y las despensas demasiado vacías. Se comía mal y poco, se remendaban las camisas y los zapatos, se parcheaban las perolas y los cubos y se les daba la vuelta a los abrigos y las chaquetas.

    Los que entonces éramos niños nada sabíamos de huelgas, ni de reivindicaciones laborales, ni de injusticias sociales. Veíamos a nuestros padres luchar a brazo partido con la vida para llevar un jornal al hogar y les admirábamos por su tesón y su constancia. Oíamos que en Sevilla los estudiantes tumbaban tranvías, en lucha con los “grises”, sin saber muy bien por qué lo hacían y nosotros, por solidaridad con ellos, hacíamos novillos en la escuela. Pero nada más. Todo el que tenía un trabajo procuraba cumplir y conservarlo sin querer pensar en más, porque apenas si había derechos y sí muchas obligaciones...

    Después, las hojas del calendario fueron sucediéndose una a otra con vertiginosa rapidez. Los años, la vida, volaban. Mil novecientos sesenta, sesenta y cinco, setenta...

    Francisco Franco, el Caudillo salvador de España para unos, el tirano para otros, admirado y odiado a un mismo tiempo, acaba sus días y se presenta ante el juicio de Dios a rendir cuentas de sus actos. Y ante los españoles se abre un nuevo capítulo de la Historia. Muchos bienintencionados y muchos oportunistas, que aguardaban su momento, salen a la luz.

    “Ahora somos libres” se escucha por doquier. Pero la Libertad es un arma de doble filo, sirve para todo y para todos. Con ella y en su nombre, se puede hacer el bien y el mal, se puede trabajar generosamente por los demás y se puede trabajar egoístamente por uno mismo. Se puede jugar limpio y se puede mentir... Y, sin embargo, es la gran riqueza del ser humano. Ahora, en mil novecientos noventa y cuatro, en la madurez de nuestras vidas, los niños de los años cincuenta, que no fuimos educados en los difíciles vericuetos de la política, nos encontramos, tal vez, desorientados en lo más íntimo de nuestro ser.

    Tenemos, tiene España, la gran oportunidad de progresar en paz y en libertad y está quedando atrás ya el sarampión desorientador de los primeros años de democracia.

    No son estas páginas el lugar idóneo para vaticinios políticos, ni para mostrar preferencias, y no voy a caer en ese ridículo, pero tengo derecho a preguntarme a mí mismo y a todos, noblemente, hasta dónde estamos dispuestos a dar para salir adelante. Sí, tengo derecho, y lo tenemos todos los españoles, a pedir que sean barridos todos los vividores y los los oportunistas, sean quienes sean y del color que sean, para que un viento de honradez y limpieza refresque nuestra patria, nuestras ciudades, nuestros campos y nuestros pueblos.

    Para que todos seamos uno solo, codo con codo, en el común afán de un futuro mejor para nuestros hijos.

Plácido de la Hera

Guadalcanal.- Feria y fiestas 1994

domingo, 6 de junio de 2021

La lluvia infinita 10/18


Capítulo 10

Diario de Pedro de Ortega 9

23 DE FEBRERO. 

           Mendaña ha accedido a mi petición de suprimir los turnos dobles de trabajo. 

Se lo he comunicado acto seguido a todos. 

No han dicho nada. 

- ¿Ingratitud o desconfianza, Isabel? 

24 DE FEBRERO. 

He vuelto a ver la Cruz del Sur, pues ha desaparecido la lluvia y las nubes han huido. 

Las estrellas, que parecían haberse olvidado de esta isla perdida, han renacido con todo su esplendor. 

Hoy, fray Francisco Gálvez se me ha acercado y dicho que los indios de Bile, que ya deambulan entre nosotros como uno más, no le hacen caso, y que, incluso, muchos se ríen de él, especialmente las mujeres, de pechos generosos y desnudos, y lo, niños, de ojos enormes. 

Le he asegurado que mañana, cuando los reúna, me avise, que yo les haré escuchar tanto si les gusta como si no, pues es natural a los hombres, sean de la raza que sean, y obedezcan la religión que obedezcan, atemperar su carácter en cuanto oyen hablar al cuero. 

-Eso lo único elite hará es asustarlos, señor Ortega, y puede que no les volvamos a ver.

Así me ha contestado el franciscano

Y yo le he dicho que entonces no se me queje, pero que, de todos modos, lo haré. 

Veremos, Isabel, quién tiene razón. 

25 DE FEBRERO. 

Lo ocurrido con los indios no tiene explicación, o, al menos, Isabel, yo no la encuentro. 

Cuando fray Francisco ha comenzado a explicar a estos salvajes los misterios de nuestra fe, me he llegado hasta el corro con dos soldados. 

Al poco, tal y como el franciscano me había relatado ayer, han empezado a hablar entre ellos, y a mirar al religioso, y, luego, a reírse, mostrando sus grandes dientes, tan blancos que, en contraste con su negra piel, los alejan de los hombres y los acercan a los monos. 

He ordenado a los soldados que cogieran a uno de ellos y le ataran a una palmera. 

Le hemos azotado y los indios se han quedado, de repente, mudos. 

Mientras le castigábamos, señalábamos al religioso, haciéndoles señas para que entendieran que debían estar callados y atender a sus lecciones. 

De repente, ellos, han señalado al indio y comenzado a reír. 

Eso me ha puesto furioso, Isabel, y he ordenado a los soldados que azotaran al salvaje con más fuerza. Pero no paraban de reír. 

Y cuanto más azotábamos al indio, que era todo él un lamento, más reían. 

Ya fuera de mí, le he arrebatado al soldado el látigo, me he plantado en el centro del corro y he liberado mi brazo contra todos ellos. 

Y ellos corrían y reían sin parar.

Les he perseguido, azotándolos, hasta que la fatiga, y el orgullo herido, que fatiga aún más, han acabado por agotarme. 

27 DE FEBRERO

Llevamos dos días en los que los trabajos han avanzado mucho, porque la lluvia ha sido muy leve, Isabel. 

Dice Sarmiento que, en estas latitudes, la estación de las lluvias está llegando a su fin. Así lo espero. Así lo esperamos todos, pues los huesos, poco a poco, se nos van entumeciendo y hay gente que tose mucho y de muy mala manera, por lo que temo por nuestra salud. Aunque tu recuerdo, Isabel, no es mala medicina. 

28 DE FEBRERO.

Mendaña nos ha citado en su cámara de la capitana para decidir la ruta a seguir una vez se acabe el bergantín.

Y la discusión entre Gallego y Sarmiento ha sido tan vio-lenta que he tenido que mediar para que de las palabras no pasaran a los golpes.

Sarmiento es partidario de cabotar alrededor de Santa Isabel y luego enfilar la proa hacía el Suroeste, en demanda del gran continente austral que sirve de contrapeso al hemisferio norte, según ya dijo Ptolomeo; esa gran tierra debe estar a no más de cien leguas de Santa Isabel. 

Gallego es del parecer de marchar a Sureste, en busca de las islas vistas por mí y por Enríquez. 

De la porfía se pasó a los gritos, de éstos, a los insultos, y, al final, a las amenazas entre ambos.

Al final ha terciado Mendaña. Y lo ha hecho de esta manera: 

-Lo más conveniente es explorar, como dice Gallego, las islas que tenemos más a la mano, pues tenemos noticia cierta de ellas. A mi juicio es arriesgado buscar una tierra que sólo está certificada por leyendas, supersticiones y suposiciones. Y, si aún así existiera, la distancia sólo se sospecha, y se desconoce qué tiempo puede reinar en esas latitudes y, si fuera malo, no estamos seguros de si nuestro bergantín pudiera resistirlo o perderse sin remedio.

Sarmiento quiso replicar, pero Mendaña ha alzado la mano, con gesto brusco y la hosquedad vistiendo su rostro, y dicho:

-Está todo decidido. Sarmiento, no se ha arredrado

-Hemos venido a descubrir, no a barloventar. 

-Y se descubrirá. Hay aquí muchas islas de las que tomar posesión en nombre de Su Majestad, muchos indios que bautizar, y muchas riquezas, aun vegetales, con las que enriquecernos nosotros, don Lope y la Corona.

Así ha quedado Sarmiento, de nuevo, burlado. Y a mí, las razones de Mendaña me han parecido todas muy juiciosas.

29 DE FEBRERO.

Antes de marchar esta mañana a la playa, Gallego me ha requerido para hacerme una confidencia:

-Ya ve usted, señor Ortega, cómo Sarmiento, con su hablar magnético y el ardor con el que baña sus palabras, no ha hecho sino mentirnos a todos. Puso a don Lope el cebo de Ninachumbi y Hahuachumbi, las islas a las que viajaban los incas, y el de Ofir, las islas cuyas riquezas enjaezaron el Templo de Jerusalén, pero lo que él siempre ha buscado es la Terra Australis, porque se cree que es un nuevo Colón.

-Hasta ayer no oí nunca hablar de ese gran continente del Sur. ¿Qué es?

-Desde la Antigüedad, señor, se cuentan leyendas sobre una gran tierra al Sur, que hace de contrapeso al mundo conocido, que está al Norte. Cuando se descubrió la Nueva Guinea se creyó que era la punta occidental de ese continente, y el sur del Estrecho de Magallanes, su parte oriental. La Terra Australis recorre todo el Mar del Sur de un lado a otro, a unas cien leguas de donde nosotros estamos ahora. Por eso, señor, yo me he opuesto a todas las derrotas de Sarmiento, porque su locura y su afán de gloria nos iba a perdernos a todos. –

¿Y cómo sabe usted todo eso?

-Sarmiento lleva años hablando a toda Lima de ese gran continente que él iba a ganar para el rey Felipe II. Nadie le ha escuchado nunca porque toda Lima, señor, sabe que sólo la mano de don Lope ha salvado a Sarmiento de las iras del Santo Oficio.

-¿Y nadie advirtió a don Lope de todo esto?

-Mucha gente, señor. Yo mismo, también. Pero me dijo que, Sarmiento, pese a todo, era un hombre valioso. Sin embargo, nos dio instrucciones a su sobrino y a mí de que si pasaban determinados días y no se veían las islas que Sarmiento decía que existían, mudáramos la derrota más al Norte para ir a las Filipinas. -Pero no hemos ido allí...

-Porque Sarmiento ha vuelto a embaucar a Mendaña. Gallego, por vez primera, me ha parecido sincero, Isabel. Yo estoy confundido.

Le he referido todo a Jerónimo y a Rico, y ambos no han podido ocultar su furia contra Sarmiento, pero he retenido sus afanes de castigo pues el cosmógrafo, al cabo, nos llevó hasta la isla de Jesús y nos ha traído hasta Santa Isabel, que si no la hubiéramos descubierto, ahora estaríamos todos muertos.

He añadido que si se salvó del Santo Oficio, por mucho que terciara don Lope, no ha de ser tan ladino como nos lo pinta Hernán Gallego, pues tan santo tribunal sólo entiende de herejías, no de títulos ni recomendaciones.

Se han calmado porque, además, les he prometido que hablaría primero con Sarmiento, nada más comer. Y así lo he hecho.

Para mi sorpresa, Isabel, el cosmógrafo de la jornada, además de su inspirador, no ha negado nada.

Pero sus razones dan otro horizonte a la expedición.

Ya no sé que pensar, pues Sarmiento ha empezado su defensa así:

-Cierto, señor maestre de campo. Es posible que Ofir no exista, aunque lo dudo, y si existe, sean esas islas Molucas que nos dejamos quitar por los portugueses. Pero sí existen Ninachumbi y Hahuachumbi porque me lo han confesado hasta hombres de Pizarro. Esas islas las dejamos atrás a las dos semanas de salir de Lima. Y las perdimos por no seguir la derrota estricta que yo había trazado en El Callao. Pero, con todo, si no hubiera puesto todo esto como cebo, nadie se hubiera embarcado, porque, simplemente, esta expedición no hubiera existido.

Y esta expedición, señor maestre de campo, no puede volver a Lima sin tocar antes Australia.

-¿Cómo está tan seguro de la existencia de ese continente?

-Ptolomeo así lo dijo.

-¿Y quién es ese Ptolomeo para que usted le crea con tal ardor?

-Ptolomeo fue un gran geógrafo de la Antigüedad. El más grande, quizá. Fue el primero en sospechar que la tierra era una esfera, como luego Colón y Elcano han venido a demostrar. Ptolomeo habló de Catigara y Sines, de las que luego se ha demostrado cierta su existencia. No se ha equivocado nunca. El Gran Continente al Sur, Australia, cuyo extremo este vio Magallanes cuando halló el paso entre el Atlántico y el Mar del Sur, está poblado por gente de raza hebrea, la cual, como se sabe, es hábil en el comercio y las más diversas artesanías. No sólo existe ese gran continente al Austro, señor Ortega, sino que debe ser más rico que todo lo que se cuenta de la gran Ofir.

Después me ha estrechado los brazos con fuerza, y, con la mirada encendida, me ha suplicado:

-Ayúdeme, señor Ortega. Sé que don Lope confía mucho en usted y que Mendaña accederá si usted se lo pide. Es petulante y necio, pero me consta que el Gobernador le dijo que le escuchara con atención, pues es hombre de gran valía y juicio certero.

Le he respondido que primero, una vez acabado el bergantín, se haría lo dispuesto por Mendaña, y que, después, ya se vería.

No ha parecido muy convencido, pero antes de dejarle a sus cosas, le he hecho un último requerimiento:

-¿Por qué no se ha hecho antes esta expedición? Sé que usted lo intentó con el Marqués de Cañete y el Conde de Nieva.

-Yo no puedo responder sobre los espíritus estrechos y las famas injustas.

Y se ha encogido de hombros.

-Dicen de usted que está loco, que se cree que es el nuevo Cristóbal Colón.

Él me ha contestado con otra pregunta:

Y silencioso me he quedado yo durante el resto del día. Ambas facciones, Isabel, porque de verdaderas facciones hablo, me han parecido sinceras y juiciosas en sus argumentos.

Pero hay algo en Pedro Sarmiento que me obliga a apreciarle.

¿Habré sido embrujado yo también?

Jesús Rubio Villaverde. 1999

domingo, 30 de mayo de 2021

La arquitectura vernácula de Guadalcanal

Los molinos de agua, 

Otros monumentos, otro patrimonio

    Guadalcanal posee un patrimonio arquitectónico singular, reflejo del esplendor de épocas pasadas y que, afortunadamente, ha llegado hasta nuestros días como fiel imagen del buen quehacer de sus gentes, donde se amalgaman saberes, técnicas y tradiciones, se aúnan voluntades y se estrechan los nexos de unión entre Andalucía y Extremadura.

    Sin embargo este patrimonio cultural no siempre es apreciado, y no me refiero a las iglesias, conventos, castillos o palacios. ¡No!, me refiero a otros “monumentos”, a otro “patrimonio” que por cercano y familiar es olvidado y abandonado, tanto es así que sus paredes se derrumban, sus techumbres se caen, sus interiores se saquean, su memoria se borra…

    Ese vilipendiado y denostado patrimonio no es otro que la arquitectura vernácula (mal llamada popular), esa que refiere a las construcciones agroganaderas: enramadas, tinajones, zahúrdas, palomares…; las dedicadas a los procesos de producción y transformación como los molinos de aceite, de zumaque, lagares, alfarerías, fundiciones, curtidurías…; o las propias viviendas: casillas, cortijadas, chozos, torrucas, tribunas…, o aquellas relacionadas con el agua como lavaderos, molinos, martinetes, fuentes, pilares, pozos…; entre otras muchas más.. Sin embargo debemos tener en cuenta que estamos hablando de un patrimonio vivo y su protección y defensa no debe quedarse exclusivamente en la recuperación de unas “piedras” vacías de contenido.

    Estas construcciones nos hablan de unos usos y costumbres, de unas formas de vida, de una cultura, de una economía y en definitiva de unas formas de hacer pueblo. Por ello es tan fundamental preservar estos testigos de nuestra historia, así como llegar a saber quienes fueron sus constructores (los parederos, los portugueses, los alarifes locales…), conocer sus técnicas y los materiales usados; cual fue el uso de dichas edificaciones, que actividades socioeconómicas se realizaban (producción, trabajo, tecnología…), entre otras muchas cosas; para que una vez recogido toda esta información, podamos proteger con mas exactitud el inmueble o el bien de que se trate e indicar como adaptarlas a los nuevos usos y tiempos, de tal forma que consigamos ese difícil equilibrio entre modernidad y tradición y logremos preservar y legar dicho patrimonio a nuestros descendientes.

    Por tanto, es prioritario poner en valor este patrimonio guadalcanalense, para que sea apreciado tanto por los que nos visitan como para los propios vecinos que conocen, usan y transforman este legado cultural.

        Un ejemplo de todo lo dicho hasta aquí lo tenemos en los molinos de agua de Guadalcanal, localizados a lo largo del curso del arroyo San Pedro. Tenemos noticia de su existencia al menos desde la etapa en la que Guadalcanal estuvo en posesión de la Orden de Santiago, siendo muy probable que estos ingenios funcionaran bajo el dominio musulmán, aunque la escasez de datos arqueológicos o documentales nos hace imposible fecharlos en esta época o en alguna anterior.

    El documento mas antiguo que conozco es un pergamino que se encuentra en el Archivo Histórico Nacional y data de 1479, en el que los Reyes Católicos confirman un mandamiento del Maestre de la Orden de Santiago por las que se indica que “no se use en el riego de tierras el caudal del agua, al perjudicarse la actividad de los molinos en la villa de Guadalcanal”. En cuanto a la cantidad de molinos existentes, con independencia de las edificaciones y restos que perviven hoy día, diremos que en el interrogatorio de la Real Audiencia de 1791 constaban 17 molinos harineros y en la estadística de Madoz de 1850 se indican que eran 15.

    Dada la rapidez con la que están desapareciendo estas arquitecturas, se hace necesario una catalogación, estudio e inventario de los restos que nos quedan, saber su estado e indicar el nivel de protección que precisan, así como determinar que posibles intervenciones habría que hacerse. Para ello debemos saber exactamente de que estamos hablando.

    Indicaremos que molino es un nombre genérico que designa a los diferentes elementos mecánicos y técnicos empleados en las labores de molturación, y también, a la arquitectura que cobija esta maquinaria. Por tanto, la definición de molino vendría dada por la interrelación entre arquitectura y maquinaria. Existen diversos criterios para su clasificación tipológica, entre los que destacamos aquellos que atienden al tipo de:.- Maquinaria que ejerce la molienda: molino de rulos, de rueda vertical…- Materia que muele: molino de corcho, de aceite, harinero…- Por la energía que produce el movimiento de dicho ingenio mecánico: de viento, hidráulico, de vapor… La mayor parte de las clasificaciones tipológicas han optado por este tercer criterio: la energía. Los molinos hidráulicos a su vez se pueden dividir en molinos de corriente o río, molinos de agua y molinos de mareas. Los existentes en Guadalcanal son exclusivamente de agua y se dedicaron principalmente a la producción de harina, aunque en algunos casos solían alternar la molturación del trigo con la de otro tipo de granos, no descartándose la posibilidad que hubieran servido para otro tipo de materias como el zumaque debido a la importancia que tuvo en esta población el curtido de pieles.    


El molino de agua se diferencia básicamente de los otros en que aquellos represan el agua mediante una aceña o “azud” y la usan directamente del río, mientras estos utilizan un sistema de conducción o “caz” (cao), para llevar el agua a través de una “toma” hasta el “cubo” del molino. Efectivamente, mediante un sistema de captación y una red artificial de canalizaciones, suelen dirigir el agua necesaria, con una fuerza y caudal controlado, hacia la embocadura del molino, donde un salto de agua provocará el movimiento del rodezno. Esta regulación permite aprovechar al máximo la vía de agua con independencia de su caudal o escorrentía. Estos molinos se presentan en grupos, alineados a lo largo del curso fluvial del arroyo San Pedro del que captan el agua. Esta disposición permite reaprovechar el agua que fluye de uno a otro molino, estando todos ellos enlazados mediante canales y acequias artificiales.

    El sistema de captación de agua es bastante sencillo y no necesita de grandes obras de ingeniería, fundamentándose en la construcción de diques que obstaculicen parcialmente el cauce natural del arroyo y dirijan el agua hacia las zonas deseadas a través de una red de compuertas y aliviaderos. El sistema de almacenamiento se realiza por medio de balsas, cuyas dimensiones y formas varían, dependiendo de la topografía y el espacio disponible para su construcción, abundando los de forma triangular, generalmente construido a partir de un ensanche de la acequia.

    Estas balsas se ubican en la parte alta del molino, en las inmediaciones del pozo o boca de entrada al mismo. En estos molinos una red de canalizaciones conduce el agua desde el punto de captura (presa, dique…) hasta estas balsas. Tal sistema de almacenaje posibilita que el molino tenga en todo momento la cantidad de agua necesaria para poner en movimiento los mecanismos de molturación.

    Por otro lado, estas balsas también suelen ser utilizadas como albercas y riego de los campos. Esta red de canalizaciones esta formado por acequias descubiertas en forma de “U”, fabricadas en piedra o ladrillo y cuyo interior se encuentra recubierto por una cierta argamasa para obtener su impermeabilización. Este conducto o caz recibe diversos nombres en Andalucía como “cao” (Sierra de Cádiz), “caño” (Sierra Norte de Sevilla) o “adelantao” (Almería).    


En numerosas ocasiones estas canalizaciones tienen que salvar desniveles muy pronunciados; para ello se construyen amplias arquerías o pilares para sustentar la acequia e incluso se colocan robustos contrafuertes para contrarrestar la fuerza y presión del agua. Por otro lado, para poder poner en movimiento las ruedas de un molino es necesario que el agua llegue con cierta fuerza a la rueda o rodezno. En muchas ocasiones esta fuerza se consigue mediante un salto de agua, que se produce cuando el agua de la acequia se precipita por un pozo o galería vertical. Con frecuencia se trata de conseguir una elevada presión llenando de agua todo un pozo vertical, el cual deberá ser más ancho en su boca que en su final. Esta columna de agua, debido a su peso y a la presión provocada por el estrechamiento en el extremo del pozo, produce la salida virulenta del agua con una fuerza capaz de hacer girar el rodezno a las revoluciones deseadas. Este pozo de sección circular se denomina genéricamente "cubo". Posee unas dimensiones variables: el ancho de su boca oscila entre 60 cm y un metro, y su profundidad entre los cuatro y los doce metros. Por otro lado, la boca del cubo puede tener formas diversas, predominando las circulares, las ovaladas y las lanceoladas. La mayoría de los molinos poseen dos cubos, existiendo una rueda o mecanismo de giro por cada uno de ellos. El sistema de giro empleada es el de ruedas horizontales. Estos rodeznos son pequeñas ruedas de corriente horizontal cuyas paletas curvas, cucharas o alabes, reciben el empuje del agua que sale por el saetillo. Este saetillo es una pieza de madera troncopiramidal situada en la salida inferior del cubo, cuyo estrechamiento provoca una mayor presión y dirección del agua sobre los alabes, con lo que se consigue un mayor giro del rodezno. Esta rueda horizontal se sitúa en la bóveda de desagüe, justo debajo de la sala del molino, conectada sólidamente con la piedra volandera a través de un eje o árbol de transmisión. Dicho eje posee dos partes diferenciadas: la maza o tronco de madera al que se sujetan los radios del rodezno, y el palahierro o vástago cilíndrico de acero que encastra por su base en la maza de madera y se afianza a la lavija, pieza metálica situada en el centro de la piedra volandera.

    Todo el conjunto reposa sobre una viga de madera que impide el desplazamiento del rodezno, a la vez que sirve para elevarlo a voluntad desde la sala del molino, en cuyo centro existe una oquedad destinada a contener el "dado", un eje de bronce sobre el que gira el rodezno.

    La molturación del grano se produce por la fricción entre dos grandes piedras circulares. De ellas, la inferior, llamada solera, está fija e inmóvil sobre un poyete elevado o alfanje, y la superior, denominada volandera, gira sobre la solera, siendo ambas de idénticas dimensiones. De los distintos tipos de piedras, las más utilizadas fueron las "blancas", muelas de una pieza obtenidas en las canteras andaluzas, cuya dureza y composición variaban según su lugar de procedencia. Debido al intenso desgaste que sufrían las piedras blancas y dado que no duraban más de dos o tres años, fueron sustituidas paulatinamente por las denominadas "francesas", piedras hechas de varias piezas de mayor dureza y consistencia.

    Ambas piedras tienen labrada las caras internas, la superior en la solera e inferior en la volandera, a base de surcos y ralladuras de distinta intensidad, de forma excéntrica, a fin de triturar el grano y evacuar de la mejor manera posible la harina. Dicho grano cae desde la tolva hacia la solera a través de un orificio u ojo situado en el centro de la piedra móvil. Debido al polvo que levanta la molienda, estas piedras se suelen cubrir lateralmente con un guardapolvo de tendencia circular, evitando a su vez que la harina se esparza por la estancia. Desde la sala del molino se podía controlar la velocidad de giro del rodezno, cuestión muy importante para realizar una perfecta molturación y obtener así una harina de calidad. Esto se hacía mediante un conjunto de llaves y largos vástagos de metal que, atravesando el suelo del molino, topaban con los mecanismos situados en la bóveda: —La “llave” permitía abrir o cerrar a voluntad la boca del saetillo, cortando o abriendo el paso del agua hacia el rodezno. —El “alivio” engarzaba con uno de los extremos de la viga de madera que sostenía el rodezno, de modo que se podía subir o bajar a voluntad todo el mecanismo de giro. Dado que el rodezno estaba sólidamente unido a la volandera, este movimiento ascendente-descendente permitía regular la separación entre las piedras.— El “freno” paraba el giro del rodezno desde la sala del molino, desviando el chorro de agua del saetillo. Por otro lado, el agua que desciende por el cubo del molino desagua por la "bóveda", lugar en el que se ubica el rodezno.

    Esta estancia abovedada suele construirse con ladrillos o bien puede aprovecharse alguna cavidad natural, siendo fácilmente reconocible por situarse en la parte más baja de la edificación y presentar un arco de medio punto al exterior. Estas cavidades suelen desaguar sobre una nueva acequia, conduciendo el agua hasta el siguiente molino, lo que produce un ahorro de agua y aprovechamiento de energía importante; o bien reintegran el agua directamente a su curso natural, lo que evita pérdidas innecesarias de caudal en la cuenca afectada.

Por Alberto Bernabé Salgueiro.- Doctor en antropología 

domingo, 23 de mayo de 2021

La lluvia infinita 9/18

Capítulo 9

Diario de Pedro de Ortega 8

15 DE FEBRERO.

Sarmiento ha llenado ya mucho papel con las palabras que está aprendiendo de los indios, pues es su intención escribir una gramática sobre su lengua, que ya no considera hermana de la de los indios del Perú, pese a que pensaba, en un principio, que ambas estaban emparentadas.

Pero al momento ha desviado su conversación hacia Mendaña:

-Éstas no son las islas del rey Salomón, pues éstas están mucho más abajo. Ni tampoco son las de Ninachumbi y Hahuachumbi, a las que marchaba el inca Tupac Yupanqui en busca de riquezas. Ésas las dejamos mucho más atrás, cuando este audaz marinero ordenó mudar el rumbo sin mi consentimiento, fijándose sólo de ese corto marino llamado Hernán Gallego. –

¿Dónde estamos pues?

-Éste es el archipiélago de Jesús, que es nuevo para los cristianos, peno no es la legendaria Ofir. ¿O acaso ha visto usted, señor Ortega, alguna seña, en forma de minas de oro, fabulosas ciudades todas de mármol, que le hacían pensar lo contrario?

-Nada he visto.

-¡Pues ya lo ve! Pero este petulante sin barba está con-vencido de que es así.

-El almirante no es un experto marino, desde luego, pero me creo que se comporte como un pavo.

-Lo único que le diferencia de un pavo es el color de sus plumas.

En tales términos se ha desarrollado nuestra conversa-ción, que ha sido interrumpida por un soldado, Alonso Martín, que se ha llegado hasta nosotros para decirme que Mendaña me requería.

El general se había llegado a la playa acompañado del tesorero de la expedición y escribiente personal, Juan Gómez, para fiscalizar los trabajos en el bergantín:

-Habrá que doblar los turnos señor Ortega.

-Con esta lluvia los hombres se amotinan al momento.

-Las órdenes se obedecen, señor Ortega, no se interpretan. Además, entiendo que esta tarea debe ser responsabilidad directa suya, pues he dispuesto también que sea usted el que capitanee el bergantín. El piloto será Gallego.

-¿Y Sarmiento?

-Sarmiento lo necesito a mi lado para otras tareas. Cuando Mendaña se ha marchado, ha sido Gómez quien me ha interrogado.

-¿Ha visto, señor, en su entrada en Santa Isabel que los naturales llevasen consigo objetos dorados?

-No los he visto.

Ha torcido el gesto, aunque le he tranquilizado:

-De todas maneras, parecen desconocer los metales, pues son gente atrasada, que probablemente acaba de descubrir ahora el fuego.

No ha parecido convencerle.

16 DE FEBRERO.

Hoy he dispuesto los turnos dobles, con lo que los hombres, ahora, trabajan de sol a sol.

Pero su cansancio es grande.

Y su furia, mayor.

Lo sé.

Está en sus ojos.

No he podido dejar de decírselo a Sarmiento.

-Si se cansan, no piensan.

Eso es lo que ha respondido.

Pero los ojos de los hombres dicen.

Dicen mucho.

Dicen que el viaje no les ha procurado mas que fatiga,

hambre y enfermedad.

Y ningún premio.

Los indios se nos acercan durante todo el día: miran, curiosos, nuestro trabajo, y, a veces, nos traen cocos. Otras, tiran piedras y hay que ponerles en fuga disparan-do los arcabuces.

Esta tarde salieron en sus canaluchos, y volvieron, va en el ocaso, con algunos peces, que he ordenado requisar, pues estamos todos tan afanados en el bergantín que ni salir de pesca en las chalupas hemos podido:

Pero si es para comer, Isabel, no se quiebra ningún mandamiento, y menos con los indios.

17 DE FEBRERO.

No sé si habrá sido por el asunto de los peces, pero el caso es que ha sucedido un hecho de lo más singular. No acababa de llegar Mendaña a la playa con los prime-ros naranjas del alba cuando se han acercado medio centenar de indios, con Bile al frente, que traía algo envuelto en unas grandes hojas como de palma; estas hojas, a causa de la lluvia, están siempre verdes y húmedas, con lo que hemos aprendido que son muy útiles para conservar el pescado, que era lo que un principio pensábamos que nos traían.        

Pero nos hemos estremecido de horror y asco cuando al abrir la hoja se ha visto que nos ofrecían un brazo humano, no muy grande, por lo que debía de haber pertenecido a algún muchacho.

Y Bile ha dicho

-Naleha, naleha.

Esto, dijo Sarmiento, significa: comedlo: y les ha respondido:

-Teo naleha urra.

Que quiere decir: nosotros no comemos eso.

A Mendaña se le ha descompuesto el rostro y ha empezado a chillar a los indios, llamándoles salvajes, y les ha amenazado de manera muy v violenta, con lo que han soltado el brazo y han salido corriendo.

El almirante ha ordenado a un soldado que enterrase el brazo del desdichado.

Aunque los indios no han vuelto a aparecer por la playa, ahora cuando escribo esto, Isabel. se oyen grandes aullidos, gritos, tambores y caracolas que vienen del pueblo de Bile, como si se preparasen para la guerra.

18 DE FEBRERO.

Bile y sus hombres con gran cantidad de cocos.

He entendido, y así se lo he dicho a Sarmiento, que esta gente anda enfadada por lo de los peces, así que he ordenado a todos los míos que no se les roben más peces, que ya los pescaremos nosotros cuando disponga; y no, Isabel, porque les temamos, que no es eso, sino porque tengo a los hombres muy agotados por el trabajo del bergantín y no están en disposición de luchar con nadie.

Si los indios son pacíficos, conviene que sigan siéndolo.

Al menos, hasta que se acabe el bergantín.

Luego, Dios proveerá.

Ya sabía yo que los turnos dobles nos iban a traer más perjuicio que beneficio.

Hoy, a lo largo del día, ha ido amainando la lluvia, con lo que el trabajo ha ido avanzando más que en días anteriores. Ya está el armazón acabado; he dado descanso a los hombres y dicho a Sarmiento que no informara de ello.

Sé que no lo hará.

Al anochecer, la lluvia se ha tornado violentísima y han aparecido furiosos rayos.

20 DE FEBRERO.

Durante estos dos días ha llovido sobre Santa Isabel con tal fuerza que no se ha podido trabajar nada, ya que la cortina de agua era tan espesa que no es que no se pudiera caminar bajo ella, es que no se veía nada de nada.

Isabel, desde donde estás, reza para que esta lluvia infinita, cuyo rumor, por las noches, no nos deja ni conciliar el sueño, cese.

21 DE FEBRERO.

A mediodía de hoy, aunque es un decir porque con el clima de esta isla muchas veces no se sabe a qué altura está el sol, ha llegado el alférez Enríquez con sus hombres, fatigados, y algunos de ellos, heridos, aunque no de gravedad.

Hemos marchado Sarmiento y yo con él a la capitana, para ser informados, junto a Mendaña, de todo cuanto se ha visto, oído y descubierto.

Ya en la cámara del almirante, el alférez nos ha contado que en Santa Isabel, salvo la gente de Bile y dos tribus más, son muy belicosos los naturales; y muy numerosos y temerarios en el combate, que sólo los arcabuces, cuando se ha podido hacerles hablar, han conseguido ponerlos en fuga.

Pero, entre que la pólvora estaba casi siempre húmeda, y que los indios son muy diestros a la hora de agazaparse en la selva y darles emboscada, han tenido que luchar, las más de las veces, cuerpo a cuerpo con ellos.

-Y solo nuestro acero nos ha dado ventaja, pues ellos, con sus macanas de piedra, necesitaban acercarse mucho para herirnos, mientras que nosotros los manteníamos a raya con nuestras espadas y albardas.

Enríquez sí que ha visto de cerca los grandes caimanes.

-Y serpientes tan gruesas como la pierna de un hombre, y pájaros de gran colorido como nunca he visto. Y por la noche a veces se oyen chillidos como venidos del infierno. Pero, con todo, lo peor es la selva, tan espesa que el caminar es lentísimo. Y luego está ese cieno negro que te pega a la tierra...

Ha añadido el alférez que han cruzado varios ríos, algunos fétidos y otros dulces, pero ninguno con bancos de arena que le hayan hecho pensar que pudiera haber en ellos oro.

Anduvieron durante cuatro días hacia el Sureste de Santa Isabel, hasta que se encontraron con el mar, sobre un abrupto acantilado.

-Por esa parte se vislumbran más islas.

He asentido con la cabeza: nosotros también las vimos.

Enríquez ha finalizado su relato diciéndonos:

-Señor, conviene que esta gente de Bile nos acompañe, porque al tercer día de nuestra entrada pudimos comprobar que esta gente se hace la guerra entre ellos, y firman alianzas, porque un tauriqui que se hace llamar Mane nos hizo entender que conocía a Bile, y que era amigo suyo. Además, por los huesos que hemos encontrado en unos bohíos de palma, que nos parecieron humanos, creo que se comen entre ellos.

Mendaña ha felicitado a Enríquez por el éxito de su entrada, no sin antes decirle que iría en el bergantín con Gallego y conmigo.

Después de todo esto, he vuelto a la playa para ver cómo iban los trabajos del bergantín.

Y Gallego me ha dicho que no ha podido con los hombres, que nada más irme yo se han marchado al amparo de unas chozas que hemos hecho con ramas de palmera y no han querido trabajar más.

He escogido tres al azar y yo mismo les he azotado.

 

Jesús Rubio Villaverde. 1999