¿Usted, qué viene buscando, piedras viejas o qué?
Oiga, oiga usted, que ya hemos
llegado. Me había adormecido un poco; y como casi siempre ocurre en el tren, rápidamente entablas conversación con tu vecino
de asiento, resultando, que este
señor, era del Pueblo al que yo me
dirigía. Nada, nada, usted descanse
tranquilo, que en cuanto yo vea, que estamos subiendo el repecho de la Cruz Chiquita, le aviso. Porque
que si unas veces a médicos, que si otras a cosa de papeleo, total que está uno, casi siempre en el camino; y aún
dormido, sé yo en cualquier momento,
por donde está pasando el tren; así
que nada, descanse, descanse usted.
Ya en el andén, pregunté a un señor que pasaba por allí: Oiga,
¿haría
usted el favor de decirme, dónde puedo coger un taxi, para ir a Guadalcanal? Pues... como no se les avise con tiempo, aquí no suben; lo que debe usted de hacer
es coger el coche, que está ahí a la
vuelta, y él le llevará al Pueblo. Así
lo hice, pero antes de subir a él puse mi atención en unas luces mortecinas, que allá abajo brillaban, eran las luces de
Guadalcanal.
Una cosa muy curiosa; ya a la entrada
del Pueblo, oigo al conductor del coche que dice: Macarena, y más adelante, Cruz del Campo, y pienso yo, que esto puede ser debido a la
influencia que pueda ejercer la capital,
en cuanto a sus maneras y costumbres, sobre este pueblo. Una vez, en
el centro del| mismo, pregunto por un
hospedaje, y un chico que me oye, se acerca y me dice si usted quiere, yo le acompaño.
Antes de
retirarme a descansar, charlo un momento con el dueño de la Pensión, para inquirirle información sobre los lugares más interesantes
del Pueblo, para poder visitar. Y me
contesta: ¿Usted, qué viene buscando, piedras viejas o qué?
No, le contesto, yo sólo vengo a pasar un día de descanso, y no busco nada en especial. Bueno, me responde, el buen señor; pues si usted quiere, yo le despierto a la hora que sale el “Directo”. ¿Cómo
dice usted? Sí, hombre, la Bética,
el coche de línea, que hace el servicio hasta Constantina, y sale a las cinco
de la mañana. Porque para muchos de nosotros, el día aquí en Guadalcanal, comienza a esa hora, vamos, cuando empieza el trajín de bestias
para arriba, carros para abajo; en una palabra: es la hora en que la gente
comienza a salir para el campo. Y así
quedamos.
Ya estoy, en el bar donde tiene parada
a su puerta, el coche que hace el servicio a la Estación. ¿Qué toma usted? me preguntan: Coñac, respondo, y me dice el señor que hace de barman: cómo
se ve, que usted no es de aquí, vamos,
continúa diciendo, no es que el coñac, a estas horas aquí en mi casa, no se tome; pero observe, observe usted.
Buenos días, buenos días, se le contesta al señor que acaba de entrar; y observo que el barman, sin mediar palabra, entre él y el cliente, deposita en el mostrador un vasito muy pequeño y vierte
sobre él, aguardiente, pasado cierto tiempo, dice el cliente : llena.
Y así de esta forma, muchas de las personas que allí entraban.
Ve lo que
le decía, me comenta el dueño del bar; y cogiendo uno de estos vasitos dice:
un “gorrito”, esto se llama un “gorrito”. Me encontraba todavía allí,
cuando oí al conductor del coche que hacía el servicio a la Estación: ¡Vámonos! y a otro
señor, que por la indumentaria me hacía
pensar, que se marchaba al campo: bueno fulanito, hasta luego, pues se me va a
hacer tarde, y tengo que llegar al Porrillo.
Más tarde,
me dediqué a recorrer el Pueblo y sus
aledaños, pudiendo contemplar, los hermosos rincones que tiene
Guadalcanal; su magnífica plaza, circundada
por hermosos naranjos, con sus “bancos” de hierro y granito; y a
un lado una fuente hermosísima, echando abundante agua por sus enormes caños;
y ver a las mujeres, coger el agua en grandes cántaros de barro, y con
muchísima gracia transportarlos al cuadril. No podía tampoco, dejar de
visitar el paseo del Palacio (del que
tanto me habían hablado), con sus enormes madroñeros, el Cristo, los
Mesones, el Coso, y otros lugares, que quizás para el nativo y vecino de él,
por el sólo hecho de estar en contacto permanente, no le llame tanto la
atención, como a la persona que por primera vez los visita.
De regreso a la Pensión, me sale al
encuentro, el dueño y me pregunta ¿Qué, cómo se le ha dado el día? ¿Ha
visto
usted, qué Pueblo tan encantador tenemos?
Pueblos, hay muchos pero con “eso”
que tiene este nuestro yo creo que hay pocos; y eso que usted prácticamente, no
le ha dado tiempo de ver y visitar más; a ver si viene usted otro día y tengo
rato de lugar, y le acompaño. ¿A que ha estado usted en el Cabril?,
se cría allí en primavera, unos espárragos que son la bendición de Dios. Ni tampoco habrá
estado en el Pino, desde allí, los días de buena visibilidad se ve
perfectamente el pantano del Pintado. Lo que yo le digo a usted la próxima vez,
le voy a acompañar (si el trabajo aquí me deja, pues ya ve usted, como está
esto: ¡siempre abarrotado!; le voy a servir de guía, de cicerone, ¡oiga,
pero sin cobrarle un duro!
Me encuentro de nuevo en el bar donde a la puerta tiene parada, el coche que hace el
servicio a la Estación ¿Qué toma usted, coñac? No, no señor
me va usted a servir un “gorrito”,
y estando en esto, me dice el buen hombre: Le ha «cálao» eh,.. normal.
Me voy alejando, ahora el tren va mucho más de prisa, pero aún desde mi
asiento, puedo divisar entre una finísima niebla, las luces mortecinas de este
maravilloso pueblo, y por qué no decirlo, querido Pueblo de Guadacanal.
Instintivamente, miro un calendario
que llevo en el bolsillo, y mentalmente me digo: estamos en noviembre, pues,
diciembre, enero, febrero en el “puente” de San José, vuelvo; y además unos días de las vacaciones de verán.
Un gran amador
Revista
de Feria 1979