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lunes, 25 de marzo de 2019

Recordando un día en Guadalcanal

¿Usted, qué viene buscando, piedras viejas o qué?

Oiga, oiga usted, que ya hemos llegado. Me había adormecido un poco; y como casi siempre ocurre en el tren, rápidamente entablas conversación con tu vecino de asiento, resultando, que este señor, era del Pueblo al que yo me dirigía. Nada, nada, usted des­canse tranquilo, que en cuanto yo vea, que estamos subiendo el repe­cho de la Cruz Chiquita, le aviso. Por­que que si unas veces a médicos, que si otras a cosa de papeleo, total que está uno, casi siempre en el camino; y aún dormido, sé yo en cualquier momento, por donde está pasando el tren; así que nada, descanse, descan­se usted.
Ya en el andén, pregunté a un se­ñor que pasaba por allí: Oiga, ¿haría usted el favor de decirme, dónde pue­do coger un taxi, para ir a Guadalca­nal? Pues... como no se les avise con tiempo, aquí no suben; lo que debe usted de hacer es coger el coche, que está ahí a la vuelta, y él le lleva­rá al Pueblo. Así lo hice, pero antes de subir a él puse mi atención en unas luces mortecinas, que allá abajo brillaban, eran las luces de Gua­dalcanal.
Una cosa muy curiosa; ya a la en­trada del Pueblo, oigo al conductor del coche que dice: Macarena, y más adelante, Cruz del Campo, y pien­so yo, que esto puede ser debido a la influencia que pueda ejercer la capi­tal, en cuanto a sus maneras y costumbres, sobre este pueblo. Una vez, en el centro del| mismo, pregunto por un hospedaje, y un chico que me oye, se acerca y me dice si usted quiere, yo le acompaño.
Antes de retirarme a descansar, charlo un momento con el dueño de la Pensión, para inquirirle informa­ción sobre los lugares más interesan­tes del Pueblo, para poder visitar. Y me contesta: ¿Usted, qué viene buscando, piedras viejas o qué? No, le contesto, yo sólo vengo a pasar un día de descanso, y no busco nada en especial. Bueno, me responde, el buen señor; pues si usted quiere, yo le des­pierto a la hora que sale el “Directo”. ¿Cómo dice usted? Sí, hombre, la Bética, el coche de línea, que hace el servicio hasta Constantina, y sale a las cinco de la mañana. Porque para muchos de nosotros, el día aquí en Guadalcanal, comienza a esa hora, va­mos, cuando empieza el trajín de bes­tias para arriba, carros para abajo; en una palabra: es la hora en que la gente comienza a salir para el cam­po. Y así quedamos.
Ya estoy, en el bar donde tiene pa­rada a su puerta, el coche que hace el servicio a la Estación. ¿Qué toma usted? me preguntan: Coñac, res­pondo, y me dice el señor que hace de barman: cómo se ve, que usted no es de aquí, vamos, continúa diciendo, no es que el coñac, a estas horas aquí en mi casa, no se tome; pero observe, ob­serve usted.
Buenos días, buenos días, se le con­testa al señor que acaba de entrar; y observo que el barman, sin mediar palabra, entre él y el cliente, depo­sita en el mostrador un vasito muy pequeño y vierte sobre él, aguardien­te, pasado cierto tiempo, dice el clien­te : llena. Y así de esta forma, muchas de las personas que allí entraban.
Ve lo que le decía, me comenta el dueño del bar; y cogiendo uno de es­tos vasitos dice: un “gorrito”, esto se llama un “gorrito”. Me encontraba to­davía allí, cuando oí al conductor del coche que hacía el servicio a la Estación: ¡Vámonos! y a otro señor, que por la indumentaria  me hacía pensar, que se marchaba al campo: bueno fulanito, hasta luego, pues se me va a hacer tarde, y tengo que lle­gar al Porrillo.
Más tarde, me dediqué a recorrer el Pueblo y sus aledaños, pudiendo contemplar, los hermosos rincones que tiene Guadalcanal; su magnífica plaza, circundada por hermosos naran­jos, con sus “bancos” de hierro y gra­nito; y a un lado una fuente hermo­sísima, echando abundante agua por sus enormes caños; y ver a las mu­jeres, coger el agua en grandes cán­taros de barro, y con muchísima gra­cia transportarlos al cuadril. No po­día tampoco, dejar de visitar el paseo del Palacio (del que tanto me habían hablado), con sus enormes madroñeros, el Cristo, los Mesones, el Coso, y otros lugares, que quizás para el nativo y vecino de él, por el sólo hecho de estar en contacto permanente, no le llame tanto la atención, como a la persona que por primera vez los visita.
De regreso a la Pensión, me sale al encuentro, el dueño y me pregunta ¿Qué, cómo se le ha dado el día? ¿Ha visto usted, qué Pueblo tan encantador  tenemos? Pueblos, hay muchos pero con “eso” que tiene este nuestro yo creo que hay pocos; y eso que usted prácticamente, no le ha dado tiempo de ver y visitar más; a ver si viene usted otro día y tengo rato de lugar, y le acompaño. ¿A que ha estado usted en el Cabril?, se cría allí en primavera, unos espárragos  que son la bendición de Dios. Ni tampoco habrá estado en el Pino, desde allí, los días de buena visibilidad se ve perfectamente el pantano del Pintado. Lo que yo le digo a usted la próxima vez, le voy a acompañar (si el trabajo aquí me deja, pues ya ve usted, como está esto: ¡siempre abarrotado!; le voy a servir de guía, de cicerone, ¡oiga, pero sin cobrarle un duro!
Me encuentro de nuevo en el bar donde a la puerta tiene parada, el coche que hace el servicio a la Estación ¿Qué toma usted, coñac? No, no señor me va usted a servir un “gorrito”, y estando en esto, me dice el buen hombre: Le ha «cálao» eh,.. normal.
Me voy alejando, ahora el tren va mucho más de prisa, pero aún desde mi asiento, puedo divisar entre una finísima niebla, las luces mortecinas de este maravilloso pueblo, y por qué no decirlo, querido Pueblo de Guadacanal.
Instintivamente, miro un calendario que llevo en el bolsillo, y mentalmente me digo: estamos en noviembre, pues, diciembre, enero, febrero en el puente” de San José, vuelvo; y además unos días de las vacaciones de verán.

Un gran amador
Revista de Feria 1979

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